martes, 21 de julio de 2009

Hibridados e ilusionados (IV): la frágil democracia venezolana atenazada por la plutocracia y la oclocracia

En la mañana del 5 de diciembre de 1988, Venezuela amaneció tranquila, relajada y confiada en su futuro. Dados los previsibles resultados de las elecciones de la víspera: 53% para Carlos Andrés Pérez, 40% para Eduardo Fernández, 3% para TeodoroPetkoff y lo demás para los de menos votos, todo el mundo estaba relativamente contento con la que lucía como una apenas treintañera y lozana democracia. AD por su victoria, COPEI por que al fin pudo tener un candidato distinto de Caldera desde su fundación más de cuarenta años atrás, y ambos por que el tal bipartidismo seguía boyante; la izquierda establecida porque pese a sus escasos votos presidenciales había obtenido casi un 15% de votos parlamentarios, y la izquierda guerrillera porque una vez más quedaba demostrado que las elecciones eran una farsa burguesa; los establecidos porque todo se veía tan igual a lo aparentemente bueno de siempre, y los excluidos por la expectativa de que, con el regreso de "El Gocho", podrían volver también algunas de las divertidas piñatas y sabrosos regalos de su primer período.

Apenas tres meses después, al despuntar el sol del 5 de marzo de 1989, todo el mundo estaba furioso y descontento con una democracia decrépita y moribunda: los excluidos por la brutal represión y los despojos acabados de sufrir, los establecidos por los recientes saqueos generalizados y el susto de una por poco guerra civil, y ambos sectores gravemente enemistados entre sí; las dos izquierdas porque se habían quedado, ahora sí, al margen, y para colmo unidas en su incomprensión del errático e indócil comportamiento de las masas, COPEI porque no pudo ni presentar las lecciones magistrales de moderna política opositora que tenía preparadas, y AD porque apenas con el primer paquete de la que debió ser una remesa destinada a provocar un rejuvenecedor shock en el paciente, éste armó una pataleta de tal magnitud que dejó pocas ganas de entregar el resto del envío y obligó a suspender la terapia de inspiración reaganiana y estilo Chicago boys. En definitiva, el tradicional régimen de partidos colapsó estrepitosamente, pasando de un 93% de votos válidos en los comicios recientísimos y cuarenta años de triunfos de alguno de los dos grandes partidos, AD y COPEI, en todas las elecciones significativas, a una impopularidad generalizada que los dejó sin líderes, les ha impedido figurar en la escena política y todavía se mantiene veinte años después. La otrora democracia modelo perdió súbitamente nada menos que su legitimidad.

¿Qué le ocurrió a nuestra flamante democracia que, como a Catherine Deneuve haciendo de vampira en aquella película El ansia, pasó en un tris de esplendorosa a horripilante? ¿Qué pasó con el régimen bipartidista que comenzaba a ser exhibido como especimen envidiable en la vidriera de modas políticas de América Latina? ¿Qué provocó una enemistad aparentemente irreconciliable entre los sectores establecidos y los excluidos, y qué extraño crimen tuvo lugar que súbitamente todos los actores del filme pasaron de ser inocentes a ser irreversiblemente sospechosos? Si lográsemos hallar una respuesta razonable a estas difíciles interrogantes, ganaríamos un fértil terreno adicional en la comprensión de la lógica de la sociedad venezolana contemporánea, y nos quedaría la mesa servida para la cuarta clave que hemos anunciado como explicativa acerca del motivo profundo de nuestra singular cultura y su feria permanente de ilusiones. Es esto lo que intentaremos seguidamente.

