martes, 11 de agosto de 2009

Nuestras capacidades estructurales mediáticas

La verdad es que a mí tampoco termina de parecerme simpática la palabrita, que, no sé, tiene un aire como a médico o a medicinal, o un saborcito como a remedio, pero todo sugiere que ha venido para quedarse y ya está flamantemente instalada en el mero DRAE: "mediático, ca. adj. Perteneciente o relativo a los medios de comunicación.", así que nos resignaremos a emplearla, por ahora. Pero con una condición: ampliaremos su cobertura para incluir a todas aquellas instancias sociales dedicadas esencialmente a la generación, almacenamiento, manejo y difusión de la información como recurso, es decir, de los símbolos o representaciones de la realidad como si fuesen otra realidad paralela y no física, o sea, más bien con el significado de "perteneciente o relativo a los medios de información", puesto que a la comunicación, que supone cierta interacción entre las partes comunicadas, la vemos como un subconjunto de la transferencia de información.
Según esta acepción ampliada, dentro de las capacidades mediáticas incluiremos a todas aquellas que, por milenios, comenzaron a emerger gradualmente con el uso de la pintura, la escultura, el dibujo y la escritura, pero que sólo alcanzaron su madurez, como sistema de capacidades distinto del cultural y del político, con el establecimiento de los métodos xilográficos chinos (al estilo de los esténciles que todavía se usan para imprimir franelas y afines) y el uso de caracteres de impresión por los mismos asiáticos, y, en Occidente, con los monasterios medievales y sus prácticas de copiado profesional de manuscritos, a partir del siglo IX, y, ya plenamente, desde el siglo XV, con la imprenta tipográfica de Gutenberg y sus caracteres metálicos. Con la posibilidad de impresión masiva y a bajos costos de libros, documentos, folletos, edictos, afiches y afines se inicio una nueva era histórica en donde la fuente casi exclusiva de información dejó de ser el mundo concreto y tangible, el cual pasó a compartir su privilegio con un nuevo mundo artificial de imágenes, textos, gráficos y, más adelante, sonidos e imágenes en movimiento.

Si, con las capacidades territoriales, las sociedades comenzaron a crear una especie de prolongación o anexo del mundo natural, o una suerte de ortomundo, que tuvo, en las épocas primitivas tardías y en las primeras antiguas, un impacto enorme sobre las capacidades estructurales básicas productivas, culturales y políticas, dotándolas de equipos, herramientas variadas e infraestructuras diversas, ahora, con las capacidades mediáticas, se ha construido un mundo mucho más extranatural o artificial, una especie de metamundo, que ha venido a convulsionar la esencia de las sociedades dotando a todas las capacidades mencionadas con representaciones simbólicas o abstractas que las potencian. Así, en las sociedades antiguas tardías y, sobre todo, en las sociedades a las que llamaremos medias, la cultura se dota de representaciones y documentos diversos que la modifican, la producción se uniformiza o estandariza mediante normas, planos, instructivos, fórmulas, contabilidades, etc., y la política se arma con leyes, programas, decretos, edictos, reglamentos, panfletos, afiches y afines, que posibilitan un ejercicio del poder mucho más eficiente. Y, así como el manejo de lenguajes especializados u ortolenguajes ha sido la clave para el desenvolvimiento de las capacidades territoriales en aquel ortomundo, el empleo de lenguajes abstractos o metalenguajes ha sido el quid para el avance de las capacidades mediáticas en este metamundo.

Al calor de la revolución técnica mediática inicial, y luego con las revoluciones tecnológicas posteriores, se ha expandido la visión general del mundo de la inmensa mayoría de los habitantes del orbe; se ha potenciado el desarrollo de medios de generación, procesamiento y difusión de información cada vez más sofisticados, tales como las imprentas, las cámaras fotográficas, el telégrafo, la radio, el tocadiscos, el teléfono, la televisión, los computadores e Internet, a la vez que la creación de medios de almacenamiento y recuperación de información tales como bibliotecas, hemerotecas, planotecas, discotecas, fototecas, filmotecas, mediotecas y archivos físicos o virtuales de todo género; y, tal vez con la mayor importancia, se han establecido medios o sistemas de instrucción, en donde la población no sólo asimila grandes cantidades de información en un ambiente controlado, el escolar, sino que aprende a emplear los metalenguajes abstractos necesarios para generar, procesar, interpretar, almacenar y difundir más y más información por cuenta propia.

