viernes, 15 de octubre de 2010

¿Qué podemos aprender de las tragedias y milagros de Chile?

No todo en el no marchar al ritmo de los días son desventajas. La visión retrospectiva de los procesos a menudo permite descubrir y apreciarles facetas que se nos escapan cuando estamos inmersos en ellos. Tengo la impresión de que una de las fallas de nuestra cultura mediática latinoamericana es la falta de publicaciones periódicas de calidad en las escalas semanales, mensuales, bimensuales, trimestrales, semestrales, anuales..., las cuales mucho nos ayudarían a comprendernos con más amplias perspectivas: con frecuencia, sucesos que nos lucen relevantes en el torbellino instantáneo de los telenoticieros, o diario de la prensa escrita, luego se vuelven insignificantes, y viceversa, hallazgos fundamentales sobre la naturaleza biológica, antropológica o cultural humana suelen pasar desapercibidos en el fárrago de noticias cotidianas. De allí que una de mis publicaciones periódicas favoritas e indispensables, por ejemplo, desde hace ya cerca de cuarenta años, sea el Book of the Year de la Enciclopedia Británica, que reseña, más o menos con un año de retraso -pero también de perspectiva, y en un contexto más amplio- las "noticias" más importantes del año anterior a nivel planetario, muchas de las cuales nunca fueron siquiera destacadas en la prensa común.

Traigo esto a colación porque sé que deben ser unos cuantos los lectores que deploran el "atraso" en que se halla sumido el blog -y no vayan a creer que esto resulta simplemente divertido para el autor-, y a ellos quiero recalcarles, incluso sin ánimo de justificación de mis faltas, que este micromedio de comunicación de ninguna manera pretende competir con, o siquiera complementar a, los macromedios de comunicación dedicados a reseñar el acontecer diario o casi. Su misión es muy otra, es llamar la atención, desde las perspectivas de un miembro de una generación o una corriente ideológica, política y cultural latinoamericana y mundial, digamos "la del `68", sobre aspectos de nuestras realidades y procesos que suelen pasar desapercibidos desde otras ópticas. En el algo así como centenar y medio de artículos publicados, si se fijan, es muy poco lo que puede considerarse ligado al acontecer diario, semanal o mensual, y en cambio mucho lo que pretende ser relevante para la comprensión de nuestro mundo, al menos en la perspectiva latinoamericana y de las pocas décadas que, con suerte, nos quedan a algunos, y que tal vez pueda ser útil para las generaciones de relevo.

Y, yendo al grano, no sin antes observar que en la vida no todo tiene por que ser grano, pues las envolturas, los soportes, los apéndices, los elementos periféricos, etc., también cuentan, el propósito de esta entrega es invitar a reflexionar a los lectores sobre el significado profundo que, para los latinoamericanos todos, podría tener el aparente suceso pasajero del rescate de los mineros, que no por casualidad ya en el plano televisivo fue un acontecimiento mundialmente más visto que, pongamos por caso, la elección de Obama en los Estados Unidos.

Para abreviar, puntualizamos así nuestra visión:

  1. Nadie tiene derecho a considerar a los chilenos como un pueblo de ingenuos o de mimados de la naturaleza o del poder terrenal o extraterrenal X, pues de terremotos, tsunamis, deslaves, aludes, sequías, incendios, guerras, dictaduras, torturas, desaparecidos, racismos, discriminaciones, injusticias, masacres, extremismos de surtidos pelajes, y afines, los chilenos entienden, al menos en nuestras ligas culturales e históricas, que distan de ser menores en escala mundial, como los que más.
  2. Semejante dosis de desventuras no les ha impedido, y cuidado si les ha ayudado, como pueblo, ser líderes o como mínimo estar en las vanguardias educativas, culturales, poéticas, productivas, políticas o de las luchas históricas de nuestro subcontinente. Sólo para botones de muestra, y sin pretensiones de objetividad o de alcanzar consensos, Salvador Allende fue, para nosotros, el más grande político latinoamericano del siglo XX, cuya vida, pensamiento y obra, si no fuésemos tan despelotados, ya hace rato que deberíamos estar estudiando dentro y fuera de las escuelas. A Pablo Neruda lo vemos, si no como el más grande poeta jamás nacido en la cultura española, sí como miembro del más exclusivo de sus olimpos, de repente a la par que astros como Gustavo Adolfo Bécquer, Federico García Lorca, Miguel Hernández o Antonio Machado. Los araucanos o mapuches fueron el único pueblo indígena al que jamás pudieron doblegar los ibéricos, y que se dio el lujo de derrotarlos en batallas regulares de tú a tú. La de Gabriela Mistral está entre las plumas femeninas más exquisitas que jamás hemos degustado. A los chilenos los vemos con el más promisorio sistema educativo de la subregión, y no nos resulta en absoluto gratuito que posean una de las economías más diversificadas y exportadoras, así como el más alto nivel de ingreso per cápita entre nosotros.
  3. Con lo anterior sólo pretendemos, por supuesto sin esconder nuestra admiración y amor por Chile, situar en un contexto la afirmación de que rechazamos, por miope y destemplada, la conseja de unos cuantos amigos y amigas de izquierda, algunas con el argumento de autoridad de haber vivido años en Chile, según la cual el proceso chileno contemporáneo no es sino una versión sofisticada del neoliberalismo ñoño de los Chicago Boys de siempre, quienes ahora, con Piñera, habrían rescatado el control completo de las riendas del país. Lejos de eso, lo que apreciamos que está emergiendo en Chile es el más sólido proyecto nacional del subcontinente, con una robustez tal que ni siquiera las fuerzas de extrema derecha se atreven a desvirtuar, y en donde se está conformando una identidad y un consenso nacional tales que pueden servir de norte y cauce a las iniciativas de las más disímiles ideologías, a la vez que como marco para el tratamiento no violento de los conflictos más agudos.
  4. Ni Fidel Castro, ni Raúl Castro, ni Hugo Chávez, ni Daniel Ortega, juntos o separados, ni ningún latinoamericano de izquierda puede venir a dictarle cátedra a, digamos, Michelle Bachelet, torturada y exiliada ella y su madre, y con su padre asesinado por el pinochetismo, en materia de sacrificios o devociones a su patria, y, sin embargo, ¡con que elegancia y firmeza se condujo, primero al frente de las fuerzas armadas y luego como Jefa de Estado, al actuar sin odios ni complejos en sus gestiones, al orquestar procesos de crecimiento económico aparejados a iniciativas por una mayor justicia social, y, luego, al transferirle dignamente la banda presidencial a su sucesor de derecha! ¿No es este un caso que debería hacernos reflexionar, pongamos por ejemplo a los venezolanos, para quienes el fantasma de Carmona -un niño de pecho al lado de Pinochet- constituye una pesadilla ante cuya eventual reedición, para muchos, más valdría la muerte de hasta millones de compatriotas en una guerra civil?
  5. 5. O, en senti- do con- trario, ¿no será que el empresario Sebastián Piñera, lejos de significar un vuelco al pasado, está significando una especie de superación de la extrema derecha, quizás forzada por el postgrado de amor al prójimo en tiempo real que les dictó Michelle, y por tanto de ruptura con sus tradicionales prácticas explotadoras y opresivas y participando de la apertura de un nuevo camino para la transformación de nuestros países, en donde todos, inclusive los que sean de derecha, podamos tener oportunidades de satisfacer nuestras necesidades y luchar por mejores futuros sin excluir a otros compatriotas? ¿No será que los chilenos, en lugar de ser más bolsas, ingenuos o despolitizados, han aprendido más que otros pueblos latinoamericanos a tratar civilizadamente sus no menos hondas diferencias internas? ¿No tendrá esto que ver con lo que decía aquél acerca de la necesidad de aprender a amar incluso a nuestros enemigos, cual vía definitiva para erradicar el odio y la violencia como mecanismos para dirimir conflictos humanos?
  6. ¿No será que Chile, con su impecable experiencia del rescate de los mineros en un clima de unidad e integración nacional, nos dictó a todos un curso telecomunicado e intensivo de valoración y respeto al ser humano, y de cómo nuestros pueblos sí pueden unirse, incluso a pesar de las diferencias ideológicas internas, para alcanzar sus propósitos a través de esfuerzos coherentes de visión compartida, talento, trabajo y gestión? ¿Cómo se explica, según la teoría de la lucha de clases a muerte entre la burguesía y el proletariado, que un adineradísimo empresario burgués haya liderado exitosamente el complejo e incierto proceso de rescate de 33 humildes trabajadores sepultados en una mina por negligencia de sus desalmados patronos? ¿Cómo funcionó la gravitatoria e inexorable lucha de pobres contra ricos en este proceso?
  7. ¿No será que Chile, con la característica modestia que -en un clima de tantos echones que se ufanan de cualquier hazaña circunstancial de hace diez, veinte, treinta y hasta cincuenta años..., no deja de disparar nuestra envidia-, nos está enseñando que el camino de la transformación de nuestros países requiere mucha más inteligencia, esfuerzo, paciencia y tacto, y por tanto menos caprichos, violencia, voluntarismo e imposiciones que lo que estamos acostumbrados a aceptar?
  8. ¿Qué será lo que tiene o ha a- pren- dido Chile, y que, otra vez por ejem- plo, no tenemos ni hemos adquirido los venezolanos, que ni con un Caracazo o un deslavazo de Vargas, tragedias políticas o naturales del calibre de los cataclismos chilenos, hemos aprendido a unirnos y actuar en función de visiones compartidas, aun a pesar de nuestras inevitables diferencias ideológicas y políticas? ¿Cuándo será que iniciaremos el rescate de los millones de compatriotas hundidos, cual mineros, en la miseria y la ignorancia? ¿Cuándo será que dejaremos de echarle a otros la culpa de nuestras incapacidades?

