1989, el año que escogimos como hito de terminación del período de gestación, auge y derrumbe de la democracia bipartidista venezolana, fue también el de la caída del muro de Berlín, del derrumbe del bloque socialista soviético y por tanto del comienzo del fin de la Guerra Fría, y, por si poco, del nacimiento de
Internet. En esta data, que reiteradamente ha sido señalada como la del inicio del llamado "proceso" de cambios que vive Venezuela, se entrelazaron, en un nuevo contexto mundial y montados sobre una falla social profunda que ha dividido a los venezolanos en establecidos y excluidos, múltiples vectores de las crisis moral, política, económica y educativa que hemos querido analizar en nuestros artículos pasados. En esta entrega final de la primera serie sobre Venezuela de nuestro
blog, que no trata de fijar posición sobre el momento o la coyuntura política actual, sino sobre la naturaleza del proceso histórico de nuestro país, en el contexto de una serie más amplia sobre la misma problemática a nivel latinoamericano, aportaremos nuestra quinta y última clave para descifrar el porqué de las anomalías culturales que destacamos al empezar.
Sobre la base de interpretaciones y rabias antagónicas vinculadas a aquellos hechos de febrero-marzo, en el país se ha desatado una polarización social y política sin precedentes en épocas de relativa paz o, al menos, según nuestras estimaciones, en los últimos ciento cincuenta años, la cual, en su momento culminante, en 2002-2004, nos colocó al borde de una nueva guerra civil, y todavía nos mantiene en un estado de intolerancia extrema y sobrepolitización. Todo esto, en la práctica, dificulta la atención a nuestros acuciantes problemas reales y abona el terreno para la persistencia de las que venimos llamando, a falta de un mejor término, ilusiones del pueblo venezolano. La identidad nacional, para cada bando por culpa del otro, está reducida a su mínima expresión, incluso en los ámbitos familiares y de la amistad, y esto ha erosionado el contenido de la venezolanidad hasta linderos en donde si, por ejemplo, después de un viaje de semanas o meses en otro país y hablando en otra lengua, uno está de regreso y se encuentra con un venezolano o venezolana en el aeropuerto, tiene que contener la alegría hasta descubrir en qué onda anda y si se podrá o no hablar de equis tema.
Si lo que hemos venido argumentando fuese lo suficientemente consistente, entonces los trescientos años de colonización, en donde se destruyó una armoniosa sociedad agroalfarera y sin clases sociales, nos legaron un organismo hecho de células sociales compuestas por un
núcleo estamental o de castas genéticamente esclavista y un
protoplasma integrado por ingredientes feudales y sólo muy precariamente mercantilistas, contra el cual se alzó en bloque el grueso de la población parda liderada por criollos revolucionarios y bajo la inspiración de un ambicioso proyecto transformador de largo plazo. Tras el fiasco que significó el abandono de este proyecto y su reemplazo por otro de mera sustitución de la casta peninsular dominante por castas criollas caudillistas, y que, a duras penas, permitió edificar una sociedad con ADN feudal o latifundista y envoltura mercantilista, que se derrumbó en 1948, se desató un nuevo proceso de transformaciones, que habría culminado en 1989, y al cual podemos atribuirle, en el más optimista de los casos, una mutación engendradora de una célula social de núcleo mercantilista y protoplasma sólo incipientemente capitalista. Si esto es válido, cómo creemos, entonces ¿cómo es eso de que ahora se pretende acabar con un capitalismo moribundo y reemplazarlo a decretazo limpio por un socialismo novedoso? ¿Cuándo se construyó esa sociedad moderna o capitalismo que ni estando aquí nos dimos cuenta?
