viernes, 8 de octubre de 2010

¿Qué puede hacerse en un parlamento así?

Quizás sería mejor no hacernos ilusiones con las potencialidades de un parlamento que nace con un ala de extrema izquierda ortodoxa, la otra de centro-derecha liberal, y ambas recortadas, emplomadas y/o venidas a menos. Un parlamento cuyas sesiones filmadas probablemente sean candidatas a material de apoyo para explicarle algún día a los jóvenes venezolanos cuán bajo llegó a caer el país en una época de polarización y sectarismo partidista extremos. O tal vez para algún proyecto teatral que permita que el país atestigüe la confrontación entre dos ideologías contrapuestas con orígenes afincados en los siglos XVIII y XIX: el liberalismo racionalista o ilustrado, en su variante rendida ante las fuerzas del mercado mundial y las salvadoras inversiones estadounidenses, es decir, el modelo puertorriqueño, versus el socialismo utópico o voluntarista, en su variante antiimperialista, estatista y autoritaria, ergo, el modelo cubano, que se disputan estérilmente la inspiración de los procesos de edificación de una supuestamente mejor Venezuela.

No obstante, es difícil ignorar que en ese mismo parlamento hay una cristalización de importantes anhelos del pueblo venezolano, urgido de dotarse de una tribuna democrática que lo ayude a comprender mejor sus problemas, dirimir pacíficamente sus diferencias y avanzar hacia la construcción de un mejor futuro para todos. Si, aun con todas las limitaciones existentes, algunas corrientes o individualidades pudiesen hallar caminos si no para aprobar al menos para avanzar hacia la elaboración de leyes realmente útiles, idóneas y ajustadas a nuestras realidades; para encauzar, ya que es tan difícil resolverlos, la búsqueda de soluciones a los grandes problemas nacionales; o si, como mínimo, el parlamento pudiese servir como instancia de debates esclarecedores y no bizantinos, o como crisol de interpretación de las aspiraciones de sectores sociales significativos, entonces, aun con toda la adversidad reinante, este mal tiempo podría ser aprovechado. Sin menospreciar los avances logrados en materia del despertar de amplios sectores que hasta hace poco veían la política como algo extraño y ajeno, el maniqueísmo infértil en que se ha sumido el país es tal que resulta sencillo emprender cualquier proceso de desarrollo de capacidades políticas genuinas, por lo cual allí, incluso en ese mismo parlamento, hay oportunidades preciosas para el aprendizaje.

El cascabel del gato consiste en entender que toda la historia de ya más de dos décadas de enfrentamientos extremos, desde que con el Caracazo se desplomó el postizo orden establecido que quiso hacer de Venezuela un paradigma democrático mundial, con la consiguiente y estresante polarización política, no es sino expresión de la crisis de una estructura social extremadamente asimétrica y obsoleta que no ha sido construida con base en el trabajo y el talento creativo de los venezolanos sino en el usufructo y la dilapidación de las riquezas de nuestros suelos y subsuelos. En convencernos de que en Venezuela no será posible encontrar ideología salvacionista alguna que permita reemplazar el esfuerzo de reconstruir pacientemente un país que, salvo las honrosísimas excepciones de las generaciones libertadora y del veintiocho, nunca ha tenido un proyecto nacional ni se ha decidido seriamente a superar sus ingentes necesidades. En aceptar que, en definitiva, todos somos responsables de que tengamos una mamarrachada de instituciones culturales, políticas, económicas, educativas o mediáticas que no hacen sino reproducir las aberraciones, injusticias y desigualdades que las subyacen, y en donde el conocimiento y los valores éticos suelen brillar por su ausencia. Lograr este grado de comprensión de la naturaleza de nuestros males sería, sin duda, un decisivo paso en el camino de su erradicación.

Pero pretender, como de seguro querrá seguir haciéndolo el Partido Socialista Unido de Venezuela, PSUV, con su mayoría de diputados, que la culpa de nuestras calamidades la tiene la oposición fascista con su golpe criminal de 2002, o, como tenderá a empeñarse la Mesa de la Unidad Democrática, MUD, con su nada despreciable minoría de un 40% de curules, que en Venezuela se vivía mejor con Acción Democrática y COPEI, hasta que el diabólico Chávez irrumpió en nuestro paraíso, es una vía segura bien hacia hundirnos en un remolino de disputas vacías o bien a desangrarnos tarde o temprano en una confrontación social violenta. Lo que necesitamos es simplemente un debate sincero sobre nuestros problemas y sus causas, una mirada desprejuiciada a nuestras necesidades y a las posibilidades de satisfacerlas, una confrontación de ideas y propuestas que centre la atención en nuestras enfermedades y cómo curarlas, y no en los sospechosos o culpables de haberlas originado y cómo destruirlos. Una confrontación en donde las inevitables ideologías añadan luz a la comprensión profunda de nuestros problemas en lugar de oscurecer y hasta opacar su consideración. Un parlamento cuyos voceros en lugar de rendir cuentas ante los grandes electores de poderes ejecutivos, partidistas o mediáticos, nacionales e internacionales, se sientan responsables ante sus electorados de base y ante el país en su conjunto. En fin, como cada vez más se repite, lo que hace falta es desatar un proceso de inclusión de los tradicionalmente excluidos que no pretenda basarse en la exclusión de los tradicionalmente incluidos, y mucho menos que pretenda convertir a una mitad de los venezolanos en culpable de los padecimientos de la otra mitad.