martes, 12 de octubre de 2010

Chile: dos catástrofes y dos milagros

El 17 de enero de 2010 ocurrió en Chile, al menos para la izquierda chilena y latinoamericana, una catástrofe política: Sebastián Piñera, multimillonario de talla mundial y candidato de la derechista Coalición por el Cambio/Alianza por Chile, derrotó sorpresivamente en la segunda vuelta de las elecciones, por apenas poco más de 200.000 votos, a Eduardo Frei Ruiz-Tagle, candidato de la coalición de izquierda y centro-izquierda Concertación por la Democracia. Aquella coalición, que incluye a la extrema derecha pinochetista, vinculada a la jerarquía eclesiástica católica e integrada en la temible Unión Demócrata Independiente, UDI, logró aprovechar la división de una izquierda que se presentó dividida en tres bloques a la primera vuelta y cuyo segundo candidato principal, Marco Enríquez-Omimami, hijo de Miguel Enríquez, el líder de de extrema izquierda del MIR, en la época de Allende, asesinado durante el golpe de Pinochet, sólo decidió apoyar al candidato de la izquierda faltando cuatro días para la segunda vuelta.

Al final del gobierno de la socialista Michelle Bachelet, que concluyó su mandato con un 84% de popularidad, la suma de los votos obtenidos en la primera vuelta por Eduardo Frei Ruiz-Tagle, ingeniero y político, quien ya había gobernado a Chile en el período 1994-1999, e hijo del Eduardo Frei fundador de la Democracia Cristiana y que también gobernó a Chile en los años sesenta; por el joven Marco Enríquez-Omimami, disidente del Partido Socialista, quien desde el inicio se negó a aceptar la candidatura de Frei y prefirió hacer tolda aparte; y por Jorge Arrate, también ex-socialista, apoyado por la coalición Juntos Podemos Más, que incluía al Partido Comunista de Chile, superó por casi 300.000 votos a la votación de Piñera en la segunda vuelta. Esto significa que una significativa fracción del electorado de izquierda, seguramente seguidora del radical Marco, prefirió dejar ganar a la derecha y posibilitar el retorno al poder de las fuerzas pinochetistas antes que votar por la centro-izquierda representada por Frei.

En otra dimensión, telúrica esta vez, sólo poco más de un mes después de dichas elecciones, el 27 de febrero de 2010, tuvo lugar en el sur de Chile el para entonces quinto mayor sismo registrado en la historia del planeta, con 8,8 grados de Magnitud y una duración de casi cuatro minutos en la ciudad de Concepción, que fue acompañado 35 minutos después por un violento tsunami que sepultó numerosas poblaciones costeras e insulares chilenas. Entre ambos dejaron una secuela de más de quinientas víctimas fatales, alrededor de dos millones de damnificados y cerca de quinientas mil viviendas seriamente dañadas.

Después de semejante inicio de la segunda década del siglo XXI, los pronósticos de muchos acerca del futuro próximo de Chile -incluidos los de este servidor que alguna vez caracterizó a Piñera, quien vendría a ser en relación a Pinochet como una especie de Aznar respecto a Franco, entre los líderes de las corrientes más derechistas de la actual América Latina- resultaron en las vecindades de lo sombrío.

Impedido de saber encontrar responsables de la tragedias humanas más allá de nuestros límites atmosféricos, ya me disponía a armar un nuevo rosario de correlaciones entre las calamidades latinoamericanas, por un lado, y la fiereza de nuestras derechas e inmadurez de nuestras izquierdas, por otro, cuando ocurrió la que supuse una nueva pinta en la atigrada piel de las desgracias chilenas: el derrumbe, ocurrido el 5 de agosto de 2010, que habría dejado sepultados a 33 mineros chilenos en una mina de cobre y oro, en San José de Copiapó, al norte del país.

Tras las declaraciones iniciales de algún ministro de Piñera, quien recuerdo dijo algo así como que nadie debía hacerse ilusiones en torno a las posibilidades de algún rescate, y después del rápido pronunciamiento de los dueños de la mina en relación a dar por terminada la relación de trabajo con los mineros, y por tanto de cualquier pago de salarios caídos a sus familiares -casi como invocando indemnizaciones oficiales por el "lucro cesante"-, confieso que me disponía a presenciar un nuevo festival de miseria humana en América Latina protagonizado por el nuevo Presidente chileno y la oligarquía retrógada de esa nación. Una especie de reedición de la pesadilla del estilo pinochetesco de gobierno: frío, cruel, mentiroso, deshumanizado y siempre como rozando el borde de lo macabro.

Pero la vida tuvo otras ocurrencias. La primera fue saber de un presidente Piñera que todavía dos semanas después del derrumbe seguía empeñado en proseguir las labores de rescate. Después enterarme de acciones espontáneas de empresarios chilenos en condena a la ruindad de sus colegas dueños de la mina y en pro de la indemnización de los familiares de los mineros. Luego vino el descubrimiento de una sincera euforia del mismo Presidente al revelar la nota "Estamos bien en el refugio, los 33", enviada en letras rojas mediante una sonda desde casi 700 m de profundidad. Más tarde la constatación de la disposición gubernamental a rescatar los mineros a toda costa y costo y a través de un esfuerzo rigurosamente planificado y acelerado, pero a la vez realista y no sembrador de ilusiones de algún rescate inmediato. Y, por último, cuando ya había comenzado a modificarse nuestra imagen inicial de Piñera, y comenzábamos a entender el porqué del apoyo que recibiera de Fernando Flores, destacado y respetado pensador, consultor y político chileno, ex-ministro de economía de Allende, llegó, antes de lo previsto, el inolvidable 13 de octubre: así nos instalamos veinticuatro horas en el televisor, junto a quizás algunos miles de millones de otros terrícolas, para no perdernos nada de la emoción de la operación de rescate de los 33 mineros, sanos y salvos después de casi 70 días en el mero averno, y, constatamos, lo que nos pareció igualmente extraordinario, el estilo de presencia, también durante las veinticuatro horas, de un genuino y humano Jefe de Estado, quien también se trasnochó y se interesó antes que nada por salvaguardar la vida de un conjunto de humildes ciudadanos afectados por una desgracia superlativa, todo ello sin propagandismos baratos y despojado de pases de facturas políticas.

