viernes, 22 de enero de 2010

Más sobre nuestras libertades, necesidades, etcétera.

Por lo visto la realidad no tiene intenciones de amoldarse jamás a nuestros deseos. En el esquema original, todo lo referente a estos aspectos teóricos sobre la libertad y la necesidad debía caber en un sólo artículo, donde el redactor haría gala de su capacidad de síntesis sin sacrificar la profundidad del tema ni banalizarlo. Me lo había imaginado como uno de los artículos estrella del blog: denso y fresco, elocuente y completo, necesariamente no corto pero ni tan largo, y acompañado con una de mis fotos favoritas, tomada por allá por 1970 en las arenas del río Capanaparo en Apure, cuando, tal vez en un alarde de independencia, me propuse conocer a todos los estados de Venezuela antes de cumplir veinte años y viajaba, despreocupado y pidiendo colas, con mi morral y mi equipo fotográfico, sin itinerarios ni rumbos fijos, a donde me llevaran las circunstancias. En fin, creí que me luciría abordando uno de los temas que más me han apasionado en mi seguramente rara carrera intelectual, y con una de las fotos que siempre he tenido colgadas en las paredes de mi casa, pues me evoca la belleza y el encanto de la vida y la libertad...

Pero nada que ver. Resulta que, de repente, mientras redactaba, en un estudio en donde tengo puestos, junto a los libros de la Cota 1: Filosofía, los retratos de algunos grandes filósofos, o de sus bustos más conocidos, tal y como lo hago -quizás como consuelo y en lugar de venerar santos- con las otras cotas, he aquí que siento como que Kant, con su casaquita, su peluca blanca y su carita de yo no fui, se me queda viendo como diciéndome ¡¿qué riñones tienes tú, al querer despacharme con tan pocas líneas y querer cortarme con ese vaso de cartón?!, y de pronto resulta que a Hegel, a Marx (quien vive en la urbanización bibliográfica vecina de la Cota 3), y hasta a Schopenhauer, quien no tenía velas en este entierro, y a otros más les pareció gracioso el comentario tácito de Kant, y echaron a reirse a carcajadas del pobre redactor y de su pretensión de volcar en pocos párrafos opiniones sobre temas que a ellos les consumió sus vidas expresar y sobre los que la propia Transformanueca tiene gavetas de fichas y notas escritas. Entonces me sentí entre la propia espada y la pared, imaginando detrás de la pantalla a mis lectores ávidos de conocer mucho sobre la filosofía de la libertad y con mínimo esfuerzo, y detrás de mí a esta cuerda de genios a punto de carcajada y curiosos por ver lo que diría sobre un tema tan exigente y en pocas líneas..., y fue allí donde colapsaron mis ilusiones acerca del artículo perfectamente equilibrado, ni tan denso ni tan extenso, pero ni superficial ni simplista, sino todo lo contrario...

Con mis ilusiones confesas, y el sabor del polvo de la derrota todavía en mis labios, me dispongo entonces a intentar decir en tres artículos lo que creí que cabría en uno, anticipando que ni aún así quedarán contentos ni los de adelante ni los de atrás de la pantalla, a quienes de antemano les imploro sus perdones para quien lo más seguro es que no sepa bien lo que hace...

A la problemática de la libertad de conciencia o de creencias, que con su aparente espiritualidad e inocencia está seguramente detrás de buena parte de las mayores masacres de la historia, la vemos girar en torno a la pregunta de si la sociedad puede permitir o no que la gente se deje guiar por sus impulsos internos, cuando es sabido que dentro de tales impulsos suelen acechar toda clase de malvados y perversos instintos, o si es preciso coartar, reprimir y castigar tales impulsos lujuriosos, iracundos, criminales, mentirosos, envidiosos, gulosos, perezosos y compañía, para beneficio y tranquilidad de todos. La mayoría de las grandes guerras se desenvuelven según el esquema de que la nación, o el grupo de poder nacional, A, que se autoconsidera la encarnación del bien, considera que la nación o el grupo social B representan una encarnación del mal y que, librados a su antojo, terminarán acabando con A, de donde se deriva que A tiene que acabar primero con B antes de que B acabe con A; con el añadido de que tal razonamiento, pero con las letras invertidas, es exactamente el que se hace B en relación a A. Sólo muy contadas veces en la historia, alguno de los bloques, o un tercero, ha logrado desmarcarse de tal lógica, tal y como ocurrió en la época de Jesús y los primeros cristianos, bajo el imperio romano, o como, sin ir tan lejos, aconteció en la India, bajo el liderazgo de Gandhi, a mediados del siglo pasado, o en Sudáfrica, con Mandela, hace poco, y se han superado conflictos que parecían sempiternos e insolubles.

