martes, 4 de agosto de 2009

Nuestras capacidades estructurales culturales

Si las capacidades productivas son las más concretas, tangibles o duras dentro de las capacidades estructurales, las capacidades culturales serán entendidas aquí como su opuesto, es decir, como las más abstractas, intangibles o blandas, sin por ello compartir la idea de que serían algo así como dependientes de o un reflejo de aquéllas, o inferiores en algún sentido. Nada de esto: aunque admitiremos que estas capacidades culturales no pueden existir en un vacío físico, material o económico, y que inclusive están determinadas por las capacidades estructurales restantes, y especialmente por las capacidades productivas, postulamos también, tomando el término de los llamados estructuralistas, que las capacidades culturales sobredeterminan a las demás y, más allá todavía, las dotan como de un norte o sentido sin el cual éstas resultan incomprensibles y aun impensables.

Las capacidades culturales vienen a ser entonces como una especie de alma, psique, subconsciente o conjunto de valores de las sociedades, aceptados y transmitidos -sin excluir mutaciones- de unas generaciones a otras, de manera análoga a como en el plano individual somos orientados por impulsos anímicos rectores, sin que cuente aquí que la comprensión de éstos haya sido objeto de toda clase de debates religiosos o teóricos. Con más espacio y calma nos placería detenernos en argumentar como estamos persuadidos de que esta manera de entender la sociedad, afín a la de religiosos, humanistas y científicos sociales, tiene, por lo menos, interesantísimas analogías con la visión del mundo de los físicos, para quienes el mundo material, hecho de partículas elementales dotadas de masa o fermiones, es indesligable de un mundo de partículas sin masa o bosones que le da sentido o conexión con el resto del universo a las primeras y les permite ejercer sus fuerzas sobre ellas; pero mejor dejamos estas reflexiones como ejercicio para la casa y cortamos aquí, sin que esto signifique que nos olvidaremos del asunto.

Si tuviésemos que continuar con nuestras metáforas entre los sistemas del organismo humano y las capacidades estructurales sociales, diríamos que las capacidades culturales serían análogas a las del sistema nervioso no ligado a las actividades conscientes o al razonamiento, es decir, a todas las áreas u órganos comprendidos desde el sistema nervioso periférico, que regula espontáneamente nuestra respiración, percepción, circulación sanguínea, digestión y muchas otras funciones, hasta todos aquellos componentes del sistema nervioso central, como la médula espinal, el cerebelo, el subsistema límbico, los lóbulos temporales del cerebro y otros, que regulan nuestras emociones, equilibrio, sueños, reacciones instintivas y afines, en síntesis, todo lo que nos da aliento o ánimo para hacer las cosas, nos guía o impulsa inconscientemente y nos "dice" si lo que hacemos es pertinente o no y si está bien hecho y/o nos gusta o no. Y de la misma manera a como no es indispensable, para nuestra concepción del organismo individual, entrar a dirimir acerca del porqué de que esta alma, psique o como prefiramos llamarla, es como es o si alguien la puso allí, pues nos basta constatar su existencia, darnos cuenta del papel regulador de nuestras actividades que desempeña y convencernos de que de ninguna manera podemos subestimar su rol en nuestra vida, así mismo no nos hace falta establecer la naturaleza u orígenes de las capacidades culturales. Esto no quiere decir que no nos importen estos complejos asuntos o que no tengamos opinión sobre ellos, sino que nos interesa mucho más abrir la posibilidad de compartir, pluralmente, interpretaciones y acciones sociales con personas con una diversidad de puntos de vista o concepciones, siempre que sean abiertas, sobre estos asuntos.

Y, llegadas las cosas a este punto, tal vez convenga aclarar que el aparente jueguito este de las metáforas sobre el organismo humano, tiene un sentido más profundo o al menos ambicioso, cual es el de pretender avanzar hacia una especie de teoría anatómica o estructural de la sociedad que pudiese permitir analizar, diagnosticar y hasta tratar los problemas sociales, al estilo de lo que hacen los médicos con la medicina, quienes a la hora de extraer o extirpar un tumor o corregir una anomalía en un órgano no se detienen a pensar en si la persona es cristiana o musulmana, catira o morena, de derecha o de izquierda, sino que, con la mismas teorías anatómicas abordan sus intervenciones en unos u otros casos. En otras palabras, aunque no somos precisamente devotos de la ciencia, y menos de la académica, no vemos prudente despachar o desestimar el enfoque o abordaje de tipo científico de los problemas, y menos para reemplazarlo por enfoques dogmáticos, empiristas o caprichosos: creemos en la necesidad de superar las limitaciones del pensamiento parcelado científico, pero absorbiéndolo al interior de un pensamiento más rico y abarcante, parecidamente a como la ciencia lo ha hecho con el pensamiento lógico o aristotélico, al cual contiene o abarca como un subconjunto particular o más restringido.

