viernes, 22 de mayo de 2009

Más sobre nuestra generación latinoamericana del '68

Antes de continuar con la caracterización de nuestra generación en la escala latinoamericana, luce conveniente incorporar una breve nota sobre el concepto mismo de generación. A diferencia de su uso indiscriminado por funcionalistas, positivistas, conductistas y parecidos, en nuestro caso el concepto de generación posee un poder explicativo importante pero limitado. Las generaciones, como las entendemos, son una especie de ondas largas de los movimientos, con visiones y estilos diversos pero marcados por análogos o iguales hechos sociales concretos de impacto extraordinario. El criterio según el cual los nacidos aproximadamente entre 1946 y 1964 estaríamos condenados a tener rasgos ideológicos compartidos, por ejemplo, con George W. Bush, Condoleezza Rice y compañía, o con Ahmadinejad, Vladimir Putin e ídem, coetáneos que, sin entrar a discutir sus razones, sentimos distantes y más bien representantes del estilo criobélico de la generación precedente, nos resulta un disparate superlativo. Pero, por otro lado, nos negamos a despreciar tal concepto y sumarnos a los puristas para quienes la base económica y la superestructura ideológica constituyen el alfa y omega de los conceptos explicativos de los fenómenos sociales.

La generación de latinoamericanos que hoy rondamos los alrededores de los sesenta menos diez o más cinco años es expresión particular, y a la vez componente fundamental, de la transgeneración mundial del '68. No sólo hemos recibido el impacto de los factores y políticas generales de la Guerra Fría, sino que ésta ha tenido sus tensas y a veces cruentas expresiones locales, con una amplia batería de gobernantes, tanto dictatoriales como electos, alineados con las políticas belicistas de Einsenhower, Johnson, Nixon, Reagan y los Bushes, y enfrentados a las líneas del Kremlin y sucedáneas, con Fidel Castro y numerosos grupos guerrilleros o de extrema izquierda como bastiones subcontinentales. Apartando a Vietnam, Corea e Indonesia, las batallas de Cuba y Chile estuvieron entre las menos "frías" de dicha Guerra. Nuestro movimiento generacional, sobre todo en su modalidad de no-violencia activa, debió abrirse paso entre polos que libraban una lucha encarnizada, hasta hacer sentir la alternativa de una política crítica de ambos sistemas -capitalista y comunista- y por la paz, a menudo tenazmente rechazada (la política) por uno y otro bando, y cuyos logros sólo recién comienzan a apreciarse.

En muchos momentos, sobre todo en los primeros años sesenta, se dio una convergen- cia con los movimien- tos antirra- cistas e independentistas, y particularmente con la emergente Revolución Cubana, en tanto que expresiones libertarias de pueblos o fuerzas sociales luchando por su dignidad, pero no en tanto que defensores del modelo de socialismo a la soviética. En líneas gruesas, es necesario resaltar que quienes nos deleitamos con los Beatles, vivimos las experiencias de la revolución sexual vinculada a la píldora anticonceptiva y la minifalda, y luego irrumpimos en política alrededor del '68, no fuimos los mismos, aunque a veces coincidimos, de la lucha guerrillera "contra el imperialismo yanqui". El movimiento universitario mexicano que sufrió la Masacre de Tlatelolco, el movimiento universitario brasileño contra las dictaduras, o el movimiento venezolano de Renovación Universitaria y sus secuelas, por ejemplo, como su congénere de París-mayo, por regla general arrancaron cuando ya había comenzado a declinar la lucha guerrillera latinoamericana antiimperialista. En todos estos movimientos se libraron intensos debates contra quienes propugnaban la vía de la confrontación armada contra el imperialismo o la burguesía. La consigna guevarista de "crear uno, dos, tres... muchos Vietnam" no fue acogida, menos mal, por estos movimientos, salvo como una metáfora traducida al ámbito de la no-violencia. Análogamente, los movimientos de la Primavera de Praga o de Alemania Oriental, del mismo año '68, pese a su fuerte carga antisoviética, no fueron pronorteamericanos.

La mayor fricción entre estas dos ondas movimientales o generacionales, la guerrerista y la democrático- pacifista, tuvo lugar trágicamente en Chile. Allí el esfuerzo de Allende, los socialistas y algunos comunistas chilenos por encontrar una vía propia, democrática y no-violenta, afín a la que llamamos de nuestra generación y distinta de la vía guerrillera, chocó antes que nada con la tozudez de un Nixon empeñado en no distinguir matices dentro de la izquierda y en demostrar la inviabilidad de dicha vía pacífica, pero también con la línea de la extrema izquierda chilena del MIR y cercanos, que tampoco creía en ésta. La extrema derecha chilena, tutelada por su par estadounidense, aprovechó las contradicciones en el seno de estas dos izquierdas que hicieron que el gobierno de Allende se desgastara en debates internos sobre la radicalización del proceso, la violencia versus no-violencia y la presión interna por la estatización a ultranzas, desde la Cocacola hasta carnicerías y bodegas. La interminable visita de Fidel y el regalo de la ametralladora que le hiciera a Allende facilitaron la campaña mediática que presentó a éste como la ficha cubano-soviética que no era. Al final, que sepamos, no pudo usar siquiera la ametralladora, cuyo poder en todo caso palideció ante el de su inmortal discurso de despedida.

