martes, 12 de mayo de 2009

... y transactuando fraternalmente...

Cuando un bebé o infante preescolar se topa con un nuevo objeto, que atrapa su atención, una vez vencida su perplejidad inicial lo agarra, lo mira desde distintos ángulos, lo voltea, sopesa, lanza, huele, lame, frota, abre, chupa, oye, empuja, arrastra, deja caer... hasta que en algún momento, saciada su curiosidad de conocimientos, se da por satisfecho y, si no hay un adulto cerca que identifique o le diga el nombre del objeto, él mismo, con un sonido o expresión singular, puede asignarle uno. En contraste, ante el mismo u otro objeto desconocido, si es que logra despertar su interés, el niño, adolescente, joven o adulto egresado de nuestro sistema educativo y masajeado por años de socialización y exposición a los medios de comunicación, típicamente empieza por preguntar qué es o cómo se llama o se come eso, luego sigue con algo como que de qué marca es, quién lo trajo, dónde lo compraron o cuánto vale, y así hasta que, guardando reservas o distancias, de repente llega a sentirse orondamente conocedor.

Entre ambas posturas media la intervención, por años, de padres, maestros, locutores, jefes, políticos, sacerdotes..., que han querido resolver con dogmas y palabras y sin interacción con lo real el problema del conocimiento. En sus límites, el académico absoluto aspira a captar o, si no, sufre por no captar, si posible solo, dentro de una cueva oscura, inodora y silenciosa, y a partir de un fugaz destello procedente de un objeto exterior que entre por una rendija, nada menos que la esencia verdadera, inmutable, eterna e infinita de tal objeto.

Aunque sabemos que es tarde para -y seguramente imposible- recuperar la pureza del enfoque de conocimiento del infante, aquí insistiremos una y otra vez en reivindicar el empleo de múltiples perspectivas para conocer y transformar nuestras realidades latinoamericanas. En la entrega anterior insistíamos en la necesidad de transconocer o traspasar las barreras que se interponen al conocimiento; en ésta, a manera de continuación, abordaremos la problemática análoga, y complementaria, de la acción, de las transformaciones tangibles o físicas a través del trabajo u otras prácticas colectivas en el mundo real, a las que, para enfatizar ahora el imperativo de romper las divisiones que nos aíslan o contraponen cuando actuamos separada, competitiva o ambiciosamente, llamaremos transactuaciones fraternales. Obsérvese, por el momento, que no estamos hablando de actuaciones simplemente sino de actuaciones con otros e inspiradas en sentimientos de fraternidad hacia y por esos otros.

Así planteadas las cosas, el primer tipo de división de la acción o del trabajo que tenemos que confrontar es el que antepone el propósito a la ejecución de la acción, o la comprensión de los problemas a la búsqueda e implementación de las soluciones. "Barre aquí...", "repara esto...", o "llévale este paquete a fulano...", le decimos al empleado, obrero o mandadero, sin explicar el propósito o sentido de tales acciones ni motivarlo para que las realice con calidad, y luego nos quejamos de que todo siga sucio, se vuelva a echar a perder o se entregue con retardo. La separación, inadvertida o deliberada y a menudo tajante, entre la comprensión del porqué, para qué, cuándo y para quién de los problemas, por un lado, y la búsqueda e implementación creativa e iterativa -o por aproximaciones sucesivas- del cómo y con qué, o sea de soluciones eficaces, eficientes y efectivas, por otro, es, entre nosotros, la más frecuente y contraproducente forma de división del trabajo.

Luego están las marcadas divisiones, en el tiempo, espacio y/o recursos manejados, entre especialidades o tipos distintos de agentes, trabajadores o usuarios, con sus respectivas potencialidades pero también con sus sesgos y vicios. Los médicos sanitaristas diagnostican la enfermedad, los economistas hacen el estudio de mercado del medicamento, los farmacólogos y químicos analizan el producto en el laboratorio, los ingenieros químicos diseñan el proceso de fabricación, los ingenieros mecánicos hacen los planos de construcción, los inversionistas aportan el capital, los constructores e ingenieros civiles construyen la infraestructura, los procuradores licitan y seleccionan los equipos, los fabricantes fabrican éstos, los instaladores los montan, los operadores los ponen a funcionar, los gerentes planifican, los supervisores supervisan, los vendedores mercadean, los repartidores distribuyen, los farmacéuticos despachan según las prescripciones de médicos internistas, pediatras o geriatras, los pacientes consumen... y así sucesivamente, hasta que resulta, por ejemplo, que el problema de sobrenutrición, diagnosticado inicialmente, termina siendo atacado con... ¡píldoras antiácidas y antiflatulentas ampliamente publicitadas para combatir el malestar estomacal!

