viernes, 7 de agosto de 2009

Nuestras capacidades estructurales territoriales

Tengo la impresión, a juzgar por comentarios que directamente me han hecho llegar algunas lectoras, de que no he logrado esclarecer lo suficientemente el sentido de esta nueva serie de artículos, que quise presentar hace dos entregas bajo el título ¿Cuáles son esas capacidades de las que tanto hablamos? Lo que intento es presentar un conjunto de criterios o planteamientos conceptuales acerca de los distintos tipos de capacidades que deberíamos fortalecer o adquirir en el proceso de construcción de nuestra América Latina, que espero serán de utilidad a la hora de examinar, con mayor agudeza y más adelante -aunque también desde ya, como se verá en este mismo artículo-, los múltiples problemas y situaciones concretas que abordaremos en nuestro blog.

Una manera alternativa de hacer esto sería organizar una especie de glosario, diccionario o tesauro de términos poco usuales o desarrollados por el autor, que pudiesen estar disponibles para la consulta en cualquier momento y desde cualquier artículo, pero de repente esto obligaría a pagar el precio de exigir ciertas habilidades informáticas para hacer las consultas en línea, que muchos lectores no tendrían; y otra opción sería simplemente la de hacer de cuando en cuando, en el contexto de artículos sobre temas concretos, como por ejemplo acerca de cómo transformar nuestra agricultura, ciertos paréntesis conceptuales para explicar de manera más precisa el alcance o significado de ciertos términos como capacidad productiva tecnológica, cultura material alimentaria, o formación para el trabajo, que serían requeridos para exponer nuestros puntos de vista, pero entonces quizás se perdería un poco el hilo de las exposiciones y habría que incurrir en repeticiones cada vez que hiciesen falta los mismos conceptos en otros artículos. La salida que hemos escogido es la de ofrecer periódicamente estas series de artículos conceptuales, y alternarlas con series más aplicadas o concretas, para apuntar hacia un equilibrio o balance en el largo plazo. Sin embargo, repito, estoy abierto a sugerencias o mejores ideas que los lectores quieran hacerme llegar, pues a fin de cuentas, tengo una experiencia significativa escribiendo y haciendo fotografías, pero principalmente para mí mismo, por lo que también soy un aprendiz en esto de comunicarme con un público heterogéneo y con múltiples antecedentes e intereses.

Hechas estas aclaratorias, continuaré con mi tema de hoy, cual es el de las capacidades territoriales o de relacionamiento con el ambiente físico y biológico de los espacios que ocupamos o habitamos en una época o tiempo determinado. Si insistiésemos en parangonar la sociedad con un organismo humano individual, estas capacidades territoriales o ambientales vendrían a ser como el a veces llamado sistema de soporte y protección, integrado por los subsistemas óseo, muscular e integumentario (piel, pelo y uñas), que nos permite ocupar un lugar y desplazarnos en el ambiente, realizar intercambios diversos con éste y protegernos ante amenazas diversas. Con nuestras capacidades territoriales, que sólo hemos desarrollado en los últimos diez o doce mil años, las sociedades humanas hemos logrado, en general, adaptarnos de manera permanente o estable a los más disímiles ambientes biofísicos, desde las tundras árticas hasta los desiertos y desde las más empinadas montañas hasta las llanuras, a la vez que hemos aprendido a desenvolvernos en medios desde terrestres, subterráneos y acuáticos hasta, muy recientemente, subacuáticos, aéreos y hasta espaciales.

Podemos desglosar estas capacidades en varias subcapacidades referidas a: la distribución de la población, con sus distintas cargas genéticas y culturales, en el territorio, con miras a una ocupación, tanto urbana como rural, a la vez racional y armoniosa, a las que llamaremos capacidades territoriales poblacionales o humanas; la adecuada división política de nuestro territorio, de manera de posibilitar su mejor administración y conservación, a las que denominaremos capacidades territoriales políticas; la apropiada distribución de nuestras actividades económicas según las potencialidades de nuestro territorio, a las que podemos llamar capacidades territoriales económicas; el sano aprovechamiento de las potencialidades del espacio, el tiempo, los suelos y subsuelos, y las especies vegetales y animales contenidas en nuestro territorio, incluidas aquí las obras de infraestructura y las labores de domesticación necesarias para nuestra mejor adaptación al mismo, a las que identificaremos como capacidades territoriales físicas o, mejor, biofísicas; las relacionadas con la señalización, demarcación o espacialización del territorio y su correspondiente traducción en mapas, instructivos, folletos, manuales, vallas explicativas, programas instructivos, televisivos, radiales y afines, a las que nombraremos como capacidades territoriales mediáticas; y, por último pero sin reducirlas a menos, las capacidades de generación de nuevos conocimientos sobre el ambiente o territorio a través de esfuerzos de aprendizaje, investigación, desarrollo y diseño, a las que designaremos como capacidades territoriales cognitivas o educativas en sentido estricto.