O, más precisamente: ¿Cuándo se estableció en Venezuela un régimen de inversiones de capital para generar retornos a largo plazo en sustitución del régimen de compraventa de mercancias para generar ganancias a corto plazo? ¿Cuándo se implantó aquí un mercado de capitales para financiar inversiones de riesgo? ¿Cuándo ha existido entre nosotros una verdadera competencia entre los productores para optimizar la oferta de bienes y servicios y una verdadera inteligencia de los consumidores para optimizar la demanda de los mismos, lo que equivale a decir cuándo ha habido aquí algo que merezca, aunque sea aproximadamente, el nombre de un mercado competitivo, aunque sea de los llamados de tipo oligopólico? ¿Cuándo se capacitó científica y tecnológicamente una parte sustancial de nuestra fuerza de trabajo? ¿Cuándo las clases medias modernas de emprendedores, profesionales, investigadores, intelectuales y artistas han constituido una porción significativa de nuestro tejido social? ¿Dónde están las innovaciones científicas y tecnológicas de nuestro capitalismo? ¿Dónde la educación científica que enseñe a analizar las causas interrelacionadas de problemas complejos y a reducir la incertidumbre a través del trabajo en proyectos? ¿Dónde los departamentos de investigación y desarrollo, de diseño o de asistencia tecnológica a las operaciones de una porción significativa de nuestras empresas? ¿Dónde la planificación estratégica del desarrollo a nivel empresarial y del país en su conjunto? ¿Y los aumentos sostenidos en la productividad del trabajo? ¿Y el afán de superación individual, aunque sea para capitalizar individualmente los conocimientos, destrezas y actitudes adquiridos? ¿Y...? Así podríamos continuar con unas cien o doscientas preguntas más en torno a lo que creemos que es una sociedad capitalista, al menos en el sentido en que entendemos lo que expresaron Adam Smith, David Ricardo, John Stuart Mills, Carlos Marx, Federico Engels, Joseph Schumpeter, Joan Robinson, Gunnar Myrdal y qué se yo cuántos otros inacusables de no saber de qué estaban hablando cuando explicaban lo que era el capitalismo.
O, podríamos hacer aquí una retahila de signo contrario, y preguntar qué clase de capitalismo es éste que, tras no pararle ni a la ciencia ni a la tecnología ni a las inversiones inteligentes ni a la capacitación de la fuerza de trabajo ni a la creación de mercados verdaderamente competitivos..., todo lo resuelve a punta de permisos, palancas, prebendas, favoritismos, ventajismos, amiguismos, clientelismos, protecciones, regulaciones, componendas, sobornos, barreras, manipulaciones, dogmatismos, decretos, saludos a la bandera, frases huecas, cortoplacismos, improvisaciones,... de una manera asombrosamente parecida al tipo de régimen que aquellos al parecer conocedores caballeros y damas describían como mercantilista o precapitalista. Una de dos: o el sistema económico y social nuestro es el genuinamente capitalista y entonces el que tienen aquellos catires es de otra naturaleza y amerita otro nombre, o el de ellos es el sistema realmente capitalista y el nuestro un remedo, antecesor, paralelo o lo que queramos, pero de naturaleza harto distinta, porque no puede ser que ambos sistemas, con estructuras tan marcada y terminantemente disímiles sean de la misma naturaleza o clase. Venir con el cuento, tan caro y obvio para tantos políticos y académicos criollos y latinoamericanos, pero que a nosotros nos suena a pura coba, de que lo que pasa es que nuestro capitalismo es dependiente y el de aquéllos no, es como decir que mi paraulata es un murciélago pero de tipo dependiente o que mi hayaca está hecha con pan de trigo, sardinas y queso porque es una hayaca dependiente...
Mientras llega el momento, ya próximo, en que nos detendremos a exponer, tan sencillamente como seamos capaces, los conceptos que hemos desarrolado y que nos llevarán a fundamentar más sólidamente las afirmaciones anteriores, adelantaremos que, en el planeta que medio conocemos, pues con esos dólares tan por las nubes y esos pasajes tan recaros no es fácil conocerlo bien o al menos de cerca, y menos costeando los viajes con el bolsillo propio, distinguimos esencialmente cinco tipos o clases de sociedades u organismos sociales, con sus respectivas células características. El primer tipo o clase, integrado por buena parte de los 70 países del grupo llamado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, de "Desarrollo Humano Alto", cuyas células constitutivas poseen un núcleo social