viernes, 27 de noviembre de 2009

Un vistazo al panorama político latinoamericano y qué hacer si somos tan poco anticipativos

Si no perfectamente, por lo menos creemos estar bastante claros acerca de que en nuestra Latinoamérica existen actualmente al menos dos grandes consensos, que cuentan, cada uno, con una gruesa, y comparable a la del otro, porción dentro del conjunto de los aproximadamente 570 millones que somos.

Uno es el consenso del norte, el liberal, al que sin ánimo ofensivo podríamos llamar de derecha, al que no creo que sean muchos los que se incomoden si lo llamamos la opción puertorriqueña, que en definitiva dice que es una pérdida de tiempo intentar avanzar por un camino propio hacia la construcción de nuestros países, pues es mucho más sencillo y práctico aceptar a los Estados Unidos como una suerte de hermano mayor, para rápidamente tener acceso a las salvadoras inversiones extranjeras y a la capacidad organizativa de esos catirotes que tienen mucha más experiencia y sí saben como hacer funcionar las cosas. Esta opción señala que el no reconocer la obvia superioridad estadounidense y europea sólo cabe en la mente de acomplejados, desadaptados y/o resentidos sociales, y que la izquierda es oportunista al aprovecharse de la miseria ajena para satisfacer sus apetitos de poder, sin llegar a proponer ninguna solución de fondo a los problemas. A veces, en mi jerga personal y para evitar sesgos despectivos, a esta opción la llamo de los "75º - 90º", haciendo referencia a aquel círculo trigonómetrico del bachillerato, en donde los grados se empezaban a contar desde el extremo Este o derecho del círculo; o, lo que es parecido, en relación a un velocímetro invertido de automóvil, cuya aguja empezase a marcar desde el lado derecho hacia el izquierdo, hasta llegar a los 75-90 km/h hacia el centro del dial.

Capital, inversiones extranjeras, mercado, globalización, libre empresa, competitividad, Adam Smith y afines son algunos de los santo y señas que emplean los partidarios de ese primer consenso para reconocerse rápidamente a sí mismos y diferenciarse de los contrarios. Y mal podría yo odiar o despreciar este enfoque cuando bien recuerdo que, con variantes y tal vez altibajos, esta fue mi posición desde que era un niño hasta que cumplí veinte años, y fue también la de mi padre hasta sus últimos días y la de numerosos seres queridos hasta el presente.
Con este consenso vemos alineados, con bemoles y notas al pie, por supuesto, a los actuales gobiernos de Colombia (Uribe), México (Calderón), Perú (García), Honduras (Micheletti), y obviamente Puerto Rico (Fortuño), y a un nutrido conjunto de movimientos de clases medias, burguesías y hasta oligarquías, más o menos acomodadas, en la mayoría de nuestros países, con mención especial de los movimientos opositores venezolano, brasileño y argentino.

El otro gran consenso es el del sur, el de la izquierda marxista ortodoxa, al que tampoco debería resultar desproporcionado llamar la opción cubana, que plantea que no hay salidas a nuestras crisis dentro del capitalismo, que tenemos que romper con toda influencia gringa o parecida y decidirnos por el camino del socialismo y la movilización de las masas pobres contra toda dominación imperialista, o si no morir en el intento. Que cualquier otra postura revela, cuando menos, alienación e ignorancia, y en el peor de los casos, inquina y malevolencia de explotadores, oligarcas o títeres del imperio. Con la misma metáfora anterior, a esta suelo llamarla la posición de los "135º -150º" o, si se prefiere, de las velocidades de transformación en el orden de los 135 -150 km/h en nuestro tablero imaginario invertido (con 0 km/h en el extremo derecho, que significa no avanzar nada, y 180 km/h en el izquierdo, que augura un choque seguro).

Imperio (antes imperialismo), capitalismo, explotación, la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, Estado, Carlos Marx, Lenin, el
glorioso comandante Che Guevara, guerrilla heroica, socialismo, violencia partera de la historia, patria o muerte venceremos y afines son algunos de los mottos o palabras clave con que se autoidentifica y excluye a sus contrarios esta corriente. Aproximadamente, comulgamos con estas ideas (excepto por lo de la violencia y la guerrilla, en las que nunca creímos) entre nuestros veintiún y veintitrés años, y a ellas vemos que siguen afiliados una parte significativa de nuestros amigos y parientes. Este segundo gran consenso inspira, por lo menos, a los gobiernos de Bolivia (Morales), Cuba (los Castro), Nicaragua (Ortega) y Venezuela (Chávez), con otro nutrido manojo de movimientos de sectores empobrecidos, marginalizados o excluidos en también la casi totalidad de nuestros países, tal vez con mención especial al movimiento peruano (Humala) que estuvo a punto de ganar las elecciones.

