viernes, 31 de julio de 2009

Sobre nuestras capacidades estructurales productivas

En lugar de las metáforas mecánicas, ingenieriles o arquitectónicas tan populares entre los economistas y científicos sociales, quienes gustan de ver la economía como la plataforma de despegue, la infraestructura o los cimientos de un edificio, aquí preferiremos -pese a que algo entendemos de ingeniería-, pues nos aporta una imagen mucho más elocuente, ver las capacidades estructurales productivas de las sociedades como si fuesen análogas al más básico de los sistemas del organismo humano, es decir, como el aparato o sistema digestivo, que extrae de los alimentos que ingerimos las proteínas, calorías, vitaminas y minerales para construir las células de nuestro cuerpo, disponer de energía para nuestras actividades y protegernos de enfermedades. Las capacidades productivas o económicas serían aquellas que le permiten a las sociedades, en circunstancias de recursos ambientales escasos, generar, a manera de nutrientes, los bienes y servicios que requieren para satisfacer sus necesidades.

Y, en lugar de los clásicos elementos capital, tierra y trabajo, que suelen distinguir los economistas, aquí destacaremos seis órganos o componentes fundamentales del sistema o aparato económico de una sociedad moderna, a saber, las capacidades de valorización, gestión, trabajo, equipamiento, información y formación. Por capacidades de valorización entenderemos aquéllas vinculadas al establecimiento de los propósitos últimos de las actividades productivas, es decir, los valores, de naturaleza subjetiva pero que a menudo se intentan cuantificar en dinero u otros beneficios medibles, que le dan sentido a toda actividad económica. Por capacidades de trabajo designamos a todas aquellas de índole manual o intelectual que permiten transformar físicamente los insumos del aparato productivo en los productos deseados. Las capacidades de gestión serían aquellas que permiten armonizar, mediante actividades como la planificación, el control, la organización o el liderazgo, el empleo práctico de las distintas capacidades disponibles con los valores orientadores del sistema productivo. Estas tres capacidades mencionadas hasta aquí serían inherentes, según la conceptualización que proponemos, a todo sistema productivo o económico, mientras que las restantes dependerían del grado de madurez o evolución de estos sistemas. Lo que equivale a afirmar que dichas tres serían constitutivas de todos los sistemas económicos, incluidos los comúnmente llamados primitivos, de las sociedades recolectoras y cazadoras características de nuestro género humano durante tres millones de años o más, y, por supuesto, de la especie Homo sapiens a la que desde hace unos doscientos mil años pertenecemos -aunque todavía a muchos no les simpatice la idea- todos sin excepción.

Las capacidades de equipamiento habrían surgido con la sedentarización de las sociedades y la emergencia de las actividades agrícolas de riego y siembra de cultivos y crianza de animales, junto a la aparición de actividades manufactureras textiles, cerámicas, culinarias y afines, y el despliegue de un amplio conjunto de herramientas, que tuvo lugar hace alrededor de unos doce mil años en distintas partes del globo, incluyendo las comunidades prehispánicas de nuestra América, para dar lugar a los que llamaremos modos de producción artesanales. Posteriormente, y después de un largo proceso de maduración en donde la información era utilizada sistemáticamente sobre todo en actividades religiosas y políticas, ésta fue incorporada, hace alrededor de unos mil quinientos años en Occidente, al aparato productivo característico o modo de producción técnico de las sociedades primero feudales y luego, con una versión más evolucionada que incluyó normas, registros contables, planos, instructivos y afines, a las sociedades mercantilistas. En este último estadio evolutivo se hallaba la sociedad hispánica que, hacia 1500, hizo contacto con y sometió a nuestras sociedades indígenas. De este gradiente o desarrollo desigual de capacidades, involuntariamente reforzado con una mucho mayor resistencia del europeo ante gérmenes epidémicos, dependió en alto grado la derrota, la deculturación aplastante y el casi genocidio de los pobladores originales de nuestros territorios.

Por último, hace apenas unos dos siglos, irrumpió una nueva revolución en los sistemas de producción, que hizo del saber de tipo científico, que también se había incubado durante los tres siglos anteriores en los ámbitos filosóficos o culturales, una nueva fuerza productiva plasmada en múltiples mecanismos de generación de nuevos conocimientos, o actividades de formación, tales como las actividades de investigación, desarrollo y diseño basadas en la elaboración de modelos, la enseñanza/aprendizaje en base a problemas y preguntas abiertos, y la optimización de soluciones a problemas por vía teórica o de proyectos concretos. La ventaja exhibida por las llamadas naciones modernas respecto de las que no lo somos, o al menos del todo, deviene en buena medidad de esta madurez o grado de transformación de sus capacidades productivas. Mientras que la mayoría de las sociedades de los grupos que hace un par de entregas caracterizamos como capitalistas o de sistemas mixtos poseen, en promedio, fuerzas o capacidades productivas con un alto nivel educativo -secundario completo y en vías de universalizar algún grado de educación superior- y organizadas para producir con una productividad muy por encima del promedio mundial, en el orden de unos 10 a 12000$ anuales por trabajador ocupado, nuestra naciones latinoamericanas disponen de una fuerza de trabajo que, en promedio, está organizada apenas muy informalmente y suele disponer de sólo una primaria incompleta y de baja calidad, lo que hace difícil cuando no imposible la incorporación del conocimiento científico a la actividad productiva, que es la clave para exceder tales niveles de productividad.

A su vez, dentro de las capacidades estructurales productivas, probablemente las más básicas o esenciales, algo así como el "estómago" en el sistema digestivo, sean las capacidades de trabajo, especie de bloques o partículas matrices a partir de las cuales se construyen o derivan todas las demás capacidades productivas, y en las que parecieran inspirarse, indirectamente, las restantes capacidades no productivas. Si las capacidades productivas son las más duras, básicas, tangibles o medibles dentro del conjunto de las capacidades estructurales, las capacidades de trabajo son, a su vez, las duras, etc., dentro de las capacidades productivas. Esto sugiere que la capacidad de los modernos empresarios o gerentes, por ejemplo, quienes son los más directos exponentes de las capacidades de valorización o de gestión, se derivan en buena dosis de las capacidades avanzadas de trabajo productivo que poseen o alguna vez tuvieron. Sin embargo, esto no significa que las capacidades de gestión o valorización sean un mero "reflejo" o consecuencia de la transformación de las capacidades de trabajo: las limitaciones empresariales o gerenciales de los países que, como la URSS o Cuba, se han lanzado a construir el "socialismo" a través de una "dictadura del proletariado" o de los trabajadores y sin pasar por el capitalismo son un claro ejemplo de ello.

Esta cualidad del trabajo va mucho más allá del ámbito económico. Podemos pensar que la existencia concreta de prácticamente todos los seres, animados o no, se organiza en torno a su capacidad para realizar trabajo, es decir, para aplicar fuerzas físicas y transformar su entorno según sus finalidades o razón de ser. Sin trabajo no puede haber entidad de ningún ser material, puesto que no podría ocupar ningún lugar en el espacio, o sea, algún volumen propio; aceptar o ejercer fuerzas de alguna índole o disponer de una masa autónoma, diferenciada de su entorno; ni tampoco existir en momento alguno en el tiempo, o sea, experimentar algún cambio o variación de estado. Y todo esto, que, a riesgo de ponernos un poco filosóficos o profundos, consideramos pertinente para todos los seres, lo vemos especialmente válido para los seres humanos.

Al trabajo humano lo concebimos como un modo o manera altamente evolucionado de realizarse el trabajo en general. Creemos que sólo la insólita compartimentalización del conocimiento, característica de las sociedades modernas, ha permitido que los físicos y químicos al hablar de trabajo crean referirse a algo absolutamente distinto de lo tratado por biólogos o economistas bajo el mismo término. El trabajo humano participa de la cualidad de aplicar fuerzas para alcanzar transformaciones, como todas las formas de trabajo, incluidas las inanimadas; es contentivo de la capacidad para retroalimentarse con información sobre los resultados obtenidos con la aplicación parcial de fuerzas, al estilo de los demás animales y aún de las plantas y bacterias; pero comprende, además, la capacidad única de representar anticipadamente los resultados potenciales de la aplicación de tales fuerzas, lo cual sólo es posible gracias a ese órgano milagroso, y exclusivo nuestro, en este planeta, que es el cerebro humano, el cual posibilita la imaginación anticipada, o monitoreo inteligente, de tales resultados. De allí que sea absurdo, desde la perspectiva aquí sustentada, oponer trabajo a imaginación, o materia a idea, o ciencias naturales a ciencias sociales, pues los vínculos o interrelaciones entre estos pares de instancias son evidentes, o deberían serlo para quienes hemos nacido y crecido en el siglo veinte, en donde se demostró hasta la saciedad que la materia y energía son la mismísima cosa.

La conclusión que deseamos sustentar es que, si bien es innegable que las naciones y empresas con pretensiones hegemónicas se empeñan en reorganizar el mundo a su antojo, dejando fuera de todo progreso social a masas enormes de la población habitante de nuestro hasta hace poco llamado mundo subdesarrollado, en el fondo lo que hace posible tal dominación es el escaso grado de desarrollo de las capacidades productivas, y particularmente de trabajo, de esta misma población, la que, de paso, se vuelve aún más vulnerable cuando se reproduce mucho más aceleradamente que su capacidad para satisfacer aunque sea mínimamente sus necesidades. Las naciones llamadas desarrolladas lo que hacen es sacar provecho de sus ventajas en materia de capacidades, de manera semejante a como, al interior de nuestros propios países, las poblaciones urbanas se aprovechan del atraso de las campesinas, o las campesinas de las indígenas, o unas indígenas de las otras indígenas más rezagadas en términos productivos.

Y no se está diciendo aquí, como seguramente lo va a interpretar cierta ortodoxia izquierdista, que se justifique o sea inevitable la dominación de nuestras naciones por potencias y empresas externas, sino simplemente de entender que pese a las maravillosas cualidades y potencialidades de nuestro género humano, que nos predisponen a la edificación de un mundo de libertad, fraternidad y equidad, en los últimos quinientos años de evolución, o tal vez un poco más si incluimos el caso de los imperios antiguos, el contacto entre poblaciones de altos contrastes en el grado de desarrollo de sus capacidades ha hecho posibles mecanismos de dominación política, explotación económica y subordinación cultural, al parecer desconocidos durante la anterior existencia humana, que con mucho han venido a reeditar grotescamente el mundo de bestialidad y feroz agresividad del que biológicamente hemos querido diferenciarnos.

martes, 28 de julio de 2009

¿Cuáles son esas capacidades de las que tanto hablamos?

