
Mentalmente podemos oir las carcajadas de distintas peñas de la verdad ante nuestra supuesta ingenuidad. La de los liberales que verán en cuanto antecede una violación a la primera de sus leyes, la de conservación del egoísmo y la competencia para que pueda actuar la mano invisible de la justicia; la de los marxistas sovietosos que leerán un atentado contra la primera de las suyas, la de lucha de clases y dictadura del proletariado contra la burguesía, o, en sus ausencias, de los oprimidos contra los opresores, como motor de la historia; la de los posmodernos que se persignarán ante el sacrilegio de quien osa creer en algo parecido a un mejor futuro; la de cínicos que desconfiarán de todo lo que huela a cambio, de hedonistas que siempre preferirán disfrutar de placeres accesibles antes que empeñarse en realizar sueños, de perezosos mentales a quienes todo esfuerzo por pensar les resultará cansado..., y un dilatado etcétera.
Pero, en su momento y poco a poco, insistiremos en nuestras tesis y a todos les iremos explicando que nuestras convicciones no nacen de verdades reveladas ni de instintos acomodaticios, sino, como propugnamos, de la inmersión, el aprendizaje y la actuación pacientes y sostenidos ante, y en, el meollo de las estructuras, procesos, sustancias y sentidos de nuestra ingrata mas promisoria realidad latinoamericana. No ha sido en la academia ni en el templo, en la metrópoli o el suburbio, la buhardilla o la intemperie callejera, donde hemos macerado nuestras propuestas, sino a través del estudio y la reflexión permanentes y vinculados a la acción en cientos de proyectos de cambio de variados contenidos. Allí nos hemos convencido, junto a y con muchos otros, de que entre los cuatro subcontinentes culturalmente occidentales -uno europeo, dos americanos y uno oceánico-, es en el nuestro, con cerca de un décimo de la población y de un sexto del territorio planetarios, o dos quintos de los habitantes y del área de Occidente, donde se conjuga el mayor gradiente transformador, es más honda la brecha entre realidad y sueños, reside la más densa insatisfacción positiva con lo que somos de cara a lo que anhelamos ser, y donde de los muñones todavía sangrantes bien podrían brotar los más hermosos nuevos órganos.
Lírico, exagerado, utópico, poco realista, poco acorde con las verdades establecidas, parece lo dicho. Está bien, sólo queda rogar otra vez un préstamo de indulgencia, y recordar que uno de los defectos -¿o quizás aciertos?- de fábrica frecuentes en mi generación, de la que hablaré en las próximas dos entregas, es que a menudo la exigencia de lo que a muchos parece imposible es exactamente lo que nos luce más realista.
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