Hasta donde la entendemos, la difícil de tragar fórmula jesusiana de amar hasta a nuestros enemigos significa, en nuestro lenguaje, que tenemos que asumir plenamente y sin ambages nuestra identidad amativa y que, una vez lograda esta asunción, que reclama la más honda confianza en, y entrega a, nuestros coterráneos, la problemática de la libertad de conciencia y de quiénes son los buenos y quiénes los malos tenderá, colectiva e históricamente, a resolverse sola. Por supuesto, esto plantea el siempre incómodo asunto de quién le pone el cascabel al gato, pues si nos ponemos zoquetes es capaz de que nuestros enemigos se dediquen tan campantes a hacer parrillas con nosotros, con lo cual queda admitido que no es fácil poner en práctica este principio. Pero resulta que ya de este tema hemos hablado: la clave para superar este dilema no es otra sino la aplicación sostenida e incansable, pero gradual, de nuestra regla dorada de la moral hasta que algun día se convierta en sentido común. El dilema no consiste en si tardaremos mucho o poco en edificar una sociedad amorosa y plenamente regida por esta regla dorada, sino en si tiene sentido construir algún otro tipo de sociedad que merezca el calificativo de humana. Si es absurda, inviable y contradictoria en sus términos la idea de una humanidad cultora del desamor, el egoísmo y el odio entonces cuanto antes y cuanto más colectivamente empecemos, o continuemos, a enderezar el entuerto en que nos hemos metido pues tanto mejor.

Como cabría esperar, ante esta problématica de la libertad de conciencia o de creencias, se han definido grandes escuelas de pensamiento análogas a, y solapadas con, las que citamos para el caso político. Está la de quienes, entre pitos y flautas, como Platón, Aristóteles, Agustín, Tomás de Aquino, Hobbes y afines, postulan que el ser humano es como un niño malcriado que requiere ser tutelado y castigado periódicamente, o eternamente si se empeña más de la cuenta, por su propensión al pecado, por lo cual su consigna implícita es algo así como Obediencia, igualdad y fraternidad; mientras que, frente a ellos, se alzan los defensores modernos de la libertad, más o menos por el estilo de los que ya nombramos en el artículo anterior, del que éste quiso ser parte y no pudo, que plantean la búsqueda de equilibrios mediante la primacía de la razón sobre las pasiones, con su consabido, y también imposible de alcanzar, grito de Libertad, igualdad y fraternidad, o con el marxistamente archirrepetido Salto del reino de la necesidad al reino de la libertad.

Frente a todos ellos, y con otros como los que también ya hemos mentado, planteamos que cualquier solución al interior de una civilización desencontrada con su identidad esencial es pura pérdida y que, en definitiva, sólo restituyéndole al amor, a la fraternidad, la primacía que le corresponde, podremos volver a dar pie con bola, por lo cual -¡orden en la sala y un poco más de respeto a los retratados de marras, pues no es hora de reírse...!-, desde nuestra infinitesismal insignificancia, abogamos por un sueño de Fraternidad, capacidad y libertad, bajo el entendido de que bajo tal precepto alcanzaremos tanto la libertad individual y socialmente necesaria como la igualdad humanamente posible, no por decreto sino como resultado inevitable. La situación, a nivel de toda la sociedad, se nos parece a lo que hemos vivido en las familias conocidas o de las que hemos sido parte: cuando hay amor suficiente entre los adultos miembros los problemas relacionados con el ejercicio de la libertad de los niños biencriados tienden a resolverse solos y no hay necesidad de estarlos castigando ni consintiendo; pero, por supuesto, cuando escasea el amor en la pareja nuclear y en la familia toda, entonces la formación de los niños se vuelve un hay que castigarlos por que están muy malcriados, están malcriados porque se les consiente, y se les consiente por que se les castiga mucho, y así sucesivamente, si se potencia la escala, cual civilización cualquiera...

Las cosas no están muy bien encaminadas en cuanto a extensión se refiere, pero aquí ha surgido una interesante esperanza de brevedad, derivada del hecho de que, aparentemente, la lógica de los razonamientos y argumentos en las discusiones sobre los distintos tipos de libertad tiende a parecerse a lo que ya hemos expuesto. De allí que empezaremos, aprovechando de paso la oportunidad de que los retratos y obras de científicos sociales, científicos naturales, profesionales y técnicos, literatos, personajes históricos y afines no están en este estudio..., a sacarle el jugo a aquello de que a buen entendedor -sobre todo si el explicador no es de los mejores- pocas palabras.