Iniciamos los artículos de nuestro blog con una presentación de la idea misma que nos alentaba, luego incluimos un par de entradas introductorias a nuestra temática latinoamericana, después una trilogía sobre la metodología que emplearíamos, y más adelante otro par sobre la generación del autor, hasta que comenzamos y concluimos una serie más larga sobre los orígenes, naturaleza y perspectivas de nuestra gran nación latinoamericana y sus naciones integrantes. Quisimos, entonces, entrar cuanto antes en materia, al estilo del enfoque musical de las orquestas infantiles y juveniles de Venezuela, en donde desde el vamos los aprendices entran en contacto con la interpretación de piezas, sin pasar por los áridos períodos de dominio previo de la teoría y solfeo, característicos de los enfoques tradicionales. Sin embargo, para profundizar en las tesis ya expuestas, lo que equivale a decir: para mejorar nuestras interpretaciones de las piezas temáticas que nos ocupan, es conveniente familiarizar a nuestros lectores con una serie de conceptos que hemos venido desarrollando y madurando con nuestras investigaciones, y que muy por encima hemos utilizado en los artículos precedentes. Es esto lo que haremos con esta serie de artículos un poco más conceptuales o abstractos que iniciamos hoy, pero en donde no renunciaremos a constantes ejemplos concretos e inclusive a seguir abordando las problemáticas de nuestros países, que ya hemos considerado.

Cuando de conceptos o ideas generales se trata, la mayoría de nuestros debates latinoamericanos han girado en torno a la prioridad de las finalidades de libertad o igualdad, y, en menor medida, de fraternidad -a veces reemplazada explícitamente por la idea de competitividad-, de los procesos de cambio de nuestras sociedades, con escasa atención brindada a las capacidades para impulsarlos. Bajo las consignas de apertura a los mercados e inversiones capitalistas internacionales, o de lucha por el socialismo o contra la dependencia o contra el capitalismo o contra el imperialismo, se han guiado buena parte de nuestras luchas contemporáneas, colocándose siempre el acento en los factores exógenos. Cuando, con mucho menor énfasis, se atienden los componentes endógenos de nuestros cambios, entonces sólo se subrayan sus aspectos políticos o culturales más superficiales y aparentes. Al esclerosamiento, por siglos, de nuestras maneras artesanales o escasamente tecnificadas de trabajar, al limitado grado de capacitación para el trabajo de nuestras poblaciones, a nuestros sistemas de instrucción memorísticos y titulistas, a la concentración de nuestras gentes en unas pocas grandes ciudades con gruesos cinturones de miseria y violencia, al abandono de extensas áreas de nuestros territorios, donde a menudo se concentran nuestros principales recursos hídricos, minerales y biodiversos, a nuestras culturas muchas veces cuajadas de dogmas, atavismos y prejuicios, o a nuestros mecanismos de participación política, las más de las veces centrados en el seguimiento acrítico a caudillos y demagogos, la mayor parte de nuestros pensadores, y sobre todo de nuestros hombres de acción, tanto conservadores como liberales y tanto reformistas como revolucionarios ortodoxos, le han brindado escasa atención. Los más suponen que todo empezará a cambiar como por encanto a partir de la asimilación de la cultura occidental que nos inyectará algún espíritu celestial, en la mañana verde de las inversiones extranjeras con los dólares salvadores, o desde la mágica mañana roja socialista y antiimperialista.

El resultado es que pareciéramos dar vueltas en una pesada y cíclica noria, desde el conservadurismo o liberalismo extranjerizantes a los arrestos por construir un socialismo carente de soportes productivos o educativos, y viceversa. Nuestras estructuras productivas, educativas, territoriales, culturales o de participación política siguen siendo escasamente comprendidas. Desde afuera, desde arriba y por encima parecieran ser las directrices principales de nuestros afanes de cambio, y por querer andar rápido y no poder esperar la maduración interna de nuestros procesos de transformación de capacidades terminamos paradójicamente estancados por décadas y aún siglos.

Desde la perspectiva diferente que poco a poco nos proponemos comunicar aquí, precisamente para alcanzar tales finalidades de libertad, fraternidad y satisfacción de nuestras necesidades, y también cambiar nuestras relaciones con el entorno y edificar nuevas instituciones de toda índole, enfatizaremos la transformación gradual de nuestras capacidades desde abajo hacia arriba, desde las raíces hacia la superficie y desde dentro hacia afuera, es decir, desde las esferas productiva, territorial y educativa hacia las esferas política, cultural y mediática internas, y desde todas nuestras relaciones internas hacia la redefinición de las relaciones con otras naciones. No se trata, por supuesto, de escoger disyuntivamente entre unos u otros factores o variables o ritmos de cambio, sino de colocar los acentos en el lugar apropiado, de entender que mientras no cambiemos y maduremos por dentro y en nuestros cimientos será inútil cambiar nuestras envolturas y ropajes ideológicos externos.

De todo ello resulta que la caracterización, desde múltiples puntos de vista, de nuestras capacidades será crucial para hacer comprensibles nuestros planteamientos. Lo haremos desde varias perspectivas o dimensiones fundamentales, a las que denominaremos: estructural, procesal y sustancial. Si hiciésemos una analogía con el organismo humano, diríamos que así como las capacidades estructurales de éste son las referidas a los distintos sistemas de órganos: respiratorio, circulatorio, digestivo, nervioso, etc., que lo integran, en el caso social tenemos las capacidades productivas o económicas, las participativas o políticas, las culturales o ideológicas, las territoriales o ambientales, las comunicativas o mediáticas, y las formativas o educativas. Dentro de las capacidades productivas le otorgaremos especial atención a las capacidades de trabajo, pues estas contienen algo así como el fundamento genético de las restantes capacidades de valorización, gestión, equipamiento, información y formación. También las capacidades educativas recibirán aquí un tratamiento privilegiado, por estar convencidos de que constituyen un factor de importancia difícil de sobrestimar en la transformación estratégica de América Latina.

Por capacidades procesales, que detallaremos más adelante, entenderemos aquellas referidas, análogamente a lo que ocurre con el ciclo de vida del ser humano, a la iniciación, ejecución y culminación de procesos de cambio, y por capacidades sustanciales, que también desagregaremos luego, a aquellas otras referidas a las maneras específicas de satisfacer nuestras necesidades y realizar nuestras libertades, de acuerdo a nuestros antecedentes, recursos y experiencias concretos. En las próximas entregas, esta vez -puesto que lo vemos factible- prestando más atención a las recomendaciones de amigos que nos piden ser más breves para interesar a un mayor número de lectores, nos ocuparemos de presentar y considerar estos distintos tipos de capacidades. Espero que estos artículos les parezcan tan interesantes como a mí, y si no es así, me pueden echar un grito, por ejemplo, a través de los consabidos comentarios, para ver qué resolvemos.

De repente no es ni malo repetirles que, en definitiva, todo este rollo del blog no es sino una manera de expresar mi cariño a nuestra humanidad, nuestra Latinoamérica, nuestra Venezuela y, dentro de ellas, a ustedes mis queridas lectoras y lectores, como viva expresión de por lo menos alguna de esas esferas.

viernes, 24 de julio de 2009

Hibridados e ilusionados (y V): los venezolanos entre el mercantilismo del siglo XVIII y el socialismo del siglo XXI

1989, el año que escogimos como hito de terminación del período de gestación, auge y derrumbe de la democracia bipartidista venezolana, fue también el de la caída del muro de Berlín, del derrumbe del bloque socialista soviético y por tanto del comienzo del fin de la Guerra Fría, y, por si poco, del nacimiento de Internet. En esta data, que reiteradamente ha sido señalada como la del inicio del llamado "proceso" de cambios que vive Venezuela, se entrelazaron, en un nuevo contexto mundial y montados sobre una falla social profunda que ha dividido a los venezolanos en establecidos y excluidos, múltiples vectores de las crisis moral, política, económica y educativa que hemos querido analizar en nuestros artículos pasados. En esta entrega final de la primera serie sobre Venezuela de nuestro blog, que no trata de fijar posición sobre el momento o la coyuntura política actual, sino sobre la naturaleza del proceso histórico de nuestro país, en el contexto de una serie más amplia sobre la misma problemática a nivel latinoamericano, aportaremos nuestra quinta y última clave para descifrar el porqué de las anomalías culturales que destacamos al empezar.

Sobre la base de interpretaciones y rabias antagónicas vinculadas a aquellos hechos de febrero-marzo, en el país se ha desatado una polarización social y política sin precedentes en épocas de relativa paz o, al menos, según nuestras estimaciones, en los últimos ciento cincuenta años, la cual, en su momento culminante, en 2002-2004, nos colocó al borde de una nueva guerra civil, y todavía nos mantiene en un estado de intolerancia extrema y sobrepolitización. Todo esto, en la práctica, dificulta la atención a nuestros acuciantes problemas reales y abona el terreno para la persistencia de las que venimos llamando, a falta de un mejor término, ilusiones del pueblo venezolano. La identidad nacional, para cada bando por culpa del otro, está reducida a su mínima expresión, incluso en los ámbitos familiares y de la amistad, y esto ha erosionado el contenido de la venezolanidad hasta linderos en donde si, por ejemplo, después de un viaje de semanas o meses en otro país y hablando en otra lengua, uno está de regreso y se encuentra con un venezolano o venezolana en el aeropuerto, tiene que contener la alegría hasta descubrir en qué onda anda y si se podrá o no hablar de equis tema.

Si lo que hemos venido argumentando fuese lo suficientemente consistente, entonces los trescientos años de colonización, en donde se destruyó una armoniosa sociedad agroalfarera y sin clases sociales, nos legaron un organismo hecho de células sociales compuestas por un núcleo estamental o de castas genéticamente esclavista y un protoplasma integrado por ingredientes feudales y sólo muy precariamente mercantilistas, contra el cual se alzó en bloque el grueso de la población parda liderada por criollos revolucionarios y bajo la inspiración de un ambicioso proyecto transformador de largo plazo. Tras el fiasco que significó el abandono de este proyecto y su reemplazo por otro de mera sustitución de la casta peninsular dominante por castas criollas caudillistas, y que, a duras penas, permitió edificar una sociedad con ADN feudal o latifundista y envoltura mercantilista, que se derrumbó en 1948, se desató un nuevo proceso de transformaciones, que habría culminado en 1989, y al cual podemos atribuirle, en el más optimista de los casos, una mutación engendradora de una célula social de núcleo mercantilista y protoplasma sólo incipientemente capitalista. Si esto es válido, cómo creemos, entonces ¿cómo es eso de que ahora se pretende acabar con un capitalismo moribundo y reemplazarlo a decretazo limpio por un socialismo novedoso? ¿Cuándo se construyó esa sociedad moderna o capitalismo que ni estando aquí nos dimos cuenta?