Tal y como lo indicamos en nuestro artículo anterior, el pueblo se quedó, en 1948, con los crespos hechos para asistir a la gestión de Rómulo Gallegos, quien condensaba la mejor promesa del segundo más completo proyecto nacional que hemos tenido, después del independentista y si exceptuamos, claro está, el sui géneris "proyecto" de la sociedad artesanal sin clases arahuaca prehispánica. Lo que siguió podemos resumirlo como una ardua lucha, con su infaltable y significativa cuota de víctimas, de todas las fuerzas "patrióticas" en contra de la dictadura impostora que, inicialmente exaltada por los influyentes vecinos del norte como patrón latinoamericano a imitar, terminó repudiada hasta por estos tutores y derrocada por el llamado movimiento cívico-militar de enero de 1958. La novedad estuvo en que, después de este derrocamiento, liderado por las mismas fuerzas políticas impulsoras del sueño antigomecista, es decir Acción Democrática, Unión Republicana Democrática y el Partido Comunista de Venezuela, que compartieron la cuota de torturas y crímenes a cargo de los cuerpos represivos del dictador militar, emergió un acuerdo para la edificación del nuevo régimen democrático, conocido como "Pacto de Punto Fijo", en donde el tercero de estos actores, el PCV, fue reemplazado sin mayores explicaciones -pero seguramente previas instrucciones del Departamento de Estado estadounidense, en el nuevo contexto de Guerra Fría- por COPEI, quien originalmente fue más bien un defensor del estatus gomecista y prácticamente no había participado en la lucha antidictatorial. Nuestra democracia, entonces, al convertir en no ciudadanos, o venezolanos al margen de la ley, a un componente fundamental de sus tenaces fuerzas forjadoras, nació con las alas emplomadas, y su vuelo, bajo las engañosas apariencias, siempre fue de pronóstico reservado.

Dicho de manera diferente, todo el proyecto modernizador que con grandes debates, masiva participación y costosas luchas había madurado en los más de veinte años desde la muerte de aquel déspota, fue declarado obsoleto ante la amenaza mundial del comunismo; y, cuando apenas un año después, la Revolución Cubana tomó partido por la URSS y en contra del imperialismo, sin que en este momento nos preguntemos por qué lo hizo, resultó que la lucha política venezolana quedó convertida en mero teatro de operaciones de una confrontación planetaria entre capitalismo made in USA y socialismo a la soviética, en donde todas las necesidades del país fueron puestas de lado.

Si las guerras son siempre ineficaces como método para construir sociedades con libertad, igualdad y fraternidad, y difícilmente eficientes para lograr, aunque sea a medias, por lo menos las primeras dos de estas cualidades y calificar como sociedades mínimamente modernas (pues esto equivale a algo así como querer fabricar un televisor o un computador a mandarriazos o con pico y pala), la guerra librada en nuestro país en los primeros sesenta fue entre ineficaz al cuadrado y absurda al cubo. Los gobiernos de AD y COPEI, pues URD pronto se sintió como convidado de piedra y se retiró del pacto, se dedicaron, en nombre del fortalecimiento de la democracia y su defensa frente al comunismo, a coleccionar violaciones a la Declaración Universal de Derechos Humanos, manipular organiza- ciones de masas e inventar políticas represivas innovadoras como la de "disparen primero y averigüen después", y, de paso, arrojar a un segundo plano las políticas económicas y educativas y aprovechar para hacer toda clase de concesiones y financiamientos al capital estadounidense, a cuenta de la sustitución de importaciones. La izquierda, azuzada primero por la URSS, que por unos años se creyó con opciones de triunfo por las malas en la Guerra Fría, y luego por Cuba, quien nunca entendió que era un peón menor en esta cuasitercera guerra mundial, se embarcó en una conflagración pretendidamente final y tricontinental (latinoamericana, africana y asiática) contra el imperialismo, se desvinculó de los movimientos de masas o hizo de ellos simples "canteras de cuadros" para las guerrillas, cometió innumerables errores en su estrategia política y militar, en donde -nadie sabe cómo- llegó al delirio de pretender que el asesinato de inocentes policías, incluso a martillazos por la cabeza, fuese una "práctica revolucionaria", y, ante la obvia escasez de proletarios vernáculos, se pasó ocho años buscando a las masas campesinas en las montañas hasta que, alrededor de 1966, descubrió que ésas se habían mudado para los cerros y suburbios en torno a las grandes ciudades.

