Pero he aquí que nos ha llegado un denso comentario, de uno de nuestros más asiduos y queridos seguidores, insospechable de estar mamando gallo, que, en dos platos y dejando a un lado sutilezas, nos dice que le parecen inapropiados los conceptos de izquierda y derecha que estamos proponiendo. Y, por supuesto, ha sido inevitable inferir que si tal ha sido el desacuerdo, talvez la incomprensión, y quien quita -culpas aparte- si la malinterpretación de este lector -tan lector que sabemos lo ha sido de absolutamente todos y cada uno de los ciento once artículos publicados hasta la fecha en esta taguara mediática-... ¡qué estará pasando por la cabeza de muchos otros!
Por esto decidimos, antes de entrarle a los anunciados espectros políticos, etcétera, detenernos de nuevo en esta vital cuestión conceptual e intentar responder a los planteamientos de nuestro caro seguidor, que podemos resumir en tres puntos: 1) Las posturas de izquierda o derecha no tienen que ver con "ritmos de cambio social", y empeñarse en tal cosa es sesgado; 2) la verdadera diferencia entre derecha e izquierda no es otra que el papel que se le asigna a los individuos versus el Estado, en donde una enfatiza el rol de los primeros y la otra el del segundo; y 3) en Cuba, por ejemplo, la posición a favor del cambio es la de la derecha, quien propone un rol más activo para los individuos y la libre empresa, mientras que la izquierda defiende el statu quo estatista. Veámoslos en ese mismo orden.
En cuanto a lo primero, lo de los ritmos de cambio, por poco estamos de acuerdo con nuestro crítico, salvo por el aparente detalle, que sin embargo resulta mayúsculo al apreciarlo con detenimiento, de que antes de expresar nuestra metáfora, que parangona las posiciones de derecha e izquierda con la escala de velocidades, en km/h, de un velocímetro de automóvil invertido, nos cuidamos de establecer una serie de premisas o condiciones de borde para que tal comparación tenga sentido. En efecto, destacamos que para tornar pertinente la distinción entre izquierda y derecha, es preciso que: a) exista una sociedad de ciudadanos, es decir, una dosis significativa de democracia, con posibilidades reales de disentir; b) tal distinción, siempre relativa -como cuando en la vida cotidiana hablamos de arriba y abajo, o de izquierda y derecha en su acepción no política-, se refiera a un contexto y una institucionalidad concretos, con un mínimo respeto o juego propiamente político entre las partes (en una guerra a muerte, por ejemplo, no le vemos caso a hablar de derecha o de izquierda, sino de Aliados contra Eje, Triple Entente contra Triple Alianza, Unión contra Confederados, Ejército Blanco contra Rojo, Norte contra Sur, Occidente contra Oriente, Cruzados contra Musulmanes, etc.); y c) el carácter resultante, o promedio de múltiples posturas, de las posiciones de derecha y de izquierda, que no tienen porque ser completamente uniformes en su postulación del cambio o la conservación del estatus. Dadas tales condiciones, y sólo con ellas, fue que hablamos de la simbología, que nos sigue resultando sugerente, de las velocidades o "ritmos de cambio social"; por lo cual, y no obstante lo dicho, coincidimos en que sería un disparate llamar de izquierda a toda propuesta de cambio acelerado, etcétera.
El segundo punto, el de Los individuos versus El Estado en las posturas de derecha y de izquierda, nos luce el más complejo y a la vez interesante, puesto que, efectivamente y siempre a nuestro humilde parecer, fue así como se planteó el asunto a fines del siglo XVIII o en los alrededores de la Revolución Francesa, y como todavía es usual que muchos insistan en destacar. En tal época se venía de siglos de control estatal, no pocas veces absoluto, de la vida de los individuos, por parte de minorías de supuestos nobles y el alto clero, y el Estado, aliado las más de las veces con la Iglesia, establecía pautas hasta para los pensamientos y el comportamiento de las parejas en pleno lecho. Allí, en donde uno de los monarcas tuvo el brío de proclamar: "El Estado soy yo", los reclamos de libertad individual, de libre expresión, libre empresa, libre circulación..., y por ende menos intervención estatal, estuvieron sin duda entre las primeras propuestas programáticas de la izquierda, inspiradas en la filosofía liberal que alimentaba la rebelión del pueblo o Estado Llano contra los nobles y altos prelados, y vaciadas en la consigna de Libertad, Igualdad y Fraternidad.