O, más precisamente: ¿Cuándo se estableció en Venezuela un régimen de inversiones de capital para generar retornos a largo plazo en sustitución del régimen de compraventa de mercancias para generar ganancias a corto plazo? ¿Cuándo se implantó aquí un mercado de capitales para financiar inversiones de riesgo? ¿Cuándo ha existido entre nosotros una verdadera competencia entre los productores para optimizar la oferta de bienes y servicios y una verdadera inteligencia de los consumidores para optimizar la demanda de los mismos, lo que equivale a decir cuándo ha habido aquí algo que merezca, aunque sea aproximadamente, el nombre de un mercado competitivo, aunque sea de los llamados de tipo oligopólico? ¿Cuándo se capacitó científica y tecnológicamente una parte sustancial de nuestra fuerza de trabajo? ¿Cuándo las clases medias modernas de emprendedores, profesionales, investigadores, intelectuales y artistas han constituido una porción significativa de nuestro tejido social? ¿Dónde están las innovaciones científicas y tecnológicas de nuestro capitalismo? ¿Dónde la educación científica que enseñe a analizar las causas interrelacionadas de problemas complejos y a reducir la incertidumbre a través del trabajo en proyectos? ¿Dónde los departamentos de investigación y desarrollo, de diseño o de asistencia tecnológica a las operaciones de una porción significativa de nuestras empresas? ¿Dónde la planificación estratégica del desarrollo a nivel empresarial y del país en su conjunto? ¿Y los aumentos sostenidos en la productividad del trabajo? ¿Y el afán de superación individual, aunque sea para capitalizar individualmente los conocimientos, destrezas y actitudes adquiridos? ¿Y...? Así podríamos continuar con unas cien o doscientas preguntas más en torno a lo que creemos que es una sociedad capitalista, al menos en el sentido en que entendemos lo que expresaron Adam Smith, David Ricardo, John Stuart Mills, Carlos Marx, Federico Engels, Joseph Schumpeter, Joan Robinson, Gunnar Myrdal y qué se yo cuántos otros inacusables de no saber de qué estaban hablando cuando explicaban lo que era el capitalismo.

O, podríamos hacer aquí una retahila de signo contrario, y preguntar qué clase de capitalismo es éste que, tras no pararle ni a la ciencia ni a la tecnología ni a las inversiones inteligentes ni a la capacitación de la fuerza de trabajo ni a la creación de mercados verdaderamente competitivos..., todo lo resuelve a punta de permisos, palancas, prebendas, favoritismos, ventajismos, amiguismos, clientelismos, protecciones, regulaciones, componendas, sobornos, barreras, manipulaciones, dogmatismos, decretos, saludos a la bandera, frases huecas, cortoplacismos, improvisaciones,... de una manera asombrosamente parecida al tipo de régimen que aquellos al parecer conocedores caballeros y damas describían como mercantilista o precapitalista. Una de dos: o el sistema económico y social nuestro es el genuinamente capitalista y entonces el que tienen aquellos catires es de otra naturaleza y amerita otro nombre, o el de ellos es el sistema realmente capitalista y el nuestro un remedo, antecesor, paralelo o lo que queramos, pero de naturaleza harto distinta, porque no puede ser que ambos sistemas, con estructuras tan marcada y terminantemente disímiles sean de la misma naturaleza o clase. Venir con el cuento, tan caro y obvio para tantos políticos y académicos criollos y latinoamericanos, pero que a nosotros nos suena a pura coba, de que lo que pasa es que nuestro capitalismo es dependiente y el de aquéllos no, es como decir que mi paraulata es un murciélago pero de tipo dependiente o que mi hayaca está hecha con pan de trigo, sardinas y queso porque es una hayaca dependiente...

Mientras llega el momento, ya próximo, en que nos detendremos a exponer, tan sencillamente como seamos capaces, los conceptos que hemos desarrolado y que nos llevarán a fundamentar más sólidamente las afirmaciones anteriores, adelantaremos que, en el planeta que medio conocemos, pues con esos dólares tan por las nubes y esos pasajes tan recaros no es fácil conocerlo bien o al menos de cerca, y menos costeando los viajes con el bolsillo propio, distinguimos esencialmente cinco tipos o clases de sociedades u organismos sociales, con sus respectivas células características. El primer tipo o clase, integrado por buena parte de los 70 países del grupo llamado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, de "Desarrollo Humano Alto", cuyas células constitutivas poseen un núcleo social todavía capitalista, por regla general altamente industrializado, y que les permite un alto nivel de productividad per cápita, por encima de los 20 a 30000 dólares per cápita de ingresos reales anuales (algo así como 6 mil o más de bolívares fuertes mensuales por cabeza, ó 6 millones de los débiles, a menudo relativamente bien repartidos...), con una fuerza de trabajo altamente educada y capacitada tecnológicamente, con niveles de total alfabetización efectiva y más de 80 a 90% de enrolamiento de niños y jóvenes en el sistema educativo formal, y una esperanza de vida, por regla general rondando o por encima de los 80 años (lo que revela la calidad de sus sistemas de salud); pero, simultáneamente, con una cada vez más marcada envoltura protoplasmática de carácter socialista en sus células, que les permite regir sus sistemas educativos, de salud, culturales, mediáticos, de transporte, de comunicaciones, de seguridad social, policiales y muchos otros, con una lógica que dista de ser la del retorno o rentabilidad capitalista o del mercado y apuesta cada vez más al bienestar colectivo o socialista. Estamos hablando, entonces, de sociedades mixtas, capitalistas y socialistas a la vez, o si se prefiere, de capitalismos relativamente avanzados, sociales, a la europea o con una marcada vocación progresista, reinantes en (los números indican su lugar en el último ranking disponible del PNUD, según su liderazgo medido por el Índice de Desarrollo Humano): Islandia (1), Noruega (2), Australia (3), Canadá (4), Irlanda (5), Suecia (6), Suiza (7), Holanda (9), Francia (10), Finlandia (11), España (13), Dinamarca (14), Austria (15), Reino Unido (16), Bélgica (17), Luxemburgo (18), Nueva Zelandia (19), Italia (20), Alemania (22) e Israel (23), y quizás, o tal vez sea mejor idea incluir a éstas dentro de un orden distinto, capitalistamente menos maduro, de Grecia (24), Eslovenia (27), Portugal (29), República Checa (32), Hungría (36), Polonia (37), Eslovaquia (42), Lituania (43), Estonia (44), Letonia (45), Croacia (47), Bulgaria (53), Rumanía (60), Bielorrusia (64), Bosnia y Herzegovina (66), Rusia (67), Albania (68) o Macedonia (69), para un subtotal de cerca de 40 países, algunos de los cuales, sobre todo los venidos del derrumbe del campo "socialista" soviético, han ingresado o están por ingresar al grupo convirtiendo sus anteriores capitalismos estatales -a los que malllamaban "socialistas"- en privados, pero conservando muchas de sus anteriores vocaciones colectivas socialistoides, o sea, que, en cierto modo se están construyendo desde fuera hacia adentro, lo que introduce numerosas aberraciones en sus procesos de transformación de capacidades. A nuestro humilde parecer, es en esta primera clase de naciones que presentamos, en donde está emergiendo algo que podría merecer la denominación de socialismo del siglo XXI, lo cual puede ser si no verificado al menos explorado por los lectores curiosos, que todavía no lo hayan hecho, por módicas sumas que andan por el orden de unos cinco mil bolívares fuertes por persona para un viaje austero a Canadá (4), el país de esta clase que nos queda más cerca y resulta más accesible, y con quien, si no tratásemos tan mal a sus visitantes y turistas, podríamos aprender bastante y cultivar excelentes relaciones.

Después está la clase de los países más puramente capitalistas del planeta, con un núcleo a menudo fuertemente industrializado, con características como las que esbozamos para el grupo anterior, pero sin el énfasis en el desarrollo de instituciones de carácter social o al servicio del interés colectivo, o sea, con un "protoplasma" también esencialmente capitalista, en donde distinguimos tres órdenes, el de los capitalismos asiáticos o a la japonesa, con la peculiaridad de que se esmeran en delegar en grandes corporaciones transnacionales la conducción estratégica de sus economías, aunque con una política empeñada en mantener aplanado y equitativo el rango de ingresos y estimular la participación creciente de los trabajadores en la conducción de las empresas, lo que estimula una alta lealtad y confianza hacia ellas, a la vez que un alto grado de integración social y una muy sólida identidad nacional. Estamos hablando aquí de Japón (8), Singapur (25), Corea del Sur (26), y, hasta hace poco Hong Kong (21) y tal vez Taiwán (sin datos del PNUD, de seguro que para no irritar a los chinos continentales). Luego está el orden, con un sólo género y una sola especie, de los Estados Unidos de América (12), con una industrializadísima, productivísima, tecnologizadísima y paquidermísima economía, que por sí sola es un tercio de la del planeta, con un muy alto ingreso per cápita de más de 40000 dólares per cápita anuales, aunque nada equitativamente distribuidos, y hasta hace poco con un empeño por privatizar hasta lo humanamente imprivatizable; en dos platos, el nirvana de los monetaristas, neoliberales, mercadistas, fondomonetaristas, reaganianos, bushistas y demás adeptos. Estos, sin embargo, a la hora de propagandearnos a los ratoncitos las ventajas de ser como el elefante, se olvidan de hablarnos de un simpático truco de este sistema, cual es el de que el Estado, entre pitos y flautas y a cuenta de impuestos, se queda con la mitad de las ganancias de todas las superprivadas grandes, medianas o pequeñas empresas, y ¡ay de aquélla a la que se le ocurra engañar al fisco falseando costos o ingresos para evadir impuestos!, pues a los responsables les salen prisiones de cadenas extraperpetuas más largas que las de los más horrendos crímenes. Mediante este lindo artificio, en definitiva y para cualquier efecto práctico, el Estado termina yendo a medias con las ganancias del célebre mercado y actuando como si fuese el dueño de la mitad de todas y cada una de las empresas de cualquier tamaño, y como si él solo agregase el sexto del valor terrestre, lo que le permite realizar galácticas inversiones en armamentos para desarrollar inverosímiles colmillos y proteger mundialmente, cerrando el ciclo virtuoso, los intereses de las transnacionales que tan bien lo amamantan. El tercer orden de esta segunda clase lo constituyen un conjunto de pequeñas naciones, islas en su mayoría, que, sin poseer una industrialización avanzada, sino más bien concentradas en la prestación de servicios turísticos, comerciales y financieros, muchas veces en manos extranjeras, pero con una fuerza de trabajo altamente capacitada y bien remunerada e instalaciones e instituciones diversas con calidad de primer mundo, terminan por encajar dentro de esta clase de sociedades capitalistas. Estamos hablando aquí de especies, sobre las que lamentablemente existe poca información y gente a quien preguntarle, como las Bahamas (49) y las islas Seychelles (50).

