martes, 28 de septiembre de 2010

¿Qué pasó en Venezuela el 26/09/2010?

Curiosos resultados electorales estos, los de las elecciones parlamentarias: en principio, portadores de señales esperanzadoras; luego, celebrados por tantos y desde las posturas más disímiles; y, en el fondo, también cargados de motivos para las más hondas preocupaciones sobre el destino de la democracia en Venezuela y de todos los venezolanos.

Es indudable que como nación salimos del 26/09/2010 con la posibilidad de dotarnos de un nueva Asamblea Nacional más representativa de nuestra diversidad política real, y por tanto con un instrumento político como mínimo más cercano a lo idóneo para dirimir nuestras diferencias de una manera democrática, es decir, más humana, respetuosa y civilizada. Si, desde cualquier ángulo que la observemos, la sociedad venezolana está integrada por sectores cultural o ideológica, económica y políticamente diferentes, y con demasiada frecuencia divergentes, mal puede ocurrir que un parlamento nacional monocorde y sumiso ante el ejecutivo la represente. El solo hecho de que las llamadas fuerzas de la oposición, aun sin ignorar los errores pasados de muchos de sus dirigentes, adquieran una participación en la Asamblea Nacional, es un avance en el camino de la posibilidad de construir una nación integrada que nos cobije a todos los venezolanos, y viceversa, cualquier exclusión de cualquier sector con vocación pacífica es una amenaza para la ya muy débil institucionalidad que poseemos.

La democracia, opuestamente a cualquier forma de autocracia, si bien es un logro cultural relativamente reciente y moderno, sin duda asociado a la conquista de grados crecientes de educación, capacitación, participación y tolerancia, es también un modelo más cónsono con la naturaleza o identidad humana, tanto a nivel de organismos individuales como de los organismos colectivos que han prevalecido a través de nuestra deriva evolutiva. Por una parte, sin la democracia, sin la posibilidad de superar conflictos y diferencias en un clima de respeto e igualdad ciudadana, no sería posible conciliar la libertad de unos con la de los otros, y sólo habría lugar para la coerción y la dominación, al estilo de la mayoría de los regímenes sociales antiguos y medievales. Por otra, la democracia, en cierto sentido, al menos, es un intento por emular la manera como en el organismo humano individual y pluricelular, y particularmente en su cerebro, se toman la inmensa mayoría de las decisiones: tomando en cuenta las necesidades o requerimientos de múltiples instancias orgánicas, perspectivas, experiencias anteriores, datos del entorno, etc., hasta alcanzar soluciones de equilibrio y relativamente satisfactorias para todas las partes. Y, por otra más, la democracia es también un intento por restaurar, bajo las circunstancias necesariamente multiculturales y socialmente heterogéneas de la vida contemporánea, los niveles de participación e inclusión que cada vez más se entienden como característicos de la vida en las comunidades primitivas y sin clases sociales en donde ha transcurrido, con mucho, la mayor proporción de la existencia humana.

Es indudable, entonces, que tanto desde el punto de vista, digamos, coyuntural, como desde un plano más general y conceptual, la mayor representatividad de nuestro parlamento, el más importante de los órganos de poder de las sociedades modernas, puesto que establece las pautas de funcionamiento de los otros poderes, hecha posible con los resultados de los pasados comicios, debe ser entendida como un paso positivo hacia la superación de las numerosas divisiones, fracturas, exclusiones e impotencias que azotan la sociedad venezolana. Incluso si admitimos que la Asamblea Nacional que teníamos careció de la más elemental representatividad debido a cierta contumacia opositora que le apostó fuerte a tumbar un gobierno legítimamente electo, no por ello deberíamos dejar de alegrarnos, sobre todo en un país donde en materia de repudio a las violaciones constitucionales son pocos los que pueden lanzar primeras piedras, cuando ocurre una también legítima rectificación de tales conductas. Nadie puede pretender arrogarse el monopolio del derecho a rectificar sus errores pasados, y mucho menos a celebrarlos y condenar perpetuamente los ajenos.

