viernes, 1 de octubre de 2010

Desventuras de un bloguero y el sistema político venezolano puesto al desnudo por las elecciones parlamentarias

Desventuras de un bloguero

Hace cosa de poco menos de dos años, ciertos seres queridos, liderados por mi hijo y sabedores de mis hábitos y manías con las letras, me convencieron de que iniciara este blog. Los argumentos fueron de calibres surtidos: que hasta cuándo iba a seguir escribiendo para que nadie me leyera, que con las nuevas tecnologías cibernéticas el mundo estaba al alcance de mi mano sin costo alguno, que un blog me iba a permitir interactuar en tiempo real con los lectores, que estos -según el sabio Saramago...- me ayudarían a orientar mis futuros escritos, que tanto el país como América Latina estaban ávidos de nuevas voces e ideas, que esta experiencia me permitiría avanzar con paso firme hacia la ansiada publicación de mis libros, y otras lucideces por el estilo. Lo último que hizo el abanderado aquel, para abatir mis reservas postreras, fue crear un blog para mí y demostrarme cuán sencillo era, y ya prácticamente tuve que optar entre sentirme como un lagarto literario antediluviano o arrancar el susodicho.

Decidí que, para hacer las cosas en serio, como digo que suelen gustarme, publicaría en cualquier caso dos artículos semanales durante un año, y me tomaría otro año para tomar, conjuntamente con mis lectores, decisiones definitivas acerca del futuro de este proyecto. Cumplido el año, y en los alrededores del artículo número cien, organizamos una consulta, formal con los lectores e informal con los amigos, acerca de la orientación de Transformanueca, y, pese a cierto amargor dejado por las limitadas respuestas a una encuesta exhaustiva, concluimos que lo que pasaba era que en un ambiente a menudo obsesionado con la política y con cierta imagen pública del propio bloguero, los lectores esperaban una mayor atención a esta importante -pero nunca única- dimensión de nuestra realidad. Y opté por interrumpir la serie de artículos sobre las necesidades de América Latina, para dar cabida a una serie sobre la política en general y la política de algunos países latinoamericanos, empezando por la colombiana, en particular.

Para mi sorpresa, no sólo brillaron por su ausencia los comentarios de apoyo a la nueva y más política orientación, sino que unos cuantos lectores redoblaron sus protestas ante la supuesta evidencia de mis intenciones evasivas para con la política venezolana, al punto de casi acusarme de aquello que alguna vez los viejos militantes comunistas gustaban de llamar diletantismo (aplicando al campo político el vocablo originalmente concebido para el mundo artístico), es decir, de falta de seriedad, militancia o consistencia en el abordaje de los asuntos políticos. El único artículo que claramente se salvó del asedio a silenciazos limpios fue uno sobre la entonces recien estrenada película Al sur de la frontera, de Oliver Stone, sobre nuevas tendencias en América Latina, que desató una polémica acerca del supuesto chavismo, tanto del laureado cineasta como del desconocido bloguero.

Haciendo virtud de la necesidad, y quizás en un arrebato de humildad (supongo) y lealtad a mis lectores, decidí publicar dieciocho artículos extensos sobre la realidad social, la economía, la cultura y la política venezolanas, seguidos de siete más sobre las realidades, aún más concretas y específicas del estado Lara, ante los cuales, para mi sorpresa al cuadrado, los críticos de mi sospechoso escapismo y cuasidiletantismo no dijeron ni esta tecla es mía. Al borde ya del desconcierto, decidí iniciar una nueva subserie de evaluación de los resultados de las elecciones parlamentarias del pasado septiembre, empezando por un artículo descriptivo, el anterior a éste, de los resultados de estos comicios, al que supuse -ese sí- blindado ante eventuales ataques de silencio, con cuyos comentarios afinaría los restantes. El resultado, para mi colmo y dolor, fue que hasta el sol de hoy [esta entrada, con fecha atrasada, fue escrita a comienzos de abril de 2011], resultó nula la retroalimentación esperada...

Y fue entonces cuando, por supuesto sin alterar mi instinto de escribir, aunque por otros canales, me vi sumido en una de Hamlet acerca de si ser o no ser un bloguero, con toda la brillante argumentación de marras en el platillo a favor, pero con una sensación de incomunicación, fracaso y hasta ridículo en el contrario: ¿qué sentido tiene, por ejemplo, escribir para lectores a quienes sólo les interesa alimentar su odio o apego visceral ante el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, que en definitiva sólo quieren saber lo que ya saben, y que por política entienden la comidilla cotidiana de la que quizás sea la prensa más polarizada y vacua de todo el continente? ¿Para quiénes estoy escribiendo? ¿Qué tengo en común con mis lectores aparentes? ¿No será qué estoy conectado a un público más parecido al televidente que al de verdaderos lectores, a quien jamás podré entender ni complacer? ¿Para qué sirve, en el fondo o al menos en mi caso, la fulana interactividad de los nuevos medios de comunicación? O, peor todavía, ¿no será que demasiados lectores de blogs en definitiva sólo aspiran a disponer de un pasatiempo perverso o una especie de catarsis para desahogarse en burlas e insultos a quien se les teleatraviese? ¿No será por eso que la mayoría de publicaciones electrónicas tienden a suprimir los comentarios anónimos y hasta los comentarios a secas?