Cuando, ya al filo de la medianoche que daba al 14 de octubre, atestiguamos el rescate del último minero, el líder Luis Urzúa, y luego del último rescatista, tuvimos la sensación de haber presenciado lo más parecido a un milagro que quizás en nuestra vida nos toque presenciar, y sentimos que ése seguramente será uno de los momentos de mayor orgullo de pertenecer al género humano que experimentaremos en nuestra existencia. A partir de allí se han vuelto distintas nuestras percepciones de la importancia de la vida humana, de las limitaciones de los prejuicios humanos -incluidos, por supuesto, los propios-, de las potencialidades de los esfuerzos humanos no contaminados por el afán de lucro, poder y fama, de cómo la adversidad puede contribuir al fortalecimiento de nuestra identidad, y, también, de nuestra visión de América Latina, de Chile y hasta del propio Piñera, quien, sin ganar nuestra devoción sí supo hacerse merecedor de nuestro respeto.

Y, si aquello fuese poco, tenemos la fuerte intuición de que también, al menos, para los chilenos tuvo lugar otro milagro, por obra y gracia del proceso de rescate de los mineros: el de dejar alguna vez a un lado el sectarismo y los odios fratricidas para asumir, sin homogeneidades ideológicas idílicas, y aunque fuese por algunas horas, una identidad nacional y social común, más allá de la lucha de clases, de las refriegas partidistas y de los intereses viscerales. Tenemos la corazonada de que este proceso de rescate de los mineros se hará sentir en Chile mucho más allá de las alegrías circunstanciales, y que mucho incidirá en favor de la construcción de un verdadero y compartido, más allá de ideologías y fraccionamientos, proyecto nacional. Uno que probablemente posibilite la continuidad de tantas políticas acertadas que ha avanzado Chile, blindándolas incluso a prueba de pinochetismos ultrareaccionarios y preparando el terreno para un probable retorno al poder de la izquierda, de repente bajo las riendas de nuestra admirada colega generacional Michelle, que apenas está rondando los sesenta.

¡Sorpresas -y no siempre malas- te da la vida!

viernes, 8 de octubre de 2010

¿Qué puede hacerse en un parlamento así?

Quizás sería mejor no hacernos ilusiones con las potencialidades de un parlamento que nace con un ala de extrema izquierda ortodoxa, la otra de centro-derecha liberal, y ambas recortadas, emplomadas y/o venidas a menos. Un parlamento cuyas sesiones filmadas probablemente sean candidatas a material de apoyo para explicarle algún día a los jóvenes venezolanos cuán bajo llegó a caer el país en una época de polarización y sectarismo partidista extremos. O tal vez para algún proyecto teatral que permita que el país atestigüe la confrontación entre dos ideologías contrapuestas con orígenes afincados en los siglos XVIII y XIX: el liberalismo racionalista o ilustrado, en su variante rendida ante las fuerzas del mercado mundial y las salvadoras inversiones estadounidenses, es decir, el modelo puertorriqueño, versus el socialismo utópico o voluntarista, en su variante antiimperialista, estatista y autoritaria, ergo, el modelo cubano, que se disputan estérilmente la inspiración de los procesos de edificación de una supuestamente mejor Venezuela.

No obstante, es difícil ignorar que en ese mismo parlamento hay una cristalización de importantes anhelos del pueblo venezolano, urgido de dotarse de una tribuna democrática que lo ayude a comprender mejor sus problemas, dirimir pacíficamente sus diferencias y avanzar hacia la construcción de un mejor futuro para todos. Si, aun con todas las limitaciones existentes, algunas corrientes o individualidades pudiesen hallar caminos si no para aprobar al menos para avanzar hacia la elaboración de leyes realmente útiles, idóneas y ajustadas a nuestras realidades; para encauzar, ya que es tan difícil resolverlos, la búsqueda de soluciones a los grandes problemas nacionales; o si, como mínimo, el parlamento pudiese servir como instancia de debates esclarecedores y no bizantinos, o como crisol de interpretación de las aspiraciones de sectores sociales significativos, entonces, aun con toda la adversidad reinante, este mal tiempo podría ser aprovechado. Sin menospreciar los avances logrados en materia del despertar de amplios sectores que hasta hace poco veían la política como algo extraño y ajeno, el maniqueísmo infértil en que se ha sumido el país es tal que resulta sencillo emprender cualquier proceso de desarrollo de capacidades políticas genuinas, por lo cual allí, incluso en ese mismo parlamento, hay oportunidades preciosas para el aprendizaje.

El cascabel del gato consiste en entender que toda la historia de ya más de dos décadas de enfrentamientos extremos, desde que con el Caracazo se desplomó el postizo orden establecido que quiso hacer de Venezuela un paradigma democrático mundial, con la consiguiente y estresante polarización política, no es sino expresión de la crisis de una estructura social extremadamente asimétrica y obsoleta que no ha sido construida con base en el trabajo y el talento creativo de los venezolanos sino en el usufructo y la dilapidación de las riquezas de nuestros suelos y subsuelos. En convencernos de que en Venezuela no será posible encontrar ideología salvacionista alguna que permita reemplazar el esfuerzo de reconstruir pacientemente un país que, salvo las honrosísimas excepciones de las generaciones libertadora y del veintiocho, nunca ha tenido un proyecto nacional ni se ha decidido seriamente a superar sus ingentes necesidades. En aceptar que, en definitiva, todos somos responsables de que tengamos una mamarrachada de instituciones culturales, políticas, económicas, educativas o mediáticas que no hacen sino reproducir las aberraciones, injusticias y desigualdades que las subyacen, y en donde el conocimiento y los valores éticos suelen brillar por su ausencia. Lograr este grado de comprensión de la naturaleza de nuestros males sería, sin duda, un decisivo paso en el camino de su erradicación.

Pero pretender, como de seguro querrá seguir haciéndolo el Partido Socialista Unido de Venezuela, PSUV, con su mayoría de diputados, que la culpa de nuestras calamidades la tiene la oposición fascista con su golpe criminal de 2002, o, como tenderá a empeñarse la Mesa de la Unidad Democrática, MUD, con su nada despreciable minoría de un 40% de curules, que en Venezuela se vivía mejor con Acción Democrática y COPEI, hasta que el diabólico Chávez irrumpió en nuestro paraíso, es una vía segura bien hacia hundirnos en un remolino de disputas vacías o bien a desangrarnos tarde o temprano en una confrontación social violenta. Lo que necesitamos es simplemente un debate sincero sobre nuestros problemas y sus causas, una mirada desprejuiciada a nuestras necesidades y a las posibilidades de satisfacerlas, una confrontación de ideas y propuestas que centre la atención en nuestras enfermedades y cómo curarlas, y no en los sospechosos o culpables de haberlas originado y cómo destruirlos. Una confrontación en donde las inevitables ideologías añadan luz a la comprensión profunda de nuestros problemas en lugar de oscurecer y hasta opacar su consideración. Un parlamento cuyos voceros en lugar de rendir cuentas ante los grandes electores de poderes ejecutivos, partidistas o mediáticos, nacionales e internacionales, se sientan responsables ante sus electorados de base y ante el país en su conjunto. En fin, como cada vez más se repite, lo que hace falta es desatar un proceso de inclusión de los tradicionalmente excluidos que no pretenda basarse en la exclusión de los tradicionalmente incluidos, y mucho menos que pretenda convertir a una mitad de los venezolanos en culpable de los padecimientos de la otra mitad.

Parece idílico y hasta imposible, pero todo es cuestión de apostar a que los venezolanos sí seremos capacaces de salir del berenjenal en que estamos metidos, o a que todos los pasos que demos en la dirección equivocada serán malos pasos, mientras que cualquier momento es bueno para dar un primer paso en la dirección acertada. Estamos convencidos de que cualquier debate verdaderamente centrado en nuestras necesidades alimentarias, de vivienda, de salud, de transporte, de seguridad o de educación, y no en ideologías o dogmas revelados e imposibles de refutar, rápidamente arrojaría resultados útiles para avanzar y sentaría las bases para la elaboración de leyes vivas en lugar de elucubraciones muertas.

