
Si, con las capacidades territoriales, las sociedades comenzaron a crear una especie de prolongación o anexo del mundo natural, o una suerte de ortomundo, que tuvo, en las épocas primitivas tardías y en las primeras antiguas, un impacto enorme sobre las capacidades estructurales básicas productivas, culturales y políticas, dotándolas de equipos, herramientas variadas e infraestructuras diversas, ahora, con las capacidades mediáticas, se ha construido un mundo mucho más extranatural o artificial, una especie de metamundo, que ha venido a convulsionar la esencia de las sociedades dotando a todas las capacidades mencionadas con representaciones simbólicas o abstractas que las potencian. Así, en las sociedades antiguas tardías y, sobre todo, en las sociedades a las que llamaremos medias, la cultura se dota de representaciones y documentos diversos que la modifican, la producción se uniformiza o estandariza mediante normas, planos, instructivos, fórmulas, contabilidades, etc., y la política se arma con leyes, programas, decretos, edictos, reglamentos, panfletos, afiches y afines, que posibilitan un ejercicio del poder mucho más eficiente. Y, así como el manejo de lenguajes especializados u ortolenguajes ha sido la clave para el desenvolvimiento de las capacidades territoriales en aquel ortomundo, el empleo de lenguajes abstractos o metalenguajes ha sido el quid para el avance de las capacidades mediáticas en este metamundo.
Al calor de la revolución técnica mediática inicial, y luego con las revoluciones tecnológicas posteriores, se ha expandido la visión general del mundo de la inmensa mayoría de los habitantes del orbe; se ha potenciado el desarrollo de medios de generación, procesamiento y difusión de información cada vez más sofisticados, tales como las imprentas, las cámaras fotográficas, el telégrafo, la radio, el tocadiscos, el teléfono, la televisión, los computadores e Internet, a la vez que la creación de medios de almacenamiento y recuperación de información tales como bibliotecas, hemerotecas, planotecas, discotecas, fototecas, filmotecas, mediotecas y archivos físicos o virtuales de todo género; y, tal vez con la mayor importancia, se han establecido medios o sistemas de instrucción, en donde la población no sólo asimila grandes cantidades de información en un ambiente controlado, el escolar, sino que aprende a emplear los metalenguajes abstractos necesarios para generar, procesar, interpretar, almacenar y difundir más y más información por cuenta propia.
Con todos estos adelantos y revoluciones, los seres humanos pasamos a vivir como en dos

De donde se deriva la mala noticia de que, quizás después de las armas y de los dólares, los medios de comunicación o información son un recurso favorito de toda empresa, Estado, imperio, avaro, autócrata u organismo de inteligencia interesado en dominar o controlar a una población con limitado grado de desarrollo de sus capacidades, e imponerle una visión de las cosas no acorde con sus propios intereses. Los medios de comunicación siempre dan la sensación de estar como adelantados en relación al resto de las capacidades de todo país atrasado, puesto que, mediante inversiones, préstamos e intervenciones adecuadas, son fácilmente puestos al servicio de entes diversos, a menudo también locales, que se aprovechan de tal atraso. En nuestra América Latina, en donde en muchos hogares las prioridades del televisor están por encima de las de la nevera, esto resulta particularmente patético: nuestro imaginario de estilos de vida y de consumo suele estar a años luz de nuestras capacidades productivas para generar autosuficientemente los bienes y servicios que aseguren tales estilos. Y esto genera una especie de esquizofrenia entre nuestro Dr. Jekyll, que trabaja y produce de una manera, y nuestro Míster Hyde que quiere vivir y consumir de otra, lo que se convierte en caldo de cultivo para toda clase de aberraciones, alienaciones y desadaptaciones.
Con frecuencia los Estados de nuestros países atrasados, con buenas o no tan buenas intenciones, cuando quieren enfrentar a otros Estados o entes externos con empeños dominadores, tratan de crear aparatos de propaganda y adoctrinamiento que contrarresten los efectos mediáticos adversos, pero, a la larga, esta no es la solución al problema, puesto que plantean la batalla por la autonomía nacional y contra la dependencia en un terreno de símbolos desligados de la realidad -muchas veces sin el acompañamiento de al menos sólidos sistemas de instrucción para aprender a manejar los metalenguajes correspondientes-, que, en el mejor de los casos, termina cambiando una alienación por otra.
La buena noticia, empero, es que los afanes de dominación de entes externos diversos sí pueden ser contrarrestados, como ya lo están haciendo tal vez decenas de naciones pequeñas y militarmente débiles, mediante la transformación de sus capacidades productivas y de trabajo hasta llevarlas a sustentar un modo de vida y un estilo de consumo acorde con las posibilidades de cada una, y el desarrollo de capacidades culturales, territoriales, educativas y políticas que sitúen las experiencias mediáticas en un contexto equilibrado. Más aún: dentro del propio ámbito de los medios de comunicación están apareciendo posibilidades de contrabalanceo de los macropoderes mediáticos a través de micropoderes al alcance de los ciudadanos comunes y corrientes, como, verbigracia, es el caso de este blog, que, pese a ser producido con recursos materiales muy limitados, idealmente ya puede ser leído masivamente en todo el planeta y al cual su autor, más allá de la realidad de sus escasos lectores actuales, aspira, aprovechando la gratuidad de los sueños, convertir algún día en una voz que pueda ser escuchada en los grandes foros de búsqueda de soluciones a los problemas de nuestra Latinoamérica.
Mientras el poder mediático se redujo a la publicación de libros y documentos que muchos no podían leer, y a una enseñanza libresca y elitesca para la interpretación de ésos, la prensa, la escuela y sus afines se mantuvieron como poderes muy a distancia de los otros, pero, con los modernos medios de comunicación, la sociedad no sólo necesita hacer madurar todas sus capacidades en general, sino, en particular, de dos contrapesos sin los cuales resulta fácilmente presa de maniáticos mediáticos de toda laya, cuales son un verdadero sistema educativo que, a diferencia del meramente instructivo, enseñe a pensar, discernir y decidir con modelos y criterios propios, y un moderno sistema político, verdaderamente democrático, que equilibre los macropoderes que inciden sobre la vida de los ciudadanos a objeto de maximizar el ejercicio de los micropoderes de éstos. En ausencia de este sistema educativo y de este sistema político democrático, de los que nos ocuparemos en las próximas dos entregas, las sociedades fácilmente se hunden en el peor de los mundos mediáticos, en donde la visión virtual de las cosas, a veces empedrada con buenas intenciones como el camino aquel, termina por conspirar contra las posibilidades reales de mejorarlas.
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