Y en esas andaba, hasta animoso de seguir al pie de la letra el consejo de tantos expertos neomediáticos de no andar dando explicaciones sobre asuntos extrapúblicos, cuando comencé a experimentar una desazón de signo contrario, a saber, que retornaba a vivir, como antes, pendiente de escribir y fotografiar para un público imaginario o quizás y a lo sumo póstumo, o que me convertía en una especie de bloguero fantasma, que supongo debe ser peor que uno descomentado. Todo con la cabeza, y la sección de entradas sin publicar, atiborrándose de artículos, y la fecha de los dos años del blog viniéndose encima. Así que, de repente, contrariando una vez más a mis consejeros, me puse a escribir esto, no sé si como el alacrán aquel que picó al sapo que lo transportaba en el río...

El resultado es que estoy de regreso y comenzaré a divulgar, con o sin comentarios y por los momentos con fechas atrasadas hasta que decida otra cosa, quizás con las infaltables interrupciones temáticas, y más o menos en ese orden, los artículos restantes sobre el proceso electoral venezolano; también la parte final de la subserie sobre el estado Lara, que quedó inconclusa; algunas pequeñas series sobre las políticas brasileña, argentina, chilena y mexicana, y un breve remate sobre la colombiana; la culminación de la importante serie sobre las necesidades y libertades en América Latina; otra serie más sobre los sistemas de vida en el subcontinente, y luego, para rematar -¿celebrar?- los doscientos artículos y/o dos años del blog, una serie larga sobre el citado bicentenario. Para acelerar la salida de los artículos en abril, es probable que algunos vean su primera luz como bocetos o sin estar acabados, y quizás con fotofrafía pendiente, con miras a rematarlos luego.

Aquí van los artículos adeudados, sobre todo a mis lectores más asiduos y de buena voluntad, que también sé que los tengo, y quienes no tienen que pagar por los platos rotos de aquéllos...

El sistema político venezolano puesto al desnudo
por las elecciones parlamentarias


No es precisamente una buena noticia, pero lo cierto es que en todo el planeta la pretendida soberanía democrática de los ciudadanos tiende a estar cada vez sitiada y acosada por maquinarias, roscas, caudillos o mafias económicas, políticas o delictivas, transnacionales, nacionales, sectoriales o locales, que imponen cuanto se les antoja, con escasos escrúpulos, y obran cada vez más sin control externo alguno. Pese a que en la letra de numerosas constituciones y teorías de la democracia, los parlamentos o asambleas son los llamados a establecer las leyes que regirán el funcionamiento de las naciones, y que por tanto normarán las acciones de los restantes poderes públicos, formales o informales, lo cierto es que, por doquiera, estos entes legislativos se limitan, en los mejores casos, a legitimar o discutir políticas gestadas en gabinetes ejecutivos o en cogollos partidistas, cuando no en la cabeza de autócratas que parecieran encarnaciones absolutistas. Los parlamentos, para desgracia de los demócratas de todas partes y pese a honrosos esfuerzos como los adelantados en el de la Unión Europea, o, de vez en cuando en el estadounidense, tienden a ser escenarios, a veces burlescos, para la divulgación de las políticas de los ejecutivos y partidos a través de los medios de comunicación.

Y esto, que ya es particularmente válido en nuestra Latinoamérica, ha alcanzado cotas escandalosas en Venezuela. Poco a poco, a lo largo de décadas de fortalecimiento presidencialista, y sobre todo con la enmienda dizque constitucional de febrero de 2009, que terminó por sancionar la elegibilidad indefinida que había sido rechazada en diciembre de 2007 -y que por disposición constitucional no podía volver a someterse a referendo en el mismo período-, y la "Ley Orgánica de Procesos Electorales", publicada en la Gaceta Oficial del 12 de agosto de 2009, el sistema político venezolano se ha transformado, en los hechos, en algo muy distinto de lo establecido en la Constitución vigente.