todavía capitalista, por regla general altamente industrializado, y que les permite un alto nivel de productividad per cápita, por encima de los 20 a 30000 dólares per cápita de ingresos reales anuales (algo así como 6 mil o más de bolívares fuertes mensuales por cabeza, ó 6 millones de los débiles, a menudo relativamente bien repartidos...), con una fuerza de trabajo altamente educada y capacitada tecnológicamente, con niveles de total alfabetización efectiva y más de 80 a 90% de enrolamiento de niños y jóvenes en el sistema educativo formal, y una esperanza de vida, por regla general rondando o por encima de los 80 años (lo que revela la calidad de sus sistemas de salud); pero, simultáneamente, con una cada vez más marcada envoltura protoplasmática de carácter socialista en sus células, que les permite regir sus sistemas educativos, de salud, culturales, mediáticos, de transporte, de comunicaciones, de seguridad social, policiales y muchos otros, con una lógica que dista de ser la del retorno o rentabilidad capitalista o del mercado y apuesta cada vez más al bienestar colectivo o socialista. Estamos hablando, entonces, de sociedades mixtas, capitalistas y socialistas a la vez, o si se prefiere, de capitalismos relativamente avanzados, sociales, a la europea o con una marcada vocación progresista, reinantes en (los números indican su lugar en el último ranking disponible del PNUD, según su liderazgo medido por el Índice de Desarrollo Humano): Islandia (1), Noruega (2), Australia (3), Canadá (4), Irlanda (5), Suecia (6), Suiza (7), Holanda (9), Francia (10), Finlandia (11), España (13), Dinamarca (14), Austria (15), Reino Unido (16), Bélgica (17), Luxemburgo (18), Nueva Zelandia (19), Italia (20), Alemania (22) e Israel (23), y quizás, o tal vez sea mejor idea incluir a éstas dentro de un orden distinto, capitalistamente menos maduro, de Grecia (24), Eslovenia (27), Portugal (29), República Checa (32), Hungría (36), Polonia (37), Eslovaquia (42), Lituania (43), Estonia (44), Letonia (45), Croacia (47), Bulgaria (53), Rumanía (60), Bielorrusia (64), Bosnia y Herzegovina (66), Rusia (67), Albania (68) o Macedonia (69), para un subtotal de cerca de 40 países, algunos de los cuales, sobre todo los venidos del derrumbe del campo "socialista" soviético, han ingresado o están por ingresar al grupo convirtiendo sus anteriores capitalismos estatales -a los que malllamaban "socialistas"- en privados, pero conservando muchas de sus anteriores vocaciones colectivas socialistoides, o sea, que, en cierto modo se están construyendo desde fuera hacia adentro, lo que introduce numerosas aberraciones en sus procesos de transformación de capacidades. A nuestro humilde parecer, es en esta primera clase de naciones que presentamos, en donde está emergiendo algo que podría merecer la denominación de socialismo del siglo XXI, lo cual puede ser si no verificado al menos explorado por los lectores curiosos, que todavía no lo hayan hecho, por módicas sumas que andan por el orden de unos cinco mil bolívares fuertes por persona para un viaje austero a Canadá (4), el país de esta clase que nos queda más cerca y resulta más accesible, y con quien, si no tratásemos tan mal a sus visitantes y turistas, podríamos aprender bastante y cultivar excelentes relaciones.
Después está la clase de los países más puramente capitalistas del planeta, con un núcleo a menudo fuertemente industrializado, con características como las que esbozamos para el grupo anterior, pero sin el énfasis en el desarrollo de instituciones de carácter social o al servicio del interés colectivo, o sea, con un "protoplasma" también esencialmente capitalista, en donde distinguimos tres órdenes, el de los capitalismos asiáticos o a la japonesa, con la peculiaridad de que se esmeran en delegar en grandes corporaciones transnacionales la conducción estratégica de sus economías, aunque con una política empeñada en mantener aplanado y equitativo el rango de ingresos y estimular la participación creciente de los trabajadores en la conducción de las empresas, lo que estimula una alta lealtad y confianza hacia ellas, a la vez que un alto grado de integración social y una muy sólida identidad nacional. Estamos hablando aquí de Japón (8), Singapur (25), Corea del Sur (26), y, hasta hace poco Hong Kong (21) y tal vez Taiwán (sin datos del PNUD, de seguro que para no irritar a los chinos continentales). Luego está el orden, con un sólo género y una sola especie, de los Estados Unidos de América (12), con