martes, 14 de julio de 2009

Hibridados e ilusionados (II): la heroica lucha de los venezolanos por la independencia y sus frustrantes resultados

Confiamos en no provocar ninguna protesta de los historiadores profesionales, y tampoco abusar de la paciencia de lector alguno, si, dentro del lapso de aproximadamente ochenta años, clásicamente considerado como de la Conquista o colonización militar de Venezuela, que va desde el fugaz tránsito de Colón por Paria, en 1498, hasta 1577, cuando se convierte de hecho a Caracas en capital de la provincia, al fijar allí su residencia el gobernador Juan de Pimentel, reorganizamos la información de que disponemos y distinguimos tres sublapsos o períodos fundamentales. El primero, de unos treinta años, dedicado al avasallamiento de los pueblos indígenas caribes pobladores del nororiente y las islas de Cubagua, Coche y Margarita, que culmina con el agotamiento de los ostrales de Cubagua y la mudanza a Coro del centro de operaciones guerreras hispánicas, ambos hechos ocurridos en torno a 1528; el segundo, concentrado en el arrase y la casi aniquilación de los pueblos y la cultura de filiación arahuaca, en el noroccidente del país, llevada a cabo en buena medida por los designados conquistadores alemanes, los llamados Welser o Belzares, que culmina con la ejecución de los últimos teutones a manos españolas y la consolidación de El Tocuyo como inexpugnable plaza fuerte principal de la conquista del territorio noroccidental y base de operaciones para la conquista definitiva de todo el resto del país, en torno a 1548; y la fase final, de otros treinta años, más o menos, consagrada a la derrota definitiva de los pueblos rebeldes restantes, sobre todo caribes del centro y norte, en los fértiles valles de Caracas, Aragua y alrededores.
En aras de la brevedad que se nos reclama, como atributo supuestamente inherente a todo aquello que se escriba vía blogs, y aprovechando que tampoco existe una sólida documentación de lo que fue este proceso de conquista, que bien podría ser llamado de hecatombe o exterminio, al punto de que no se dispone, que sepamos, de información cuantitativa sobre la magnitud del desastre, lo cual ha contribuido, como ya lo hemos sugerido, a que la gran mayoría de venezolanos ignoremos el ABC de nuestro pasado prehispánico, daremos sólo algunas pinceladas gruesas sobre lo que entendemos ocurrió en dichos tres períodos, cuando, como también ha quedado dicho, se quiso hacer tabla rasa con quince mil años de cultura, confirmando una vez más como siempre es más fácil destruir que construir.

Puesto que el primer período aconteció plenamente en circunstancias en que los conquistadores, claro que interesadamente, adoptaron la tesis de que los indígenas no eran personas sino animales, es decir, antes de que el fraile Bartolomé de Las Casas, valientemente, le explicara al mundo dizque civilizado, en 1542, lo que aquí estaba pasando, en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, y lograra la aprobación de las Leyes Nuevas, en donde se estableció la condición humana de los naturales, vale afirmar que más que a una conquista o invasión, esta experiencia se pareció a un conjunto de expediciones, cacerías o safaris. Estos fueron organizados, primero, desde la isla de La Española, y luego con campamentos in situ, que implicaron una superexplotación más allá de lo simplemente despiadado: se desconoce cuantas decenas o tal vez centenas de millares de indígenas perecieron con la práctica, descrita por el padre Las Casas como "infernal", en donde se les obligaba a zambullirse en el agua para extraer perlas, "desde que sale hasta que se pone el sol", so pena de torturas o descabezamientos si se negaban, y alimentándolos básicamente a base de casabe y de las propias ostras que sacaban. Aunque no se ha podido estimar el número de víctimas, dejo como ejercicio "para la casa" de lectores acuciosos, preferiblemente avezados en el consumo de ostras, el cálculo de cuantas zambullidas -sin tanques ni snorkels...- para sacar ostras harán falta, tomando en cuenta que no en todas las zambullidas se consiguen ostras, que la inmensa mayoría de ostras naturales carecen de perlas, y mucho menos de algún valor comercial [estimo que, en mi vida, debo haber comido algo así como unas cincuenta docenas de ostras, y una sola vez, en Porlamar, me salió una perlita mínima...], y que el peso de una perla aceptable anda por el orden de unos 3 gr, para extraer la bicoca de doce toneladas de perlas que se estima fueron sacadas durante esos treinta años de nuestras islas orientales, de donde tristemente le viene su aparentemente alegre nombre a nuestra Margarita.

