Nos sentimos ante el reto de alcanzar un razonable equilibrio entre la atención a las angustias por el acontecer cotidiano del país, según el tenor expresado por algunos lectores, y el examen más de fondo de las múltiples determinaciones de lo que nos pasa. Entre la mirada a la superficie de los fenómenos o síntomas políticos, al oleaje de acontecimientos y opiniones resaltados en las primeras planas y titulares de diarios y noticieros, y una auscultación o estudio de los diversos factores que condicionan, o interinfluyen sobre, los mismos fenómenos. La sensación que experimentamos no sólo es análoga a la que intuimos sienten muchos médicos ante las angustias de padres o pacientes que a menudo no quieren oir hablar de anatomía, fisiología, causas, exámenes, historias, contextos, nuevas consultas, etc., sino simplemente recuperar de una vez la salud perdida o amenazada, sino bastante más crítica que eso, pues los dolientes parecieran convencidos, primero, de que es un fulano, casi siempre el mismísimo Presidente de la República, el culpable, o conjurador, según sea el caso, de los males, y, segundo, que la receta curativa debe ser cuanto más mágica mejor, vale decir, que no les exija ningún esfuerzo, cambio de actitud o disciplina para curarse... La situación se nos asemeja a la de un galeno tratando a quien está convencido de que su problema es el mal de ojo y/o se cree una criatura índigo, por lo que sólo un gran brujo lo puede curar...
Francamente, no nos percibimos improvisando en absoluto, y aun tenemos la impresión de haber dado con una buena porción de las raíces de la compleja enfermedad venezolana, a cuya comprensión, y tratamiento -pues no hemos estado precisamente contemplándola a través de una vidriera-, hemos dedicado muchos de nuestros más lúcidos y mejores días. Pero, incluso si renunciamos a pretender expresar palabras finales sobre nada, y sólo aspiramos a la posibilidad de interpretar hechos más allá de sus apariencias, o a intentar incidir sobre peligrosísimas tendencias en curso, tenemos que admitir de entrada que no sólo nos vemos ante un desafío mayúsculo, lo cual nos estimula, sino también ante una formidable barrera comunicacional, que a ratos nos anonada.
(De paso, no sería nada malo si, al menos los lectores que no estén tan apurados, le dieran, previamente, en paralelo o como complemento, a esta lectura, una ojeada al panorama de artículos relacionados del blog y, especialmente, a la subserie de cinco artículos sobre la realidad venezolana, de julio del año pasado: "Hibridados e ilusionados (I, II, III, IV y V): ...", pues, en alguna medida, esta nueva serie supone al menos cierta familiaridad con esas ideas).
Y, sin ánimo de ahorrarnos la tarea de sustentar todo lo que afirmaremos, comenzaremos con un enunciado o síntesis, una especie de "sumario", armado en tres artículos y tesis centrales, de las que probablemente serán las principales conclusiones de nuestra reflexión en curso. Este es el primero de estos artículos introductorios, con la primera de tales tesis. A quienes esto ya les resulte intragable los invito a que nos veamos de nuevo, en el blog, por allá por septiembre, después de que pase esta subserie, pues es maldad que insistan en leerme si no soportan esta primera dosis de la prescripción que haré (y no vaya a ser que se empecinen en insultarme a mí y a mi madre más y más y más..., hasta que las cosas se nos puedan salir de control (y de repente se suelte algún bicho de los que también llevo por dentro)).
Primera tesis: A la venezolana la vemos como una sociedad estructuralmente obsoleta e incurablemente enferma, a la espera de una tragedia fatal muchas veces anunciada
Bajo el ropaje de una sociedad moderna y cuajada de aparatos de último modelo, en Venezuela se oculta una estructura social no lo suficientemente distinta del mantuanato latifundista/mercantilista que, pese a los ingentes y heroicos esfuerzos de los fundadores, emergió tras las cruentas luchas independentistas y siglos de dominación colonial.