Con todos estos adelantos y revoluciones, los seres humanos pasamos a vivir como en dos esferas: una, la de los objetos tangibles, con los que interactuamos a través de nuestros sentidos, y otra, la de los objetos virtuales o intangibles, potenciada por nuestro tránsito por la escuela, que manejamos a través de nuestras interpretaciones mentales abstractas y nuestros metalenguajes. Nuestras posibilidades de aprender y adquirir experiencias se han expandido exponencialmente, pero también se han abierto opciones de dominación y manipulación cultural, ideológica y política nunca antes imaginadas, que multiplican nuestros chances de ser engañados y equivocarnos al actuar en base a premisas falsas. Mediante nuestras capacidades mediáticas podemos enterarnos de detalles de la vida de un fulano que vivió a decenas de miles de kilómetros y quizás a miles de años de nosotros, pero también podemos terminar creyendo, dependiendo del contenido de la información recibida, que el tal fulano fue un santo cuando a lo peor resulta que fue un demonio, o al revés, y este es el grave conflicto inherente a este mundo virtual o mediático: dado que es una instancia artificial o puramente creada por los humanos, sin equivalente en el mundo natural o biológico, tiene el poder de enriquecer enormemente pero también de arruinar nuestras vidas. Un solo instante ante un afiche o una cuña radial o televisiva, o un par de horas de lectura de un libro o de visión de una película, pueden ser suficientes para alterar drásticamente el curso de nuestra existencia, sembrándonos ideales y esperanzas, o ilusiones y frustraciones, que no teníamos.

De donde se deriva la mala noticia de que, quizás después de las armas y de los dólares, los medios de comunicación o información son un recurso favorito de toda empresa, Estado, imperio, avaro, autócrata u organismo de inteligencia interesado en dominar o controlar a una población con limitado grado de desarrollo de sus capacidades, e imponerle una visión de las cosas no acorde con sus propios intereses. Los medios de comunicación siempre dan la sensación de estar como adelantados en relación al resto de las capacidades de todo país atrasado, puesto que, mediante inversiones, préstamos e intervenciones adecuadas, son fácilmente puestos al servicio de entes diversos, a menudo también locales, que se aprovechan de tal atraso. En nuestra América Latina, en donde en muchos hogares las prioridades del televisor están por encima de las de la nevera, esto resulta particularmente patético: nuestro imaginario de estilos de vida y de consumo suele estar a años luz de nuestras capacidades productivas para generar autosuficientemente los bienes y servicios que aseguren tales estilos. Y esto genera una especie de esquizofrenia entre nuestro Dr. Jekyll, que trabaja y produce de una manera, y nuestro Míster Hyde que quiere vivir y consumir de otra, lo que se convierte en caldo de cultivo para toda clase de aberraciones, alienaciones y desadaptaciones.

Con frecuencia los Estados de nuestros países atrasados, con buenas o no tan buenas intenciones, cuando quieren enfrentar a otros Estados o entes externos con empeños dominadores, tratan de crear aparatos de propaganda y adoctrinamiento que contrarresten los efectos mediáticos adversos, pero, a la larga, esta no es la solución al problema, puesto que plantean la batalla por la autonomía nacional y contra la dependencia en un terreno de símbolos desligados de la realidad -muchas veces sin el acompañamiento de al menos sólidos sistemas de instrucción para aprender a manejar los metalenguajes correspondientes-, que, en el mejor de los casos, termina cambiando una alienación por otra.

La buena noticia, empero, es que los afanes de dominación de entes externos diversos sí pueden ser contrarrestados, como ya lo están haciendo tal vez decenas de naciones pequeñas y militarmente débiles, mediante la transformación de sus capacidades productivas y de trabajo hasta llevarlas a sustentar un modo de vida y un estilo de consumo acorde con las posibilidades de cada una, y el desarrollo de capacidades culturales, territoriales, educativas y políticas que sitúen las experiencias mediáticas en un contexto equilibrado. Más aún: dentro del propio ámbito de los medios de comunicación están apareciendo posibilidades de contrabalanceo de los macropoderes mediáticos a través de micropoderes al alcance de los ciudadanos comunes y corrientes, como, verbigracia, es el caso de este blog, que, pese a ser producido con recursos materiales muy limitados, idealmente ya puede ser leído masivamente en todo el planeta y al cual su autor, más allá de la realidad de sus escasos lectores actuales, aspira, aprovechando la gratuidad de los sueños, convertir algún día en una voz que pueda ser escuchada en los grandes foros de búsqueda de soluciones a los problemas de nuestra Latinoamérica.

Mientras el poder mediático se redujo a la publicación de libros y documentos que muchos no podían leer, y a una enseñanza libresca y elitesca para la interpretación de ésos, la prensa, la escuela y sus afines se mantuvieron como poderes muy a distancia de los otros, pero, con los modernos medios de comunicación, la sociedad no sólo necesita hacer madurar todas sus capacidades en general, sino, en particular, de dos contrapesos sin los cuales resulta fácilmente presa de maniáticos mediáticos de toda laya, cuales son un verdadero sistema educativo que, a diferencia del meramente instructivo, enseñe a pensar, discernir y decidir con modelos y criterios propios, y un moderno sistema político, verdaderamente democrático, que equilibre los macropoderes que inciden sobre la vida de los ciudadanos a objeto de maximizar el ejercicio de los micropoderes de éstos. En ausencia de este sistema educativo y de este sistema político democrático, de los que nos ocuparemos en las próximas dos entregas, las sociedades fácilmente se hunden en el peor de los mundos mediáticos, en donde la visión virtual de las cosas, a veces empedrada con buenas intenciones como el camino aquel, termina por conspirar contra las posibilidades reales de mejorarlas.

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