También en las capacidades culturales distinguiremos seis tipos o subcapacidades, tres básicos o inherentes a todas las sociedades humanas, y tres "evolucionados" o distintivos de diferentes tipos de sociedades o modos de vida a lo largo de lo que entendemos ha sido nuestra historia. Las capacidades culturales esenciales o básicas serían las referidas a la valoración del mundo, la vida y las personas, a la que llamaremos concepción general del mundo (para evitar usar la palabreja alemana weltanschauung, tan popular entre los filósofos, que no parece quedar bien traducida por cosmovisión o ideología en sentido general), que comprende a lo que suele denominarse la moral o sentido del bien, y que incluye la valoración del lenguaje como herramienta para representar todo lo demás; las referidas a la concepción o valoración del poder, la igualdad, la equidad y la justicia, o capacidades culturales ideológicas en sentido estricto, o simplemente cultura ideológica o ideología; y las referidas a la valoración de la utilidad de las cosas y procesos materiales, o cultura material. Estos tres tipos de capacidades culturales serían inherentes a todos los tipos de sociedades o modos de vida, y serían los únicos de las sociedades primitivas sin distinciones de clases, en donde habrían existido de manera integrada o sin fisuras internas, o sea, sin sesgos privilegiadores de los intereses de ciertos grupos o clases sociales frente a otros.

Las capacidades culturales producto de la evolución histórica de las sociedades serían las referidas a la valoración de los recursos territoriales, ambientales y de infraestructura, junto a las reglas para su ocupación o usufructo, o capacidades culturales territoriales, las cuales habrían surgido con el proceso de sedentarización de las sociedades en ciertos territorios con ventajas para los asentamientos rurales o urbanos y/o para la agricultura, el pastoreo, el riego o la disponibilidad minera de distintos recursos del subsuelo. Aunque, conceptualmente y a diferencia de lo sostenido por los clásicos marxistas, no pensamos que la mera existencia de las actividades agrícolas sea condición suficiente para la emergencia de la propiedad territorial privada y, con ella, de las clases sociales, y prueba de ello parecieran ser sociedades como la civilización egea en la Europa pregriega o la cuasicivilización arahuaca en la Venezuela prehispánica, en donde existieron sistemas agrícolas avanzados sin clases sociales y, por tanto, con culturas integradas o armoniosas, lo cierto es que pareciera que hasta ahora ninguna sociedad agrícola con impacto significativo sobre otras sociedades o sobre las tendencias centrales de la historia conocida ha podido subsistir sin la generación de clases sociales y sus correspondientes culturas escindidas en un componente dominante y otro dominado o subordinado.

Da la impresión de que la combinación fatal ha sido el encuentro de pueblos agrícolas pacíficos con pueblos invasores belicosos y dotados con ventajas militares que terminan por subyugar y hasta esclavizar a los primeros, de modo semejante al conocido fenómeno según el cual los niños pacíficos, respetuosos y estudiosos con frecuencia terminan sufriendo ataques, atropellos o despojos de niños violentos, malcriados o maleducados. Sea cual sea la explicación, lo cierto es que la casi totalidad de sociedades dotadas de sistemas agrícolas o mineros han terminado por convertirse en sociedades de clases sociales, en donde quienes se han vuelto propietarios de las tierras o minas han explotado, sometido y muchas veces esclavizado a los no propietarios y les han impuesto alguna ideología, religión o cultura dominante, que intenta justificar o presentar como natural o merecido tal explotación o sometimiento. Tal vez la combinación más usual sea la que supone la existencia de un dios o criatura sobrenatural que consiente o premia a sus devotos principales, que resultan ser los mismos propietarios de las tierras y sus descendientes, con privilegios sobre los no creyentes, creyentes a medias o conversos, que, pese a ser, a menudo, descendientes de los ocupantes originarios de las mismas tierras, acaban por ser los no propietarios subordinados a los primeros. Frente a tales situaciones de injusticia, la respuesta ortodoxa de izquierda es la de propiciar la lucha de clases para devolver a las clases oprimidas la libertad y la propiedad perdida de las tierras, pero resulta que no se conoce ni un solo caso en donde este tipo de lucha de clases haya engendrado una sociedad de nuevo tipo: la sociedad romana, por ejemplo, que es un clásico de la dominación esclavista amparada por una ideología y una cultura religiosa legitimadora de tal orden, no fue reemplazada o superada por otra dirigida por los esclavos o sus descendientes que pasaron a dominar a sus anteriores amos, sino por fuerzas sociales externas que portaban en su seno las relaciones del tipo señor/siervo, lo que dio lugar al feudalismo medieval como sistema alternativo al romano, en donde todas las clases del antiguo sistema se reacomodaron según las clases del nuevo.

