viernes, 20 de noviembre de 2009

¿Qué tan alegres somos los latinoamericanos?

Por poquito salimos con las manos vacías de nuestra búsqueda en Internet cuando intentamos encontrar alguna documentación confiable acerca de la alegría de los pueblos latinoamericanos. No conseguimos lo que queríamos, que era algo así como una encuesta mundial acerca de la alegría desplegada por múltiples pueblos del mundo, con elementos de análisis comparativo.

En su lugar, debimos conformarnos con una consulta o foro en donde la emisora BBC Mundo, en español, le preguntó no hace mucho a sus oyentes: "¿Qué es para usted ser argentino, colombiano, cubano, español, hondureño, boliviano, paraguayo, mexicano o de cualquier otra nacionalidad? ¿Cómo lo explicaría a una persona de un país diferente al suyo?", y en donde el tema de la alegría de los latinoamericanos ocupó un lugar central en las respuestas.
En esta encuesta, de 125 respuestas de latinoamericanos residentes en su país o fuera de él, seleccionadas por la emisora como representativas y no ofensivas de la dignidad de nadie, encontramos que en 40 respuestas, lideradas por mexicanos, cubanos y otros pueblos caribeños, se hace referencia directa o indirecta (mediante expresiones sinónimas) a la alegría como rasgo definitorio de la identidad nacional, con un peso sólo comparable al de 34 respuestas, sin distingos regionales, que indicaron algún tipo de orgullo o aceptación de la propia historia, geografía, comida, música u otros aspectos de la cultura nacional, al de 20 respuestas, con los mexicanos al frente, que subrayaron la hospitalidad o el acogimiento de los demás, y a 14 respuestas que consideraron irrelevante el concepto de identidad nacional. No es mayor cosa la que se puede extraer de aquí, excepto que vale la pena seguir pensando en la hipótesis de que la alegría sí podría ser un rasgo relativamente distintivo de algo que merezca el nombre de identidad latinoamericana. Y no sobra señalar que aproximadamente el 90% de los respondientes consideraron pertinente intentar definir la existencia de tal identidad, frente a las 14 respuestas que no lo consideraron así.

En cambio sobre la noción de felicidad, que en su acepción como "satisfacción, gusto, contento" (DRAE) vendría a ser sinónimo de alegría, pero que en su otro significado de "estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien" (DRAE) apunta hacia otro lado, más bien relacionado con el éxito, el bienestar o la calidad de vida, sí conseguimos mucha más información. Por ejemplo, en el Informe 2008 de Latinobarómetro, organización sin fines de lucro, con sede en Chile y aparentemente independiente, que goza del apoyo de múltiples organismos multilaterales y gobiernos, entre los que cabe mencionar la OEA, la CAF, el Banco Mundial y las agencias española, sueca y canadiense, y que compara sus estudios con los de las organizaciones análogas Eurobarómetro, Asiabarómetro y Áfricabarómetro.

Latinobarómetro realizó o promovió la realización de 20.204 entrevistas representativas en 18 países latinoamericanos, y estudió 1.200 casos individuales con mayor profundidad, y ya en la portada de su Informe destaca que "los latinoamericanos están cada día más felices, más esperanzados del futuro, a la vez que con grandes y crecientes niveles de crítica sobre sus sociedades. La democracia se consolida parcial y lentamente , sin cambiar su condición de imperfección". En el texto señala tajantemente que: "Comparativamente, en los datos del Estudio Mundial de Valores [al que no pudimos acceder] América Latina es el continente más feliz de la tierra", con opiniones en donde alrededor del 70% de los entrevistados en cada uno de los años entre 2001 y 2008, afirmaron que se sienten "Muy felices" o "bastante felices". Para este mismo año, por ejemplo, las mediciones de su organización homóloga, Eurobarómetro, indicaron, en relación a la misma pregunta, una media europea de 58%, española de 66%, danesa de 65%, holandesa de 51%, rumana de 38%, polaca de 36% y búlgara de 36%. También estos datos parecen abonar en favor de nuestra hipótesis que ve a América Latina como un continente relativamente alegre, pero por supuesto no confirman nada, puesto que ya dijimos que la felicidad, y sobre todo la autopercepción de felicidad, no es sinónimo de la alegría, que es lo que nos interesa explorar aquí. Estas cifras podrían tener explicaciones o lecturas muy distintas, como la de que, en un contexto de relativo crecimiento económico y de fortalecimiento democrático, como el habido en la región en los últimos 5 ó 6 años, las esperanzas de mejoramiento en la calidad de vida se hubiesen reforzado.


