martes, 31 de agosto de 2010

La política venezolana (y VI): Las elecciones parlamentarias un poco más en detalle

En correspondencia con lo anterior, empeñados en ser equilibrados y razonables, y a riesgo de pasar por aguafiestas, apreciamos que las alternativas concretas de voto, incluso si expresamos, para empezar, nuestra mayor simpatía relativa por las opciones del PPT, en general, apoyadas por Henry Falcón, en Lara, y Liborio Guarulla, en Amazonas, para la Asamblea Nacional, no nos permiten entusiasmarnos ni augurar cambios sustantivos parlamentarios para lo inmediato.

Tenemos, en primer lugar, la opción del PSUV, cuyos candidatos a diputados, si bien en su mayoría fueron electos por la base, en un proceso interno en donde se estima que participaron más de dos millones de militantes, no parecieran tener algo que ver con los cuadros dirigentes de movimientos o de corrientes ideológicas y políticas que imaginamos en un genuino partido de vanguardia que pretenda avanzar hacia un socialismo, sino con procesos basados en la popularidad aparente por cualquier motivo. Como candidatos vemos a jovencitas y jovencitos simpáticos pero despolitizados, a lo Andreína Tarazón, los unos, no importa si catequizados a la carrera con la ortodoxia socialista al uso; a personalidades conocidas en los medios, como el periodista Earle Herrera, en Anzoátegui, el cantante Cristóbal Jiménez, en Apure, o la gerente comunicacional Blanca Eckout, en Portuguesa, un poco al estilo del Alfredo Peña de aquella vez, otros; a una buena cuota de dirigentes conocidos salidos del ámbito ejecutivo y con escasa vocación de tribunos, tales como Héctor Navarro, Diosdado Cabello, María León, Érika Farías, Francisco Arias Cárdenas, Luis Reyes Reyes, Tania Díaz, Yelitza Santaella y afines, todos en listas y designados a dedo por el presidente, probablemente con ganas de hacerlos actuar como carnadas para atraer votos, pero con intenciones de regresarlos a sus labores gerenciales y dejar a sus suplentes encargarse de las tediosas discusiones parlamentarias; luego están otros pocos ex-ministros o cuadros, en puestos nominales o lista, a quienes sí nos imaginamos en labores de representación de masas y de debates ideológicos, tales como Aristóbulo Izturiz, Luis Acuña y Aurora Morales; y, por último, a parlamentarios experimentados, pero no precisamente lúcidos en lo ideológico, también en puestos lista, tales como Cilia Flores, Iris Varela o Francisco Ameliach.

Adicionalmente, también constatamos que, en un supuesto momento crucial para la revolución, como éste, no hemos tenido noticia de verdaderos debates o liderazgos internos importantes en las elecciones internas del PSUV, de documentos para la discusión estratégica de la construcción socialista elaborados por individualidades o grupos, o de trabajos de masas en pos de la conquista de reivindicaciones concretas a corto, mediano o largo plazo que se expresen en consignas y movilizaciones y se traduzcan en elementos programáticos. Tenemos además la sospecha de que cuanto más salidores hayan sido los puestos nominales o de lista, menor la participación de las bases en su elección y mayor el peso de las prosternaciones demostradas al Jefe Máximo de la Revolución, y viceversa, cuanto menos salidoras y simbólicas las candidaturas, mayor la participación de las masas en base a popularidades de cualquier índole en los distintos ámbitos locales.

En un contexto donde se supone que estos parlamentarios van a trabajar nada menos que en la elaboración de la futura legislación socialista, no pareciera que la formación ideológica y política haya sido, en líneas generales, un criterio importante para la selección de los candidatos. Conocemos en cambio a amigos en este partido, como María Zambrano, Giulio Santosuosso, Arturo Pérez Mujica, Luis José Alfaro, y afines, con formación suficiente como para servir de maestros de socialismo a buena parte de los actuales candidatos a diputados, pero que no fueron considerados en las listas o nóminas ni por aproximación. Una excepción a todas estas reglas la vemos en nuestro apreciado Aristóbulo Iztúriz, en quien sí vemos madera de líder de masas y tribuno socialista, y por quien todavía votaríamos si estuviésemos en el Circuito 1 del Distrito Capital, aunque fuese como premio a su valentía de negarse a acceder virtualmente y mediante el dedo de Chávez al cargo que perdió en las máquinas frente a Ledezma, o en apoyo contra su rival Pablo Medina, nuestro amigo de larga data "Alonso @ El Vernáculo", a quien pareciera que le hubiesen metido un raro chip en la cabeza, pues no lo reconocemos en el Movimiento 2D y etcétera.

Sea como sea, lo cierto es que hace tiempo que no tenemos la experiencia de oir hablar con propiedad del capitalismo o del socialismo a cuadros políticos del PSUV, y que no pareciera haber relación entre la naturaleza de las responsabilidades del futuro parlamento, con o sin mayoría calificada, y los criterios de selección de los candidatos a diputados. ¿Qué criterio, entonces, como no sea la mera lealtad a toda prueba a Chávez, se empleó en el PSUV para escoger a los representantes del pueblo al máximo poder deliberante de la nación, que supuestamente se encargarán nada menos que de crear el marco legal del socialismo?

En relación a la Mesa de la Unidad, ya hemos dicho que nos parece de primordial importancia que se incorporen sus diputados al parlamento, para que este sea más realista y representativo de los venezolanos. Por más que le damos vuelta y tratamos de entenderlo conceptualmente, no logramos entender del todo la lógica del presidente Chávez cuando llama a demoler, triturar y siquitrillar a la oposición, metiéndolos a todos en un mismo saco, provocándolos y acusándolos indiscriminadamente, en buena jerga cubana, de fascistas, traidores a la patria y -el original- escuálidos (preferible, es cierto, al gusanos cubano, pero...), cuando resulta que, puntos más puntos menos, representan a alrededor de la mitad de los venezolanos. Se me ocurren tres cosas: o el Presidente se está preparando para un inevitable enfrentamiento violento con ellos, para una guerra civil de una mitad de los venezolanos contra la otra, por lo cual trata de precipitar un encontronazo, antes de que se organicen más, lo cual sería extremadamente grave; o intenta desesperarlos y frustrarlos, con ánimo de que se vayan del país y quizás monten un bunker golpista en Miami, para librar un poco más en concreto la guerra contra el Imperio, nuevamente al estilo cubano; o sencillamente, mi mejor hipótesis, porque en el fondo no está pensando en ningún socialismo en serio sino en mantenerse en el poder per sécula seculórum, para lo cual cierto lenguaje provocador sirve para alentar las fobias de su electorado marginalizado y asegurar dividendos en votos, a la vez que para mantener a la defensiva e inducir a errores a sus adversarios.

Pero lo que no nos cabe en la mente es que se esté pensando en construir de verdad un socialismo mientras se mantiene simplemente arrecha y dentro de las fronteras nacionales a la mitad menos pobre de la población, lo cual terminaría por volvernos locos a la mayoría de cualquier bando, hasta que fatalmente hubiese un desenlace violento, muy probablemente con intervención de como mínimo los cascos azules de la ONU para mantener cierto orden, al menos en los campos petroleros... Afortunadamente, ya los opositores han aprendido lecciones del pasado, y parecieran estar cada vez menos dispuestos a pisar conchas de mango. (Por cierto, no está demás recordar, o no sé si lo dije ya en otro lado, que esta ha sido la posición, ya desde los días del referendo revocatorio y en las parlamentarias de 2005, de Julio Borges, Capriles Radonski, Carlos Ocariz y otros líderes de Primero Justicia).

Pero, salvo lo anterior y excepto casos puntuales de líderes como Andrés Velázquez y Pastora Medina, por sus demostradas, y conocidas de cerca, vocaciones y gestiones progresistas en Bolívar; Antonio Ecarri en el Circuito 2 de Caracas, por su empeño en la cuestión educativa; o Julio Borges -quien no es santo de nuestra devoción, pero a quien le reconocemos su esfuerzo y el de su equipo por realizar una gestión distinta y sensible a las necesidades de las mayorías pobres en Miranda- en el Circuito 4 de este estado, no es por esta Mesa, o por lo menos hasta tanto defina más claramente qué es lo que propone para Venezuela, y ajuste más claramente sus cuentas con sus veleidades de 2002-2003, por quien se inclinan las preferencias de Transformanueca.

Y, finalmente, está la gente del PPT, hacia quienes volví a sentir respeto y cercanía sobre todo después de que, en 2007, se le plantaron a Chávez y su fanfarronada de emplazarlos a meterse casi por la fuerza en el PSUV. Desde entonces les he ofrecido mi solidaridad, he conversado detenidamente con José Albornoz, Rafael Uzcátegui, José Luis Pirela y los demás compañeros de la Dirección, ante la cual, además, he hecho varias exposiciones sobre mi visión del país; los acompañé en el pleno nacional de Carabobo, a comienzos de este año, en donde me permitieron hacer una intervención; he sostenido largas conversaciones con la gente de la Escuela de Cuadros Alfredo Maneiro, y en particular con Nelson Pérez, su director, explorando la posibilidad de montar un programa avanzado de formación de cuadros; he tenido intercambios recientes con Henry Falcón y otros compañeros de Lara, así como contactos diversos con compañeros de otros estados.

Más particularmente, a Henry Falcón, Vladimir Villegas, José Albornoz, Rafael Uzcátegui, José Luis Pirela y otros les propuse la estrategia de concentrar los mejores recursos en una iniciativa desde abajo en Lara, estado en donde, quizás, pero a juicio de muchos, subsistan muchas de las mejores fibras de una cultura venezolana del trabajo no rentista y basada en la creatividad y el emprendimiento, y en donde se conjugan condiciones hartamente favorables para impulsar una experiencia de transformación económica, cultural, educativa y política centrada en la adquisición de capacidades. Estado además al que bien conozco, por ser mi tierra chica y en donde viví buena parte de mi infancia y adolescencia, y en donde conservo valiosas amistades. Sin embargo, y pese a cierta acogida inicial, nada de esto pudo concretarse y al final de cuentas se impuso una vez más el electoralismo y la fijación en las andanzas de Chávez.