El quinto tipo de capacidad cultural es el que asociamos a la valoración de leyes, normas escritas, manuales y libros contentivos de verdades, órdenes con miembros portadores de dichas verdades, con frecuencia reveladas por entes no humanos, y exégetas de tales libros, y autoridades de diversa índole legitimadas por tales leyes, normas y verdades, a las que denominaremos cultura legal o normativa. Nuevamente, aunque consideramos pensable la existencia de una sociedad que, al estilo de la Castalia de Herman Hesse en El juego de abalorios, pudiese existir con una cultura normativa armoniosa y sin distinciones clasistas, el hecho es que todas las sociedades de que hayamos tenido noticia con capacidades culturales de este tipo han sido sociedades jerárquicas, en donde las leyes o normas favorecen discriminativamente a quienes detentan el poder, en perjuicio de quienes no lo detentan. Las sociedades mercantiles o sociedades monárquico-burguesas, al estilo de la Europa de los años aproximadamente 1500-1789, y del tipo que vemos como esencialmente prevaleciente en la América Latina actual, es decir, sociedades con estructuras premodernas o anteriores a las revoluciones modernas industrial o inglesa y política o francesa, pueden ser consideradas como sociedades con culturas dominantes de tipo normativo, estructuradas en beneficio de las clases dominantes correspondientes. Lo dicho al final del párrafo anterior sería, con variantes, aplicable también aquí: la sociedad moderna que emerja del colapso del obsoleto régimen mercantil o autocrático no podrá surgir de la inversión del poder de clases en la sociedad anterior y menos de la dictadura de los proletarios e indigentes sobre los burgueses y pequeñoburgueses, sino del gradual y consciente establecimiento de un nuevo sistema social con relaciones distintas del tipo que exploraremos a continuación.

El sexto tipo de capacidades culturales es el que vincularemos a la valoración del conocimiento, de la verdad no revelada por nadie sino legitimada por la investigación científica y la comprobación experimental de hipótesis, de la validación práctica de modelos teóricos, de la autoridad emanada del aprendizaje y manejo de los conocimientos así generados, a las que llamaremos capacidades culturales cognitivas, características de las sociedades modernas. Aunque reconocemos, en muchos sentidos pero no en todos, un importante grado de evolución en las sociedades con culturas dominantes de este tipo, sobre todo en relación a aquéllas con culturas de los tipos anteriores, no se nos escapa que seguimos tratando con sociedades de clases en donde, por regla general, el empleo del conocimiento científico y tecnológico, supuestamente imparcial u objetivo, termina por favorecer los intereses de quienes financian y controlan los centros de investigación y desarrollo en donde se genera, o sea, de las clases empresariales y gerenciales de las grandes corporaciones y los altos funcionarios estatales que a menudo favorecen sus intereses mutuos con ésas, y termina por contribuir a imponer un estilo de vida consumista y materialista que perjudica a prácticamente todo el mundo.

Imaginamos la superación de estas sociedades modernas como una extrapolación del proceso, que ya vemos en marcha, de emergencia de un nuevo tipo de capacidades asociadas a la valoración de la ética, del respeto a las personas y al ambiente, de la solidaridad y la cooperación frente a la competencia, y valores afines, hasta convertir en dominante esta nueva cultura, pero nunca como producto del derrocamiento violento del empresariado corporativo y sus adeptos privilegiados. Y pareciera probable que este nuevo tipo de sociedad, a la que nos gustaría llamar simplemente posmoderna o socialista de no ser por la cantidad de connotaciones ambiguas que todavía portan estos términos, pueda por fin evolucionar, después del aparentemente largo pero en el fondo insignificante paréntesis clasista de las sociedades humanas, hacia un nuevo tipo de sociedad a la vez compleja y sin clases sociales, al estilo del modelo prefigurado como ideal por todas las religiones y por muchas doctrinas no religiosas. En resumen, hacia una sociedad nuevamente armoniosa y bajo el imperio único del amor en un ambiente de libertad y respeto, concordante con las tendencias centrales de nuestra deriva biológica.

Mientras tanto, mientras evolucionan estos lindos procesos en donde si seguimos pegados a nuestros vicios atávicos los latinoamericanos no podremos participar activamente y menos ser protagonistas, no nos queda sino pensar y actuar mucho, transdisciplinaria y colectivamente, en pro de la desmixtificación -o desenmarañamiento de sus falsos componentes- de nuestras culturas, en el rescate de valores sepultados por siglos de explotación y opresión -tales como los ritos de fertilidad de la tierra que se esconden bajo ciertos rituales católicos criollos, como el de la paradura del niño-, en el impulso a procesos de modernización y reacomodo social que no pueden tener como norte la copia de los vicios de las sociedades ya modernas, y tampoco la imposible inversión o puesta patas arriba de nuestras sociedades premodernas, sino la transformación y superación de nuestras capacidades en la ruta hacia las sociedades sin clases sociales de futuro. Si así actuáramos, haríamos como los niños que anhelan ser sabios cuando grandes o ancianos, y hasta reconocidos después de muertos o en otros mundos, pues nadie tiene derecho a poner límites a nuestros afanes de superación, pero sin por ello pretender saltarse sus inevitables adolescencias, juventudes y adulteces...

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