martes, 27 de julio de 2010

La economía venezolana (IV): Pobreza, riqueza y bienestar

Los términos riqueza y pobreza, como arriba y abajo, caro o barato, bonito o feo constituyen actualmente una pareja del tipo que en el lenguaje científico, inevitablemente impregnado por la lengua inglesa y siempre bajo la égida etimológica del latín y el griego, se llaman términos conversos, con una acepción de este adjetivo lamentablemente todavía no asentada en nuestros diccionarios. Es decir que, dentro de la gran familia de los términos opuestos, que incluye a distintos tipos de antónimos, incompatibles y polares, los conversos implican la existencia de un punto o estado de referencia en relación al cual se definen: cuando digo que algo está arriba, necesariamente debe existir un nivel normal, medio o estándar en relación al cual ese algo queda por encima, y respecto del cual otro algo podría quedar por debajo.

A diferencia de los antónimos, bien con gradaciones intermedias, tales como alto y bajo, caliente o frío, elemental y avanzado, entre los cuales no tiene porque haber términos de referencia, o bien en el caso de que no haya grados entre ellos, como en elástico y plástico, líquido y gaseoso; o de los términos incompatibles, como materia y vacío, cristalino y amorfo, ser y nada, orden y caos, en donde la existencia de uno, al menos en el terreno de la lógica formal, implica la no existencia del otro; o de los polares, como norte y sur, este y oeste, ánodo y cátodo, izquierda y derecha, en donde, al revés del anterior caso, uno no puede existir sin el otro, en el caso de nuestros términos conversos -en una acepción que no tiene nada que ver con el pasarse de un lado a otro-, la clave, aun en circunstancias de que un término exista sin el otro, está en el establecimiento del término o nivel estándar. Mientras que hasta no hace mucho, en las circunstancias de inevitable precariedad en que por tanto tiempo vivió la humanidad, los términos riqueza y pobreza fueron polares, en nuestros días se han convertido en conversos.

Nos hemos detenido en esta cuestión lingüística pues nos luce que una discusión sobre la pobreza en nuestros países, y particularmente en Venezuela, debe arrancar por aclarar que se trata de un término relativo a un estándar o promedio, cuya definición, la de este, es crucial para saber de que estamos hablando. Mientras que la izquierda y la derecha ortodoxas, o de inspiración decimonónica o anterior, se empeñan en hablar de la pobreza como si todavía fuese un término polar con la riqueza, como si para que haya ricos tuviese que haber pobres, y viceversa, lo cierto es que ya es perfectamente posible imaginar un mundo sin pobreza. Uno en donde todos dispongamos de riqueza por encima de un determinado estándar de vida aceptable, al estilo de la pauta que nos sugieren ciertas civilizaciones antiguas, como la Egea [¿han tenido tiempo para leerse El cáliz y la espada, de Riane Eisler, que les recomendé hace tiempo?], o como en vivo y en directo nos lo están mostrando, al cabo de un larga evolución histórica, los países escandinavos, Canadá y otros, en donde cada día más -sin que necesariamente tengan lo mismo- todos son ricos o disponen de riqueza -a la que han comenzado a llamar, quizás más elegantemente, bienestar-, y también cada vez es más cuesta arriba empecinarse en que su riqueza o bienestar sólo es posible a costa de la pobreza de otros o de nosotros. Por el contrario, estos países, con sus modelos de desarrollo, basados en la búsqueda de una profunda identidad nacional, en la capacitación productiva, ciudadana y ética de todos, y en la práctica sistemática de ofrecer oportunidades de educación y compensaciones para los más desfavorecidos, constituyen una cátedra viviente acerca del camino que, tarde o temprano, dependiendo de las terquedades de tantos, podría adoptar la humanidad entera, incluidos, aunque parezca superfluo añadirlo, nosotros los latinoamericanos, hasta nuevo aviso campeones de la inequidad social.