Ya para concluir, están los huesos más duros de roer, vinculados a la existencia de diferentes modos de trabajo, inherentes a los distintos modos de producción y de vida reinantes en nuestra región latinoamericana. Están los modos artesanales o inactivos de quienes solo aprenden por experiencia propia o imitación de otros, como desde hace milenios aprendió a trabajar nuestra humanidad; los modos técnicos o reactivos de quienes pueden interpretar información, llevar registros y documentar su trabajo, y corregir errores o desviaciones mediante el uso de normas, aprendidos en Occidente desde alrededor de no más de una docena siglos; los modos tecnológicos o preactivos de quienes, desde hace sólo uno o dos siglos y con frecuencia unas pocas décadas, aprendieron a elaborar modelos y prototipos, realizar experimentos y optimizar soluciones a los problemas; y, apenas naciendo, los modos sociotecnológicos o socioactivos de quienes, además de modelos científicos, pretenden incorporar valores éticos y estéticos a la búsqueda de mejores y más humanas soluciones a los problemas. Entre estos diferentes modos de trabajo se yerguen las más infranqueables divisiones, entendidas casi como si separasen intervenciones de especies biológicas distintas, y que han servido y siguen sirviendo para justificar mil discriminaciones e injusticias, por lo cual es en esta esfera donde se someten a la más dura prueba nuestras vocaciones fraternales de superación de las divisiones del trabajo.

Como quizás algún lector o internauta advertido haya notado, esta vez, en las líneas precedentes, el autor se lanzó a expresar un esbozo de los resultados de prolongados esfuerzos de investigación y consultoría, que le han costado pelos e hígados y sobre los cuales espera volver en diversas entregas futuras. En éstas se insistirá en la mayor responsabilidad que tenemos los profesionales de contribuir a resolver los problemas sociales, y en que conocimiento y acción, educación y trabajo, son caras de la misma moneda de las capacidades, con cuya transformación podremos avanzar hacia..., bueno, ése es ya el tema de la próxima entrega. Seguimos (creo yo...) en contacto.

4 comentarios:

  1. Al lado de la avaricia, que probablemente es la motivación principal detrás de la mayoría de los actos de aprovechamiento y abuso, creo que a veces perdemos de vista que en el fondo, detrás del afán por perpetuar la ignorancia está el miedo de perder la ventaja que se tiene ante el otro. Aunque no se cuan ampliamente conocido sea, hace algo de tiempo me encontré con un problema aparentemente clasico de la teoría del juego al que lo llaman el "dilema del prisionero". En el, se presenta la situación que hay un delito del cual se tienen dos sospechosos, pero la policía no tiene evidencias suficientes para confirmar la culpabilidad de ninguno. En su esfuerzo, la policía interroga a los dos sujetos por separado y simultáneamente y les hace el siguiente planteamiento: Si tu testificas en contra del otro y el contra tí, los dos van presos por una sentencia mediana. Si sólo testifica uno, a el delatado se le aplicará la sentencia máxima y quien lo delató saldría libre. Por último si ninguno de los dos testifica, se les aplicaría a ambos una sentencia mínima por falta de evidencia...

    Aunque esto está muy largo, donde iba es que si cada participante se empeña en minimizar su propia sentencia, frente al riesgo de ser delatado la opción racional es la de delatar al otro, con lo cual tienden a salir los dos perdiendo. Por el contrario, la estrategia que ha resultado ganadora en múltiples concursos de este juego en su versión repetida una y otra vez (donde gana aqueel cuya estrategia termina con la menor sentencia), es una estrategia llamada "cooperacion con castigo" que no es más que siempre cooperar con el otro (no delatandolo) a menos que el lo delate a uno, y en ese caso al turno siguiente hay que delatarlo a el pero a la vuelta de un plazo volver a cooperar.

    Para volver a agarrar el tema de esta entrega, hay que empeñarse en establecer relaciones de cooperación en las que apostamos al crecimiento conjunto y la construcción de empresas, instituciones, familias y comunidades más fuertes y sólidas. Pero hay que estar también preparados para luchar contra quienes, sin duda, tratarán de abusar y ser los "vivos" en esas nuevas relaciones de cooperación, pero periódicamente volviendo a tenderle la mano y hacer intentos por incorporar a quienes no creen en la cooperación como un mecanismo para todos salir adelante.

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  2. Si bién reconocer y conocer que múltiples mundos coexisten y no hay remedio, es útil para una acción en el mundo más efectiva, el intento de tomarlo todo en cuenta puede llegar a ser paralizante y vano. Para mi, el reconocer la múltiplicidad de perspectivas y mundos interactuando, tiene el poder de ponernos en contacto con nuestras limitaciones, y así puede darnos paz sobre las consecuencias de la propia actuación y sobre las cosecuencias de la actuación de otros. Pero la pretensión de aprehenderlo todo, todo el tiempo, puede conducir a un estado de angustia y paralisis poco poderoso. Cuando uno mira las múltiples perspectivas que un fenómeno puede presentar a quien lo observa, puede ver por un lado, que no hay manera de no equivocarse, pero, por el otro, que no hay manera de no acertar. Entre equivocarse por acción o equivocarse por omisión, yo, personalmente, prefiero la primera.

