martes, 19 de mayo de 2009

Acerca del norte y las brújulas de la generación transnacional del '68

Al amanecer del 1 de enero de 1946, los ingenuos e ingenuas unidos del planeta se desperezaron con alborozo y esperanzas ante la nueva época de paz y cooperación anunciada por el término de la apocalíptica conflagración mundial. En los vientres de nuestras madres y testículos de nuestros padres ya se agitaban ansiosos de luz los óvulos y espermas que nos engendrarían, quien sabe si unos y otros embelesados con la ilusión de que al fin se concretarían diferidos sueños heredados de sus antecesores. Si hubiese alguna manera de medir la frecuencia de los encuentros sensuales en Occidente, o, en su defecto, la tasa de generación de gestos, frases, susurros, contactos, poemas, películas, bailes y canciones de amor en Europa, América y Oceanía, es muy probable que se detectase un drástico incremento en los años que sucedieron a la Segunda Guerra Mundial; pero como eso parece una tarea divina, los estudiosos se han conformado con medir el aumento en las tasas de natalidad durante la posguerra, y resulta que los datos refuerzan la hipótesis citada: durante el período 1946-1964 ocurrió una elevación sin precedentes en dichas tasas, al punto de que muchos, sobre todo en el mundo anglosajón, decidieron llamar a la generación de posguerra la del Boom de bebés o Baby-boom.

Pero nuestros padres no contaban con la astucia de Belphegor, el revoltoso diablillo que durante la misma noche del 31 de diciembre de 1945 hizo de las suyas en el inconsciente de los personajes principales de la reciente ópera bélica mundial. Lejos de disponerse a sanar heridas y cerrar cicatrices, Churchill, Truman, De Gaulle, Stalin y adláteres, decidieron de golpe y porrazo enterrar el discurso unitario y la cooperación antifascista que acababa de posibilitar la derrota de los hitlerianos, para inaugurar una época de aspiraciones hegemónicas y harto riesgosas confrontaciones, donde el aliado de la víspera fue convertido en quintaesencia del más letal y abominable enemigo. Se inició entonces una escalada de preparativos bélicos que, en nombre de la libertad y la seguridad, construyó un tan gigantesco arsenal militar que dejó convertidos los ejércitos y armamentos de toda la historia anterior en meros juguetes.

En lugar de la atmósfera de ternura y confianza soñada por nuestros progenitores, vinimos al mundo a respirar, con la amenaza de desaparecer varias veces en un infierno nuclear, el más tóxico y pasmoso de los miedos. Los autores de nuestros días, que entendían lo que pasaba, enmudecieron y se decidieron a consentirnos antes del eventual colapso, y nosotros, inicialmente despreocupados, nos dedicamos a distraernos con el maravilloso invento de la televisión y a ensordecernos con ruidosas y escasamente melodiosas músicas.

Poco a poco, sin embargo, fuimos descubriendo, sobre todo a partir de la crisis de los misiles y del asesinato de los Kennedy y Luther King, la gravedad de lo que ocurría y el clima de odio y violencia que nos rodeaba, y gradualmente, en una especie de unísono transnacional, con los sentidos exaltados por el rock, la imaginación cultivada con años de Campanita y Peter Pan, y el coraje inspirado en la nobleza y valentía de El Zorro, le fuimos dando más y más contenido a nuestras expresiones creativas. Descubrimos, primero, el que quizás haya sido el mayor de nuestros aportes: el arte de protesta, gestado en torno al estilo de música y con la proliferación de imágenes visuales que nos gustaban, y, luego, una amplia gama de formas de comunicación, procesamiento de información y movilizaciones sociales.

El primer y principal rasgo que distinguimos en la generación de posguerra, la cual hizo irrupción en prácticamente todos los países occidentales y en muchos otros en los alrededores de 1968, con el impacto más resonantes en París-mayo, es el hecho de haber sobrevivido en, y enfrentado a, un mundo polarizado entre dos superpotencias, cada una con poder para destruir a la otra y al resto del globo. En semejante contexto y contra todo pronóstico, nuestra generación gradualmente optó por no tomar partido a favor de ninguno de los grandes contendores sino por la paz y por la humanidad misma.

La solidaridad genera-lizada con el pueblo vietnamita, por ejemplo, no se tradujo nunca, a pesar de los empeños de los partidos comunistas de todo el mundo, en un apoyo a la Unión Soviética o China en su confrontación contra los Estados Unidos o entre sí. El enemigo fue siempre un modo de vida opresivo, autoritario y avaro, el sistema o establishment, donde quiera que existiese, y no una nación o Estado en particular. Vietnam y el Che Guevara se convirtieron en símbolos de la dignidad del débil contra el poderoso, pero no, como tanto lo quisieron ambos bandos de la Guerra Fría, en representantes de un coloso frente al otro.

