viernes, 10 de julio de 2009

Hibridados e ilusionados (I): la tierra de gracia y de desgracia del pueblo venezolano


Hace algún tiempo una amiga inglesa me mostró una guía turística para anglo- sajones deseosos de conocer a América Latina, y, en el capítulo dedicado a Venezuela, decía algo así como "si usted quiere conocer a los venezolanos, prepárese para aceptar que son capaces de no tomarse en serio ni siquiera las cosas más obviamente serias de la vida, como sus propias leyes y su trabajo..."Tan extendidas están estas creencias y percepciones que, entre nuestros tipos de chistes predilectos, está la serie sobre el infierno venezolano en donde, paradójicamente, se sufre muy poco debido al mal funcionamiento de la maquinaria infernal diseñada para hacer sufrir.

Si, por esas casualidades de la vida, apreciada lectora o estimado lector, eres, al menos emocionalmente, partidario de la economía clásica, entonces puede que te hayas dado cuenta de que sólo una minoría visible de compatriotas estarán de acuerdo contigo en aquello del trabajo y la división del trabajo como fuente de la riqueza, pues los más creen que es preferible y más fácil acceder a la riqueza ya creada por otros y dedicarse a gastarla. Si defiendes algo parecido al marginalismo o el neoclasicismo y la necesidad de equilibrar la oferta y la demanda, verás que buena parte de los míos dirán que no hace falta tal equilibrio pues es mejor mantener una oferta en exceso, de modo que haya más donde "agarrar aunque sea fallo", mientras que otra parte dirá que lo apropiado es el acaparamiento, o el déficit de oferta, pues con el río revuelto ganan más los pescadores. Si eres curiosamente malthusiana y creyente en que los recursos escasearán progresivamente ante el crecimiento poblacional, tendrás muy pocos correligionarios, pues la creencia común, salvo unos pocos y cuando sea para especular con los precios, es que los venezolanos no deben preocuparse de escasez ninguna y menos a largo plazo. Si rigurosamente keynesiana y devota de la creación de demanda agregada, pues no serás nada popular pues eso pasa tanto por la creación de empleos como por la necesidad de trabajar para generar ingresos, y ambas cosas suelen ser vistas como antipáticas, innecesarias y de mal gusto, sobre todo tomando en cuenta que es más sencillo, para los menos, hacer negocios y repartirse gordos ingresos sin generar empleos y, para los más, percibir dádivas sin tener que trabajar ni capacitarse. Si sofisticadamente galbraithiano y partidario de fortalecer el rol del Estado y crear una fuerte tecnoestructura, se te dirá que en principio es interesante lo del rol estatal, pero a condición de que sea paternalista o clientelista, y que lo de la tecnoestructura es un fastidio porque sus miembros tienden a creerse gran cosota, quieren tener poder acorde a sus conocimientos y ganar más que los demás (lo que causa rechazo tanto entre los empleadores como en la gran masa de trabajadores no miembros). Si monetarista y partidaria de la regulación de la masa monetaria para que se autorregule el mercado, pues ciertos enterados opinarán que sólo a condición de que las reglas de la regulación las pongan ellos y se les deje repartirse previamente buena parte de la tal masa, y los más pensarán: ¡qué horror pues todo se pondría demasiado caro y escasearían los billetes y entonces ¿con qué va a comprar uno?! Si conservadoramente fisiócrata y defensora del rol de la tierra como fuente de la riqueza, tanto latifundistas como campesinos sin tierra y hasta no interesados directamente en tierra alguna podrían estar inicialmente de acuerdo, pero, eso sí, los primeros, sólo a condición de que no haya que visitarla mucho y se la pueda mantener improductiva, con miras a venderla bien cara, mejor si en dólares no importa si lavados, cuando se presente un chance, y los segundos y terceros, de que sea regalada, mejor si invadida primero y expropiada después, sin indemnización, a los ricos, y que no haya que trabajarla y menos pensar como hacerla más productiva, sino hacer cualquier cosa con ella mientras se la puede traspasar, para luego solicitar otra como nuevo regalo o con préstamos que no haya que pagar. Si mercantilista y amiga del ahorro de ganancias convertidas en metales preciosos en barras: nada de eso pues hay tanto en que gastar que no tiene sentido ahorrar y menos si se pueden convertir los metales en joyas para lucirlas, empeñarlas o venderlas. Si futuristamente schumpeteriana y abogada del rol empresarial para promover innovaciones y por tanto acelerar el crecimiento, la mayoría no entenderá de qué se trata, y los pocos que medio lo entiendan tenderán a poner como condición, para ser empresarios, que no haya que correr riesgos, que sea el Estado quien los corra y les otorgue previamente -por supuesto que con los arreglos obvios- los contratos para comprar los productos que surjan de las innovaciones - las que probablemente serían subcontratadas a terceros.

