viernes, 30 de julio de 2010

La economía venezolana (y V): ¿Capitalismo, socialismo o mercantilismo?

La vida, en general, no se cansa de darnos sorpresas, y la blogueril, virtual, ciberespacial o como nos apetezca llamarla, tampoco.

Hace unos cuantos artículos, durante el primer semestre del año, recibí un vendaval de críticas porque no me estaba ocupando de la realidad venezolana, que si me evadía por las ramas de América Latina, que si estaba ocultando no sé que chavismo vergonzante, que si el pato o la guacharaca. En respuesta a los comentaristas, y recordando aquello dicho en algún lado por Saramago de que en la escritura de los blogs los lectores lo ayudan a uno a escoger el camino, decidí alterar el plan que tenía, de atender primero, o en una primera aproximación, las problemáticas de las necesidades y la evolución histórica del subcontinente latinoamericano, para luego entrarle con más profundidad a los asuntos venezolanos. Así pasé a ocuparme, con una especie de Plan B, directamente de estos.

El resultado ha sido que después de ocho artículos, los anteriores, con fecha de julio, en donde me exprimí mi coco liso para expresar mis más valiosas ideas acerca de lo que nos pasa social y económicamente a los venezolanos, resulta que, a excepción de cinco comentarios de Edgar Fernando, dos del Nefelibata y dos de un Anónimo medio jodedorcito y grosero él, los lectores, cuando esperaba alguna señal de reconocimiento por haberme ocupado de lo que me pedían, y tomar estos comentarios en cuenta en el abordaje de la coyuntura y el momento político -pues como no me canso de decirlo, para mí la política es una mediación entre los anhelos de libertad y las necesidades reales-, no han dicho ni esta tecla es mía..., y hasta me cansé de esperarlos.

También es cierto que todos mis asesores informales han coincidido en recomendarme que le ponga un parao a las digresiones sobre el blog mismo, para concentrarme en los temas más sustantivos, pero resulta que a veces el corazón de uno no es tan resignado o chiquito como quizás, y de vez en cuando, se desearía, y entonces provoca preguntar: ¿y para qué, entonces, tanta alharaca sobre la atención a la cuestión nacional venezolana? ¿Es que acaso los ocho artículos de marras no se meten con el meollo de nuestros problemas, vale decir con nuestras enfermedades estructurales e históricamente heredadas, con nuestra improductividad, nuestro inmediatismo y vivalapepismo, nuestra dependencia de la renta petrolera y nuestra pobreza? ¿O acaso fueron conchas de ajo los lineamientos generales acerca de qué hacer en medio de tan angustiosa situación? ¿Qué es lo que ha pasado, pues, mientras tanto, resulta que las visitas al blog no sólo no han decaído sino que ya van por un promedio de veinte diarias, con picos hasta de cuarenta, incluyendo, para otra sorpresa del dizque bloguero, un significativo número de visitas en México, Colombia, Estados Unidos, España, Argentina, Chile y Perú [pues ahora resulta que los simpáticos de Blogger han puesto a disposición de sus blogueros nada menos que un mapamundi de las visitas, en distintos lapsos, que lo hace sentir a uno cual director de un New York Times cualquiera y ojalá que no los extravíos de un El dictador de Chaplin, solazado en sus caricias al globo terráqueo...]? ¿Por qué tanto silencio?

[Cuatro hipótesis: A: Los lectores están madurando sus reflexiones sobre artículos particularmente densos, y algún día los comentarán; B: A la mayoría de los lectores sólo les interesa participar en un festival de banalidades sobre Chávez y sus ocurrencias, y no tienen interés por discutir los asuntos de fondo de Venezuela; C: Los lectores son gente muy ocupada y cosmopolita que demasiado hacen con meterse al blog y leer los artículos para que encima se les pida que escriban sobre lo que opinan de esos; D: Esto del mundo virtual y de la fulana blogsfera como que es muchísimo más peliagudo y complejo que como Transformanueca y su personal se lo imaginaban...] (E iba a seguir por aquí pero sentí como un templón virtual de orejas, así que... ¡bloguero al grano!)

Tras lo dicho en los ocho artículos anteriores sobre Venezuela debería ser redundante empezar por recalcar que estamos archiconvencidos de que nada de lo que se diga, haga, proponga, afirme o discuta sobre Venezuela carece del más mínimo valor si no se toma en cuenta que nos hallamos al interior de una severa crisis nacional, inmersa en una crisis latinoamericana, a su vez sumida en una de la Civilización Occidental, y de remate por lo menos flotante en otra del planeta Tierra, o sea, algo así como una crisis cuadrática. En tal y tan cuádruplemente crítico contexto, la búsqueda de una brújula que nos oriente o de un Norte, Sur, Este u Oeste que nos guíe, es de la más trascendental e impostergable importancia: absolutamente nada ganamos con darnos prisa para llegar a donde no tenemos nada que buscar.

En tal situación, consideramos que el más importante debate que los venezolanos tenemos, desde ante nuestras narices hasta en nuestros horizontes mediatos, no es otro que el de qué modelo, sistema o proyecto de país queremos impulsar. Y para que no se diga que andamos con ambages, subterfugios o escapismos, diremos por todo el cañón, o sea claro y raspao al decir criollo -ahora adoptado por Tal Cual de Teodoro-, que consideramos que del mercantilismo o premodernismo en que estamos estancados es absolutamente imposible salir hacia un socialismo de una vez, y que no tenemos otra opción sino la de modernizarnos y avanzar, tan acelerada, lúcida e inspiradamente en el futuro como podamos, hacia un verdadero capitalismo, tal y como lo están haciendo todas las naciones del planeta, con las únicas dos versiones rezagadas y extraviadas todavía en la Guerra Fría, y todo indica que prontas a rectificar, de Cuba y Corea del Norte.

Pretender, como lo está proponiendo el gobierno, la construcción de un socialismo a partir de un grado de desarrollo absolutamente incipiente del capitalismo venezolano, o defender por mampuesto, como a menudo lo hace la oposición, la mera restauración del orden anterior a Chávez, no son sino maneras de contribuir, directa o indirectamente, a la perpetuación de un statu quo mercantilista o esencialmente precapitalista y hace tiempo enfermo y agotado, que amenaza con convertirnos en pocas décadas en la nación hazmerreir de América Latina: fuerte candidata a volverse la más atrasada luego de haber sido, hasta los sesenta, la supuestamente más adelantada.

Y esto no significa, como quizás algunos se empeñarán en demostrar, que el capitalismo sea el sistema non plus ultra de la historia, ni mucho menos, sino simplemente que lo vemos como una especie de adolescencia insalvable en el camino desde nuestra actual niñez productiva y social hacia nuestra madurez productiva y social. O, tampoco, sino todo lo contrario, que consideremos inevitable embarcarnos a construir las variantes más salvajes y explotadoras del capitalismo reaganiano o bushiano, cuando tenemos a la vista la experiencia de toda Europa, y especialmente de los países escandinavos, de Canadá y Australia, cuando menos, y cuidado si hasta Japón, y aun China, que están demostrando fehacientemente que es posible avanzar por los caminos del capitalismo con una clara vocación de justicia social que poco a poco va erosionando -de manera análoga, aunque sin el componente de lucha de clases o de dictadura del proletariado, a como esencialmente lo supuso el propio Marx- la racionalidad individualista e inevitablemente despiadada del capitalismo, pero lamentablemente necesaria para despertar los afanes productivos y de superación de la población. (Y reto a muchos académicos de izquierda, amigos unos cuantos de ellos, acostumbrados a despachar, desde la comodidad de sus cátedras, treinta y cinco años de denodado y sacrificado esfuerzo intelectual de Marx, y doscientos años de historia del capitalismo, a demostrar con argumentos, y no con frasecitas para estudiantes o auditorios cautivos, tales como que ésa es una concepción lineal o determinista de la historia, la falsedad de la anterior aseveración).

Sea desde el liberalismo, el marxismo, el cristianismo, el conductismo, el existencialismo, el humanismo, el erotismo, el posmodernismo o desde donde nos plazca pensarlo, es absolutamente imposible convertir, de un solo pencazo, a un pueblo estructuralmente hambriento, harapiento, 'intemperiento', por poco macilento de tanta hambre acumulada, y plagado de necesidades insatisfechas de toda índole, en un pueblo capaz de volcarse, como lo está diciendo la propaganda oficial junto a la factura de cada una de las arepas socialistas que se venden a Bs.7,50, a darle de cada quien según sus capacidades a cada quien según sus necesidades.

Este exabrupto está siendo propuesto por el gobierno, sin que la derecha aporte tesis superadoras y no meramente negadoras de lo que dice Chávez, y con el beneplácito o silencio de al menos miles de militantes de izquierda. ¿Cómo pueden callarse ante este proyecto en el mejor de los casos quimérico y que en el peor bien puede conducirnos a la guerra civil de la que por poco nos escapamos en 2002-2004? ¿Cómo pueden estar hablando de socialismo en Venezuela quienes, como mínimo, deberían haberse estudiado completo el Manifiesto del Partido Comunista (1848, cuando Marx no había cumplido los 30 años), en cuyas primeras páginas ya se lee clara y meridianamente que "la burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario", que "... una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores...", que la revolución se plantea cuando "... la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. [Y] las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya al desarrollo de la civilización burguesa y de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno...", y así sucesivamente a todo lo largo y ancho de esta, la más inmadura y juvenil de todas las grandes obras de Marx y, por supuesto, absolutamente en todo el resto de su obra madura? ¿Dónde están, en Venezuela, esa demasiada civilización, esa demasiada industria y esa demasiada productividad? ¿No será que esta extrema izquierda en el poder está adoptando, cuarenta años después, la tesis de Teodoro Petkoff en ¿Socialismo para Venezuela?, que en la Causa R nunca compartimos y de la que él se ha retractado, aunque, como se lo he reclamado en persona, pues soy su amigo, no de manera lo suficientemente explícita?

No se puede, o al menos no en nombre de ningún marxismo, salvo la caricatura stalinista de la ya tergiversación leninista del marxismo, plantear la idea de un socialismo sobre las bases de una sociedad con fuerzas productivas no sólo inmaduras capitalistamente hablando, sino esencialmente mercantilistas y con serios resabios latifundistas o feudales, y, como si fuese poco, plagadas de facilismo, inmediatismo, rentismo y corrupción. En ninguna parte de la obra de Marx se encuentra un asidero para este despropósito, y menos en su obra madura, en donde merecen mención especial la Contribución a la crítica de la economía política (1859, a los 41 años de Marx), ya en cuyo prólogo se lee que: "... en la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. [...] El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social...".

Esta última idea, especie de Leitmotiv de Marx, se repite una y otra vez en los Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (borrador), (1857-1858, 3 tomos, publicados sólo en 1939-1941), comúnmente conocidos como los Grundrisse, la única obra sobre económica política verdaderamente completa y escrita por el propio Marx. En las Teorías sobre la plusvalía (1862-1863, a los 44-45 años de Marx, 3 tomos, publicados inicialmente por Kautsky en 1905-1910); y, por supuesto, en su obra magna, aunque lamentablemente incompleta, El capital (1867, a los 49 años de Marx, tomo 1; 1885, dos años después de su muerte en 1883, a los 65 años, tomo 2; 1894, incompleto y rematado por Engels once años después de su muerte, tomo 3; e incluso su llamado Capítulo VI, publicado sólo en 1933). No hemos encontrado, en ninguno de estos diez tomos -que, por si acaso, aclaramos (no vaya a ser que el Presidente se entere de la existencia de este blog y entonces nos mande, de penitencia, a leer el Manifiesto...) hemos estudiado a fondo desde antes de 1980, cuando teníamos menos de treinta años-, que constituyen lo esencial de la obra madura de Marx, ni una frase que contradiga o ponga en duda, su tesis central de que el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo es una condición sine qua non para cualquier edificación socialista.

