martes, 25 de agosto de 2009

Nuestras capacidades procesales propositivas

Para expresar emociones, estados de ánimo, matices sutiles de los sentimientos hacia otras personas y afines, o sea, para expresarnos afectiva o literariamente, es probable que nuestra hermosa lengua, la primera en Occidente y segunda del mundo en hablantes nativos, y segunda y tercera, respectivamente, en hablantes en general, carezca de rivales. Pero a la hora de teorizar, conceptualizar, definir ideas con precisión, etc., hay que reconocer que estamos algo rezagados, y no por caprichos del azar, sino porque los hispanohablantes, y sobre todo los latinoamericanos o, si gusta más, ibero o hispanoamericanos, hemos tenido relativamente poca experiencia en estas lides, aunque aquí se aplica aquello de que nunca es tarde para remediar, o lo de que más vale tarde que nunca... A manera de ejemplo, valga el caso de la palabra que hasta aquí nos trajo, relacionada con la elaboración de propósitos. Nuestro diccionario estándar, el mejor que jamás hayamos tenido -no recuerdo si ya lo dije, pero por si acaso, según mi terrícola opinión, es la 22º edición del DRAE, la de 2001-, nos ofrece el término propósito, con tres acepciones principales: ánimo o intención de hacer o de no hacer algo; objeto, mira, cosa que se pretende conseguir (que es la que nos interesa aquí); y asunto, materia de que se trata. Hasta aquí todo muy bien, pero el problema surge cuando intentamos, en el mismo DRAE, buscar los verbos, adjetivos y adverbios relacionados con este sustantivo, y salimos con las manos vacías pues no existen.

Opuestamente, sólo para completar el ejemplo y a riesgo de que este planteamiento vaya a parar a quién sabe que tenebroso expediente lingüisticopolítico contra el autor, me atrevo a citar que, en la lengua inglesa, en cualquier buen Webster reciente, al lado de purpose (propósito), el sustantivo básico, nos ofrecen, entre otros vocablos conexos y sin incluir las formas complejas o expresiones verbales, los sustantivos adicionales purposiveness (que sería algo como propositividad, en español), purposefulness (algo como propositosidad) y purposelessness (algo en la onda de proposicarentidad o carencia de propósitos), el verbo purpose (que sería como propositar), los adjetivos purposive (propositivo), purposeful (más o menos como propositoso), purposeless (algo como proposicarente, puesto que despropósito es otra cosa), y los adverbios purposely (propósitamente), purposively (propositivamente), purposefully (propositosamente), y purposelessly (proposicarentemente), con lo cual tenemos muchas opciones de conceptualizar lo que queremos expresar a propósito de propósito.

Debido a esto, a lo que el autor considera que es una limitación de nuestra lengua, y hasta tanto el pobre no tenga mejores ideas o la vida le alcance para meterle el diente en serio al griego, al latín y otras lenguas útiles para la fabricación, sin protestas, de nuevas palabras -y ¡ah mundo! si pudiese ser con la pontificia aprobación de alguna Academia-, entonces la política adoptada ha sido y será la siguiente: (1) se agotan los esfuerzos por conseguir en el DRAE el o los términos que se desean, y, si se logra: ¡aleluya!; (2) si no es así, se busca en los diccionarios de lenguas que al menos medio se conocen el o los términos buscados y, si se consiguen, como ocurrió en este caso, entonces se hace el mejor esfuerzo por traducir dichos términos al español, y se le da una breve explicación o indicación al lector de lo que se hizo (o, como ha ocurrido a menudo, en los largos años que el susodicho autor tiene escribiendo para sí mismo, esto último se omite...); y (3), si tampoco se consigue lo buscado en otras lenguas, entonces se inventan el o los términos buscados, con apoyo razonable en las raíces etimológicas griegas o latinas conocidas, y mejor si preguntándole a alguien más ducho sobre tales raíces, y ofreciéndole a los potenciales lectores (excepto cuando...) una explicación y casi excusa por el atrevimiento, etc.