Si fielmente marxista y apasionado del desarrollo de las fuerzas productivas como condición necesaria para la transformación de las relaciones de producción y la superestructura de niveles de conciencia y participación política, alrededor de casi una mitad dirá que eso es comunismo puro y no lo querrá ni en pintura, y casi la otra mitad dirá que está bueno lo del marxismo pero sólo a condición de que se le aplique, dadas las peculiares condiciones venezolanas, al revés, o sea, creando primero la conciencia política con bastante propaganda y franelas; entendiendo por participación la asistencia a mítines, de ser posible en autobuses oficiales y forzando a los empleados públicos para que acudan, permisándolos en horas de trabajo, o la intervención en reuniones de resultados previamente decididos; cambiando luego las relaciones de propiedad mediante decretos y reformas constitucionales; y dejando para último, si es que queda tiempo y cuando ya no haya derecha que derrotar, el desarrollo de las fulanas fuerzas productivas, con derecho a que sobre la marcha se exploren vías más creativas y fáciles que permitan omitir este engorroso, y propio de ortodoxos, paso. Si leninista y dispuesta a aprovechar el desarrollo capitalista para organizar las fuerzas de la inevitable revolución socialista, unos podrían estar de acuerdo, a condición de que sólo se aproveche el desarrollo capitalista sin hablar de socialismo, mientras que otros dirían que sí a la propuesta, pero ahorrándose el desarrollo capitalista y saltando directamente a la de todas maneras inevitable revolución socialista, y mejor si obviando la parte organizativa. Si stalinista y defensor de la tesis de la construcción del socialismo en un sólo país atrasado, esto sería como escoger vivir en el infierno, para unos, mientras que otros dirían que, aunque dicha tesis suene interesante, sería preferible otra mejor en donde no haya que construir tal socialismo sino que baste con decretarlo. Si maoísta y adepta a la doctrina de que las masas campesinas organizadas en torno a su partido y su Gran Timonel pueden reemplazar al proletariado en la edificación del socialismo en un sólo país rural y atrasado, para unos cuantos esto sonaría a cuento chino, y aunque cierta parte estaría parcialmente a favor, sería sobre todo con lo del timonel, pero no con lo de los campesinos, lo de la organización o lo del partido, ni con lo de rural ni lo de atrasado, y en su lugar los pobres, aunque no trabajen en ninguna parte, con la misma maquinaria del Estado burgués actuando como organización y como partido, sin importar lo de rural, sino más bien contando con lo semiurbano, y decretando la conversión en potencia y que no existe tal atraso. Si castrista o guevarista y convencido de que un sólo país pequeño, pobre y atrasado puede plantearse la construccion del socialismo en la ruta hacia el comunismo, saltándose el capitalismo, creando un hombre nuevo y desafiando, con dos, tres, muchos Vietnam, a un imperio grande, rico y adelantado, entonces ¡zape gato! para muchos, y relativamente atractivo para otros, especialmente por lo de saltarse el capitalismo y desafiar el Imperio, pero con las observaciones de que mejor aprobando de inicio que ya se es grande, destacando las ventajas de la pobreza y la relatividad del atraso, sin tanta construcción sino decretando de una vez el socialismo y pasándole de lado al capitalismo en lugar de tener que saltarlo; con los mismos hombres viejos, para que todo sea más rápido; sin nada de luchas prolongadas a lo vietnamita, y menos de a dos o de a tres, y de manera que el desafío sea sólo verbal y con medidas efectistas a punta de realazos; y argumentando que el tamaño, la riqueza y el adelanto imperiales son un invento de reaccionarios.