Lamentablemente, la idea de un "socialismo" como sinónimo de comida barata y de atención a las necesidades de la población pobre sin ninguna contraparte productiva, sino como mero reparto estatal, está siendo utilizada como propaganda electoral oportunista, que a la larga no hará sino contribuir a adormecer aún más el afán de superación y de desarrollo de sus capacidades de nuestra población pobre, a quienes se les está haciendo creer que su pobreza y la de sus antepasados es una patente de corso que les da derecho a recibir sin producir. El gobierno, en su propaganda, está identificando irrespon- sablemente capitalismo con especulación alimentaria, cuando resulta que los costos que, por ejemplo, reseña en sus análisis de costos de una arepa están basados en la productividad de una de las escasas empresas verdaderamente capitalistas con que contamos, la Polar, quien produce, a un costo cercano a una locha (Bs. 0,125) por arepa, 42 millones de los 56 millones de arepas que los venezolanos nos comemos cada día, a un promedio aproximado de dos per cápita; y que la mayoría de areperas, de ésas que cobran abusivamente hasta Bs. 30,00 por una reina pepeda, lejos de ser empresas capitalistas son expresión del más burdo mercantilismo especulativo, que no invierten jamás en ciencia, en tecnología, en productividad o en capacitación del personal (costos estos que, por supuesto, no aparecen en los análisis desplegados públicamente por el gobierno, pero que, así como una compensación del riesgo asumido -que en Venezuela es enorme, incluyendo el de que en cualquier momento haya un atraco o secuestren al dueño o al hijo del dueño de la arepera-, son esenciales en empresas verdaderamente capitalistas, digamos, al estilo de un McDonald's).

No nos cabe duda de que los aparentes éxitos de esta política por el actual gobierno se revertirán tarde o temprano hasta convertirse en dificultades adicionales para cualquier transformación seria de la sociedad venezolana, por no decir que podrán incluso funcionar como una especie de vacuna antisocialista, y ojalá y algún dios quiera que no sirvan como caldo de cultivo para algún fascismo, pues este, como lo bien lo ilustran los casos de Alemania y de Italia, y también de nuestro Chile (el único régimen fascista propiamente dicho, y no simplemente dictatorial o gorila, que hemos conocido en América Latina), y, en menor medida en Argentina y Brasil (como reacción a ciertos populismos), siempre se ha edificado sobre la base del derrumbe estrepitoso de las fantasías "socialistas" o repartidoras de riqueza a troche y moche como remedio a la pobreza.

Lo repetimos otra vez: el socialismo es impensable a partir de la miseria y sólo es factible sobre la base de la abundancia de riqueza social; cuando esta condición se da, tal y como está ocurriendo ya en varias decenas de naciones en el globo, de las que a cada rato hemos mencionado en el blog, entonces el socialismo, o cuando menos cierto altruismo o sentido de solidaridad social, comienza a brotar hasta espontáneamente en el seno de la sociedad capitalista, según el estilo de la magnanimidad que se ha apoderado de Bill Gates, quien se ha convertido en un filántropo a decdicación exclusiva, se ha retirado de los negocios, no tiene ya ni las llaves de Microsoft y se ha planteado -no importa si esto le parece un chiste a cierta izquierda troglodita- la pelusa de devolverle, con el pleno apoyo de su mujer Melinda y de su padre, toda su riqueza a las sociedades que más lo necesiten.

Esto no tiene vuelta de hoja, y nos despedimos con la más completa y genuina cita marxista sobre el tema de las condiciones para convertir en realidad la premisa del "a cada quien según sus necesidades", tomada de las Glosas marginales al Programa del Partido Obrero Alemán, comúnmente conocidas como Crítica del Programa de Gotha, escrito por Marx a los 57 años, seis antes de su fallecimiento, y publicado sólo en 1891; seguida de la interpretación que el gobierno está haciendo de esta idea, con su anexo de arepas baratas socialistas.

"... El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural por ella condicionado.
En la fase superior de la sociedad comunista [según una acepción de este término hoy perdida para siempre, después del desastre comunista staliniano, añadido nuestro], cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo del individuo en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades!".

martes, 27 de julio de 2010

La economía venezolana (IV): Pobreza, riqueza y bienestar

Los términos riqueza y pobreza, como arriba y abajo, caro o barato, bonito o feo constituyen actualmente una pareja del tipo que en el lenguaje científico, inevitablemente impregnado por la lengua inglesa y siempre bajo la égida etimológica del latín y el griego, se llaman términos conversos, con una acepción de este adjetivo lamentablemente todavía no asentada en nuestros diccionarios. Es decir que, dentro de la gran familia de los términos opuestos, que incluye a distintos tipos de antónimos, incompatibles y polares, los conversos implican la existencia de un punto o estado de referencia en relación al cual se definen: cuando digo que algo está arriba, necesariamente debe existir un nivel normal, medio o estándar en relación al cual ese algo queda por encima, y respecto del cual otro algo podría quedar por debajo.

A diferencia de los antónimos, bien con gradaciones intermedias, tales como alto y bajo, caliente o frío, elemental y avanzado, entre los cuales no tiene porque haber términos de referencia, o bien en el caso de que no haya grados entre ellos, como en elástico y plástico, líquido y gaseoso; o de los términos incompatibles, como materia y vacío, cristalino y amorfo, ser y nada, orden y caos, en donde la existencia de uno, al menos en el terreno de la lógica formal, implica la no existencia del otro; o de los polares, como norte y sur, este y oeste, ánodo y cátodo, izquierda y derecha, en donde, al revés del anterior caso, uno no puede existir sin el otro, en el caso de nuestros términos conversos -en una acepción que no tiene nada que ver con el pasarse de un lado a otro-, la clave, aun en circunstancias de que un término exista sin el otro, está en el establecimiento del término o nivel estándar. Mientras que hasta no hace mucho, en las circunstancias de inevitable precariedad en que por tanto tiempo vivió la humanidad, los términos riqueza y pobreza fueron polares, en nuestros días se han convertido en conversos.

Nos hemos detenido en esta cuestión lingüística pues nos luce que una discusión sobre la pobreza en nuestros países, y particularmente en Venezuela, debe arrancar por aclarar que se trata de un término relativo a un estándar o promedio, cuya definición, la de este, es crucial para saber de que estamos hablando. Mientras que la izquierda y la derecha ortodoxas, o de inspiración decimonónica o anterior, se empeñan en hablar de la pobreza como si todavía fuese un término polar con la riqueza, como si para que haya ricos tuviese que haber pobres, y viceversa, lo cierto es que ya es perfectamente posible imaginar un mundo sin pobreza. Uno en donde todos dispongamos de riqueza por encima de un determinado estándar de vida aceptable, al estilo de la pauta que nos sugieren ciertas civilizaciones antiguas, como la Egea [¿han tenido tiempo para leerse El cáliz y la espada, de Riane Eisler, que les recomendé hace tiempo?], o como en vivo y en directo nos lo están mostrando, al cabo de un larga evolución histórica, los países escandinavos, Canadá y otros, en donde cada día más -sin que necesariamente tengan lo mismo- todos son ricos o disponen de riqueza -a la que han comenzado a llamar, quizás más elegantemente, bienestar-, y también cada vez es más cuesta arriba empecinarse en que su riqueza o bienestar sólo es posible a costa de la pobreza de otros o de nosotros. Por el contrario, estos países, con sus modelos de desarrollo, basados en la búsqueda de una profunda identidad nacional, en la capacitación productiva, ciudadana y ética de todos, y en la práctica sistemática de ofrecer oportunidades de educación y compensaciones para los más desfavorecidos, constituyen una cátedra viviente acerca del camino que, tarde o temprano, dependiendo de las terquedades de tantos, podría adoptar la humanidad entera, incluidos, aunque parezca superfluo añadirlo, nosotros los latinoamericanos, hasta nuevo aviso campeones de la inequidad social.

Hechas esas imprescindibles disquisiciones, y apartándonos del lindero a partir del cual nuestros desde hace rato silenciosos lectores, o como mínimo algunos de ellos, empezarían a acusarnos de evasivos respecto de la candente realidad vernácula, empezamos por declarar que la problemática de la pobreza en Venezuela, vital asunto a atender sean cuales sean nuestras preferencias ideológicas y elemento clave para la definición de cualquier política que merezca tal nombre, es absolutamente incomprensible si no nos ponemos de acuerdo en torno al estándar en relación al cual baremaremos o definiremos tal pobreza.

El Gobierno nacional, a través de su Instituto Nacional de Estadística, INE, ha establecido el llamado Valor de la Canasta Básica, equivalente al doble del Valor de la Canasta Alimentaria, como dicho estándar, entendiéndose por tal, por el primero, "el costo de los alimentos que cubren los requerimientos nutricionales de la población, más los recursos monetarios requeridos por los hogares para satisfacer las necesidades básicas no alimentarias (vestidos, calzados, viviendas, servicios médicos, educacionales, etc.)", y, por el segundo, "el costo de los alimentos que cubren los requerimientos nutricionales de la población". De acuerdo a esto, en Venezuela, son oficialmente pobres los hogares cuyos ingresos no alcanzan a cubrir la Canasta Básica, y oficial y críticamente pobres los que no llegan a cubrir la Canasta Alimentaria, datos estos que son regularmente divulgados por el mismo INE. Por su parte, el Banco Mundial, para no depender de las definiciones de los distintos gobiernos en materia de pobreza, establece simplemente una línea absoluta de pobreza, igual a dos dólares de ingreso per cápita ajustados a la paridad de su poder adquisitivo; otra línea de pobreza extrema, igual a US$ 1,25 de ingreso per cápita -actualizada hace poco, después de estar fijada durante varios años en US$ 1,00- igualmente ajustado a la paridad de su poder adquisitivo, y línea que, por cierto, es la que están usando las Naciones Unidas para la evaluación del cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de reducir a la mitad, entre 2001 y 2015, la pobreza extrema y su inevitable correlato el hambre; y otra más, una especie de línea de cuasipobreza, igual a US$ 3,00 de ingreso per cápita, que está comenzando a ser utilizada en ciertos análisis. La Agencia Central de Inteligencia, la impopular CIA de los Estados Unidos, utiliza -en sus datos de The World Factbook, por si acaso públicamente divulgados en Internet (no vaya a ser que algún izquierdista antediluviano venga a acusarnos de...)- los criterios de los distintos gobiernos, pero matizándolos constantemente con acotaciones que ponen de relieve la naturaleza de los criterios usados por estos, y alertando acerca de los distintos significados del término, de acuerdo a sus bases de referencia. Y, finalmente, algunos gobiernos avanzados, como el canadiense, están renunciando al empleo del término pobreza al interior de sus países -en donde ya prácticamente no quedan pobres-, para optar por fórmulas sofisticadas como la de los LICOs (Low Income Cut-Offs, "~Cortes de Bajos Ingresos"), que consisten en tablas de valores de referencia, para distintos tamaños y tipos de familias, según su localización, consideradas en situación de estrechez al tener que gastar el 70% ó más de sus ingresos en alimentación, vivienda y vestido.