No obstante estas inequívocamente buenas noticias, llama por lo menos la atención la manera como las fuerzas políticas dominantes de la contienda, en primer lugar, el Partido Socialista Unificado de Venezuela, PSUV, y, después, la Mesa de la Unidad Democrática, MUD, mejor conocidos como gobierno y oposición, se declararon resueltamente triunfadoras.

El gobierno, con sus 98 parlamenta- rios de un total de 165, que le aseguran una mayoría simple, contra sólo 65 de la oposición y 2 del PPT, se autodeclaró triunfador absoluto de los comicios. Es claro que con esta cantidad de curules alcanzadas, que asegurarían el control de muchas votaciones parlamentarias y en buena medida la continuidad de las políticas oficiales en boga, el gobierno tiene motivos para celebrar los resultados, pero no para restarle importancia a hechos inocultables. Entre estos cabe resaltar: 1) que insistentemente numerosos voceros del gobierno, y entre ellos el propio Presidente de la República, insistieron en que sólo entenderían por victoria el logro de la mayoría calificada de 110 votos, la que permite la aprobación de leyes orgánicas y la designación de altos funcionarios de los poderes estatales, o, como mínimo, la mayoría de 99 votos ó del 60%, que permite las leyes habilitantes; 2) que la cantidad de curules alcanzadas puso al desnudo una grotesca maniobra de ingeniería electoral que potenció la representación de los estados menos poblados y las circunscripciones políticas afectas al gobierno, a la vez que minimizó la representación de los estados más populosos y dejó sin representación a numerosas circunscripciones y sectores políticos desafectos al régimen, al extremo de revelar serias incongruencias entre estas prácticas electorales y el principio de representación proporcional, con base en el 1,1 % de la población total del país, establecido en el artículo 186 de la Constitución; y 3) que es completamente descabellado y desconsiderado que se pretenda insistir, después de que sólo votaron por los candidatos oficiales 5.399.390 votantes válidos, de un total de 11.027.878, para una participación proporcional del 48,96%, en calificar de fascistas, escuálidos y de ultraderecha a una mayoría de votantes que, en sano ejercicio de sus derechos constitucionales, disintieron de las propuestas oficiales.

Por su lado, la oposición se declaró, como si se hubiese tratado de un plesbicito, un referendo o una masiva encuesta preelectoral, y no de una elección parlamentaria, en estado de triunfalismo y euforia, pues alcanzó, claro que sumando sus votos a los del PPT, un total de 5.628.488 votos válidos en relación al mismo total, para una participación proporcional de 51,04%. De nuevo, es evidente que se trata de unos resultados que revelan una marcada recuperación opositora en relación a comicios anteriores para la designación de cargos públicos, y que, como ya se dijo, representan un notable avance en el camino hacia un sano ejercicio político democrático en Venezuela. No obstante, esto no debería conducir a soslayar: 1) la importancia de una participación mayoritaria del gobierno y el PSUV en el nuevo parlamento, sobre todo en circunstancias en las que se sembró la ilusión, en amplias masas de electores, de que se estaba en vías de conquistar la mayoría parlamentaria en nombre de una mayoría de electores (lo cual llevó a muchos votantes opositores a creer que se había hecho trampa en los cómputos electorales); 2) la gravedad de una situación atentatoria contra el principio de representatividad proporcional de los electores, que no sólo se expresó en la ya mencionada sobrerrepresentación del partido oficial sino que, inclusive al interior de los propios votos de la MUD, condujo a una representación desproporcionada, en relación a porcentajes y mediciones diversas de las preferencias de los electores, de, por ejemplo, los diputados de Acción Democrática, quien se alzó con 22 de los 65 diputados opositores, o sea, una tercera parte de estos, cuando en ninguna parte hay antecedentes de esta supuesta recuperación de la imagen o la fuerza política real de este partido; y 3) que por razones análogas a las ya señaladas anteriormente, aunque en el sentido inverso, no pareciera haber lugar para triunfalismo alguno en circunstancias en las que, para cualquier efecto práctico, la mitad de los electores venezolanos siguen abrazando las convocatorias del gobierno y el PSUV, incluso tratándose de la elección de diputados y no del máximo líder del ejecutivo nacional, lo cual lleva a pensar que, aun viendo a las elecciones parlamentarias del 26/09/10 como una macroencuesta para las elecciones de 2012, es todavía mucha la tela que habría que cortar antes de formular cualquier pronóstico para el futuro, y máxime si se pretende actuar, como mucho le gustaría al actual presidente, en plan de restauración del régimen bipartidista del pasado o de alguna versión maquillada del mismo.