En cuanto a la segunda fase, que también se efectuó casi toda antes del mencionado decreto real, tampoco existe una satisfactoria documentación, pero, a juzgar por el hecho de que ha sido en años recientes, en las últimas dos o tres décadas, que se han venido a desenterrar los restos de lo que fue la cuasi-civilización noroccidental arahuaca, podemos hacernos una idea de cuán radical fue el proceso practicado de deculturación. Tan violento fue el estilo de los Welser que nuestro circunspecto Gil Fortoul, en su Historia Constitucional de Venezuela, describe, citando a varios cronistas de Indias, como uno de ellos, Ambrosio Alfínger, solía arrear largas reatas de indios encadenados y con argollas al cuello, y, "cuando uno se cansaba, para no deshacer la fila ni interrumpir el viaje, le cortaba la cabeza". Tras casi dos décadas de matanzas y devastación de esta región, después de intentos de pactos con el cacique Manaure que fueron burlados a la llegada de los alemanes, con avances y retrocesos en el enfrentamiento a los vocacionalmente pacíficos pobladores, cuyo régimen de aldeas agroalfareras tenía su asiento principal, muy probablemente, en torno a Carora, lo más parecido a un centro de gravedad del mundo indígena prehispánico, los conquistadores lograron por fin, en 1545, establecer su centro permanente de operaciones en El Tocuyo, y adoptaron, en adelante, la política de "no despoblar lo poblado". Desde El Tocuyo, ya bajo el esquema moderado por el espíritu de las Leyes Nuevas, y con la llegada de los primeros grupos de familias completas de peninsulares, se organizaron las expediciones pobladoras de Borburata (1548), Barquisimeto (1552), Valencia (1555), Trujillo (1558), Caracas (1567) , Carora (1569) y otras ciudades. El espíritu incipientemente civil de la colonización, sin embargo, no fue obstáculo para que se dirimiera por la fuerza la hegemonía entre españoles y alemanes, cuando Juan de Carvajal, recién nombrado gobernador y capitán general, apresó por desacato y colgó en la plaza del mercado tocuyano a los últimos alemanes, Felipe de Hutten y Bartolomé Welser, junto a sus lugartenientes, con el detalle de que también él fue capturado y ajusticiado poco después.

La fase final de la conquista, la más conocida en nuestros libros de historia y difundida en el imaginario cultural nacional, de no ser por la alevosía hispana estuvo cerca de parecerse a una guerra convencional, puesto que todos los últimos bastiones caribes, arraigados en los valles del centro-norte venezolano, y bajo pelotones al mando de los caciques Naiguatá, Guaicamacuto, Aramaipuro, Chacao, Baruta, Parnamacay, Paramaconi, Chicuramay y otros, se unieron en un especie de ejército bajo el mando de Guaicaipuro, lograron salir airosos en refriegas contra Francisco Fajardo (reputado como el primer mestizo venezolano de relieve, y, para algunos como el "primer venezolano"), Rodríguez Suarez y Narváez, y se dispusieron a capturar la recién fundada Caracas. En este intento, no obstante, en la principal y tal vez única verdadera batalla contra los españoles, en 1568, fueron repelidos y, cuando se replegaban para reorganizarse, un comando de ochenta soldados españoles logró dar con el escondite de Guaicaipuro, prenderle fuego a la choza donde se hallaba y darle muerte en combate junto a una treintena de los suyos. A veintitrés de los caciques sobrevivientes se les ofreció, al año siguiente, una tregua si se pacificaban, sólo que cuando se disponían a cerrar las conversaciones, se les apresó, so pretexto de intenciones "traidoras", y se les dio muerte con martirios. Sólo escapó, al menos según lo que recogen los libros escolares y gracias a la heroica mentira del indio Cuaricurián, que se hizo pasar por él, el cacique Chicuramay.