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  3. También estoy convencido, Edgar F., de que los miedos juegan un papel de sumo relieve en la determinación de los comportamientos humanos. El miedo a "perder la ventaja que se tiene ante el otro", en buena medida, implica el miedo a vivir en, u ocupar, la situación del otro. Mucha gente, por ejemplo, comete injusticias para evitar que se las cometa contra ellos, o desprecia al débil para sentirse fuerte o humilla al pobre para asegurarse de que no es pobre, o, como sabes que me gusta decir, todos los malos son ex-buenos que un día se cansaron y se decidieron a no ser más tontos que los demás. Creo que la gran medicina contra este flagelo es el ejercicio del amor al prójimo, entendido no como una actitud que se aprende o adquiere definitivamente, como ocurre con muchas destrezas, sino como una aptitud que requiere ser reforzada y reimpulsada constantemente, al estilo de las buenas condiciones físicas que nos demandan cansarnos una y otra vez para cansarnos menos luego. Alguna vez me quedé impresionado de conocer las opinones de la Madre Teresa de Calcuta sobre la práctica del amor: mientras que cualquiera creería que para ella tal práctica era espontánea, como si le saliese de adentro invariablemente por tratarse de una santa, resulta que ella describió una ardua lucha contra sí misma para empeñarse en hacer el bien aún ante el malagradecimiento y el rechazo de sus beneficiarios, y ante las flaquezas de su propio ánimo. En definitiva, por esta vía se llega a conclusiones parecidas a las de la teoría de juegos en situaciones del tipo "dilema del prisionero", pero con una ventaja: en la teoría de juegos, como en todo lo que es científico o tecnológico, directa o indirectamente se nos pide que pensemos o actuemos aéticamente, o sea que nos desentendamos de si el prisionero en verdad es o no culpable, que nos dé lo mismo si el culpable resulta beneficiado o si el inocente resulta castigado. Mientras que, en el enfoque que sugiero arriba, el elemento ético es en todo momento fundamental: aunque se reconoce que no se puede adquirir el derecho de ser bueno de una vez y para siempre sino que hay que estarlo demostrando e intentando siempre una vez más, aunque fracasemos y/o no se nos reconozca tal bondad, se parte del principio de que siempre seremos capaces de distinguir lo bueno de lo malo y siempre podremos intentar ser un poco mejores. Pero te repito, por este lado llegamos también a la conclusión de que el camino de la cooperación no deja de ser espinoso y sí tan o más exigente que el de la competencia, sólo que, en el mediano o largo plazo tiene la descomunal ventaja de que nos pone a vibrar al unísono con lo que en el fondo somos: seres biológicamente diseñados para la ternura y el afecto inteligentes, y no para la pelea y el aprovechamiento bruto o miedoso de nuestros semejantes. En privado, y de vez en cuando en público, seguiremos conversando.

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  4. De acuerdo, Mary Carmen, en que el intento de tomarlo todo en cuenta puede ser paralizante y vano, y que la pretensión de aprehenderlo todo puede ser paralizante y angustiosa, pero ¿qué tal si reemplazamos lo de "todo" por "lo esencial y factible de ser tomado en cuenta en cada circunstancia"?
    En cuanto a lo de que ante un fenómeno cualquier perspectiva conduce al acierto, estoy en franco desacuerdo, y más si se trata de fenómenos complejos. Si me voy a comer un huevo, algo bien simple, puedo freirlo revuelto o entero o en tortilla, sancocharlo o pasarlo por agua caliente, escalfarlo o comerlo crudo..., y en definitiva más o menos acertaré consumiendo las proteínas y demás nutrientes del caso, y más o menos erraré según los errores que cometa en el procedimiento; pero ya si voy a hacer una hayaca, necesito detenerme a pensar en la manera de hacerlo, pues habrá muchas maneras de que las cosas salgan mal; si voy a ocuparme de la comida de mi casa durante la semana, las posibilidades de errores se multiplican y las perspectivas nutricionales, económicas, gastronómicas, etc., tienen que ser tomadas más y más en cuenta; y cuando me planteo superar la inseguridad alimentaria de un país, entonces resulta que las posibilidades de errar son tantas y tan grande la importancia de comprender el problema desde múltiples perspectivas que, por ejemplo, Venezuela tiene quinientos años queriendo resolver este asunto y no lo ha logrado, y en cambio sí ha cometido un rosario de errores de toda índole.
    A donde voy es a que, ante una problemática tan compleja como la de la transformación de un país, las probabilidades de errar por comisión son tantas y tan peligrosas como las de errar por omisión, por lo cual pienso que lo realista es tomarnos el tiempo necesario para aprender de las actuaciones del pasado, considerar las perspectivas esenciales y que resulten factibles de adquirir, antes de actuar, y luego, sí, llega el momento de actuar y continuar aprendiendo, sobre la marcha, de nuestros inevitables errores. ¿No es evidente, acaso, que buena parte de los errores que tanto el gobierno como la oposición están cometiendo en nuestro país se basan en una comprensión insuficiente de nuestros problemas y en una actuación precipitada y prejuiciada frente a los comportamientos del otro, lo cual nos hunde en una escalada de acciones perdedoras?

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