En definitiva, amamos y le profesamos el mayor respeto a nuestra lengua española, pero no le concedemos el derecho a no lavar ni prestar la batea, o sea, a hacer el ridículo con malabarismos verbales injustificados, como en la época en que no teníamos realacadémicamente aprobado el término apartamento, y había puristas empeñados en que se dijera apartamiento, que era el que sí teníamos, pero que significaba algo así como "lugar apartado y retirado", lo cual originó mamaderas de gallo como la que, no recuerdo donde lo leí, se le atribuyó a nuestro Miguel Otero Silva, a quien una amiga refinada le dijo algo así como: "¡Ay Miguel, que problema tengo! Me voy a casar y no encuentro apartamiento", a lo que el criollo respondió: "¡Caramba, chica! No sabes como lo lamiento..." Bueno, los pocos pelos que me quedan no van a alcanzar para que los halen mis amigos partidarios de la bloguicortedad, así que mejor se imaginan, sin que se los explique, que a donde quiero llegar es a que sí estoy consciente de que este adjetivo propositivas y sus variantes, que estoy usando para definir estas capacidades procesales, no es precisamente ortodoxo, pero...

La definición de propósitos, a la que no vemos por qué no llamar, de acuerdo al método expuesto (en su paso (3), puesto que tampoco conseguimos nada en otras cinco lenguas), propositación, es una primera etapa, de importancia improbable de exagerar, en los procesos tradicionales de vida que suponemos surgidos al calor de la maduración lingüística que habría ocurrido en los albores de las primeras sociedades civilizadas sin conexión con o afiliación a otras (según Toynbee). Es decir, de los primeros tiempos de las muy pocamente estudiadas -y no por casualidad, sino porque pareciera haber intereses de las civilizaciones vencedoras...- sociedades sedentarias o con base rural, pero todavía sin clases sociales o divisiones sociales marcadas del trabajo, como la primera civilización maya, la egea, la sumerioacadia, la sínica o china, la indo o hindú, y, por poco, nuestra cuasicivilización -si aceptamos como un requisito civilizatorio la posesión de la escritura- arahuaca noroccidental (protovenezolana). La corazonada central que nos lleva a sentirnos tan persuadidos de que esto fue así surge no de lecturas o estudios, que los ha habido, sino de cierta experiencia en más de cien proyectos acometidos en nuestra vida profesional, y otros cuantos en nuestras otras vidas, que nos han dejado vivencias sobre la absoluta relevancia de discutir exhaustivamente y aprobar colectivamente los propósitos últimos de cada proyecto, pues el tiempo dedicado a esta propositación se recupera con creces en el curso del proceso productivo o creativo correspondiente, en términos de participación de los miembros del equipo o grupo del proyecto en cuestión; así como de la fuerte intuición que tenemos de que esta exigencia de propositar los proyectos tiene que haber estado presente dondequiera que haya existido, como lo suponemos en las sociedades civilizadas altamente colectivizadas y con suficiente madurez lingüística, la necesidad de incorporar plenamente las energías de todos al logro de los propósitos de los procesos de vida. O, dicho en sentido contrario, cualquier intento por ahorrar estas discusiones iniciales conduce luego a confusiones, a la pérdida de energías y a tener que volver una y otra vez a definir los propósitos de lo que se está haciendo.

En el ambiente profesional ingenieril y sus afines, a esta etapa inicial de los proyectos se le suele denominar Análisis de necesidades, y, tanto en la literatura como en la práctica sobre el tema, es el punto de partida obligatorio de todo proyecto tecnológico exigente, al punto de que el minúsculo Centro de Transformación Sociotecnológica, que he dirigido por más de dos décadas, hace tiempo que decidió que ya las propuestas iniciales a los clientes o usuarios deben consistir precisamente en tal análisis. En una sociedad mercantilista como la que nos ha rodeado, es obvio que esto nos ha costado más de un dolor de cabeza, pues diversos vivos se han aprovechado de nuestra supuesta ingenuidad para apropiarse de la propuesta como un estudio gratuito o, peor todavía, para usarla como requerimiento a satisfacer por organizaciones inescrupulosas que se presten para "hacer más barato el mismo trabajo..." Pero aún así, ha sido tal nuestra convicción a este respecto, que, en el fondo, nos hemos alegrado cada vez que esto ha ocurrido, pues con semejantes clientes o usuarios, incapaces de valorar la importancia de una clara propositación de los proyectos desde el vamos, es preferible no trabajar juntos y mucho menos revueltos: allá ellos con lo que se pierden.