La tercera clase la constituyen las especies nacionales con células cuyos núcleos y genomas se encuentran en un proceso de mutación, con ganas de tornarse irreversible, de mercantilista hacia capitalista, y con fuerzas de trabajo crecientemente tecnificadas y en proceso de tecnologización. Aquí estamos hablando otra vez de tres órdenes, en donde, en el primero, nos interesa destacar la presencia de cuatro naciones latinoamericanas, con un importante grado de industrialización efectivamente capitalista y que inclusive parecieran tener intenciones, a juzgar por mutaciones paralelas en sus protoplasmas, de avanzar a mediano y largo plazo hacia esquemas socialistas, es decir, tres de las naciones nuestras con sistemas educativos más sólidos: Argentina (38), Chile (40) y Uruguay (45), y la que quizás merecería, por su abultado tamaño, estar en un orden o por lo menos suborden separado: Brasil (70). Si Venezuela (74) se pusiese las pilas, abandonara sus fantasías y se restease con la puesta en práctica de su extraordinaria Constitución, con la creación de un verdadero sistema educativo o de mucha mayor calidad que el actual, y una más robusta generación de empleos estables y cooperación entre el sector estatal y el privado, podría tranquilamente entrar en este grupo. Luego viene el orden de naciones con especies como la de México (52), resueltamente en andanzas modernizadoras y con ganas de mutar hacia el orden anterior pero a quienes, en el mismo caso charro por demasiado vecino de los EUA, se les está haciendo difícil instrumentar su vocación socialista a largo plazo. Y, finalmente, el grupo de pequeñas naciones, nuevamente islas o territorios con escasas poblaciones, que, análogamente a sus homólogas ya capitalistas, se encuentran en procesos de mutación nuclear de mercantilista a capitalista y no basados en la industrialización, sino en la capacitación de su fuerza de trabajo para fortalecer sus servicios turísticos, comerciales y financieros, la mayoría de ellas con el patrón de capitalismo europeo en la mira, como Chipre (28), Barbados (31), Malta (34), Costa Rica (48), San Cristobal y Nieves (54), y quizás Tonga (55), Trinidad y Tobago (59) y Mauricio (65); y las demás sin esta vocación, como podría ser el caso de Panamá (62).

La quinta clase -no, no es un error, sino a propósito que estamos dejando la cuarta clase de última- la constituyen el grueso número de naciones extrapobres, africanas en su totalidad, del grupo llamado por el PNUD de "Bajo Desarrollo Humano" y a veces conocido como Cuarto Mundo o, más elegantemente "LDCs" (Less developed countries), con núcleos eminentemente feudales, fuerzas de trabajo predominante y hasta escasamente rural-artesanales, ingresos per cápita comunmente por debajo de los mil dólares anuales, o sea tres dólares diarios en promedio o menos, con poblaciones analfabetas por lo común en más de un 50% y esperanzas de vida al nacer por debajo de 50 años, con tendencia, entre el SIDA y el paludismo, a bajar antes que a subir, y protoplasmas escasa o casi nulamente mercantilizados o tecnificados. Aunque, quizás con un mayor conocimiento, sobre todo directo y no datesco, pudiésemos distinguir órdenes o subgrupos dentro de ellas, por ahora las dejamos como una sola clase, integrada cuando menos por: Senegal (156), Eritrea (157), Nigeria (158), Tanzania (159), Guinea (160), Ruanda (161), Angola (162), Benin (163), Malawi (164), Zambia (165), Costa de Marfil (166), Burundi (167), Congo (168), Etiopía (169), Chad (170), República Centro Africana (171), Mozambique (172), Mali (173), Níger (174), Guinea-Bissau (175), Burkina Faso (176), Sierra Leona (177) y compañía. Aunque bien sabemos cuanto le disgustan a nuestros amigos académicos de izquierda las comparaciones, y sobre todo las que parecen lineales -aunque en el fondo no lo sean, pues simplemente consideran un parámetro de evolución haciendo momentánea abstracción de los otros, para efectos de análisis, como cuando decimos que fulano está mas gordo que zutano, sin por ello implicar que es superior al otro como persona...- se nos hace difícil no ver en las realidades estructurales o genéticas de estas naciones rasgos que, más allá de las evidentes diferencias introducidas por la presencia de unos cuantos vehículos automotores, computadores o celulares, nos evocan las imágenes de lo que intuimos fueron las realidades europeas occidentales -pues, nos agrade o desagrade, es el continente con la historia más exhaustiva y profundamente estudiada, y del que por tanto podemos extraer más patrones de referencia-, de los siglos V al VIII, cuando se había derrumbado el régimen esclavista romano pero todavía los godos no habían organizado sólidamente sus feudalismos y reinaba un estado de desorden y precariedad institucional.

Y, dentro de la cuarta clase, en donde vemos a Venezuela (74), a la mayoría de naciones latinoamericanas, a los países petroleros de la OPEP, a China (81) y a Cuba (51), se halla el más de un centenar de países salidos o saliéndose de feudalismos o latifundismos y regímenes políticos autocráticos diversos, a veces envueltos en distintas fachadas dizque democráticas y dizquedizque socialistas, y a veces con polos o enclaves internos de produción capitalista, pero con fuerzas de trabajo muy desigualmente capacitadas y empeñados en una tecnificación o hasta modernización o tecnologización a las que con frecuencia temen o ven con suma desconfianza, pues para ellos hablar de ciencia, tecnología, democracia, mercados, libertad,... es como conversar sobre sogas en la casa del ahorcado, en una palabra, el vasto y tradicional Tercer Mundo, a veces alias mundo de los "no alineados", que a menudo, en nombre de rechazar un capitalismo que no conoce y/o de enfrentar imperios con poderíos que no imagina, pero a los que supone responsables de sus propias calamidades, se ha pasado ya siglos patinando en los mismos pantanos, sin darse cuenta de que no es que su discapacitación sea la consecuencia de las dominaciones imperiales sufridas, sino que es esencialmente al revés: que estas indiscutibles dominaciones son, antes que nada, una manera mediante la cual los poderosos se han aprovechado y se siguen aprovechando de su discapacitación. Como quiera que la gama de situaciones de este tercer mundo es harto variada, y que seguramente ameritaría de la definición de varios órdenes, hemos reservado, en nuestra megametáfora de las referencias a las estructuras de tipo europeo, el extenso lapso que va desde los feudalismos mínimamente mercantilizados del siglo IX, a lo Haití (146), que por poco entran en la quinta clase mencionada, hasta los mercantilismos más maduros del tipo inglés o francés del siglo XVIII, en donde situamos, o al menos más cerca de estos últimos que de las primeras estructuras, la médula o núcleo de la sociedad venezolana contemporánea, y ante los cuales se plantea, como un descomunal desafío, el reto de convertir en realidad, como ene más muchas veces se repitió hasta la saciedad durante los primeros años de este gobierno, nuestra vigente, valiosa y promodernizadora Constitución.

Después del Caracazo, y antés de que supiésemos de la vida del actual Presidente, ya se había desatado larvada e informalmente toda la confrontación social que atestiguamos, con expresiones tales como el disparo de los indicadores de seguridad y delitos de toda índole, los miedos a salir de noche, la creciente extraterritorialidad de muchos barrios, suburbios y áreas sin ley de las grandes ciudades, los cobros de peajes, vacunas y rescates de los no trabajadores o productores a los que sí lo son, los crímenes no sólo sin "justificación" delictiva sino hasta sin explicación humana alguna, el auge de la pugnacidad en el lenguaje y de la manifestación de rabias violentas por un quítame de ahí esa pajita, etc. Como botón de muestra señalaremos uno que, en su momento, captó poderosamente nuestra atención, cual fue que durante el Censo nacional de 1990, al año siguiente del desastre aquél y cuando sólo sus padres y algunos contertulios y compañeros de tropa sabían del actual Comandante en Jefe, muchos de los barrios y cerros del país sacaron a pedradas a los empadronadores y no se dejaron censar ni entrevistar por el Estado, a quien simplemente vieron como el odioso gobierno del gocho de marras. Esto significa, como lo han señalado, aunque pareciera que con intenciones distintas a las de aquí, voceros oficiales, que con o sin el golpe de febrero de 1992 ya esto se estaba yendo a pique, por lo cual es relativamente válido, y perdone el lector delicado la expresión, pero se me extraviaron no sé cómo las maneras elegantes de decirlo, que, en cierto modo y por extraño que parezca, este golpe y el proceso subsiguiente han venido a poner cierto "orden en la pea".

A donde queremos llegar es a que estamos convencidos de que el mandato histórico del actual gobierno no es otro que el de impulsar la más que ansiada modernización del país, con un contenido que no puede brincarse a la torera, aunque tampoco tiene por qué limitarse a este horizonte, los logros capitalistas o modernos de los siglos XIX y XX, en el talante de lo que están haciendo ya países como Brasil y Chile. Para esto fue electo desde hace más de diez años y ello está claramente pautado en el librito azul bolivariano y no en el rojo rojito socialista de Mao y sus imitadores. Ésta y no otra es su misión, sin que puedan servir de excusa justificatoria, para no asumirla, las maquiavélicas maquinaciones de que ha sido y sigue siendo objeto el país por parte de las más oscuras e hipócritas fuerzas oposicionistas, que, en nombre de la libertad y la democracia, han hecho pulular desde guarimbas y saboteos hasta golpes y magnicidios frustrados, y cuya consigna implícita, que en definitiva lo que plantea es la restauración del bipartidismo de ayer, pareciera ser algo como: ¡Frente al socialismo del siglo XXI, mercantilismo del siglo XVIII! Someter al país a este dilema esquizofrénico entre la restauración del atraso mercantilista, ante el cual el pueblo es ya fóbico, y un más que inviable imposible salto extralargo hacia el futuro socialista, es una manera segura de que este quinto lapso de nuestro análisis termine en quien sabe qué tipo de cataclismo político, sísmico, meteorológico o de otra índole, para sumirnos en alguna aventura de extrema derecha que tampoco sabemos a dónde nos conducirá.

El estrés delirante e ignorante de las exigencias del presente, en suma, enarbolado por quienes pretenden obligarnos a vivir en el pasado o en el futuro, en la desgracia o en la gracia, en la frustración o en el heroísmo, en el subsuelo o en el cielo, en la plutocracia o en la oclocracia, es la fórmula para que los venezolanos sigamos perdidos en nuestra feria de ilusiones, haciendo caso omiso del legado directriz de nuestro Libertador, a quien mucho citamos con aquello de "...necesitamos trabajar mucho para regenerar el país y darle consistencia. Por lo mismo: paciencia y más paciencia, constancia y más constancia, trabajo y más trabajo, para tener patria...", pero que en la práctica lo instrumentamos como "...necesitamos joder mucho para hundir el país y mantener sus ilusiones. Por lo mismo: precipitación y más precipitación, caprichos y más caprichos, destrabajo y más destrabajo, hasta quedarnos sin patria..."