Pese a su devoción por las ideas de Alfredo Maneiro y por razones que no termino de entender, no terminan de decidirse a impulsar un proyecto coherente y desde abajo, al estilo de lo que hicimos en La Causa R en los setenta, en donde podría serles de suma ayuda. Y el problema está en que son muchas ya las veces que me he quedado con los crespos hechos a la espera de que me brinden la oportunidad de apoyarlos, incluso con exposiciones listas, como la de un proyecto para Lara, que le preparé hace poco a Henry Falcón, quien me aseguró varias veces que vendría a mi oficina. A propósito de estas elecciones, los únicos que tomaron la iniciativa de invitarme, y a quienes les dicté un Taller intensivo sobre la actual coyuntura política, fueron José Luis Pirela y los demás candidatos a diputados y compañeros del Zulia, a quienes les agradezco el gesto y entiendo que quedaron muy satisfechos con la experiencia. También a Margarita López-Maya, mi amiga de hace años, le agradezco la oportunidad que me brindó de asistir a algunos foros y reuniones.

Y no digo estas cosas con remordimiento alguno, pues a fin de cuentas siempre hallaré otras cosas interesantes que hacer, sino para que le quede más claro a los lectores del blog que la disposición de Transformanueca es a intervenir en toda iniciativa coherente con sus propósitos, así como a abstenerse de participar en aquello a lo que no le vea sentido.

Para concluir, las sugerencias de Transformanueca ante estas elecciones parlamentarias, para los lectores venezolanos (¡Ejem!, no olviden que esta es una publicación que circula a escala global, o sea, en todo el globo terráqueo...), pueden resumirse así:
  1. Antes que nada, la invitación a los lectores es a que voten tan a conciencia, con el conocimiento tan específico de los candidatos y con el menor entubamiento del voto como puedan. Si el candidato nominal que más les inspira confianza es del PSUV, y el de lista es de la Mesa, pues voten por uno y por el otro, pues en algún momento crítico del futuro ese candidato podría jugar un papel decisivo en el parlamento, mientras que el otro, el del Kino electoral a quien no conocen, podría cometer la peor de las pifias. Y bueno sería que pudiesen votar a conciencia por quienes crean que pueden contribuir más a encontrar una salida a esta crisis que padecemos, sin fundamentalismos y sin odios, sino críticamente y con afán constructivo.
  2. Si no conocen a nadie en el circuito que les inspire suficiente confianza, y/o hay dos o más que se la merecen en igual medida, entonces, si hay la posibilidad de que contribuyan con su voto al triunfo del candidato que no sea del PSUV, entonces Transformanueca les sugiere que voten por ese, pues con ello podrían contribuir a una menor posibilidad de que el gobierno imponga su proyecto de socialismo autoritario a punta de aplanadoras con la mayoría calificada.
  3. Y si no conocen a nadie que les inspire confianza, y/o hay dos o más que se las inspiren por igual, y hay una clara mayoría, según las encuestas, elecciones anteriores, etc., del PSUV o de la Mesa, con lo cual el voto de ustedes no sería decisivo, entonces la sugerencia es a que voten por el candidato del PPT, abajo y ala izquierda, para contribuir, aunque sea simbólicamente, a la vital despolarización.
Por lo que a mí se refiere, he tenido la gran suerte de poder aplicar los tres criterios simultáneamente en mi único voto nominal, pues en mi Circuito 3 del Distrito Capital tengo nada menos que a Margarita López-Maya, a quien conozco y me inspira toda la confianza del mundo, y a quien considero con uno de los perfiles más idóneos para desempeñarse en el parlamento que todos necesitamos; quien tiene algún chance de resultar electa, dada la baja votación prevista para el PSUV en este circuito (parroquias El Recreo y afines), y quien, además, ha sido postulada como independiente por el PPT. Mi voto lista se lo daré a Andrea Tavares, militante abnegada del PPT y merecedora de mi confianza, pues la conozco. Mi voto al Parlatino será para el PPT, pues la lista la encabezan Gustavo Hernández y Wilmer Iglesias, de la Direccion Nacional del PPT, a quienes conozco, mientras que la elección del competente Roy Chaderton, por el PSUV, está prácticamente asegurada a nivel nacional, y Ana Elisa Osorio, a quien también conozco y goza de mi confianza, está de cuarta en la lista del PSUV, con bastante chance de resultar electa. Como no conozco ni sé nada de los candidatos indígenas, pero sé que el gobierno apoya al grupo CONIVE, que va a quedar con casi toda seguridad, y la oposición a los grupos Tawala y Parlinve, entonces votaré simbólicamente por el candidato del grupo Guaicaipuro, que al parecer tiene intereses por lo menos seriamente indígenas (este "voto indígena al Parlamento Latinoamericano" va a ser todo un rollo para muchos, pues poco se ha explicado y menos se sabe sobre esto).

Pronto haremos contacto a propósito de la evaluación de los resultados electorales. (Si alguien conoce alguna oración que ayude a elevar la conciencia del pueblo a la hora de elegir soberanamente a sus representantes, estoy dispuesto a considerar su aprendizaje...).

viernes, 27 de agosto de 2010

La política venezolana ( V): Las elecciones parlamentarias en general

Las elecciones del próximo 26 de septiembre serán un hito importante en el proceso de reacomodo de la estructura del poder político en el país, por varios años distorsionada en demasía dada la lamentable decisión de la oposición de no acudir a los comicios de 2005. En cualquier caso, la emergencia de un parlamento al menos más representativo de la real correlación de fuerzas imperante debería contribuir algo a ponerle coto tanto a los abusos autocráticos y el ejercicio personalista del poder oficial, a que muchos se han ido acostumbrando, como a las permanentes tentaciones antidemocráticas a que ha estado sometida, según el estilo de cierta vieja izquierda, una oposición que ha pasado demasiado tiempo extraña al ejercicio de los poderes públicos nacionales.

La confrontación, el debate de ideas y la búsqueda de acuerdos, a pesar de las inevitables diferencias, de los representantes del pueblo en el poder legislativo no es un elemento más de la democracia sino un componente crítico de su esencia, y, aunque a los venezolanos, tras siglos de ejecutivismo autoritario y caudillesco, y ya varias décadas de presidencialismo basado en el voto universal, nos cueste creerlo, el parlamento es el asiento del principal de los poderes públicos, pues es allí donde los representantes establecen las leyes y pautas generales que deberían regir a todos los demás poderes. La relación entre la Asamblea de diputados y el Presidente es análoga a la de una asamblea de accionistas y el ejecutivo jefe de una empresa, es decir, que este sólo podría tomar decisiones dentro del marco de directrices establecido por aquella. Más aun, y aunque nos parezca una broma, según la letra de nuestra carta magna, repetimos, según la letra, "los diputados o diputadas son representantes del pueblo y de los Estados en su conjunto, no sujetos a mandatos ni instrucciones, sino sólo a su conciencia. Su voto en la Asamblea Nacional es personal" (Art. 201).

Pese a que lo normal sería que las elecciones parlamentarias acarreasen un importante debate acerca de los destinos del país y las leyes necesarias para encauzarlo, así como en torno a las problemáticas estadales y locales, a cuya solución se deben los representantes de los electores, la realidad dista de ser así. En la nueva coyuntura nacional, todas la elecciones terminan convirtiéndose en plebiscitos a favor o en contra del Gran Mandatario, quien arrastra con su imagen portaviónica a gobernadores, diputados, alcaldes o concejales. Buena parte de la propaganda, por citar otro botón de muestra, es elaborada para el nivel nacional, y no pocas veces centrada en la imagen del Presidente, y, cuando contiene escasas alusiones a las realidades locales, más allá de alguno que otro nombre de los candidatos, sólo contiene consignas deducibles de aquellas pocas estandarizadas en el plano nacional. Puesto que el poder legislativo se ha convertido en, y muy probablemente va a seguir siendo, un apéndice del ejecutivo, no son los nombres de los diputados sino su filiación con el poder del Presidente lo que a final de cuentas va a contar.

Lo más importante en juego, en consecuencia, en estas parlamentarias, será la nueva composición del hemiciclo, debido a que, de no alcanzar el gobierno la mayoría calificada de 110 diputados, los dos tercios o 67% de la Asamblea, no podrá aprobar a su antojo las leyes orgánicas, ni designar a dedo los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia o los demás altos representantes de los demás poderes públicos, ni crear o disolver a capricho las comisiones permanentes de la Asamblea, ni interpelar a puertas cerradas a los altos funcionarios de gobierno.

Para conservar esta mayoría calificada se ha estimado, por distintas fuentes, que el gobierno sólo necesita, gracias a los ingeniosos bocetos geométricos del CNE, un 52,6% de los votos totales, que es exactamente la tendencia central predicha por GIS XXI, la encuestadora de Jesse Chacón, lo más parecido a una encuestadora del sector oficial y la que más completamente ha divulgado sus predicciones, con un margen de error de más o menos 2%, para obtener un 67% de los diputados. De los cuatro escenarios previstos por esta encuestadora, que parte del supuesto de que, con base a las tendencias de las elecciones anteriores, el gobierno ya tiene asegurada la mayoría simple, con 97 diputados cautivos, 73 nominales y 24 listas, mientras que la oposición, sobre la base de las mismas tendencias, tendría asegurados 39 diputados, 19 nominales y 20 listas, el gobierno tendría asegurada la ansiada mayoría calificada en tres de ellos, a saber, con votaciones de 54,6%, 53,6% y 52,6%, con sólo un cuarto escenario desfavorable de 51,6% ó menos a favor del gobierno, en el que obtendría sólo 96 diputados, frente a 69 de la oposición.

Tal análisis se basa en la existencia de una especie de tierra todavía de nadie, de 29 diputados, 21 nominales y 8 listas, pertenecientes, los nominales, a 17 circuitos dudosos en los que el Sí de la pasada enmienda constitucional obtuvo menos de un 10% de ventaja sobre el No, y, los listas, a ocho estados en donde o bien se eligen tres diputados y el Sí del gobierno ganó con menos de un 5% de ventaja, cual es el caso de Carabobo y el Distrito Capital, por lo que no queda claro quien se queda con el tercer diputado, que por ejemplo podría ir a manos de la disidencia pepetista, o bien se eligen dos diputados, en estados en donde el PSUV ya ha duplicado la votación de la oposición, pero en donde podría no lograrlo esta vez, cual es el caso de Amazonas, Cojedes, Delta Amacuro, Portuguesa, Sucre y Trujillo.

Tomando como punto de partida los anteriores datos que, al parecer coinciden en buena medida con los de otras dos encuestadoras de prestigio, el IVAD, de Félix Seijas, que predice un 53% para el PSUV, ligeramente por encima de los datos de GIS XXI, y Datanálisis, que anticipa un 52% para este mismo partido, ligeramente por debajo, parece claro que el final de la lucha por la mayoría calificada del PSUV va a ser de fotografía. Sin embargo, y pese a que no es esta nuestra preocupación principal sino la posibilidad de que, sea cual sea el resultado, se inicie de una vez un proceso de articulación de una política estratégica impulsadas por fuerzas no polarizantes y articulada a los intereses de movimientos de masas reales, no sólo deseamos sino que intuimos que dichos resultados van a estar más en la onda de la predicción de Datanálisis que en la de GIS XXI o el IVAD, o sea, por debajo de la votación requerida para la mayoría calificada que el gobierno requeriría para insistir con sus imposiciones autocráticas y socialistoides.