Ahora bien, cabe preguntarse: ¿por qué esta práctica tan necesaria y común en los proyectos ingenieriles avanzados es tan poco conocida en el ámbito de las iniciativas técnicas, artesanales, creativas, políticas, culturales, religiosas, conyugales, amistosas, etc., que a diario adelantamos, en los más diversos niveles y ámbitos, en nuestros países latinoamericanos, en donde todo el tiempo tenemos la sensación de que la necesidad a satisfacer o el propósito último del esfuerzo acometido o por acometer ya lo definió o tiene que definirlo alguien más, y siempre estamos como haciendo mandados para lograr algo que sólo otro u otros conocen? Tan importante nos ha parecido, desde ha mucho, esta pregunta, que no hemos escatimado neuronas para buscarle respuestas, pues nos luce que aquí está una de las claves para que nuestra América Latina, y con ella buena parte de nuestro adolorido tercer mundo, salga por fin de su secular marasmo histórico.

Y, sin ambages, ofrecemos nuestra respuesta: no lo hacemos porque nuestra historia, como la de otros pueblos sometidos por siglos a la dominación y explotación por parte de pueblos con capacidades sociales más avanzadas, ha sido una historia de sobretutelas, sobredominaciones, sobredivisiones del trabajo, sobremanipulaciones, sobrealienaciones, sobreexplotaciones, y parémoslo allí, en donde la regla de nuestros procesos y estructuras de vida ha sido que los propósitos y valores esenciales inspiradores de nuestras actividades los definan otros, para nosotros. Con tal pedigree histórico y social, no es entonces casual que, después de siglos, en el caso social, o de décadas o años en el plano individual, recibiendo instrucciones mediáticas acerca de cómo hacer todo y sin espacio para hacernos preguntas o ensayar respuestas acerca del por qué y para qué de las cosas, y menos para ponernos de acuerdo con otros sobre tales fines o propósitos, desemboquemos en una realidad en donde la regla, con sus descontadas múltiples excepciones, en nuestros países, es la de que el padre, la madre, el esposo, la esposa, el novio, el maestro, la dirigente, el sacerdote, el animador, la jefa, ... son siempre los que deciden el propósito de lo que haremos, incluso en los niveles más elementales, como si todos los procesos de vida en que participamos fuesen como deplazarnos en un vehículo que tiene un solo puesto para el chofer o conductor que es quien decide.