Parece idílico y hasta imposible, pero todo es cuestión de apostar a que los venezolanos sí seremos capacaces de salir del berenjenal en que estamos metidos, o a que todos los pasos que demos en la dirección equivocada serán malos pasos, mientras que cualquier momento es bueno para dar un primer paso en la dirección acertada. Estamos convencidos de que cualquier debate verdaderamente centrado en nuestras necesidades alimentarias, de vivienda, de salud, de transporte, de seguridad o de educación, y no en ideologías o dogmas revelados e imposibles de refutar, rápidamente arrojaría resultados útiles para avanzar y sentaría las bases para la elaboración de leyes vivas en lugar de elucubraciones muertas.

El reto de la fracción mayoritaria será la superación del espíritu cortesano y segundón ante el ejecutivo que ya se puso en evidencia en el período 2005-2010, y que ha acarreado, como graves consecuencias, la falta de autonomía del poder legislativo, la pérdida de contrapesos y elementos de control ante los extravíos gubernamentales, y la ausencia de voces políticas autónomas para el supuesto soberano. Bajo la ilusión de quien cree estar superando la democracia representativa, se incurre en la práctica en esquemas de una democracia prerrepresentativa, o sea, más bien delegativa.

El desafío de las dos grandes fracciones de la MUD, la demócrata-liberal y la demócrata-cristiana, será dejar atrás el negativismo y el revanchismo y terminar de ajustar cuentas con la ideología del "sacar a Chávez como sea", o, lo que es lo mismo, terminar de disipar las dudas sobre si lo que quieren es restaurar el orden social agotado y corrupto contra el que irrumpieron tantos venezolanos en 1998. La Mesa, con más de sesenta cuadros calificados, remunerados y a completa dedicación en el parlamento está obligada a demostrar su vocación constructiva en favor de la elaboración de un proyecto nacional o al menos un programa mínimo para la transformación de la nación, y no tiene derecho a presentarse el año próximo con un programa de retazos que parezca una lista de tintorería.

Y la minoría dentro de la minoría, la corriente socialdemócrata socialista y/o socialista democrática, integrada, si se incluyen, además de los de Podemos, La Causa R y el MAS -en la MUD-, los dos del Partido Patria Para Todos, por cerca de diez diputados, tiene todavía menos excusas para no hacer valer su vocación constructiva y de compromiso con la resolución de problemas nacionales. Esta izquierda fuera del poder puede y debe valorar la oportunidad que tiene de hacer propuestas para el debate y para la elaboración programática mínima, y, ya que es poco probable que pueda designar al candidato capaz de rivalizar con el actual Presidente en las elecciones de 2012, al menos debería empeñarse en incidir con sus ideas en la elaboración desde abajo de una plataforma de verdaderos compromisos de cambio de un próximo gobierno alternativo.

El momento político que apreciamos, en síntesis, más que propicio para una campaña electoral prematura o para la discusión extemporánea de candidatos, que en definitiva se traducirían en la perpetuación de la actual polarización, y, en el caso de la oposición, en la escogencia del beneficiario de un cheque programático en blanco para enfrentar a Chávez, con pronósticos más que reservados para más allá de 2012. Es el de una oportunidad para la discusión y el análisis de los grandes problemas nacionales, donde el parlamento bien podría ser un foro privilegiado, a partir de los cuales se extraerían lineamientos para un programa mínimo de cambios bien concebidos para el venidero sexenio gubernamental.

De no obrarse así, en los hechos se estaría condenando a los venezolanos a optar entre el continuismo de un "socialismo" hace mucho rato extraviado y una restauración del puntofijismo más o menos disfrazada de alternativa ante el marasmo actual, o sea, una escogencia del mejor palo para ahorcarnos. ¿Podrá hacerse algo distinto con nuestro nuevo parlamento?

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