viernes, 31 de julio de 2009

Sobre nuestras capacidades estructurales productivas

En lugar de las metáforas mecánicas, ingenieriles o arquitectónicas tan populares entre los economistas y científicos sociales, quienes gustan de ver la economía como la plataforma de despegue, la infraestructura o los cimientos de un edificio, aquí preferiremos -pese a que algo entendemos de ingeniería-, pues nos aporta una imagen mucho más elocuente, ver las capacidades estructurales productivas de las sociedades como si fuesen análogas al más básico de los sistemas del organismo humano, es decir, como el aparato o sistema digestivo, que extrae de los alimentos que ingerimos las proteínas, calorías, vitaminas y minerales para construir las células de nuestro cuerpo, disponer de energía para nuestras actividades y protegernos de enfermedades. Las capacidades productivas o económicas serían aquellas que le permiten a las sociedades, en circunstancias de recursos ambientales escasos, generar, a manera de nutrientes, los bienes y servicios que requieren para satisfacer sus necesidades.

Y, en lugar de los clásicos elementos capital, tierra y trabajo, que suelen distinguir los economistas, aquí destacaremos seis órganos o componentes fundamentales del sistema o aparato económico de una sociedad moderna, a saber, las capacidades de valorización, gestión, trabajo, equipamiento, información y formación. Por capacidades de valorización entenderemos aquéllas vinculadas al establecimiento de los propósitos últimos de las actividades productivas, es decir, los valores, de naturaleza subjetiva pero que a menudo se intentan cuantificar en dinero u otros beneficios medibles, que le dan sentido a toda actividad económica. Por capacidades de trabajo designamos a todas aquellas de índole manual o intelectual que permiten transformar físicamente los insumos del aparato productivo en los productos deseados. Las capacidades de gestión serían aquellas que permiten armonizar, mediante actividades como la planificación, el control, la organización o el liderazgo, el empleo práctico de las distintas capacidades disponibles con los valores orientadores del sistema productivo. Estas tres capacidades mencionadas hasta aquí serían inherentes, según la conceptualización que proponemos, a todo sistema productivo o económico, mientras que las restantes dependerían del grado de madurez o evolución de estos sistemas. Lo que equivale a afirmar que dichas tres serían constitutivas de todos los sistemas económicos, incluidos los comúnmente llamados primitivos, de las sociedades recolectoras y cazadoras características de nuestro género humano durante tres millones de años o más, y, por supuesto, de la especie Homo sapiens a la que desde hace unos doscientos mil años pertenecemos -aunque todavía a muchos no les simpatice la idea- todos sin excepción.

Las capacidades de equipamiento habrían surgido con la sedentarización de las sociedades y la emergencia de las actividades agrícolas de riego y siembra de cultivos y crianza de animales, junto a la aparición de actividades manufactureras textiles, cerámicas, culinarias y afines, y el despliegue de un amplio conjunto de herramientas, que tuvo lugar hace alrededor de unos doce mil años en distintas partes del globo, incluyendo las comunidades prehispánicas de nuestra América, para dar lugar a los que llamaremos modos de producción artesanales. Posteriormente, y después de un largo proceso de maduración en donde la información era utilizada sistemáticamente sobre todo en actividades religiosas y políticas, ésta fue incorporada, hace alrededor de unos mil quinientos años en Occidente, al aparato productivo característico o modo de producción técnico de las sociedades primero feudales y luego, con una versión más evolucionada que incluyó normas, registros contables, planos, instructivos y afines, a las sociedades mercantilistas. En este último estadio evolutivo se hallaba la sociedad hispánica que, hacia 1500, hizo contacto con y sometió a nuestras sociedades indígenas. De este gradiente o desarrollo desigual de capacidades, involuntariamente reforzado con una mucho mayor resistencia del europeo ante gérmenes epidémicos, dependió en alto grado la derrota, la deculturación aplastante y el casi genocidio de los pobladores originales de nuestros territorios.

Por último, hace apenas unos dos siglos, irrumpió una nueva revolución en los sistemas de producción, que hizo del saber de tipo científico, que también se había incubado durante los tres siglos anteriores en los ámbitos filosóficos o culturales, una nueva fuerza productiva plasmada en múltiples mecanismos de generación de nuevos conocimientos, o actividades de formación, tales como las actividades de investigación, desarrollo y diseño basadas en la elaboración de modelos, la enseñanza/aprendizaje en base a problemas y preguntas abiertos, y la optimización de soluciones a problemas por vía teórica o de proyectos concretos. La ventaja exhibida por las llamadas naciones modernas respecto de las que no lo somos, o al menos del todo, deviene en buena medidad de esta madurez o grado de transformación de sus capacidades productivas. Mientras que la mayoría de las sociedades de los grupos que hace un par de entregas caracterizamos como capitalistas o de sistemas mixtos poseen, en promedio, fuerzas o capacidades productivas con un alto nivel educativo -secundario completo y en vías de universalizar algún grado de educación superior- y organizadas para producir con una productividad muy por encima del promedio mundial, en el orden de unos 10 a 12000$ anuales por trabajador ocupado, nuestra naciones latinoamericanas disponen de una fuerza de trabajo que, en promedio, está organizada apenas muy informalmente y suele disponer de sólo una primaria incompleta y de baja calidad, lo que hace difícil cuando no imposible la incorporación del conocimiento científico a la actividad productiva, que es la clave para exceder tales niveles de productividad.