Nuestras razones son las siguientes: Primera: nos resulta optimista el análisis de Jesse Chacón, que parte del supuesto de que el fiel de la balanza electoral tendrá un comportamiento semejante al referendo de la Enmienda de febrero de 2009 y no al de la Reforma de diciembre de 2007 ó a las elecciones de Gobernador de 2008, ignorando que el gobierno ha sido objeto de un desgaste mucho mayor, que su mensaje despierta cada vez menos ilusiones y es cada día más contrastado con su falta de logros, que la recesión económica se ha sentido mucho más que a comienzos del año pasado, cuando se quiso crear la ilusión de que "aquí no ha pasado nada", y que no ha podido disponer de los mismos recursos para comprar votos como en aquella oportunidad (en particular, una de sus armas electorales favoritas de entonces, los enormes pollos brasileños, en esta ocasión fueron repartidos mucho menos profusamente). Segunda: en esta ocasión podría ser más difícil para Chávez y su maquinaria demoledora lograr el mismo tipo de adhesión que en 2009, cuando estaba en juego, para masas humildes que lo ven como su único benefactor, su permanencia en el poder; las necesidades insatisfechas locales, pese a todo el esfuerzo que se ha hecho por relegarlas a un segundo plano, podrían tener un mayor peso esta vez. Tercera: en esta oportunidad por lo menos Henry Falcón, Gobernador de Lara, Liborio Guarulla, de Amazonas, y el PPT en general, con alguna fuerza propia en estados como Guárico, en lugar de sumar votos a la causa del PSUV van a restarlos, por lo cual el impacto de estas restas será doble, puesto que sus votos se sumarán a una disidencia no dispuesta a secundar acríticamente al PSUV. Cuarta: existe ahora un cansancio mucho mayor, incluso en la militancia pesuvista, con el personalismo de Chávez, que podría llevar a muchos a no votar rojo simplemente para apuntar a una Asamblea menos sumisa y darle más chance a otras opciones de candidatos para 2012. Y quinta: el modelo cubano, ayer idealizada vitrina del socialismo de Chávez, ahora está siendo sometido a escrutinios mucho más cercanos y críticos, aún por sus fundadores, por lo que se ha ido desvaneciendo buena parte de su encanto.

No obstante lo anterior, hay un factor en favor de la votación del PSUV, que podría incluso llegar a contrarrestar los anteriores y abonar en favor de la predicción de Jesse, cual es la mucho mayor solidez de la maquinaria pesuvista a la hora de captar y asegurar los votos, en comparación con la maquinaria de la oposición o de la disidencia pepetista, por supuesto que a consecuencia de la mucho mayor disposición de recursos y el ventajismo que supone emplear los recursos del Estado como si fuesen los de un partido político (lo que históricamente ha constituido un verdadero cáncer en la política venezolana, en donde todos sabemos que Sucre Figarella, de AD, o Curiel, eran los grandes contratantes/contratistas, según el turno, y simultáneamente los tesoreros de sus partidos...

No queremos, sin embargo de lo dicho, dejar la impresión de que tenemos elevadas expectativas acerca de un cambio sustancial en nuestra situación política después de septiembre. En parte porque sabemos, de acuerdo a sus conductas precedentes, que el ejecutivo presidido por el presidente Chávez intentará minimizar el poder del parlamento, en caso de que los resultados, relativamente adversos, le reporten una mayoría menos que calificada, así como de maximizarlo, en función de sus propósitos, en caso de que sí la obtenga; y porque, en cualquier caso debemos estar preparados para una táctica que hará lo inverosímil para dar continuidad al paradójico estilo de las habilitantes, y opacar y aislar el rol de los tribunos opositores o disidentes. Por otro lado, porque ya el presidente ha establecido la práctica de decidir primero y discutir después, que mucho va a costar que la modifique, sobre todo si, como lo sugieren todas las encuestas, es casi seguro que obtenga al menos una mayoría simple de diputados, lo cual geométricamente es factible aun si obtiene sólo alrededor del 48% de los votos. Además, porque tanto la oposición como la disidencia pepetista se presentarán a la Asamblea demasiado ayunos de ideas y proyectos, como si, obsesionados por el rechazo a Chávez o de Chávez, sólo hubiesen tenido el tiempo de la campaña electoral para armar un programa de cambios lejano de ser coherente, y asomar apenas algunos títulos de las leyes que impulsarían, en cualquier caso sin una visión estratégica que oriente su participación. Y, por último, pero lo más grave de todo, porque todas las fuerzas participantes, a excepción hecha de alguno que otro dirigente sindical o ex-estudiantil, las más de las veces en puestos poco salidores, se presentan en la liza sólo en representación de sí mismos, de capos diversos de la política, de partidos que funcionan como cascarones vacíos, de medios de comunicación y empresarios que los han financiado, mas no en representación de fuerzas sociales, regionales o políticas organizadas y con programas coherentes, lo cual hace presentir que, con un poco de suerte, quizás apenas se logre que el canal de televisión de la asamblea se torne menos aburrido (pero nada que ver, por ejemplo, con lo que hemos admirado en Brasil, en donde uno de los roles primordiales del canal parlamentario consiste en servir de foro para el intercambio y discusión entre los diputados y las fuerzas sociales organizadas a quienes representan). De chiste que fue en sus comienzos, la frase de que nuestra democracia participativa consiste en que a uno le participan lo que ya decidieron a su antojo los poderes públicos se ha ido convirtiendo en amarga realidad...

En la próxima y última entrega de esta subserie sobre la política venezolana, aportaremos algunos detalles adicionales sobre nuestra postura ante las elecciones del 26 de septiembre.

martes, 24 de agosto de 2010

La política venezolana (IV): ¿Hacia dónde avanzar?

Con el aumento en los niveles de frustración y desencanto, con el visible desgaste del gobierno, y también con un incremento sustancial en los niveles de movilización popular, que han pasado de un promedio de alrededor de mil manifestaciones pacíficas anuales, según las cifras divulgadas por PROVEA, en 2000-2006, a mil quinientas en 2007, casi dos mil en 2008 y tres mil el año pasado, la nueva coyuntura política venezolana augura cambios sustanciales en la correlación de fuerzas políticas. No obstante, como dijimos, poco ganaríamos si se impusiese la mera restauración de quienes detentaban el poder antes de Chávez.

La confusión que percibimos y la falta de recursos para acometer acciones capaces de impactar directamente el curso de los acontecimientos son de tales proporciones que, más que hacernos la clásica pregunta de ¿qué hacer?, que nos queda grande, nos haremos la previa de ¿hacia dónde avanzar o hacia adónde dirigirnos?, que quizás nos coloque en la ruta de plantearnos mañana, sobre bases reales, la primera interrogante.

Con un relativo auge movimiental y del descontento social, en un contexto mundial y latinoamericano favorable a los cambios, y con una enorme debilidad en el manejo de recursos políticos propios, la situación se nos asemeja a la que vivimos en el período 1968-1973, cuando en el país se confrontaron tres vías o estrategias de la izquierda para impulsar el cambio. La primera, dominante y que fue protagonizada por el Movimiento al Socialismo, y más tarde secundada por el MIR, concibió la política como una confrontación de mensajes publicitarios en torno a la idea del socialismo versus el capitalismo, y, por tanto, apostó a la distribución de cuadros y recursos en todo el territorio nacional, abandonó la atención a la activación y organización de movimientos sociales, y enfatizó la lucha en la esfera mediática y electoral. La segunda, liderada por los grupos guerrilleros FALN, OR, Bandera Roja y afines, y sus fachadas legales PRV, Liga Socialista, Ruptura, etc., se empeñó en no admitir la derrota de los años sesenta en un contexto de Guerra Fría, en hacer del antiimperialismo una consigna de combate con la cual revivir la lucha armada como expresión fundamental de la lucha de clases, y en propiciar confrontaciones con los cuerpos policiales y militares del Estado como mecanismo de agitación de los movimientos sociales, a los que veía utilita- riamente como "cantera de cuadros". Y la tercera, minoritaria y casi residual, en la que militamos, con la Causa R y muchos movimientos sociales espontáneos, que se propuso hacer de las reivindicaciones por la democracia, contra la corrupción y el rentismo petrolero -siendo la única fuerza que prestó atención verdadera a las ideas de Juan Pablo Pérez Alfonzo-, por la soberanía y el desarrollo económico autónomo, la guía de una actuación al interior de una sociedad inevitablemente capitalista, en donde la construcción de una fuerza social real y política desde abajo y con respeto a los procesos de maduración de los movimientos sociales constituyó el componente central, y en donde se optó más bien por concentrar los cuadros en sectores estratégicos como el obrero, el estudiantil, el profesional y el vecinal.

La historia de estas tres iniciativas no es precisamente la del triunfo de ninguna de ellas, sobre todo porque, a partir de 1973, cuando a nivel mundial continuó el auge de masas que condujo al derrumbe de Nixon, el triunfo vietnamita, la revolución portuguesa de los claveles, el destape español a la muerte de Franco, la revolución contra el sha de Irán, y otros procesos análogos, en América Latina, con el derrocamiento de Allende y el golpe de Bordaberry, en 1973, y luego de la viuda de Perón, en 1976, y en Venezuela, con un ahogante baño de petrodólares que se derramó sobre el país tras la bonanza petrolera inaugurada en el mismo 1973, sobrevino más bien un proceso de corrupción creciente en las instituciones y de involución en la actividad de los movimientos sociales reales.

No obstante, la perspectiva histórica sí alcanza, a nuestro parecer, para calibrar la justeza relativa de los tres enfoques mencionados, o al menos para extraer lecciones válidas de esa experiencia que nos puedan ayudar a direccionar la acción presente. Mientras que de la iniciativa socialista y anticapitalista en las palabras es poco lo que quedó, con la mayoría de sus líderes y cuadros incorporados a opciones de derecha y defensa del estatus, al punto de que el enfoque socialista mismo fue abandonado, y sin movimientos sociales legados de significación; y en tanto que fracasaron progresivamente los empeños por revivir una guerra antiimperialista que ya a mediados de los sesenta estaba completamente perdida (por no decir que siempre lo estuvo, humanamente hablando), la tercera opción, la residual, la que optó por la concentración antes que por la dispersión, alcanzó a dejar un legado significativo.

