Mientras encontramos el lugar y momento más apropiado para abordar una discusión de fondo sobre este exigente tema, nos conformaremos con hacer aquí sólo algunas acotaciones o delimitaciones del campo o ámbito semántico que asociaremos con este término crucial de nuestra cultura. Al conocimiento lo vemos como un estado o atributo de la mente, ligado a un muy complejo conjunto de gradientes o diferencias de potencial eléctrico entre cientos de miles de puntas o dendritas de cada una de quizás miles de millones de neuronas en relación a otras miles de millones, que permite representar un objeto mediante una compleja batería de descargas a través de los espacios, llamados sinápticos, que separan dichas dendritas y mediante la intervención, en cantidades desconocidas, de al menos decenas de tipos distintos de moléculas químicas llamadas neurotransmisores. Tan enredada y poco conocida es su manera de existir que, a diferencia de la información, el conocimiento no es transferible, almacenable, procesable, duplicable o recuperable sino, a lo sumo, inducible, enriquecible, profundizable, ampliable, reforzable o construible. Si quisiésemos transferir o almacenar el conocimiento, tendríamos que encontrar la manera de captar, guardar, transportar e implantar este archicomplejísimo conjunto de gradientes neuronales desde un cerebro a otro, lo cual todavía está no sólo más allá de lo realizable sino hasta de lo imaginable.
Lo que, en cambio, sí han aprendido a hacer las sociedades modernas, en el proceso llamado educativo, es a crear ambientes en donde, con una conjugación apropiada de información, estímulos, recursos, situaciones, retos, etc., se apuesta al disparo simultáneo o inducción de suficientes descargas eléctricas del tipo mencionado en la mente del estudiante o aprendiz, en el aprendizaje básico o elemental (que no tiene por que ocurrir en las instituciones asociadas a estos mismos nombres); luego se enriquecen estas experiencias con miras a profundizar, ampliar y reforzar los conocimientos, en procesos iterativos de aprendizaje medio y superior; y, a lo largo de todo el proceso de aprendizaje, se intercambian experiencias con él para indagar sobre lo construido en su cerebro o evaluar tal aprendizaje. A las capacidades permanentes o institucionalizadas de las sociedades para inducir tales aprendizajes de conocimientos en la mente de los aprendices de cualquier edad, sexo o condición social es a lo que hemos venido llamando capacidades estructurales educativas, mientras que a las capacidades para generar conocimientos relevantes o específicos sobre sus realidades las llamaremos capacidades sustanciales cognitivas.
A ambos tipos de capacidades, según el nivel de profundidad de los procesos de aprendizaje, las podemos subdividir en elementales, medias y superiores; y, según el ambiente de aprendizaje, en formales o vinculadas a las instituciones educativas formales u otorgadoras de títulos, semiformales o vinculadas a programas educativos bien estructurados pero sólo conducentes a certificados, e informales o ligadas a ambientes no estructurados y no conducentes a certificación alguna. Por otro lado, según la experiencia del autor, que en buena medida ha logrado su subsistencia prestando servicios de investigación, diseño y consultoría en estos campos de la información y el conocimiento, durante más de treinta años, y por tanto algo ha aprendido sobre estos temas, resulta conveniente usar, para la clasificación e indización de conocimientos, y a condición de que no se pierdan de vista las distinciones esenciales antes señaladas entre información y conocimiento, los mismos esquemas que para la clasificación e indización de información. Así, tanto los conocimientos como la información pueden organizarse bien vertical o jerárquicamente, mediante clasificaciones en grandes temas que luego se subdividen progresivamente; y/o bien lateral o transversalmente, según indizaciones en base a problemas o facetas de igual nivel. Y, en sentido contrario, a las grandes clasificaciones de información, como la Clasificación Decimal Universal (CDU), la Dewey o la de la Biblioteca del Congreso (LC) de los Estados Unidos, el autor las llama, universidades de información -y por lo tanto también de conocimientos, no en la acepción institucional usual de estos vocablos, sino en la esbozada anteriormente-, que pueden subdividirse en las facultades, escuelas, departamentos o disciplinas, cátedras o especialidades, y, finalmente, cursos o materias de información correspondientes. O a las grandes indizaciones de términos o palabras claves normalizadas (descriptores) las llama tesauros de información -o de conocimientos-, que se pueden descomponer en microtesauros, tales como el Microtesauro de la Educación Superior en Venezuela que alguna vez diseñó y redactó el susodicho, los cuales, a su vez, pueden desagregarse en facetas de una o de los otros
Uno de los más importantes inventos de las sociedades modernas, en su afán por acelerar y hacer más efectivos los procesos de adquisición de conocimientos, ha sido el llamado enfoque de sistemas y la correspondiente elaboración de modelos sistémicos que facilitan, sobre todo en un ambiente de trabajo en grupo y ante proyectos o problemas abiertos, la simulación de situaciones reales complejas e incluso la predicción de probables resultados bajo escenarios de cambio de dichas situaciones. La típica relación profesor/alumno, en donde ése habla y expone para que éste escuche y memorice, que ha sido relativamente eficaz para la transmisión de información, ha demostrado ser terriblemente ineficaz para el aprendizaje de conocimientos. Todo sugiere que mientras que en tal relación intervienen sólo unas pocas áreas del cerebro occipital y temporal, a veces suficientes para la memorización a corto plazo, para la generación de nuevos conocimientos propiamente dichos se requiere la intervención de prácticamente todas las áreas del cerebro y, en particular, de las áreas de asociación entre los lóbulos parietal y occipital, por un lado, y de los lóbulos parietal y frontal, por otro.