Los problemas para mantener esta diferencia filosófica de los albores de la modernidad como esencia de la distinción entre izquierda y derecha en nuestros días son, desde nuestra óptica, numerosos, puesto que, entre otras limitaciones: a) se obvia el hecho de que, después de derrotados los estados de la nobleza y el alto clero, en el seno del Estado Llano francés, por ejemplo, se alzó una corriente a la vez pro-imperial, pro-empresarial, pro-profesional, y a la vez bastante pro-estatal, que hizo a un lado las exigencias de igualdad y fraternidad, consustanciales a las de libertad, para hacer de esta, y en particular de la libertad individual, el non plus ultra del progreso social (con lo cual esta fracción, al correr del tiempo, se convirtió en la derecha defensora del nuevo régimen social moderno y opuesta, en nuestros días, a las aspiraciones de la gran masa del pueblo); b) se ignora que, desde entonces mucha agua ha corrido bajo los puentes, y tanto las posiciones enfrentadas a ultranzas al Estado han sido enarboladas por las más extremas izquierdas anarquistas, como los estatismos más totalitarios y metiches en la vida privada han sido defendidos por las más extremas derechas, léase nazismo y fascismo, por lo cual mal podríamos afirmar que la crítica al Estado es la esencia de las posturas de derecha, etcétera; c) ocurre con demasiada frecuencia, y sin que de aquí pueda derivarse nada en contra de la individualidad y la libertad, que las argumentaciones de la derecha en defensa de éstas no hacen sino encubrir egoísmos, afanes de conservar privilegios de muy pocos individuos a costa del padecimiento de demasiados otros, defensas implícitas de un statu quo que promueve el éxito de los exitosos y el fracaso de los fracasados, con demasiadas pocas oportunidades para las cinco sextas partes de la población del planeta, y, en definitiva, empeños por evadir la pregunta crucial, que hace algunos meses planteábamos en el blog, acerca de ¿para qué y al servicio de qué la libertad?; y d) que en un contexto de desigualdad de oportunidades y desamor generalizado, como el que caracteriza a todas las civilizaciones de nuestros días, los llamamientos en defensa de la individualidad, más que estar dirigidos en contra del Estado, apuntan en contra del interés colectivo, y viceversa, cierta defensa de las izquierdas de la intervención estatal, en el fondo no van dirigidas contra los individuos en general sino que son una manera de hacer frente a los grandes grupos monopólicos y privados que pretenden controlar mercados, culturas, medios de comunicación, territorios, etc., convirtiendo no pocas veces en letra muerta la soberanía de los ciudadanos.
En otras palabras, la razón por la cual los debates en cuanto al rol del Estado, tradicionalmente criticado por los liberales de centro izquierda, se han convertido en manzana de discordia en muchas de las sociedades modernas -no desde hace mucho, por cierto, pues esto viene de los años ochenta, con la reaganomía, el thatcherismo, etc.-, por las derechas conservadoras, no tiene que ver, hasta donde lo entendemos, con diferencias de principio, sino con mecanismos tácticos para impulsar o frenar los cambios en pro de una mayor justicia y fraternidad social. Las derechas conservadoras, en definitiva, han hecho suyo el individualismo liberal, y, por tanto, han inventado el conservadurismo liberal, no se sabe si como un mecanismo gatopardiano de renovación de sus discursos. Y, en sentido opuesto, extremas izquierdas anarquistas, como la corriente liderada por Cohn-Bendit en París-Mayo 1968, han adoptado también ciertas posturas liberales que hoy recogen los programas verdes. En definitiva, con una tendencia indetenible hacia sociedades mixtas en donde el Estado, aún en los regímenes más mercadistas y pro-libertad individual, maneja el 40% ó más del PIB, el quid diferenciador de las posturas de derecha y de izquierda no es el del rol del Estado, sino el del grado de justicia y fraternidad social al que se apunta.
Y, finalmente, en cuanto a lo de Cuba, debería haber quedado claro que no nos parece que allí sea pertinente, como tanto le gusta a Fidel y sus incondicionales, hablar de una "izquierda patriótica" y una "derecha gusana", o, como prefieren decir muchas voces desde el exilio cubano, una izquierda defensora del statu quo y de una derecha promotora del cambio. En Cuba existen las posiciones comunistas oficiales y las posiciones disidentes, pero este eje de contrastes no coincide en absoluto con el de izquierda versus derecha. En un país que ha querido construir el socialismo sin apoyarse, de palabra, en un desarrollo capitalista, pero que en los hechos -y sin entrar a detallar el porqué de que se haya llegado a este callejón sin salida- mantiene a buena parte de la fuerza trabajadora en condiciones de, por llamarla de alguna manera, sub-remuneración extrema; que pretende ser monolítico política y culturalmente, en donde jamás hemos encontrado, por ejemplo, en alguna de sus librerías aunque sea una crítica tímida de la gestión semisecular de Fidel, y en donde está engrasado el nefasto correaje que subordina las posiciones del Estado a las del Gobierno, las de éste a las del Partido Comunista Cubano único, luego a las del Comité Central, a las del Buró Político y así hasta las inapelables del mismo Jefe Máximo, nos resulta claro que hay tanto una derecha agazapada en las filas del Partido y en la espesa burocracia estatal, como una izquierda a favor de cambios profundos en Cuba en las filas de la disidencia. Por todo lo cual no nos parece buena idea esta de hablar de una derecha pro-cambios en Cuba versus una izquierda conservadora.
En resumen, si la idea de la izquierda todavía puede significar, al menos también, una postura en favor de la transformación estructural profunda de la sociedad, en la ruta a largo plazo hacia una sociedad sin asimetrías clasistas e inspirada en el amor, la confianza y la solidaridad, frente a una derecha que, aún cuando merezca nuestro respeto, considera al capitalismo, con sus potencialidades y también con sus injusticias, como el último sistema social accesible a los seres humanos, entonces nos parece útil esta distinción. Estamos dispuestos a disputarle pacíficamente espacios e ideas a la derecha, sin dejar de repetarla, a admitir que pueda tener razón ante determinadas cuestiones, e inclusive a cooperar con ella cada vez que resulte pertinente en la búsqueda de soluciones a problemas concretos, pero no sabríamos como vivir sin la esperanza de poder contribuir a construir un mundo mejor, o convencidos de que este, o uno muy parecido a él, es el mejor de los mundos posibles...
