martes, 18 de agosto de 2009

Nuestras capacidades estructurales políticas

No sé si te habrás dado cuenta, cara lectora o lector, de que en las entregas anteriores he hablado de tres capacidades estructurales básicas o inherentes a toda sociedad humana: las productivas, las culturales y las políticas; y tres producto de la evolución histórica de las sociedades: las territoriales, las mediáticas y las educativas, pero que, hasta ahora, sólo me he ocupado de las dos primeras y, luego, de las tres últimas, sin atender hasta ahora el tercer tipo de capacidades o capacidades políticas. Esto no fue un olvido ni un incidente casual, sino una opción deliberada debido a que estoy convencido de que las capacidades políticas, si bien son absolutamente esenciales e importantes en toda sociedad, e inclusive decisivas en muchas circunstancias, son también, aunque aparenten ser lo contrario, las menos autónomas de todos los seis tipos de capacidades.

Las capacidades políticas, o referidas al ejercicio del poder y la toma de decisiones sociales, son simplemente, en el fondo, capacidades de mediación y de resolución de conflictos entre las otras capacidades, por lo cual se entienden mejor si se examinan después de las capacidades restantes. O sea, son algo como los lóbulos cerebrales más directamente vinculados a la toma de decisiones conscientes, como el frontal, el parietal y el occipital, que, en apariencia, gobiernan o mandan sobre el resto del cuerpo, pero que, en el fondo, en el organismo sano no tienen "intereses propios" sino que son un instrumento para coordinar las acciones de nuestros demás instrumentos, aparatos u órganos, por lo cual, en los estudios de anatomía médica, por ejemplo, suelen estudiarse al final. (En el organismo enfermo, por supuesto, poseído de manías, delirios, etc., el cerebro se autonomiza, por decirlo de algún modo, y puede llegar hasta a conducir a su autodestrucción al resto del cuerpo; y algo análogo puede ocurrir con el sistema político de la sociedad, como ocurrió patentemente en el caso hitleriano...)

Según nuestro modelo estructural de la sociedad, las capacidades políticas servirían de mediadoras entre las capacidades culturales y productivas de aun las sociedades más primitivas. Si, por mero ejercicio mental, nos imaginamos a Eva y Adán solos y en el propio Paraíso Terrenal, con abundancia absoluta de todos los frutos maduros todo el tiempo, podemos imaginarnos una mañana en donde a Eva le provoca desayunar con guayabas de unas matas que están a un kilómetro de donde amanecieron y a Adán comer mangos que están ahí mismito en unas ramas bajitas, por lo cual tendrían que resolver, políticamente, el conflicto surgido, con el empleo de cierto liderazgo y participación, con variantes del tipo, te acompaño, mi amor, pero por hoy, a desayunar con guayabas; comemos juntos hoy mangos y mañana de aquéllas; me acompañas primero tú a mí a comer aquí y luego vamos juntos allá; hoy desayunamos por separado, nos damos un besito y te vas tú por tu cuenta, etc.; y es evidente que la cosa se complicaría si las guayabas están no a uno sino a diez kilómetros, y no segura sino probablemente maduras, y si alguno de los dos amaneció de mal o regular humor... Lo que queremos decir es que aun en las condiciones más idílicas pensables, en toda sociedad existirían los gustos y preferencias, o la cultura, esfuerzos físicos necesarios para hacer las cosas, la producción, y esfuerzos de mediación para resolver los conflictos entre las esferas anteriores, la política.

Tan básicas o primarias son las capacidades políticas que inclusive buena parte de los vertebrados más evolucionados, como las aves y los mamíferos, conocen mecanismos de resolución de conflictos que incluyen comportamientos muy parecidos a alianzas, concesiones, luchas, escogencias, liderazgos, participación, arbitrariedades, seguidismos, y afines, para conformar algo como una proto o cuasipolítica. Pero, mientras que en toda comunidad u organismo sano los conflictos se resuelven para el beneficio de todas las partes en el largo plazo, en las sociedades no sanas se crean fracciones o clases permanentes que introducen imposiciones, desarmonías y desequilibrios que, tarde o temprano, acarrean rupturas o desequilibrios mayores. En particular, en las sociedades de clases y dotadas de Estado, que, como ya lo hemos señalado, habrían emergido con el control y la ocupación sedentarios de territorios con ventajas especiales, la política suele servir para la imposición de los valores e intereses de unas clases contra las demás, por lo cual suele verse como una esfera ajena a la participación de las mayorías, hasta que estas mayorías se rebelan e intentan revertir, dentro del mismo sistema, la hegemonía de intereses dominantes. Y así se mantienen, en ese estira y encoge, hasta que ocurren transformaciones estructurales o mutaciones más profundas que conducen a un cambio no del poder de las clases dominantes, sino del sistema social mismo, con lo cual se redefinen, o quizás algún día desaparezcan, las clases sociales.

Y, así como las capacidades estructurales básicas serían las tres mencionadas, las capacidades políticas, al estilo de los llamados fractales -o estructuras que se ramifican una y otra vez según un mismo esquema o patrón-, se subdividen también en tres subcapacidades: la ideología política, racionalidad política o simplemente ideología, que rinde cuenta de los propósitos o fines de la política; la práctica o activación política, en donde se llevan a cabo las acciones para llevar a cabo las decisiones políticas tomadas; y la dirección política, o simplemente dirección, o instancia en donde se toman las decisiones correspondientes. Estas tres instancias, a su vez, a medida en que las sociedades se hacen más complejas, dan lugar a los tres poderes básicos de todo Estado, estudiados originalmente por Aristóteles, en su Política, y comprendidos luego más profundamente por Montesquieu, en su El espíritu de las leyes, o sea, reordenando los componentes anteriores, al poder legislativo, que interpreta el deber ser de la sociedad; al poder ejecutivo, que toma e instrumenta las decisiones, en los casos de conflictos, que afectan a toda la colectividad; y al poder judicial, que vela por la aplicación correcta de los mandatos legislativos y las decisiones ejecutivas.