Otro estudio muy conocido y difundido por Internet, el de Ronald Ingelhart y otros, de las universidades de Michigan, Harvard y otras, titulado "Development, Freedom and Rising Happiness: A Global Perspective (1981-2007)" ("Desarrollo, libertad y felicidad creciente: una perspectiva global (1981-2007)"), publicado en la revista Perspectives on psychological science, coincide en señalar a las naciones latinoamericanas como las de mayor bienestar subjetivo (subjective well-being) entre el grupo de países con ingresos per cápita por debajo de los 15.000 $/año, colocándolas a la par que el grupo de países, sobre todo escandinavos y europeos, con mayor bienestar subjetivo en general, es decir tomando en cuenta cualquier nivel de ingreso per cápita. Por cierto, en el mapa mundial de la cultura de este mismo Ingelhart, y también de Wenzel, América latina aparece, dentro de la categoría de las regiones del mundo con valores tradicionales -o sea, más marcados por la religión y menos por el pensamiento de tipo científico/racional-, como el subcontinente más apegado a los valores de la autoexpresión, nuevamente tuteándose con las regiones de los países europeos nórdicos y de los angosajones en general. Y así seguimos reforzando la intuición original, pero sin poder arribar a conclusión alguna.

En síntesis, no encontramos la manera de fundamentar lo que nos sugieren numerosos relatos de personas viajeras, también textos de ensayos literarios y las limitadas vivencias personales, acerca de que los latinoamericanos quizás tengamos las bandas o las puntas de la alegría, en lo que podría ser un espectro o una rosa de la identidad emocional de los países del mundo, un poco más gruesa, espesa o alargada que la de otros continentes. En cualquier caso, lo que sí resulta claro, como ya lo insinuamos en el artículo más ladrilloso del martes pasado, es que estamos definitivamente indagando en el terreno de los matices emocionales y no en el de diferencias tajantes en la cultura o idiosincracia de los pueblos, es decir, que nos hallamos buscando al interior del rango de la bastante homogénea emocionalidad humana, harto variable entre los humanos pero de seguro lo suficientemente distintiva si la comparásemos con la de cualquier otra especie biológica.

Mientras superamos nuestra frustración momentánea, y damos con algo que refuerce nuestras conjeturas, los dejamos con una cita textual de nuestra Isabel Allende, a quien no tenemos claro por qué vemos como representativa de lo que podría ser una manera latinoamericana madura de pensar y sentir, que afloraría por todo nuestro subcontinente el día en que empecemos a superar el calvario de nuestras inseguridades y privaciones materiales actuales. Isabel, en su obra Mi país inventado, refiriéndose a la experiencia de su matrimonio con el gringo Willie, quien se enamoró de ella -como muchos, pero él fue el más pilas de todos, pues la buscó para decírselo...- a través de sus libros, nos dice que:
Mi matrimonio mixto con un gringo americano no ha sido del todo malo; nos avenimos, aunque la mayor parte del tiempo ninguno de los dos tiene idea de qué habla el otro, porque siempre estamos dispuestos a darnos mutuamente el beneficio de la duda. El mayor inconveniente es que no compartimos el sentido del humor; Willie no puede creer que en castellano suelo ser graciosa y por mi parte nunca sé de qué diablos se ríe él. Lo único que nos divierte al unísono son los discursos improvisados del presidente George W. Bush.