Todavía a un par de siglos, años más o años menos, de conquistadas nuestras independencias políticas, nuestras sociedades son como si a un colectivo de gallinas y gallos, después de vivir en cautiverio o domesticación por siglos, se les soltara en plena selva a vivir dizque independientemente. Lo que nos ha ocurrido, al no saber en el fondo lo que queremos o como vivir independientemente, es que nos la hemos pasado construyendo jaulas, aceptando caudillos y buscando quien nos ordene o instruya sobre lo que tenemos que hacer, y mejor si echándoles la culpa a otros por nuestra dependencia, como si pudiera haberla sin dependientes... A muchos extranjeros, europeos, y nórdicos sobre todo, que nos visitan, les sorprenden nuestras incapacidades para definir lo que queremos ser, nuestros fines en la vida o los propósitos de nuestras actividades, o para ponernos de acuerdo en nuestras acciones colectivas, en fin, para propositar nuestros procesos de vida, aún en las iniciativas o relaciones más sencillas. Mientras que muchísimos niños gringos, alemanes, japoneses o qué se yo poseen respuestas elaboradas ante la pregunta ¿qué quieres ser cuando seas grande?, muchos de nuestros ya grandes pasan trabajo y tragan grueso cuando se les pregunta ¿cuál es tu propósito en la vida?, pues lo que abunda es aquello de que "como vaya viniendo vamos viendo..." Cuando, en muchas entrevistas para emplear profesionales, les hemos preguntado ¿cuál es tu propósito de carrera?, o bien, la mayoría, no sabe de qué les estamos hablando, o bien, una minoría, repiten como loros alguna frase que les redactó algún "experto en currículos" copiada de patrones que se venden en el mercado o traducidos generalmente del inglés, quedando apenas un residuo de excepción para quienes sí habían pensado en serio en el asunto. Esto, por supuesto, no tiene nada que ver con rigideces modernas ni con algunas respuestas posmodernas de quienes, ansiosos de inyectarle flexibilidad y alegría a la vida, hacen como que subestiman la definición de objetivos rígidos de lo que buscan...Y si todavía alguno percibe algún tufo pitiyanqui o proimperio en lo que va dicho, queremos recordarle que, por ejemplo, nadie menos que Simón Bolívar llegó a afirmar, en su conocida misiva jamaiquina, refiriéndose al porqué de nuestros fracasos y a nuestra dificultad para ser libres -o propositados, podríamos decir nosotros-, que "el alma de un siervo rara vez alcanza a apreciar la sana libertad: se enfurece en los tumultos o se humilla en las cadenas".

En resumidas cuentas, no encontramos manera de exagerar la importancia de rescatar la propositividad de cuanto hagamos en nuestro subcontinente en cualquier ámbito o a cualquier nivel, de transformar nuestras capacidades propositivas para energizar nuestros procesos de vida, de combatir nuestras proposicarencias y nuestra proposicarentividad, pues es tal nuestra inexperiencia generalizada en esta materia que no vemos manera de errar por exceso o volvernos demasiado propositosos. Alertar, entre nosotros, que hemos vivido por siglos bailando al son que otros nos tocan, contra los peligros de un exceso de propositividad en nuestras acciones es algo así como prevenir al indigente extremo contra los peligros del consumismo moderno, o como perorar ante una criatura virgen de cincuenta años sobre los peligros del SIDA...

Y no nos queda ya sino cerrar esta entrada con un llamado enfebrecido e implorante a quienes se dignen a leer estas notas para que reflexionen e intenten poner en uso y en práctica este impulso a nuestras capacidades propositivas a todos los niveles y planos, desde el individual: ¿Qué es lo que verdaderamente quiero hacer con mi vida?, hasta lo social, donde quiera que podamos: ¿Qué es lo que en el fondo queremos lograr como movimientos o instituciones o naciones?; desde lo afectivo: ¿Por qué estamos juntos?, hasta lo productivo: ¿Para qué y para quiénes estamos aquí produciendo?; desde el cortísimo plazo: ¿Qué es lo que quiero lograr esta semana?, hasta el más largo: ¿Y en lo que me resta de vida, o en el próximo siglo de América Latina? Pues de aquí, de este o estos verbos y de esta propositación que nos salga del alma, brotará la energía de los procesos de vida que necesitamos para ser libres, fraternales y con igualdad de oportunidades para todos.

Al principio todo era confusión y no había nada en la tierra, hasta que advino el verbo divino y dijo: ¡Haya luz!, y se creó el mundo, reza más o menos en sus primeras líneas nuestro libro occidental, sagrado o no, de sabiduría. Antes del tiempo, la materia o el espacio todo era un caos y entonces, hace unos 14500 millones de años ocurrió el Big-Ban, y emergió el universo conocido, aseguran los físicos. Para recrear el universo sólo hace falta darle un nombre le dice la Emperatriz Infantil a Bastián, el protagonista de La historia sin fin, de Michael Ende, cuando parece que ya todo se acaba, inclusive la historia misma. Sólo aquellos que lleven un caos dentro de sí podrán poner en el mundo una estrella danzante, dijo en algún lugar aquel Nietzche. Y a mí me provocó decir también y otra vez lo mismo, sólo que algo fastidiado de tanto hablar de palabras y con palabras...

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