Pensar en América Latina desde la perspectiva de alguno de estos dos credos tiene enormes ventajas, pues fácilmente se convierte uno en persona respetable, simpática, confiable, razonable, con numerosos visitantes en su blog, nominable para cargos, y hasta con derecho a contratos y blandos préstamos bancarios, si se coincide con quien esté en el gobierno de turno o detente el poder en un ámbito específico, pero también la desventaja de que se sale demonizado a los ojos de los fieles del catecismo opuesto, y, lo que es mucho peor, se entra a girar en una noria histórica en donde después de mucho bregar se llega otra vez al punto de partida. En la práctica, es como si uno navegase raudamente a favor de una corriente o emplease una moneda de curso comúnmente aceptado, solo que, con el tiempo, se termina pendularmente arrastrado por la corriente opuesta o se sucumbe ante los mercados negros al acecho. No conocemos ni una sola experiencia histórica en donde la emancipación de una clase o bloque social haya implicado, con el tiempo, la de toda una sociedad.

Hilando un poco más fino, podríamos distinguir otros matices, tal vez hablar de una opción vecina de la opción puertorriqueña, una suerte de neoliberalismo progresista o de opción de los 90º-105º ó 90 - 105 km/h, en donde vemos a los gobiernos de Costa Rica (Arias), República Dominicana (Fernández) y Panamá (Martinelli), con sus correspondientes movimientos afines, tal vez con mención destacada para el movimiento colombiano de Gaviria; así como al espectro de opciones más resueltamente conservadoras, por debajo de los 75º ó de los 75km/h, es decir, posiciones de extrema derecha, discretamente defensoras de las glorias de la raza aria, a lo Chile de Piñera (herederos del pinochetismo).

Y de una opción afín a la cubana, caracterizada por cierto populismo progresista de izquierda, en la órbita de los 120º - 135º ó 120 - 135 km/h, en donde situamos a los gobiernos de Argentina (los Kirchner), probablemente a El Salvador (aunque nos faltan datos sobre la orientación del recientemente electo gobierno de izquierda de Funes), a veces a Ecuador (Correa, a quien no siempre lo vemos aquí, sino en el grupo que sigue), a Honduras (Zelaya), a Guatemala (Colom) y al propio Haití (Preval). O, a la izquierda de la postura de tipo cubano, también tenemos a movimientos de muy extrema izquierda, generalmente indigenistas o campesinistas a ultranzas, con posturas más allá de los 150º ó de los 150 km/h, en donde vemos a movimientos como el mexicano de Chiapas (Comandante Marcos), las FARC colombianas o la extrema izquierda indigenista boliviana (Quispe).

Tanto los dos grandes consensos, como los cuatro enfoques subordinados señalados, dos al primer consenso y dos al segundo, poseen algo en común: parten de la idea de que la sociedad latinoamericana posee un conflicto de identidad insoluble hasta tanto un sujeto apropiado no asuma la redefinición de la identidad de todos, o sea, algo así como que hasta tanto no se supere la usurpación o contaminación de la identidad actual no se logrará construir la sociedad deseada. Para el primer consenso, ese sujeto protagónico es el empresario nórdico y, principalmente anglosajón, quien con sus inversiones y sus métodos nos sacará de abajo y barrera toda la escoria subdesarrollada y de tinturas de pieles café con leche que nos asfixia. En su primer enfoque anexo, ese sujeto incluye también la alianza del empresario extranjero con el empresario local, quienes a su vez permiten cierta participación de otros sectores; y, en su segundo anexo, el sujeto son las fuerzas emprendedoras representativas de la familia, la tradición, la propiedad y la religión las llamadas a regenerar la identidad extraviada de toda la sociedad. Para el segundo consenso, el sujeto ideal es el proletariado, llamado a servir de punto de partida para la gestación del hombre nuevo, de la verdadera historia, del mundo de la libertad, y, en condiciones de extinción del tal proletariado, entonces en su defecto los pobres de cualquier tipo: campesinos, marginalizados crónicos, excluidos, pues sólo ellos pueden encarnar la identidad de la humanidad futura. Con alianzas y ciertas concesiones a otros sectores, en la versión populista del relato, o partiendo de los indígenas con pedigree o de pura cepa en la versión más extrema.

En resumidas cuentas, todas estas posturas, de factura teórica rigurosamente decimonónica o anterior, es decir, de epistemología cuando menos presistémica, comparten la ceguera ante los sistemas sociales o, lo que es lo mismo, los órganos les impiden ver los organismos. En la buena lógica de aquel siglo, resolver problemas implicaba encontrar la causa que ocasionaba los efectos indeseables, hasta extirparla y hacer desaparecer tales síntomas con el correctivo o remedio apropiado. Su punto de vista es como el de una medicina que intentase determinar cuál es el órgano culpable de las enfermedades y cuál debe ser el órgano líder para asegurar la salud de todo el organismo, o, cuando mucho, el tipo de tejido celular y, por tanto de célula, que debe convertirse en la quintaesencia del organismo completo. Las células de las regiones bajas del cuerpo son las culpables, y el cerebro y las neuronas la salvación, dice uno; es al revés, la culpa la tienen las células de la cabeza, y la alternativa son las células trabajadoras lideradas por el corazón y las demás células musculares cardíacas, dice el otro; no basta el cerebro sólo, sino que se necesita una alianza con los testículos, o las neuronas en alianza con los espermatozoides, para resolver la crisis, reza el de más allá; y así pasando por células sanguíneas, epiteliales, conectivas, óseas, cartilaginosas, adiposas, sensoriales, etc., etc., cada una con sus muchas subespecializaciones (hay más de doscientos tipos de células, para un total de diez millones de millones entre los especímenes de todos los tipos, sin contar otros millones de millones de bacterias o células, de incontables tipos y no humanas, que también conviven con nosotros).