A despecho del Artículo 6 de ésta, que postula que "El gobierno de la República Bolivariana de Venezuela y de las entidades políticas que la componen es y será siempre democrático, participativo, electivo, descentralizado, alternativo, responsable, pluralista y de mandatos revocables", y de su Artículo 63, que establece que "... La ley garantizará el principio de la personalización del sufragio y la representación proporcional", el sistema se ha inclinado gravemente hacia el soporte de un estilo autocrático, delegativo, impuesto, centralizado, continuista, irresponsable, monolítico y de mandatos muy difícilmente revocables, que en la práctica partidiza el sufragio y elimina la proporcionalidad de la representación popular. Escasa duda nos queda de que el régimen político venezolano tiende a situarse entre los más presidencialistas y ventajistas, y menos sujetos a control popular real o de otros poderes públicos, en todo el globo.

Las veintitantas funciones de la Asamblea Nacional, de acuerdo a la Constitución, que pueden ser reducidas a cuatro funciones básicas: legislar en materias de alcance nacional, ejercer controles sobre el ejecutivo, potenciar la participación ciudadana y servir de escenario de debates de interés nacional, han venido menoscabándose en los hechos y también en los derechos con la mencionada "Ley Orgánica", hasta convertir en letra muerta los dictados constitucionales, al punto de que sólo se mantiene relativamente vigente la última de tales funciones básicas. El enfoque que ha predominado acentúa todas las limitaciones de un modelo político unicameral y mayoritario, que tiende a ser el favorito de regímenes altamente centralizados o no federales. Este conjuga las desventajas de una sola cámara, la falta de representación real de las distintas regiones geográficas, con las del esquema de elección mayoritario, a saber, la falta de representación proporcional de las minorías de cualquier índole y la sobrerrepresentación de las mayorías.

Este modelo, cuyo máximo exponente mundial quizás sea el archicentralizado modelo chino, en América Latina sólo lo comparten actualmente Cuba, Ecuador y Guatemala. Los únicos otros Estados unicamerales: Costa Rica, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Panamá y Perú, enfatizan de uno u otro modo la representatividad de las minorías, por lo general a través de listas cerradas de partidos y con variantes del llamado método d'Hondt (el de cocientes sucesivos que se usa, por ejemplo, en la mayoría de las elecciones sindicales y estudiantiles).

Gracias al esquema recientemente adoptado, las fuerzas políticas en desacuerdo con el gobierno, que obtuvieron la mayoría absoluta de votos en favor de sus listas respectivas en el conjunto de las entidades federales, y que triunfaron al elegir 27 diputados (26 la Mesa de Unidad Democrática y 1 el PPT) de un total de 52 elegidos por tales listas proporcionales, resultaron sin embargo derrotadas en las elecciones nominales o no proporcionalmente representativas, en donde sólo alcanzaron a elegir a 39 de 110 diputados, frente a 71 electos por el gobierno. Al sumarle, con criterios análogos, los dos diputados dizque electos por los indígenas, frente a sólo uno electo en propuestas afectas a la MUD, el gobierno terminó alzándose con 98 diputados, apenas uno menos que lo requerido para hacer mayorías de un 60%, frente a sólo 67 diputados del conjunto de las fuerzas opositoras. O sea que el ya venido a menos poder legislativo, gracias a una singular ingeniería electoral, que agrupó o disgregó las circunscripciones electorales para la elección de diputados nominales en favor neto del gobierno, quedó, abstracción hecha de posibles fraudes asociados a la falta de testigos opositores en mesas remotas y pese a la voluntad expresada en las máquinas y urnas, todavía más menguado y con una casi aplastante mayoría oficial.

Entre los casos más graves de sobrerrepresentación de las fuerzas oficiales, como producto de la tecnología electoral aplicada bajo el manto de la citada "Ley Orgánica de Procesos Electorales", están los siguientes: en Apure, con el 60% de los votos válidos, el gobierno se quedó con el 80% de los diputados electos (4 de 5); en Barinas, con el 56% de los votos, se hizo con el 83% de los diputados (5 de 6); en Bolívar, con el 50% de los votos, se puso en el 75% de los diputados (6 de 8); en Carabobo, con sólo 43% de votos obtuvo el 60% de diputados (6 de 10); en Delta Amacuro, con 72% de votos se alzó con el 100% de diputados (4 de 4); en el Distrito Capital, con 48% de votos logró el 70% de diputados (7 de 10); en Falcón, 52% de votos le permitieron lograr el 67% de diputados (4 de 6); en Guárico, con 58% de votos se quedó con 80% de diputados (4 de 5); en Lara, con sólo 41% de los votos, se dotó del 67% de los diputados (6 de 9); en Mérida el 49% de los votos permitió alcanzar el 67% de las curules en juego (4 de 6); en Monagas el 59% de votos se convirtió en un 83% de diputados (5 de 6); en Trujillo el 63% de votos se volvió un 80% de diputados (4 de 5); en Vargas con 55% de votos se obtuvo un 75% de diputados (3 de 4); y en Yaracuy 55% de votos fueron convertidos en un 80% de diputados (4 de 5). Adicionalmente, en Aragua, con el 50% de los votos, se alzó con el 62,5% de los diputados (5 de 8); en Cojedes, con 64% de los votos alcanzó el 75% de diputados (3 de 4); y en Miranda el 41% de votos se tradujo en 50% de diputados (6 de 12).