Ante semejante festival de desvaríos políticos de derecha y de izquierda, el pueblo, tras atestiguar el diferimiento de cualquier proceso de búsqueda de soluciones a sus problemas, se dispuso a actuar, a partir de 1968, las más de las veces sin liderazgos políticos organizados, por la reivindicación de sus intereses puestos de lado por diez años. Este despertar local espontáneo, en movimientos obreros, estudiantiles, profesionales, vecinales y hasta de los pocos campesinos restantes, coincidió, por un lado, con el retorno al poder, no sin mediar los nefandos crímenes, dignos del Ku Klux Klan, de los tres principales líderes de políticas progresistas en los EUA -curiosamente apellidados por tres "K" (J.F. Kennedy, R. Kennedy y M.L. King)- de los más retrógados macartistas de los años cincuenta, encabezados por Richard Nixon, y, por otro, con la llegada de Rafael Caldera al poder doméstico, gracias a que Betancourt prefirió dividir el partido y que AD perdiese las elecciones antes que permitir el casi seguro triunfo de Luis Beltrán Prieto Figueroa, último bastión, con Juan Pablo Pérez Alfonzo, de aquella estirpe genuinamente nacionalista de los del 28.

Debería sobrar añadir, pero mejor lo añadimos no vaya a ser cosa, que nuestro presidente socialcristiano alineó completamente sus políticas conservadoras con las de Richard: como éste estableció relaciones con los chinos para debilitar a la URSS, nuestro Rafael pactó con las izquierdas pacificadas para debilitar a los todavía guerrilleros; donde el primero se propuso derrocar a Allende, el de aquí impulsó prácticas para tumbar a gobernantes progresistas en los pequeños países centroamericanos; dado que, internamente, Nixon se propuso desmantelar experiencias y concepciones educativas avanzadas legadas por los Kennedy, entonces el propio decidió desbaratar los todavía precarios logros de AD en materia educativa: privatizando o desautonomizando la educación superior y buena parte de la media, suspendiendo el proceso de construcción de escuelas públicas, suprimiendo las escuelas técnicas y artesanales, allanando a diestra y siniestra universidades, escuelas técnicas y liceos, y disgregando los núcleos remanentes de profesores de liceos y escuelas herederos del espíritu del 23 de enero (quienes lideraban la enseñanza media y elemental de mayor calidad que jamás se había impartido en el país, y que este prospecto de bloguero alcanzó a conocer en el Liceo de Aplicación en aquellos sesenta...); puesto que su mentor impulsó violentas prácticas represivas y atropellos en universidades como la de Kent, entonces, sin faltar nunca sus gestos afligidos de Primer Mandatario, aquí perecieron bajo las balas o torturas policiales, cierto que también con responsabilidad de la extrema izquierda guerrerista que provocaba adrede a los llamados cuerpos represivos, cerca de cuarenta estudiantes de nivel medio y superior (a uno de ellos, Henry Valmore Rodríguez, quien según incontables testigos estudiantiles y profesorales -incluido Miguel Enrique, el actual director de El Nacional...- acababa de salir de clases, lo vimos entrar detenido, y así fue filmado por un canal de televisión, un día de marzo de 1972, a una jaula de la Policía Metropolitana, y aparecer horas después asfixiado y muerto en la calle dizque "pisoteado por sus compañeros", según la pontificia y oficial versión); como el estadounidense hizo del reforzamiento de las labores de inteligencia, intercepción de llamadas telefónicas y espionaje de la CIA un puntal de su política, el venezolano, quizás recordando aquello de que "ellos saben más de eso", dejó que los funcionarios de esta agencia se instalasen con oficinas propias y prácticamente asumieran el control de los órganos locales de seguridad, lo cual fue públicamente denunciado por el posterior presidente Pérez a su llegada al gobierno en 1974; y no seguimos, pues esto se está poniendo semilargo y todotriste, excepto para decir que ya en los días calderianos había motivos para suponer que un descontento profundo se estaba incubando en las entrañas de la sociedad venezolana.