El detalle está en que todos desconocen el hecho de que lo que nos define como humanos no son los órganos, ni ningún tipo de células o tejidos en particular, sino un código genético común a las células de cualquier tipo, las cuales se diferencian para ejercer funciones específicas y son todas absolutamente esenciales para la salud del organismo completo. Ergo,
lo que define nuestra identidad común es una emocionalidad esencialmente compartida, y ningún sujeto particular ni ninguna clase, institución o movimiento social alguno podrá jamás encarnar las aspiraciones de la humanidad o de América Latina toda. Sólo la acción sinérgica de múltiples movimientos y fuerzas sociales en pos de un propósito compartido logrará la deseada transformación de nuestro organismo social enfermo.

Fuera de estos consensos y subconsensos, y en interesantes procesos de búsqueda de nuevos rumbos, como queriendo sortear el camino entre las opciones clásicas anteriores, vemos a Brasil (Lula), Chile (Bachelet), Paraguay (Lugo), Uruguay (todavía Vázquez, y probablemente en pocos días Mujica), también a Martinica (Marie-Jeanne), y también a una serie de movimientos, como "no alineados", en donde nos llaman particularmente la atención el de Fajardo Valderrama en Colombia y el de López Obrador en México. Es decir, posturas creativas y no amarradas a ningún catecismo de dogmas, afiliadas también, en su mayoría, a las fuerzas de izquierda del Foro de Sao Paulo (promovido por el partido de Lula), pero que intentan buscar nuevos caminos a velocidades lo suficientemente altas, pero manejables, entre los 105 y los 120 km/h.

Como, supongo, se habrán dado cuenta los lectores, son estos buscadores de nuevos rumbos los que gozan de la mayor simpatía del aspirante a bloguero que suscribe. Desde que tenía aproximadamente 24 años, el susodicho decidió diferenciarse de los consensos inicialmente mencionados y sus anexos, y emprendió una búsqueda teórico-práctica de una ruta transformadora, en la dirección y con ritmos de marcha como los antes citados, que simultáneamente apunte hacia una transformación radical y que sea viable y realista, es decir, con una orientación inspiradora que se justifique sólidamente y una velocidad que sea lo suficientemente rápida y a la vez confiable, para nuestras carreteras latinoamericanas. Buena parte de lo que ahora leen en este blog es el resultado de ese afán.

En absoluto se nos escapa que en un subcontinente tan poco dado a la anticipación o la reflexión, en donde se consigue mucha más gente dispuesta a dar la vida en acciones temerarias o a renunciar a ella en inacciones vegetativas, que decididos a estudiar una idea, o pensar a fondo, aunque sean pocos minutos, en un problema, la vía escogida promete toda clase de sinsabores. En circunstancias de pereza mental generalizada, posiblemente asociada a depresiones o a algún tipo de estrés crónico colectivo, que no nos queda más remedio que también intentar comprender -y de allí artículos como el anterior-, no resulta nada fácil proponer una nueva manera de abordar, entender y buscar solución a nuestros problemas.

Pero, una vez que ésa es la decisión, es preciso exponer pacientemente los fundamentos de la que pretende ser una nueva manera de ver las cosas, y eso es exactamente lo que nos hemos propuesto. ¿Demasiado ambicioso? ¿Difícil de explicar? ¿Más allá de nuestras posibilidades? Puede ser, mas es lo que, con o sin razón, hemos decidido hacer. También sabemos que si nos adscribiésemos a uno de los consensos o subconsensos reinantes bien diferente sería el panorama de nuestra vida y de la del blog, que quizás alcanzaría -o a lo mejor no- rápidamente los cientos o miles de seguidores, y/o probablemente de detractores; pero resulta que no tenemos ningún interés en llegar temprano a donde intuimos que no vale la pena ir. Y aquí recordamos aquel refrán, popular en el ambiente industrial que alguna vez frecuentamos, de que si bien una reflexión sin acción es un sueño, como ocurriría si en este blog no comenzamos en algún momento venidero a plantearnos la pregunta ¿qué hacer?, una acción sin reflexión es un desperdicio, como las que de sobra han abundado y abundan en nuestra América Latina, y a las que nos hartamos de, y no queremos más, sumar las nuestras.

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