A su vez, dentro de las capacidades estructurales productivas, probablemente las más básicas o esenciales, algo así como el "estómago" en el sistema digestivo, sean las capacidades de trabajo, especie de bloques o partículas matrices a partir de las cuales se construyen o derivan todas las demás capacidades productivas, y en las que parecieran inspirarse, indirectamente, las restantes capacidades no productivas. Si las capacidades productivas son las más duras, básicas, tangibles o medibles dentro del conjunto de las capacidades estructurales, las capacidades de trabajo son, a su vez, las duras, etc., dentro de las capacidades productivas. Esto sugiere que la capacidad de los modernos empresarios o gerentes, por ejemplo, quienes son los más directos exponentes de las capacidades de valorización o de gestión, se derivan en buena dosis de las capacidades avanzadas de trabajo productivo que poseen o alguna vez tuvieron. Sin embargo, esto no significa que las capacidades de gestión o valorización sean un mero "reflejo" o consecuencia de la transformación de las capacidades de trabajo: las limitaciones empresariales o gerenciales de los países que, como la URSS o Cuba, se han lanzado a construir el "socialismo" a través de una "dictadura del proletariado" o de los trabajadores y sin pasar por el capitalismo son un claro ejemplo de ello.

Esta cualidad del trabajo va mucho más allá del ámbito económico. Podemos pensar que la existencia concreta de prácticamente todos los seres, animados o no, se organiza en torno a su capacidad para realizar trabajo, es decir, para aplicar fuerzas físicas y transformar su entorno según sus finalidades o razón de ser. Sin trabajo no puede haber entidad de ningún ser material, puesto que no podría ocupar ningún lugar en el espacio, o sea, algún volumen propio; aceptar o ejercer fuerzas de alguna índole o disponer de una masa autónoma, diferenciada de su entorno; ni tampoco existir en momento alguno en el tiempo, o sea, experimentar algún cambio o variación de estado. Y todo esto, que, a riesgo de ponernos un poco filosóficos o profundos, consideramos pertinente para todos los seres, lo vemos especialmente válido para los seres humanos.

Al trabajo humano lo concebimos como un modo o manera altamente evolucionado de realizarse el trabajo en general. Creemos que sólo la insólita compartimentalización del conocimiento, característica de las sociedades modernas, ha permitido que los físicos y químicos al hablar de trabajo crean referirse a algo absolutamente distinto de lo tratado por biólogos o economistas bajo el mismo término. El trabajo humano participa de la cualidad de aplicar fuerzas para alcanzar transformaciones, como todas las formas de trabajo, incluidas las inanimadas; es contentivo de la capacidad para retroalimentarse con información sobre los resultados obtenidos con la aplicación parcial de fuerzas, al estilo de los demás animales y aún de las plantas y bacterias; pero comprende, además, la capacidad única de representar anticipadamente los resultados potenciales de la aplicación de tales fuerzas, lo cual sólo es posible gracias a ese órgano milagroso, y exclusivo nuestro, en este planeta, que es el cerebro humano, el cual posibilita la imaginación anticipada, o monitoreo inteligente, de tales resultados. De allí que sea absurdo, desde la perspectiva aquí sustentada, oponer trabajo a imaginación, o materia a idea, o ciencias naturales a ciencias sociales, pues los vínculos o interrelaciones entre estos pares de instancias son evidentes, o deberían serlo para quienes hemos nacido y crecido en el siglo veinte, en donde se demostró hasta la saciedad que la materia y energía son la mismísima cosa.

La conclusión que deseamos sustentar es que, si bien es innegable que las naciones y empresas con pretensiones hegemónicas se empeñan en reorganizar el mundo a su antojo, dejando fuera de todo progreso social a masas enormes de la población habitante de nuestro hasta hace poco llamado mundo subdesarrollado, en el fondo lo que hace posible tal dominación es el escaso grado de desarrollo de las capacidades productivas, y particularmente de trabajo, de esta misma población, la que, de paso, se vuelve aún más vulnerable cuando se reproduce mucho más aceleradamente que su capacidad para satisfacer aunque sea mínimamente sus necesidades. Las naciones llamadas desarrolladas lo que hacen es sacar provecho de sus ventajas en materia de capacidades, de manera semejante a como, al interior de nuestros propios países, las poblaciones urbanas se aprovechan del atraso de las campesinas, o las campesinas de las indígenas, o unas indígenas de las otras indígenas más rezagadas en términos productivos.

Y no se está diciendo aquí, como seguramente lo va a interpretar cierta ortodoxia izquierdista, que se justifique o sea inevitable la dominación de nuestras naciones por potencias y empresas externas, sino simplemente de entender que pese a las maravillosas cualidades y potencialidades de nuestro género humano, que nos predisponen a la edificación de un mundo de libertad, fraternidad y equidad, en los últimos quinientos años de evolución, o tal vez un poco más si incluimos el caso de los imperios antiguos, el contacto entre poblaciones de altos contrastes en el grado de desarrollo de sus capacidades ha hecho posibles mecanismos de dominación política, explotación económica y subordinación cultural, al parecer desconocidos durante la anterior existencia humana, que con mucho han venido a reeditar grotescamente el mundo de bestialidad y feroz agresividad del que biológicamente hemos querido diferenciarnos.

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