El reto de la fracción mayoritaria será la superación del espíritu cortesano y segundón ante el ejecutivo que ya se puso en evidencia en el período 2005-2010, y que ha acarreado, como graves consecuencias, la falta de autonomía del poder legislativo, la pérdida de contrapesos y elementos de control ante los extravíos gubernamentales, y la ausencia de voces políticas autónomas para el supuesto soberano. Bajo la ilusión de quien cree estar superando la democracia representativa, se incurre en la práctica en esquemas de una democracia prerrepresentativa, o sea, más bien delegativa.

El desafío de las dos grandes fracciones de la MUD, la demócrata-liberal y la demócrata-cristiana, será dejar atrás el negativismo y el revanchismo y terminar de ajustar cuentas con la ideología del "sacar a Chávez como sea", o, lo que es lo mismo, terminar de disipar las dudas sobre si lo que quieren es restaurar el orden social agotado y corrupto contra el que irrumpieron tantos venezolanos en 1998. La Mesa, con más de sesenta cuadros calificados, remunerados y a completa dedicación en el parlamento está obligada a demostrar su vocación constructiva en favor de la elaboración de un proyecto nacional o al menos un programa mínimo para la transformación de la nación, y no tiene derecho a presentarse el año próximo con un programa de retazos que parezca una lista de tintorería.

Y la minoría dentro de la minoría, la corriente socialdemócrata socialista y/o socialista democrática, integrada, si se incluyen, además de los de Podemos, La Causa R y el MAS -en la MUD-, los dos del Partido Patria Para Todos, por cerca de diez diputados, tiene todavía menos excusas para no hacer valer su vocación constructiva y de compromiso con la resolución de problemas nacionales. Esta izquierda fuera del poder puede y debe valorar la oportunidad que tiene de hacer propuestas para el debate y para la elaboración programática mínima, y, ya que es poco probable que pueda designar al candidato capaz de rivalizar con el actual Presidente en las elecciones de 2012, al menos debería empeñarse en incidir con sus ideas en la elaboración desde abajo de una plataforma de verdaderos compromisos de cambio de un próximo gobierno alternativo.

El momento político que apreciamos, en síntesis, más que propicio para una campaña electoral prematura o para la discusión extemporánea de candidatos, que en definitiva se traducirían en la perpetuación de la actual polarización, y, en el caso de la oposición, en la escogencia del beneficiario de un cheque programático en blanco para enfrentar a Chávez, con pronósticos más que reservados para más allá de 2012. Es el de una oportunidad para la discusión y el análisis de los grandes problemas nacionales, donde el parlamento bien podría ser un foro privilegiado, a partir de los cuales se extraerían lineamientos para un programa mínimo de cambios bien concebidos para el venidero sexenio gubernamental.

De no obrarse así, en los hechos se estaría condenando a los venezolanos a optar entre el continuismo de un "socialismo" hace mucho rato extraviado y una restauración del puntofijismo más o menos disfrazada de alternativa ante el marasmo actual, o sea, una escogencia del mejor palo para ahorcarnos. ¿Podrá hacerse algo distinto con nuestro nuevo parlamento?

martes, 5 de octubre de 2010

El nuevo parlamento y las tendencias políticas venezolanas


La desventaja de las representa- ciones gráficas usuales de las estructuras parlamenta- rias es que solo logran representar una variable cuantitativa, la cantidad de votos o de diputados obtenida por cada partido, sin lograr representar adecuadamente la ideología o tendencia política subyacente a cada fuerza, que a lo sumo queda como una variable nominal o cualitativa. Tal limitación es la que intentamos superar con nuestro diagrama, que imita un círculo trigonométrico o un velocímetro invertido de vehículo (0º ó Km/h a la derecha y 180º ó 180 Km/h a la izquierda), para dar cabida a las dos variables cuantitativas esenciales, magnitud y orientación, de las fuerzas políticas. La magnitud es representada por el tamaño o longitud de los vectores o flechas que representan a cada fuerza política, la orientación por el radio de giro o ángulo, medido de derecha (0º ó 0 Km/h) a izquierda (180º ó 180 Km/h).

De acuerdo a este diagrama, y agrupando ciertas tendencias para evitar demasiados detalles, en nuestro parlamento se desenvuelven, de mayor a menor fuerza relativa, cuatro tendencias políticas fundamentales: una socialista ortodoxa, digamos de inspiración comunista; una socialdemócrata liberal, o quizás, mejor, demócrata-liberal; una demócratacristiana, o demócrata centrista; y una socialdemócrata socialista, con una subtendencia a la que podríamos llamar, según cierta práctica internacional, pero tal vez a riesgo de crear confusiones, socialista democrática. Seguidamente las exploraremos, con algunas de sus principales variantes internas.

La primera, más organizada y relativamente coherente de dichas fuerzas, la socialista ortodoxa, con un 48% de los votos lista parlamentarios y un 59% de los diputados (98 de 165), está representada por el Partido Socialista Unido de Venezuela, PSUV, con 97 diputados (incluyendo a los dos diputados indígenas postulados por CONIVE), y el Partido Comunista de Venezuela, PCV, con un diputado. Internacionalmente, esta tendencia suele ser llamada la tendencia comunista o marxista-leninista, en atención a que la mayoría de sus partidos integrantes se denominan comunistas y provienen, directamente o por su inspiración ideológica, de la escuela de la Tercera Internacional o Internacional Comunista, fundada por Lenin e instrumentada prácticamente por Stalin. En nuestra metáfora del diagrama, esta tendencia pretende viajar a una velocidad promedio de unos 135 Km/h por las vías defectuosamente pavimentadas del mundo subdesarrollado, con lo cual tiende a estrellarse contra todo tipo de obstáculos y caer en todos los baches imaginables. De una u otra manera, hace de la lucha de clases, de la dictadura del proletariado, y del partido único, regido éste por el centralismo democrático, la guía práctica de sus iniciativas.

Para esta corriente ideológica y política, la democracia a secas es una entelequia y sólo reconoce las democracias apellidadas, es decir, la democracia burguesa o la democracia proletaria, o, a lo sumo, la democracia popular, a las cuales considera como sinónimo de las dictaduras homónimas (la democracia burguesa es en definitiva una dictadura de la burguesía, etc.). Como quiera que se considera dueña de la verdad sobre el sentido de la historia, en donde tarde o temprano el proletariado derrotará y engullirá a la burguesía para engendrar dialécticamente la sociedad sin clases, esta tendencia trata de avanzar tan rápido como pueda hacia la abolición de la propiedad privada y la estatización de los medios de producción, inclusive haciendo caso omiso del precepto marxiano de que no es posible estatizar o socializar los medios de producción precapitalistas o escasamente capitalistas, o saltarse la revolución burguesa. Epistemológicamente anclada en las racionalidades analíticas o de causa/efecto características del siglo XIX, este enfoque se comporta alérgicamente ante todo lo que huela a enfoque de sistemas, e insiste una y otra vez en guiarse por las antinomias burguesía/proletariado, empresarios/trabajadores, ricos/pobres, mercado/Estado, revolución/reforma, etc., y termina siendo proclive a desconocer cualquier legalidad que restrinja la autoridad de su habitual máximo líder, a subestimar el debate y la elaboración teórica (pues para qué perder tiempo en discutir si en definitiva ya Él sabe para donde van la Historia y la Lucha de Clases...). Con todo ello apunta, en síntesis, a funcionar con el criterio de que, al final de cuentas, el fin justifica los medios.

Mientras que en buen número de países, más que nada del llamado Tercer Mundo, esta corriente tuvo su cuna en las filas de la Tercera Internacional, Internacional Comunista o Kominterm, con su posterior variante, el Kominform, para luego hacer una larga pasantía en la Guerra Fría, y sufrir la posterior dispersión a raíz de la caída del Muro de Berlín, en Venezuela, el PSUV, lejos de ser una corriente ideológicamente homogénea, es el resultado de la aglomeración aluvional en torno al liderazgo de Hugo Chávez, en el contexto del estrepitoso derrumbe del pacto puntofijista de AD y COPEI ocurrido después del llamado Caracazo, en 1989. Esta corriente heterogénea, que antes de constituirse como tal impulsó importantes avances sociales, plasmados, sobre todo, en la Constitución Bolivariana, desde el holgado triunfo electoral del Presidente, en 2006, se constituyó en partido e inició su acelerada radicalización hacia la extrema izquierda ortodoxa. Ella comprende, cuando menos, la corriente militar nacionalista que interpretó el hondo resentimiento popular emanado de la masacre del Caracazo, y apoyó las intentonas de 1992; buena parte de la izquierda ortodoxa marxista-leninista de los años sesenta, quizás con un rol destacado del antiguo Partido de la Revolución venezolana, o PRV, y también de la Liga Socialista/Organización de Revolucionarios, OR, del Partido Comunista de Venezuela, PCV, y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR; numerosos desertores de Acción Democrática y de COPEI, algunos legítimamente decepcionados y otros que rápidamente descubrieron los nuevos juegos del poder; y corrientes juveniles y marginalizadas sin experiencia política previa, que se han identificado con la causa de la distribución de ingresos a los pobres y/o su lucha contra la oligarquía.