Ayúdenme, queridas lectoras y lectores, con el testimonio de que sí lo dije el 24 de julio de 2009, a manera de flor emocional sobre la tumba virtual del Padre de nuestra Patria, en el bicentésimo vigésimo sexto aniversario de su alumbramiento. C´est fini.

martes, 21 de julio de 2009

Hibridados e ilusionados (IV): la frágil democracia venezolana atenazada por la plutocracia y la oclocracia

En la mañana del 5 de diciembre de 1988, Venezuela amaneció tranquila, relajada y confiada en su futuro. Dados los previsibles resultados de las elecciones de la víspera: 53% para Carlos Andrés Pérez, 40% para Eduardo Fernández, 3% para TeodoroPetkoff y lo demás para los de menos votos, todo el mundo estaba relativamente contento con la que lucía como una apenas treintañera y lozana democracia. AD por su victoria, COPEI por que al fin pudo tener un candidato distinto de Caldera desde su fundación más de cuarenta años atrás, y ambos por que el tal bipartidismo seguía boyante; la izquierda establecida porque pese a sus escasos votos presidenciales había obtenido casi un 15% de votos parlamentarios, y la izquierda guerrillera porque una vez más quedaba demostrado que las elecciones eran una farsa burguesa; los establecidos porque todo se veía tan igual a lo aparentemente bueno de siempre, y los excluidos por la expectativa de que, con el regreso de "El Gocho", podrían volver también algunas de las divertidas piñatas y sabrosos regalos de su primer período.

Apenas tres meses después, al despuntar el sol del 5 de marzo de 1989, todo el mundo estaba furioso y descontento con una democracia decrépita y moribunda: los excluidos por la brutal represión y los despojos acabados de sufrir, los establecidos por los recientes saqueos generalizados y el susto de una por poco guerra civil, y ambos sectores gravemente enemistados entre sí; las dos izquierdas porque se habían quedado, ahora sí, al margen, y para colmo unidas en su incomprensión del errático e indócil comportamiento de las masas, COPEI porque no pudo ni presentar las lecciones magistrales de moderna política opositora que tenía preparadas, y AD porque apenas con el primer paquete de la que debió ser una remesa destinada a provocar un rejuvenecedor shock en el paciente, éste armó una pataleta de tal magnitud que dejó pocas ganas de entregar el resto del envío y obligó a suspender la terapia de inspiración reaganiana y estilo Chicago boys. En definitiva, el tradicional régimen de partidos colapsó estrepitosamente, pasando de un 93% de votos válidos en los comicios recientísimos y cuarenta años de triunfos de alguno de los dos grandes partidos, AD y COPEI, en todas las elecciones significativas, a una impopularidad generalizada que los dejó sin líderes, les ha impedido figurar en la escena política y todavía se mantiene veinte años después. La otrora democracia modelo perdió súbitamente nada menos que su legitimidad.

¿Qué le ocurrió a nuestra flamante democracia que, como a Catherine Deneuve haciendo de vampira en aquella película El ansia, pasó en un tris de esplendorosa a horripilante? ¿Qué pasó con el régimen bipartidista que comenzaba a ser exhibido como especimen envidiable en la vidriera de modas políticas de América Latina? ¿Qué provocó una enemistad aparentemente irreconciliable entre los sectores establecidos y los excluidos, y qué extraño crimen tuvo lugar que súbitamente todos los actores del filme pasaron de ser inocentes a ser irreversiblemente sospechosos? Si lográsemos hallar una respuesta razonable a estas difíciles interrogantes, ganaríamos un fértil terreno adicional en la comprensión de la lógica de la sociedad venezolana contemporánea, y nos quedaría la mesa servida para la cuarta clave que hemos anunciado como explicativa acerca del motivo profundo de nuestra singular cultura y su feria permanente de ilusiones. Es esto lo que intentaremos seguidamente.

Tal y como lo indicamos en nuestro artículo anterior, el pueblo se quedó, en 1948, con los crespos hechos para asistir a la gestión de Rómulo Gallegos, quien condensaba la mejor promesa del segundo más completo proyecto nacional que hemos tenido, después del independentista y si exceptuamos, claro está, el sui géneris "proyecto" de la sociedad artesanal sin clases arahuaca prehispánica. Lo que siguió podemos resumirlo como una ardua lucha, con su infaltable y significativa cuota de víctimas, de todas las fuerzas "patrióticas" en contra de la dictadura impostora que, inicialmente exaltada por los influyentes vecinos del norte como patrón latinoamericano a imitar, terminó repudiada hasta por estos tutores y derrocada por el llamado movimiento cívico-militar de enero de 1958. La novedad estuvo en que, después de este derrocamiento, liderado por las mismas fuerzas políticas impulsoras del sueño antigomecista, es decir Acción Democrática, Unión Republicana Democrática y el Partido Comunista de Venezuela, que compartieron la cuota de torturas y crímenes a cargo de los cuerpos represivos del dictador militar, emergió un acuerdo para la edificación del nuevo régimen democrático, conocido como "Pacto de Punto Fijo", en donde el tercero de estos actores, el PCV, fue reemplazado sin mayores explicaciones -pero seguramente previas instrucciones del Departamento de Estado estadounidense, en el nuevo contexto de Guerra Fría- por COPEI, quien originalmente fue más bien un defensor del estatus gomecista y prácticamente no había participado en la lucha antidictatorial. Nuestra democracia, entonces, al convertir en no ciudadanos, o venezolanos al margen de la ley, a un componente fundamental de sus tenaces fuerzas forjadoras, nació con las alas emplomadas, y su vuelo, bajo las engañosas apariencias, siempre fue de pronóstico reservado.

Dicho de manera diferente, todo el proyecto modernizador que con grandes debates, masiva participación y costosas luchas había madurado en los más de veinte años desde la muerte de aquel déspota, fue declarado obsoleto ante la amenaza mundial del comunismo; y, cuando apenas un año después, la Revolución Cubana tomó partido por la URSS y en contra del imperialismo, sin que en este momento nos preguntemos por qué lo hizo, resultó que la lucha política venezolana quedó convertida en mero teatro de operaciones de una confrontación planetaria entre capitalismo made in USA y socialismo a la soviética, en donde todas las necesidades del país fueron puestas de lado.

Si las guerras son siempre ineficaces como método para construir sociedades con libertad, igualdad y fraternidad, y difícilmente eficientes para lograr, aunque sea a medias, por lo menos las primeras dos de estas cualidades y calificar como sociedades mínimamente modernas (pues esto equivale a algo así como querer fabricar un televisor o un computador a mandarriazos o con pico y pala), la guerra librada en nuestro país en los primeros sesenta fue entre ineficaz al cuadrado y absurda al cubo. Los gobiernos de AD y COPEI, pues URD pronto se sintió como convidado de piedra y se retiró del pacto, se dedicaron, en nombre del fortalecimiento de la democracia y su defensa frente al comunismo, a coleccionar violaciones a la Declaración Universal de Derechos Humanos, manipular organiza- ciones de masas e inventar políticas represivas innovadoras como la de "disparen primero y averigüen después", y, de paso, arrojar a un segundo plano las políticas económicas y educativas y aprovechar para hacer toda clase de concesiones y financiamientos al capital estadounidense, a cuenta de la sustitución de importaciones. La izquierda, azuzada primero por la URSS, que por unos años se creyó con opciones de triunfo por las malas en la Guerra Fría, y luego por Cuba, quien nunca entendió que era un peón menor en esta cuasitercera guerra mundial, se embarcó en una conflagración pretendidamente final y tricontinental (latinoamericana, africana y asiática) contra el imperialismo, se desvinculó de los movimientos de masas o hizo de ellos simples "canteras de cuadros" para las guerrillas, cometió innumerables errores en su estrategia política y militar, en donde -nadie sabe cómo- llegó al delirio de pretender que el asesinato de inocentes policías, incluso a martillazos por la cabeza, fuese una "práctica revolucionaria", y, ante la obvia escasez de proletarios vernáculos, se pasó ocho años buscando a las masas campesinas en las montañas hasta que, alrededor de 1966, descubrió que ésas se habían mudado para los cerros y suburbios en torno a las grandes ciudades.

Ante semejante festival de desvaríos políticos de derecha y de izquierda, el pueblo, tras atestiguar el diferimiento de cualquier proceso de búsqueda de soluciones a sus problemas, se dispuso a actuar, a partir de 1968, las más de las veces sin liderazgos políticos organizados, por la reivindicación de sus intereses puestos de lado por diez años. Este despertar local espontáneo, en movimientos obreros, estudiantiles, profesionales, vecinales y hasta de los pocos campesinos restantes, coincidió, por un lado, con el retorno al poder, no sin mediar los nefandos crímenes, dignos del Ku Klux Klan, de los tres principales líderes de políticas progresistas en los EUA -curiosamente apellidados por tres "K" (J.F. Kennedy, R. Kennedy y M.L. King)- de los más retrógados macartistas de los años cincuenta, encabezados por Richard Nixon, y, por otro, con la llegada de Rafael Caldera al poder doméstico, gracias a que Betancourt prefirió dividir el partido y que AD perdiese las elecciones antes que permitir el casi seguro triunfo de Luis Beltrán Prieto Figueroa, último bastión, con Juan Pablo Pérez Alfonzo, de aquella estirpe genuinamente nacionalista de los del 28.

Debería sobrar añadir, pero mejor lo añadimos no vaya a ser cosa, que nuestro presidente socialcristiano alineó completamente sus políticas conservadoras con las de Richard: como éste estableció relaciones con los chinos para debilitar a la URSS, nuestro Rafael pactó con las izquierdas pacificadas para debilitar a los todavía guerrilleros; donde el primero se propuso derrocar a Allende, el de aquí impulsó prácticas para tumbar a gobernantes progresistas en los pequeños países centroamericanos; dado que, internamente, Nixon se propuso desmantelar experiencias y concepciones educativas avanzadas legadas por los Kennedy, entonces el propio decidió desbaratar los todavía precarios logros de AD en materia educativa: privatizando o desautonomizando la educación superior y buena parte de la media, suspendiendo el proceso de construcción de escuelas públicas, suprimiendo las escuelas técnicas y artesanales, allanando a diestra y siniestra universidades, escuelas técnicas y liceos, y disgregando los núcleos remanentes de profesores de liceos y escuelas herederos del espíritu del 23 de enero (quienes lideraban la enseñanza media y elemental de mayor calidad que jamás se había impartido en el país, y que este prospecto de bloguero alcanzó a conocer en el Liceo de Aplicación en aquellos sesenta...); puesto que su mentor impulsó violentas prácticas represivas y atropellos en universidades como la de Kent, entonces, sin faltar nunca sus gestos afligidos de Primer Mandatario, aquí perecieron bajo las balas o torturas policiales, cierto que también con responsabilidad de la extrema izquierda guerrerista que provocaba adrede a los llamados cuerpos represivos, cerca de cuarenta estudiantes de nivel medio y superior (a uno de ellos, Henry Valmore Rodríguez, quien según incontables testigos estudiantiles y profesorales -incluido Miguel Enrique, el actual director de El Nacional...- acababa de salir de clases, lo vimos entrar detenido, y así fue filmado por un canal de televisión, un día de marzo de 1972, a una jaula de la Policía Metropolitana, y aparecer horas después asfixiado y muerto en la calle dizque "pisoteado por sus compañeros", según la pontificia y oficial versión); como el estadounidense hizo del reforzamiento de las labores de inteligencia, intercepción de llamadas telefónicas y espionaje de la CIA un puntal de su política, el venezolano, quizás recordando aquello de que "ellos saben más de eso", dejó que los funcionarios de esta agencia se instalasen con oficinas propias y prácticamente asumieran el control de los órganos locales de seguridad, lo cual fue públicamente denunciado por el posterior presidente Pérez a su llegada al gobierno en 1974; y no seguimos, pues esto se está poniendo semilargo y todotriste, excepto para decir que ya en los días calderianos había motivos para suponer que un descontento profundo se estaba incubando en las entrañas de la sociedad venezolana.