De este legado podemos destacar un significativo conjunto de cuadros políticos, que hoy se hallan repartidos entre el gobierno, el PPT, la Causa R y posturas independientes de izquierda; un movimiento de trabajadores organizados, con epicentro en las empresas metalúrgicas de Guayana y que ha echado raíces en sectores como el petrolero, que no es gran cosa pero sí de las pocas fuerzas sociales cohesionadas que sobreviven; una gruesa gama de profesionales críticos que formaron parte de los movimientos estudiantiles de ayer, con experiencia considerable en la gestión pública y muchos de ellos todavía en cargos importantes, que han protagonizado buena parte de los limitados logros del gobierno en, por ejemplo, la materia petrolera, impidiendo la privatización y extranjerización de PDVSA, y la cultural, impulsando o consolidando redes de lectura, cine, música y artesanía, entre otras; remanentes de un movimiento vecinal en Catia y otras barriadas populares, y, por último, pero en absoluto despreciable, una concepción acerca de cómo impulsar la transformación del país, centrada a corto y mediano plazo en la lucha por la democratización y la independencia económica, y contra el rentismo petrolero, la dependencia tecnológica, la corrupción, la burocratización y el facilismo, que se nos antoja vigente en sus rasgos esenciales.

Si ampliamos el lente de enfoque, resulta que el propio Chávez, y sobre todo el Chávez no autocrático y todavía -hasta 2006- apegado al respeto al marco democrático, ha confesado la influencia decisiva que Alfredo Maneiro, el fundador y dirigente principal de la Causa R en la época mencionada, ejerció sobre su pensamiento (aunque dudas no tenemos acerca de que Alfredo, de haber sobrevivido y quien ya en los setenta tenía hondas diferencias con Fidel y era alérgico a todo foquismo, muy probablemente reprobaría el rumbo autocrático y procubano que ha tomado la revolución bolivariana). La propia idea de la Asamblea Constituyente, y del correspondiente énfasis en la modernización democrática y la soberanía económica, y no en un socialismo de mera boca y por tanto oportunista, bien puede considerarse, sin restar méritos a Miquilena, Olavarría, Mayz Vallenilla y otros que la impulsaron en 1999, como una idea de filiación maneirista y causaerrista en el sentido original de este esfuerzo. Las ideas mismas que hemos estado exponiendo en este blog, son de seguro herederas de los enfoques y prácticas de esa corriente política a la que arriba calificamos de residual y que, pese a sus inicios más allá de lo modesto, terminó siendo la de mayor solidez e impacto en el acontecer nacional real. En cambio, las otras dos, que en sus inicios hicieron más bulla, terminaron por ser como latas despeñándose alocadamente por una pendiente.

No estamos abogando, sin embargo, por revivir ningún pasado, y menos todavía si tomamos en cuenta que la izquierda en el poder, la del gobierno chavista, se las ha ingeniado para armar, bajo la principal y casi única asesoría fidelista, una amalgama de todo lo peor y nada de lo mejor de las políticas aquellas. Es decir, una política que postula la proclamación del socialismo de palabra y su negación en los hechos, lo cual para cualquier principiante de izquierda se denomina oportunismo; una que hace de la escena mediática el centro de gravedad de la acción política, en detrimento de la activación y organización real de movimientos en lucha por resolver problemas y satisfacer necesidades; una que refuerza la exclusión, la corrupción, el rentismo petrolero, la dependencia y el facilismo, empeñada en una imposible confrontación belicista, sin tener con qué, con el imperialismo estadounidense, que despilfarra las energías de los movimientos populares en acciones estériles y gasta en armas lo que bien podría invertirse en libros y, sobre todo, en esfuerzos formativos con base en esos libros; y, como si fuese poco, una política que ha terminado por reeditar un estilo autocrático, militarista, ultrasectario y de culto a la personalidad, de clara raigambre stalinista y fidelista, que a ninguna de las corrientes de izquierda mencionadas se le ocurrió jamás asomar siquiera. En una palabra, un dizque socialismo del siglo XXI empeñado en resucitar todas las abominaciones del socialismo real del siglo XX.

Debería sobreentenderse, entonces, que abogamos por un diametral cambio de rumbo en los esfuerzos en pro de la transformación del país, uno inspirado en lineamientos críticos como los que preceden, pero que, ante la impotencia y el extravío presentes, se niega a aplicar aquel principio acomodaticio de que "más vale malo conocido que bueno por conocer", y en su lugar propone aquel otro de que "en materia de primeros pasos, lo que cuenta es la dirección correcta y no la velocidad", que es una versión mejorada del castizo "árbol que nace torcido nunca la rama endereza", o del criollo "el que nace barrigón ni que lo fajen chiquito".

Ya seguimos con las parlamentarias.

viernes, 20 de agosto de 2010

La política venezolana (III): La coyuntura nacional

Mientras que, a nivel mundial, las fuerzas del cambio vivieron un prolongado debilitamiento a partir de 1979 y hasta 2008, durante los mismos días de auge del neoliberalismo, en Venezuela, por el contrario, desde 1989, cuando, con el Caracazo, se salió de control la hegemonía bipartidista de Acción Democrática y COPEI, y también en toda América Latina, después de 1999, con los estallidos de las crisis económicas que ya reseñamos en la entrada precedente, se inició un período de auge en los movimientos sociales progresistas, es decir, aquellos centrados en la búsqueda de satisfacción a necesidades propias y no en manipulaciones externas, que se ha traducido en un dramático cambio en el mapa político de la región.

En el caso específico venezolano, sin embargo, ha ocurrido, de más está insistir en que a nuestro juicio, el fenómeno de que la última coyuntura local, iniciada en 1999 con el ascenso de Chávez al poder, con un programa de modernización y democratización que fue vaciado en la Constitución Bolivariana de 1999, y que recogió los anhelos de cambio amasados durante los diez y quizás los treinta años anteriores, concluyó abruptamente y sin mayores explicaciones en diciembre de 2006. A partir de aquí, y después de un merecido triunfo electoral, con 63% de los votos válidos y sólo 27% de abstención, el Presidente decidió estrenar un nuevo estilo político autocrático de inspiración resueltamente cubana, que lo ha llevado a burlarse cada vez más y más gravemente del librito azul que demasiadas veces proclamó como el programa de la revolución bolivariana venezolana, "dentro del cual todo se vale y fuera del cual nada es válido".

Lejos de leer los resultados de 2006 como una señal del pueblo que quiso reafirmar su confianza en el régimen democrático y expresar su repudio a quienes, como con Gallegos en 1948, quisieron burlarse del voto de los humildes y hacer valer la fuerza de los supervotos y superbotas de los privilegiados, el Presidente los interpretó, muy probablemente en base a pésimos consejos de Fidel, como un cheque en blanco a su favor, que lo ha llevado a hacer de sus caprichos y ocurrencias el verdadero texto magno con que pretende regir a los venezolanos. Desde entonces optó por echar a patadas del gobierno a quienes se negaron a incorporarse acríticamente al PSUV y hacer de la más amarga intolerancia un componente central de su estilo, y a convertir un socialismo y un anticapitalismo que nadie ha discutido y menos aprobado, en el non plus ultra de los lineamientos y consignas no sólo del partido, sino del gobierno y hasta del Estado venezolano, llegando hasta hacer un uso obsceno de los recursos públicos para sus permanentes campañas electorales. Cuando se le ha reclamado su ilegal ventajismo, responde que es un ciudadano con derecho a intervenir en la política, pero omite señalar el detalle de que él es un funcionario público, que está usando el tiempo y los recursos públicos para su provecho particular, y a quien la Constitución y las leyes electorales le prohíbe expresamente usar la investidura pública para hacer proselitismo partidista, puesto que está "al servicio del Estado y no de parcialidad alguna" (Art. 145).

Mientras que apenas a comienzos de 2006 buena parte de los personeros militares del gobierno todavía tildaban, en clara pauta adeca, de ñángaras y cabezacalientes a los militantes de la izquierda en el poder que se atrevían a usar la terminología marxista, a comienzos de 2007, los mismos camaleones contrajeron un daltonismo rojo y un sarampión socialista. Incluso en contra de las recomendaciones públicas del divulgador del término Socialismo del Siglo XXI, Heinz Dieterich, se optó oportunistamente por abrazar un confuso, pero con demasiados parecidos con el real o soviético aquel, modelo de socialismo, que a cualquier desprevenido bien podría hacerle creer que en el país tuvo lugar, cual por arte de magia, una revolución fantasma el 15 de diciembre de 2006, día del discurso en donde se anunció la nueva política, que a todo lo volvió rojo-rojito.

Mientras que hasta entonces, en la coyuntura anterior, se guardaban escrúpulos a la hora de admitir que un Presidente de la República debía serlo de todos los venezolanos y no sólo de sus adeptos, desde 2006 una y otra vez se nos restriega por la cara que el presidente lo es sólo de quienes estén incondicionalmente con él y trabajen para su perpetuación en el poder. En diciembre de 2007, tras una escandalosa campaña con los dineros públicos, quiso legitimar todas sus pretensiones sometiendo plebiscitariamente, o de un solo guamazo, a referendo un paquete de modificaciones de la bicoca de 69 artículos de la Constitución, para cuya discusión no hubo tiempo en absoluto y que en definitiva equivalían, más que a una reforma, a la elaboración de un texto completamente diferente del aprobado en 1999. En la tal megarreforma constitucional se proclamaba el socialismo como proyecto oficial del Estado venezolano, la propiedad colectiva como forma principal de propiedad en el nuevo régimen, la reelegibilidad indefinida del Presidente como nuevo principio electoral, y el poder omnímodo del Presidente para pasarle por encima y geometrar arbitrariamente a cualquier otro poder público como la nueva de ejercicio de la democracia vernácula.

Culminado el referendo y rechazada con los votos, afortunadamente, la pretensión ultrapresidencialista, lejos de desistir de su afán autocrático, el Presidente y su gobierno, tras calificar delicadamente al voto popular adverso como una "Victoria de mierda", se decidieron a actuar como si nada hubiese pasado. Han hecho del socialismo la ideología estatal oficial y de todas y cada una de sus instituciones, del capricho presidencial la última palabra del poder, incluyendo a los novedosos métodos geométricos, del secuestro de los símbolos y los próceres de la patria una práctica cotidiana, y, como quiera que hubiese resultado pantagruélico volver a postularse en 2012 como si legal fuese, entonces se optó por someter otra vez a referendo, con un nuevo récord de despilfarro de los recursos del Estado y de echar la casa por la ventana, y contra la expresísima pauta constitucional de que no podía someterse nuevamente a aprobación la materia que ya hubiese sido rechazada, la cuestión de la reelegibilidad indefinida.