En definitiva, el país ha funcionado y funciona, como si una mayoría de venezolanos estuviese, consciente o inconscientemente, sobre todo desde hace décadas, pero tal vez apuntando a siglos, convencida de que eso de la economía, sobre todo con el terco empeño de los economistas de relacionarla de una u otra manera con el trabajo, no va con ellos y es sólo aplicable a pueblos que no han tenido la suerte de nacer en esta "Tierra de Gracia", cuya capital es la mismísima "sucursal del cielo". Predicadores, moralistas y pensadores de todos los matices, como Simón Rodríguez, Andrés Bello, Cecilio Acosta, Alberto Adriani, Mariano Picón Salas, Cecilio Zubillaga, Arturo Uslar Pietri, Luis Beltrán Prieto, Juan Pablo Pérez Alfonzo, Domingo Felipe Maza Zavala, por sólo citar algunos de los más conocidos, han intentado explicarle al país la importancia del trabajo, del ahorro, del cultivo de la tierra (aunque sea de gracia), de pensar en el mañana o en las venideras vacas flacas, pero se han estrellado contra un muro infranqueable sin que se les preste atención; los más de ellos han concluido sus días aislados, exiliados, tratados de locos o de pendejos. El propio término trabajo tiene poca circulación en el país, en donde se prefiere hablar de chambas, rebusques, resuelves, pónganme-donde-"haiga", avances, tigres, cambures, quince-y-últimos, cuanto-hay-pa'eso, etc., y cuando raramente se usa suele ser bien en el sentido de "qué mala leche que me tocó a mí, el hijo de la panadera...", bien como sinónimo de mero empleo, en donde sólo el empleador tiene obligaciones, o bien con la connotación esotérica o hamponil de "le tengo un trabajo montado a fulano" o "me salió un trabajito para el fin de semana"... Hace algún tiempo un amigo de uno de los suburbios o barrios del sur de Caracas me resumió magistralmente esta ideología, cuando me dijo: "lo que pasa, mi llave, es que en este país los vivos viven de los bobos, y los bobos de su trabajo...", en lo cual, parece claro, está la explicación elemental del porqué de los lamentablemente kilométricos párrafos anteriores: en la medida en que no se cree en el trabajo no hay teoría o concepto económico con posibilidades de gozar de aceptación, pues todo ocurre como si la mayoría de venezolanos, tanto contemporáneos como de décadas atrás, y no es fácil hallar donde detenerse si se busca hacia el pasado, no sólo estuviesen en desacuerdo con cualquier teoría económica conocida, sino que parecieran estar en contra de la economía per se, lo que equivale a decir que su máxima aspiración sería vivir en un mundo deseconomizado, entregado a la desproducción y el destrabajo.

Aún suponiendo, o incluso dando por descontado, que pese a mis afanes de objetividad, pueda haber incurrido en alguna leve exageración con lo que va dicho, entonces se cae de madura la pregunta: ¿cómo es posible que esta insólita -a los ojos de la inmensa mayoría de probables observadores externos promedio, incluidos los de cualquier otro país latinoamericano, y exceptuando, sin estar seguro de ello, sólo a los países sauditas y afines- ideología haya podido arraigar tan profundamente en tantos venezolanos, por supuesto que con las excepciones que confirman la regla? En lo que resta de esta subserie de artículos , intentaré presentar al menos algunas pistas para responderla. Tal vez una buena idea, con ánimo de abreviar, sea puntualizar estas pistas o claves en cinco o, bueno, intenciones de que sean cinco, pues a veces no se sabe.

Para empezar, sirva decir que nada que merezca el nombre de Venezuela, y mucho menos el de República Bolivariana de Venezuela, puede tener, a la fecha de publicación de este artículo (10/07/2009), más de 511 años, puesto que fue en 1498, más exactamente el 5 de agosto, en Macuro, unos 40 km al este de Güiria, en la península de Paria, cuando Colón puso sus pies en este suelo, al que llamó Tierra de Gracia en su Relación del tercer viaje, y no por que uno sea coloncista o vendido a quien sabe quien, sino simplemente porque nada con denominación remotamente parecida a Venezuela o a una República o a Bolívar, o que hable español o se proclame cristiano, etc., pudo haber existido antes de tal contacto. A quien ya esto lo enfurezca irremediablemente, entonces tendrá que ir pensando en nombres alternativos para llamar a esta tierra, y definir sus límites territoriales, su población, su lengua oficial, su cultura, y tantos otros aspectos, con la gran dificultad de que, a fin de cuentas, es bien poco lo que se sabe de quienes vivían aquí y como lo hacían, y la todavía infinitamente mayor, en caso de que se supere ésa, de qué hacer con y como llamar a quienes vivimos ahora aquí, pues nos parecemos escasamente y no nos entenderíamos para nada con aquellos pobladores que serían los únicamente legítimos.