Pero lo dicho no contiene todavía el meollo de las preocupaciones que queremos compartir con nuestros lectores, pues hay, como se dice a veces por aquí, procesiones más funestas que van por dentro: 1) tanto las campañas para las elecciones parlamentarias, como los mecanismos de selección de los candidatos a diputados, o las evaluaciones posteriores de los desempeños electorales alcanzados, pecan gravemente de los vicios de oportunismo, inmediatismo, superficialismo, sectarismo, fundamentalismo, y de seguro unos cuantos más, que hemos señalado al examinar las características de la política venezolana, al interior de una sociedad estancada y decadente que se resiste perniciosamente no sólo al cambio sino incluso al examen descarnado de sí misma; la vacuidad de los contenidos de la política visible venezolana es tan notoria que ya contrasta inclusive con los estándares de la mayoría de los demás países latinoamericanos, para lo cual no hay sino que pasearse por los debates recientes de las elecciones brasileñas, colombianas o chilenas de este mismo año; 2) en el contexto del estilo político infantil que pareciéramos estar empeñados en inventar los venezolanos, la tendencia es a que el gobierno, lejos de complacerse con la rectificación y el retorno al cauce democrático de muchos de sus opositores, está haciendo todo lo posible por insinuar y aun demostrar que con o sin participación opositora en las elecciones, con o sin mayoría del voto popular, y con o sin legitimidad constitucional, "Chávez no se va" y seguirá adelante con sus planes de un socialismo a rajatabla, personalista, autocrático y sin diálogo o debate alguno, o sea, llevando leña a la candela de quienes nunca han estado convencidos de que algo se arreglará con la vía electoral o de la acción política propiamente dicha, con consecuencias impredecibles; 3) la oposición, pese a las valiosas pero excepcionales declaraciones circunstanciales de algunos de sus voceros, continúa sin decidirse a hacer una autocrítica seria de sus arrebatadas posiciones de 2002 y 2003, insiste en no formular un proyecto claro del país que propone, sigue dando demasiados motivos para creer que en el fondo su proyecto no es otro sino el de la restauración de un puntofijismo maquillado, y, a la hora de los hechos, pareciera seguir empeñada en demostrar que la vía electoral es apenas, y a lo sumo, un Plan A dentro de su estrategia, nunca clausurada, de sacar a Chávez del poder "como sea"; 4) el limitado, aunque potencialmente decisivo, residuo político que queda después de restar los adeptos al gobierno y a la oposición, es decir, el PPT, Henri Falcón y los numerosos grupos y corrientes críticas que se mueven en las vecindades o incluso al interior del PSUV y la MUD y sus partidos, del cual nos ocuparemos detenidamente en una entrega venidera, sigue como aletargado y perplejo ante la polarización reinante, y tampoco ha sido capaz de articular una postura, un análisis, un programa o un estilo de participación política alternativo y distinto; y 5), en cualquier caso, resulta escandaloso constatar como en un país con exclusiones vergonzosas de su población pobre, con un falso sistema educativo que ni capacita productivamente ni contribuye a la formación ética y ciudadana, con una cuenta regresiva energética mundial que anuncia el inevitable colapso de nuestro rentismo petrolero y su orgía de importaciones, con un cúmulo de necesidades alimentarias, de vivienda, sanitarias, ambientales, de transporte, de comunicaciones, de seguridades de todo tipo, etc., insatisfechas en mayoritarios sectores de la población, cuajado de amenazas severas a la continuidad de sus hilos constitucionales, y dejémoslo por ahora hasta aquí, la política se desenvuelve con una casi total ausencia de atención a los problemas reales o de debates estratégicos, y con un estilo político y electoral que en mucho recuerda los de las elecciones de los reyes momo o las reinas de carnaval.

Continuaremos, aunque probablemente con una nueva fórmula secuencial que nos ahorre la mutua incomodidad de artículos aparentemente desfasados en el tiempo, en la próxima entrega.

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