Mientras que a las sociedades primitivas las podemos identificar por su modo de vida centrado en la imaginación, la planeza en las relaciones humanas y la adaptación armoniosa a la naturaleza; a la mayoría de las antiguas las vemos gravitando en torno a las tradiciones, las descendencias privilegiadas y el trabajo artesanal o de fundamentación empírica; a las medias, dentro de las que incluimos a las mantuanas, latifundistas o feudales, y a las mercantilistas, las concebimos como jerárquicamente estructuradas en base a leyes y dogmas revelados, a la racionalidad lógica y al trabajo técnico; mientras que a las verdaderamente modernas las entendemos organizadas en base a ciudadanos con derechos y deberes democráticos iguales, capacidad para elegir y controlar a sus gobernantes, soberanías realmente residentes en el pueblo organizado, ideologías centradas en la idea de la libertad y asidero en el conocimiento científico, economías reposantes en el trabajo y la innovación tecnológica, y enfoques sistémicos u optimizadores de las soluciones a los problemas.
Inclusive si hubiese errores gruesos en la anterior y ya burda caracterización, nos resulta obvio que Venezuela no calza las botas de una sociedad verdaderamente moderna, ni rellenando estas con papeles, si fuesen de talla mayor, o untándolas con vaselina, en el caso opuesto. Con su petróleo y las rentas anexas, Venezuela ha comprado, instalado, ostentado y despilfarrado numerosas fachadas, ropajes, envoltorios y guilindajos de tipo moderno, pero ella misma, como aquella que se vestía de seda..., sigue siendo una típica sociedad con un modo de vida medio, con no pocos arrestos antiguos. Y, a quien esto le parezca subido de tono, o de contenido, la invitamos a preguntarse, sólo como abreboca: ¿Cuándo y dónde ha visto al pueblo venezolano seleccionando en base a sus méritos a, y ejerciendo el control sobre, sus gobernantes (más allá del pase de factura en las siguientes elecciones, cuando todos los platos se han roto y todos los males quedan hechos)? ¿A cuántos venezolanos conoce que hayan escogido sus destinos con base en el conocimiento de sus mejores potencialidades y la escogencia consciente entre sus oportunidades, o sea, haciendo uso de su libertad? ¿Cuántas veces ha visto que una discusión o conflicto entre venezolanos concluya arribando a un nuevo planteamiento que englobe, al menos parcialmente, los postulados originales de las partes, sin lo cual es difícil imaginar que pueda funcionar un régimen realmente democrático? ¿Cuántas empresas, instituciones, profesionales, gerentes o individuos en general conoce, a quienes pueda considerar como innovadores tecnológicos y empeñados en estudiar científicamente los problemas para buscarles soluciones óptimas? ¿Cuántos verdaderos estudios de factibilidad ha visto, en donde se considere el retorno a largo plazo de inversiones en capital físico y humano? ¿A cuantos venezolanos conoce de quienes pueda asegurar, sin redondeos, que poseen un marcado afán de superación por sus propios méritos, una misión clara en la vida, una preocupación por mantenerse al día en su campo profesional, una vocación de servicio responsable ante la colectividad?... ¿No les da la impresión de que los entes criollos dentro del rango de las respuestas a estas preguntas son más bien la excepción que confirma la regla, mientras que cualquiera que haya vivido unos meses en una sociedad moderna -hablando el idioma de ellos, claro está- rápidamente aprecia que la situación se presenta a la inversa, o que la mayoría sí calza las mencionadas botas?