Lo que ha seguido parecería, sino fuera porque nos ha tocado vivirlo y sufrirlo en carne propia, cada vez más una película de ciencia ficción en donde pareciera que se apuesta sistemáticamente a eso que los cineastas llaman suspensión de la incredulidad, es decir presentar lo falso y espurio con tanta naturalidad como para que el espectador deje de pensar que se encuentra ante algo que no puede ser. El desconocimiento de la soberanía el pueblo ha llegado a niveles insólitos, al punto de que se le niegan los recursos a las gobernaciones opositoras legítimamente electas, y se les ha privado cada vez más de fuentes de recursos propios, que procedían de los aeropuertos, puertos, autopistas y otros. Como la Alcaldía Mayor de Caracas quedó -¡mala suerte, pero qué se va a hacer!- en manos de Ledezma y no de Aristóbulo (por quien votamos), entonces se ha procedido, en el más puro espíritu de la rechazada geometría, a despojar esta alcaldía de sus recursos y nombrarle un poder por encima que la deja sin funciones. Los empresarios y propietarios de inmuebles tienen que temblar cada vez que pasa el presidente por la calle, pues puede antojarse de expropiaciones o desalojos de centros comerciales con permisos legítimos de construcción, fábricas en zonas industriales debidamente establecidas, o locales diversos nada más que por que le provoca estatizarlos a como dé lugar, porque se atraviesan en las direcciones casuales a que apuntan sus dedos, y las más de las veces sin indemnización real. El poder, en dos platos, se ha vuelto incestuoso, vale decir se ha volcado a hacer de su propia perpetuación el móvil de su ejercicio.

En medio de tales desafueros, y con la cultura dominante de la exclusión y el facilismo, no es de extrañar que haya prosperado el corolario de la ineficiencia, la negligencia y la corrupción, y de que hayamos atestiguado bochornos tales como la pudrición de más de cien mil toneladas de alimentos, la escalada impune de la violencia y la inseguridad, la crisis energética y de los recursos hídricos, el deterioro de los servicios públicos, la desatención a las magnitudes reales de la crisis económica que nos afecta, por sólo citar algunos pocos casos y entre ellos a los más sonados. Al pueblo empobrecido, soporte electoral inequívoco de las pretensiones autocráticas del presidente, se le está haciendo creer, yendo mucho más allá de las perversiones a que casi nos acostumbraron adecos y copeyanos en los treinta años de decadencia que siguieron a 1968, que el socialismo es sinónimo de vida barata y fácil y de repartos de comida sin esfuerzo productivo o de cualquier otro género, al que se accede simplemente con decirle amén a todo cuanto se le ocurra al presidente. Bajo el mito de una dizque democracia participativa, estamos avanzando hacia los peldaños más bajos de la escala de democracias en el mundo, muy por debajo del estándar dominante de las democracias representativas y en donde ya hasta el calificativo de delegativas empieza a quedarnos grande.

¿Qué pasó y cómo nos metimos en este festival de abusos, caprichos e intolerancias, y cómo salir de este pantanoso berenjenal? Tal es el sino de la deplorable coyuntura nacional, que para nuestra desgracia ha venido a coincidir con oportunidades de avance nunca antes editadas en el plano de la coyuntura latinoamericana, y con chances de poder avanzar hacia una mucho mayor autonomía económica, política, cultural y educativa en el contexto de una coyuntura mundial que sólo se comparan con los días de la crisis capitalista de los años treinta y cuarenta. Mientras tanto, el auge del malestar y las frustraciones contra la nueva política oficial sólo está siendo aprovechado por quienes están como caimanes en boca de caño esperando la ocasión para restaurar el orden que se quiso superar con la oleada de despertares desde 1989 hasta 2006. Por buena parte de los mismos que, en 2002 y 2003, quisieron pasarse por el forro el texto constitucional y desconocer la inequívoca voluntad popular, y que ahora andan en plan de "yo te lo dije, yo te lo dije", y en son de defensores a posteriori de la Constitución de 1999.

Queremos aclarar, sin embargo, que lo que nos irrita y nos lleva a distanciarnos de la actual oposición no es el hecho de que haya cometido errores graves en el pasado, pues a fin de cuentas todos cometemos errores, y con mayor justificación si tomamos en cuenta que buena parte de esos, como los más crasos de los golpes de 2002, fueron en dosis significativas provocados por el propio presidente Chávez, quien se cansó de azuzarlos e insultarlos para que se atrevieran a dar los fulanos golpes, por lo cual nos hallamos ante eso que los jueces llaman "atenuantes por provocación de la víctima", sino el fariseísmo de quienes, sin admitir o autocriticar sus fallas suficientemente, vienen a conmovernos con lágrimas de cocodrilo y monsergas sobre el respeto a la Constitución. Incluso en los casos de Acción Democrática y COPEI, partidos a los que siempre adversamos, que nos infligieron no pocas ni leves desgracias personales, y a manos de cuyos ciertos militantes y personeros estuvimos varias veces a punto de pasar a otros destinos, no nos incluimos en las filas de quienes chillan: ¡No volverán!, pues, nuevamente, no somos quienes para excluir a nadie de algún papel en la construcción de un país digno y próspero. Lo que sí les reclamamos, y sobre todo a sus nuevos dirigentes, es que a estas alturas no hayan sido capaces de organizar una evaluación seria de sus errores y corruptelas pasadas, y que se sigan comportando como aquel personaje El Chavo, que cuando lo agarraban in fraganti en sus faltas comenzaba a rumiar aquello de: "...yo no lo hice, yo no lo hice... y no lo voy a seguir haciendo...".

Acerca de qué hacer políticamente en esta contradictoria coyuntura nacional, y en particular ante los procesos electorales parlamentario y, sobre todo, presidencial, de 2012, para el que las del 26 de septiembre son sólo un precalentamiento, hablaremos en las próximas entradas.

martes, 17 de agosto de 2010

La política venezolana (II): La coyuntura latinoamericana

Las coyunturas son períodos marcados por grandes eventos económicos, políticos o militares que alteran las correlaciones de fuerzas de diversa índole, y condicionan de manera decisiva el acontecer y las luchas sociales en las instituciones, comunidades, naciones, regiones o el planeta todo. Tales grandes y singulares eventos ocurren, por lo general, al interior de los centros de poder hegemónicos de cada instancia o en las interacciones entre o con estos: por ejemplo, las coyunturas mundiales suelen estar determinadas por acontecimientos extraordinarios en los Estados Unidos y/o en donde interviene esta nación hegemónica; las latinoamericanas a menudo resultan de hechos decisivos en Brasil, México y/o Argentina, las naciones de mayor peso poblacional, territorial, político y económico del subcontinente; las venezolanas comúnmente se derivan de cambios mayores en la región capital de Caracas o con activa presencia de esta. No termina de estar claro por qué, pero es usual que las coyunturas, cuya definición obviamente depende de quien las estudia en cada escala, duren alrededor de una década, más o menos unos pocos años, por lo cual este lapso suele constituir el horizonte de muchos planes estratégicos de largo plazo, a la vez que estos necesitan ser repensados cada vez que hay un cambio coyuntural.

El análisis de las coyunturas, de estas singulares y más impactantes que otras situaciones concretas, es esencial para la elaboración de cualquier clase de políticas coherentes en el corto, mediano o largo plazo, y su comprensión en cada escala a menudo demanda la interpretación de las coyunturas en los ámbitos más amplios. El análisis de la coyuntura actual venezolana, pongamos por caso, reclama la interpretación de las coyunturas latinoamericana y mundial, y tal es el enfoque que estamos usando aquí. No obstante, aunque las coyunturas mundiales terminan ejerciendo sus impactos decisivos sobre las regionales y nacionales, no por ello estas dejan de tener su autonomía relativa. Y, si la política está hecha de políticas, y estas no son otra cosa que guías para la acción ante una problemática en un contexto dado, entonces la comprensión de estos contextos, y en particular de las coyunturas, constituye un momento esencial de cualquier política que merezca tal nombre. Analizar las coyunturas es el equivalente al popular saber dónde estamos parados a que apelamos cada vez que nos toca tomar decisiones de envergadura en el plano personal.

Hasta donde la entendemos, la actual coyuntura latinoamericana comenzó a la vuelta del siglo del siglo XX al XXI, sobre todo desde que en las tres mayores economías de la región, las de Argentina, Brasil y México, fracasaron estrepitosamente las fórmulas neoliberales que habían estado en boga por casi un cuarto de siglo. El neoliberalismo, o más completamente el liberalismo neoclásico, es una reacción enfurecida contra las políticas de economía mixta o keynesiana, contra los Estados de Bienestar o Welfare States, los Nuevos Tratos o New Deal, contra las supuestas blandenguerías de intentar conciliar el crecimiento capitalista con la justicia social, que prevalecieron en el globo después de la crisis del modelo liberal, a secas, que estalló en 1929. A juicio de sus mentores, los Hayek, von Mises, Friedmans, Poppers y compañía, y sus discípulos latinoamericanos Castañeda, Krause, Vargas Llosa -con su delfín Alvaro-, Plinio Apuleyo Mendoza y afines, el keynesianismo económico, que quiere hibridar la dinámica de la iniciativa empresarial con la planificación y regulación estatal, no hace sino entorpecer el desenvolvimiento de las leyes naturales del mercado y propiciar el debilitamiento de los mecanismos de desafío a los afanes de superación de la gente. De allí que ellos pacientemente esperaran el debilitamiento del estilo roosveltiano, keynesiano o socialistoide que se impuso en muchos países después de las crisis de los treinta y que sobrevivió, con bemoles, durante buena parte de la posguerra, para acometer su asalto.

La oportunidad ansiada se les presentó a raíz de la crisis energética mundial de 1973, y, sobre todo, después de la humillación del gobierno de Carter por la crisis de los rehenes en Irán 1979. Y fue desde entonces que en el globo entero, y particularmente en América Latina, en donde ya venían probando sus experiencias piloto en el Chile de Pinochet y el Uruguay de Bordaberry, desde 1973, y la Argentina de Videla, desde 1976, se lanzaron, auspiciados por los triunfos de Reagan en los EUA y la Thatcher en el Reino Unido, a neoliberalizar las economías y Estados del planeta. La liberalización o apertura del comercio, por supuesto en las áreas en donde tenían fortalezas, pero nunca, por ejemplo, en los productos agrícolas; la minimización de los impuestos y regulaciones financieras, siempre al servicio de los intereses de las grandes corporaciones y los estratos sociales más pudientes; la privatización de las empresas públicas, sobre todo de nuestros países débiles, pero ni pensar en, digamos, una NASA, fueron tres de sus caballitos favoritos de batalla, con un cuarto, implícito y soterrado, por impopular: la desprotección social de los trabajadores y desempleados, es decir, la eliminación de los programas de conservación del empleo y ayuda social a los más desfavorecidos, que a veces, cuando se la combina con reestructuraciones organizativas y cambios tecnológicos, que por regla general van acompañados de despidos masivos, ha sido llamada flexibilización del trabajo.