Sin importarle un pito que la Unión Soviética y su modelo de socialismo hayan salido derrotados en la Guerra Fría, o que los partidos comunistas chino, vietnamita, ruso, bieloruso o cubano estén actualmente embarcados en debates y ejecutorias prácticas acerca de cómo estimular la iniciativa y la propiedad privada, y como dar marcha atrás en los procesos de estatización y autocratismo, nuestro PSUV, en nombre del socialismo del siglo XXI, pareciera empeñado, con las ilusiones que permite el rentismo petrolero, en reeditar los errores y olvidar los aciertos de los socialismos del siglo XIX y del XX. Sin desconocer el impacto determinante que los abusos de la oposición han ejercido en pro de la polarización política reinante, nos resulta claro que esta tardía y ambigua obsesión comunistoide por apurar la marcha de una película histórica cuyo final se supone conocido ha sido también un elemento decisivo de la crispación y estrés político que innecesariamente padecemos.

La tendencia socialdemócrata liberal, o, preferiblemente, demócrata liberal, agrupa a Acción Democrática, AD, con cerca de un 8% de los votos lista a las parlamentarias y poco más de un 8% de los diputados (14 de 165, pero que ascienden a 15, es decir a un 9%, cuando se le suma un diputado de Alianza Bravo Pueblo, partido muy afín); a Un Nuevo Tiempo, UNT, en buena medida surgido en 2000 de desprendimientos de AD y del Movimiento al Socialismo, con un 9% de los votos y cerca de un 10% de los diputados (17 de 165, pero que llegan a 21, o sea, a casi un 13%, cuando se le suman los dos diputados de Voluntad Popular, partido afín, y dos independientes simpatizantes), y a los mencionados entre paréntesis Alianza Bravo Pueblo y Voluntad Popular. En su conjunto, esta corriente es la más fuerte dentro de la Mesa de la Unidad Democrática, con 17% de los votos lista parlamentarios y cerca de un 22% de los diputados (36 de 165).

Sus raíces ideológicas históricas pueden hallarse en la socialdemocracia europea de izquierda de fines del siglo XIX, y por tanto en el marxismo de la Segunda Internacional, y/o en la tendencia nacionalista latinoamericana ideologizada por el peruano Raúl Haya de la Torre o por el mexicano Lázaro Cárdenas, con su aventajado discípulo venezolano Rómulo Betancourt. No obstante, esta corriente, que también aquí, como en Perú (APRA) o México (PRI), comenzó, en los años treinta y cuarenta del siglo pasado, con una postura crítica y defensora de los intereses y recursos nacionales, ha venido desplazándose progresivamente hacia el liberalismo, sobre todo a punta de pactos y acuerdos, a partir de los años cincuenta y, sobre todo, en los ochenta, con los grupos de poder estadounidenses. Especialmente durante la época del conservatismo reaganiano y la derrota del socialismo a la soviética, esta corriente aprovechó para romper acríticamente con cualquier vestigio de planteamiento socialista, de izquierda o marxista, a los que satanizó junto a los conservadores que se creyeron los triunfadores finales de la historia, y se lanzó a hacer del mercado, las privatizaciones, la gravitación monetaria en torno al dólar y las inversiones transnacionales la panacea para los problemas del subdesarrollo.

Desde nuestra perspectiva, el momento en el cual Acción Democrática deja de ser un partido de centro-izquierda para convertirse en uno de centro-derecha es aquel en donde, luego de la brutal represión de los saqueos populares durante el Caracazo, en 1989, no fue capaz siquiera de abrir una averiguación seria sobre los desmanes cometidos y optó por pretender, a rajatabla, implementar las recetas neoliberales dictadas por el Fondo Monetario Internacional. Este proceso, análogo al vivido por el PRI mexicano, a raíz de la elección de Salinas de Gortari en 1984, terminó por consolidarse cuando, en 1998, y ante el temor por el posible triunfo de Chávez, AD decidió dejar sólo a su propio candidato y apoyar, en el último minuto, la candidatura de Salas Romer. Desde entonces, que sepamos, en AD no ha tenido lugar ni un solo debate acerca de cómo recuperar la brújula de izquierda extraviada.

Aunque Acción Democrática se mantiene como partido afiliado a la Internacional Socialista, especie de reedición, constituida en 1951, de la Segunda Internacional o Internacional Socialdemócrata, la mayor organización mundial de partidos políticos, dotada con un poderoso brazo financiero, la Fundación Friedrich Ebert, organización de la que también es miembro el Movimiento al Socialismo, MAS, y en la que también ha solicitado inscripción Por una Democracia Social, PODEMOS, no nos parece acertado considerar a estos tres partidos dentro de una misma corriente política. Mientras que AD, como sus congéneres el PRI mexicano y el APRA (ahora Partido Aprista Peruano, PAP), ha experimentado un claro viraje, tanto en lo ideológico como, sobre todo, en lo práctico, hacia el liberalismo o centro-derecha, por lo cual preferimos denominar a esta corriente demócrata liberal, no nos parece que ese sea el caso del MAS, La Causa R y PODEMOS, a quienes preferimos caracterizar como una corriente de centro-izquierda. En nuestro diagrama metafórico, esta corriente demócrata-liberal pretendería viajar por nuestras carreteras a una velocidad de, digamos, unos 80 Km/h, la cual resulta, a nuestro juicio, insuficiente, por las demasiadas concesiones que hace al capital especulativo transnacional y dadas las angustias de nuestras masas empobrecidas por avanzar y satisfacer cuanto antes su cúmulo de necesidades insatisfechas.

La corriente democratacristiana cobijaría a Primero Justicia, PJ, con un 9% de los votos parlamentarios, pero menos de un 4% de los diputados (sólo 6 de 165, debido a que esta corriente contribuyó a elegir a varios representantes de UNT, COPEI, Podemos, Alianza Bravo Pueblo y a una independiente); a COPEI, con un 5% de los votos y poco más de un 4% de los diputados (7 de 165, pero 8, o sea casi un 5%, si se le suma una diputada independiente que les simpatiza); al Proyecto Venezuela, con un 3% de los votos y poco menos de un 2% de los diputados (3 de 165); y a Convergencia, con menos de un 1% de los votos y de los diputados (1 de 165). De una u otra manera, Primero Justicia, el Proyecto Venezuela y Convergencia han surgido como desprendimientos de COPEI y sus crisis de liderazgo, y estos cuatro partidos conforman la segunda fuerza política dentro de la MUD, con un 17% de la votación parlamentaria pero sólo un 11% de sus diputados (18 de 165).

Aunque de orígenes fuertemente conservadores, que incluyen no pocas simpatías juveniles de los patriarcas de esta corriente, como Konrad Adenauer, en Alemania, su discípulo venezolano, el Dr. Rafael Caldera, o José María Aznar, en España, con el nacionalsocialismo alemán, el fascismo italiano y el franquismo español, en la práctica esta corriente se ha venido desplazando gradualmente hacia la izquierda, hasta convertirse, en general, en Europa y en Venezuela, en una especie de ala derecha del liberalismo, o sea, en una fuerza de centro-derecha, e inclusive, en algunos casos, como el chileno o el brasileño, bajo la influencia de la llamada Teología de la Liberación, en una corriente de tipo socialdemócrata avanzado o socialista democrática. Los partidos de esta corriente, surgida a fines del siglo XIX, a raíz de la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII, que se planteó rivalizar con la socialdemocracia de la Segunda Internacional en la defensa de los derechos de los trabajadores, pero en contra del socialismo, se agrupan actualmente en la Internacional Demócrata Cristiana o Demócrata Centrista, y suelen recibir generosas donaciones de la Fundación Konrad Adenauer alemana.