Desde el punto de vista de las estadísticas oficiales venezolanas, mas con cálculos hechos por este servidor, en 2006, el año en el cual venimos concentrando la mayoría de nuestros análisis económicos, para un Valor de la Canasta Básica de Bs. F. 847/mes, aproximadamente el 60% de los hogares venezolanos calificaron para la condición de pobreza, con ingresos medios por hogar por debajo de tal valor, mientras que el 25% de los hogares se hallaron en la condición de pobreza crítica, por debajo del Valor de la Canasta Alimentaria, establecido en Bs.F. 424/mes. Esto casi significa que en ese año 2006, en el que por cierto tuvieron lugar las últimas elecciones presidenciales, en donde el actual presidente obtuvo el 63% de los votos válidos, aproximadamente dos de cada tres venezolanos se encontraban, oficialmente, en situación de pobreza y uno de cada cuatro en la de pobreza crítica.

Lo anterior, que de por sí implica que alrededor de las dos terceras partes de los venezolanos no pudieron, en ese año 2006 de referencia, satisfacer sus necesidades básicas de alimentación, vestido, vivienda, transporte, salud y comunicaciones, se torna aun más grave si observamos que, de acuerdo a la III Encuesta Nacional de Presupuestos Familiares realizada por el Banco Central de Venezuela (a fines del año anterior), resulta que el 60% del presupuesto de los hogares venezolanos, en promedio, se gastó en alimentos, transporte y vestido, y sólo menos del 7% en vivienda, 6% en comunicaciones, 5% en esparcimiento, 5% en salud ó 3% en educación. De aquí derivamos, si tomamos en cuenta que, según nuestro conocimiento directo de la realidad local, en 2006 era prácticamente imposible obtener, en las grandes ciudades del país, un inmueble razonablemente construido por menos del equivalente a un alquiler mensual al menos igual a la mitad de la Canasta Básica o a la Canasta Alimentaria, o sea de Bs.F. 425/mes, que los actuales indicadores de pobreza en realidad están fuertemente subestimados, puesto que parten de la premisa de que los hogares prácticamente no gastan en vivienda, o sea, que suponen como normal que buena parte de la población deba vivir en ranchos, viviendas improvisadas, viviendas invadidas, viviendas con alquileres ficticios congelados por el gobierno, viviendas actuales o heredadas de los padres, etc., que son las únicas que pueden cubrirse con los exiguos presupuestos efectivamente disponibles para vivienda, por debajo de aproximadamente los Bs.F. 100/mes. O, lo que es lo mismo, la atención a las necesidades básicas de alimentación, vestido y transporte tiene lugar, para una gran mayoría de la población, al precio de la desatención, para efectos prácticos, de las necesidades de vivienda, salud, comunicaciones, esparcimiento y educación, lo que implica que, si se estableciese algo así como un Valor de la Canasta Básica Real, en la onda de un LICO canadiense, que tomase en cuenta el costo real, o de oportunidad, de satisfacer adecuadamente todas las necesidades básicas y apuntase a la erradicación de los cinturones de miseria de nuestras principales ciudades, nuestros índices de pobreza real serían mucho mayores.

Los indicadores que suele enfatizar el gobierno, que destacan logros en materia de reducción de la pobreza crítica, o sea del hambre, en base a programas no sustentables de distribución de alimentos, con, por ejemplo, la Misión Mercal, aunque no deben ser desestimados, es claro que no constituyen una respuesta de fondo a la problemática de nuestra lacerante pobreza real. Complacernos en la revisión de avances en la reducción de la pobreza crítica, sobre todo si se basan en la importación y distribución masiva, y no pocas veces despilfarradora, de alimentos importados, es una nueva manera de engañarnos o de intentar ocultar el hecho de que, en términos reales, Venezuela ha venido perdiendo terreno, incluso en el plano latinoamericano, en términos de la calidad de vida de su población.

Mientras que a comienzos de los años sesenta, Venezuela asombraba al mundo con sus indicadores de ingreso per cápita en el orden de los
US$ 1 000 a 2 000, que rozaban los de las naciones europeas y las dos grandes norteamericanas y excedían marcadamente los de todas las naciones latinoamericanas y asiáticas, incluyendo a Japón y Corea del Sur, y amenazaba con convertirse en un milagro capaz de erradicar su pobreza, en la actualidad la tendencia es hacia el rezagamiento en términos reales, no sólo en relación a toda Europa, Norteamérica, Oceanía y Asia oriental moderna, sino inclusive a naciones latinoamericanas en acelerados procesos de modernización como Chile, México, Brasil, Argentina y Uruguay, a las que pronto se sumarán al menos Costa Rica, Colombia y Perú. Venezuela, repetimos, no desde que comenzó el actual gobierno, sino por lo menos desde 1978, ha estado sumida en un proceso, quizás único en el mundo, de estanflación prolongada, que apenas resulta maquillado por las apariencias de bonanza que periódicamente crean las alzas en los precios del petróleo.

Las perspectivas del Banco Mundial y de las Naciones Unidas, de repente concebidas para hacer más digeribles las cifras del hambre en el Tercer Mundo africano, nos colocan en una posición más alentadora y menos dramática, y soportan mejor las reivindicaciones de progreso en materia de superación de la pobreza que viene haciendo el gobierno. Según estas cifras, la referencia, para efectos del logro del Objetivo 1 del Milenio, en Venezuela, es la de reducir a la mitad, para 2015, la pobreza extrema del 14% de la población que, en 2001 (o en el promedio 1995-2003), vivía con ingresos inferiores a US$ 1,25 per cápita diarios. De acuerdo a las cifras divulgadas por esos organismos en Internet esta meta ya se habría logrado, y mucho antes de 2015, pues para 2006 tal pobreza extrema, sinónimo del hambre desatada, fue calculada en sólo 3,53%. Esto significa, tomando en cuenta que el hogar promedio venezolano consta de 4,2 personas según el INE, que sólo 3,53% de los hogares tendrían ingresos por debajo de US$ 5,25 ó Bs.F. 338,6/mes, al cambio de la época de Bs. F.2,150/US$ , cifra que está muy por debajo del Valor de la Canasta Alimentaria fijado por el propio gobierno, y también de cualquier estimación de alguien que haya vivido aquí durante ese año 2006 y que bien sabría que no era posible, para una persona, ni siquiera alimentarse a duras penas con US$ 1,25 ó BS.F. 2,69 diarios, que es mucho menos de lo que cualquier mendigo o indigente percibía diariamente, aun tirado en la calle. La línea de pobreza, a secas, del Banco Mundial, para 2006 en Venezuela, es decir, la de un ingreso de menos de US$ 2,00 per cápita diarios cubriría a un 10% de la población, mientras que la de cuasipobreza, que aproximadamente coincidiría con la de pobreza crítica del gobierno, de US$ 3,00 diarios per cápita, comprendería a un 21,5% de la población. (Es muy probable que estas distorsiones, que nos presentan internacionalmente con mucha menos pobreza que la que apreciamos por dentro, tengan mucho que ver con las casi ficticias tasas oficiales de cambio, con una pronunciada sobrevaluación del bolívar, y apreciaríamos si algún lector economista o más ducho en estos asuntos nos ayudase a comprender mejor la cuestión).

La CIA, por su lado, en su The World Factbook, publicado en Internet, señala para Venezuela, al final del año 2005, un 38% de la población por debajo de la línea de pobreza, la que también resulta muy inferior a la calculada por nosotros con base en los datos sobre ingreso de los hogares publicados por el INE en sus Indicadores de la fuerza de trabajo, Total Nacional: Primer semestre 2006, y en los valores de la Canasta Básica y la Canasta Alimentaria publicados en el Índice y entorno del desarrollo humano 2006.

Y todo esto contrasta marcadamente con lo que resultaría si, por ejemplo, aplicáramos un criterio como el canadiense, aun con el más bajo de sus LICOs para una familia de cuatro personas, según el cual una familia padecería estrechez económica si, en 2006, hubiese percibido menos de $ 26,579 anuales, o sea, de alrededor de Bs.F. 57 145 anuales o Bs.F. 4 762 mensuales, con lo cual prácticamente todos los venezolanos, salvo unos pocos ricos en serio, habríamos quedado en situación de estrechez económica. (Por si acaso quedan dudas, no sobra decir que, por ejemplo, en los más completos estudios de mercado realizados en el país, como el Entendiendo al consumidor venezolano: Hábitos de consumo y el alcance de los medios, ordenado por El Nacional, siempre en ese mismo año 2006, el ingreso mediano del llamado "Estrato AB", el más acomodado y que incluía a sólo el 5% de la población no marginalizada -o sea, excluyendo al "Estrato E", que por sí solo comprende a por lo menos el 40% de la población-, era de sólo Bs.F. 3 006/mes, por lo cual, según los estándares canadienses, incluso buena parte de los dizque privilegiados de aquí allá caerían dentro del rubro de quienes viven con "estrecheces económicas" con base en algún LICO...). (Da la impresión de que en Canadá y otros países, como los escandinavos, que hace rato han logrado superar la problemática polar de la pobreza versus la riqueza, se estuviese tendiendo a hablar cada vez más de bienestar versus estrechez, que serían los términos conversos sustitutos).

Consideramos que la seria discusión de estos asuntos es absolutamente indispensable para la elaboración de cualquier política realmente transformadora en el país. Pretender interpretar los resultados electorales de 2006, por ejemplo, haciendo caso omiso de la aplastante realidad de nuestra pobreza, es como querer tapar el sol con un dedo. Incluso si se rechaza cualquier linealismo que pretenda una equivalencia exacta entre la pobreza y los votos por Chávez, el único candidato que entonces logró proponer una esperanza de mejoramiento de la calidad de vida para los pobres, es claro que existió y existe todavía una estrecha conexión entre ambos factores. La disputa entre oficialismo y oposicionismo que atestiguamos diariamente tiene demasiado que ver con una lucha soterrada entre pobres y no pobres.Y algo parecido podría decirse de, por lo menos, las votaciones de Acción Democrática durante todo el largo período desde 1947 hasta 1993, y, en menor medida, de las votaciones de COPEI y Caldera, que por lo general representaron un voto castigo contra AD. Nos guste o no, la política venezolana, desde 1947, o sea, desde que se estableció el voto universal, directo y secreto para todos los ciudadanos mayores de 18 años, ha girado en buena medida en torno a la captación -y, demasiado a menudo, la manipulación- de los votos de la mayoría pobre de la población. La regla no escrita de la política venezolana es que las elecciones las ganan quienes logran asegurarse el apoyo del grueso de la población pobre, con el triste añadido de que, en el fondo, es muy poco lo que se ha hecho en nuestro país, en los últimos treinta años, al menos, por erradicar las causas profundas de tan persistente pobreza, pues, para efectos prácticos, todo ocurre como si tuviese sus ventajitas el contar con un electorado tan fácilmente comprable...

Acerca de qué hacer ante estas duras realidades, de las que poco gustan de hablar nuestros políticos, incluso en épocas electorales como esta, volveremos próximamente.

viernes, 23 de julio de 2010

La economía venezolana (III): ¡Dale, dale! ¡Aquí es, aquí es!

Si bien es cierto que nuestra pobreza es el resultado de siglos de injusticias y que la ignorancia que padecemos deviene en buen grado de tal pobreza, lo contrario, como bien nos lo recalcaba nuestro Simón Rodríguez ("El hombre no es ignorante porque es pobre, sino al contrario", tomado de su Consejos de amigos dados al Colegio San Vicente de Lacatunga (Ecuador)), es también válido: la ignorancia no sólo engendra pobreza sino que actúa como un imán que atrae las injusticias.