En el plano cultural, nuestra generación tuvo su propio esplendor creativo. Sin pretensiones enciclopédicas y sólo para dar una idea, en paralelo al rock y la música de Lennon y los Beatles, Bob Dylan, Bruce Springsteen o Joan Báez, tuvimos expresiones propias como el tropicalismo brasileño de Caetano Veloso, Gilberto Gil, Gal Costa, Chico Buarque, María Bethania y otros, la Nueva Trova cubana, con Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, a Mercedes Sosa, Víctor Jara, Facundo Cabral y muchos otros, incluyendo al casi nuestro Joan Manuel Serrat. Junto al cine de un Spielberg, tuvimos, entre otros, nuestro Cinema Novo de Glauber Rocha y al cine cubano de Gutiérrez Alea y Humberto Solás. En literatura, inicialmente adoptamos la de nuestros mayores del Boom: Cortázar, Garcia Márquez, Fuentes, Vargas LLosa, Benedetti, Otero Silva, González León y otros, pero luego, gradualmente, ha emergido una rica producción propia en donde se me antoja destacar el rol de ellas, como Isabel Allende, Laura Restrepo, Laura Esquivel y otras. En fotografía, sin nada que envidiarle a las Annie Leibovitz del norte, hemos tenido a Sebastián Salgado, uno de los más importantes fotógrafos vivientes. En las artes escénicas, aunque quizás sin grandes figuras, hemos presenciado una significativa renovación del teatro y la danza a nivel de todo el subcontinente. No obstante, como suele ocurrir por estas latitudes tropicales, también hay que decir que no hemos tenido algo parecido a un Steve Jobs y Stephen Wozniak, con su microcomputador, un Tim Berners-Lee, con Internet, un Edward Witten, con su teoría de cuerdas, o un Bill Gates con su Microsoft...

El vertiginoso crecimiento de la matrícula de educación superior latinoamericana, que se decuplicó con creces entre1955 y 1975, al pasar de cerca de 400000 estudiantes a cerca de 4,5 millones, y de significar menos de un 3% de la población en edad universitaria (aprox. 20-24 años) a más de 15% en el mismo lapso, a menudo sin que existiesen planes de desarrollo económico para incorporar los ingentes egresados, fue otro factor que incidió decisivamente en la explosión de numerosos movimientos universitarios críticos a fines de los sesenta y comienzos de los setenta. Estos movimientos irrumpieron en la cultura y la política de nuestros países, con visiones y estilos como los señalados, y luego, como en los países templados, han servido de caldo de cultivo para movimientos ecologistas, feministas y pro derechos civiles diversos.

Antes de cerrar, queremos dejar expresas algunas ideas sobre las limitaciones y potencialidades de esta a la que consideramos nuestra generación. Como casi todo lo que hacemos en Latinoamérica, no hemos escapado al síndrome de la improvisación y la prisa. Agobiados por eras de tutelas autoritarias y ante la presencia de injusticias dantescas, siempre nos sentimos apurados por actuar, tenemos poco tiempo para pensar en lo que haremos y nuestras ocasiones son las más calvas del planeta. Sólo que por ahorrarnos horas o días de reflexión terminamos perdiendo siglos de oportunidades y volvemos perpetuamente sobre los mismos problemas irresueltos del ayer.

El coraje, los despertares, la energía, la sangre derramada en octubre del '68 en Tlatelolco, por decir algo, no tienen nada que envidiarle a París-mayo del '68 o a Berkeley del '64, pero sí su marco cognitivo o conceptual. Mientras que allá se debatieron masivamente las ideas de la unidimensionalidad del hombre moderno y de para qué sirve la libertad sino para comprometerse, con Marcuse, Sartre, Lefebvre y otros, nosotros actuábamos demasiado cegados por la ira contra Echeverría o Nixon o Caldera. Cuando aquellos acontecimientos quedaron exhaustivamente documentados, analizados y convertidos en activos intangibles disponibles para el porvenir, los nuestros languidecen, parecen especies en peligro de extinción y se van despidiendo del mundo junto a las neuronas nuestras que los percibieron.

No obstante, está en marcha también un proceso de aprendizaje que no casualmente tiene sus más evidentes, aunque no únicos, exponentes en dos países que quizás sean los que más hondamente han sentido las garras fascistoides, Chile y Brasil. Allí, dos extraordinarios líderes de nuestra generación latinoamericana del '68, Bachelet y Lula, están demostrando que no han sido en vano los sacrificios pasados, y construyendo, inteligentemente, amplios bloques sociales en favor de una transformación real no-violenta. Lejos de inspirarse en obsoletas tesis decimonónicas de la lucha de clases y la dictadura del proletariado, y al margen de conflagraciones geopolíticas que nos quedan grandes y nos restan energías para transformar nuestras capacidades y resolver nuestros problemas, están posibilitando la convergencia transformadora de trabajadores, profesionales, intelectuales, artistas y empresarios con la visión compartida de edificar sociedades más libres, fraternales y justas. Y allá arriba está ocurriendo algo sumamente interesante, con la elección de Obama y el retorno de los Clinton y tantos seguidores y colaboradores, que abre la posibilidad de esfuerzos con una perspectiva generacional relativamente compatible. A lo mejor resulta que, hechos los tontos, los tales baby-boomers terminamos asistiendo a los entierros de los dos sistemas aparentemente irreconciliables que nos vieron nacer: el socialismo burocrático y el capitalismo salvaje.

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