Del hecho de que el electorado progubernamental haya quedado subrepresentado en entidades como Amazonas (42% de votos y 33% de diputados, ó 1 de 3), Anzoátegui (45% de votos y 12,5% de diputados, ó 1 de 8), Nueva Esparta (41% de votos y 25% de diputados, ó 1 de 4), Táchira (42% de votos y 29% de diputados, ó 2 de 7), y Zulia (44% de votos y 20% de diputados, ó 3 de 15) no se deduce, como quiso hacerlo creer el Presidente, que las reglas electorales fueran imparciales, sino que en ciertos casos no evitaron que saliera el tiro por la culata, con el consiguiente castigo para los votantes del PSUV, o validando el viejo aserto de que, a veces, hasta al mejor cazador se le va la liebre. Lo que cuenta, para nuestros efectos, es la resultante de todo el proceso, que otorgó al PSUV, con un 48% de los votos válidos de los electores a nivel de las entidades federales, un 60% (98) de los 165 diputados a la Asamblea Nacional.

En cualquier caso, nos luce que la polarización política, y el correspon- diente acapara- miento de la escena política por partidos e instituciones cada vez más alejados del control y el voto popular y cada día más manipulados desde arriba, está actuando como un corrosivo de nuestra frágil democracia. De no alterarse esta tendencia, las consecuencias podrían ser nefastas, pues las diferencias políticas que no puedan dirimirse por los votos tenderán a tratarse por otros mecanismos, y podríamos vernos, en 2012-2013, para nuestra vergüenza como herederos del legado bolivariano, envueltos en marasmos como el que vivimos diez años atrás.

1 comentario:

  1. A la tercera???

    Como la terquedad es por lo menos parcialmente genética, voy a hacer un tercer intento de escribir un comentario que, en su primera edición quedó algo mocho, en su segunda paró en el limbo y ahora, algo como el artículo, empieza por discutir asuntos que no son la escencia de lo que quiero decir.

    Reciéntemente leí un libro de un periodista Canadiense llamado Malcolm Gladwell que se titula "Tipping point" que Google traduce como "Puntos de inflexión". En él, se desarrolla la idea que existe una analogía entre los mecanismos como se esparcen las enfermedades y como se esparcen las ideas. En particular, el se refiere a un fenómeno en epidemiología en donde una enfermedad pasa de ser una rareza, aislada a unos pocos casos para convertirse en una epidemia que afecta a una fracción importante de la población en muy poco tiempo. No quiero entrar en detalles ahorita, aunque sí quisiera hacerlo en algún momento, pero lo que sí te digo es que la labor del blog tiene sentído en parte porque no sabes el momento en que puedas comenzar a tener acceso a una red de lectores más significativa, y que si ese momento llega, no es entonces que te vas a poner a escribir los artículos que puedan encontrar relevantes.

    Mi segundo sub-comentario se refería a la apertura de tu cuenta de twitter bajo el nombre @edgaryajure porque en estos días donde la gente esta tan súmamente atiborrada de información, es difícil hacerse escuchar o hacer crecer la interactividad de una audiencia sin la dedicación de un esfuerzo sostenido para atraer esos lectores. No sé si es un ritmo o una efimeridad a la que podrías acostumbrarte pero me quedé loco recientemente ver a un inversionista exitosísimo en tecnología decir que cuando él pone un importante en twitter, se asegura de hacerlo a dos horas distintas, una vez para las horas pico de la costa éste gringa, y otra vez para la hora óptima de la costa oeste, y que el puede ver el impacto en las visitas al artículo al que se referencia. Eso significa que la "vida media" de un tweet, probablemente está en el órden de días u horas, lo que refleja la constancia necesaria para lograr un flujo significativo de visitantes.

    Ánimo y constancia... y también un recordatorio de que esto de no penalizar a los lectores también tiene implicaciones en la edición de los artículos. No importa cuanto necesites tú mismo la inclusión de cifras, fechas o datos duros para justificar tus intervenciones; mi impresión es que la enórme mayoría de tus lectores van a estar mas atraídos por las ideas gruesas, expresadas más claramente y con brevedad para que te sigan visitanto en el futuro.

    ResponderEliminar