Tan impactante fue la influencia del neoliberalismo en América Latina que, luego de agotar la recluta de una generación completa de militares gorilas, la emprendieron, sobre todo a partir de 1989, con la caída del Muro de Berlín y el derrumbe del mito del socialismo real o de factura soviética, con la captación de posturas socialdemócratas y populistas vacilantes, al punto de lograr reducir drásticamente la cuota de nuestros amigos de izquierda. Con el ejemplo pionero de Chile, en donde a partir del derrocamiento de Allende se inició una época dorada para los Chicago Boys, acólitos de Milton Friedman, el neoliberalismo, o su alias el monetarismo, se impuso en prácticamente toda América Latina desde mediados de los setenta, se fortaleció, con el mencionado ascenso de Reagan en los ochenta, y se extendió, sin que ciertos buenos deseos de Clinton lo atajaran, hasta el ocaso del siglo XX.

Fueron los días de Ménem y su ministro estrella Cavallo en Argentina, que poco faltó poco para que privatizaran el oxígeno del aire, y quienes dieron continuidad a las hazañas desindustrializadoras de los Videla y compañía que, bajo el guión del Plan Cóndor, compuesto en clave de Guerra Fría, habían derrocado a María Estela (viuda) de Perón. De Collor de Melo, en Brasil, y su lamentablemente continuador socialdemócrata Cardoso, el mismo de la teoría de la dependencia, que impulsaron su Plan Real para acabar con la superinflación de tres dígitos a punta de incentivos a las transnacionales y los capitales especulativos. De Salinas de Gortari, quien le arrebató las elecciones a Cuauhtémoc Cárdenas, hijo de Lázaro Cárdenas, después de un insólito apagón electoral y quien dispuso a su antojo de una milmillonaria en dólares partida secreta, y Ernesto Zedillo, en México, que abrieron de par en par las puertas al capital estadounidense y, so pretexto del NAFTA, lo privatizaron todo excepto PEMEX -quizás por respeto al venerado por los mexicanos Lázaro aquel-. Del viraje de Paz Estensoro, anterior nacionalista, en Bolivia, y su continuador Sánchez de Lozada; de la deserción de la socialdemocracia de nuestro Carlos Andrés Pérez y sus IESA Boys, que provocaron el Caracazo con su adicción a las políticas de shock inspiradas en los lineamientos del Fondo Monetario Internacional y el Consenso de Washington. De Fujimori en Perú; Bordaberry, Sanguinetti y Lacalle en Uruguay; Rodríguez y Wasmosy en Paraguay; Durán y Bucaram en Ecuador, etcétera.

Sin desconocer algunos de sus logros puntuales macroeco- nómicos, sobre todo en materia de control de la inflación rampante y ciertas estabilizaciones monetarias, lo cierto es que estas políticas neoliberales de más de dos décadas terminaron por traducirse en estancamiento económico, altos niveles de desempleo y pobreza, agudización de la distribución desigual de la riqueza, endeudamientos extremos con la banca internacional, pérdida de soberanía nacional, devaluaciones mayúsculas de monedas que quisieron equipararse con el dólar, y calamidades afines. Las crisis financieras de México (1994), Brasil (1999) y Argentina (2001), a menudo conocidas como los efectos Tequila, Samba y Tango, que habían sido anticipadas en Venezuela por el Caracazo, constituyeron el puntillazo de estas experiencias neoliberales, actuaron como dianas de alerta para el despertar de los pueblos latinoamericanos, y convirtieron el combo de términos neoliberales y fondomonetaristas en prácticamente malas palabras en todo el continente, que bastante va a costar para que vuelvan a ser incorporadas al léxico normal.

Frente a esta debacle neoliberal, en pocos años, después de 1999, en el subcontinente irrumpieron los gobiernos progresistas de Chávez en Venezuela (1999), Lula en Brasil (2003), Kirchner en Argentina (2003), Tabaré Vázquez en Uruguay (2004), Evo Morales en Bolivia (2006), Ricardo Lagos (2000) y Michelle Bachelet en Chile (2006), Daniel Ortega en Nicaragua (2007), Rafael Correa en Quito (2007), Fernando Lugo en Paraguay (2008), y por un tris, sin entrar, por ahora, a detallar las causas non sanctas de sus derrotas, López Obrador en México (2006) y Ollanta Humala en Perú (2006). En menos de una década, América Latina dejó de ser un bastión del neoliberalismo y se convirtió en una trinchera de lucha y arena de búsqueda de alternativas contra él, lo cual, todavía, caracteriza la actual coyuntura latinoamericana.

Con lo que va dicho se impone, sin embargo, una advertencia gruesa, y es la de que no queremos que la anterior crítica al neoliberalismo se confunda con la de cierto izquierdismo latinoamericano, extrañamente difundido en medios marginalizados, académicos y europeizados, para quienes neoliberalismo, capitalismo, keynesianismo, economía mixta, Estado de Bienestar y todo lo que no sea de extrema izquierda y preferiblemente guerrillerista y procubano son una y la misma cosa. Al extremo llegan de no ser capaces de distinguir, como antaño el stalinismo no distinguió entre fascismo y socialdemocracia, a los que graciosamente tildó de socialfascistas hasta que la gracia se les tornó morisqueta, las políticas de Collor de Melo versus las de Lula, o la de Augusto Pinochet versus la de Michelle Bachelet. A Lula se refieren con desconfianza, destacando sus nexos con empresarios progresistas, insinuando su traición al Movimiento de los Sin Tierra, y haciéndose los locos con su hazaña de conjugar un sin par crecimiento económico con una reducción sustancial de la pobreza, o sin mencionar los éxitos de sus múltiples programas sociales, esos sí sustentables, en donde destaca el de Hambre Cero; y no dejaron de expresar alivio con la derrota de la Concertación en Chile, pues así se estarían "sincerando las cosas". Para ellos la única quintaesencia del antineoliberalismo son la revolución cubana, el heroísmo indiscutible del Che, el sandinismo nicaragüense, o, más cercanamente, el movimiento zapatista, los movimientos indigenistas andinos, los piqueteros argentinos y el ALBA antiimperialista y chavista.

De la misma manera a como, para muchos neoliberales, toda la izquierda cabe dentro del mismo saco de la bazofia stalinista, para este izquierdismo infantil todo lo que no sea de extrema izquierda es en su esencia procapitalista y cualquier coexistencia con el, o concesión al, capitalismo es una traición. Unas veces marxistas caletreros de la primera página del Manifiesto y otras extraviados en las lecturas de quien jamás ha puesto los pies en una fábrica, ora eufóricos defensores de la lucha de clases como motor de la historia y del proletariado o sus sucedáneos como clase llamada a emancipar a toda la humanidad u ora fervorosos abanderados de los "nuevos movimientos de base", ya añorantes de los días del socialismo real y la dictadura del proletariado o ya de un socialismo utópico y extraterrestre con el que nada tienen que ver las tendencias socialistas escandinavas y afines, no tienen ojos ni oídos para las necesidades ingentes de nuestros pueblos y, en definitiva, no están dispuestos a resolver ningún problema hasta que, como gustan de decir, "el último creyente en el capitalismo sea ahorcado con las tripas del último burgués" (sin reparar jamás en que, en definitiva, la contradicción entre el burgués y el proletario no pertenece en definitiva al modo de producción capitalista sino al modo anterior, el mercantilismo, en donde la fuerza de trabajo sí era vista como una mercancia y no como un ente inteligente).

En definitiva, no se nos escapa que la facilidad conque tanto a neoliberales como izquierdistas extremos les resulta tan fácil creer que todos los demás son lo mismo obedece a una matriz epistemológica común, de factura analítica o decimonónica y que, por tanto, los hace incapaces de pensar, como desde hace buen rato vienen haciéndolo toda la ciencia y la tecnología modernas, al menos en términos sistémicos, es decir, comprendiendo las interacciones entre las partes, y no simplemente las partes aisladas, como elementos fundamentales de los conjuntos de cualquier especie.

Una de las reflexiones más brillantes que he conocido sobre estas ideologías fundamentalistas, a nivel micro o de la empresa, pero que puede ser fácilmente extrapolada a la esfera social, y que recomiendo sin reservas, es la de Douglas McGregor, en su vigentísima obra The Human Side of Enterprise (1969) [El aspecto humano de las empresas]. Allí se descubre el elemento común de estas dos ideologías, a las que, para no predisponer a sus lectores, McGregor caracteriza como Teoría X. Pese a sus aparentes diferencias, ambas posturas desconfían profundamente de la naturaleza humana y creen que, en el fondo, los seres humanos sienten una repugnancia intrínseca hacia el trabajo, lo evitarán mientras puedan y renunciarán en lo posible a asumir responsabilidades para con sus semejantes. Sentadas estas premisas, entonces se cae de maduro que la única manera de lograr que las personas trabajen o sean solidarias es a través de variaciones del método del palo y el dulce, es decir, el método clásico de domesticación de animales. La diferencia consiste en que mientras que los neoliberales tienden a creer que siempre hace falta más palo para los congénitamente flojos y más dulce para los escasos triunfadores previos, o sea, más mercado y más ganancias para el capital, para los izquierdistas se trata de lo contrario: más y más palo para los exitosos y más y más dulces para los débiles, de donde se deriva el imperativo de más y más Estado y más y más controles sobre la vida de las personas.

En cambio, según el mismo autor, basta con que alteremos la premisa, es decir, que entendamos, con la Teoría Y, que el ser humano posee una propensión intrínseca, antropológica y biológica, diríamos nosotros, a disfrutar del trabajo y de la solidaridad con los demás, como disfruta del juego, el sexo y el descanso, para que la problemática anterior quede por completo trastocada, y para que la aplicabilidad del método del palo y el dulce quede restringida sólo a entornos de profunda insatisfacción de necesidades básicas. En su lugar, el enfoque de la motivación y el estímulo a la creatividad y la realización de las potencialidades de cada quien, a través del trabajo y la solidaridad con los otros, o, con nuestras palabras, de la transformación de capacidades y la realización de identidades, se coloca en el orden del día, por lo que los mecanismos tanto del mercado como del Estado se convierten en meros elementos contextuales o cauces para orientar procesos naturales protagonizados libremente por los individuos y colectivos. Y es esta la razón profunda por la que creemos que, apartando todo fundamentalismo, es posible y necesario iniciar ya, aun bajo el marco de un insaltable capitalismo, los procesos de estímulo a la realización de las capacidades todos los latinoamericanos, en la ruta hacia una sociedad cada día más genuinamente humana.

La coyuntura latinoame- ricana actual, como bien nos lo están señalando Brasil y Lula, y ojalá que en pocos días también Dilma, es harto propicia para el emprendi- miento de nuevas y no fundamentalistas experiencias de cambio. El fracaso del neoliberalismo es una extraordinaria oportunidad para la búsqueda de nuevas vías de solución a nuestros problemas y de satisfacción de nuestras necesidades, a condición de que no pretendamos resucitar el cadáver de un estatismo o falso socialismo a la soviética, no importa si bajo el disfraz de un neosocialismo del siglo XXI.

viernes, 13 de agosto de 2010

La política venezolana (I): La coyuntura mundial

En un país donde el 90% de las divisas proceden de la exportación de petróleo, con la seguridad alimentaria más baja de América del Sur y donde se importa en el orden del 60% de los alimentos, parecería poco razonable que la política se desentendiese de la comprensión de los fenómenos mundiales, y sin embargo eso es exactamente lo que se hace. Apartando las referencias alegóricas que hace el gobierno, con el lenguaje de hace más de siglo y medio, a un capitalismo y un socialismo abstractos, el escaso debate político nacional tiene lugar como si el mundo se acabara en La Guaira, Castilletes, San Antonio del Táchira, Santa Elena de Uairén y Macuro, o, peor, como si nos ocupásemos, según se trate de voceros del gobierno o de la oposición, sólo de los cerros y quebradas versus los valles y colinas del Área Metropolitana de Caracas. ¿Dónde están las tesis concretas sobre los grandes problemas nacionales e internacionales que nos afectan y quiénes las manejan? ¿Dónde las posturas sobre el drama de la pobreza, nuestra estanflación prolongada, nuestra dependencia tecnológica y rentismo petrolero, la debacle educativa, la economía informal y el desempleo encubierto, el cambio climático, o sobre cualquier tema que no sean la noticias del periódico de ayer, e inclusive, en este caso, en qué se diferencian realmente las estrategias contra la inseguridad o por la soberanía alimentaria o energética del gobierno y de la oposición?

Mientras escudriñamos nuestros ombligos y verrugas, en el mundo, desde el 15 de septiembre de 2008, cuando ocurrió la más grande quiebra jamás experimentada por una corporación transnacional, Lehman Brothers, está en pleno desenvolvimiento la más grave crisis del capitalismo desde los días del crac de 1929, con importantes analogías con esta. Reventamiento de las burbujas de la avaricia comercial y financiera, derrumbe de pirámides inmobiliarias especulativas, desplome de un consumismo enfermizo, agotamiento de los trucos financieros de los préstamos y las ventas a crédito, desregulación de la producción y los mercados, despilfarro energético de los combustibles fósiles y contaminación estructural o de largo plazo de la atmósfera, rebajamiento de impuestos a las grandes corporaciones y las clases acomodadas, deterioro de los salarios reales frente a las ganancias y rentas del capital, en síntesis, en ambos casos, colapso de un estilo de crecimiento incapaz de armonizarse con la satisfacción de las necesidades humanas reales y que requiere de la especulación con necesidades inducidas para sobrevivir.

La electrificación y los electrodomésticos de ayer fueron reemplazados por la informatización y los electrónicos y celulares de hoy, las casas y apartamentos de playa de Florida de entonces por las grandes quintas con ostentosos jardines de ahora, los vehículos utilitarios o modestos por los voluminosos rústicos 4x4, los cines colectivos por los del hogar, la radio por la televisión por cable e Internet, los grandes centros comerciales horizontales por los verticales, los sencillos préstamos, créditos y acciones de bolsa por ingeniosos "paquetes financieros", la internacionalización de los carteles o trusts por la sofisticada globalización..., pero, en esencia, se trató otra vez de lo mismo: antes que nada, especulación avara, más y más privilegios para las clases opulentas, siembra de ilusiones en las clases medias en ascenso e inhibición del Estado en su rol de garante del interés colectivo.

Con la presente crisis económica mundial se conjuga una crisis política de no menores proporciones. El otrora poderoso máximo del globo, el presidente George W. Bush de los Estados Unidos, resultó ser un mentiroso compulsivo, ante quien el Nixon aquel parece un ingenuo, pues se valió de falsas pruebas sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak para justificar su invasión, pasándole por encima al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, ocultó sistemáticamente las pruebas sobre la determinación del cambio climático por el actual estilo civilizatorio, favoreció las grandes empresas guerreras y petroleras de sus amigotes, y todavía están en curso procesos de investigación que lo inculpan de delitos cada vez más monstruosos, como el de su probable complicidad con el atentado contra las Torres Gemelas y el Edificio 7 del World Trade Center de Nueva York. Su política de complacencias con las más salvajes fieras del mercado y con los más despiadados negociantes de la guerra se derrumbó estrepitosamente en 2008, lo que condujo a que su partido perdiera las elecciones frente a Obama, apoyado sobre todo por la juventud inconforme y nada menos que el primer presidente negro de los Estados Unidos, en noviembre de ese mismo año.

El capitalismo salvaje, alias competitivo, está a la defensiva. Los Bush, Cheeney, Rumsfeld, Gates, Paulson y el resto de su bandada de halcones están con los picos y las garras rotas y las alas desplumadas después de ocho años de rapiña. El momento es propicio para el avance realista de los pueblos pobres del mundo, pero no con las fantasía digna de comiquitas de quien quiere derrotar al imperio y acabar de una vez con el capitalismo, sino con el tino de quien de verdad busca obtener resultados traducibles en mejoras a la paupérrima calidad de vida de nuestra gente y aprovechar las oportunidades existentes de impulsar un capitalismo con una mayor justicia social. La problemática ambiental y la acelerada búsqueda de alternativas energéticas a los combustibles fósiles nos está ofreciendo a los venezolanos quizás una última oportunidad de dejar atrás nuestra monoproducción y monoexportación petrolera, y avanzar hacia una diversificación de nuestra economía, una mayor autonomía alimentaria y en muchos otros campos, y una reestructuración de fondo de nuestro postizo sistema educativo.

Si lográsemos entender que el capitalismo no es un plato de un menú que podemos escoger si nos provoca, sino un estadio necesario por el que, una vez metidos, como estamos, en civilizaciones clasistas y basadas en el desamor y la explotación, tienen que transitar todos los pueblos del planeta, entonces veríamos como esta crisis nos está ofreciendo valiosas oportunidades. Si confrontamos este capitalismo posible con un idílico paraíso terrenal, con prevalencia de una cultura de plena fraternidad, justicia y libertad, es claro que resulta detestable, pero si lo contrastamos con los regímenes de esclavización de la fuerza de trabajo bruta, como el que tuvimos apenas hasta el siglo XIX, con importantes secuelas en el XX, o de feudalización de la fuerza de trabajo servil o mercantilización de la fuerza de trabajo empleada u obrera, que todavía prevalecen en nuestro país real, entonces resulta claro que la capitalización de la fuerza de trabajo profesional o científica y tecnológicamente capacitada, en la ruta hacia una socialización de una fuerza de trabajo humanizada y crítica, es una opción válida, y de esto se trata a nuestro humilde parecer.

Una oportunidad como esta no se nos presentaba desde los años tardíos treinta y buena parte de los cuarenta, cuando un despertar social interno coincidió con una ola mundial de democratización antifascista, y se alcanzaron muchas de las conquistas de nuestra todavía escasa modernidad: se logró la defensa de las reservas y precios de nuestro petróleo, que luego, en 1960 y sólo gracias a nuestro Pérez Alfonzo, se consolidó con la creación de la OPEP; se impulsó, gracias a nuestro Prieto Figueroa, el más grande proceso de creación de escuelas y de apertura educativa que hemos conocido, el cual pudo continuarse en los sesenta y que, de no ser por la involución calderista, que, con la complicidad de una Acción Democrática ensoberbecida, genuflexa y venida a menos, sacrificó al gran Maestro de los venezolanos, hubiese terminado por dotarnos de un verdadero sistema educativo en vez de la mamarrachada que tenemos; se alcanzaron también buena parte de las limitadas pero no despreciables conquistas democráticas y económicas de que todavía disfrutamos: voto universal directo y secreto, obviamente incluyendo al indispensable voto femenino, libertades de expresión, de prensa, asociación, manifestación, huelga, ..., derechos a la educación gratuita y laica, a ciertos servicios de salud y seguridad social, y otros; y se dio impulso a cierta industrialización y reforma agraria, lamentablemente frenados luego, ya en clima de Guerra Fría, con la política de sustitución de importaciones y apertura indiscriminada ante las corporaciones transnacionales.

En lugar de seguir atrapados entre la insensibilidad de un mercantilismo obsoleto y estéril y la inviabilidad de un socialismo para el que estamos como morrocoy queriendo subir palo, todo sugiere que las circunstancias son propicias para avanzar, tal y como lo pauta nuestra constitución vigente, hacia una sociedad moderna, es decir, esencialmente capitalista, y con mayores oportunidades que la que tenemos, en cuyo seno comiencen a incubarse los gérmenes de un régimen social superior futuro. Pero para lograrlo tendremos que salir del pantano de la polarización social y política en que estamos metidos, y disponernos a crecer e impulsar un proceso de transformación de nuestras capacidades de toda índole. En seguida continuaremos.

martes, 10 de agosto de 2010

La cultura venezolana (y III): La solidaridad al fondo de nuestra Caja de Pandora

Bajo la superficie, y varia capas más abajo, de nuestra -a los ojos de muchos- inverosímil estructura cultural, que hasta aquí hemos querido simplificar en dos grandes componentes, la exclusión y el facilismo, se esconde otra, o tercera, gran familia de valores, vinculados a la solidaridad, en donde nos luce está la clave para que algún día despertemos y nos dispongamos a edificar una nación verdadera e integrada. Una Venezuela legítima, de la que por fin podamos sentirnos orgullosos sin tapujos, y no la especie de Bene/Suela, con privilegiados, la gente bien o bene, arriba, y otros pelando abajo, en la suela, o inclusive su versión invertida, una especie de Suela/Bene, en donde la suela fuese la de una bota para pisar a la gente [ex-]bene, que tenemos.