El desencanto generalizado con COPEI llevó de nuevo al poder a AD, quien, con su dinámico candidato Carlos Andrés Pérez, y en un contexto de inesperada afluencia de petrodólares, quiso impulsar, con déficit de tino y superávit de cash, todo el desarrollo de la industria local que se había diferido, con modestas excepciones, en las décadas pasadas, y logró, gracias a una botadera de real que llevó hasta a los pobres a celebrar las graduaciones de preescolar con champaña francesa, güisqui escocés al menos "doceaños" y hasta "agua escocesa"(...), a enfriar por un tiempo los ánimos caldeados desde los días de su predecesor. Contra los reiterados y un tanto oraculares llamados de Arturo Uslar Pietri a prepararnos para la época de las "vacas flacas", y ante las sabias advertencias de Juan Pablo Pérez Alfonzo, quien, con la creación de la OPEP, había hecho más que ningún otro venezolano por defender los precios del petróleo, y quien pronosticó certeramente que el país se hundiría "en el excremento del diablo" si se empeñaba en gastar los ingentes recursos no ganados, no sólo se despilfarró a manos llenas y no se ahorró nada, sino que se adoptó la máxima del Tinoco aquel, según la cual los ricos son los primeros llamados a endeudarse porque todo el mundo les da dinero prestado, y la nación se hipotecó hasta los tuétanos. Desde la dirección de la joven Causa R, en aquellos años setenta cuando éramos ídem, tuvimos la dicha de estar muy cerca de, y ser el enlace con, Pérez Alfonzo, y ser la única organización política que tomó en serio sus vaticinios, proponiendo un proyecto de ley para la reducción de la producción petrolera e impedir el, si no, inevitable despilfarro. Proyecto del cual, para variar, tanto la derecha como la izquierda del estatus se rieron a carcajadas, y al que nadie hizo caso.

Si el mayor error económico de la democracia fue pretender faraónicamente forzar la industrialización a dolarazo limpio, importando, con el ingratamente célebre barco Sierra Nevada, hasta los alojamientos del personal importado que supervisaba la instalación de importadísimos equipos siderúrgicos y del aluminio, el segundo mayor error fue el del gobierno siguiente, con el socialcristiano Luis Herrera Campíns. Éste, en aras de aplicar un frenazo a la economía, prácticamente lanzó precozmente a la quiebra las empresas de CAP, localizadas sobre todo en Guayana, región a la que alguna vez AD pretendió convertir en un polo de desarrollo alternativo, privándolas hasta de capital de trabajo y de la posibilidad de ejecutar actividades de formación de personal y de mantenimiento. O sea, algo así como que en una familia pudiente papá se empeñe en importar un lujoso Mercedes Benz, pero, luego de la súbita desaparición paterna, mamá viuda, en protesta por las ocurrencias del difunto, decida no mandar a buscar el vehículo a la aduana de La Guaira y dejarlo que se pudra con el salitre... De puro exagerado parece casi chistoso el cuento, ¿verdad?, sólo que, en nuestro amado terruño, no fue ni exagerado ni chistoso ni cuento: el Mercedes se pudrió de verdad, Pérez Alfonzo lo compró como chatarra, lo mandó a buscar con una grúa e instaló en el jardín de su casa de Los Chorros, y lo usó como material de apoyo ante sus incrédulos visitantes para demostrar la inaudita capacidad criolla de despilfarro...

De tanto frenar y frenar, a Luis Herrera se le recalentaron las bandas, y fue así que, al final de su período, decidió soltarse en bajada y optó por una maxidevaluación que dio lugar, en febrero de 1983, al más célebre y oscuro de los viernes venezolanos. Pero lo que todavía muchos compatriotas no saben es que realmente hubo no uno sino dos viernes estelares: uno negro, el de la mayoría, el del 18, cuando se nos anunció la "sorpresiva" devaluación que nos empobrecía de repente y ponía fin a la era de supuesta bonanza, y otro, dorado y casi blanco, el de una minoría informada, el del 11, a quienes se les avisó anticipadamente la magnitud de la devaluación en ciernes y se les permitió adquirir, durante los días siguientes, todos los dólares de que fuesen capaces, incluso poniendo a su nombre, durante el fin de semana ad hoc, los dineros de los ahorristas y cuentacorrientistas de sus bancos para triplicar sus capitales en una semana y devolver luego el dinero a las sólo por pocos días "paralizadas" cuentas. Los relatos abundan sobre los baúles, cajones, maletas y maletines, llenos de los billetes verdes, que los privilegiados manipularon en el país y fuera de él, en donde hasta el honorabilísimo y bovinísimo Presidente del Banco Central fue visto pasando aprietos en el mostrador de inmigración del aeropuerto de Nueva York al intentar explicar, en la víspera del viernes malo, el origen de su grueso maletín repleto de los codiciados papeles del color de la esperanza.

Si en el Viernes Negro ocurrió una especie de fuerte temblor que le advirtió al país sobre la probable ocurrencia de un cataclismo más grave, en el fondo ocasionado por el choque subterráneo entre las placas tectónicas de los establecidos y de los excluidos, y por el imperdonable diferimiento de la atención política a los problemas fundamentales de alimentación, vestido, vivienda, transporte, comunicaciones, salud, educación, seguridad... y cualquier otro que al lector se le ocurra, durante los años siguientes el nuevo mandatario, el Jaime aquél, con su sin par Blanquita, se dedicaron poco menos que a demostrar, ufanos, tranquilos y sin nervios, que aquí no pasaba nada, que las "botijas" seguían llenas, que con apenas unas bajaditas de mula los dólares preferenciales de Recadi estaban allí disponibles, y que cualquier preocupación por el futuro era propia de acomplejados y agoreros profetas del desastre... Lo que equivale a decir que, lejos de adoptar medidas sismorresistentes, como se diría ahora, se dedicaron a difundir la especie de que este país sería blindadamente antisísmico per sécula seculórum...

Con lo que va explicado, espero que mis escasos pero pacientes lectores ya hayan adivinado cómo fue que creemos que colapsó nuestra superficialmente envidiable pero en su raíz inestable democracia, en febrero de 1989: se hundió ante un cataclismo largamente anunciado, sobre el que no se adoptaron ni las más elementales medidas preventivas. Sucumbió cuando la como tectónica placa plutocrática, sobre la que cabalgaban los sectores establecidos, inconscientes de su despilfarro y su imprevisión, se estrelló contra la desesperación de otra placa profunda, la oclocrática o de las muchedumbres excluidas, que creyeron ingenuamente que los saqueos autorizados del 27 de febrero eran -y probablemente sí lo fueron- una nueva extravagancia económica del popular andino, sólo para percatarse, a partir de la noche del 1 de marzo, que -de poco sirve averiguar si fue con o sin premeditación- habían mordido una carnada con un desgarrador anzuelo. Y, so pena de incurrir en fastidismos, estamos convencidos de que hubo no uno sino dos "27s de febrero", uno blanquinegro, en donde la población establecida se estremeció ante la ola de saqueos que amenazó anárquicamente con convertirse en nada menos que invasión masiva de los hogares no pobres, y otro, digamos que negriblanco, en donde los excluidos sintieron la metralla y hasta fuego de lanzallamas en sus carnes como castigo por sus robos dizque permitidos, con una cifra de víctimas entre oficial de unos trescientos y extraoficial decuplicada, que echó por tierra su confianza en el sistema.

Desde entonces, una vez más, los venezolanos, aferrándonos a nuestras ilusiones seculares y obstinados en no entender ni lo obvio, nos la pasamos echándonos culpas por lo sucedido y lo sucesivo: que si el gobierno, que si el proceso, que si la oposición, que si los "escuálidos", que si los "tierrúos", que si tú eres el más corrupto y no yo o viceversa, que más golpista será tu madre, que si patatín contra patatán, o que si el pato o la guacharaca... y desentendiéndonos de nuestros problemas y de transformar nuestras capacidades para resolverlos, quien sabe si hasta que, agotado el repertorio divino de premios y castigos para corregirnos, un mil veces más potente sismo que los que ya hemos tenido nos sacuda de una vez por todas y nos haga descender de nuestras nebulosas hacia quien sabe cuáles otras fuera de la Via Láctea. Pero..., todavía no hay colorín colorao, porque este cuento no se ha acabao.

viernes, 17 de julio de 2009

Hibridados e ilusionados (III): la riqueza del subsuelo contra la pobreza del suelo venezolano


A más de quinientos años desde que se iniciara el intenso y asimétrico proceso de transculturación e hibridación que dio lugar a nuestra nación venezolana, los problemas básicos de satisfacción de nuestras necesidades alimentarias, aprovechamiento agrario de los recursos escasos del suelo, ordenamiento del territorio y construcción de una sociedad si no justa al menos con un mínimo de oportunidades para todos, que bien había resuelto, a su manera, la sociedad prehispánica, siguen sin resolverse. Destruidas irreversiblemente las soluciones indígenas, en donde, como si transdisciplinariamente, los hábitos alimentarios, los conocimientos artesanales sobre producción agrícola, la organización social horizontal, la división económica del trabajo, el respeto al ambiente y hasta las creencias religiosas centradas en una entidad femenina de la creatividad y la fertilidad, estaban armoniosamente alineados, las soluciones de factura europea no han podido aplicarse y menos congruentemente.

Incluso en nuestros días, cuando en las universidades se maneja todo un emporio de conocimientos, en su mayoría generados en otras latitudes, estos se acumulan en departamentos estancos y sin vasos comunicantes entre sí. Los todavía insuficientes saberes sobre suelos y productividad agrícola, de las escuelas de agronomía, no se conectan con los también precarios estudios sobre nutrición de las escuelas de dietética y menos con las contadas investigaciones sobre la hacienda y el latifundio en las de economía; en las de sociología se investiga, por cierto poco, sobre nuestra estructura familiar y nuestros valores religiosos, en las de derecho, en épocas de cuaresma, sobre nuestra legislación agraria, en las de estudios políticos, menos todavía, sobre nuestras estructuras de poder, y en las de ingeniería, de vez en cuando, sobre las obras de riego o, aparte, por supuesto, sobre los fertilizantes químicos o la maquinaria agrícola requerida, pero siempre con la regla implícita de cada quien por su lado. Las "soluciones" alimentario-agrarias terminan alcanzándose ya por la vía de la venezolanísima innovación de la agricultura de puertos, las menos de las veces, importando alimentos con los recursos de la renta petrolera, o ya, las más, con la desnutrición pura y simple de una gruesa porción de la población que carece de ocupaciones productivas para generar ingresos y adquirir aunque sean los alimentos de origen externo, la cual coexiste con la sobrenutricion de un reducido sector de altos ingresos que termina con problemas graves de obesidad.

