viernes, 3 de julio de 2009

Implantados y divididos: las versátiles dicotomías del pueblo ecuatoriano

Tras sus divisiones entre serranos y costeños, amerindios y mestizos, virreinatos de la Nueva Granada y del Perú, bolivarianos y sanmartinistas, conservadores y liberales, laicistas y clericales, hacendados y comerciantes, industriales y petroleros, Quito y Guayaquil, militares y civiles, dictaduras y democracias, Ecuador, que siempre ha estado en la mitad del mundo y entre volcanes y selvas, se ha quedado también a mitad de camino entre muchas otras cosas, y todo ocurre como si el pueblo ecuatoriano poseyera una propensión congenita a las dicotomías, y otra, aprendida, a no superarlas.

Cuando se inició la conquista de América por los europeos, en un entorno del año 1500, también se inició la dominación, por los incas, de los habitantes originarios del actual Ecuador, quienes, a su vez, ya se hallaban divididos entre los cayapas, colorados, jívaros y otros, pobladores de las zonas costeras o selváticas, que eran pescadores, cazadores, recolectores de vegetales y extractores de sal; y los moradores de las zonas montañosas: pastos, paltas, caranquis y otros, quienes, bajo la hegemonía de estos últimos y según la influencia de sus vecinos chibchas del norte, estaban organizados en aldeas agrícolas jerarquizadas que cultivaban maíz, papas, frijoles, y ahuyamas o calabazas; domesticaban perros y cobayos, y dominaban artesanías manufactureras como las cerámicas, textiles y de la orfebrería. A la muerte del Inca Huayna Cápac, en 1525, éste dejó su imperio dividido entre sus hijos Atahualpa, el heredero natural, a quien dejó el reino del norte, y Huáscar, engendrado con una princesa incaica favorita, a quien le dejó el reino del Cuzco en la parte sur. En el enfrentamiento, aparentemente surgido de la pretensión hegemónica de Huáscar, resultó vencedor Atahualpa, quien apenas pudo saborear su victoria, pues, como ya lo reseñamos en otro artículo sobre los pueblos andinos, fue capturado y ejecutado por los españoles en 1533.

La región de la sierra ecuatoriana, sin embargo, quedó por dos décadas más fuera del control español, hasta que Sebastián de Benalcázar, lugarteniente de Pizarro, conquistó el territorio en los años 1550, estableció la Real Audiencia de Quito, adscrita al Virreinato del Perú, reemplazó la recien constituida nobleza incaica, todavía en proceso de aprendizaje del quechua, por peninsulares españoles, e inició el característico proceso de implantación por arriba, al estilo peruano o boliviano. No obstante, debido a la menor cuantía y vocación de sumisión de los estratos inferiores, este esquema transculturador se agotó prematuramente, y dio paso a un nuevo proceso de miscigenación o hibridación sexualmente asimétrica, con la consiguiente organización estamental de la sociedad según el cómodo método de los tonos de piel. Bajo el régimen de mitas (para las extracciones mineras) y repartimientos o encomiendas (para la producción agrícola), la nueva sociedad ecuatoriana quedó por siglos estratificada así: en la cúspide los peninsulares, luego los criollos o blancos por autodefinición (con sangre indígena apenas perceptible) nacidos en América, más abajo los cholos (con evidentes rasgos indígenas), y en la base los indígenas o amerindios, que hasta nuestros días continúan hablando en quechua.

También, según su conocida evolución, cuando la sobreexplotación y las epidemias surtieron el efecto del decaimiento poblacional, el sistema comenzó a ser reemplazado por el más claramente mercantil, pero no todavía más humanizado, esquema de haciendas vinculadas a la importación de esclavos. Las zonas costeras, por sus riesgos palúdicos, permanecieron casi deshabitadas hasta bien avanzado el siglo XVII, cuando los europeos comenzaron a emplear la quinina - que ya conocían, para otros usos, los indígenas, pues, por razones no claras, eran inmunes al paludismo o malaria-, se inició la producción en plantaciones o haciendas de cacao, y también por aquí se trajeron contingentes negros de África. De esta mezcla entre indígenas, españoles y negros africanos surgieron los llamados montuvios, con un estatus claramente inferior a los cholos, ligeramente por debajo los indígenas y por encima de los refuerzos negros, y todos estos nuevos estamentos pasaron a ocupar la base de la pirámide jerárquica ampliada. El lado selvático u oriental del Ecuador, difícilmente penetrable y habitado por los ariscos jívaros y tribus afines, permaneció y continúa todavía, como tantas otras regiones de la selva amazónica, relativamente despoblado. Jorge Icaza, con su Huasipungo, nos ha dejado un crudo relato de los empeños, que han llegado hasta nuestros días, por extender el régimen de la explotación haciendística hasta la selva y el sector maderero.