Todo esto suena muy chévere, pero, sin embargo, el problema reside en que estas capacidades territoriales se han desarrollado de manera harto desigual, y así hallamos que, en el mundo contemporáneo, mientras se discuten proyectos de asentamientos permanentes en la Luna o Marte, una enorme masa de la población vive en un estado seminómada o no del todo sedentario o estable pues carece de una mínima adaptación territorial. ¿Cómo hemos llegado a estas tan hondas desigualdades en la transformación de nuestras capacidades territoriales? Este es un tema difícil y de vital importancia, sobre todo si recordamos lo dicho días atrás en el sentido de que estas capacidades territoriales habrían sido las primeras en desarrollarse de manera evolutiva, es decir, no inherente a todas las sociedades humanas, pues va a resultar que, a nuestro juicio, es aquí donde empezaron a definirse las desigualdades de las sociedades vigentes y, especialmente, las capacidades que hicieron posible la aplastante dominación de las poblaciones prehispánicas por los invasores europeos hace unos cinco siglos, en donde, por ejemplo, 168 guerreros dirigidos por Pizarro sometieron a un ejército inca de 80000 hombres, dando origen a nuestra Latinoamérica.

Puesto que responder plena y satisfactoriamente a esta exigente pregunta nos llevaría a entrar en honduras y extensiones seguramente impertinentes, lo que haremos será, como en el conocido programa televisivo aquel, ganar tiempo, o espacio, apoyándonos en un comodín, que en este caso será el doctor Jared Diamond, quien, en su obra Guns, germs and steel: the fates of human societies [existe una traducción: Armas, gérmenes y acero: breve historia de la humanidad en los últimos 13000 años, que, lamentablemente, no conocemos para el momento de escribir estas notas], nos aporta explicaciones a la vez convincentes y no racistas ni deterministas sobre este asunto (aunque hay quienes, sin distinguir, según nuestra perspectiva, entre determinación y determinismo, lo han acusado de tal, de modo parecido a quienes, confundiendo paternidad con paternalismo, pretenden invitar a los padres a abdicar de sus roles formativos; o, por otro lado, pareciera que hay quienes, en nombre del ataque a un supuesto determinismo geográfico, pretenden defender por mampuesto los sempiternos determinismos raciales o religiosos que consagrarían la superioridad cuasidivina del europeo).

Básicamente, la tesis del Dr. Diamond, traducida a nuestro lenguaje y ligeramente aderezada con modestas interpretaciones propias, lo que dice es que, cuando, hace unos 12 a 15000 años, ciertas poblaciones de Homo sapiens cruzaron el estrecho de Behring (lo que todavía era posible por vía terrestre, pues no había concluido la última glaciación) para dirigirse a la actual América, y quedar luego aislados del continente euroasiático con la subida del nivel de los mares provocada por el deshielo posterior, iniciaron una deriva histórica que 11500 a 14500 después, las colocó en marcada desventaja respecto a quienes se quedaron en Europa. Esta desventaja habría estado determinada por tres factores esenciales: uno temporal (obvio, a nuestro criterio, aunque no destacado por el Dr. Diamond), consistente en que quienes emigraron desde África hacia lo que es actualmente Europa occidental lo hicieron hace 500000 años, por lo cual dispusieron de cerca de cincuenta veces más tiempo que las tribus prehispánicas para desarrollar sus capacidades culturales, políticas, productivas y, sobre todo, territoriales, en armonía con su ambiente biofísico; otro espacial, cual es el hecho de que el continente euroasiático posee una orientación, de cerca de 180° de longitud, predominantemente horizontal o paralela al Ecuador terrestre, lo que lo dota de condiciones climáticas relativamente similares para cada año, facilita la adaptación espontánea de especies vegetales y animales a una cantidad mucho mayor de territorio, y aporta una mayor base de especies domesticables, en contraste con el continente americano, que posee una orientación, de cerca de 180° de latitud, predominantemente vertical o perpendicular al Ecuador, lo que propicia una mayor variedad climática y por tanto de especies vegetales y animales salvajes, pero simultáneamente una mayor especialización y menor adaptación relativa al ambiente general de cada especie individual, lo que las hace menos propensas a la domesticación, pues esta se basa en el cruce o hibridación de subespecies o variedades diferentes de una misma especie; y un tercer factor material, extrañamente no señalado por el mismo académico, pese a su condición de biólogo -pero no agrónomo ni edafólogo-, cual es el de que las llanuras templadas, bajo el esquema de cuatro estaciones bien diferenciadas, disponen, por decirlo de algún modo, de una especie de "mecanismo natural de recarga de nutrientes del suelo", que les da una ventaja comparativa para las actividades agrícolas, debido a que, cada año, después de la temporada de cosecha en otoño, toda la materia orgánica vegetal y animal generada es congelada y reintegrada al suelo hasta la primavera siguiente, lo que, a su vez, permite una mayor autosuficiencia alimentaria y la edificación de núcleos poblados más densos y mayores, en oposición al caso de las llanuras tropicales, en donde el material orgánico se pudre con el calor y se escurre, con las lluvias más permanentes en la franja tropical, hacia el subsuelo, ocasionando el conocido fenómeno del lavado o acidificación de nuestros suelos más planos y arables, que, salvo con la coexistencia de múltiples especies vegetales y animales en un mismo territorio, tal y como ocurre en la selva amazónica, los despoja de capa vegetal o humus y los hace naturalmente más inaptos para la agricultura de uno o pocos cultivos o la crianza de una o pocas especies animales.