El período histórico que hoy examinaremos brevemente, y que comienza en 1830, fecha infaltable en las periodizaciones de la historia venezolana, pues allí culmina el agotador proceso de lucha por la independencia al menos política, se caracteriza por la atropellada y, al final, infructuosa búsqueda de salidas a este primarísimo problema agrario, sin cuya solución una nación es como una casa en donde cada día comienza sin saber qué ni cómo se va a desayunar y menos cómo o qué se va a almorzar o cenar. El mismo período coincide con el proceso de reconstrucción del país o de reconstitución de la República, luego de los descalabros habidos y seguramente dados los serios errores cometidos por los líderes patriotas, pero nunca, como pareciera querer demostrarlo una corriente de historiadores contemporáneos, por la grandísima culpa de nuestros más caros héroes, y obviando las alusiones tanto a la saña militar-religiosa de los peninsulares hispanos y su interpretación de las causas del terrible sismo de 1812, como a la ruindad y estrechez de miras de nuestras llamadas oligarquías, tanto de signo conservador como liberal.

Este mismo período, en donde todos describen las pugnas entre caudillos regionales, para muchos desemboca en la dictadura de Juan Vicente Gómez, quien, pese a sus entregas y abusos, termina convertido en una especie de importante agente unificador y pacificador del territorio, y a quien, por tales méritos, todo lo demás se le consiente. E inclusive, la misma corriente histórica antes aludida, quiere ir más allá y establecer que es precisamente en este lapso cuando se concibe un genuino proyecto nacional venezolano, con José Antonio Páez como su ductor y más señero prócer, achacándole a Bolívar, Sucre y colegas todo género de ambiciones bastardas, vicios y bajezas, y responsabilizándolos, en dos platos, por el caos precedente. Frente a tal interpretación, demás está decir que se alza la ortodoxa de izquierda, en donde Páez es nada menos que un vulgar traidor y un renegado, la así llamada "Cuarta República" una nueva manera de continuar la opresión capitalista del pueblo, y la guerra civil de la Federación (1859-63) el intento fallido por restaurar el proyecto patriótico.

Aunque, esperamos demostrarlo poco a poco a medida que avancemos con nuestro blog, no somos abogados de las posturas de centro y mucho menos eclécticos, sí hacemos un esfuerzo por fundamentar, con la mayor amplitud de criterios y la mejor sustentación de que somos capaces, nuestras opiniones, y ello con frecuencia nos lleva a divergir de las posiciones principistas, apriorísticas o extremas de toda laya. En este caso, por ejemplo, conceptualizaremos todo el lapso que va desde la realización del Congreso Constituyente de Valencia, a comienzos de 1830, hasta el derrocamiento de Gallegos, a fines de 1948, como un período signado por un régimen social sólo incipientemente mercantil y principalmente centrado en la hacienda y el latifundio, con el grueso de la fuerza de trabajo desempeñándose en el medio rural mediante una capacitación escasamente técnica y muy limitados niveles de alfabetización, con también una precaria centralización política, en donde la lucha entre caudillos nunca llega a trascender hacia la problemática de fondo de echar las bases de la nueva nación, y en donde, pese a los esfuerzos de democratización impulsados después de la muerte de Gómez en 1935, sobre todo bajo el liderazgo de miembros de la llamada generación del 28, terminaron prevaleciendo formas de gobierno básicamente autocráticas o predemocráticas.

En otras palabras, el modo de vida dominante en Venezuela en este período, más allá de las fachadas constitucionales y de los discursos y querellas aparentemente republicanos, se nos asemeja, en su esencia estructural, mucho más al clásico régimen feudal de la Europa medieval, con sus incipientes burguesías mercantiles, que reemplazó al antiguo régimen esclavista greco-romano, que a cualquier régimen razonablemente moderno. Pensamos, además, que en buena porción, los errores que cometen la mayoría de los historiadores, sociólogos, economistas y compañía, con todo y su frecuente relumbre académico, se derivan de una atención desproporcionada a los textos constitucionales, las batallas militares y las palabrerías de turno, y una subatención a la problemática de los modos de trabajo, de aprendizaje o conocimiento, de producción y de vida característicos de la época, cuyo examen de fondo nos ha revelado una estructura social muy distante, pese a sus no desdeñables enclaves, de cualquier sociedad moderna o capitalista. La que, por ejemplo, a nuestro juicio y pese a todo, sigue siendo el estándar histórico más completo de que disponemos, la Historia Constitucional de Venezuela, de Gil Fortoul, se pasea en demasía, como sugiere su título, por la letra de los numerosos textos constitucionales, prestando escasa y a veces nula atención al ámbito productivo o de la economía real. En sus antípodas, la versión de izquierda por excelencia de nuestra historia, la Historia Económica y Social de Venezuela, de Federico Brito Figueroa, pese a su muy respetable empeño por considerar un gran cúmulo de datos y series de datos sobre cuestiones económicas, intenta desde sus inicios demostrar que ya "la estructura colonial venezolana es una modalidad de formación económico-social capitalista...", lo cual, en nuestro humilde parecer, conduce de hecho a la idea de que nuestros modos de producción y de vida serían casi congénitamente capitalistas, y deja convertido su análisis en poco menos que un intento de sacarle punta a una bola de billar.

En medio de semejante desamparo de interpretaciones históricas y de integración transdisciplinaria de conocimientos académicos, lo que contribuye no poco a mantener el clima de confusiones e ilusiones en que seguimos sumidos, no nos queda más remedio que intentar, con nuestras limitaciones y sin el respaldo de academia o padrino financiero alguno, comprender estos procesos esenciales y, mientras encontramos mecanismos para darlos a conocer más sistemática y rigurosamente, emplear esta poco convencional vía electrónica para adelantar algunos de nuestros hallazgos.

Es así, entonces, que incluso con nuestras mejores intenciones para con el lector tiempicorto, nos vemos forzados a empezar con lo que a algunos podrá parecerle una digresión pero que a nuestro criterio está en el meollísimo de los requerimientos para entender nuestra problemática agrícola, cual es la referencia, aunque sea en un vuelo rasante, a las peculiares características de nuestros suelos. Nada se puede comprender, ni siquiera superficialmente, en materia de agricultura en Venezuela, si se ignora el hecho fundamental, lugar común para agrónomos, edafólogos, pedólogos y afines, pero desconocido para el grueso de venezolanos, incluyendo a expertos de muchas otras disciplinas (a veces del edificio universitario de enfrente y hasta del otro lado del mismo pasillo, que tranquilamente pueden creer que la pedología no interesa pues trata de entes malolientes...), de que apenas un 2% de nuestros suelos poseen una vocación natural y están listos para su aprovechamiento agrícola, al menos en su versión occidental, mientras que 44% tienen problemas de relieve, 32% de baja fertilidad, 18% de maldrenaje y 4% de aridez. Esta realidad, de la que nunca tuvimos noticia en nuestras asignaturas escolares, era, sin embargo, bien conocida por nuestros indígenas, que se habían establecido precisamente en los valles fértiles de Aragua, Caracas, El Tuy, Quíbor, Carora, Acarigua, Yaracuy y Sur del Lago, donde se encuentran tales suelos, y de donde fueron desplazados por los conquistadores que se apropiaron de sus tierras y las dedicaron a nuevos usos, especialmente al cultivo (exógeno) de caña de azúcar para la exportación de este edulcorante. Cualquier intento de desarrollar una agricultura venezolana modernamente eficiente fuera de estos suelos privilegiados pasa por resolver problemas de riego (lo que ya habían comenzado a hacer los primeros pobladores de nuestro territorio, ampliando las áreas naturalmente cultivables de Falcón, Lara y Los Andes) o de fertilización ( lo que también se empezaba a atacar con el método del conuco, en donde la variedad de cultivos se retroalimenta y, con las leguminosas, puede fijar nitrógeno del aire). Si se quisiese ir todavía más allá habría que atacar los más difíciles de resolver problemas de drenaje, con obras hidráulicas y represas de gran envergadura.

La causa principal, a nuestro parecer, en condiciones de ausencia de un ordenamiento estatal serio del territorio, y que nunca hemos visto destacada en publicaciones académicas, de la concentración de casi las tres cuartas partes de la población venezolana actual al norte del paralelo 10º (que pasa más o menos a la altura de Barquisimeto), en donde seguramente ya estaba también concentrada la población indígena, es la disponibilidad de estos suelos fértiles, no acidificados ni lavados por el contrastado régimen de lluvias y sequías al sur de este paralelo o por el régimen casi permanente de lluvias en la franja tropical al sur del paralelo 8º. Dicho en términos distintos, la población ha permanecido vinculada a las áreas geográfica e históricamente más aptas para la producción agrícola, sólo que sin un acceso directo a la tierra, que resultó acaparada por el conquistador hispano y sus aliados o descendientes más directos, y sin posibilidades de producir a su manera los alimentos que necesita. Fuera de estas tierras casi naturalmente aptas para la agricultura están esperándonos otras con la casi infinitamente rica biodiversidad de nuestros llanos y selvas, que nos convierte en uno de los diez países megadiversos del globo, al lado de recursos hídricos que nos colocan en el 10% de los países más privilegiados del mundo en materia de agua dulce, con nada menos que un río Orinoco que es el tercero en caudal del planeta, pero que demandan capacidades científicas, tecnológicas y éticas propias que no hemos sido capaces de desarrollar.

Por todo esto, en lugar de detenernos en contar la casi monótona y trillada historia de las pugnas entre caudillos y oligarquías durante el siglo que siguió a 1830, diremos que esta consistió básicamente en la disputa por el control de los latifundios expropiados a los peninsulares españoles, con el consiguiente abandono de los propósitos de transformación social de la lucha independentista, a saber, la abolición, de verdad, de la esclavitud, la distribución si no completamente racional de la tierra por lo menos no absurdamente irracional, y el apresto para la modernización vía la educación moral y cognitiva y la elevación de la productividad. Como quiera que podría haber protestas por lo de restar méritos a la abolición de la esclavitud, que gloriosamente se atribuye a José Gregorio Monagas, en 1854, diremos que ésta se efectuó eminentemente en respuesta a una presión internacional, especialmente de Inglaterra que, otra vez, no nos interesa aquí indagar por qué razones, había abolido la esclavitud desde 1808, y Francia, desde 1848, quienes, con su liderazgo económico y político mundial y su elevada ingerencia sobre los asuntos nacionales, comenzaron a tratar la esclavitud como una competencia desleal y a exigir su supresión como requisito para invertir en el país en la construcción de obras de infraestructura y establecer relaciones comerciales.