O, si todo esto les parece complicado, invitamos al lector residente en el territorio patrio a levantarse unos pocos minutos y hacer un minitour por su propia casa o por el ambiente en donde está leyendo este artículo, y reconocer los artefactos domésticos, utensilios, materiales, libros, discos, etc., verdaderamente Hechos en Venezuela..., pues nos resulta claro que lo que resaltará será la impronta de los No hechos en Venezuela y el carácter postizo de nuestro modo de vida. Bastará con que vayamos a la cocina y examinemos un simple rallo, de esos de rallar queso: si está oxidado, abollado y renegrido, probablemente fue hecho aquí, pero si está reluciente, compacto y sin oxidar es importado, pues en nuestra amada tierra, después de medio siglo de "desarrollo siderúrgico" y más de un siglo de explotaciones del mineral de hierro (casi tres si recordamos a los capuchinos catalanes aquellos...), no se produce todavía acero inoxidable y se cuentan con pocos dedos las empresas que saben darle el temple apropiado a los objetos metálicos. ¿Qué clase tan singular de sociedad moderna es ésta que todavía no ha aprendido a hacer un vulgar rallo de cocina?
Toda la vida venezolana contemporánea gira en torno a ilusiones bien de modernidad -erradamente llamada armonía en aquel valioso libro del IESA coordinado por Moisés Naím-, o bien de acceso, por vías milagrosas y mesiánicas, a la modernidad, ahora @ "Socialismo del Siglo XXI"; a pretensiones de dárselas de haber visto cosas en Disney World o Epcot Center y querer vivir como los amigos o parientes que viven en Miami, pero sin echarle ni un centésimo de bola a producir, crear y organizarse socialmente como en Miami, o, en el reverso de la moneda, a echarle la culpa a los pitiyanquis que van a Miami de que en el cerro se acumulen las basuras, se cobren peajes o se cometan varios crímenes todos los fines de semana... La vida, el discurso venezolano de cada día, transcurre en un mar de mentiras y fantasías, con el beneficio de que el inmediatismo permite que cada día se olviden las del anterior. Echones, despelotados, desconfiados, palabreros, incumplidos, pantalleros, informales, desarraigados..., vivimos bajo la premisa de que no hay que trabajar ni pensar mucho pues algún día nos tocará el premio gordo de la lotería, nuestra merecida cuota del reparto petrolero, como el fulanito aquel que era un pelador como yo y, después que lo nombraron Jefe de Compras de..., o de que consiguió el contrato con su amigo de..., o de que contactó al jíbaro aquel que distribuye el crack..., etc., se metió en la pomada.
No sabemos cuando, ni como ocurrirá, pero tenemos la certeza absoluta de que este modo artificial, falso, obsoleto y agonizante de vida tiene sus días contados y morirá trágicamente, cuando se agote su sustento no tan secreto: la renta petrolera. Vivimos en un caldo de ilusiones, mentiras y aspavientos porque nuestras necesidades, en mayor o medida, se satisfacen no gracias a nuestros esfuerzos y talentos, lo que rápidamente nos conduciría a un mejor sentido de las proporciones de la realidad, sino a las palancas, el amiguismo, el clientelismo, el mesianismo... que, en última instancia desembocan en lo mismo: el acceso a la riqueza no ganada. La tan vilipendiada, de boca afuera, "corrupción", no es sino uno de los mil mecanismos vigentes de acceso a la riqueza, sin escalas en la creatividad o el trabajo. Una sociedad así es claro que no puede sobrevivir indefinidamente, pues sería como una especie de inmenso móvil perpetuo que, con siglo y medio de termodinámica a cuestas, los científicos no han podido construir, incluso en las mínimas escalas de los experimentos de laboratorio.
Como quiera que nos gusta desconfiar de lo razonable y confiar en lo irrazonable, que el autor pudiese estar equivocado o exagerando, incluso concediéndole momentáneamente sentido a las sutilezas de la joyita que hace días escribió en un comentario anónimo del blog que al autor lo mata "la prepotencia", que es un "niñito de mamá [a quien] nadie le quita su juguete", que por tales razones está "solo", que es un "abuelo viviendo de recuerdos" que se ha quedado "viejo", y piropos afines, o, más incluso todavía, admitiendo que quien suscribe pudiese ser el bolsa o pendejo más consumado del planeta, a quien no habría ninguna razón para creerle ni papa, entonces, siempre caros lectores, los invito a no pararle a mis palabras, sino a pasearse, aunque sea brevemente, por algunas de los millones de páginas de Internet que tratan del tema de la "enfermedad holandesa", "síndrome holandés" o "mal holandés" (cada vez más también conocido por sus alias "enfermedad venezolana", etc.), y/o a los cientos de miles que se ubican bajo el rubro "Tragedia de los comunes" (o, mejor todavía, si le entran por "Tragedy of the Commons"...), pues allí se encontrarán con un exhaustivo tratado del drama de fondo de Venezuela.