La independencia del pueblo ecuatoriano respecto del imperio español, si bien fue la primera en proclamarse, en 1809, estuvo entre las últimas en consolidarse, pues, pese a que Guayaquil logró independizarse, bajo el liderazgo de Olmedo, a fines de 1820, debió esperar hasta la intervención de Bolívar y, más directamente, de Sucre en Pichincha, en 1822. Tras la famosa y misteriosa Entrevista de Guayaquil, en julio de 1822, en donde Bolívar y San Martín discutieron el destino de la provincia de Guayas (con capital Guayaquil), que se debatía entre las posturas colombianista, peruanista e independentista (u olmedista), San Martín se retiró del panorama político americano y tanto Quito como Guayaquil, y por tanto Ecuador, pasaron a integrar la Gran Colombia, bajo el mando de Bolívar. Cuando, en 1830, se consumó desgraciadamente el miope afán separatista de Venezuela respecto de la Gran Colombia, Ecuador aprovechó para declarar también su separación. Lo que siguió, después de la muerte de Bolívar y el asesinato de Sucre, quien debió ser el Presidente de Ecuador, fue una amarga y mezquina pugna entre el polo de poder guayaquileño o costeño, de vocación mercantil y liberal, liderado por Vicente Roca, heredero de los afanes independentistas de Olmedo, y el polo quiteño o serrano, de vocación agrícola y conservadora, encabezado por el venezolano Juan José Flores, émulo de Páez en su pujo antibolivariano.

Tras el desgaste por las pugnas entre liberales y conservadores, guayaquileños y quiteños, mercantilistas y latifundistas, costeños y serranos, emergió la férrea dictadura de Gabriel García Moreno (1860-75), quien, con una conocida fórmula pero yendo mucho más allá que el promedio latinoamericano, pretendió superar todas las disyuntivas ecuatorianas a través del autoritarismo y de... la alianza estratégica con la iglesia católica, en quien formalmente delegó las funciones de educación y salud y muchos otros roles del Estado. Tras el tampoco nunca aclarado asesinato de García Moreno sobrevino un largo período con pugnas y pretextos divisionistas de todo género, con progresiva hegemonía del liberalismo guayaquileño, hasta que, ya avanzado el siglo XX, surgió un nuevo caudillo fuerte, personalista y caprichoso, José Velasco Ibarra, quien, desde 1934 y hasta su muerte en 1979, gobernó cinco veces la nación y fue derrocado por fuerzas militares todas las veces menos una. Pese a que en años recientes los indicadores de producto interno bruto se han incrementado gracias al ingreso petrolero, no por ello parecen haberse dado pasos duraderos hacia algún modelo de desarrollo sustentable, e incluso comienzan a quedar amenazadas actividades agrícolas tradicionales, como la producción de bananos, en donde Ecuador ha llegado a ser el tercer productor mundial.

Con semejante pugnacidad e inestabilidad, no es de extrañar que el Ecuador, con sus más de catorce millones de habitantes -en el octavo lugar, cercano a Chile-, no se encuentre entre las naciones latinoame- ricanas líderes en Desarrollo Humano, calidad de vida, ingreso real per cápita o superación de la pobreza, sino en los términos medios, o sea, separada también, sobre todo gracias a su citado ingreso petrolero, de las más rezagadas.

Con aproximadamente un 40% de amerindios altamente desincorporados de las actividades productivas, políticas y culturales, el país sigue arrastrando una pesada rémora de su dicotómico pasado. Las antiguas rivalidades entre liberales y conservadores, guayaquileños y quiteños, etcétera, se han redefinidido modernamente como diferencias entre socialdemócratas y socialcristianos, sin que pueda darse por descontada su superación. La nueva riqueza petrolera y gasífera ecuatoriana, desatada en los años setenta en las zonas costeras del Golfo de Guayaquil y, sobre todo, en la selva amazónica, ha venido a inclinar la balanza en favor de la costa/selva y contra la sierra, pero también ha introducido nuevos dilemas, entre el rentismo petrolero y el desarrollo diversificado agroindustrial del país, o entre el crecimiento acelerado y la preservación de los equilibrios ambientales.

En la actualidad, aunque es aún demasiado temprano para emitir opiniones en este blog, parecieran estar soplando vientos superadores de tanta cháchara fundamentalista, aunque también emerge el riesgo de que los maniqueísmos anteriores, entre liberales y conservadores, con sus versiones posteriores, sean rebautizados, con el agua bendita de la renta petrolera, como conflictos entre socialistas y capitalistas. Si así fuese, es decir, si la atención a los problemas y la transformación de capacidades siguiesen dejadas de lado en nombre del principismo esteril, entonces, desgraciadamente, el pueblo ecuatoriano correría, a nuestro terrenal parecer, el riesgo de aquel famoso asno de Buridán, que murió de inanición por no poder elegir entre dos montones de heno situados a igual distancia, excepto que despierte, se centre en sus necesidades, comenzando por las alimentarias, y se decida a abandonar el resbaladizo mundo de los falsos dilemas.

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