A tal límite llegó el abandono de esta vital meta independendista que en el Congreso Constituyente de 1830, en Valencia, el punto no fue discutido ni considerado en la nueva Constitución, en donde se reservó la condición de ciudadanos para los venezolanos propietarios de tierras o dotados de profesiones, lo cual dejó fuera de tal condición a la mayoría de pardos, indios y negros, y se eliminaron los títulos sobre los derechos de libertad e igualdad del hombre, y contra la esclavitud, que ya figuraban en los textos de las constituciones de Caracas (1811), Angostura (1819), Cúcuta (1821) y Bolivia (1826). Cuando, por fin, en 1854, se decide aprobar dicha abolición, tanto la discusión como la ley correspondiente se concentran en el problema de la indemnización de los amos, y, que sepamos, ni siquiera se planteó el punto de elemental humanidad acerca de qué hacer para indemnizar, capacitar o incorporar a la vida civil a los esclavos liberados: la mayoría permaneció en las haciendas de sus antiguos propietarios, con pagos en vales cambiables por mercancias de las bodegas de los mismos dueños de siempre, o sea, con una vida no muy diferente a su anterior condición, hasta que un día sus descendientes decidieron cambiar la residencia de sus penurias y escogieron los suburbios de nuestras principales ciudades.

Tampoco tenemos intenciones de compartir entusiasmo alguno por los supuestos ideales de la oligarquía liberal durante la Guerra de la Federación, quienes simplemente reaccionaron pendularmente contra los abusos de la oligarquía conservadora paecista, producto de la alianza del antiguo mantuanaje, cierta emergente burguesía comercial -enriquecida con los negocios de la guerra- y los sectores remanentes del alto clero, con los líderes militares que execraron a Bolívar y los suyos, a la vez que apoyados por los intereses extranacionales tanto franceses como ingleses más retrógados y monárquicos del momento. Esta oligarquía liberal adoptó, como prestado, el lenguaje de los partidos liberales europeos que, en un contexto efectivamente capitalista y moderno, se batían por consignas como la descentralización, la desmonarquización, el libre comercio, los derechos humanos individuales, el sufragio universal y la democracia. Este discurso, desconectado a más no poder de nuestra realidad precapitalista y casi premercantilista, fue copiado por Antonio Leocadio Guzmán desde las páginas de El Venezolano, hasta dar origen al partido liberal; y el mismo discurso, aderezado con algunos retazos prestados del incipiente discurso socialista de la lucha de pobres contra ricos, fue adoptado por el también liberal Ezequiel Zamora, no a través de estudios directos, sino de conversaciones con el abogado José Manuel García, culto amigo de la familia, hasta desembocar en sus famosa consigna de "Tierra y hombres libres" y su epopéyico "horror a la oligarquía".

Pero, dado que esta gesta liberal, que en sus momentos de histeria demagógica adoptó, contra las claras instrucciones de El Libertador, consignas como "¡Mueran los blancos!" y "¡Hagamos una nación para los indios!", no fue otra cosa que un coletazo de la contrarevolución antibolivariana y un ajuste de cuentas entre oligarquías latifundistas, es claro que de ella no podía salir otro resultado, después de 200000 muertos sumados a nuestra fatídica lista, equivalentes a más de un 10% de la población del momento, que el nuevo reparto de tierras entre Juan Crisóstomo Falcón y sus incondicionales y la posterior entronización de Antonio Guzmán Blanco, hijo del Antonio Leocadio aquel. Podríamos estar equivocados, pero francamente, después del estudio detenido de las tesis de Brito Figueroa, el inventor del cuasi-socialista y anticapitalista Zamora (quien primero fue comerciante y luego latifundista, después de su matrimonio con la rica viuda Estefanía Falcón, hermana del mismo caudillo triunfador de la federación), no nos quedan dudas de que, de haber sobrevivido éste a la contienda, las cosas no hubiesen sido muy distintas. Y, peor todavía, tenemos la intuición de que esta invención del Zamora anticapitalista es parte del empeño, no dudamos que bien intencionado, de Brito Figueroa y sus discípulos por verter la historia venezolana en los moldes fabricados a partir de la interpretación staliniana de la ya sesgada versión leninista del apresuradamente redactado por Marx, hace más de siglo y medio, Manifiesto del Partido Comunista.

Cuando todo parecía indicar que a los venezolanos no nos quedaba sino sumirnos en una nueva y más prolongada frustración por nuestra incapacidad para encontrar una adaptación satisfactoria a nuestro territorio, que pasa por aprender a producir nuestra comida dentro de él y organizar nuestra agricultura con los escasos suelos fértiles de que disponemos, entonces todo ocurrió como si Dios se apiadase de nuestras miserias y hubiese decidido hacernos el regalo no del maná o mana, blanco y caído del suelo, que ya había ensayado con aquellos otros elegidos del Éxodo, sino del mene, negro y brotado del subsuelo (de donde derivamos que su repertorio de recursos remediales o compensatorios probablemente incluya, además de manas y menes, por lo menos minis, monos y munus). Desde 1875, a raíz de un terremoto en Cúcuta, en el Valle del Quinimarí, unos pocos kilómetros al suroeste de San Cristobal, comenzó a borbotear un extraño y viscoso fluido negro como vómito de la tierra, que resultó una excelente materia prima para la fabricación de querosén y por tanto para la iluminación con las lámparas ad hoc. Surgió así, en 1878, con la popularmente conocida Compañía Petrolia del Táchira, una nueva actividad económica nacional, para ofrecernos, con la riqueza del subsuelo, una indemnización y palanca de apoyo por nuestras desgracias, frustraciones y calamidades a la hora de organizarnos agrícolamente.

Sólo que, dudamos entre sentir pena por nosotros mismos o por la de quien nos hubiese hecho tan valioso regalo, nuestras cosas no hicieron sino ir de guatemalas para guatepeores. Ni corta ni perezosa, y esta vez asesorada por el delfín de los imperios mundiales, los Estados Unidos de América, quien decidió, bajo la atlética orientación republicana, tensar sus músculos con ejercicios físicoculturistas de bíceps con garrote en el gimnasio venezolano, nuestra oligarquía, ducha en latifundios del suelo y en el negocio de crianza ultraextensiva de ganado, rápidamente inventó los latifundios del subsuelo, a los que llamó concesiones. Y así se dedicó a servir de intermediaria, de la mano de Juan Vicente Gómez, el latifundista padrote, cuyo golpe de Estado de 1908 contra su compadre Cipriano Castro fue levemente respaldado por los cañones de un crucero y dos acorazados estadounidenses atracados en La Guaira, en el aparentemente desagradable y casi fétido, pero en definitiva altamente lucrativo, negocio de la minería de oro negro a cargo de extranjeros. Lo que sigue es bien conocido y nos lo ahorraremos o casi, porque da como lástima dejar de señalar que entre las simpáticas extravagancias de Gómez estaba la de dejar que las compañias petroleras redactaran los contratos y leyes sobre hidrocarburos, "porque sabían más de eso", y el detalle de que a su muerte en 1935, el dictador amasaba una fortuna estimada en 200 millones de dólares de la época, repartidos entre tierras, reses y cafetales, y había enriquecido, además, a su familia y sus cientos de hijos bastardos, así como a su oficialidad y agentes represivos incondicionales.

Contra la tragicomedia gomecista, un puñado de jóvenes universitarios, luego algunos de sus maestros e intelectuales críticos, y, después de la -¡por fin!- muerte natural del afortunado semental, prácticamente todo el pueblo, es decir, casi todos los venezolanos, a excepción de los sempiternos oligarcas y sus infaltables curas de confianza, conformaron un poderoso movimiento nacional contra la dictadura, por la democracia, por la reestructuración agraria, por la defensa del petróleo, por el acceso de las masas a la educación y, en general por la incorporación, considerada tardía en treinta y cinco años, de Venezuela al moderno siglo XX. Este movimiento, liderado por organizaciones progresistas y de izquierda como AD, sobre todo, pero también URD y el Partido Comunista, aprovechando el clima antifascista mundial y la alianza de la joven URSS con las potencias capitalistas Inglaterra, Francia y Estados Unidos, en contra de las potencias también capitalistas del Eje, desemboca, tras detalles conocidos más o no tan conocidos menos, en la candidatura de Rómulo Gallegos, profesor, padre de familia y escritor culto y honorabilísimo, quintaesencia de lo opuesto a Gómez, a las primeras elecciones presidenciales con sufragio universal realizadas en Venezuela, al amparo de una flamante nueva Constitución aprobada poco antes. En dichas elecciones de diciembre de 1947, en donde para todos queda claro que se trata de la revancha del moderno emprendedor Santos Luzardo contra la malvada latifundista del suelo Doña Bárbara y su congénere del subsuelo Mister Dánger, Gallegos barre con un respaldo popular de 75% de los votos, contra 22% de su más cercano contendor Rafael Caldera, y 3% del simbólico candidato comunista Gustavo Machado.

Todo estaba listo para iniciar, después de quince mil años perdidos de adaptación a un exigente territorio, de más de tres siglos de destrucción sistemática de nuestros modos de vida, y de más de cien años de nuevas sangrientas luchas por reorganizar la estructura de poder en nuestro ámbito rural, la más que ansiada pelea por la recomposición nacional de la agricultura del pobre suelo junto a la redefinición de los manejos del rico subsuelo, por el tantas veces diferido acceso de las masas pardas a la educación con su moral y sus luces, y por la recuperación del casi en vías de extinción gusto de los venezolanos por la producción y el trabajo. Sólo que... ¡vaya sorpresa!, como en aquel aciago día del deporte patrio en que fuimos mozos a ver a nuestro ídolo y creo que campeón mundial welter El Morocho Hernández, a defender, con el estadio universitario de bote en bote, su título contra el retador Eder Joffre, y resulta que este animal nos lo noqueó inmisericordemente en el primer round, así resultó que Doña Bárbara, o Kid Latifundio, con la asesoría de su entrenador Mister Dánger y su nuevo estilo de combate para las guerras frías, noqueó para siempre al campeón titular El Santo Luzardo, cuya gestión duró apenas unos pocos meses, hasta que fue vilmente derrocado el 24/11/1948.

No debería ser difícil para los lectores inferir que en este nuevo y nunca pronosticado aborto de nuestras más íntimas esperanzas, después de más de un siglo de otra vez devastadoras luchas por organizar nuestra agricultura al menos con un feudalismo decente y abrir paso a nuestro incipiente mercantilismo, tal vez preñado ya de un verdadero y no libresco capitalismo futuro, está la tercera clave que anunciamos hace algunos días para comprender el incomprensible desdén de los venezolanos por la economía y el trabajo. Continuará pronto la serie sobre Venezuela en nuestro blog, con puros contenidos de interés y sin cortes comerciales: aparten su tiempo, tengan listas sus cotufas y bebidas, no se pierdan los dos últimos capítulos.