La razón por la que nos hemos detenido en estas insuficientemente conocidas peripecias del proceso de conquista consiste en recalcar que, bajo ningún respecto, se trató del desplazamiento de tribus dispersas o privadas de cultura, como ciertos respetables autores parecen sugerir, reservando la posesión de cierta cultura elemental sólo para los aborígenes andinos, quienes fueron conquistados desde el Nuevo Reino de Granada (o sea, desde Bogotá), en expediciones en busca de minas de oro, en las últimas décadas del siglo XVI. De este proceso, y la consiguiente derrota indígena, que no deberíamos dudar en considerar al menos como precursor, o quizás hasta inicio, de la lucha por la independencia nacional contra el imperio español, data el éxodo de las escasas poblaciones indígenas sobrevivientes hacia los despoblados llanos, selvas y tepuyes, alejados de las principales zonas urbanas actuales, en donde habitan, en nuestros días, los aproximadamente medio millón de indígenas de nuestro último XIII Censo, con un 60% de wayúus o guajiros, y otros pocos kurripacos y de otras etnias, de filiación arahuaca; algo como un 12% entre pemones, kariñas, yukpas, yekuanas y afines, de filiación caribe; y el resto, waraos o guaraúnos, guahibos o jivis, yanomami o guaicas, piaroas y otros, en pequeños porcentajes cada una, de filiación principalmente tupí-guaraní o chibcha .

Lo que siguió, desmantelada ya la resistencia indígena organizada, es la larga y mucho más conocida y documentada etapa de la colonización civil o Colonia en sentido estricto, por lo cual ahorraremos detalles, no sin dejar constancia de nuestro pesar por no examinar, hasta nuevo aviso, el proceso de conversión de las encomiendas en haciendas, con la consiguiente traída masiva de esclavos africanos para reemplazar la escuálida fuerza laboral indígena, el rol de la iglesia y del Santo Oficio de la Inquisición durante la colonia, las técnicas de deculturación y de asimilación de los aportes indígenas a la cultura establecida, las relaciones entre el régimen de producción local y el decadente mercantilismo español, la relativa autonomía de los terratenientes criollos respecto de las autoridades coloniales de la Audiencia de Santo Domingo y hasta la llegada de la Compañía Guipuzcoana, las reacciones contra la llegada de ésta y sus pretensiones de tecnificación y control de las actividades exportadoras, las relaciones entre la producción de maíz, granos y otros alimentos para el consumo local, y la producción de azúcar, cacao, tabaco y cueros para la exportación, el valor -pese a todo- de los importantes y que importa si involuntarios legados culturales hispánicos, con el idioma en el lugar más destacado, y otros temas harto interesantes.

Es más, daremos por conocido todo el proceso de la colonia y nos iremos directamente a los comienzos del siglo XIX, cuando, tomando en cuenta estimaciones de Andrés Bello, Luis López Mendez, Humboldt y otros, podemos redondear la población total a un millón de habitantes en 1810, distribuidos aproximadamente, según la estructura oficial de siete castas de la sociedad colonial, de mayor a menor estatus, así: un 1% para la casta superior de españoles blancos peninsulares, y un algo así como 19% para la de blancos criollos y canarios; un 45% para las tres castas siguientes de mestizos o pardos: mestizos en sentido estricto (de blanco e india), mulatos (de blanco y negra) y zambos (de indio o india con negra o negro), sin distinciones numéricas disponibles para cada una de ellas; cerca de un 30% de indígenas, y, al fondo, por más oscuros y oprimidos, algo como un 5% de negros. Todos los derechos civiles y políticos coloniales, y hasta las maneras de vestir y los lugares para andar, estaban estrictamente determinados por esta estructura de castas, con una miríada de restricciones, prohibiciones y obligaciones de toda índole, a veces combinadas con limitaciones de orden clasista, como, por ejemplo, la "limpieza de sangre" exigida para entrar al seminario o la universidad, que exigía no sólo un pedigree racial inmaculado, sino también la ausencia de dedicación de cualquier antepasado a "oficios viles o mecánicos", es decir profesiones artesanales, técnicas o productivas en general. Los delitos de las castas inferiores eran severamente castigados, sin juicio previo alguno y no sólo por comisión de delitos visibles sino por supuestos malos pensamientos y hasta por mero capricho o rabia de los amos, al límite de que el sabio e insospechable de extremismo Alexander von Humboldt relata en sus escritos que "...en Caracas, pocas semanas antes de mi llegada a la provincia, un hacendado que no poseía sino ocho negros hizo perecer seis, azotándolos de la manera más bárbara..."