En este artículo examinaremos con mayor detalle la distribución de nuestro ingreso, pero invitamos a nuestros lectores a no perder de vista ni un momento la bizarra estructura de capacidades productivas que hemos explorado en nuestras entradas anteriores, donde insistimos en que nuestro producto o ingreso per cápita es, antes que nada, la consecuencia de una muy desigual productividad de las ramas de nuestra producción, con fracciones petroleras que exceden muchas veces a las ramas no petroleras, y de una no menos desigual distribución de los niveles educativos efectivos. (En 2006, según las cifras del Banco Central de Venezuela y de los Indicadores de la Fuerza de Trabajo publicados por el Instituto Nacional de Estadística, a precios constantes de 1997, la productividad del sector petrolero venezolano fue más de dieciocho veces la del sector no petrolero. Estas desigualdades se repiten, en el plano del nivel educativo aparente, en donde, según nuestros cálculos, a partir de datos publicados por el INE, en 2006 casi el 40% de la fuerza de trabajo poseía estudios incompletos de primaria).

Para el mismo año 2006, que venimos examinando, pero esta vez a precios corrientes y con la moneda actualmente vigente, el Producto Interno Bruto de Bs.F. 393.926.240.000 se distribuyó, según cifras del Banco Central y en términos gruesos, así: 31% de remuneración de los asalariados, 49% de excedente de explotación para el capital, 9% en impuestos netos a los productos y 11% de ingresos mixtos (cooperativas, sociedades de personas, trabajadores por cuenta propia y afines) de los asalariados y el capital. Cerca de 6,3 millones de empleados y obreros, alrededor del 60% de la fuerza de trabajo ocupada, percibieron el 31% de ese ingreso; 3,8 millones de socios de cooperativas y sociedades civiles, y trabajadores por cuenta propia, el 36% de la fuerza de trabajo ocupada, percibieron el 11% del ingreso; mientras que cerca de medio millón de patronos y el Estado para sus gastos directos, menos del 5% de la fuerza de trabajo, percibieron casi el 60% del ingreso. Esto puede traducirse a términos de ingreso mensual señalando que en ese año 2006 el ingreso promedio de cada trabajador del 96% de la fuerza de trabajo fue de 1.334 Bs.F. /mes, mientras que el del 4% restante tuvo un ingreso de 38.860 Bs.F. /mes por cada patrón. O sea que, aproximadamente el 96% de la población productora, a la que gruesamente podríamos llamar "El Trabajo", percibió el 40% del PIB, mientras que el 4% restante de la población, incluyendo aquí al Estado, a quienes, sin mucho rigor, podríamos llamar "El Capital", percibió el 60% de dicho PIB. Estas proporciones están invertidas en relación a la distribución típica del ingreso en naciones modernas, en donde los trabajadores perciben hasta el 80% del ingreso, o más, y el capital el 20% ó menos.

Las cifras anteriores básicamente son compatibles tanto con las cifras aportadas por el Instituto Nacional de Estadísticas, INE, para los hogares, en donde el 32% de hogares de mayores ingresos percibió, ese mismo año un ingreso mensual promedio de 1.832 Bs.F. /mes, mientras que que el 68% de los hogares sólo tuvo un ingreso mensual promedio de sólo 545 Bs.F. /mes; como con cifras arrojadas por estudios privados de mercado, como el Entendiendo al consumidor venezolano, ordenado, para ese mismo año de 2006, por El Nacional, que reveló un ingreso promedio de 3.006 Bs.F. /mes para los hogares de los estratos de altos ingresos (5% de la muestra estudiada, llamada el estrato AB), de 1.859 Bs.F. /mes para los de medianos ingresos (28% de la muestra, llamada el estrato C), y 977 Bs.F. /mes (67% de la muestra, estrato D), excluyendo de la muestra al estrato de menores ingresos o estrato E, supuestamente por carecer de interés comercial.

En un estudio más completo, adelantado por el Banco Central de Venezuela, la Tercera Encuesta Nacional de Presupuestos Familiares, publicado en julio de 2007, con base en datos de 2005 y una muestra estratificada y al azar de 9.210 hogares, estimó que el 6% de hogares de mayores ingresos percibió un ingreso promedio de 3.914 Bs.F. /mes, el 20% siguiente de 2.446 Bs.F. /mes, el 45% siguiente de 1.606 Bs. F./mes, el 27% siguiente de 933 Bs.F. /mes, y el 2% más pobre 456 Bs.F. /mes. El Índice de Gini (con valores en el rango [0,1], en donde 0 significa la equidad absoluta y 1 la inequidad absoluta), resultó ser, para ese mismo año 2005, de Gini = 0,4785, ligeramente inferior al calculado para 1997, que resultó ser de Gini = 0,4823. El decil más rico de los hogares, según este mismo estudio del BCV, tuvo un ingreso de 27 veces el del decil más pobre. Para ese mismo año de 2005, los Índices de Gini de países como Japón, Dinamarca, Suecia y Suiza estuvieron en el orden de Gini = 0,25 , la gran mayoría de países europeos nórdicos y ex-países del campo socialista exhibieron Ginis inferiores a 0,30 , mientras que el grueso de países latinoamericanos se ubicó por encima de un Gini = 0,50. Los Índices de Gini que revelan una mayor inequidad en el ingreso, a nivel mundial, se refieren, por lo general, al caso de países africanos, como Sierra Leona, Botswana, Lesoto y Namibia, y también a Haití y Bolivia, en el orden de Gini > 0,60. En los países con una más equitativa distribución del ingreso, como Japón, Suecia, Noruega, Finlandia o Alemania, el decil más rico sólo percibe menos de 6 veces los ingresos del decil más pobre.

En el Informe de Desarrollo Humano, publicado por el PNUD en 2005, los datos que aparecen sobre Venezuela son los de un Gini = 0,491 para 1998, y el de un decil más rico con 63 veces los ingresos del decil más pobre, que básicamente coinciden con los del Banco Central para ese mismo año. Esto sugiere, de ser confiables los mencionados datos publicados por el BCV para 2005, avances moderados en la distribución del ingreso alcanzada con las políticas del actual gobierno, lo que nos ha colocado entre los países con una mejor distribución relativa del ingreso en el plano latinoamericano.

Si se considera que 17% de la fuerza de trabajo laboraba en 2006 en el sector público, que por supuesto la totalidad de los impuestos y regalías son manejados por el Estado, y que la mayor parte de las grandes empresas capitalistas son estatales (con PDVSA a la cabeza), tenemos motivos para estimar que aproximadamente el 45% del ingreso total fue manejado directa o indirectamente por el Estado venezolano, de donde deriva su capacidad para incidir, sobre todo, en el mejoramiento de los niveles de ingreso de los estratos más pobres. Tal y como lo señaló el New York Times, en un memorable editorial publicado después del Referendo de agosto de 2004, los venezolanos seguimos empecinados en vivir a costas del Estado y del ingreso petrolero, con la diferencia de que hasta 1998, a la hora del reparto, se privilegiaban los estratos de medios y altos ingresos, mientras que ahora se intenta privilegiar a los de bajos ingresos [sin excluir, añadimos nosotros, una importante cuota del reparto que está yendo a parar a manos de los propios repartidores...].

Nuestra agobiante pobreza es el efecto de miríadas de factores, que no excluyen, obviamente, la mala intención, la insensibilidad social, la avaricia, la corrupción y el ventajismo de sectores que por siglos han actuado como si el país les perteneciese sólo a ellos, pero esto no nos da derecho, si queremos resolver nuestros problemas y no medrar a su costa, a soslayar el hecho de que la ignorancia, la falta de moral y luces o la falta de capacitación de buena parte de nuestro pueblo, están en la raíz de todos nuestros padecimientos de ahora y de siempre. Mientras no erradiquemos esta madriguera de calamidades será poco lo que podremos avanzar realmente en la búsqueda de salidas perdurables a nuestra sempiterna crisis. Una mejor y más equitativa distribución del ingreso es desable, necesaria y factible, pero a condición de que nos empeñemos en superar la desigual distribución de capacidades que da asidero a todas nuestras injusticias.

Mientras no se afecte el agudo contraste en las productividades de la fuerza de trabajo venezolana, derivado de desigualdades en el desarrollo de capacidades y de factores exógenos que determinan los altos precios internacionales del petróleo, no se podrá atacar la raíz de las desigualdades en la distribución del ingreso, y el país seguirá comportándose económicamente como los niños que gritan ¡dale, dale!, mientras esperan ver caer los caramelos de la piñata, o ¡aquí es, aquí es!, cuando, en los carnavales, aguarda a que se los lancen al paso de las carrozas.

Dentro de dos artículos, después de explorar más a fondo el tema de la pobreza en Venezuela, argumentaremos con mayor detalle por qué pensamos, sin desconocer sus buenas intenciones e inclusive sin desestimar ciertos logros en favor de los sectores más desposeídos, que el actual gobierno se equivoca al tratar de corregir, esencialmente, la estructura de distribución del ingreso mediante un mejor reparto de la riqueza, mientras se mantiene, e incluso se acentúa, la dependencia de los ingresos petroleros, y se conserva básicamente inalterado el estado de subcapacitación de buena parte de nuestra fuerza de trabajo.


martes, 20 de julio de 2010

La economía venezolana (II): Una ilusión de productividad

Cuando la apreciamos en un contexto latinoamericano o mundial, la fuerza productiva de nosotros los venezolanos da la impresión de estar relativamente bien posicionada o encaminada.

En efecto, si tomamos como referencia los datos de organismos internacionales para 2006, los últimos de que disponemos basados en mediciones reales y no en estimaciones, y sobre los cuales tenemos también más información adicional para interpretarlos, la población total residente, de poco más de 27 millones de habitantes, generó un producto interno bruto de unos 178 millardos de dólares, para un ingreso per cápita de unos 6.540 dólares anuales. Cuando comparamos esta cifra con el ingreso per cápita promedio del planeta que, para ese mismo año y con unos 6.650 millones de pobladores y un producto planetario de 47,7 billones de dólares, fue de 7.450 dólares, nos vemos apenas un poco por debajo de tal media, lo cual no deja de lucir esperanzador. Y, si ajustamos los datos criollos al poder adquisitivo real local de esos dólares, en comparación con el poder adquisitivo de los dólares en los Estados Unidos, incluso quedamos un poco mejor parados, con un ingreso per cápita ajustado de 7.440 dólares, casi idéntico al ingreso nominal promedio terrestre.

Si comparamos este ingreso per cápita promedio con, por ejemplo, los niveles per cápita promedio del continente más pobre, África, cuyos niveles sólo oscilan ligeramente por arriba de los 1.000 dólares, es claro que, apartando momentáneamente a un lado la congoja que nos ocasiona la miseria de ellos, debemos reconocer que, en promedio, repetimos, no nos hallamos entre los pueblos más pobres del mundo. Cuando vemos hacia el lado asiático, con sus ingresos per cápita un poco por encima de los 3.000 dólares (ya abultados por los productivos japoneses), podemos seguir pensando en que nuestra productividad, con el estado actual de desarrollo de la técnica y la tecnología, no está del todo mal. E incluso, en el plano latinoamericano, cuyos ingresos per cápita promedio, siempre para el mismo año de referencia, estuvieron en un entorno de los 5.300 dólares, todavía tenemos motivos para sentirnos relativamente productivos, aunque no sobra acotar que, para ese mismo año, los ingresos per cápita, ajustados según su paridad relativa de poder adquisitivo, de, por ejemplo, Argentina, Chile, Brasil o México, estuvieron por el orden de los 15.000, 11.000, 8.800 ó 11.300 dólares, respectivamente.

