viernes, 8 de mayo de 2009

Transconociendo nuestras realidades latinoamericanas...

El problema del conocimiento tiene la peculiaridad de que, pese a su enorme importancia, permanece absolutamente ignorado por la gran mayoría de nosotros o resulta tratado sólo por especialistas en Filología, Semiología, Epistemología y otras disciplinas académicas cuyos solos nombres comportan ya cierta carga esotérica. Sin ser un experto en el tema ni mucho menos, deseo hablar acerca de cómo conocemos, vale decir cómo aprendemos, establecemos relaciones con el mundo y entre nosotros, y empleamos el lenguaje. Sólo justifico tal atrevimiento para invitar a otros a hacerlo con más propiedad y por estar convencido de que aquí se erige uno de los más formidables obstáculos para la transformación de nuestras capacidades: la capacidad de conocer, aprender o emplear el lenguaje es nada menos que un requisito tácito para adquirir cualquier otra capacidad.

Pese al cúmulo de fachadas que nos envuelven, nuestras sociedades todavía conservan la impronta de siglos de rígida compartimentación en castas, en donde saber hablar equivalía a un salvoconducto para no trabajar y no saberlo a una condena a los trabajos más forzados. En nuestras familias, escuelas, templos y foros las palabras han adquirido una existencia autónoma respecto de los objetos, hechos y procesos reales, al punto de que cuando oímos discursos en los más diversos ambientes hay como un instinto que nos avisa que lo hablado, sobre todo cuando pretende ser formal o riguroso, no guarda relación con la vida. Exagerando sólo un poco, nuestra educación, que más bien es instrucción, nos divide en dos grandes estratos: el de quienes desertan o egresan lateralmente, entran a vivir en un mundo de tinieblas lingüisticas y quedan con un techo en sus capacidades de abstracción, y el de quienes egresan titular o terminalmente, pasan a habitar en un mundo de palabras huecas y resultan con un piso en sus capacidades de concreción. Con las inevitables excepciones, que confirman la regla, tendemos a dividirnos, con mutuo desprecio, entre trabajadores mudos y habladores mancos. Esto nos hace propensos a extremismos, liderados, directa o indirectamente, ya por estamentos excluidos e insatisfechos con su suerte, pero que no logran precisar ni expresar lo que quieren, ya por estamentos privilegiados que discursean frases rimbombantes y en el fondo sólo quieren que trabajen los otros.

Buena parte de los conocimientos de nivel elemental, medio o superior que hemos adquirido están restringidos por el ambiente magistral, libresco, escaso de discusiones y desvinculado de la acción práctica que caracteriza, con honrosas excepciones, al grueso de nuestro sistema educativo. Tan arraigados están estos divorcios entre lo teórico y lo práctico que en el lenguaje cotidiano oímos frecuentemente expresiones como que "ese planteamiento tuyo es sólo teórico ..." o "de aquí en adelante lo que queda es mera cuestión de práctica ...", olvidando que lo contrario de lo teórico no es lo práctico sino lo empírico, o que lo no práctico no es otra cosa que lo impráctico, o que, en positivo, teoría y práctica pueden y deben reforzarse mutuamente.

Además de las barreras señaladas, están aquellas entre las disciplinas, auspiciadas por una división horizontal del conocimiento en departamentos estancos, sin actividades de trabajo en equipo o en proyectos que posibiliten su interrelación. Demasiados problemas permanecen sin resolverse debido a que los especialistas se encierran en sus torres de marfil. Por no mencionar sino un caso, en el problema de la salud, en donde la profesión médica es la disciplina líder y una de las que, relativamente, se ve obligada a conectar más lo teórico con lo práctico o clínico, existe una casi total incomunicación entre las áreas de sanidad social, higiene y saneamiento ambiental, producción agrícola, prácticas privadas y políticas públicas, distribución del ingreso, nutrición y políticas alimentarias, ejercicio físico y deporte, producción de medicamentos, impactos de la publicidad, psicología social, etc. El más espeso muro divisorio es el que separa el campo de las llamadas ciencias sociales y las humanidades del campo de las ciencias naturales y las profesiones tecnológicas.

Por último, está quizás la más difícil de superar de todas las barreras, derivada de la estructura de nuestras sociedades, en donde coexisten modos de vida que nos convierten en un megamuseo histórico en tiempo real. Nuestras calles, para ilustrar lo dicho, con frecuencia están pobladas de tarantines de venta de alimentos en donde se presta poca atención a las variables higiénicas, sin que exista otra respuesta, dependiendo de la base electoral del gobierno de turno, que la represión o la complacencia, obviándose el hecho de que gran parte de los vendedores jamas han oído hablar de microorganismos y mucho menos los han visto a través de un microscopio. Estoy convencido de que, en buena medida, muchos conflictos aparentemente irreconciliables que polarizan y paralizan a nuestras naciones tienen su raíz en la dificultad para conocer e integrar el mosaico de modos de vida que nos caracteriza, por lo cual crecen silvestremente la intolerancia, el odio y la violencia.

Según el enfoque que proponemos no puede haber una verdadera transformación de nuestras realidades si no las transconocemos, es decir, si no las conocemos desde múltiples perspectivas interrelacionadas, tomando en cuenta, superadoramente, nuestras diversas raíces e historias, y rompiendo las barreras que empobrecen, mutilan y agrisan nuestros conocimientos y palabras. Mientras no nos empeñemos en lograr una mucho mayor adecuación entre nuestras palabras y obras, conocimientos y acciones, o teorías y prácticas, seguiremos avanzando como a ciegas y con plomo en las alas en el proceso de construcción de nuestra América Latina. Y, en definitiva, quienes tengamos menos limitaciones en nuestros modos de conocer tendremos más responsabilidad en tal proceso de construcción: no son los pobres y desheredados quienes tienen que entendernos a nosotros, sino nosotros a ellos, recuperando su confianza y demostrando con hechos el rol decisivo del conocimiento en la sociedad que anhelamos para todos.

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