De acuerdo a la información fresca de que disponemos, cuando en aquel 1498 llegan, severamente extraviados, a nuestro suelo actual los primeros navegantes europeos, la condición indígena no era precisamente la de un atraso rayano en lo absoluto y una dispersión casi indigna de una seria atención, como lo han creído ciertos historiadores de derecha que revisamos en el bachillerato. Posición, por cierto, contraria a la que también nos parece errada, aunque hay que admitir que algo más cercana a la verdad, de sus oponentes acérrimos de extrema izquierda, para quienes Venezuela ya estaba completa aquí, como en estado latente, y el español lo que hizo fue como regarla y despertarla, al estilo de como la mayoría de pueblos primitivos o casi, y dentro de ellos podríamos incluir, por los momentos, a nuestros aborígenes, creen que las semillas son más bien parte de la tierra, que es un ente femenino, como matriarcales eran estas sociedades, que sólo necesita de la lluvia, masculina, para echar brotes y crecer. La otra metáfora, la que aquí adoptaremos, con la ventaja que da haber crecido en el siglo veinte occidental, es la de que Venezuela fue concebida a partir de aquel encuentro, con cargas genéticas prácticamente de igual magnitud, sólo que, por múltiples razones, a la larga resultaron dominantes los genes masculinos vinculados a la lengua, religión, visión del mundo, relación con la naturaleza, responsabilidad social, noción de propiedad, arquitectura, etc., mientras que sólo en pocos rasgos, quizás más primarios, pero no despreciables, como el color de piel, el gusto por la higiene personal, los gustos alimentarios, la filiación más fuerte con la madre antes que con el frecuentemente ausente padre, cierto gusto por los ambientes colectivos y por el baile y el canto, cierta fraternidad y espíritu de cooperación que emerge en extrañas ocasiones, etc., resultaron dominantes los femeninos.

Pues decía que la visión más actual del mundo prehispánico, la que se expresa en distintas publicaciones universitarias recientes, en las del V Centenario de Venezuela, y, sobre todo, en las excelentes publicaciones de fundaciones como la Mendoza, y, especialmente, la Polar, tal vez pueda compendiarse, sin excesivo atropello y con modestas interpretaciones propias, así. La región más avanzada, en términos de su grado de adaptación al entorno o territorio, de sus logros artesanales y de su organización social, o sea, simultáneamente económica, política y cultural, sería, no la andina, como se creyó hasta los primeros noventa, sino la noroccidental, con asiento principal en los valles y serranías de Quíbor, Carora, Barquisimeto, El Tocuyo, Falcón, Yaracuy y aledaños. Allí morarían, entonces, instaladas desde unos quince mil años atrás, inicialmente en condición de cazadores-recolectores, y desde hace poco más de dos mil años en la modalidad de aldeas jerárquicas agroartesanales, diversas tribus arahuacas tales como los caquetíos, achaguas, betoyes, jirajaras, ayamanes y gayones [de donde procede, de estos últimos, casualmente, el apellido de este servidor].

Estas tribus, que se comenzaban a erigir en el centro de gravitación cultural del mundo prehispánico en nuestro actual territorio, estaban rodeadas por otros seis importantes grupos: los de la cuenca del lago de Maracaibo, también de filiación arahuaca, establecidos allí desde hacía unos mil años, de donde salieron los actuales guajiros; los andinos o timoto-cuicas, emparentados más bien con los chibchas colombianos, que ocuparon sus territorios unos mil años atrás y comenzaban a transitar, en los últimos quinientos, el camino de la jerarquización agroalfarera; grupos diversos, probablemente también con parentesco arahuaco, en la región de los llanos altos, o sea al oeste de los actuales estados de Apure, Barinas y Portugesa, con unos mil quinientos años de residencia en la zona, que también comenzaban a jerarquizarse en aldeas agroalfareras; los de la región centro-costera, en los valles de Caracas, Aragua, cuenca del lago de Valencia, región litoral e islas vecinas, con filiación caribe, unos mil doscientos años de residencia y vocación por la estructura agroalfarera, aunque también con un marcado instinto bélico y de organización en feudos o cacicazgos locales, en los recientes ochocientos; y, por último, las dos regiones al sur del Orinoco y al noreste del país, con una multiplicidad de tribus establecidas allí desde unos diez mil años atrás, posiblemente de filiación tupí-guaraní, y todavía básicamente en el estadio de cazadores-recolectores.