Hechas esas imprescindibles disquisiciones, y apartándonos del lindero a partir del cual nuestros desde hace rato silenciosos lectores, o como mínimo algunos de ellos, empezarían a acusarnos de evasivos respecto de la candente realidad vernácula, empezamos por declarar que la problemática de la pobreza en Venezuela, vital asunto a atender sean cuales sean nuestras preferencias ideológicas y elemento clave para la definición de cualquier política que merezca tal nombre, es absolutamente incomprensible si no nos ponemos de acuerdo en torno al estándar en relación al cual baremaremos o definiremos tal pobreza.

El Gobierno nacional, a través de su Instituto Nacional de Estadística, INE, ha establecido el llamado Valor de la Canasta Básica, equivalente al doble del Valor de la Canasta Alimentaria, como dicho estándar, entendiéndose por tal, por el primero, "el costo de los alimentos que cubren los requerimientos nutricionales de la población, más los recursos monetarios requeridos por los hogares para satisfacer las necesidades básicas no alimentarias (vestidos, calzados, viviendas, servicios médicos, educacionales, etc.)", y, por el segundo, "el costo de los alimentos que cubren los requerimientos nutricionales de la población". De acuerdo a esto, en Venezuela, son oficialmente pobres los hogares cuyos ingresos no alcanzan a cubrir la Canasta Básica, y oficial y críticamente pobres los que no llegan a cubrir la Canasta Alimentaria, datos estos que son regularmente divulgados por el mismo INE. Por su parte, el Banco Mundial, para no depender de las definiciones de los distintos gobiernos en materia de pobreza, establece simplemente una línea absoluta de pobreza, igual a dos dólares de ingreso per cápita ajustados a la paridad de su poder adquisitivo; otra línea de pobreza extrema, igual a US$ 1,25 de ingreso per cápita -actualizada hace poco, después de estar fijada durante varios años en US$ 1,00- igualmente ajustado a la paridad de su poder adquisitivo, y línea que, por cierto, es la que están usando las Naciones Unidas para la evaluación del cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de reducir a la mitad, entre 2001 y 2015, la pobreza extrema y su inevitable correlato el hambre; y otra más, una especie de línea de cuasipobreza, igual a US$ 3,00 de ingreso per cápita, que está comenzando a ser utilizada en ciertos análisis. La Agencia Central de Inteligencia, la impopular CIA de los Estados Unidos, utiliza -en sus datos de The World Factbook, por si acaso públicamente divulgados en Internet (no vaya a ser que algún izquierdista antediluviano venga a acusarnos de...)- los criterios de los distintos gobiernos, pero matizándolos constantemente con acotaciones que ponen de relieve la naturaleza de los criterios usados por estos, y alertando acerca de los distintos significados del término, de acuerdo a sus bases de referencia. Y, finalmente, algunos gobiernos avanzados, como el canadiense, están renunciando al empleo del término pobreza al interior de sus países -en donde ya prácticamente no quedan pobres-, para optar por fórmulas sofisticadas como la de los LICOs (Low Income Cut-Offs, "~Cortes de Bajos Ingresos"), que consisten en tablas de valores de referencia, para distintos tamaños y tipos de familias, según su localización, consideradas en situación de estrechez al tener que gastar el 70% ó más de sus ingresos en alimentación, vivienda y vestido.

Desde el punto de vista de las estadísticas oficiales venezolanas, mas con cálculos hechos por este servidor, en 2006, el año en el cual venimos concentrando la mayoría de nuestros análisis económicos, para un Valor de la Canasta Básica de Bs. F. 847/mes, aproximadamente el 60% de los hogares venezolanos calificaron para la condición de pobreza, con ingresos medios por hogar por debajo de tal valor, mientras que el 25% de los hogares se hallaron en la condición de pobreza crítica, por debajo del Valor de la Canasta Alimentaria, establecido en Bs.F. 424/mes. Esto casi significa que en ese año 2006, en el que por cierto tuvieron lugar las últimas elecciones presidenciales, en donde el actual presidente obtuvo el 63% de los votos válidos, aproximadamente dos de cada tres venezolanos se encontraban, oficialmente, en situación de pobreza y uno de cada cuatro en la de pobreza crítica.