Y de nuevo, en nuestro renovado afán de brevedad, omitiremos también cualquier descripción del proceso de la lucha emancipadora, al que supondremos razonablemente conocido por nuestros lectores, bachilleres de la República o casi, para ir directos al meollo de nuestro punto de hoy, cual es el de que contra este pretendidamente de inspiración divina pero sospechosamente diabólico orden de cosas, y como resultado de la acumulación de rabias durante tres siglos de desangramientos, atropellos y humillaciones, en 1810 se dispara la más airada y compartida reacción de buena parte de los miembros de las seis castas inferiores, o sea del pueblo, integrado por el 99% de la población, liderado por la segunda casta, la de los criollos, contra el 1% de la casta peninsular superior. Esta lucha fue concebida, primero, en respaldo al monarca español despojado de su corona por el invasor francés, pero rápidamente, en buena dosis debido al liderazgo de Bolívar y Miranda, contra toda dominación colonial y por la independencia nacional en general. En sus inicios se dio la rara confluencia -que luego, por razones que consideraremos brevemente, tuvo que ser reconstruida y sólo a medias-, al decir de El Libertador, entre la gran masa iletrada, que tradicionalmente suele ser fácilmente manipulable por las fuerzas conservadoras, y la mayoría de la élite inteligente, que usualmente se divide entre conservadores y partidarios del cambio. Y fue así como se gestó el ambicioso y más visionario proyecto de cuantos jamás haya tenido Venezuela, de la que debió ser una revolución sostenida o permanente, de triple propósito, con miras a ajustar cuentas, para empezar, con los rasgos dominantes de la sociedad esclavista; luego barrer con los elementos feudales, latifundistas y corruptos, y fortalecer y sanear el incipiente mercantilismo, de base técnica, abriendo relaciones comerciales con un amplio conjunto de países americanos y europeos; y despejar, por último, el camino, vía alianzas estratégicas con Inglaterra, con educación y obras de infraestructura a cambio de materias primas, hacia un futuro capitalismo o sociedad de corte tecnológico. El elemento cohesionante de toda esta transformación de aliento futurista debió ser el fortalecimiento de la identidad nacional sobre los pilares de la moral y las luces, al lado de la reivindicación de la dignidad de todos los productores y trabajadores con todos los matices de pieles.

Aun cuando los resultados del promedio latinoamericano sugieren que, en cualquier caso, era extremadamente difícil alcanzar las altas expectativas planteadas, en los hechos no sólo aconteció que fueron muy magros los logros, sino también que los costos quedaron muy por encima de cualquier pronóstico. Las cosas hubiesen salido de la manera relativamente poco cruenta con que ocurrieron en algunas otras colonias, a no ser -nos detendremos aquí porque sospechamos que este factor ha sido gravemente subestimado en nuestras historias- por el inoportunísimo, y más devastador de todos los sismos conocidos jamás habidos en el país, terremoto ocurrido el Jueves Santo 26 de marzo de 1812 a las 4:37 de la tarde, cuando estaba el grueso de la devota población en plan de visitas a los siete templos y rezos al Nazareno, y en Mérida media hora después cuando también ocurrían actos litúrgicos y llovía fuertemente. Este cataclismo, cuya intensidad ha sido evaluada por nuestros sismólogos modernos en alrededor de 9 según Mercalli modificada o de más de 7 según Richter, que tuvo epicentros simultáneos en Caracas y Barquisimeto, y luego en Mérida, dejó alrededor de 20000 a 30000 víctimas (entre el 2 y el 3% de la población total), la mitad de ellas en Caracas (en donde pereció algo como el 10 a 15% de la población), convirtió en represa el río Yurubí, cambió el curso de las quebradas y del Guaire en el Valle de Caracas, en donde se informó de aguas fétidas y calientes que brotaron de la tierra, y provocó un caos tal que en la Gaceta de Caracas, el periódico oficial, se propuso formalmente la idea de mudar la capital a la zona más segura de la "hermosa explanada de Catia".