En las sociedades de la región noroccidental, en donde nos concentraremos por tratarse de la más evolucionada y hacia la cual posiblemente tendían las demás, al menos en el plano cultural, no puede hablarse de la existencia de clases sociales, sino de la simple división económica del trabajo, más que nada entre los sexos y según ciertas edades y niveles de experiencia, aunque hay evidencias, sobre todo por las distinciones encontradas en los tipos de entierros, de que comenzaba a plantearse cierta estamentación o diferenciación en estratos de importancia desigual, y también algo tendiente a la posesión de esclavos, con el trabajo de prisioneros de otras tribus en las labores más degradantes, pero en plan de castigo y sin tratarlos como cosas. Mientras que los hombres cazaban, pescaban, defendían los cultivos de incursiones ajenas, hacían la guerra, y comenzaban a tomarle el gusto a las borracheras con chichas, cocuy y otros licores, ellas recogían especies marinas, aseguraban la subsistencia cotidiana de todos, inventaban y mantenían herramientas, criaban los pequeños, velaban por el orden familiar, fabricaban piezas cerámicas, telas y vestidos, y, last but not least, domesticaban y cultivaban numerosas plantas y algunos animales. Entre las plantas domesticadas se contaban, antes que nada, el maíz, con distintas variedades, de las que hacían varias clases de cachapas, hayacas, hayaquitas, chichas y arepas, incluyendo dentro de éstas las dulces y las peladas, y luego la yuca, tanto dulce como amarga -de la que hacían casabe-, el ocumo, la ahuyama o calabaza, el ñame, las caraotas (esto sólo se ha demostrado recientemente), los frijoles, los quinchonchos, la cocuiza, el algodón, el tabaco, el cacao, el apio, los ajíes, la lechosa, la piña, el tomate, la guanábana, el níspero, la guayaba, la papa (en las áreas más altas o cercanas a los Andes), la batata, y muchas otras menos conocidas (como el lairén, el guapo y la pericaguara, que el autor desconoce lo que son). Los varones cazaban venados, báquiros, tigres y otros mamíferos terrestres, así como caimanes e iguanas, a la par que pescaban y recolectaban ostras, cangrejos, caracoles y afines. Como artesanías diversas, en buena medida desarrolladas calladamente por las féminas, usaban las terrazas, los campos elevados de cultivo, las represas y los canales de riego, lo cual requería de un alto grado de organización social y la existencia de un Estado, al menos en germen; disponían de una amplia variedad de pilones, manos y piedras de moler para los distintos tipos de maíz; conocían distintos tipos de utensilios de tejer y telares, tanto horizontales como verticales, para hilar el algodón y fabricar prendas de vestir, hamacas, chinchorros, bolsos, gorros, cordeles y afines, así como para tejer otras fibras, como la cocuiza y afines, con las que fabricaban sombreros de paja y semejantes; practicaban el relativamente complejo proceso de fabricación del casabe a partir de la yuca amarga, con su herramental de raspadores, rallos, sebucán, budares y otros; producían recipientes de cestería y cerámicos para transportar y cocinar alimentos, y conocían el poder preservativo de la sal; construían viviendas con distintos tipos de planta, según los usos, a bases de fibras vegetales, piedra, madera, caña brava y barro, con paredes de bahareque; usaban ampliamente las conchas como artículos de adorno y también como moneda; manejaban herramientas agrícolas diversas como distintos tipos de azadas y bastones de siembra, y, pese a su vocación eminentemente pacífica, dominaban el uso de arcos, flechas, arpones, macanas y venenos; empleaban disfraces e instrumentos musicales como variadas flautas, botutos y tambores, con los que acompañaban ceremonias y danzas diversas, de donde han emanado el Tamunangue y el Baile de las Turas; construían piraguas, balsas y canoas de distintas dimensiones, incluyendo tamaños que les permitían viajar hasta las islas de las Antillas y realizar intercambios comerciales. Estudiosos han estimado el vocabulario referido solamente a nombres de plantas en unos cinco mil vocablos, que han comenzado a ser rescatados a partir del examen de las lenguas sobrevivientes arahuacas (como la de los guajiros). Habían comenzado, incluso, a emplear dibujos como recordatorios para mensajeros, al estilo de los quipus incaicos, con altas perspectivas de evolucionar hacia un sistema de escritura. Practicaban una religión con semejanzas a la griega, con un panteón de dioses especializados en diversos ámbitos, aunque centrados en un dios principal femenino, Urrumadua, como ente creador principal, y una especie de principio maligno, el Capu, con el que no se tardó mucho para que designaran a los conquistadores españoles. Estudios realizados en complejos cementerios, de Quíbor y Carora, sobre todo, han revelado un alto grado de división del trabajo, con apoyo en la organización social en clanes matrilineales, y que disponían de diversos tipos de funcionarios como el jefe civil, militar y religioso, o diao, y los piaches o boratíos, especialistas en curaciones y pronósticos del tiempo. También practicaban múltiples ritos en torno a los nacimientos, la llegada a la pubertad, la consumación de los matrimonios, las muertes, y el consumo de cenizas de los deudos, disueltas en chichas especiales.