El desencanto generalizado con COPEI llevó de nuevo al poder a AD, quien, con su dinámico candidato Carlos Andrés Pérez, y en un contexto de inesperada afluencia de petrodólares, quiso impulsar, con déficit de tino y superávit de cash, todo el desarrollo de la industria local que se había diferido, con modestas excepciones, en las décadas pasadas, y logró, gracias a una botadera de real que llevó hasta a los pobres a celebrar las graduaciones de preescolar con champaña francesa, güisqui escocés al menos "doceaños" y hasta "agua escocesa"(...), a enfriar por un tiempo los ánimos caldeados desde los días de su predecesor. Contra los reiterados y un tanto oraculares llamados de Arturo Uslar Pietri a prepararnos para la época de las "vacas flacas", y ante las sabias advertencias de Juan Pablo Pérez Alfonzo, quien, con la creación de la OPEP, había hecho más que ningún otro venezolano por defender los precios del petróleo, y quien pronosticó certeramente que el país se hundiría "en el excremento del diablo" si se empeñaba en gastar los ingentes recursos no ganados, no sólo se despilfarró a manos llenas y no se ahorró nada, sino que se adoptó la máxima del Tinoco aquel, según la cual los ricos son los primeros llamados a endeudarse porque todo el mundo les da dinero prestado, y la nación se hipotecó hasta los tuétanos. Desde la dirección de la joven Causa R, en aquellos años setenta cuando éramos ídem, tuvimos la dicha de estar muy cerca de, y ser el enlace con, Pérez Alfonzo, y ser la única organización política que tomó en serio sus vaticinios, proponiendo un proyecto de ley para la reducción de la producción petrolera e impedir el, si no, inevitable despilfarro. Proyecto del cual, para variar, tanto la derecha como la izquierda del estatus se rieron a carcajadas, y al que nadie hizo caso.

Si el mayor error económico de la democracia fue pretender faraónicamente forzar la industrialización a dolarazo limpio, importando, con el ingratamente célebre barco Sierra Nevada, hasta los alojamientos del personal importado que supervisaba la instalación de importadísimos equipos siderúrgicos y del aluminio, el segundo mayor error fue el del gobierno siguiente, con el socialcristiano Luis Herrera Campíns. Éste, en aras de aplicar un frenazo a la economía, prácticamente lanzó precozmente a la quiebra las empresas de CAP, localizadas sobre todo en Guayana, región a la que alguna vez AD pretendió convertir en un polo de desarrollo alternativo, privándolas hasta de capital de trabajo y de la posibilidad de ejecutar actividades de formación de personal y de mantenimiento. O sea, algo así como que en una familia pudiente papá se empeñe en importar un lujoso Mercedes Benz, pero, luego de la súbita desaparición paterna, mamá viuda, en protesta por las ocurrencias del difunto, decida no mandar a buscar el vehículo a la aduana de La Guaira y dejarlo que se pudra con el salitre... De puro exagerado parece casi chistoso el cuento, ¿verdad?, sólo que, en nuestro amado terruño, no fue ni exagerado ni chistoso ni cuento: el Mercedes se pudrió de verdad, Pérez Alfonzo lo compró como chatarra, lo mandó a buscar con una grúa e instaló en el jardín de su casa de Los Chorros, y lo usó como material de apoyo ante sus incrédulos visitantes para demostrar la inaudita capacidad criolla de despilfarro...

De tanto frenar y frenar, a Luis Herrera se le recalentaron las bandas, y fue así que, al final de su período, decidió soltarse en bajada y optó por una maxidevaluación que dio lugar, en febrero de 1983, al más célebre y oscuro de los viernes venezolanos. Pero lo que todavía muchos compatriotas no saben es que realmente hubo no uno sino dos viernes estelares: uno negro, el de la mayoría, el del 18, cuando se nos anunció la "sorpresiva" devaluación que nos empobrecía de repente y ponía fin a la era de supuesta bonanza, y otro, dorado y casi blanco, el de una minoría informada, el del 11, a quienes se les avisó anticipadamente la magnitud de la devaluación en ciernes y se les permitió adquirir, durante los días siguientes, todos los dólares de que fuesen capaces, incluso poniendo a su nombre, durante el fin de semana ad hoc, los dineros de los ahorristas y cuentacorrientistas de sus bancos para triplicar sus capitales en una semana y devolver luego el dinero a las sólo por pocos días "paralizadas" cuentas. Los relatos abundan sobre los baúles, cajones, maletas y maletines, llenos de los billetes verdes, que los privilegiados manipularon en el país y fuera de él, en donde hasta el honorabilísimo y bovinísimo Presidente del Banco Central fue visto pasando aprietos en el mostrador de inmigración del aeropuerto de Nueva York al intentar explicar, en la víspera del viernes malo, el origen de su grueso maletín repleto de los codiciados papeles del color de la esperanza.