Lo anterior, que de por sí implica que alrededor de las dos terceras partes de los venezolanos no pudieron, en ese año 2006 de referencia, satisfacer sus necesidades básicas de alimentación, vestido, vivienda, transporte, salud y comunicaciones, se torna aun más grave si observamos que, de acuerdo a la III Encuesta Nacional de Presupuestos Familiares realizada por el Banco Central de Venezuela (a fines del año anterior), resulta que el 60% del presupuesto de los hogares venezolanos, en promedio, se gastó en alimentos, transporte y vestido, y sólo menos del 7% en vivienda, 6% en comunicaciones, 5% en esparcimiento, 5% en salud ó 3% en educación. De aquí derivamos, si tomamos en cuenta que, según nuestro conocimiento directo de la realidad local, en 2006 era prácticamente imposible obtener, en las grandes ciudades del país, un inmueble razonablemente construido por menos del equivalente a un alquiler mensual al menos igual a la mitad de la Canasta Básica o a la Canasta Alimentaria, o sea de Bs.F. 425/mes, que los actuales indicadores de pobreza en realidad están fuertemente subestimados, puesto que parten de la premisa de que los hogares prácticamente no gastan en vivienda, o sea, que suponen como normal que buena parte de la población deba vivir en ranchos, viviendas improvisadas, viviendas invadidas, viviendas con alquileres ficticios congelados por el gobierno, viviendas actuales o heredadas de los padres, etc., que son las únicas que pueden cubrirse con los exiguos presupuestos efectivamente disponibles para vivienda, por debajo de aproximadamente los Bs.F. 100/mes. O, lo que es lo mismo, la atención a las necesidades básicas de alimentación, vestido y transporte tiene lugar, para una gran mayoría de la población, al precio de la desatención, para efectos prácticos, de las necesidades de vivienda, salud, comunicaciones, esparcimiento y educación, lo que implica que, si se estableciese algo así como un Valor de la Canasta Básica Real, en la onda de un LICO canadiense, que tomase en cuenta el costo real, o de oportunidad, de satisfacer adecuadamente todas las necesidades básicas y apuntase a la erradicación de los cinturones de miseria de nuestras principales ciudades, nuestros índices de pobreza real serían mucho mayores.

Los indicadores que suele enfatizar el gobierno, que destacan logros en materia de reducción de la pobreza crítica, o sea del hambre, en base a programas no sustentables de distribución de alimentos, con, por ejemplo, la Misión Mercal, aunque no deben ser desestimados, es claro que no constituyen una respuesta de fondo a la problemática de nuestra lacerante pobreza real. Complacernos en la revisión de avances en la reducción de la pobreza crítica, sobre todo si se basan en la importación y distribución masiva, y no pocas veces despilfarradora, de alimentos importados, es una nueva manera de engañarnos o de intentar ocultar el hecho de que, en términos reales, Venezuela ha venido perdiendo terreno, incluso en el plano latinoamericano, en términos de la calidad de vida de su población.

Mientras que a comienzos de los años sesenta, Venezuela asombraba al mundo con sus indicadores de ingreso per cápita en el orden de los
US$ 1 000 a 2 000, que rozaban los de las naciones europeas y las dos grandes norteamericanas y excedían marcadamente los de todas las naciones latinoamericanas y asiáticas, incluyendo a Japón y Corea del Sur, y amenazaba con convertirse en un milagro capaz de erradicar su pobreza, en la actualidad la tendencia es hacia el rezagamiento en términos reales, no sólo en relación a toda Europa, Norteamérica, Oceanía y Asia oriental moderna, sino inclusive a naciones latinoamericanas en acelerados procesos de modernización como Chile, México, Brasil, Argentina y Uruguay, a las que pronto se sumarán al menos Costa Rica, Colombia y Perú. Venezuela, repetimos, no desde que comenzó el actual gobierno, sino por lo menos desde 1978, ha estado sumida en un proceso, quizás único en el mundo, de estanflación prolongada, que apenas resulta maquillado por las apariencias de bonanza que periódicamente crean las alzas en los precios del petróleo.