Cuando, en el mundo antiguo, aparecieron las capacidades a las que aquí estamos llamando territoriales, y con ellas el uso permanente de equipos, herramientas y obras de infraestructura, también las capacidades políticas se transformaron y se enriquecieron con organizaciones y maquinarias bélicas, armas y obras militares o edificaciones diversas para ejercer el poder, proteger o atacar territorios, tales como ejércitos y policías permanentes, tribunales, palacios de los poderosos, muros defensivos de las ciudades, etc., que eran desconocidos en las sociedades primitivas sin clases sociales. Luego, en un proceso semejante, cuando, en las sociedades a las que estamos llamando medias, y con las correspondientes capacidades mediáticas de comunicación e instrucción, aparece el mundo de representaciones, imágenes, documentos y archivos diversos de que hemos hablado antes, también las capacidades políticas se amplían con la elaboración de leyes, reglamentos y normas escritas emanadas de instituciones especializadas, así como de textos, folletos, afiches y propaganda política diversas, en una escala desconocida en el mundo antiguo. Y cuando, en los dos últimos siglos, emergen las sociedades a las que estamos llamando modernas, caracterizadas por el uso intensivo y permanente de nuevos conocimientos, gestados en el seno de los sistemas de tipo educativo propiamente dichos, también las capacidades políticas, con el nuevo criterio fractal, se expanden con centros de formación de cuadros y de investigación y elaboración de diagnósticos, planes estratégicos, programas políticos y políticas públicas y sectoriales que, por regla general, apuntan hacia el perfeccionamiento de la democracia.

Con este último concepto se aplica, análogamente, todo lo que ya hemos dicho para la educación y que diremos para todos aquellos sistemas y capacidades basados en conocimientos o propios de las sociedades modernas, cual es el caso de que las sociedades premodernas, como en general somos las sociedades latinoamericanas, que no terminamos de hacer de la generación de conocimientos un recurso cultural, productivo, educativo, etc., tendemos a creer que también disponemos de un sistema democrático, de sistemas educativos, de planes estratégicos de desarrollo, de centros de investigación, y afines, cuando lo apropiado sería que, más modesta y realistamente, y excepción hecha de los desarrollos embrionarios en algunos de nuestros países, habláramos de un sistema oligárquico o burocrático, de sistemas de instrucción, de programas tácticos u operativos de crecimiento, o de centros de difusión de información, etc.
Al no entender estas diferencias estructurales, lo que equivale a decir al no percatarnos de que en buena medida nuestras sociedades siguen siendo ciegas al nuevo conocimiento, y hablar de nuestras democracias como si fuesen del mismo género que las escandinavas, anglosajonas o europeas en general, nos condenamos a armar frágiles parapetos y sistemas inestables que no nos permiten librarnos de la que podríamos llamar la maldición socrática, pues ya el sabio Sócrates, quien pagó con su vida tal irreverencia, se dio cuenta de que, y lo dijo públicamente hace dos mil años, sin sistemas educativos capaces de formar hombres y mujeres virtuosos y sabios las democracias no podrían ser sino un momento de un ciclo perverso entre las oligarquías y las tiranías, o un desahogo momentáneo de los pobres frente a la mezquindad de los ricos y los déspotas. Y, yendo más allá, y sin ser miembro de nuestro santuario, otro sabio antiguo, Aristóteles, vio agudamente la vía para resolver el impasse socrático, cuando afirmó, en la Política, lo que nos parece perverso intentar reescribir:
"... la asociación política es sobre todo la mejor cuando la forman ciudadanos de regular fortuna. Los Estados bien administrados son aquellos en que la clase media es más numerosa y más poderosa que las otras dos reunidas, o por lo menos que cada una de ellas separadamente. Inclinándose de uno o de otro lado, restablece el equilibrio e impide que se forme ninguna preponderancia excesiva. Es, por tanto, una gran ventaja que los ciudadanos tengan una fortuna modesta, pero suficiente para atender a todas sus necesidades. Donde quiera que se encuentran grandes fortunas al lado de la extrema indigencia, estos dos excesos dan lugar a la demagogia absoluta, a la oligarquía pura o a la tiranía; pues la tiranía nace del seno de una demagogia desenfrenada, o de una oligarquía extrema, con más frecuencia que del seno de las clases medias y de las clases inmediatas a éstas..."
Y, si a esta idea aristotélica hiperlúcida le añadimos algo que este sabio no sabía, que la educación verdadera y orientada hacia la generación de nuevos conocimientos es la vía más expedita para la formación de clases medias, pues permite el enriquecimiento de todo el mundo, al poner a valer precisamente un recurso natural en el cual todos los seres humanos somos extrarricos, cual es la posesión de cien mil millones de neuronas susceptibles de conectarse a través de un número casi infinito de sinapsis -que son el asidero de los conocimientos-, entonces se cae de maduro que la vía central para edificar una verdadera democracia política y una verdadera planificación estratégica y una verdadera riqueza autosustentable y un futuro verdaderamenta promisorio para nuestras naciones no es otra que la valorización del conocimiento en cada vez más más personas, ámbitos, movimientos e instituciones con potencial educativo, lo que es lo mismo que la transformación estructural de nuestras capacidades. ¿Qué más nos tiene que pasar para que nos decidamos a hacerlo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario