viernes, 18 de junio de 2010

Sin Saramago, con una voz del silencio

José Saramago (Azinhaga, Santarém, Portugal, 1922 - Tías, Lanzarote, Islas Canarias, 2010)

Siempre optimistas, un poco más y a prueba de golpes de la fortuna, tenemos confianza en que aprenderemos a vivir sin José Saramago.

Su amada compañera, y excelente traductora al español, Pilar del Río, nos ha brindado una clave que ayudará en la tarea, pues días atrás declaró que ante su partida sólo deberían llorar quienes no tuvieron la dicha de conocerlo..., y resulta
que, incluso sin físicamente ir más allá de algunas sentadas en auditorios en los que él y ella estuvieron presentes, nos hemos autopos- tulado al privilegia- do gremio de los formal- mente autoriza- dos a no llorar. Durante cerca de década y media, en la recta final del esplendor de su labor creativa, nos acostumbra- mos a vivir pendientes de su voz, es decir, de sus tantas obras, entrevistas, declaraciones, gestos..., como solemos hacerlo con quienes ingresan -a falta de uno de los otros- a nuestro santuario, hasta llegar, si no a conocerlo de verdad verdad, con los calibres de su Pilar (a quien llamó "su casa", "hasta el último instante", "los días todos", "que no dejó que yo muriera", "como si dijera agua"...), al menos a frecuentarlo tanto que casi.

De tanto hurgar en sus palabras, en donde los recovecos y espacios en blanco no pocas veces resultan más elocuentes que los caracteres impresos, llegamos a alternar con él y su manojo de inolvidables ocurrencias y personajes, digamos de modo parecido a que si fuésemos vecinos, quizás vecinos de almas -expresión que probablemente a él le habría parecido cursilona-, o en todo caso algo por allí. De la mano de Saramago hemos accedido al mejor sucedáneo de una experiencia varias veces escuchada, pero sin que haya llegado el día de sentirla en piel propia: vivir en algún pueblo o suburbio de una ciudad escandinava, en donde se nos ha asegurado que habitan criaturas despojadas de ínfulas o títulos clasemedianos, y quienes, sin embargo, gozan del estatus de la más plena humanidad en su plural vecindario. O sea, ambientes sociales planos, cargados de respeto y hondamente organizados, convivencias no jerárquicas de personas de distintos niveles educativos, orígenes sociales, dedicaciones a oficios intelectuales o manuales, simpatizantes de distintos partidos políticos, con un alto y decisivo grado de participación femenina..., así como con
culturas y relaciones humanas, derechos y deberes, casas y mobiliarios igualados por más de un siglo de democracia bien aprovechada, y por la accesibilidad y calidad de los productos de empresas altamente productivas y con vocación social (aunque, la verdad sea dicha, también étnicamente homogéneos, o sea, más o menos vikingos casi todos...). A falta de tales vivencias, pero gracias, entre otros, a este José, hemos terminado por acercarnos a, y por poco convivir con, irrepetibles criaturas de los más diversos orígenes sociales, temples y épocas, a quienes reconocemos a la vez como pares de nuestra comunidad espiritual y como evidencias de que no podrá construirse una genuina humanidad hasta tanto no se escuche la voz de los tantas veces excluidos y desheredados. (De allí que, pese a no ser latinoamericanos ni él ni su temática, lo tengamos, como a Joan Manuel Serrat, Vincent Van Gogh, Jean Paul Sartre y otros, como un asimilado a los nuestros, de donde esta modestísima despedida en el blog).

Los personajes saramaguianos, cual su progenitor, son todos seres ingeniosos, ocurrentes y singulares, elementales y sin cartas escondidas, ajenos a toda ostentación, despojados de cualquier parafernalia moderna, dedicados a los oficios menos calificados, primarios hasta rabiar, transparentes en sus intenciones..., pero coherentes, direccionados, sanamente orgullosos de sí mismos, impertérritos, despreocupados por ser simpáticos o por imágenes mediáticas. Una vez que descubren sus roles, proyectos y vocaciones, absurdas e insignificantes para muchos, o cuando, al decir de su creador, deciden que tienen algo que decir o hacer, entonces, al estilo de lo que ha hecho la humanidad en su conjunto, que en sus principios debió ser el hazmerreir de todas las fieras, no hay quien los detenga.

Asomemos, apoyándonos no en los recursos de la web, tan poco apreciada por el propio y cerca de absolutamente autodidacta José Saramago, pese a los más de cinco millones de páginas a él dedicadas, sino en el secular recurso del manoseo de libros a la mano, sólo algunos ejemplos, tanto para beneficio de los legos en su obra como para situar en un contexto apropiado las dizque conclusiones de esta reseña póstuma.

En la primera de sus novelas conocidas (pues jamás hemos tenido noticia de un ejemplar de Tierra de pecado (Terra de pecado, 1947) o de Claraboya (Clarabóia, 1948), una agotada hace décadas y la otra nunca publicada), Manual de pintura y caligrafía (Manual de pintura e caligrafía, 1977), un pintor a domicilio, que se gana la vida haciendo retratos insulsos de personalidades citadinas de alcurnia, y apenas identificado como "H.", decide un día, tras hacerse una inocente pregunta: ¿quién es su modelo?, introducir pequeñas modificaciones creativas en el estilo del retrato de un gran señor, sólo para descubrir que la innovación provoca el absoluto rechazo del cliente, quien sin más decide echarlo de la casa, con el cuadro sin acabar, y entregarle el acordado cheque. Ante el trato ofensivo y con el amor propio herido, en el pintor se dispara una reacción de indignaciones en cadena, cosa de la que nunca se creyó capaz, que lo lleva a no aceptar el dinero, no ceder la pintura inconclusa, retirarse de la casa y del oficio, dedicarse a cualquier ocupación para sobrevivir, y, finalmente, descubrir el amor, el arte, el compromiso
... La novela nos muestra como bajo el caparazón del más mediocre de los seres, tanto que desprecia sus propias obras, en las que se reconoce, y se incomoda cuando en las salas de espera lo hacen esperar poco..., subyace nada menos que un creador genuino.

En su segunda novela ídem, Levantado del suelo (Levantado do chào, 1980), la más o quizás única realista de sus obras, nos traza la saga de tres generaciones de campesinos de apellido Maltiempo en la región del Alentejo,
al sur de Portugal, que, con su añoso e inconmovible régimen de latifundios en la mera segunda mitad del siglo XX, pasa a representar un universo de la injusticia legitimado por designios divinos. Sin estridencias, pero sin eufemismos, los Maltiempo y sus mujeres, en ese régimen social a la vez infernal y bendito, se empeñan en preservar sus capacidades para amar, confiar y esperanzarse en el futuro, que al final se digna guiñarles un ojo con la Revolución de los Claveles. Desde el punto de vista estilístico, a partir de aquí, inclusive, Saramago introduce su peculiar ortografía, segun la cual las mayúsculas se resisten a ser empleadas en los nombres propios y nada más se inclinan en favor de los inicios de oración o de expresiones de los personajes (sin distinguir entre diálogos orales y pensamientos internos), y que le ha hecho merecedor de no pocas peroratas y ataques de puristas lingüísticos de muchas latitudes, pero que a nosotros, los decididos a no llorar su partida, no sólo nos resulta divertida sino que se convierte en la más clara señal de que estamos transitando por los sin pares territorios de nuestro ídolo...

En otra más, Memorial del convento (Memorial do convento, 1982), la que él quiso lo acompañara en su incineración, le allanó el encuentro con Pilar, y que recomiendo como opera prima -o "prima ópera", tratándose de lectores- a quienes quieran empezar a saramaguear, resalta el increíble personaje de Blimunda, una ingenua campesina del Portugal medieval e inquisistorial, sujeta, como tantos, a privaciones de todo género y caprichos de sotanas, togas y capas, pero con una singularidad, derivada del accidente de haber abierto tempranamente los ojos en el vientre de su madre, que le permite nada menos que a ver directamente el interior de las personas...

Después están, entre un sinfín, y por limitarnos sólo a sus novelas, la inolvidable Lidia, en El año de la muerte de Ricardo Reis (O ano da morte de Ricardo Reis, 1984), camarera del hotel lisboeta en donde se aloja el eminente médico y poeta Ricardo Reis (reencarnación del mismo de Pessoa...), quien le enseña a éste que la vida es mucho más que arte y ciencia... Joana Carda, quien con una raya en el suelo provoca un pandemónium de acontecimientos y el desprendimiento de Europa de la propia península Ibérica, y se dispara, con un grupo de peculiares acompañantes, en donde ciertos enigmáticos perros ocupan roles destacados, a un viaje de reencuentro sólo con América del Sur a bordo de La balsa de piedra (A Jangada de Pedra, 1986)... Raimundo Silva (a partir de aquí todas las novelas están dedicadas a, y casi todas traducidas al español por, Pilar), el insignificante corrector de pruebas que provoca un cataclismo editorial al introducir voluntariamente un mínimo error en un texto histórico: Historia del cerco de Lisboa (Historia do Cerco de Lisboa, 1989), que termina por abrir al amor y forzar la renuncia de la circunspecta jefa de la empresa librera... La Magdalena y humana amante de un humano Jesús, en El Evangelio según Jesucristo (O Evangelho segundo Jesús Cristo, 1991), sólo recomendable para creyentes capaces de dudar o para dudantes capaces de creer, en donde se interroga sin tapujos el relato bíblico, y que le valió, indirectamente, la expulsión de Portugal y su exilio voluntario en Las Islas Canarias... La "mujer del médico", única vidente en un pueblo azotado por una inexplicable epidemia de "ceguera de luz blanca", en donde afloran, bajo su única mirada capaz de percibirlas plenamente, en el magistral Ensayo sobre la ceguera (Ensaio sobre a Cegueira, 1995), todas las miserias del alma humana contemporánea... El José de Todos los nombres (Todos os Nomes, 1997), pedestre escribiente en un enorme archivo público, a quien le da por investigar "secretos" de personajes diversos plasmados en sus registros oficiales, y de quien se vale Saramago para demostrar fehacientemente que "...cualquier cabeza es capaz de producir [...pensamientos metafísicos], aunque muchas veces no consiga encontrar las palabras". Marta, la humilde hija de un alfarero tradicional a quien la vorágine de innovaciones desatadas por la inauguración de un moderno centro comercial deja sin oficio y sin sustento, y quien se erige, ella, en La caverna (A Caverna, 2000), en abanderada de la dignidad familiar amenazada... En El hombre duplicado (O Homem Duplicado, 2002), bajo la apariencia de una comedia de enredos, que sin duda fue copiada hace poco en la reciente telenovela venezolana A corazón abierto..., se explora, so pretexto de la aparición de dos individuos absolutamente iguales en una ciudad moderna, cuya distinción sólo se logra, gracias al sexto -o talvez mayor- sentido femenino de una María Paz, la identidad humana. Otra vez desde la perspectiva de la "mujer del médico", ahora junto a un comisario de policia, en una alcaldía anónima, poblada de ciudadanos más anónimos todavía, y en una especie de segunda parte del Ensayo sobre la ceguera, el Ensayo sobre la lucidez (Ensaio sobre a Lucidez, 2004), se somete a discusión, a partir del inexplicable fenómeno de que dichos ciudadanos se niegan a votar, la racionalidad de la democracia moderna... En otra cruzada contra los nombres propios y en lo que pareciera ser un empeño por alcanzar un comunismo de nombres comunes, en Las intermitencias de la muerte (As intermitências da morte, 2005), se estudian las calamidades sociales alborotadas por una simple y nada anunciada huelga que decide ejecutar "la muerte", y se ofrece una honda reflexión sobre el significado de su opuesto aparente: la vida... Desde la atalaya de observación de Subhro, el humilde cornaca (raro oficio del domador, criador y cuidador de elefantes en la India) y su más humilde todavía paquidermo Salomón, quienes recorren, con El viaje del elefante (A Viagem do Elefante, 2008), la Europa medieval, para instrumentar un caprichoso regalo real, se examinan otra vez, recordándonos los días de Blimunda, los entretelones de la vida en una sociedad plagada de petulancias, ceremonias y obediencias, cuyas reminiscencias todavía nos acompañan... Y, por fin, en su -pero ¡ojalá y pronto Pilar nos regale sorpresas póstumas!...- última Caín (Caim, 2009), se ofrece un alegato en favor del tantas veces repudiado Caín y en contra del no menos veces exonerado de culpas Abel, induciéndonos, un poco al estilo del Evangelio, pero ahora con el Viejo Testamento, a una sana reflexión sobre el sempiterno asunto del bien y el mal, que no deja fuera ni al mismísimo Dios...

Al desenvolver el empaque del ateo, comunista, marxista, pesimista, casi antipático y autosuficiente, encontramos a un Saramago chorreante y ávido de ternura, amoroso hasta más no poder, socialmente sensible hasta los tuétanos, infatigablemente creativo y desprejuiciado, una especie de cristiano primitivo, antidogmático y antieclesiástico, que, del carro de su miríada de personajes, nos anuncia la necesidad, y casi la posibilidad tangible, de un mejor universo, aunque sea mientras terminan de volver a enseñorearse la nada, el caos y el silencio de donde pareciéramos venir -no se sabe por órdenes de quien, pero muy improbablemente del Dios del Vaticano-. (Y no vayan a creer que quien suscribe llegó a estos resultados a través de alguna comilitancia o vaso comunicante alguno, pues, por el contrario, siempre tuve la impresión de que Saramago desdeñaba la generación de críticos del capitalismo salvaje y el socialismo autocrático a la que pertenezco. Toda la empatía brotó,
pese a nutridas diferencias con sus textos políticos y más de un arresto chocho hallado en sus ensayos y declaraciones, de la fascinante lectura de su narrativa).

En fin, el rollo de este artículo empezó cuando, tras sentirme abatido por la partida de Saramago y ante la prohibición de llantos dictada por la sacerdotisa que involuntariamente nos dejó, quise hallar la esencia de los motivos que tendría para no darme por herido. Y fue así, con poca originalidad, pues fue el mismo escritor laureado quien nos enseñó el truco de visualizar en instantes fugaces el título de trabajos por escribir, que se nos subió a la cabeza la ocurrencia de decir que nos resignábamos a la pérdida de este creador pero nos declarábamos equipados con un escuadrón de personajes suyos no sólo candidatos a inmortales, -al menos en el sentido en que lo han sido El Quijote y Sancho, Fausto, Margarita y Mefistófeles, Hamlet, Claudio, Ofelia, los hermanos Karamazov, Beatriz, Madamme Bovary, Ana Karenina, etc., es decir, encarnaciones singulares de lo que en definitiva todos somos o queremos, o no creemos y odiaríamos, ser- sino también a voceros del silencio. Pues lejos de proceder de las esferas de la nobleza o de las élites de cualquier tipo y sus acompañantes, los hombres, mujeres y hasta perros, de papel y mucho más, legados por este que recién nos dejó, pese a construidos con los barros de la más plebeya y olvidada humanidad, concluyen elevados a secretas sabidurías, inaudibles elocuencias y bondades infinitas. O sea, que nos quedamos sin él pero con una voz de los silenciosos y, ¿por qué no?, del absoluto y mismo silencio (el cual, no sobra añadir, para Saramago es sinónimo de Dios o, más según él, de dios...).

3 comentarios:

  1. A quienes, frente a este artículo, se sientan tentados de lloverme a pitas y casi insultos por evadir el tratamiento de la realidad política venezolana actual, les ruego que se armen con un poco de paciencia y difieran sus ejecutorias, pues a partir de este próximo viernes 2 de julio iniciaré un ciclo en donde abordaré esta para muchos única temática válida. Más todavía: a quienes me han endilgado actitudes puristas, escapistas y yerbas afines, por supuestamente evadir esta problemática, los invito a formular, durante todo el mes de julio y vía comentarios, las observaciones, preguntas, críticas, etc., -si respetuosas mejor, pero si no veremos qué hacer y a lo mejor descubrimos la fórmula para forrarnos con piel de cocodrilo...- que deseen se consideren en esta serie de artículos, con el compromiso de atenderlas en tanto seamos capaces. Por otro lado, también anuncio que, por fin, podré dedicar todo el próximo fin de semana a responder todos y cada uno de los recientes comentarios al blog no recomentados hasta hoy por mí, pero eso sí, sin que esto se considere como la otorgación de un derecho a meterse con mi madre cada vez que, por equis o ye razón, deje de hacerlo en el futuro... Por último, anuncio también que la decisión de la redacción de Transformanueca en relación a los artículos faltantes de estos dos meses críticos de mayo y junio, por razones que me niego a abordar aquí, es la de que serán gradualmente "rellenados" con artículos de menor urgencia temática, es decir, artículos más conceptuales y/o menos relacionados con el alfa y omega de las inquietudes de ciertos lectores, ojalá que sanos y no obsesionados por las andanzas de cierto comandante...

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  2. Realmente es sabroso hablar con los izquierdistas, su cultura es tal que los temas los tocan bien, aunque no estemos de acuerdo en algunos de ellos. Excelente lo dedicado al gran Saramago; creo que junto a JLB son de los que trascenderán el Siglo XX; tendrán un lugar al lado de Cervantes, Góngora, Dante, Shakespeare, De Quincey.
    Sobre el excelente resumen del bloguero, quiero añadir dos cosas. Mi lectura de El Duplicado, aparte de disfrutarla, me confirmo el sinsabor, del cual no es culpable el escritor, propio de los algunos países sobre el prurito del documento de identificación; o hilando más fino, el de la alcabala, el del qué tienes ahí, el de que te tengo que vigilar, etc.
    Para finalizar; tuve la suerte, cuando leía Historia del Cerco de Lisboa, de descubrir una dialogo faltante (sabemos de la peculiar forma de presentar los diálogos que tiene el escritor). Están conversando la circunspecta jefa y el corrector, se escapó una línea, en ese entonces envié una carta a Alfaguara, y me respondió la misma Pilar del Rio, desde Lanzarote, el error se coló en la edición de mexicana, que no estaba en el original, por supuesto, se vino con la traducción.
    Anónimo Nefelibata

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  3. ¡Aleluya! Como que -curiosamente para muchos, por tratarse de un tema literario y supuestamente hasta más allá de "las ramas" de la política nacional venezolana, pero no para mí que hace tiempo sé quien es y mucho más desde que lo conozco- pegamos una con el Nefelibata. Y ojalá Dios, que debería saber bastante de alturas y de nubes, interviniera para ayudarnos a hacerle ver que no existe una Anatomía, ni una Antropología, ni un ADN, ni un Derecho, ni una Ingeniería, ni una Electrónica, ni una Literatura, ni una Estética, ni una Política, ni una amistad, ni una identidad humana, ni un arte de gobernar, ni una historia, ni una nacionalidad... de izquierda, pues ser de izquierda es, simplemente, abogar, en un contexto social dado y con un mínimo de democracia -en el sentido moderno y sin nada que ver con griegos o por el estilo-, por cambios sustanciales del statu quo en favor de los desfavorecidos; nada más, pero tampoco menos... Aunque, pensándolo mejor, de repente como que no tenemos nada de que alegrarnos, pues, a fin de cuentas, el Nefelibata hace rato nos reveló, desde su Olimpo celeste, más cercano a los cirros que a los cúmulos, que los de izquierda sólo podemos servir para hablar de cultura o para tomar tragos. Así que, como quiera que no somos precisamente amigos de andar echándonos palos por ahí, lo que nos quedaría sería el consuelo de hablar, de vez en cuando, de temas culturales: los únicos que junto a la verruga e Chávez, resultan concretos o distintos de "andar por las ramas" para nuestro singular lector tan dado a descargar chaparrones...

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