Si en el Viernes Negro ocurrió una especie de fuerte temblor que le advirtió al país sobre la probable ocurrencia de un cataclismo más grave, en el fondo ocasionado por el choque subterráneo entre las placas tectónicas de los establecidos y de los excluidos, y por el imperdonable diferimiento de la atención política a los problemas fundamentales de alimentación, vestido, vivienda, transporte, comunicaciones, salud, educación, seguridad... y cualquier otro que al lector se le ocurra, durante los años siguientes el nuevo mandatario, el Jaime aquél, con su sin par Blanquita, se dedicaron poco menos que a demostrar, ufanos, tranquilos y sin nervios, que aquí no pasaba nada, que las "botijas" seguían llenas, que con apenas unas bajaditas de mula los dólares preferenciales de Recadi estaban allí disponibles, y que cualquier preocupación por el futuro era propia de acomplejados y agoreros profetas del desastre... Lo que equivale a decir que, lejos de adoptar medidas sismorresistentes, como se diría ahora, se dedicaron a difundir la especie de que este país sería blindadamente antisísmico per sécula seculórum...

Con lo que va explicado, espero que mis escasos pero pacientes lectores ya hayan adivinado cómo fue que creemos que colapsó nuestra superficialmente envidiable pero en su raíz inestable democracia, en febrero de 1989: se hundió ante un cataclismo largamente anunciado, sobre el que no se adoptaron ni las más elementales medidas preventivas. Sucumbió cuando la como tectónica placa plutocrática, sobre la que cabalgaban los sectores establecidos, inconscientes de su despilfarro y su imprevisión, se estrelló contra la desesperación de otra placa profunda, la oclocrática o de las muchedumbres excluidas, que creyeron ingenuamente que los saqueos autorizados del 27 de febrero eran -y probablemente sí lo fueron- una nueva extravagancia económica del popular andino, sólo para percatarse, a partir de la noche del 1 de marzo, que -de poco sirve averiguar si fue con o sin premeditación- habían mordido una carnada con un desgarrador anzuelo. Y, so pena de incurrir en fastidismos, estamos convencidos de que hubo no uno sino dos "27s de febrero", uno blanquinegro, en donde la población establecida se estremeció ante la ola de saqueos que amenazó anárquicamente con convertirse en nada menos que invasión masiva de los hogares no pobres, y otro, digamos que negriblanco, en donde los excluidos sintieron la metralla y hasta fuego de lanzallamas en sus carnes como castigo por sus robos dizque permitidos, con una cifra de víctimas entre oficial de unos trescientos y extraoficial decuplicada, que echó por tierra su confianza en el sistema.

Desde entonces, una vez más, los venezolanos, aferrándonos a nuestras ilusiones seculares y obstinados en no entender ni lo obvio, nos la pasamos echándonos culpas por lo sucedido y lo sucesivo: que si el gobierno, que si el proceso, que si la oposición, que si los "escuálidos", que si los "tierrúos", que si tú eres el más corrupto y no yo o viceversa, que más golpista será tu madre, que si patatín contra patatán, o que si el pato o la guacharaca... y desentendiéndonos de nuestros problemas y de transformar nuestras capacidades para resolverlos, quien sabe si hasta que, agotado el repertorio divino de premios y castigos para corregirnos, un mil veces más potente sismo que los que ya hemos tenido nos sacuda de una vez por todas y nos haga descender de nuestras nebulosas hacia quien sabe cuáles otras fuera de la Via Láctea. Pero..., todavía no hay colorín colorao, porque este cuento no se ha acabao.

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