La rebeldía contra lo establecido, el espíritu antipolarizador y antibélico, el afán por crear una contracultura enfrentada a la cultura dominante, y muchos otros rasgos y logros, con sus limitaciones, fueron a su vez potenciados por el mayor acceso a la educación superior. Con esto se creó el caldo de cultivo propicio para la gestación de movimientos universitarios críticos, primero, y luego de toda suerte de movimientos ambientalistas, feministas, artísticos y pro derechos civiles de las más diversas minorías. Aunque la idea inicial del sistema fue formar los cuadros requeridos por las distintas carreras armamentista, espacial y otras, no pasó mucho tiempo antes de que, posiblemente sin agradecer lo suficiente las oportunidades disfrutadas, la propia educación superior, dividida en disciplinas aisladas y desligada de las necesidades de las mayorías, se convirtiera en blanco favorito de las críticas de esta generación de rebeldes con causa. Tal vez sin percatarnos de lo que hacíamos, contribuimos a hacer de la investigación y la generación masiva de nuevos conocimientos un componente fundamental de la versión contemporánea de las sociedades modernas o con ganas de serlo.

Con la conjugación de la criticidad, el acceso al conocimiento y los valores antibélicos, nuestra generación ha librado una sin par lucha contra la deshumani-zación del modo de vida moderno en todas sus facetas, cuyo resultado central ha sido evitar el acabose nuclear, y con otros logros sociales como los arriba citados, que son tangibles pero con textura insuficiente. Muchos seguimos en nuestros afanes, por nuestro norte y con nuestras brújulas, y, quizás cediendo el testigo a las generaciones críticas venideras, logremos contribuir a recuperar el rumbo de la paz y el amor, objeto de tantas burlas contemporáneas pero ansiado por tantas éticas y estéticas.

2 comentarios:

  1. Yo no te pido que me bajes
    una estrella azul
    solo te pido que mi espacio
    llenes con tu luz.
    A ti no hace falta decirte quien escribió esa estrofa, pero para quien no lo sepa o no lo recuerde fue Mario Benedetti. Murió ayer 19 de mayo. Nos acompaño de muchas maneras, al menos a mi me sirvió para enamorar, para justificar posiciones en la vida y hasta en ocasiones para sentirme mas fuerte, así que pensé y es la pregunta que te hago ¿Tendrá Benedetti meritos para incluirlo como una brújula de la generación del ‘68?.

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  2. También, como todos los de nuestra generación, venezuelasonando, muchas veces me he sumergido en la poética de Benedetti ante distintas situaciones. Decirte que he apreciado su obra, sobre todo en la versión cantada por Joan Manuel en "El Sur también existe", y que le he profesado, como tantos, un gran cariño, es lo menos que podría. Ahora bien, y sin ánimo ni aspiraciones de convertirme en una especie de gurú en cuestiones generacionales, ni muchísimo menos que eso, sí puedo añadirte que para mí se trata de un escritor cuya mente se forjó en buena medida en un ambiente de guerra fría y de toma de partido por el bando supuestamente bueno o socialista, por lo cual, para mi gusto, sus propuestas y su poesía también participan del síndrome de la vida y obra del Che: las admiro y respeto y me causan grandes emociones, hasta el grado de tener fotografías suyas desplegadas en mi casa y todas sus obras en mi biblioteca, pero en el fondo no las comparto, pues conducen a una postura de enfrentamiento armado y/o a ultranzas contra la burguesía y el imperialismo, en la cual nos desgastamos moralmente, dejamos de ocuparnos de la transformación de nuestras capacidades, como insisto en este blog, y encima llevamos todas las de perder. Es como si, en el plano individual y en una disputa con Arnold Schwarzenegger, nos empecinásemos en dirimir el asunto en... un ring de boxeo o lucha libre, y encima nos dedicásemos a predicar públicamente, antes dela pelea, nuestro odio y resentimiento contra semejante criatura. Si "incluirlo como una brújula de la generación del'68" significa vibrar, reirnos y de vez en cuando hasta llorar con su poesía, pues incluyámoslo o por lo menos hacia allá va mi voto, pero ¡ojo con la carga de resentimiento y hasta de fatalismo que se nos pueda filtrar en muchas entrelíneas...!

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