2 comentarios:

  1. Tendría que haber un acuerdo previo sobre lo que consideramos la alegría, la felicidad y otros tantos emociones o mejor, estados del ser humano, y seguramente encontraremos tantas acepciones o visiones distintas como culturas, grupos o aún experiencias de vida particulares. De allí que tampoco sea relativamente fácil hacer análisis y conclusiones en esta materia.
    Tengo la percepción muy particular, que si los venezolanos y los americanos no fuésemos alegres y lógráremos mantener nuestro estado de ánimo dentro de los parámetros más generales de la Felicidad, hace rato que estaríamos en franca extinción. Tengo un conocido de profesión psiquiatra, que afirma, que nuestro sentido del humor y la capacidad de reirnos de nosotros mismos, y de hacer chistes de nuestras tragedias más profundas, es lo que nos ha permitido sobrevivir a tanta explotación, saqueos de todo tipo, muerte y enfermedad que nos heredaron los conquistadores. Si dediquemonos a leer la cantidad de sitio en Internet, que contienen la más variada gama de chistes e historías de humor venezolanas, y recordemos a nuestro Aquiles Nazoa que tanto nos ha hecho reir.
    Así que, concluyo que si somos alegres y podemos afirmar que somos felices a pesar incluso de nosotros mismos.

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  2. Creo, zulpq247, alias Pilar, que, más allá de las dificultades que podamos confrontar para definir con precisión la alegría o la felicidad, se trata de emociones que podemos distinguir con facilidad en la mayoría de animales superiores e, indudablemente en los seres humanos conocidos. No sé si te ocurre, pero en lo personal siempre me ha resultado prácticamente imposible ocultar mis estados de tristeza o infelicidad, que la gran mayoría de amigas o amigos me reconocen hasta cuando les hablo por teléfono, y algo semejante ocurre con los estados de alegría. Con o sin fundamento suficiente, me creo capaz de reconocer los estados de alegría o de tristeza en las personas que me rodean, en animales y, aunque pueda lucir exagerado, cuando menos hasta en plantas. En experimentos diversos que se han hecho, y a algunos de los cuales me refiero brevemente en el artículo anterior a éste, ha resultado claro que las expresiones faciales de la alegría son fácilmente reconocibles entre miembros de culturas absolutamente distintas. Todo lo cual, claro está, no le quita ni un ápice de validez a tu apreciación de que nos hallamos ante un asunto escabroso y difícil ante el cual cuesta llegar a conclusiones. También comparto plenamente tu apreciación de que si no fuese por esa alegría y ese buen humor que hemos sido capaces de conservar a toda costa, y que hace que no sea nada casual que nuestro querido Aquiles Nazoa, seguido de Andrés Eloy, o, en el plano televisivo la Radio Rochela, ocupen quizás la más alta popularidad que poeta o programa alguno hayan alcanzado entre nosotros, es probable que nos hubiésemos extinguido desde hace rato, tal y como ha ocurrido con culturas diversas y hasta con especies humanas enteras como los neandertales. También pienso, contigo, que esa alegría hasta ahora la hemos conservado como a contracorriente de nuestras circunstancias, pero añado que intuyo que si lográsemos convertirla en una fuerza impulsora de nuestros cambios, al estilo de como lo han hecho pueblos como el brasileño o el español -pues ¿qué es lo que ofrecen el carnaval carioca o los bailes flamencos españoles sino alegría y ganas de vivir?-, bien distintas podrían comenzar a ser nuestras realizaciones. Y si tuviésemos dudas, creo que allí están ya los carnavales de Carúpano y El Callao para recordarnos que es mucho lo que puede construirse a partir de la alegría y el buen humor bien entendidos. Bueno, espero verte de visita más a menudo por estos ciberlares y recibe un cálido abrazo de, Edgar.

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