La adquisición de conocimientos reclama ambientes de múltiples estímulos e interacciones en donde se formulan propósitos y objetivos, se validan percepciones al cotejarlas con opiniones de otros y experiencias anteriores, se busca y se organiza información, se construyen y se prueban modelos, se generan, analizan y prueban alternativas de solución a los problemas, se simulan situaciones probables de desempeño de las soluciones seleccionadas, se seleccionan valores óptimos de los parámetros de diseño de las soluciones, se evalúa la factibilidad de las alternativas, se documenta la experiencia, etc. Tanto el enfoque de sistemas como la elaboración de modelos han demostrado ser herramientas efectivas para conformar tales ambientes y posibilitar la generación de conocimientos que aprueben, si no el difícil test platónico de la justificación y la veracidad absoluta, por lo menos el test, que pareciera más bien socrático, de la justificación y la utilidad relativa. Esta última prueba conduciría, al menos, al certificado de opiniones o creencias correctas, apropiadas o compartidas, que pueden, según estos mismos sabios y si se saben establecer sus limitaciones, actuar como buenos sucedáneos del prácticamente imposible de obtener conocimiento de pura cepa.
Para los latinoamericanos, estos enfoques modernos de inteligencias múltiples y múltiples procesos de aprendizaje constituyen una noticia extraordinaria, puesto que por varios siglos se nos quiso hacer creer que sencillamente éramos miembros de una raza inferior e inapta para crear conocimientos, y al menos por el último se nos ha querido hacer caer en la trampa de que sólo a través de grandes laboratorios de investigación y costosísimos proyectos es posible generar nuevos conocimientos. La conjugación del enfoque de sistemas, con el trabajo en grupos y con la aceptación de la diversidad de inteligencias y maneras de aprender nos coloca en condiciones de avanzar mucho más rápidamente hacia la construcción de sociedades modernas basadas en la masiva generación de conocimientos, que algún día podremos estructurar en universidades y tesauros de conocimientos propios. No sería de extrañar que, dados los prejuicios de nuestros conquistadores y colonizadores, la genética de nuestras inteligencias analíticas y de nuestros procesos de aprendizaje vía el razonamiento, haya sido mucho más fuertemente arrasada, por suponérsela más subversiva, que cualquiera de las otras, por lo cual en el aprovechamiento de éstas podrían existir preciosas oportunidades para la edificación de nuestras naciones. Por supuesto, con todo lo que va dicho, debería quedar claro que, desde esta perspectiva, la transformación o adquisición de estas capacidades cognitivas exige, por decirlo de algún modo, el desarrollo previo, o como mínimo simultáneo, tanto de las capacidades estructurales educativas y mediáticas, en múltiples niveles y ámbitos, como de las capacidades sustanciales informativas en ídem.
Nota: Por última vez le recordamos a nuestros queridos lectores que, desde el artículo número 50 de nuestro blog, y ahora hasta el 5 de noviembre, con nueva prórroga para facilitar los comentarios al finalizar la serie sobre las capacidades sustanciales, estamos aplicando una encuesta simplificada: Opinando sobre Transformanueca, y una encuesta detallada: Mejorando a Transformanueca, que esperamos nos ayuden a definir los enfoques venideros de nuestra publicación. Todo sugiere que el bajo número de encuestas aplicadas será uno de los datos principales que tendremos que evaluar, pero, por si acaso, los seguimos invitando a darnos su apoyo. Si se deciden, no olviden hacer clic en el botón Continue, al terminar la Encuesta, después de la Pregunta # 10. Les agradecemos toda la colaboración que puedan brindarnos a este respecto.
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