Pero, obviamente, al compararnos con los muy altos ingresos de las economías llamadas modernas o desarrolladas, que alcanzan niveles promedio de hasta alrededor de diez veces los nuestros, en casos como los de Noruega, y de al menos cinco veces en la mayoría de los casos de Europa Occidental, Angloamérica, Oceanía o Japón, comenzamos a tomar más conciencia de nuestras limitaciones, sobre todo si aceptamos que nuestros anhelos de bienestar y de consumo nos impulsan, por ahora, a querer vivir como ellos, los modernos, incluso si descartamos las versiones más despilfarradoras y consumistas de tales estilos de vida, como podría ser la modalidad del American Way of Life, definitivamente no factible de alcanzar jamás para todos los pobladores de este globo. Pero todavía, hasta aquí, estamos lejos de tocar el meollo de nuestros problemas de productividad, e incluso convendría echarle antes un vistazo al tema del tamaño de nuestra economía en el contexto mundial.

Conviene, para comprender mejor la problemática de nuestra productividad, explorar el tamaño de la economía venezolana en términos de su Producto Interno Bruto total, y hacernos una mejor idea de quiénes somos económica, o, mejor, productivamente. En esta dimensión, si clasificamos las economías, con criterios análogos a los del boxeo, como extrapesadas, con productos por encima de los diez billones (millones de millones) de dólares, pesadas, del billón hasta los diez billones, medianas, desde los cientos de millardos hasta el billón de dólares, welter, desde las decenas hasta los cientos de millardos, ligeras, desde los millardos hasta las decenas de ellos, pluma, desde los cientos de millones hasta el millardo, y gallo, por debajo de los cientos de millones de dólares, entonces resulta que la nuestra es una de las cincuenta economías de mayor peso del planeta, dentro de un total de un poco más de doscientas, según las cuentas del Banco Mundial. Muy por debajo de la única extrapesada, la estadounidense, con más de 13 billones de dólares ella sola, y también a distancia de las otras nueve pesadas, a saber, de mayor a menor calibre, de Japón, Alemania, China, Reino Unido, Francia, Italia, Canadá, España y Brasil, pero también por encima de las casi sesenta economías welter, las más de setenta ligeras, y las poco más de treinta entre pluma y gallo. O sea, estamos en la categoría mediana, de poco más de cuarenta países, bien por debajo de las economías más robustas de esta misma talla, como las de Rusia, India, Corea del Sur, México, Australia u Holanda, todas por arriba de los 500 millardos de dólares, y también de las de Bélgica, Turquía, Suiza, Suecia, Arabia Saudita, Noruega, Polonia o Grecia, con productos más allá de los 300 millardos, o por debajo de Dinamarca, Finlandia, Irán, Sudáfrica, Argentina o Tailandia, sobre los 200 millardos, pero todavía cerca de la moda estadística de los países de este rango, con un calibre productivo semejante al de Portugal, Irlanda o los Emiratos Árabes, y aun por encima de otros dieciséis países. Cabe, no obstante, observar, que en esta categoría de países de economía mediana, hay unos cuantos, sobre todo en Europa, con poblaciones muy por debajo de la nuestra y que, además, tienen sus ingresos mucho mejor distribuidos que nosotros.

(Sólo con algunas excepciones, sobre todo entre los países árabes exportadores de petróleo, existe una tendencia prácticamente universal hacia la mejor distribución del ingreso a medida que aumenta la productividad o el ingreso per cápita. En líneas generales, los países con los más altos Índices de Desarrollo Humano, que toma en cuenta factores no estrictamente económicos, como la esperanza media de vida o el nivel de acceso a la educación, suelen ser los mismos con altos ingresos per cápita ajustados según su poder adquisitivo real. Y todo esto refuerza nuestras convicciones de que sin el desarrollo de nuestras capacidades productivas -aunque, por supuesto, no sólo con esto- será difícil alcanzar un mayor grado de justicia social).

Retomando el hilo inicial, los problemas más serios aparecen, sin embargo, cuando, por ejemplo, calculamos, a precios constantes de 1997, que es la referencia actualmente usada por nuestro Banco Central, el crecimiento de nuestra economía en los nueve años anteriores al 2006. Allí vemos que, al pasar de 41,9 millardos de bolívares fuertes, en 1997, a 51,3 millardos de bolívares fuertes en 2006, ha sido de sólo un 2,27% interanual que, al contrastarlo con un crecimiento poblacional, según nuestro último censo de 2001, que fue precisamente de 2,2%, termina por revelar un estancamiento económico real. O sea, que, bajo una apariencia de prosperidad, e incluso haciendo caso omiso de la mala distribución de nuestro ingreso, no estamos creciendo realmente, y hasta somos candidatos, dada nuestra persistente y elevada inflación, en la que llevamos ya casi treinta años, desde el llamado Viernes Negro, a ser la única economía del planeta que ha conocido una estanflación -o estancamiento ligado con inflación- prolongada. En la actualidad somos el único país de América Latina en una situación de estancamiento económico en términos reales y con una inflación persistente de dos dígitos. Nuestro déficit fiscal, desde hace casi treinta años, desde el mismo viernes aquel y con tendencia al empeoramiento, se ha mantenido en el orden de un 10% de nuestro PIB, con el consiguiente endeudamiento de la nación, tanto interna como externamente. (Este déficit sólo ha sido, desde entonces, periódicamente disimulado con las devaluaciones de nuestra moneda (que en la práctica equivalen a rebajarnos nuestro propio sueldo, como nación, en el plano internacional (cosa que descubrimos, sobre todo, cuando tenemos la oportunidad de visitar países con fuerzas productivas más robustas que la nuestra))).

Pero los verdaderos y más graves problemas comienzan, sin embargo, cuando observamos que nuestro aparentemente alto ingreso per cápita promedio está fuertemente abultado por los altos precios internacionales de uno sólo de nuestros productos, el petróleo y sus derivados, en cuya producción participa menos del 1% de nuestra fuerza de trabajo, o cuando apreciamos que el 44% de nuestra fuerza de trabajo está en el sector informal, con muy bajos niveles de productividad, al punto de que hemos estimado que alrededor de una tercera parte de nuestra fuerza de trabajo sólo genera en el orden de un 5% del PIB que hemos mencionado. Las exportaciones petroleras siguen representando cerca del 90% del total de nuestras exportaciones y constituyen la casi exclusiva fuente de divisas con las que el país importa buena parte de sus bienes manufacturados e incluso de sus alimentos.

Cuando, con una lupa más potente, la que nos permite, por ejemplo, el análisis de la matriz insumo-producto, a nivel de veinticinco actividades económicas, elaborada por nuestro Banco Central para el año de 1997, tomada como base de referencias para nuestros análisis internos comparativos, examinamos nuestra capacidad productiva, nos encontramos con que sólo dos actividades, la explotación de petróleo crudo y gas, y la refinación de petróleo, con menos de un 1% de la fuerza de trabajo ocupada, ya generaron más de la quinta parte del valor agregado total de nuestra economía, mientras que la actividad agrícola, con 10% de la fuerza de trabajo ocupada, durante ese año, generó menos del 5% de tal valor, y la de fabricación de alimentos sólo generó otro 5%. En cambio, todo el sector terciario, o de comercio y servicios, con diez actividades y fuertemente subsidiado por los ingresos petroleros estatales y por la especulación con los bienes importados, o sea, de una naturaleza fuertemente no sustentable, y con casi un 70% de la fuerza de trabajo ocupada, agregó un 44% del valor. Toda la industria manufacturera restante, también altamente dependiente de insumos y equipos importados, con nueve actividades, y con cerca del 12% de la fuerza de trabajo ocupada, agregó cerca de un 14% del valor, que, sumado a la generación de electricidad, agua y gas, y a la también altamente especulativa industria de la construcción, para un total del sector secundario en el orden de un 20% de la fuerza ocupada de trabajo, terminó por sumar un 24% del producto.

El examen de las mismas cifras del PIB, de nuevo para 2006, a precios constantes de 1997, desde el punto de vista que los economistas llaman "enfoque de la demanda", revela un semejante o más grave cuadro: el consumo final de bienes y servicios representa cerca del 80% del PIB, de los que una quinta parte es público y el resto privado, y la formación de capital, ajustada con un abultado saldo negativo de las importaciones menos las exportaciones, representa el 20% restante. El valor de las importaciones duplica el de las exportaciones y representa, por sí solo, el 40% de dicho PIB, con tendencia al agravamiento de la situación, pues ya para 2007 y 2008, cuyas cifras preliminares ya han sido dadas a conocer, las importaciones llegaron a representar casi el 50% del PIB, y sólo en 2009, con la restricción del acceso a los dólares de CADIVI, se logró que retornaran al nivel de un poco menos del 40%. En dos platos, tendemos a vivir de la capacidad productiva de otros países y a no desarrollar la propia, apoyándonos en el gasto de la renta petrolera.

Cuando examinamos nuestra realidad productiva desde el punto de vista del nivel educativo, que sólo nos da una idea aproximada del nivel de capacitación real, entonces nos encontramos con que, de acuerdo a las últimas encuestas de hogares, el 50% de la fuerza de trabajo posee un nivel educativo básico o inferior, un 26% cuenta con algún grado de educación media diversificada, un 8% con algún grado de educación técnica o corta superior, y un 16% con algún grado de educación superior. En 2006, el año que hemos examinado en detalle, en el conjunto de la fuerza de trabajo, de poco más de 12 millones de trabajadores, la proporción de la fuerza de trabajo con educación básica o inferior fue de 55%; mientras que en las actividades agrícolas fue de un 90%, en la actividad comercial fue de más de un 60%, en la de transporte de 60%, y en la construcción de 70%. El promedio educativo actual de toda la fuerza de trabajo es el de segundo año de bachillerato y, si tomamos en cuenta las proverbiales deficiencias de nuestra educación media, entonces no es difícil entender la persistencia de la tendencia hacia el orden de un 50% de la población en la economía informal, o hacia un persistente desempleo siempre superior al 10% en las últimas décadas.

Según nuestras estimaciones y estudios, y con más de un centenar de proyectos "de campo" (pero no al estilo académico, con meras encuestas y entrevistas, sino mojándonos la espalda en el empeño por transformar nuestras realidades productivas en múltiples empresas e instituciones), menos del 10% de la fuerza de trabajo posee capacidades de tipo tecnológico en sentido estricto, o sea, dispone de habilidades y destrezas para manejar modelos abstractos y optimizar soluciones a problemas; cerca de un 60% posee capacidades técnicas, aunque incipientes en su mayor parte, con habilidades para manejar información externa pero no para estandarizar o normalizar soluciones de alta calidad a los problemas; y el 30% restante sólo posee capacidades de tipo artesanal, es decir, basadas en destrezas manuales adquiridas en la propia experiencia y/o en el adiestramiento en el trabajo, pero, para efectos prácticos, sin habilidad alguna para interpretar instrucciones, manuales, planos, directorios, prácticas operativas, catálogos, etcétera. Todo esto significa que, probable y lamentablemente, no existan, en el mejorsísimo de los casos, más de dos millones de venezolanos, del total de casi veinte millones de mayores de quince años que somos, con habilidades lectoras suficientes como para captar el significado de este artículo.

Todo esto nos sugiere que la imagen de aparente país productivo, en promedio, que tenemos, es el resultado de enclavar una economía altamente productiva, repetimos, en apariencias, de tipo "europeo", en términos internacionales, debido a los altos precios de los productos petroleros, en el corazón de una economía altamente improductiva, o de estilo "africano". O, quizás todavía mucho peor, de una economía improductiva que está viviendo de la liquidación, para siempre, de un recurso del subsuelo que también le pertenece a nuestros descendientes, es decir, de una economía parasitaria de su futuro, como si desvergonzadamente los venezolanos adultos nos dedicásemos a explotar con sutileza a nuestros hijos, nietos y etcétera.