Antes del arribo español, esa sociedad noroccidental relativamente armoniosa y pacífica, con tendencia a parecerse al modelo de la poco conocida civilización egea, con su panteón de dioses de ambos sexos pero centrado en la diosa Deméter -sociedad sin clases que no pudo sobrevivir a la arremetida de las invasiones griegas, con sus cultos jerárquicamente masculinos, su estructura clasista y su vocación incomparablemente más guerrera-, estaba amenazada desde tres flancos vecinos u horizontales: desde el este venía el avance Caribe, con liderazgos del tipo de la mayoría de caciques que estudiamos en primaria: Guaicaipuro, Baruta, Chacao, Tamanaco, Tiuna y otros, mucho menos avanzados culturalmente, pero mucho más disponibles para la guerra; desde el norte emergía una seria amenaza, dentro del propio mundo arahuaco, asociada al cacique Manaure, con centro de operaciones en Todariquiva, cerca de Coro, quien comenzaba a concentrar un poder mucho mayor que el de cualquier otro, se empezaba a rodear de un culto como si fuese dios y ya le gustaba mucho ser paseado en hamacas ricamente ataviado y enjoyado, con pretenciones de avanzar hacia una teocracia de tipo azteca o incaico; y desde el suroeste andino venían en camino los timoto-cuicas, con sus influencias chibchas, su carga de elitismo y sus prácticas esclavistas. Es muy probable que, de no haber llegado nunca el español, esta sociedad de agricultores y alfareros de todos modos hubiese sucumbido, como todas las de su estirpe de sociedades sin clases, que, por más marcadas por los discretos aportes femeninos y su vocación productiva pacífica, siempre han terminado, al menos en los últimos cuatro mil años de historia humana, avasalladas por los modelos más machistas y guerreros de las sociedades esclavizantes y de clases.

Pero este no fue el derrotero histórico sino otro. La tragedia no sobrevino ni del norte ni desde el este ni desde el sur u oeste: pareció llegar desde arriba. Los conquistadores llegaron de repente, y ningún indígena pudo imaginar de dónde, dotados con una parafernalia cultural que hizo que inicialmente se les creyera de origen divino y que venían a desposar a Urrumadua, pero pronto, con sus desmanes que arrasaron en pocas décadas, incluso cuando creyeron que había llegado al Paraíso Terrenal, un esfuerzo cultural de al menos quince mil años, se vio claro que eran nada menos que la encarnación de Capu... Desde entonces, con la desgracia que sobrevino y el casi total genocidio que dinamitó una cultura literalmente diezmilenaria de trabajo ardua, paciente y femeninamente lograda, los venezolanos habitamos nuestra tierra y andamos por el mundo como hazmerreires con nuestras absurdidades económicas...

La razón principal por la que me he detenido en esta descripción de aquella sociedad arahuaca es que, dentro del amplio conjunto de modelos sociales que ha albergado nuestro territorio, me temo que es lo más cercano a una sociedad armoniosa y laboriosa con la que vale la pena familiarizarse y de la que sí podemos sentirnos orgullosos, y por que en su violenta y mezquina destrucción está la primera gran clave para entender la fobia de tantos venezolanos ante el trabajo: la alegre y creativa noción de trabajo que prevalecía en una sociedad con más de un sesgo paradisíaco, limpia, ingenua, amorosa, sin clases sociales, con absoluta equidad en la distribución de los frutos del esfuerzo colectivo, y casi civilizada, en el sentido convencional de que estaba en vías de descubrir la escritura, fue reemplazada, en un abrir y cerrar de ojos, por prácticas dantescas que quisieron convertir los seres humanos en menos que cosas, y en merecedores del abuso, la superexplotación, castigos inhumanos y la muerte prematura. Se pretendio colocar toda la dimensión fatigante del esfuerzo de trabajo del lado indígena, y todo el componente de goce de sus frutos del lado español. El resultado fue que la mayoría de hombres perecieron en enfrentamientos, labores forzadas y epidemias, mientras que las mujeres vieron destruida su paciente obra y perdieron los incentivos, las herramientas y hasta los objetos del trabajo. Entre inmolarse también genéticamente o ceder sus genes a las futuras generaciones, o sea a nosotros, incluso hibridándose con los violentos y cochinos capus y sin legar su rica cultura, escogieron lo menos malo y aquí estamos nosotros, vivos y con la tarea de construir una sociedad real y libre de ilusiones económicas, lo cual no puede empezar sino por recuperar la cultura de trabajo perdida.

Pero, con la presión por concluir, casi olvidaba destacar algo importantísimo, y es que, bajo toda la hojarasca de desplantes y barbaridades desplegadas en nuestro mundo falsamente económico y dominado por valores machistas, en los intersticios de la Venezuela aparente y que sobresale a la luz pública, hay unos vestigios que sí lograron legar nuestras abnegadas madres arahuacas y afines, a quienes, en medio de tanta cháchara militarista y fanfarrona, de tantas medallas y plazas y fuertes e insignias y condecoraciones y esculturas dedicadas a los caciques caribes, nadie les ha rendido su más que merecido reconocimiento. Cada vez que preparamos o comemos cachapas o hayacas o arepas o casabe o caraotas o papas o batatas o frijoles o quinchonchos o yuca o lechosa o guanábana o níspero o guayaba o ahuyama..., cada vez que dormimos en hamacas o chinchorros o usamos ropas frescas de algodón o nos bañamos diariamente o viajamos en canoas o usamos bolsos tejidos o cestas de fibras o sombreros de paja o cantamos o bailamos acompañados con tambores o flautas o ..., y sobre todo si lo hacemos en familia, con amigos, en colectivo, con amor y alegría, pues allí está, cuando sentimos esas sensaciones gratificantes y distintas de lo que solemos sentir en la oficina o en la fábrica, el legado de ellas, las ignoradas. Es muy probable que por el rescate de ese espíritu de trabajo doméstico no alienado, a menudo no remunerado, haya que empezar a edificar una cultura de verdadero trabajo en Venezuela. Mientras no lo logremos, hasta en el Paraíso Terrenal nos sentiremos insatisfechos. Volveremos la semana que viene sobre las cuatro pistas restantes.