Mientras que la "enfermedad holandesa" -llamada así por la experiencia de las distorsiones de la economía de Holanda tras los descubrimientos de petróleo, en el Mar del Norte, en los años sesenta-, y con cada vez más frecuencia llamada también "venezolana", se describe por el síndrome del deterioro de los rubros no sobrepreciados en los mercados internacionales, en relación a aquellos que sí lo están -como el petróleo-, y la "Tragedia de los comunes" cuenta el caso paradójico de una sumatoria de "éxitos", "logros", "liderazgos" e ilusiones diversas de individuos aislados, gracias al aprovechamiento de un recurso agotable, verbigracia, el petróleo, pero que tarde o temprano conducirá a un "inesperado" colapso o tragedia de los comunes, o del colectivo, cuando se agote el recurso del que dependían tales resultados, la conjunción de ambos síndromes constituye un retrato al carbón de la enfermedad venezolana y su bastante seguro desenlace. Dicha tragedia es, en síntesis, el guión, a las escalas favoritas de cada quien, de las "bullas" y los campamentos mineros, de la historia de España y su adicción a la plata y el oro de América, de los que se vuelven locos con premios de lotería, de Perez Jiménez y su boom de concesiones en los años cincuenta, de Carlos Andrés Pérez en los setenta, del Morocho Hernández y su fortuna ganada súbitamente en el boxeo, de la actual gestión de gobierno... y basta de redundancias.
Toda la falsedad que impregna hasta los tuétanos la política venezolana parte del hecho de que los actores, ahora llamados operadores, políticos, intentan convencer a los electores de que manteniendo constante toda la trama de vicios del país, pero con ellos sentados en el gran sillón de Miraflores, las cosas van a cambiar. Con dádivas, halagos, subsidios, becas, pensiones, regalos, ayudas, favores, limosnas..., bajo el principio, ahora hasta convertido en consigna política, de que el "amor con amor se paga", todos los gobiernos, sin excepción aunque fuese por meses, que este ahora apedreado bloguero ha conocido, han participado de este vicio estructural de la política criolla. Y, viceversa, todos los que han predicado lo contrario han salido con las tablas en la cabeza.
Y así podríamos pasar horas, yo escribiendo y con ganas de que ustedes sigan leyendo, y luego días, con apelación a mis fichas, y luego años, con base en consultas en mi biblioteca, y luego décadas, recurriendo a las bibliotecas y hemerotecas venezolanas públicas y privadas, y luego por los siglos de los siglos, en los sistemas de información del planeta, sólo para llegar a la mismísima conclusión de marras: la sociedad venezolana está enferma, y no sólo no le para a su enfermedad, sino que, como suele ocurrir con los adictos a cocaínas, cafés, cigarrillos, refrescos (con cafeína, por supuesto, con los que es posible hasta suicidarse, a lo Christina Onassis...), y drogas afines, arremete, si es preciso con violencia, contra quienes le critiquen sus caros vicios...