una industrializadísima, productivísima, tecnologizadísima y paquidermísima economía, que por sí sola es un tercio de la del planeta, con un muy alto ingreso per cápita de más de 40000 dólares per cápita anuales, aunque nada equitativamente distribuidos, y hasta hace poco con un empeño por privatizar hasta lo humanamente imprivatizable; en dos platos, el nirvana de los monetaristas, neoliberales, mercadistas, fondomonetaristas, reaganianos, bushistas y demás adeptos. Estos, sin embargo, a la hora de propagandearnos a los ratoncitos las ventajas de ser como el elefante, se olvidan de hablarnos de un simpático truco de este sistema, cual es el de que el Estado, entre pitos y flautas y a cuenta de impuestos, se queda con la mitad de las ganancias de todas las superprivadas grandes, medianas o pequeñas empresas, y ¡ay de aquélla a la que se le ocurra engañar al fisco falseando costos o ingresos para evadir impuestos!, pues a los responsables les salen prisiones de cadenas extraperpetuas más largas que las de los más horrendos crímenes. Mediante este lindo artificio, en definitiva y para cualquier efecto práctico, el Estado termina yendo a medias con las ganancias del célebre mercado y actuando como si fuese el dueño de la mitad de todas y cada una de las empresas de cualquier tamaño, y como si él solo agregase el sexto del valor terrestre, lo que le permite realizar galácticas inversiones en armamentos para desarrollar inverosímiles colmillos y proteger mundialmente, cerrando el ciclo virtuoso, los intereses de las transnacionales que tan bien lo amamantan. El tercer orden de esta segunda clase lo constituyen un conjunto de pequeñas naciones, islas en su mayoría, que, sin poseer una industrialización avanzada, sino más bien concentradas en la prestación de servicios turísticos, comerciales y financieros, muchas veces en manos extranjeras, pero con una fuerza de trabajo altamente capacitada y bien remunerada e instalaciones e instituciones diversas con calidad de primer mundo, terminan por encajar dentro de esta clase de sociedades capitalistas. Estamos hablando aquí de especies, sobre las que lamentablemente existe poca información y gente a quien preguntarle, como las Bahamas (49) y las islas Seychelles (50).
La tercera clase la constituyen las especies nacionales con células cuyos núcleos y genomas se encuentran en un proceso de mutación, con ganas de tornarse irreversible, de mercantilista hacia capitalista, y con fuerzas de trabajo crecientemente tecnificadas y en proceso de tecnologización. Aquí estamos hablando otra vez de tres órdenes, en donde, en el primero, nos interesa destacar la presencia de cuatro naciones latinoamericanas, con un importante grado de industrialización efectivamente capitalista y que inclusive parecieran tener intenciones, a juzgar por mutaciones paralelas en sus protoplasmas, de avanzar a mediano y largo plazo hacia esquemas socialistas, es decir, tres de las naciones nuestras con sistemas educativos más sólidos: Argentina (38), Chile (40) y Uruguay (45), y la que quizás merecería, por su abultado tamaño, estar en un orden o por lo menos suborden separado: Brasil (70). Si Venezuela (74) se pusiese las pilas, abandonara sus fantasías y se restease con la puesta en práctica de su extraordinaria Constitución, con la creación de un verdadero sistema educativo o de mucha mayor calidad que el actual, y una más robusta generación de empleos estables y cooperación entre el sector estatal y el privado, podría tranquilamente entrar en este grupo. Luego viene el orden de naciones con especies como la de México (52), resueltamente en andanzas modernizadoras y con ganas de mutar hacia el orden anterior pero a quienes, en el mismo caso charro por demasiado vecino de los EUA, se les está haciendo difícil instrumentar su vocación socialista a largo plazo. Y, finalmente, el grupo de pequeñas naciones, nuevamente islas o territorios con escasas poblaciones, que, análogamente a sus homólogas ya capitalistas, se encuentran en procesos de mutación nuclear de mercantilista a capitalista y no basados en la industrialización, sino en la capacitación de su fuerza de trabajo para fortalecer sus servicios turísticos, comerciales y financieros, la mayoría de ellas con el patrón de capitalismo europeo en la mira, como Chipre (28), Barbados (31), Malta (34), Costa Rica (48), San Cristobal y Nieves (54), y quizás Tonga (55), Trinidad y Tobago (59) y Mauricio (65); y las demás sin esta vocación, como podría ser el caso de Panamá (62).