Por supuesto que, sin que cuente aquí con que fe, la jerarquía eclesiástica aprovechó para sentenciar que se trataba exactamente de un castigo de Dios por la insubordinación contra su representante terrenal el Rey de España, y esto provocó un súbito cambio en la correlación de fuerzas, al punto de provocar la deserción de la casi totalidad del ejército que conducía Miranda, quien iba ya por Maracay, para enfrentar a Monteverde en los alrededores de Valencia. La archiconocida por los venezolanos frase de Bolívar "si la naturaleza se opone lucharemos contra ella y la haremos que nos obedezca" o algo similar, que todavía hay quienes tienen el tupé de presentarla como prueba de un espíritu arrogante, fue pronunciada en condiciones de desesperación y en circunstancias en las que poco faltó para que acabara allí todo el esfuerzo independentista. (Por cierto, fue gracias a asesores modernos como, en diciembre de 1999 y cuando la tragedia de Vargas, campeona de las calamidades venezolanas de origen natural -aunque de extracción no sísmica sino meteorológica e hidrológica-, se evitó que los más altos prelados del país dieran continuidad a la campaña, que públicamente iniciaron, de reedición de la monserga del castigo divino contra la pretensión de los nativos de dotarse de una Constitución más progresista...). La correlación de fuerzas favorables al cambio sólo pudo recobrarse, y nunca como al inicio del proceso independentista, hacia 1816, cuando Bolívar, con gran habilidad política y una estrategia del tipo que hoy llamaríamos de ganar-ganar, estableció una alianza para el cambio estructural profundo entre criollos progresistas, pardos de todas las pintas, indígenas y negros.

En todo caso, lo cierto es que, entre inmadurez política e ideológica y temores religiosos, sumadas a las tenebrosas prácticas de represión y escarmiento de las huestes realistas, a veces seguidas de contraprácticas incivilizadas del lado patriota, y errores de liderazgo diversos, la lucha venezolana por la independencia se convirtió en una de las de menores logros y la más cruenta de todo el subcontinente. Se estima, por variadas fuentes, incluida la del propio Bolívar, que en ella pereció aproximadamente un cuarto de toda la población, dejando al país en el más deplorable estado económico, político o de cualquier otro orden. Y no sólo resultaron desproporcionados los costos sociales y humanos, sino que el caos reinante fue visto como una oportunidad por las camarillas locales para culpar a Bolívar y sus más leales seguidores por todo lo acontecido, romper la unidad de la Gran Colombia y dar pie a la más grave reacción contra los líderes del proceso independentista, quienes, en contraste con sus pares de la mayoría de otras naciones hermanas, murieron en el exilio, execrados o asesinados.

Al final del extenuante y heroico esfuerzo independentista, en 1830 y años siguientes, nuestra lucha devino una suerte de parto de los montes: tras los sacudimientos y trepidaciones de montañas, emergieron unos venidos a menos ratoncitos... No sólo no se avanzó hacia la triple meta definida, sino que ni siquiera se obtuvo, sino hasta varias décadas después, y chucutamente, el más básico de los objetivos perseguidos: la abolición de la esclavitud. No se concretó, sino a medias, la erradicación del feudalismo y latifundismo, y mucho menos el saneamiento de de la corrupción y el mercantilismo estatal que, desde entonces, y con variantes menores, nos rige; y se aplazó hasta nuestros días, cuando sigue vigente, el más exigente de los desafíos planteados: el ideal de la modernización, afincado en una educación con asidero científico y desterradora de todo dogmatismo, oscurantismo y titulismo, y enfocado hacia una revalorización del mundo del trabajo que implique la transformación de las fuerzas productivas y la tecnologización y diversificación de nuestra economía. El resultado neto de esta gran frustración, el segundo de los cinco factores que anunciamos en nuestra entrega anterior, ha sido el reino de la dependencia y el destrabajo, y el aire como de falsedad que desde entonces impregna todas nuestras instituciones y discursos públicos, lo que nos hace candidatos a campeones en cualquier olimpíada de falta de seriedad económica, política o cultural que se haga en el planeta.

Pero, en lugar de echarnos a llorar por nuestra mala suerte, lo que tenemos es que hurgar en las raíces de nuestros profundos males hasta compren- derlas y extraer de allí lecciones que nos ayuden a construir un futuro digno. Eso sí, sin olvidar ni por un instante lo que ya más claro que un gallo nos dejó dicho el Padre de la Patria, en su Carta de Jamaica, a saber, que: "...no somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar éstos a los del país y que mantenernos en él contra la invasión de los invasores; así nos hallamos en el caso más extraordinario y complicado..." Cualquier simplismo en sentido contrario, ya del tipo de creernos indígenas o ya de identificarnos con los europeos o sus trasplantes americanos, no nos conducirá sino a seguir dando vueltas en el ingrato carrusel de las ilusiones...

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