Toda la encarnizada lucha política que atestiguamos en el presente es en buena medida una pugna entre sectores sociales estructuralmente excluidos y ahora apoyados por el gobierno, versus sectores sociales privilegiados y acostumbrados a ser ellos los beneficiarios de tal renta petrolera, a la par que apoyados por los tradicionales o levemente remozados partidos del estatus. Es decir, una disputa por acceder a una riqueza que, en definitiva, no es el resultado de nuestro trabajo y nuestra productividad reales sino de circunstancias internacionales ajenas a nosotros que determinan el precio del petróleo. Una lucha ciega que sólo podrá superarse cuando en el país se recupere, bajo el liderazgo y el despertar de los sectores más capacitados, el sentido perdido de la productividad real basada en el trabajo, pues esta será la única vía hacia la generación de una riqueza sustentable, con opciones de una mejor distribución y un mayor grado de justicia social.


viernes, 16 de julio de 2010

La economía venezolana (I): Un campamento minero decadente y disfrazado

Quinientos años de existencia, doscientos de independencia, cien de abundancia petrolera y cincuenta de apariencia democrática no han sido suficientes para que los venezolanos construyamos una verdadera nación.

Las cosas han ocurrido como si de la gestación originaria, de una simiente europea y un vientre indígena, con el posterior implante afrodescendiente, no hubiese evolucionado un solo y homogéneo organismo, como cabría esperar, sino otro con al menos una triple diferenciación genética. Como si la porción híbrida de sus tejidos hubiese crecido acompañada de tejidos descendientes ora del progenitor u ora de la madre solamente, para dar lugar a un engendro tricotómico. Todos los conflictos de la sociedad venezolana, como versiones extremas de aquellos de la sociedad latinoamericana en su conjunto, parecieran derivarse de esta anomalía. Y de nada han valido las explícitas y nada ambiguas prescripciones de nuestro Simón Bolívar, la al parecer única célula a la que todos reconocemos -pese a su obvio pedigree caucásico- como antecesora, en el sentido de que asumamos la identidad híbrida, ni indígena ni europea sino producto de la fusión entre ambas, como la más genuinamente nacional. De la boca hacia afuera lo admitimos, pero rápidamente unos pasan a sentirse, con sus epidermis melanínicamente menos densas, como miembros de una estirpe superior, otros, opuestamente más teñidos, siguen reaccionando como si los cara-pálidas fuesen intrusos, y los más, los ni claros ni oscuros, tendemos a ser testigos grises de las pugnas entre los tonos extremos.

Cualquier libro elemental de historia debería servir para corroborar estos asertos, valga decir para demostrar que las actuales posturas oposicionistas radicales son directa o indirectamente herederas de las facciones promonárquicas, oligárquicas o elitescas del pasado, mientras que el fundamentalismo oficialista es un derivado de las luchas reactivas de los caribes y sus caciques, o del Negro Miguel y los suyos, contra el dominador exógeno, y así hasta llegar al paradójico residuo de los ninís -tanto de piel como de corazón, mente o sueños-, que conformamos nada menos que la inmensa mayoría de la población pero que por lo visto no hemos aprendido a hacer un papel distinto al de espectadores pasivos de las rivalidades antagónicas.

Y nos sale insistir, so pena de repetitivos, en que el mal supremo de nuestra sociedad no es la ya gravísima tricotomía de sus tejidos, sino la cuidado si congénita ilusión de creer que puede haber soluciones al margen de su integración, es decir, que por un mágico procedimiento podríamos llegar a arrancarnos bien los genes paternos o bien los maternos. Y, asimismo, argumentaremos, cual los alumnos que alguna vez fuimos de aquel malcomprendido pero siempre conceptualmente poderoso Carlos, que es en la estructura o base económica donde hay que comenzar a buscar el quid contentivo de las claves para algún día desenmarañar todo este embrollo, pues seguimos convencidos de que es allí, y no en el clima, la latitud, las inspiraciones humanas o divinas, la filosofía o la genética, donde, estadística y no determinísticamente hablando, se han originado nuestras principales aberraciones sociales.

Quinientos y etcétera años después, el modo de producción dominante en el decil de mayores ingresos de nuestra población sigue estando dos grados u oleadas históricas delante del tercil de menores recursos. Si los conquistadores de antaño arribaron a estas tierras con capacidades predominantemente técnico-feudales y se toparon con pueblos agrícolas y socialmente indiferenciados, los criollos posteriores establecieron un mercantilismo apoyado en el esclavismo de la población más autóctona o importada, y este sistema, a su turno y desde hace unas pocas décadas, ha comenzado a transformarse en un capitalismo incipiente y fuertemente apoyado en un sustrato marginalizado. Estructuralmente hablando, las capacidades productivas de este último sector han terminado por ser análogas a las incipientes capacidades técnicas de aquellos conquistadores, diferenciadas todavía de cualquier mercantilismo y aún más rezagadas en relación a todo lo que merezca llamarse capitalismo.

La economía mercantilista de Estado dominante, en donde estimamos que labora un 60% de la población activa, genera alrededor de un 55% del valor agregado o Producto Interno Bruto; no más de un 10% de la población productora, inserta en un verdadero régimen capitalista, que incluye en su núcleo a los sectores de extracción petrolera, refinación y petroquímica, más un puñado de empresas propiamente modernas, genera digamos que un 40% de la riqueza real nacional; mientras que el 30% restante de la fuerza de trabajo, la de capacidades más rezagadas y que no ha podido insertarse en el mercantilismo subsidiado por la renta petrolera, agrega sólo un 5% del valor productivo.

Frente a las advertencias de un desfile de economistas visionarios, desde Alberto Adriani hasta Maza Zavala, y ejecutando los más burdos guiones de la "enfermedad holandesa", hemos mantenido asfixiados los sectores industrial y agrícola de la economía, para estimular el crecimiento desbordado de un sector servicios dependiente de la economía minera y las importaciones, con lo cual nuestro funcionamiento económico se asemeja -fue con nuestro apreciado Orlando Araujo que conocimos esta metáfora a comienzos de los setenta-, en su estructura esencial, a la de un campamento minero. Nuestra población trabajadora en el sector de la economía informal, que abarca un 44% de la población económicamente activa, es antes que nada el resultado de la creciente incapacidad del régimen económico mercantilista dominante para generar puestos de trabajo realmente productivos.

Las dos principales políticas económicas impulsadas en los últimos cincuenta años han querido, una, delegar en las inversiones extranjeras o estatales la responsabilidad de dinamizar el capitalismo local, con el oneroso costo social de dejar excluido de todo progreso social a más de una tercera parte de la población, mientras que la política en boga pretende hacer del reparto de la riqueza petrolera a los más pobres el motor de la transformación. El resultado neto, sin que en ningún momento hayamos priorizado la generación de empleos productivos y el apoyo a la iniciativa de verdaderos empresarios, ha sido la consolidación de un mercantilismo que sólo sobrevive gracias a su parasitismo respecto del sector capitalista petrolero. Ambas posturas coinciden en llamar capitalista a un sector de la economía que, lejos de apoyarse en la ciencia o la tecnología, la optimización de los procesos productivos, la capacitación y profesionalización continua de los trabajadores o la generación de retornos a largo plazo, subsiste gracias a la especulación, el inmediatismo y la obtención de ganancias fáciles, cuando no a través de la corrupción rampante.

Ni el grueso de las empresas afiliadas a Fedecámaras, ni los sectores a los que el gobierno suele atacar como capitalismo salvaje califican dentro de la clase de empresas que en la terminología internacional merecen llamarse capitalistas propiamente dichas. En un listado reciente de las quinientas empresas más agregadoras de valor de América Latina, elaborado por la revista Poder y Negocios (Abril 2010), por citar sólo un ejemplo a la mano, 223 de éstas son brasileñas, incluyendo a Petrobrás, la mayor de todas; 89 son mexicanas, 81 chilenas, 44 peruanas, 36 argentinas, 18 colombianas, y sólo 8 venezolanas (de las que 5: PDVSA, CANTV, Pequivén, La Electricidad de Caracas y Venalum son estatales, y sólo 3 privadas: Polar, Movistar y Sivensa). Con cerca de seis, cuatro veces, y un poco más de la mitad de nuestra población, Brasil, México y Chile, poseen, respectivamente, cerca de treinta, once y diez veces nuestro número de grandes empresas capitalistas propiamente dichas. No tenemos a la vista las cifras de pequeñas y medianas empresas modernas, pero estamos seguros de que los resultados diferirían incluso en mayor grado que los de las grandes empresas, pues, por donde quiera que la vemos, a la economía venezolana la encontramos decadente y disfrazada de modernidad, incluso ya en relación a los estándares de otras naciones latinoamericanas. Continuaremos en la próxima entrega.

martes, 13 de julio de 2010

La contrastada sociedad venezolana


Arquitecturas, economías, culturas, creencias, lenguajes, territorios, educaciones, orígenes sociales, razas..., maneras de vestir, de hablar, de comer, de comunicarse, de trabajar, de creer, de transportarse...: desde la ventana, ángulo o perspectiva que la observemos, la venezolana es una sociedad de contrastes, de tonos blancos o negros y asimetrías extremos. Su enfermedad, sin embargo, no consiste en el mero contraste y ni siquiera en sus disonancias, sino en la empedernida ilusión de creer que puede alcanzarse la armonía a través de la viveza, el engaño, el maquillaje, la pantalla, la evasión, las importaciones, las fachadas, la descalificación, el peloteo... o cualquier otro mecanismo imaginable que no implique el trabajo sostenido y creativo. La extrema polarización política actual es expresión, y nunca la causa, de estos agudos desequilibrios y también de esta incurable enfermedad. Lo extraño sería que una sociedad así tuviese un sistema político legítimamente democrático y equilibrado.

Dos grandes propuestas están enfrentadas en torno a qué hacer ante esta situación, una postula el retorno a la supuesta armonía perdida, al falso orden que imperó en las últimas cuatro décadas del siglo XX, en donde una creciente población excluida coexistía con los sectores establecidos, y ambos, mayoritariamente, votaban por partidos poco interesados en cambiar estructuralmente el statu quo y con intereses propios que les permitían medrar de la situación. La otra propuesta, la del gobierno actual, intenta invertir el orden anterior, pretende "sincerar" la existencia de antagonismos y asimetrías, y crear un Estado, según el modelo cubano, de los pobres y excluidos representados por una nueva burocracia autocrática, cuyo ideal sería, como en el cantar republicano de la Guerra Civil española, "... que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan, y los ricos mierda mierda...", o sea, que "los ricos", o, mejor, los no pobres, acabaran viviendo en ranchos o se terminaran de ir del país.

La propuesta nacional de este blog, resumida en los tres extensos artículos anteriores, y seguramente compartida por otras corrientes pero en cuyo nombre no podemos hablar, es la de aceptar la incurabilidad de la criatura enferma y apostar a un proceso de transformación que se apoye en, organice y potencie los tejidos sociales sanos, es decir no ilusionados ni adictos a la renta petrolera, como vía hacia la construcción de una Venezuela moderna, con perspectivas de evolución hacia una sociedad con un alto grado de justicia social en el largo plazo. No creemos ni en el mejor de los volteos de la misma tortilla, sino que apostamos a la preparación de una nueva y mucho mayor que alcance para todos.