La quinta clase -no, no es un error, sino a propósito que estamos dejando la cuarta clase de última- la constituyen el grueso número de naciones extrapobres, africanas en su totalidad, del grupo llamado por el PNUD de "Bajo Desarrollo Humano" y a veces conocido como Cuarto Mundo o, más elegantemente "LDCs" (
Less developed countries), con núcleos eminentemente feudales, fuerzas de trabajo predominante y hasta escasamente rural-artesanales, ingresos per cápita comunmente por debajo de los mil dólares anuales, o sea tres dólares diarios en promedio o menos, con poblaciones analfabetas por lo común en más de un 50% y esperanzas de vida al nacer por debajo de 50 años, con tendencia, entre el SIDA y el paludismo, a bajar antes que a subir, y protoplasmas escasa o casi nulamente mercantilizados o tecnificados. Aunque, quizás con un mayor conocimiento, sobre todo directo y no datesco, pudiésemos distinguir órdenes o subgrupos dentro de ellas, por ahora las dejamos como una sola clase, integrada cuando menos por: Senegal (156), Eritrea (157), Nigeria (158), Tanzania (159), Guinea (160), Ruanda (161), Angola (162), Benin (163), Malawi (164), Zambia (165), Costa de Marfil (166), Burundi (167), Congo (168), Etiopía (169), Chad (170), República Centro Africana (171), Mozambique (172), Mali (173), Níger (174), Guinea-Bissau (175), Burkina Faso (176), Sierra Leona (177) y compañía. Aunque bien sabemos cuanto le disgustan a nuestros amigos académicos de izquierda las comparaciones, y sobre todo las que parecen lineales -aunque en el fondo no lo sean, pues simplemente consideran un parámetro de evolución haciendo momentánea abstracción de los otros, para efectos de análisis, como cuando decimos que fulano está mas gordo que zutano, sin por ello implicar que es superior al otro como persona...- se nos hace difícil no ver en las realidades estructurales o genéticas de estas naciones rasgos que, más allá de las evidentes diferencias introducidas por la presencia de unos cuantos vehículos automotores, computadores o celulares, nos evocan las imágenes de lo que intuimos fueron las realidades europeas occidentales -pues, nos agrade o desagrade, es el continente con la historia más exhaustiva y profundamente estudiada, y del que por tanto podemos extraer más patrones de referencia-, de los siglos V al VIII, cuando se había derrumbado el régimen esclavista romano pero todavía los godos no habían organizado sólidamente sus feudalismos y reinaba un estado de desorden y precariedad institucional.
Y, dentro de la cuarta clase, en donde vemos a Venezuela (74), a la mayoría de naciones latinoamericanas, a los países petroleros de la OPEP, a China (81) y a Cuba (51), se halla el más de un centenar de países salidos o saliéndose de feudalismos o latifundismos y regímenes políticos autocráticos diversos, a veces envueltos en distintas fachadas dizque democráticas y dizquedizque socialistas, y a veces con polos o enclaves internos de produción capitalista, pero con fuerzas de trabajo muy desigualmente capacitadas y empeñados en una tecnificación o hasta modernización o tecnologización a las que con frecuencia temen o ven con suma desconfianza, pues para ellos hablar de ciencia, tecnología, democracia, mercados, libertad,... es como conversar sobre sogas en la casa del ahorcado, en una palabra, el vasto y tradicional Tercer Mundo, a veces alias mundo de los "no alineados", que a menudo, en nombre de rechazar un capitalismo que no conoce y/o de enfrentar imperios con poderíos que no imagina, pero a los que supone responsables de sus propias calamidades, se ha pasado ya siglos patinando en los mismos pantanos, sin darse cuenta de que no es que su discapacitación sea la consecuencia de las dominaciones imperiales sufridas, sino que es esencialmente al revés: que estas indiscutibles dominaciones son, antes que nada, una manera mediante la cual los poderosos se han aprovechado y se siguen aprovechando de su discapacitación. Como quiera que la gama de situaciones de este tercer mundo es harto variada, y que seguramente ameritaría de la definición de varios órdenes, hemos reservado, en nuestra megametáfora de las referencias a las estructuras de tipo europeo, el extenso lapso que va desde los feudalismos mínimamente mercantilizados del siglo IX, a lo Haití (146), que por poco entran en la quinta clase mencionada, hasta los mercantilismos más maduros del tipo inglés o francés del siglo XVIII, en donde situamos, o al menos más cerca de estos últimos que de las primeras estructuras, la médula o núcleo de la sociedad venezolana contemporánea, y ante los cuales se plantea, como un descomunal desafío, el reto de convertir en realidad, como ene más muchas veces se repitió hasta la saciedad durante los primeros años de este gobierno, nuestra vigente, valiosa y promodernizadora Constitución.