Y, como quiera que muchos compatriotas desconfían de los intelectuales y de todo lo que se les ocurra, aquí va otro rosario, esta vez no de ideas, sino de hechos, recientes, conocidos, sin mayores pretensiones estadísticas, que también le dan soporte a la tesis de la Venezuela más allá de lo gravemente enferma e indispuesta a reaccionar incluso ante los más crasos síntomas de su crisis. En febrero de 1983 se derrumbó, con el llamado Viernes Negro, para los incrédulos más conscientes, el mito de la bonanza petrolera eterna, y el bolívar con todo y economía se derrumbó estrepitosamente; muchos creímos, ingenuamente, que a partir de allí el país reaccionaría y se enderezarían las cosas, pero ¡qué va!, al poco nos dimos cuenta de que había ocurrido también un Viernes Blanco, para los vivos que fueron dateados y especularon obscenamente con las divisas, y encima, a los pocos meses, ya Lusinchi había inventado la fábrica de divisas fáciles de RECADI, para sus amigotes, y enseguida empezó a decir que aquí no pasaba nada y las botijas del país estaban llenas... En 1989 hubo dos "veintisietes de febrero" o "Caracazos", en el primero, durante los días 27 y 28 de febrero, y 1 de marzo, la población marginalizada, creyendo que se habían autorizado los saqueos, y alucinada por imágenes televisivas de guardias nacionales poniendo orden en el desvalijamiento de supermercados (sic), arremetió contra la inmensa mayoría de los comercios de las grandes ciudades y lanzó a la ruina a numerosos pequeños, medianos y no tan pequeños ni medianos comerciantes y productores, y ya se alistaba para iniciar, ante el vacío de poder, el saqueo de las quintas y apartamentos de las urbanizaciones de clase alta y media, que a su vez ya se organizaba para su autodefensa; en el segundo, durante los días 2, 3, 4 y 5 de marzo, se produjo una brutal e indiscriminada arremetida contra los barrios humildes, ahora acusados en bloque de saqueadores, con lo cual se sintieron objeto de una trampa o de haber mordido una carnada, que dejó todavía no se sabe si cientos o miles de muertos, en su mayoría inocentes; ambos Caracazos provocaron, a juicio de muchos y en particular tanto del gran Comandante en Jefe como de este quizás peorro servidor, la ruptura social entre establecidos y excluidos, pero, ¡vaya ironía!, la sociedad venezolana, con sus políticos, intelectuales e investigadores científicos, en lugar de abocarse a comprender lo que a cualquier mente sensata le revelaría un agudo problema social estructural, ha terminado por escindir los dos caracazos y escoger, según el talante de cada quien, el Caracazo de su preferencia. Para los establecidos, llamados "escuálidos" por el otro bando, sólo existió el primero, con sus hordas de saqueadores violentos y arruinadores; para los excluidos, llamados "tierrúos" y hasta "monos" por aquellos, sólo existió el segundo, con sus matanzas y fosas comunes, y bastante empeño le han puesto a declarar, claro que con apoyo oficial, al 27 de febrero como día de fiesta nacional o, como rezan muchas pintas en la ciudad, como el "5 de julio popular"; buena parte de la severa polarización y antagonismo a muerte de los bloques opositor y oficial del presente, hinca sus raíces en este quid pro quo... En 1992 ocurrieron dos golpes de Estado, uno en febrero, dirigido por el teniente coronel Hugo Chávez Frías, que intentó vengar a las víctimas del Caracazo II y fracasó, luego de no poder controlar la base aérea de Maracay -en donde, con mucho, se concentra el mayor poder de fuego de la fuerza militar nacional-, y otro en noviembre, que logró tomar la gobernación del Zulia pero falló al intentar tomar La Carlota y, otra vez, a Palo Negro, en Maracay, dirigido por Arias Cárdenas. Tan enferma y apocada estaba ya la joven democracia que, lejos de indignarse ante la ofensiva contra un gobierno que, mal que bien, había sido recientemente electo por una gran mayoría del pueblo, o por lo menos preguntarse seriamente por las causas de semejante crisis, el grueso del país, harto de adecos y copeyanos, decidió colocarse del lado de los golpistas, destituir al Presidente Pérez, nombrar como presidente interino a Ramón J. Velázquez, y elegir luego como nuevo presidente... a Caldera (aunque muchos creen que el verdadero ganador fue Andrés Velazquez...), nada menos que quintaesencia del copeyanismo y de la luego llamada "Cuarta República", y, se asegura -sin que haya sido desmentido- que padrino de bautizo del propio Chávez. (Estos dos son los golpes malos para los defensores del estatus...)