Desde sus orígenes, hace quinientos años, hasta la fecha, la historia de Venezuela es la de sus ilusiones, con, obviamente a nuestro juicio, sólo dos breves excepciones, el período independentista, aproximadamente entre 1810 y 1830, y el postcaudillista o postgomecista, poco más o menos entre 1936 y 1958. Sólo durante estos dos lapsos, que lejos de ser apacibles fueron de luchas encarnizadas entre la inmensa mayoría del pueblo y las élites representantes del orden decadente, encontramos verdaderos esfuerzos transformadores encaminados a una reestructuración y redención profunda de toda la nación, o sea, genuinos proyectos nacionales, compartidos por los líderes políticos e intelectuales y por el grueso de la base del pueblo.

No obstante, ninguno de estos esfuerzos, en buena medida debido al desgaste que implicó batirse contra estructuras de dominación arraigadas por siglos, y sin desconocer sus logros: la
indepen- dencia política, en un caso, y cierta democrati- zación, soberanía en el control de los recursos nacionales y creación de oportunidades de movilidad social, en el otro, pudo alcanzar la irreversibilidad de los cambios impulsados.

La resultante neta de estos procesos ha sido la perpetuación de buena parte de aquellas estructuras de dominación, con sus correspondientes incongruencias sociales, sumadas a nuevas formas de dependencia, hasta conformar un sistema complejo de aparente modernidad en el consumo y algunas fachadas políticas y culturales, pero honda y esencialmente rezagado y premoderno en las capacidades productivas, participativas y creativas reales. Sólo el oxígeno de la renta petrolera ha permitido la sobrevivencia de este esperpento social, cuya superación, como hemos adelantado, sólo será posible con el liderazgo de los sectores emergentes más educados y socialmente más responsables.

En los artículos que siguen, que constituirán un desarrollo de las tesis centrales ya expuestas, exploraremos con más detalle, primero, la crisis de la sociedad venezolana en sus dimensiones económica, cultural, educativa, mediática, territorial y política, y, luego, las posibilidades de superación de esta crisis, de acuerdo al guión para la acción que ya presentamos en el artículo anterior.

viernes, 9 de julio de 2010

Apostemos a la conformación y parto de la criatura sana

A riesgo de abusar de la metáfora escogida para intentar resumir en unas pocas tesis centrales nuestra visión de la problemática venezolana del momento, haremos una acotación adicional para -¡ojalá!- potenciar su elocuencia. Hemos comparado a Venezuela con una criatura incurablemente enferma pero preñada con el embrión de una sana, y dicho que tal enfermedad ha sido agravada, y se mantiene, con una adicción (a los fáciles ingresos petroleros). Pero quizás convendría ahora profundizar el parangón añadiendo que podría tratarse de una mujer nicotinómana, o fuertemente adicta al cigarrillo, a quién ya se le ha diagnosticado un cáncer pulmonar y está embarazada de unas pocas semanas...

Con el símil así ampliado, entonces nos luce que para el polo tradicionalmente establecido, y ahora relativamente excluido del poder, el problema consistiría en mantener el cáncer restringido a los pulmones, o sea, evitando las metástasis, para intentar prolongar o, mejor, restaurar el estatus anterior, que se asume como preferible, y limitando a, digamos, no más de unas dos cajetillas de cigarrillos diarias el consumo vicioso. Al polo tradicionalmente excluido, pero con un alto poder relativo en el presente, lo vemos protestando contra la restricción en el consumo diario, abogando por el derecho de la paciente a fumar cuanto quiera y sin pararle a los riesgos de metástasis, como para "democratizar el vicio", pues los demás órganos, tradicionalmente excluidos, y no sólo los pulmones, tendrían sus "derechos". Y ambos coincidirían en considerar la criatura en el vientre como el hecho más incómodo, como una hinchazón inoportuna y extraña, a la que habría que integrar al organismo de la madre, corrompiéndola con la misma enfermedad, para sincerar la situación, según los primeros, o de la que habría que deshacerse a como dé lugar, cual si fuese ella el tumor maligno, según los segundos...

Y ya supondrán que, para nosotros, en contraste, no sólo se trataría de aceptar la incurabilidad de la madre, sin por ello dejar de reivindicarle la mayor calidad factible de vida en sus últimos días, sino, antes que nada, de apostar al crecimiento y desarrollo del tejido sano, y al nacimiento de la nueva criatura en las mejores condiciones, eliminando cuanto antes el consumo de cualquier cantidad de cigarrillos, incluso frente a las protestas de la adicta, para mejorar las condiciones del alumbramiento, y apuntando, en lo posible, al más profiláctico de los partos. Todo ello aun bajo las protestas de los polarizados abogados del cáncer, con o sin metástasis, quienes ven a los empeñados en apostar a la parición, a los tales ninís, casi como el principal enemigo a derrotar...

O sea, si, por ejemplo, la capacidad de producción alimentaria eficiente del Grupo Polar fuese una parte de ese tejido sano del que hablamos, y así lo creemos, entonces el oposicionismo estaría feliz si Polar se enfrentara más directamente al gobierno y se dedicara a apoyar la restauración del viejo orden adeco-copeyano, puntofijista, o entreguista a los inversionistas transnacionales y Estados rapaces, integrándose plenamente a la criatura enferma. El oficialismo estaría arremetiendo contra dicho embrión al que considera la causa de la enfermedad de la madre y culpable de sus dolencias... Mientras que nosotros consideramos que la extraordinaria capacidad productiva alimentaria de este grupo, basada en esfuerzos autóctonos de investigación y desarrollo, en la agregación de valor a nuestros recursos naturales, y, sobre, todo, en la prioridad concedida a la satisfacción de nuestra más primaria necesidad, la alimentaria, mediante la transformación de capacidades productivas propias, lejos de constituir todo o parte del problema, es más bien un componente esencial de la solución, sin importar aquí en que modelo de sociedad futura estemos pensando... (pues aquí está la diferencia esencial entre el "marxismo" caletrero, cubanoso y limitado a la primera página del Manifiesto del Partido Comunista, al que poco le duele la destrucción de capacidades productivas a las que percibe como "burguesas" y "capitalistas", y muchas otras versiones tanto del marxismo, de la socialdemocracia o, inclusive, del liberalismo o el conservadurismo progresistas -que los hay-...).

Pero, dejando de meternos en camisas de once varas, y no vaya a ser que se nos aparezcan con una oncóloga-pneumonóloga-nicotinóloga-ginecóloga-obstetra-neonatóloga..., o, si no, con una curandera-marialioncera-tabaquera-comadrona-vidente-médium de las tres potencias..., que nos haga quedar en ridículo, volvemos a nuestra promesa de condensar en tres tesis...

Tercera tesis: Tenemos que apostar a la estructuración, evolución y conquista de la hegemonía social de la criatura y los tejidos sanos,
o sea, de la Venezuela trabajadora, participativa y creativa


Para nosotros cualquier esfuerzo centrado en los tejidos de la Venezuela echada a perder carece de sentido estratégico. A la escena política actual la percibimos como un juego de dimes y diretes, de acciones de uno y reacciones del otro, y sus viceversas, de disputas cosméticas en torno a las imágenes electoralmente más atrayentes, pero en donde los problemas de fondo, estructurales, de la nación, de su pasado, presente y futuro, permanecen desatendidos. De allí que nuestro énfasis apunte a impulsar la identificación, comunicación, articulación, organización, potenciación, de los tejidos más sanos, productivos, participativos y creativos del país, y sobre todo de sus componentes no contagiados por los morbos del rentismo, el facilismo, el inmediatismo y su séquito de vicios. El rescate de la criatura social en gestación, identificable más allá de cualquier frontera ideológica o política partidista, implica la búsqueda de espacios aptos para la búsqueda de soluciones reales a los problemas, la conquista de lenguajes que nos permitan hablar con propiedad de lo que pasa y de por qué nos pasa, y la actuación pertinente en múltiples ambientes.

El punto de partida de cualquier salida sustentable a la actual crisis, cuyo fondo no hemos tocado todavía, implica superar la verborrea radicalista y fundamentalista, la mentira que uno y otro día despliegan los principales y variopintos medios de comunicación y que impide pensar, así como el torbellino de marchas, concentraciones, agitaciones y acciones ciegas o concebidas para ser retratadas como símbolos de poder en diarios o canales televisivos. O, en positivo, la restauración del derecho a la reflexión, al hablar pausado pero comprometido con la superación de la asfixiante situación presente, que amenaza con aniquilarnos a todos, y a la acción sostenida y constructiva. Este blog está empeñado en ser útil en esta perspectiva, en contribuir a la ejecución de esta gran tarea que visualizamos.

Sabemos que esta posición no será del agrado de ninguno de los dos bandos de la polarización, quienes directa o indirectamente argumentarán que esto "le hace el juego" a su rival, que esto facilita la nefasta permanencia de Chávez en el poder y acelera el proceso de descomposición del país, para unos, o que abona en favor de los intereses del Imperio, la CIA, el Pentágono, la oligarquía criolla y los escuálidos pitiyanquis, para los otros. Para nosotros, en cambio, no hay nada que "le haga más el juego" a la descomposición en marcha del país que olvidarse de sus problemas de fondo y pretender que la presencia o retiro de un hombre de Miraflores va a cambiar las cosas como por arte de magia, mientras hay miles o decenas de miles de venezolanos en cola, con igual o mayor incapacidad que el actual Presidente, listos para reemplazarlo a la primera oportunidad y colocarse ellos a la cabeza del proceso de deterioro, y millones padeciendo, cada vez más, en carne propia, sus consecuencias.

Estamos convencidos de que el actual Presidente hace rato hizo por el país todo lo bueno que podía hacer, que de aquí en adelante no hará sino profundizar sus desvaríos megalómanos, que llegó la hora de hallar y propiciar su reemplazo, y que cualquier empeño en mantenerlo en el poder más allá de 2012 es no sólo contraproducente para todos, incluso para él mismo, sino inclusive hasta obsceno e inconstitucional (dada la carga de vicios y ventajismos con que se logró una reeligibilidad que ya había sido rechazada, y que legalmente no podía ser objeto de nuevos referendos...), pero nada positivo esperamos de una cayapa electoral de fuerzas cuya única misión sea desplazar a Chávez del poder como sea. La coherencia programática, ideológica y organizativa, el proyecto a ejecutar una vez que se disponga del poder,
sin descartar el establecimiento de alianzas circunstanciales para esta u otra elección, es absolutamente esencial, y es eso lo que reclamamos.