7 comentarios:

  1. Te voy a sugerir leas o releas el discurso de Alfredo Maneiro cuando presentó la candidatura de Jorge Olavarria, si mal no recuerdo para las elecciones presidenciales del año 82. ¿Por qué? Porque sin extenderse tanto, nos da la interpretación, y así lo comparto con él, que la realidad no es solo lo que vemos, que hay otras cosas ocurriendo, seguro a pesar de la oposición y del gobierno, pero hay otros actores, y buenos, que no encuentro en tu articulo. En otros cosas seguro Alfredo se equivocó, como cuando te dijo: “tú lo que quieres es un club de ciencia”, pero lo dicho en ese discurso lo sigo compartiendo y de nuevo te invito a revisarlo.

    A mi me gustan los cuentos donde, por ejemplo, en un lejano país de ciegos hay en un apartado pueblo, ciudad o caserío un señor que fabrica excelentes lentes para miopes.

    Finalizo: te vuelvo a sugerir revises la extensión de tus artículos. Estas creando un estilo, a mi juicio largo y un tanto libresco. No olvides que, lo queramos o no, la gente prefiere saber que pasó en Honduras o en la muerte de M. Jakson y no con los aztecas o Gaitan. En estas lides quien deje de leerte difícilmente regresa.

    Rafael Maldonado

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  2. Caro y anónimo Rafael: como ya te lo dije en otro comentario, hago mi mejor esfuerzo por ser tan breve como puedo, pero definitivamente mi prioridad no es la brevedad per se. No soy un comunicador social interesado en que la gente me lea escribiendo sobre M. Jackson u Honduras, sino un investigador y agente de cambio que le ha dedicado lo mejor de su vida a elaborar y poner en práctica un conjunto de ideas que puedan ser útiles para contribuir a que este país y América Latina salgan de su marasmo perpetuo, y si creo que para ello hay que escribir sobre los aztecas o Gaitán pues es eso exactamente lo que haré. Si el blog se queda sin lectores, lo lamentaré mucho, pero entonces dejaré de escribirlo y buscaré otro medio de expresar lo que creo que debo decir. No sé si recuerdas que tu conciso Alfredo Maneiro, a quien también respeto por otras razones, fue precisamente quien, en septiembre de 1976, nos hizo un discurso de más dos horas para luego retirarse de la sala y dejarnos perplejos y expulsados de la Causa R sin derecho a réplica. Y eso no es casual: a la mayoría de caudillos, tanto a los partidarios del cambio como a los del statu quo, les fascina la brevedad de expresiones de todos los demás pues en definitiva lo que quieren es imponer sus criterios y su voluntad a como dé lugar. Lamentablemente, si queremos entender y transformar a nuestro país y a nuestro subcontinente, creo que hay que tener paciencia para pensar mucho, leer mucho, oír mucho, actuar mucho, esforzarse mucho, sacrificarse mucho y, a veces, pues tener que explicar mucho. Dado que percibo una especie de ultimátum en el tono de tu comentario, como asomando que es imperativo que escriba corto y sobre temas de actualidad para salvar el blog, quiero hacer un llamado encarecido a mis contados lectores a opinar sobre este espinoso asunto, a objeto de que me ayuden a tomar decisiones sobre qué hacer. Por supuesto que me encantaría poder expresar lo que pienso y tener muchísimos lectores, pero, como aproximadamente decía aquel Sartre, en uno de sus extensos trabajos, "en la vida uno, por lo general, no puede hacer lo que desearía, pero siempre es responsable de lo que es.
    Recibe un fraternal abrazo de, Edgar.