... En 1998 hubo otro conato de golpe, a manos de Ruben Rojas Pérez, Comandante del Ejército y yerno de Caldera, quien, se asegura, y fue denunciado por Chávez en su momento, intentaba desconocer el triunfo electoral de éste y sólo fue frenado en el último instante, con intervención del expresidente Jimmy Carter, que rápidamente avaló los resultados de los comicios y amenazó con denunciar al mundo la treta del supuesto fraude; esta intentona de golpe nunca fue debidamente investigada ni aclarada, y ni el presidente Caldera ni el actual volvieron a abrir la boca al respecto... En diciembre de 1999 ocurrió el Deslave de Vargas, hecho aparentemente fortuito y natural, cual mero fenómeno hidrometeorológico, mas resulta que, en una estructura social sana y con una vulnerabilidad razonable, anclada en el aprendizaje derivado de fenómenos muy semejantes anteriores (y, sobre todo, el no tan lejano de la tormenta de febrero de 1951), las pérdidas hubiesen sido décimas o centésimas partes de las realmente ocurridas, estimadas por una Comisión del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, en 15 a 50 mil víctimas, 273 mil personas afectadas (en ocho entidades federales), cerca de cien mil damnificados, 64 mil viviendas dañadas, más de 25 mil viviendas destruidas, 9 hospitales y más de 150 escuelas averiadas, y cerca de 2 mil millones de dólares en pérdidas materiales, principalmente en Vargas; la negligencia e irresponsabilidad, tanto, por un lado, de sectores acomodados que especularon con la venta de terrenos y las construcciones playeras en conos de deyección y áreas previamente inundadas por las crecidas de las quebradas, como, por otro, las invasiones de territorios y la construcción de viviendas informales levantadas en áreas de alto riesgo, ante la indiferencia de organismos oficiales, potenciaron el impacto de las amenazas naturales; pero esto, que ya linda por los lados del colmo, es todavía la parte menos patética del drama: lo que escapa a la lógica de cualquier sociedad mínimamente sana no es sólo que ya se estén volviendo a ocupar muchas de las mismas riberas peligrosas de quebradas, sino que ya existen allí asentamientos marginalizados con caciques que han exigido y siguen exigiendo... ¡el cobro, con la anuencia de la Guardia Nacional Bolivariana, de subidos peajes a quienes pretendan construir y mantener presas de seguridad para contener los sedimentos de futuros y anunciados desastres!... En mayo de 2000, todo sugiere que se tramaba otra asonada, al calor del despelote que se armaría con los resultados inciertos de un megaproceso electoral cuyos registros habían sido deliberadamente envenenados por la empresa Election Systems & Software, conocida como ES&S; tampoco este conato de golpe fue debidamente investigado... En 2002 tuvieron lugar otros dos golpes, esta vez los golpes malos para los partidarios del actual Presidente y los buenos, o meros "vacíos de poder", para sus opositores acérrimos, uno en abril, liderado por Gustavo Cisneros, Alfredo Peña y otros, y que logró llevar por varias horas a Pedro Carmona a la silla de Miraflores, antes de ser derrocado y restituido el Presidente legítimo por la conjunción de una vigorosa reacción popular y la firme respuesta de la base de Maracay, bajo la dirección de Raúl Isaías Baduel, y otro, el del paro petrolero, en diciembre, con Luis Giusti como cerebro más visible, después de que fueran perdonados e incluso ascendidos en sus cargos buena parte de los participantes petroleros en el primer golpe. Lejos de diagnosticarse las causas de estos por lo menos cuatro golpes y dos conatos, en el país se ha optado, según el innovador método de análisis de los Caracazos y más allá de una ola de retaliaciones