Después del Caracazo, y antés de que supiésemos de la vida del actual Presidente, ya se había desatado larvada e informalmente toda la confrontación social que atestiguamos, con expresiones tales como el disparo de los indicadores de seguridad y delitos de toda índole, los miedos a salir de noche, la creciente extraterritorialidad de muchos barrios, suburbios y áreas sin ley de las grandes ciudades, los cobros de peajes, vacunas y rescates de los no trabajadores o productores a los que sí lo son, los crímenes no sólo sin "justificación" delictiva sino hasta sin explicación humana alguna, el auge de la pugnacidad en el lenguaje y de la manifestación de rabias violentas por un quítame de ahí esa pajita, etc. Como botón de muestra señalaremos uno que, en su momento, captó poderosamente nuestra atención, cual fue que durante el Censo nacional de 1990, al año siguiente del desastre aquél y cuando sólo sus padres y algunos contertulios y compañeros de tropa sabían del actual Comandante en Jefe, muchos de los barrios y cerros del país sacaron a pedradas a los empadronadores y no se dejaron censar ni entrevistar por el Estado, a quien simplemente vieron como el odioso gobierno del gocho de marras. Esto significa, como lo han señalado, aunque pareciera que con intenciones distintas a las de aquí, voceros oficiales, que con o sin el golpe de febrero de 1992 ya esto se estaba yendo a pique, por lo cual es relativamente válido, y perdone el lector delicado la expresión, pero se me extraviaron no sé cómo las maneras elegantes de decirlo, que, en cierto modo y por extraño que parezca, este golpe y el proceso subsiguiente han venido a poner cierto "orden en la pea".
A donde queremos llegar es a que estamos convencidos de que el mandato histórico del actual gobierno no es otro que el de impulsar la más que ansiada modernización del país, con un contenido que no puede brincarse a la torera, aunque tampoco tiene por qué limitarse a este horizonte, los logros capitalistas o modernos de los siglos XIX y XX, en el talante de lo que están haciendo ya países como Brasil y Chile. Para esto fue electo desde hace más de diez años y ello está claramente pautado en el librito azul bolivariano y no en el rojo rojito socialista de Mao y sus imitadores. Ésta y no otra es su misión, sin que puedan servir de excusa justificatoria, para no asumirla, las maquiavélicas maquinaciones de que ha sido y sigue siendo objeto el país por parte de las más oscuras e hipócritas fuerzas oposicionistas, que, en nombre de la libertad y la democracia, han hecho pulular desde guarimbas y saboteos hasta golpes y magnicidios frustrados, y cuya consigna implícita, que en definitiva lo que plantea es la restauración del bipartidismo de ayer, pareciera ser algo como: ¡Frente al socialismo del siglo XXI, mercantilismo del siglo XVIII! Someter al país a este dilema esquizofrénico entre la restauración del atraso mercantilista, ante el cual el pueblo es ya fóbico, y un más que inviable imposible salto extralargo hacia el futuro socialista, es una manera segura de que este quinto lapso de nuestro análisis termine en quien sabe qué tipo de cataclismo político, sísmico, meteorológico o de otra índole, para sumirnos en alguna aventura de extrema derecha que tampoco sabemos a dónde nos conducirá.
El estrés delirante e ignorante de las exigencias del presente, en suma, enarbolado por quienes pretenden obligarnos a vivir en el pasado o en el futuro, en la desgracia o en la gracia, en la frustración o en el heroísmo, en el subsuelo o en el cielo, en la plutocracia o en la oclocracia, es la fórmula para que los venezolanos sigamos perdidos en nuestra feria de ilusiones, haciendo caso omiso del legado directriz de nuestro Libertador, a quien mucho citamos con aquello de "...necesitamos trabajar mucho para regenerar el país y darle consistencia. Por lo mismo: paciencia y más paciencia, constancia y más constancia, trabajo y más trabajo, para tener patria...", pero que en la práctica lo instrumentamos como "...necesitamos joder mucho para hundir el país y mantener sus ilusiones. Por lo mismo: precipitación y más precipitación,
caprichos y más caprichos, destrabajo y más destrabajo, hasta quedarnos sin patria..."
Ayúdenme, queridas lectoras y lectores, con el testimonio de que sí lo dije el 24 de julio de 2009, a manera de flor emocional sobre la tumba virtual del Padre de nuestra Patria, en el bicentésimo vigésimo sexto aniversario de su alumbramiento.
C´est fini.