viernes, 15 de mayo de 2009

... lograremos transformar nuestras capacidades y ser la nación de libertad y justicia que anhelamos

"Resetear el sistema" es una de las frases favoritas de computistas e informáticos para referirse a la acción de inicializar o volver a encender un computador que presenta problemas operativos. "Volver a los orígenes" dicen los filósofos ante el extravío civilizatorio de nuestro tiempo. "Hacer el trabajo de regresión" dicen los psicoanalistas cuando el paciente vuelve a los conflictos y traumas de su infancia para liberarse de angustias y represiones inconscientes que entorpecen su comportamiento adulto. "Comprender el pasado para encauzar el presente y construir el futuro", o algo parecido, es una frase cara a los historiadores. "Empezar por los fundamentos" dicen los profesores de matemáticas para iniciar las clases ante niños o jóvenes con problemas con esta materia. Hay que renacer dice el místico, que rediseñar el dispositivo el ingeniero, hacer borrón y cuenta nueva el contador... "Si no os hiciéreis como niños no entraréis al Reino de los Cielos" reza la frase bíblica...
Desde los más diversos puntos de vista se arriba a un planteamiento semejante: ante el enredo y la complejidad que nos desbordan y extravían, y cuando es imperioso retomar la dirección correcta, hay que empezar por el principio. Esto y no otra cosa es lo que queremos expresar con el trío de entregas que culmina aquí: que el pivote o motor de arranque para la transformación de nuestras capacidades consiste en aprender a mirar nuestra realidad con ojos desprejuiciados, hasta conocerla profundamente, y actuar henchidos con el instinto fraternal humano que ya está en nosotros -después, cuando menos, de millones de años de deriva biológica. Con tal transformación, con una nueva manera de conocer y actuar, o sea de ser, podríamos edificar el mundo de libertad y justicia que, como todos, anhelamos y merecemos los latinoamericanos, y quizás darle a Occidente la más grande de sus lecciones históricas, pues estaríamos vivificando su aspiración milenaria de emancipación del odio contra el opresor hasta aprender a amar al enemigo, recreando y relanzando el legado cultural y genético que, no importa si involuntariamente, ellos calaron en estas tierras y gentes periféricas.

Mentalmente podemos oir las carcajadas de distintas peñas de la verdad ante nuestra supuesta ingenuidad. La de los liberales que verán en cuanto antecede una violación a la primera de sus leyes, la de conservación del egoísmo y la competencia para que pueda actuar la mano invisible de la justicia; la de los marxistas sovietosos que leerán un atentado contra la primera de las suyas, la de lucha de clases y dictadura del proletariado contra la burguesía, o, en sus ausencias, de los oprimidos contra los opresores, como motor de la historia; la de los posmodernos que se persignarán ante el sacrilegio de quien osa creer en algo parecido a un mejor futuro; la de cínicos que desconfiarán de todo lo que huela a cambio, de hedonistas que siempre preferirán disfrutar de placeres accesibles antes que empeñarse en realizar sueños, de perezosos mentales a quienes todo esfuerzo por pensar les resultará cansado..., y un dilatado etcétera.

Pero, en su momento y poco a poco, insistiremos en nuestras tesis y a todos les iremos explicando que nuestras convicciones no nacen de verdades reveladas ni de instintos acomodaticios, sino, como propugnamos, de la inmersión, el aprendizaje y la actuación pacientes y sostenidos ante, y en, el meollo de las estructuras, procesos, sustancias y sentidos de nuestra ingrata mas promisoria realidad latinoamericana. No ha sido en la academia ni en el templo, en la metrópoli o el suburbio, la buhardilla o la intemperie callejera, donde hemos macerado nuestras propuestas, sino a través del estudio y la reflexión permanentes y vinculados a la acción en cientos de proyectos de cambio de variados contenidos. Allí nos hemos convencido, junto a y con muchos otros, de que entre los cuatro subcontinentes culturalmente occidentales -uno europeo, dos americanos y uno oceánico-, es en el nuestro, con cerca de un décimo de la población y de un sexto del territorio planetarios, o dos quintos de los habitantes y del área de Occidente, donde se conjuga el mayor gradiente transformador, es más honda la brecha entre realidad y sueños, reside la más densa insatisfacción positiva con lo que somos de cara a lo que anhelamos ser, y donde de los muñones todavía sangrantes bien podrían brotar los más hermosos nuevos órganos.

Lírico, exagerado, utópico, poco realista, poco acorde con las verdades establecidas, parece lo dicho. Está bien, sólo queda rogar otra vez un préstamo de indulgencia, y recordar que uno de los defectos -¿o quizás aciertos?- de fábrica frecuentes en mi generación, de la que hablaré en las próximas dos entregas, es que a menudo la exigencia de lo que a muchos parece imposible es exactamente lo que nos luce más realista.

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