Esta Internacional, sin embargo, es extremadamente heterogénea políticamente, pues incluye desde partidos resueltamente derechistas, como la Unión Demócrata Cristiana, UDC, alemana, o el Partido Popular, PP, español, hasta partidos significativamente liberales, como COPEI, y ahora Primero Justicia, en Venezuela, y partidos claramente liberales, como el Partido de la Acción Nacional, PAN, de México, e incluso partidos demócrata-cristianos de izquierda, como el chileno. En promedio, a esta corriente le hemos asignado un giro o "velocidad" de 60° ó 60 Km/h en nuestro diagrama metafórico, más "lenta" o de derecha que la corriente demócrata-liberal, pero también más rápida, es decir, menos de derecha que, por ejemplo, el conservadurismo en donde colocaríamos al Partido Republicano estadounidense, al que, si tuviésemos que hacerlo, le asignaríamos un giro o "velocidad" de 45° ó 45 Km/h en el contexto mundial o de los Estados Unidos (y, por supuesto, a la actual tendencia del Partido del Té, le asignaríamos algo así como 30° ó 30 Km/h, o sea, en los linderos con el fascismo o ultra-derecha).

La corriente socialdemócrata socialista, o demócrata socialista, integrada por Podemos, con cerca de un 2 % de votos y poco más de un 2% de diputados en la Asamblea Nacional (4 de 165); la Causa R, con menos de un 1% de votos y cerca de 2% de diputados (3 de 165); y el MAS, con menos de un 0,5% de votos y un solo diputado en la Asamblea, constituye la cuarta fuerza en el nuevo parlamento venezolano, con cerca de un 4% de los votos lista o por partidos y casi un 5% de los diputados. Desafortunadamente, a fuerza de ausencia de debates conceptuales, y de pactos y compromisos por lo general circunstanciales u oportunistas, esta corriente, que en principio se adscribe a una vía paciente y despojada de pruritos mesiánicos y autoritarios en la ruta hacia un socialismo, se ha inclinado históricamente hacia el centro, hasta tornarse en una centro-izquierda mucho más cercana al centro que a la izquierda.

Las tres fuerzas políticas anteriormente mencionadas en buena medida descienden del tronco común del Partido Comunista de Venezuela: el MAS, fundado en 1971, vino de allí; la Causa R actual es en buena medida el ala conservadora del residuo que quedó de la misma división, o sea, el de quienes se salieron en 1971 del PCV pero no se incorporaron al MAS, y luego en 1998 se inclinaron por apoyar a Irene Sáez, lamentablemente respaldada por COPEI; y Podemos es el producto de una división del MAS, propiciada originalmente por el propio Chávez, en 2003, pero luego también el producto de la ruptura con éste, en 2007, en virtud de su radicalización hacia la izquierda ortodoxa a partir de diciembre de 2006.

Aunque hay quienes tienden a pensar en la inevitabilidad de una evolución de esta corriente en pos de los pasos de Acción Democrática, no es ése nuestro caso, pues más bien creemos que su avance hacia el liberalismo todavía puede y debe ser detenido, a través de un debate ideológico y teórico que comience por analizar a fondo, dentro del marco de lo pautado en laConstitución Bolivariana de 1999, la problemática de la transformación del actual modelo mercantilista, dependiente, rentista y cada día más corrupto, autocrático y obsoleto del país, en un nuevo modelo centrado en el desarrollo del capital humano, en la independencia nacional, en la producción sustentable, en el saneamiento de la democracia y, en síntesis, en una modernización que posibilite la edificación futura de algo superior a cualquier capitalismo. Es indudable que esta corriente, sobre todo si lograse superar su propensión al oportunismo (la proclamación del socialismo de palabra y su negación en los hechos) y se decidiese a afrontar una superación seria de sus limitaciones, tendría un tremendo potencial de crecimiento y liderazgo transformador, pues podría llegar a constituir una alternativa ante el falso dilema polarizante planteado entre una izquierda ortodoxa, dogmática y chapada a la antigua, a quien no se le ocurre nada más que postular el modelo cubano de socialismo como "Mar de la Felicidad", y una derecha, entre neoliberal y conservadora, de escasas fibras patrióticas, que en el fondo y como respuesta al modelo cubano, no hace sino plantear por mampuesto o vergonzantemente el modelo puertorriqueño, o de entrega al capital transnacional y estadounidense, como "Mar de la Libertad".

Y quisimos dejar para el final la consideración del caso del partido Patria Para Todos, con un 3,5% de los votos y un 1% de diputados, al que preferimos caracterizar como una subtendencia socialista democrática. Aunque, obviamente, se trata de una corriente afín a la anterior, en este caso la vemos con una mucha menor propensión a hacer del liberalismo, es decir, la exaltación del egoísmo como herramienta del cambio social, con la coartada de que una "mano invisible" terminará por cuidar de los excluidos y hacer valer la identidad amorosa innata en los seres humanos, una panacea. Apreciamos que el partido Patria Para Todos, PPT, se ha esforzado, aunque con insuficientes debates, por buscar alternativas ante la polarización reinante y minimizar sus compromisos y concesiones, tanto por la izquierda, con el PSUV, sobre todo cuando, a partir de diciembre de 2006, quisieron chantajearlo con la amenaza de una trituración que lo haría desaparecer del mapa político si no se anexaba al PSUV, como por la derecha, resistiéndose a una disolución acrítica al interior de las fuerzas agrupadas en la Mesa de Unidad Democrática, MUD.

Esta tendencia, a nuestro juicio y en Venezuela heredera de la Causa R original, que en aquellos años setenta ayudamos a construir bajo el liderazgo de Alfredo Maneiro, posee un doble origen: por un lado, fue una disidencia del partido comunista, derivada de la crisis del socialismo soviético, a su vez puesta en evidencia por la invasión a Checoeslovaquia, y, por otro, fue expresión del movimiento mundial de la juventud desatado alrededor del año 1968, cuyos principales exponentes fueron el mayo francés y, entre nosotros los latinoamericanos, el Tlatelolco mexicano; la Causa R fue el resultado del encuentro entre líderes maduros desencantados y críticos ante el socialismo soviético, y los líderes jóvenes que, a menudo sin militancias previas, veníamos de los movimientos universitarios críticos e inspirados en ideas libertarias, marcusianas y sartreanas. Esta tendencia, en nuestro diagrama, sería la abanderada de la que, siempre a nuestro juicio, es la velocidad óptima para la mayor parte de nuestras carreteras subdesarrolladas, o sea, los 100 Km/h o apenas un poquito más, buena para avanzar rápido pero con un riesgo mucho menor de choques inoportunos.

Por todo lo anterior, saludamos con beneplácito la posibilidad de un acercamiento, necesariamente asociado a un debate franco y abierto, y ojalá que fraternal y despojado de odios mellizales, entre el PPT, por un lado, y Podemos, la Causa R y el MAS, por el otro, que debería ir acompañado de una apertura hacia el promisorio espacio de los vilipendiados ninís o venezolanos críticos e independientes que no se calan la absurda polarización actual. Y esto no tendría por qué hacerle el juego, como suelen asegurar ciertos pragmáticos de izquierda, al "oficialismo", sea en los debates parlamentarios o sea a propósito de las elecciones de 2012. Nos luce todo lo contrario, pues creemos que, al menos aquí tiene validez la afirmación del Lenin aquel (pues no todo lo dicho por él tiene por qué ser errado...) de que precisamente para unificarse y aliarse es necesario aclarar el rumbo propio y deslindar campos de manera firme y resuelta. A la búsqueda de una identidad de esta corriente, a la izquierda del centro, del liberalismo y del conservadurismo, pero a la derecha del socialismo impuesto por arriba, voluntarista, mesiánico y dictatorialoide, lejos de verla como un obstáculo para salir del berenjenal en que estamos sumidos, la vemos como un requisito sine qua non.

