La generación de latinoamericanos que hoy rondamos los alrededores de los sesenta menos diez o más cinco años es expresión particular, y a la vez componente fundamental, de la transgeneración mundial del '68. No sólo hemos recibido el impacto de los factores y políticas generales de la Guerra Fría, sino que ésta ha tenido sus tensas y a veces cruentas expresiones locales, con una amplia batería de gobernantes, tanto dictatoriales como electos, alineados con las políticas belicistas de Einsenhower, Johnson, Nixon, Reagan y los Bushes, y enfrentados a las líneas del Kremlin y sucedáneas, con Fidel Castro y numerosos grupos guerrilleros o de extrema izquierda como bastiones subcontinentales. Apartando a Vietnam, Corea e Indonesia, las batallas de Cuba y Chile estuvieron entre las menos "frías" de dicha Guerra. Nuestro movimiento generacional, sobre todo en su modalidad de no-violencia activa, debió abrirse paso entre polos que libraban una lucha encarnizada, hasta hacer sentir la alternativa de una política crítica de ambos sistemas -capitalista y comunista- y por la paz, a menudo tenazmente rechazada (la política) por uno y otro bando, y cuyos logros sólo recién comienzan a apreciarse.


En el plano cultural, nuestra generación tuvo su propio esplendor creativo. Sin pretensiones enciclopédicas y sólo para dar una idea, en paralelo al rock y la música de Lennon y los Beatles, Bob Dylan, Bruce Springsteen o Joan Báez, tuvimos expresiones propias como el tropicalismo brasileño de Caetano Veloso, Gilberto Gil, Gal Costa, Chico Buarque, María Bethania y otros, la Nueva Trova cubana, con Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, a Mercedes Sosa, Víctor Jara, Facundo Cabral y muchos otros, incluyendo al casi nuestro Joan Manuel Serrat. Junto al cine de un Spielberg, tuvimos, entre otros, nuestro Cinema Novo de Glauber Rocha y al cine cubano de Gutiérrez Alea y Humberto Solás. En literatura, inicialmente adoptamos la de nuestros mayores del Boom: Cortázar, Garcia Márquez, Fuentes, Vargas LLosa, Benedetti, Otero Silva, González León y otros, pero luego, gradualmente, ha emergido una rica producción propia en donde se me antoja destacar el rol de ellas, como Isabel Allende, Laura Restrepo, Laura Esquivel y otras. En fotografía, sin nada que envidiarle a las Annie Leibovitz del norte, hemos tenido a Sebastián Salgado, uno de los más importantes fotógrafos vivientes. En las artes escénicas, aunque quizás sin grandes figuras, hemos presenciado una significativa renovación del teatro y la danza a nivel de todo el subcontinente. No obstante, como suele ocurrir por estas latitudes tropicales, también hay que decir que no hemos tenido algo parecido a un Steve Jobs y Stephen Wozniak, con su microcomputador, un Tim Berners-Lee, con Internet, un Edward Witten, con su teoría de cuerdas, o un Bill Gates con su Microsoft...
El vertiginoso crecimiento de la matrícula de educación superior latinoamericana, que se decuplicó con creces entre1955 y 1975, al pasar de cerca de 400000 estudiantes a cerca de 4,5 millones, y de significar menos de un 3% de la población en edad universitaria (aprox. 20-24 años) a más de 15% en el mismo lapso, a menudo sin que existiesen planes de desarrollo económico para incorporar los ingentes egresados, fue otro factor que incidió decisivamente en la explosión de numerosos movimientos universitarios críticos a fines de los sesenta y comienzos de los setenta. Estos movimientos irrumpieron en la cultura y la política de nuestros países, con visiones y estilos como los señalados, y luego, como en los países templados, han servido de caldo de cultivo para movimientos ecologistas, feministas y pro derechos civiles diversos.
Antes de cerrar, queremos dejar expresas algunas ideas sobre las limitaciones y potencialidades de esta a la que consideramos nuestra generación. Como casi todo lo que hacemos en Latinoamérica, no hemos escapado al síndrome de la improvisación y la prisa. Agobiados por eras de tutelas autoritarias y ante la presencia de injusticias dantescas, siempre nos sentimos apurados por actuar, tenemos poco tiempo para pensar en lo que haremos y nuestras ocasiones son las más calvas del planeta. Sólo que por ahorrarnos horas o días de reflexión terminamos perdiendo siglos de oportunidades y volvemos perpetuamente sobre los mismos problemas irresueltos del ayer.

No obstante, está en marcha también un proceso de aprendizaje que no casualmente tiene sus más evidentes, aunque no únicos, exponentes en dos países que quizás sean los que más hondamente han sentido las garras fascistoides, Chile y Brasil. Allí, dos extraordinarios líderes de nuestra generación latinoamericana del '68, Bachelet y Lula, están demostrando que no han sido en vano los sacrificios pasados, y construyendo, inteligentemente, amplios bloques sociales en favor de una transformación real no-violenta. Lejos de inspirarse en obsoletas tesis decimonónicas de la lucha de clases y la dictadura del proletariado, y al margen de conflagraciones geopolíticas que nos quedan grandes y nos restan energías para transformar nuestras capacidades y resolver nuestros problemas, están posibilitando la convergencia transformadora de trabajadores, profesionales, intelectuales, artistas y empresarios con la visión compartida de edificar sociedades más libres, fraternales y justas. Y allá arriba está ocurriendo algo sumamente interesante, con la elección de Obama y el retorno de los Clinton y tantos seguidores y colaboradores, que abre la posibilidad de esfuerzos con una perspectiva generacional relativamente compatible. A lo mejor resulta que, hechos los tontos, los tales baby-boomers terminamos asistiendo a los entierros de los dos sistemas aparentemente irreconciliables que nos vieron nacer: el socialismo burocrático y el capitalismo salvaje.
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