Como resultante de todo esto, cuando los conquistadores españoles contactaron a nuestros indígenas prehispánicos, lo hicieron con, al menos, las siguientes ventajas en sus capacidades: 1) capacidades territoriales más evolucionadas, que les habrían permitido disponer de especies domesticadas más adaptadas para la guerra, como el caballo y el perro, a la vez que una mayor inmunidad ante los gérmenes, derivada de esta más intensa y prolongada convivencia con tal mayor variedad de especies domesticadas; 2) capacidades productivas más avanzadas, traducidas en la capacidad para fabricar armas de fuego y espadas de acero, a la vez que barcos y medios terrestre de transporte con ruedas; 3) capacidades políticas más robustas de liderazgo, organización y programación de actividades de toda índole, y particularmente militares; 4) capacidades culturales más completas, hechas posibles por los asentamientos urbanos más densos y autosuficientes técnica y alimentariamente, tales como el manejo de un lenguaje más sofisticado que, al apoyarse en textos escritos de todo género, inclusive el religioso, permitiría el manejo de niveles de abstracción, deducción e inducción lógica, incluyendo la capacidad para argumentar la posesión de supuestos derechos divinos especiales, revelados a los mortales y plasmados convenientemente en textos sagrados, no disponibles para pueblos sin uso generalizado de la escritura; y 5) capacidades mediáticas, que examinaremos con mayor detenimiento en la próxima entrega, tales como el uso de libros, manuales, fórmulas, recetas, mapas, instructivos, cartas, memorandos y afines, con sus correspondientes actividades asociadas de instrucción de personal, también ventajosas a la hora de la confrontación cultural o transculturación.

Sobre la base del asimétrico proceso de transculturación, posibilitado por tales ventajas comparativas y ocurrido en nuestro subcontinente, en donde se ha conjugado una aculturación o imposición de la cultura europea con una deculturación o pérdida de las culturas de los pueblos autóctonos, se ha erigido nuestra América Latina. Aunque genéticamente, dadas las condiciones de nuestra gestación, tengamos, por decirlo de alguna forma, un predominio prehispánico; cultural, productiva, política, territorial y mediáticamente, tenemos un predominio hispánico o latino, y es a partir de esta realidad, ingrata en muchos sentidos, pero promisoria en otros, que debemos impulsar nuestras transformaciones. Romper tajantemente con lo europeo implicaría, por ejemplo, reiniciar el desarrollo de capacidades territoriales de domesticación de especies animales y vegetales desde el punto en que estaban a la llegada de los conquistadores, o sea, renunciando al uso de caballos, burros, vacas, cabras, pollos, ovejas, hortalizas, cereales, frutas, etc., o de desarrollos arquitectónicos, recursos lingüisticos o medios y herramientas metálicos que ignorasen el valioso legado europeo o de origen no autóctono, lo que parece un disparate. Pero esto no significa que podamos eludir el impostergable reto de establecer una relación a la vez madura y armoniosa con nuestro más complejo territorio, con mucha más variedad de ambientes y especies vegetales y animales que el de cualquier otro subcontinente, y sobre todo que los euroasiático y norteamericano, pero, por esa misma razón, más difícil de domesticar y de adaptarnos a él, en donde podríamos, inclusive, decidir, pero conscientemente o con conocimiento de causa, la no domesticación de amplias porciones de nuestros territorios, como la selva amazónica o la Gran Sabana venezolana, para convertirlos en refugios de vida salvaje y ofrecerlos al disfrute respetuoso de las generaciones venideras, con la consiguiente obtención de beneficios indirectos de tal riqueza, por ejemplo, a través de un turismo organizado, al estilo de lo que ya están haciendo diversas naciones africanas o nuestra Costa Rica.

Desde la perspectiva de estas capacidades estructurales territoriales, entonces, volvemos a lo mismo de entregas pasadas: no es precisamente encantadora nuestra historia o la configuración de nuestra estructura social y es enorme el esfuerzo que tenemos por delante si queremos ser un gran pueblo verdaderamente libre, soberano y orgulloso de ser lo que somos, pero tampoco tenemos derecho a querer descubrir el agua tibia o plantearnos una imposible rebobinación hasta nuestros orígenes prehispánicos. ¿Está más clara la ventaja de disponer, con esto de examinar una a una las distintas capacidades, de más elementos de análisis y síntesis para plantearnos mejor la tarea de impulsar su transformación...?

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