Nota: en las próximas horas se añadirá el diagrama al que se hace mención al inicio de esta entrada, que estará basado en diagramas del tipo utilizado en artículos como el "Izquierda y derecha en el espectro político general contemporáneo".

viernes, 1 de octubre de 2010

Desventuras de un bloguero y el sistema político venezolano puesto al desnudo por las elecciones parlamentarias

Desventuras de un bloguero

Hace cosa de poco menos de dos años, ciertos seres queridos, liderados por mi hijo y sabedores de mis hábitos y manías con las letras, me convencieron de que iniciara este blog. Los argumentos fueron de calibres surtidos: que hasta cuándo iba a seguir escribiendo para que nadie me leyera, que con las nuevas tecnologías cibernéticas el mundo estaba al alcance de mi mano sin costo alguno, que un blog me iba a permitir interactuar en tiempo real con los lectores, que estos -según el sabio Saramago...- me ayudarían a orientar mis futuros escritos, que tanto el país como América Latina estaban ávidos de nuevas voces e ideas, que esta experiencia me permitiría avanzar con paso firme hacia la ansiada publicación de mis libros, y otras lucideces por el estilo. Lo último que hizo el abanderado aquel, para abatir mis reservas postreras, fue crear un blog para mí y demostrarme cuán sencillo era, y ya prácticamente tuve que optar entre sentirme como un lagarto literario antediluviano o arrancar el susodicho.

Decidí que, para hacer las cosas en serio, como digo que suelen gustarme, publicaría en cualquier caso dos artículos semanales durante un año, y me tomaría otro año para tomar, conjuntamente con mis lectores, decisiones definitivas acerca del futuro de este proyecto. Cumplido el año, y en los alrededores del artículo número cien, organizamos una consulta, formal con los lectores e informal con los amigos, acerca de la orientación de Transformanueca, y, pese a cierto amargor dejado por las limitadas respuestas a una encuesta exhaustiva, concluimos que lo que pasaba era que en un ambiente a menudo obsesionado con la política y con cierta imagen pública del propio bloguero, los lectores esperaban una mayor atención a esta importante -pero nunca única- dimensión de nuestra realidad. Y opté por interrumpir la serie de artículos sobre las necesidades de América Latina, para dar cabida a una serie sobre la política en general y la política de algunos países latinoamericanos, empezando por la colombiana, en particular.

Para mi sorpresa, no sólo brillaron por su ausencia los comentarios de apoyo a la nueva y más política orientación, sino que unos cuantos lectores redoblaron sus protestas ante la supuesta evidencia de mis intenciones evasivas para con la política venezolana, al punto de casi acusarme de aquello que alguna vez los viejos militantes comunistas gustaban de llamar diletantismo (aplicando al campo político el vocablo originalmente concebido para el mundo artístico), es decir, de falta de seriedad, militancia o consistencia en el abordaje de los asuntos políticos. El único artículo que claramente se salvó del asedio a silenciazos limpios fue uno sobre la entonces recien estrenada película Al sur de la frontera, de Oliver Stone, sobre nuevas tendencias en América Latina, que desató una polémica acerca del supuesto chavismo, tanto del laureado cineasta como del desconocido bloguero.

Haciendo virtud de la necesidad, y quizás en un arrebato de humildad (supongo) y lealtad a mis lectores, decidí publicar dieciocho artículos extensos sobre la realidad social, la economía, la cultura y la política venezolanas, seguidos de siete más sobre las realidades, aún más concretas y específicas del estado Lara, ante los cuales, para mi sorpresa al cuadrado, los críticos de mi sospechoso escapismo y cuasidiletantismo no dijeron ni esta tecla es mía. Al borde ya del desconcierto, decidí iniciar una nueva subserie de evaluación de los resultados de las elecciones parlamentarias del pasado septiembre, empezando por un artículo descriptivo, el anterior a éste, de los resultados de estos comicios, al que supuse -ese sí- blindado ante eventuales ataques de silencio, con cuyos comentarios afinaría los restantes. El resultado, para mi colmo y dolor, fue que hasta el sol de hoy [esta entrada, con fecha atrasada, fue escrita a comienzos de abril de 2011], resultó nula la retroalimentación esperada...

Y fue entonces cuando, por supuesto sin alterar mi instinto de escribir, aunque por otros canales, me vi sumido en una de Hamlet acerca de si ser o no ser un bloguero, con toda la brillante argumentación de marras en el platillo a favor, pero con una sensación de incomunicación, fracaso y hasta ridículo en el contrario: ¿qué sentido tiene, por ejemplo, escribir para lectores a quienes sólo les interesa alimentar su odio o apego visceral ante el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, que en definitiva sólo quieren saber lo que ya saben, y que por política entienden la comidilla cotidiana de la que quizás sea la prensa más polarizada y vacua de todo el continente? ¿Para quiénes estoy escribiendo? ¿Qué tengo en común con mis lectores aparentes? ¿No será qué estoy conectado a un público más parecido al televidente que al de verdaderos lectores, a quien jamás podré entender ni complacer? ¿Para qué sirve, en el fondo o al menos en mi caso, la fulana interactividad de los nuevos medios de comunicación? O, peor todavía, ¿no será que demasiados lectores de blogs en definitiva sólo aspiran a disponer de un pasatiempo perverso o una especie de catarsis para desahogarse en burlas e insultos a quien se les teleatraviese? ¿No será por eso que la mayoría de publicaciones electrónicas tienden a suprimir los comentarios anónimos y hasta los comentarios a secas?

Y en esas andaba, hasta animoso de seguir al pie de la letra el consejo de tantos expertos neomediáticos de no andar dando explicaciones sobre asuntos extrapúblicos, cuando comencé a experimentar una desazón de signo contrario, a saber, que retornaba a vivir, como antes, pendiente de escribir y fotografiar para un público imaginario o quizás y a lo sumo póstumo, o que me convertía en una especie de bloguero fantasma, que supongo debe ser peor que uno descomentado. Todo con la cabeza, y la sección de entradas sin publicar, atiborrándose de artículos, y la fecha de los dos años del blog viniéndose encima. Así que, de repente, contrariando una vez más a mis consejeros, me puse a escribir esto, no sé si como el alacrán aquel que picó al sapo que lo transportaba en el río...

El resultado es que estoy de regreso y comenzaré a divulgar, con o sin comentarios y por los momentos con fechas atrasadas hasta que decida otra cosa, quizás con las infaltables interrupciones temáticas, y más o menos en ese orden, los artículos restantes sobre el proceso electoral venezolano; también la parte final de la subserie sobre el estado Lara, que quedó inconclusa; algunas pequeñas series sobre las políticas brasileña, argentina, chilena y mexicana, y un breve remate sobre la colombiana; la culminación de la importante serie sobre las necesidades y libertades en América Latina; otra serie más sobre los sistemas de vida en el subcontinente, y luego, para rematar -¿celebrar?- los doscientos artículos y/o dos años del blog, una serie larga sobre el citado bicentenario. Para acelerar la salida de los artículos en abril, es probable que algunos vean su primera luz como bocetos o sin estar acabados, y quizás con fotofrafía pendiente, con miras a rematarlos luego.

Aquí van los artículos adeudados, sobre todo a mis lectores más asiduos y de buena voluntad, que también sé que los tengo, y quienes no tienen que pagar por los platos rotos de aquéllos...

El sistema político venezolano puesto al desnudo
por las elecciones parlamentarias


No es precisamente una buena noticia, pero lo cierto es que en todo el planeta la pretendida soberanía democrática de los ciudadanos tiende a estar cada vez sitiada y acosada por maquinarias, roscas, caudillos o mafias económicas, políticas o delictivas, transnacionales, nacionales, sectoriales o locales, que imponen cuanto se les antoja, con escasos escrúpulos, y obran cada vez más sin control externo alguno. Pese a que en la letra de numerosas constituciones y teorías de la democracia, los parlamentos o asambleas son los llamados a establecer las leyes que regirán el funcionamiento de las naciones, y que por tanto normarán las acciones de los restantes poderes públicos, formales o informales, lo cierto es que, por doquiera, estos entes legislativos se limitan, en los mejores casos, a legitimar o discutir políticas gestadas en gabinetes ejecutivos o en cogollos partidistas, cuando no en la cabeza de autócratas que parecieran encarnaciones absolutistas. Los parlamentos, para desgracia de los demócratas de todas partes y pese a honrosos esfuerzos como los adelantados en el de la Unión Europea, o, de vez en cuando en el estadounidense, tienden a ser escenarios, a veces burlescos, para la divulgación de las políticas de los ejecutivos y partidos a través de los medios de comunicación.