Si tras tantos desencuentros y entuertos hemos heredado una estructura social dicotómica, asimétrica o partida en pedazos, e impregnada por un facilismo omnipresente por dondequiera que la miremos, existe también entre nosotros, y menos mal, a consecuencia de nuestra ineludible identidad humana, igualmente heredada, pero por millones de años, y ante la cual no han podido unos pocos siglos de desgracias, un arraigado sentido de solidaridad genuina, es decir, de amor, que se expresa en mil y una formas a ratos no menos insólitas que sus contrapartes viciados.

Claro está que, por germinar en un ambiente plagado de brechas sociales y corrupción, aquella no pocas veces deviene "solidaridad" y genera engendros perversos, desde la copia y el soplado dizque ingenuos en los exámenes colegiales, hasta los tráficos ilegales y contrabandos de toda clase en las fronteras, las complicidades, favoritismos y encubrimientos a diestra y siniestra, y aun los casos de policías facilitándole armas a los delincuentes y participando en, o apoyando, secuestros y crímenes, o de jueces absolviéndolos. Pero estamos convencidos de que hay todavía suficientes formas genuinas y nobles de solidaridad que subsisten en las rendijas íntimas de nuestra sociedad y nuestro pueblo, a modo de esperanza en el fondo de la ingrata caja de Pandora que alberga los valores y antivalores de nuestra cultura.

Es probable que nuestras relaciones entre padres o, quizás más precisamente, madres e hijos se cuenten entre las más resistentes a la erosión del tiempo y las dificultades e ingratitudes de todo género en el planeta, al punto de que no creo que sean muchos los países en donde las madres, históricamente, se hayan encargado tanto, no escasas veces solas y no pocas después de ser abandonadas o hasta violadas por los machos, del cuidado de sus hijos, o que, más actualmente, sigan encargándose de buena parte de las atenciones a sus hijos enfermos, en ese imperio del dolor que constituyen nuestros hospitales, o presos, en ese del terror que son nuestras cárceles. No es mucho lo que he viajado, pero por lo mismo cada vez que lo hago me empeño en fijarme y aprender todo lo que puedo, así como en preguntarle mucho a quienes sí lo hacen más, y debo añadir que así como tengo serias dudas de que existan otros países tan despelotados como este, también las tengo de que haya otras latitudes con tal densidad de madres dispuestas a privarse de bocados y andar con zapatos rotos en aras de que sus hijos se alimenten y vistan bien.

Las relaciones de amistad, vecindad y parentesco suelen privar, con no poca frecuencia, sobre las mercantiles y legales, no siempre por el lado del favoritismo, el clientelismo y la corrupción, sino también para expresar afectos, reparar injusticias y evadir imposibles trámites burocráticos y enrevesados; con la misma que ciertos funcionarios y empleados complican adrede los procedimientos y transacciones para obtener prebendas, otros optan por simplificarlos y ayudar, desinteresadamente, a clientes y usuarios. En los trabajos, en empresas e instituciones, se cultivan múltiples relaciones y mecanismos informales, no siempre dañinos e improductivos, y todos hemos tenido evidencias del asombroso poder de las secretarias de los jefes a la hora, las más de las veces de buena nota, de conseguir citas importantes y resolver asuntos. Mientras que en las oficinas y talleres de producción se respiran aires lúgubres y proliferan los semblantes alicaídos, a las salidas de los trabajos y los fines de semana se organizan toda clase de parrandas, bonches, brindis, sancochos, fiestas de trajes, paseos, piñatas, parrilladas..., en donde muchos venezolanos parecen supermanes librados de las ataduras del rol de Clark Kent, o zorros justicieros, ocurrentes y generosos dejando atrás las circunspecciones de Don Diego de la Vega...

En las instituciones educativas se practican numerosos mecanismos informales de enseñanza mutua, en donde los que entienden más ayudan a los que menos, que no siempre derivan en chuletas, sopladeras y otras formas de copia, sino en mecanismos legítimos de ayuda y compañerismo; o, en sentido contrario, son infrecuentes las zancadillas de que tanto hemos oído hablar en otras latitudes, que llegan hasta los extremos de dañar o hacer desaparecer libros, apuntes y trabajos para perjudicar a los rivales académicos. Todavía, sobre todo en el interior del país, es frecuente que familias vecinas o amigas intercambien comidas, ropas, juguetes, libros de los niños, disfraces, etc., sin tintes mercantiles de por medio; y no estoy seguro de que la institución de las "chivas" -ropa a medio uso que ya no le queda o no le gusta a uno y se le regala a quien la necesite-, sea de práctica universal. Como casi todas las mujeres calzan alrededor de 37, y las más llevan tallas S ó M de blusas, pantalones talla 10 ó 12, vestidos S ó M, sostenes 32B ó 34A, etcétera, es frecuente, no sólo exclusivamente aunque sí mucho más en los estratos humildes, que parientes y amigas intercambien atuendos, y por supuesto accesorios como carteras, cinturones, collares, etc.

Son incontables, y bien valdría la pena disponer de vida suficiente para escribir unas cuantas de ellas, las historias de combatientes contra la dictadura perezjimenista, guerrilleros de los años sesenta y militantes de izquierda de todas las épocas que fueron protegidos y aun salvados por personeros de los regímenes que combatían, a quienes no fue extraño que conocieran al compartir prisiones anteriores. Buena parte de los maestros y profesores que fueron expulsados de sus cargos e incluso exiliados por la misma dictadura, recibieron durante largos períodos, con sus familias, auxilios financieros de sus colegas empleados, no siempre simpatizantes con sus ideas. En las cárceles, tanto políticas como civiles, no todas las veces el alivio de las condiciones de vida, o aun la fuga, de presos es producto de la corrupción o el soborno, pues ocurre que algunos encargados de las custodias de repente se muestran solidarios con los injustamente detenidos. Y no deja de parecer irónico, al tiempo que una pesadilla para tanto fundamentalismo en boga, que Bolívar, el mismo del lamentable e injustificable, pero explicable, Decreto de guerra a muerte, haya tenido que morirse en la casa de un español, don Joaquín de Mier, el único que, en los frustrados albores de su ostracismo, lo acogió debidamente.

En mi época de dirigente estudiantil gocé del privilegio de ser protegido ad honórem por compañeros que corrían riesgos para impedir que policías o bandas reaccionarias me agredieran, y pude constatar, varias veces, lo que muchos militantes de izquierda bien saben: que a la hora de andar huyendo de la represión, en la clandestinidad, las mejores conchas suelen ser las casas de gente generosa y no metida en política, incluyendo las de funcionarios honorables del gobierno y fundadores de los partidos del estatus, que a pesar de todo siguieron siendo amigos... En dos oportunidades, un decano de la Facultad de Ingeniería, el Dr. Marcelo González Molina, a quien en muchos aspectos criticaba y adversaba políticamente, fue quien logró sacarme de la DISIP, a la vez que fue el único que resueltamente se opuso a la extremadamente injusta expulsión de que fui objeto en la UCV, en diciembre de 1972.

Todavía en lo personal, mas fuera de la política, en mi mocedad viajé mucho y a lugares remotos por todo el país, incluso con mi equipo fotográfico Nikon, relativamente sofisticado, con un par de cuerpos, lentes intercambiables y numerosos filtros y accesorios, pidiendo colas por regla general, sin hospedarme jamás en hoteles ni pensiones formales, y disfrutando no pocas veces de comidas gratuitas y "ñapas" y obsequios diversos que me ofrecía gente a quien acababa de conocer. Varias veces ha tenido la experiencia de ser defendido por malandros o indigentes conocidos frente a agresores o delincuentes extraños, incluyendo el caso límite de un malandro que una madrugada quiso asaltarme con un cuchillo cuando iba por el puente 9 de Diciembre de El Paraíso, pero a quien logré hacer desistir de su propósito y desde entonces se convirtió en mi protector y guardián cada vez que me sabe deambulando por esos lares.

Hay un indigente que cuando, en un par de ocasiones, se ha encontrado en la calle objetos religiosos de cierto valor, se ha empeñado en localizarme para regalármelos y que se los lleve a mi mamá. Para bien o para mal, he conocido expresiones de solidaridad en venezolanos procedentes de todos los fondos sociales, y no hace mucho un amigo, quien había hecho estudios en Estados Unidos y a quien le robaron de su carro, en Sabana Grande, varias cajas con todos los libros de su posgrado, que venía de retirar no recuerdo si de la aduana o del correo, se sorprendió cuando, a través de contactos de calle, logré recuperarle estos (aunque no a tiempo como para evitar que ya le hubiesen arrancarado a todos los libros la primera página, donde él solía firmarlos).

Y, quizás rondando las fronteras del lirismo, no sé si ya conté aquí que una de las experiencias más profundas de solidaridad humana que he conocido la tuve hace unos cuantos años, por allá por los sesenta, en Curiepe, Barlovento, estado Miranda, cuando participé en una noche de San Juan, en donde literalmente permanecieron abiertas las puertas de todas las casas del pueblo toda la noche, y la gente, desde niños hasta ancianos, salía a bailar abrazada, fraternalmente y formando cadenas alrededor de la plaza, al son del mina y el curbeta, mientras en ciertas casas se bailaba frenética y sanamente en parejas, al son de los tambores redondos o culo 'e puyas. Cada vez que, a fuerza de tantos golpes, sinsabores y reveses, me asaltan dudas acerca de la posibilidad de que salgamos algún día de este hoyo de polarizaciones sociales y políticas en que está metido el país, me empeño en recordar esa noche cálida barloventeña, habitada por el mismo tipo de gente humilde que años después conocí en San Agustín del Sur, y quizás lo más parecido a una visita a un paraíso terrenal de integración y afecto que he conocido y conoceré. Mientras conserve conmigo estas vivencias de solidaridad, seguiré convencido de que sí es posible, con paciencia y dedicación, que superemos algún día la polarización que hoy nos asfixia.

Pese al denso y entramado cúmulo de infortunios que padecemos los venezolanos, estoy persuadido de que si lográsemos reencontrar el camino de la genuina solidaridad social y sin distingos de clases que varias veces se ha asomado en nuestra historia, y que cotidianamente se muestra en los intersticios de nuestro tejido social, sería relativamente sencillo comenzar a resolver nuestros problemas, integrarnos por fin como nación y satisfacer tantas necesidades insatisfechas. Pero que quede claro que dije el camino de la genuina solidaridad social y sin distingos de clases, y no los atajos hacia el futuro o hacia el pasado, con invitaciones a cocteles de supuesto amor, pero con sobredosis de arrecheras e insensibilidad, tan de moda en nuestros días. Hacer política, de verdad, en nuestro país, tiene demasiado que ver con hallar este camino, y de eso, y a propósito de las próximas parlamentarias, tratarán los artículos que saldrán en pocas horas.