Las perspectivas del Banco Mundial y de las Naciones Unidas, de repente concebidas para hacer más digeribles las cifras del hambre en el Tercer Mundo africano, nos colocan en una posición más alentadora y menos dramática, y soportan mejor las reivindicaciones de progreso en materia de superación de la pobreza que viene haciendo el gobierno. Según estas cifras, la referencia, para efectos del logro del Objetivo 1 del Milenio, en Venezuela, es la de reducir a la mitad, para 2015, la pobreza extrema del 14% de la población que, en 2001 (o en el promedio 1995-2003), vivía con ingresos inferiores a US$ 1,25 per cápita diarios. De acuerdo a las cifras divulgadas por esos organismos en Internet esta meta ya se habría logrado, y mucho antes de 2015, pues para 2006 tal pobreza extrema, sinónimo del hambre desatada, fue calculada en sólo 3,53%. Esto significa, tomando en cuenta que el hogar promedio venezolano consta de 4,2 personas según el INE, que sólo 3,53% de los hogares tendrían ingresos por debajo de US$ 5,25 ó Bs.F. 338,6/mes, al cambio de la época de Bs. F.2,150/US$ , cifra que está muy por debajo del Valor de la Canasta Alimentaria fijado por el propio gobierno, y también de cualquier estimación de alguien que haya vivido aquí durante ese año 2006 y que bien sabría que no era posible, para una persona, ni siquiera alimentarse a duras penas con US$ 1,25 ó BS.F. 2,69 diarios, que es mucho menos de lo que cualquier mendigo o indigente percibía diariamente, aun tirado en la calle. La línea de pobreza, a secas, del Banco Mundial, para 2006 en Venezuela, es decir, la de un ingreso de menos de US$ 2,00 per cápita diarios cubriría a un 10% de la población, mientras que la de cuasipobreza, que aproximadamente coincidiría con la de pobreza crítica del gobierno, de US$ 3,00 diarios per cápita, comprendería a un 21,5% de la población. (Es muy probable que estas distorsiones, que nos presentan internacionalmente con mucha menos pobreza que la que apreciamos por dentro, tengan mucho que ver con las casi ficticias tasas oficiales de cambio, con una pronunciada sobrevaluación del bolívar, y apreciaríamos si algún lector economista o más ducho en estos asuntos nos ayudase a comprender mejor la cuestión).

La CIA, por su lado, en su The World Factbook, publicado en Internet, señala para Venezuela, al final del año 2005, un 38% de la población por debajo de la línea de pobreza, la que también resulta muy inferior a la calculada por nosotros con base en los datos sobre ingreso de los hogares publicados por el INE en sus Indicadores de la fuerza de trabajo, Total Nacional: Primer semestre 2006, y en los valores de la Canasta Básica y la Canasta Alimentaria publicados en el Índice y entorno del desarrollo humano 2006.

Y todo esto contrasta marcadamente con lo que resultaría si, por ejemplo, aplicáramos un criterio como el canadiense, aun con el más bajo de sus LICOs para una familia de cuatro personas, según el cual una familia padecería estrechez económica si, en 2006, hubiese percibido menos de $ 26,579 anuales, o sea, de alrededor de Bs.F. 57 145 anuales o Bs.F. 4 762 mensuales, con lo cual prácticamente todos los venezolanos, salvo unos pocos ricos en serio, habríamos quedado en situación de estrechez económica. (Por si acaso quedan dudas, no sobra decir que, por ejemplo, en los más completos estudios de mercado realizados en el país, como el Entendiendo al consumidor venezolano: Hábitos de consumo y el alcance de los medios, ordenado por El Nacional, siempre en ese mismo año 2006, el ingreso mediano del llamado "Estrato AB", el más acomodado y que incluía a sólo el 5% de la población no marginalizada -o sea, excluyendo al "Estrato E", que por sí solo comprende a por lo menos el 40% de la población-, era de sólo Bs.F. 3 006/mes, por lo cual, según los estándares canadienses, incluso buena parte de los dizque privilegiados de aquí allá caerían dentro del rubro de quienes viven con "estrecheces económicas" con base en algún LICO...). (Da la impresión de que en Canadá y otros países, como los escandinavos, que hace rato han logrado superar la problemática polar de la pobreza versus la riqueza, se estuviese tendiendo a hablar cada vez más de bienestar versus estrechez, que serían los términos conversos sustitutos).