Más concretamente, distinguimos, de entrada, ocho ámbitos o espacios principales, ocho instancias para la acumulación de conocimientos y resultados constructivos, y, por tanto, para el fortalecimiento de tejidos de la Venezuela sana, cada uno de los cuales adaptable al tamaño de las ideas o al calibre de las actuaciones de cada quien:

  1. Conversar constructivamente y construir un lenguaje útil para la búsqueda de soluciones a nuestros problemas: Las conversaciones constructivas se distinguen porque gravitan en torno a los problemas y sus soluciones, y no en torno a los culpables y los inocentes de siempre, y porque nos dejan una sensación como de haber aprendido algo, como si nos enriqueciésemos con ellas o se nos prendieran bombillos (es decir, sinapsis nuevas, indicadoras de conocimientos nuevos) en la mente. No sabemos como medir esto, pero estamos convencidos de que las actuales conversaciones entre los venezolanos deben estar en el clímax de la insulsez, la esterilidad y la falta de creatividad de todos los tiempos, lo cual, sumado a, y mutuamente reforzado con, la inseguridad, el estrés, la intolerancia, la agresividad, la proliferación de prejuicios, etc., nos arroja a consumirnos cada día más en nuestras propias salsas. El rescate del diálogo constructivo entre nosotros, en todos los niveles y esferas, incluyendo este blog, que ya comienza a ser acosado por la marea de vacuidad en que nos hundimos, es un prerrequisito para la construcción de una nueva cultura, para el afianzamiento de nuevos y/o más hondos valores, y, por ende, para cualquier avance real en la senda de superación de nuestra crisis.
  2. Activar movimientos que fortalezcan los tejidos de la Venezuela sana emergente y ejerzan la crítica práctica y superadora de la Venezuela enferma y decadente: El impulso a movimientos, que en sus inicios pueden consistir de muy pocas personas, en campos profesionales, laborales, empresariales, gerenciales, culturales, estudiantiles, vecinales, femeninos, ambientales, por los derechos humanos, indígenas, familiares, etc., en torno a necesidades materiales, de mediación organizativa o espirituales diversas reales, es otra condición sine qua non para avanzar. Mientras que todo lo que gire en torno a movidas, repartos, rebatiñas, hacer bulla, hacer bulto, conseguir palancas, crear imágenes, meterse en pomadas, jalar bola, adularle a perencejo, apoyar a fulano porque es fulano, atacar, insultar o repudiar a zutano por ser tal, e incluso asegurar el voto acrítico de uno, diez, cien o mil electores para el candidato mengano, es más de lo mismo que tenemos, o sea, más cigarros y más alegría de tísica para la Venezuela enferma y en tinieblas, para seguir en la misma pelazón...
  3. Formar nuevos líderes para la Venezuela sana con base en actividades de investigación, de elaboración de orientaciones programáticas, de manejo de información relevante, de intercambio de experiencias significativas...: El aprendizaje de nuevos conocimientos es la clave de la formación de los líderes de la Venezuela futura, y esta formación, a su vez, es crítica para el ejercicio de nuevas formas de liderazgo que refuercen y potencien los tejidos de la Venezuela naciente. Aunque no es descartable que puedan hallarse espacios dentro de las instituciones educativas formales para impulsar estos procesos formativos de los nuevos dirigentes, pensamos que es tal el titulismo enfemizo, la intoxicación de palabrería hueca y de frases hechas o escritas para ser repetidas de memoria en exámenes y evaluaciones, el extravío y el aislamiento que afectan a nuestro sistema dizque educativo (con honrosas excepciones que confirman la regla), que, para efectos prácticos, es preferible apostar a las iniciativas informales o semiformales de aprendizaje, es decir, no conducentes a títulos formales sino, a lo sumo, a participaciones, aprobaciones y certificaciones.
  4. Construir redes y organizaciones para el liderazgo y la acción, tanto físicas y personales como virtuales, que aseguren la continuidad de los esfuerzos en el mediano y largo plazo: En términos de lo que estamos proponiendo, vale más un círculo de estudios o de discusión y actuación ante algún problema real, capaz de mantenerse funcionando establemente en el tiempo, aunque sea con dos personas, que una turba anodina de diez mil que se desvanece después de marchar unas cuadras y posar para el canal o el periódico alfa o beta. Mientras que en el segundo caso seguimos en la danza del desmadre, en el primero estamos dando un paso tímido pero en el sentido relevante. Estamos en una circunstancia en donde más valen las orientaciones apropiadas que los avances acelerados, y sólo cuando estemos en el camino correcto valdrá la pena apurar la marcha.
  5. Difundir ideas, compartir información y establecer vínculos locales, nacionales, latinoamericanos o globales, a través de medios de comunicación preferiblemente alternativos: Los medios de comunicación establecidos son rehenes de sus audiencias presentes, que están incapacitados para expresar nuevas ideas so pena de perder rating o bajar los volúmenes de ventas; los televidentes o lectores polarizados sintonizan o leen los canales o diarios que expresan lo que ellos esperan y no otra cosa: dime que canal o diario prefieres y te diré cuál es tu posición política... Frente a tal círculo cerrado, es necesario apostar por los medios de comunicación alternativos; de no ser por estos, por ejemplo, habría sido impensable el triunfo de Obama en los EUA, en donde todo el establecimiento mediático estaba con McCain o, en menor medida, con Hillary.
  6. Sembrar el territorio patrio con experiencias piloto que prefiguren los rasgos de la Venezuela a edificar: Todo lo que funcione eficiente y dignamente y se base en el trabajo sostenido y el aprendizaje de nuevos conocimientos debe ser protegido, estimulado y potenciado, buscando maneras de extraer lecciones válidas y útiles para propagarlo o extenderlo a nuevos ámbitos geográficos o temáticos, y evitando en lo posible el propagandismo, el pantallerismo o la vacuidad que nos azotan. El país está harto de promesas improvisadas, campañas publicitarias y anuncios o denuncias cuyo fin último no es otro que el de atornillar o reemplazar en el poder, es decir, en las sillas de mando y en las chequeras respectivas, a los representantes de los bandos de la polarización. Necesitamos muchas más experiencias como la de las sinfónicas infantiles y juveniles, a prueba -o casi- de sectarismos y manipulaciones, puesto que se dan a respetar por sí mismas; pero eso sí, con los logros y la satisfacción de necesidades reales al mando, para que no nos pase como con la vinotinto en fútbol o con el equipo de las muchachas de softbol, en donde la fama y la publicidad han precedido las realizaciones.
  7. Rescatar las interpretaciones sanas de nuestro pasado para comprender mejor nuestro presente y encauzarnos hacia mejores futuros: Asistimos a un torneo de lecturas de nuestra historia con lentes contemporáneos, en donde, para el oposicionismo recalcitrante, liderado por Pino Iturrieta y sus adeptos, toda la gesta patriótica habría sido un desvarío impuesto por el personalismo, el autocratismo y las veleidades mujeriegas de Bolívar, y todo el esfuerzo serio de construcción de la nación habría comenzado sólo a partir de 1830, con Páez y sus cosiateros en plan de constructores de la patria liberal...; mientras que para el oficialismo, comandado por el mismísimo Presidente de la República Bolivariana, ocurre que Fidel Castro, el Che Guevara y, por supuesto, él mismo, no serían sino reencarnaciones del padre de nuestra patria, y el pensamiento bolivariano un mero borrador del socialismo a la cubana. Esto es inaceptable y más todavía cuando El Libertador nos dejó, clara, terminantemente y por escrito, como su última aspiración, que sólo descansaría tranquilo en su sepulcro cuando cesasen los partidos [es decir, las facciones sectarias] y se consolidara la unión...
  8. Conocer y valorizar las potencialidades de nuestros recursos autóctonos para satisfacer nuestras necesidades, conquistar nuestras libertades y realizar nuestras identidades: En nuestros genes, suelos, subsuelos, flora, fauna, clima, latitud, raíces históricas, cultura, antepasados, intelectuales y líderes serios, experiencias creativas..., existen infinitas posibilidades de conformación de tejidos sociales sanos y de apalancamiento de nuestros procesos de transformación, a la espera de una pasión por construir un mejor futuro para todos y de que se disipe el enratonamiento que nos aturde después del bonche de los petrodólares con que nos embriagamos, intoxicamos y enfermamos, y que nos ha llevado a la ilusión de creer que con tales divisas podemos importar todo lo físico, lo biológico, lo humano y lo divino.
La activación y organización de movimientos, en múltiples escalas, en torno a la comprensión y búsqueda de soluciones a problemas reales, tendría que ser el Leitmotiv de nuestras reflexiones y acciones, y la herramienta fundamental para la conformación de esos tejidos sanos de que hablamos. La diferencia entre una iniciativa individual aislada y un movimiento no es otra sino su inserción en, o adscripción a, un esfuerzo transformador general, sin importar si al inicio se trata de actividades locales o puntuales. Los movimientos electorales para las elecciones parlamentarias de septiembre, y, sobre todo, para las presidenciales de 2012, pueden ser de suma importancia a condición de que se centren en la búsqueda de soluciones a problemas reales, es decir, que no agarren el rábano por las hojas, haciendo del mantener o sacar del poder a Chávez y sus candidatos el centro principal de las actuaciones.

Llevamos ya varios meses de conversaciones, viajes e intercambios diversos con fuerzas políticas y sociales potencialmente interesadas en nuestros enfoques, con énfasis en aquellas que gravitan en torno al estado Lara, al que percibimos como el que ha permanecido relativamente más inmune a la barahunda rentista; pero debemos admitir que el clima electoral, que creímos sería caldo propicio para la elaboración de estrategias sólidas ante los problemas, hasta ahora sigue sumando más leña a la candela de la improvisación y el inmediatismo que nos agobian.

Sin embargo, tenemos ante nosotros una oportunidad para, como mínimo, dotar al que debería ser el poder público principal de una mucho más genuina representatividad de la Venezuela de más 28 millones de habitantes que ya somos, con casi 20 en edad de trabajar, cerca de 18 en la de votar, 13 incorporados a la fuerza de trabajo, 12 ocupados, 7 con ocupaciones más o menos formales, 1 estudiando a nivel superior y unos 2 trabajando y con un nivel educativo superior o su equivalente. (Y ya debería haberse entendido, a estas alturas del partido del blog, que el proceso de cambio que visualizamos parte, antes que nada, del despertar de los 3 últimos, para liderar a los 7 anteriores, abrir nuevos rumbos a los 12 y a los 13, conquistar una representación democrática genuina para los 18, construir instituciones realmente modernas con los 20, y despejar el camino para un futuro promisorio de los 28 y sus descendientes, con la única restricción de que para ello se requiere pensar mucho, trabajar mucho y tener mucha paciencia, ante todo lo cual la Venezuela dominante, la enferma, la agonizante, es resueltamente fóbica).

En resumidas cuentas, lo que planteamos a nivel nacional es una aplicación de lo que hemos venido sustentando a todo lo largo del blog, pues si se fijan bien las ocho esferas de actuación que hemos señalado no son sino una manera de concretar y facilitar la memorización de los paquetes de capacidades estructurales, procesales y sustanciales a transformar, de que hemos hablado todo el tiempo y particularmente hace varios meses, con miras a satisfacer las necesidades, conquistar las libertades y realizar las identidades, que examinamos -aunque no terminamos de explorar, y lo tenemos pendiente- hace otros meses más. Y, en un esfuerzo adicional por facilitar la visualización y comprensión de lo que planteamos, podemos apuntar que el tejido sano de que hablamos y los ocho ámbitos de capacidades que postulamos vendrían a ser como la franja azul con las ocho estrellas de nuestra bandera, que constituirían la única manera de integrar sus actualmente disociadas franjas amarilla y roja (como si las hubiésemos heredado del estandarte español...). Mientras que al polo oposicionista liberal dominante, heredero del mantuanato colonial y ahora aliado a intereses foráneos, lo vemos representando el afán de control de las riquezas y el Estado, representado por la franja amarilla y el escudo, al polo oficialista "socialista", identificado con el color rojo, lo vemos empeñado en hacer de las necesidades, exclusiones y resentimientos del pueblo secularmente empobrecido la base de apoyo para enfrentar a los de la banda amarilla; y estamos persuadidos de que, tal y como ha ocurrido con todas las naciones que han sido capaces de avanzar hacia su modernización y la elevación de su calidad de vida de toda su población, sólo con el despertar y la sana integración de las fuerzas sociales más educadas y capacitadas, o sea, el tejido azul intermedio y sus estrellas -y éstas como símbolos de sus conocimientos-, será posible dejar atrás la Venezuela enferma actual y alumbrar el esperanzador embrión que incuba en su seno.

Frente a las pataletas y pitas de tantos que nos circundan y acosan, seguiremos insistiendo en estas ideas y la manera de llevarlas a la práctica...