indiscriminadas, por separarlos en dos golpes buenos, para unos, dos golpes malos, para otros -por supuesto que con signos invertidos según de quien se trate-, y dos conatos inexistentes con aparente consenso de todos (nunca hemos entendido el silencio de tirios y troyanos sobre estos casi golpes...), siempre con la curiosidad de que no se habla de los principales responsables y se estigmatiza e intenta castigar hasta lo último a buen número de inocentes... Luego vino el capítulo de los referendos revocatorios, uno organizado desde un poder paralelo, por Súmate, a fines de 2003 y comienzos de 2004, cuya primera pregunta decía apenas que si uno estaba de acuerdo con aceptar la legitimidad del Presidente de la República (sic), y otro por el CNE, en agosto de 2004, avalado por distintos organismos internacionales y, en particular, por el Centro Carter, que le dio el triunfo al presidente Chávez; esta vez, para de verdad variar el probado esquema de los caracazos y los golpes, en lugar de simplemente aceptar uno y negar el otro, lo que por supuesto se hizo, se introdujo la paradójica innovación de que el gobierno terminó por perseguir, meter en la lista negra de Tascón y despedir de los cargos públicos, no a los firmantes del referendo malo e ilegal organizado por Súmate, sino a los del... ¡bueno, legal y organizado por el CNE!... El mismo esquema se repite con los otros dos referendos constitucionales, en donde el gobierno desconoce, en términos prácticos, la validez del Referendo de la Reforma Constitucional, de diciembre de 2007, en donde el país le dijo no a un proyecto de socialismo precipitado y poco comprendido, pues está implementando, de hecho, tanto el supuesto socialismo como el poder de las comunas y la reorganización territorial a capricho del presidente; mientras que la oposición, esta vez con sentido, considera ilegal el Referendo Aprobatorio de la Enmienda Constitucional, de febrero de 2009, ganado por el gobierno a punta de la más obscena utilización de los recursos públicos, con el reparto de los enormes pollos brasileños como punta de lanza de la campaña electoral... También pareciera que tenemos una doble Constitución, para ambos bandos, una para esgrimirla cuando conviene, incluso con lágrimas de cocodrilo, y otra para violarla cuando y como salga del forro...
En síntesis, si este no es un país esquizofrénico, gravemente enfermo y descompuesto, y que tiene el tupé de atacar y considerar como una especie de minusválidos mentales a quienes se niegan a plegarse a semejante y suicida polarización, por ambos bandos llamados despectivamente ninís, entonces somos nosotros los esquizofrénicos, enfermos y desvariantes, que merecemos que nos llamen fifís, pipís, titís o como les venga en gana a los obsesionados de ambos polos. Pero, si lo que venimos diciendo tiene sentido, entonces los fulanos ninís somos los cuerdos, las "mujeres del médico" de la partida -recuerden la novela Ensayo sobre la ceguera, de Saramago...-, quienes todavía conservamos, en medio de la "ceguera blanca colectiva", la capacidad para reconstruir el país, es decir, que somos, nada más y nada menos, que un embrión de criatura sana en el vientre de la Venezuela podrida e incurablemente enferma, con al menos un punto de partida para rescatar la visión perdida y con una más sana comprensión del desafío para resucitar la nueva patria después de que se termine de morir la agonizante, es decir, mejor que ninís, una especie de concóns, y a su impulso y despertar quiere contribuir este blog...
Seguiremos en la próxima entrega y con la segunda tesis: no se la pierdan quienes hayan logrado terminar de leer esta sin enloquecer de arrechera y por lo menos con alguna inquietud en la cabeza, pero, por favor, piérdansela los que sí...
No soy venezolano. Pero desde que tengo uso de razón, me he preguntado por qué un país tan rico en recursos naturales y humanos, no es capaz de levantarse de la miseria en la que vive un importante porcentaje de su gente...; hay tanto comodismo, egoísmo y falta de solidaridad interna? me cuesta creer que es así...
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