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  3. Estimado Edgar, he leido con atención varios de tus artículos, y estoy fascinada con la profundidad y seriedad con la cual haz tomado la elaboración de tu blog.Confieso que no esperaba algo distinto, ya que he tenido la oportunidad de leer tus trabajos y se que lo haces en serio, con un gran sentido de compromiso, honestidad y preocupación genuina por nuestra querida Venezuela y toda América Latina. Respeto la opinión de los que te siguen y ahora aportan sus observaciones, todas ellas seguramente dirigidas a que tus escritos sean más accesibles para todos, y comprendo tu posición de la necesidad imperiosa de ser sumamente amplio en tus reflexiones. Mi humilde opinión es que esa amplitud y profundidad es lo hace de tu trabajo algo distitnto, especialmente dirigido a desentrañar el origen de lo que hoy nos toca vivir y sufrir a diario, que es la única forma de entenderlo y trabajar en la búsqueda de soluciones en el mediano y largo plazo, para transformarlo en el beneficio de todos, especialmente de esas mayorías que parecen siempre estar a la espera de los gestos de amor de sus amados líderes, quienes les dan la espalda para atender otros intereses insospechados. Por todo esto, te digo, ANIMO AMIGO, que en lugar de estar haciendo críticas a tu estílo, deberíamos estar agradecidos por tu esfuerzo. Lo que interesa, a mi modo de ver, es que tu estás haciendo un aporte invalorable, no importa si te tomas más o menos espacio, o si se te antoja escribir un libro en tu blog.Gracias PILAR

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  4. Hola a todos.
    Cuando concurro semanalmente a mi cita con este blog, confieso que mis expectativas no tienen nada que ver con la longitud o brevedad de lo que espero leer. Quien haya, y yo he tenido esa suerte, compartido vivencias y proyectos contigo, no nos extraña eso que de manera muy acertada Pilar llama la amplitud y profundidad que suele caracterizar tus escritos.
    Saludos, un abrazo y adelante con el blog.
    Francisco.

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  5. Me encantó este artículo, es quizás el que más he disfrutado. A mi manera de ver, hay tres asuntos que se debaten en los comentarios anteriores.

    El primero y más importante es el contenido mismo del artículo. En relación a la primera parte, me parece importantísimo señalar las implicaciones culturales y políticas que tiene esta curiosa aversión al trabajo productivo. Y la segunda parte intenta responder a la pregunta de cómo es que algo tan poco sostenible haya podido originarse. Creo que ambas reflexiones son tremendamente relevantes y tus ensayos de respuesta me resuenan tremendamente.

    En relación al estilo de redacción y a la difusión de los artículos, el criterio pragmático de que los escritos en internet son en general cortos, es hijo de un criterio de bloggeros mucho más importante que dice algo así como: "publica ahora..., mañana corriges..., y si es posible..., no corrijas, sigue escribiendo". Por otro lado, son los bloggeros los que han roto todas las normas y todos los estilos, todas las máximas que se consideraban reglas de oro del escribir y publicar, así que yo no me preocuparía por romper unas cuantas reglas más.

    En relación a la difusión de lo que escribes, creo que las respuestas no están en la longitud tampoco. Escribir y leer blogs es una cultura en la que nuestra generación es imigrante y no nativa. Si logras conectar con la blogsfera encontrarás a tus lectores. Más importante que la longitud es la cantidad de links (que permiten hacer lecturas verticales) y el que notifiques a tus lectores automáticamente que estás escribiendo.

    Sigue escribiendo y publica hoy mismo, conectate con la blogsfera y tus reflexiones encontrarán su camino.

    Un abrazo
    Mary Carmen

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  6. a mi en lo particular me encanta como usted escribe y describe los amores y desamores,este es punto romantico, de nuentra amada patria,
    i cuote, no hay metas dificiles sino hombres incapaces, usted mi querido sr. edgar es capaz de mucho...ya sea por lo leido o sus vivenvencias, la inteligencia no es cuestion de suerte es cuestion de talento...

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  7. Saludos Edgar, me da gusto ser seguidor de tu blog, me deleitan tus publicaciones y en mi opinión esos contenidos cargados de riqueza cultural y de experiencias de tu vida forman una combinación inigual, llegué a tu blog en busqueda de material genealógico del apellido Yajure y desde entonces he estado leyendo tus publicaciones, creo que perdí mi objetivo pero no culpo tu habilidad de absorver o atraer la atención de las personas, al contrario, admiro eso que nos atrae a seguir leyendo (sin importar cuan largo sean tus escritos), te pido que sigas escribiendo y nos sigas enriqueciendo culturalmente y moralmente, saludos desde Los Teques, Estado Miranda. Mis respetos y mis más cálidos deseos. Te espero en mi blog si tienes tiempo, me gustaría saber tu conocimiento sobre el apellido, ya que mencionas que proviene de la tribu Gayón, yo poseo poca información y me gustaria tu contribución. Gracias de antemano.

    ja.yajure@hotmail.com
    ja.yajure@gmail.com

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