Y esto, que ya es particularmente válido en nuestra Latinoamérica, ha alcanzado cotas escandalosas en Venezuela. Poco a poco, a lo largo de décadas de fortalecimiento presidencialista, y sobre todo con la enmienda dizque constitucional de febrero de 2009, que terminó por sancionar la elegibilidad indefinida que había sido rechazada en diciembre de 2007 -y que por disposición constitucional no podía volver a someterse a referendo en el mismo período-, y la "Ley Orgánica de Procesos Electorales", publicada en la Gaceta Oficial del 12 de agosto de 2009, el sistema político venezolano se ha transformado, en los hechos, en algo muy distinto de lo establecido en la Constitución vigente.

A despecho del Artículo 6 de ésta, que postula que "El gobierno de la República Bolivariana de Venezuela y de las entidades políticas que la componen es y será siempre democrático, participativo, electivo, descentralizado, alternativo, responsable, pluralista y de mandatos revocables", y de su Artículo 63, que establece que "... La ley garantizará el principio de la personalización del sufragio y la representación proporcional", el sistema se ha inclinado gravemente hacia el soporte de un estilo autocrático, delegativo, impuesto, centralizado, continuista, irresponsable, monolítico y de mandatos muy difícilmente revocables, que en la práctica partidiza el sufragio y elimina la proporcionalidad de la representación popular. Escasa duda nos queda de que el régimen político venezolano tiende a situarse entre los más presidencialistas y ventajistas, y menos sujetos a control popular real o de otros poderes públicos, en todo el globo.

Las veintitantas funciones de la Asamblea Nacional, de acuerdo a la Constitución, que pueden ser reducidas a cuatro funciones básicas: legislar en materias de alcance nacional, ejercer controles sobre el ejecutivo, potenciar la participación ciudadana y servir de escenario de debates de interés nacional, han venido menoscabándose en los hechos y también en los derechos con la mencionada "Ley Orgánica", hasta convertir en letra muerta los dictados constitucionales, al punto de que sólo se mantiene relativamente vigente la última de tales funciones básicas. El enfoque que ha predominado acentúa todas las limitaciones de un modelo político unicameral y mayoritario, que tiende a ser el favorito de regímenes altamente centralizados o no federales. Este conjuga las desventajas de una sola cámara, la falta de representación real de las distintas regiones geográficas, con las del esquema de elección mayoritario, a saber, la falta de representación proporcional de las minorías de cualquier índole y la sobrerrepresentación de las mayorías.

Este modelo, cuyo máximo exponente mundial quizás sea el archicentralizado modelo chino, en América Latina sólo lo comparten actualmente Cuba, Ecuador y Guatemala. Los únicos otros Estados unicamerales: Costa Rica, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Panamá y Perú, enfatizan de uno u otro modo la representatividad de las minorías, por lo general a través de listas cerradas de partidos y con variantes del llamado método d'Hondt (el de cocientes sucesivos que se usa, por ejemplo, en la mayoría de las elecciones sindicales y estudiantiles).

Gracias al esquema recientemente adoptado, las fuerzas políticas en desacuerdo con el gobierno, que obtuvieron la mayoría absoluta de votos en favor de sus listas respectivas en el conjunto de las entidades federales, y que triunfaron al elegir 27 diputados (26 la Mesa de Unidad Democrática y 1 el PPT) de un total de 52 elegidos por tales listas proporcionales, resultaron sin embargo derrotadas en las elecciones nominales o no proporcionalmente representativas, en donde sólo alcanzaron a elegir a 39 de 110 diputados, frente a 71 electos por el gobierno. Al sumarle, con criterios análogos, los dos diputados dizque electos por los indígenas, frente a sólo uno electo en propuestas afectas a la MUD, el gobierno terminó alzándose con 98 diputados, apenas uno menos que lo requerido para hacer mayorías de un 60%, frente a sólo 67 diputados del conjunto de las fuerzas opositoras. O sea que el ya venido a menos poder legislativo, gracias a una singular ingeniería electoral, que agrupó o disgregó las circunscripciones electorales para la elección de diputados nominales en favor neto del gobierno, quedó, abstracción hecha de posibles fraudes asociados a la falta de testigos opositores en mesas remotas y pese a la voluntad expresada en las máquinas y urnas, todavía más menguado y con una casi aplastante mayoría oficial.

Entre los casos más graves de sobrerrepresentación de las fuerzas oficiales, como producto de la tecnología electoral aplicada bajo el manto de la citada "Ley Orgánica de Procesos Electorales", están los siguientes: en Apure, con el 60% de los votos válidos, el gobierno se quedó con el 80% de los diputados electos (4 de 5); en Barinas, con el 56% de los votos, se hizo con el 83% de los diputados (5 de 6); en Bolívar, con el 50% de los votos, se puso en el 75% de los diputados (6 de 8); en Carabobo, con sólo 43% de votos obtuvo el 60% de diputados (6 de 10); en Delta Amacuro, con 72% de votos se alzó con el 100% de diputados (4 de 4); en el Distrito Capital, con 48% de votos logró el 70% de diputados (7 de 10); en Falcón, 52% de votos le permitieron lograr el 67% de diputados (4 de 6); en Guárico, con 58% de votos se quedó con 80% de diputados (4 de 5); en Lara, con sólo 41% de los votos, se dotó del 67% de los diputados (6 de 9); en Mérida el 49% de los votos permitió alcanzar el 67% de las curules en juego (4 de 6); en Monagas el 59% de votos se convirtió en un 83% de diputados (5 de 6); en Trujillo el 63% de votos se volvió un 80% de diputados (4 de 5); en Vargas con 55% de votos se obtuvo un 75% de diputados (3 de 4); y en Yaracuy 55% de votos fueron convertidos en un 80% de diputados (4 de 5). Adicionalmente, en Aragua, con el 50% de los votos, se alzó con el 62,5% de los diputados (5 de 8); en Cojedes, con 64% de los votos alcanzó el 75% de diputados (3 de 4); y en Miranda el 41% de votos se tradujo en 50% de diputados (6 de 12).

Del hecho de que el electorado progubernamental haya quedado subrepresentado en entidades como Amazonas (42% de votos y 33% de diputados, ó 1 de 3), Anzoátegui (45% de votos y 12,5% de diputados, ó 1 de 8), Nueva Esparta (41% de votos y 25% de diputados, ó 1 de 4), Táchira (42% de votos y 29% de diputados, ó 2 de 7), y Zulia (44% de votos y 20% de diputados, ó 3 de 15) no se deduce, como quiso hacerlo creer el Presidente, que las reglas electorales fueran imparciales, sino que en ciertos casos no evitaron que saliera el tiro por la culata, con el consiguiente castigo para los votantes del PSUV, o validando el viejo aserto de que, a veces, hasta al mejor cazador se le va la liebre. Lo que cuenta, para nuestros efectos, es la resultante de todo el proceso, que otorgó al PSUV, con un 48% de los votos válidos de los electores a nivel de las entidades federales, un 60% (98) de los 165 diputados a la Asamblea Nacional.

En cualquier caso, nos luce que la polarización política, y el correspon- diente acapara- miento de la escena política por partidos e instituciones cada vez más alejados del control y el voto popular y cada día más manipulados desde arriba, está actuando como un corrosivo de nuestra frágil democracia. De no alterarse esta tendencia, las consecuencias podrían ser nefastas, pues las diferencias políticas que no puedan dirimirse por los votos tenderán a tratarse por otros mecanismos, y podríamos vernos, en 2012-2013, para nuestra vergüenza como herederos del legado bolivariano, envueltos en marasmos como el que vivimos diez años atrás.