Consideramos que la seria discusión de estos asuntos es absolutamente indispensable para la elaboración de cualquier política realmente transformadora en el país. Pretender interpretar los resultados electorales de 2006, por ejemplo, haciendo caso omiso de la aplastante realidad de nuestra pobreza, es como querer tapar el sol con un dedo. Incluso si se rechaza cualquier linealismo que pretenda una equivalencia exacta entre la pobreza y los votos por Chávez, el único candidato que entonces logró proponer una esperanza de mejoramiento de la calidad de vida para los pobres, es claro que existió y existe todavía una estrecha conexión entre ambos factores. La disputa entre oficialismo y oposicionismo que atestiguamos diariamente tiene demasiado que ver con una lucha soterrada entre pobres y no pobres.Y algo parecido podría decirse de, por lo menos, las votaciones de Acción Democrática durante todo el largo período desde 1947 hasta 1993, y, en menor medida, de las votaciones de COPEI y Caldera, que por lo general representaron un voto castigo contra AD. Nos guste o no, la política venezolana, desde 1947, o sea, desde que se estableció el voto universal, directo y secreto para todos los ciudadanos mayores de 18 años, ha girado en buena medida en torno a la captación -y, demasiado a menudo, la manipulación- de los votos de la mayoría pobre de la población. La regla no escrita de la política venezolana es que las elecciones las ganan quienes logran asegurarse el apoyo del grueso de la población pobre, con el triste añadido de que, en el fondo, es muy poco lo que se ha hecho en nuestro país, en los últimos treinta años, al menos, por erradicar las causas profundas de tan persistente pobreza, pues, para efectos prácticos, todo ocurre como si tuviese sus ventajitas el contar con un electorado tan fácilmente comprable...

Acerca de qué hacer ante estas duras realidades, de las que poco gustan de hablar nuestros políticos, incluso en épocas electorales como esta, volveremos próximamente.

1 comentario:

  1. Recientemente leí un artículo en Science Daily aquí http://bit.ly/7nnyys , donde un físico modeló a la civilización como un motor de calor que convierte fuentes de energía en prosperidad económica. En particular, el dió con una constante de 9.7 (mas o menos tres) milivatios por dolar de PIB ajustado a 1990. Esa medida se refiere a consumo energético y aunque esa observación tiene implicaciones bien preocupantes para la humanidad desde el punto de vista climático, representa una tremenda oportunidad para el despertar de naciones energéticamente abundantes como la Venezolana. El asunto entonces se plantea en términos de como lograr la utilización eficiente de energía por una mayor fracción de los habitantes de un país sin caer en la dinámica del despilfarro en la que ha caído buena parte del resto del mundo. La geopolítica mundial está cambiando a un paso aceleradísimo y en un futuro donde casi inevitablemente se van a pelear por cada gota de hidrocarburo con la que potenciar sus economías, pareciera un papel bien de segunda el quedarnos jugando este papel de supuestos magnates energéticos en condiciones en que ni siquiera hemos sido capaces de convertir ese privilegio en un suministro eléctrico confiable para la población, y no decir la industria nacional. Todo el mundo desarrollado está en estado de alarma tratando de atender y darle soluciones al problema que se avecina de suministro energético. Que lamentable que no nos decidamos a comenzar a invertir en la capacitación real de la gente para no sólo atender nuestros abrumadores problemas sino también, porqué no, tener algo mejor que ofrecer a la solución a los problemas de todos nuestros cohabitantes.

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