En cuanto a las libertades y la coerción en el plano económico, una de las arenas favoritas de la modernidad, la discusión suele plantearse en términos de si debe permitirse que cada quien sea libre de producir lo que quiera y cuanto quiera y pueda y cada quien comprar y consumir lo que le provoque, sin más restricción que las que establezca el ciego Mercado, o si, ante las imperfecciones del alma y la sociedad humanas, es necesario que intervenga papá Estado para poner orden en la borrachera. Por supuesto que aquí los liberales, con Adam Smith y su La riqueza de las naciones con la batuta, más Ricardo, J. S. Mills, y por si fuera poco con el refuerzo contemporáneo de los monetaristas a lo Freeman y compañía, son partidarios de la libertad, mientras que Marx, con su Capital y periféricos, Lenin y su El Estado y la revolución y parientes, y, por encima de todos, el camarada Iósiv Vissariónovich Dzugashvili, menos mal que alias Stalin (cuyo retrato no está en la biblioteca, aunque pensándolo bien, quizás valdría la pena ponerlo en negativo y boca abajo), con su teoría y práctica de El socialismo en un solo país y su enjambre de catecismos soviéticos, son los partidarios de apuntalar a la necesidad con el Estado hasta tanto la niña libertad pueda desenvolverse por si sola cuando llegue la época de las calendas griegas...

Nos alegraríamos mucho si algunas lectoras empezaran a sentir que redundamos y estamos fastidiosos, puesto que ya se imaginan lo que vamos a decir, pero, no vaya a ser cosa de que el olfato nos engañe, más vale que digamos que nos parece todos estos honorables caballeros están más pelados que rodilla de chivo al empeñarse por tomar partido no sólo entre los polos de un dilema falso, sino al interior de una problemática falsa y de una civilización extraviada. (¡Perro! ¡Qué atrevimiento! ¡Cómo se nota que el supuesto bloguero no está en el área de la Cota 3: Ciencias Sociales, y, por supuesto 33: Economía, con sus correspondientes retratos del admirado Marx y demás miembros del seudosantuario, para que le halen las orejas!). O sea, que la discusión acerca de si Mamá Mercado debe consentir a los niños y dejarles que actúen como les dé su gana o si Papá Estado debe mantenerlos reprimidos para mantener y regular el orden y que no se les ocurran malas acciones, sólo tiene sentido en el seno de una sociedad enferma y desamorada. En una sociedad sana, e inclusive en una empeñada en serlo, como repetimos, nos luce el caso de las sociedades escandinavas, canadiense y hermanas, no sólo los conflictos entre Mercado y Estado tienden a resolverse por sí solos, permitiendo la atención a las necesidades de todos y equilibrando las libertades individuales con las colectivas, sino que, gracias a la capacitación y a la aplicación creciente de la regla dorada de la moral, los ciudadanos, es decir, el Capacitado, el Moralizado, el Amado, el Fraternizado, el Compañerado y etcétera, tienden a resolver buena parte de los problemas económicos sin intervención ni del Mercado ni del Estado.

Verbigracia: cada vez que he visitado alguno de esos países, e inclusive ciertos rincones humanizados de otros, como es el caso de ciertas áreas de Boston y alrededores, en los Estados Unidos, me quedo atónito de ver la escala de la distribución, a cargo de organizaciones privadas, e incluso de las familias e individualidades, desde los garages de sus casas, de toda clase de ropas, zapatos, electrodomésticos, muebles, adornos y muchos afines de segunda mano, así como repartos y ventas no comerciales de comidas y comedores asistenciales organizados privadamente, e incluso de prestación de servicios, que incluyen el caso de gerentes y profesionales exitosísimos saliendo apurados de sus oficinas para no llegar tarde a sus citas de apoyo a las tareas escolares de los niños de un barrio pobre, con criterios que no tienen que ver ni con el Mercado, con el equilibrio de precios entre oferta y demanda, ni con regulación alguna del Estado. Pareciera entonces que basta con que comience a respirarse suficiente amor en la atmósfera social para que a la gente se le empiecen a ocurrir cada vez más ideas, estrafalarias tanto para liberales como para sovietosos, tales como la de donar sus ropas o accesorios domésticos usados a quienes los necesitan y no pueden comprarlos nuevos. En incontables ocasiones he sabido de casos de compatriotas latinoamericanos que se jactan de haber conseguido hasta el mobiliario completo de sus casas en tales países, sin intervención alguna del Estado y sin pagar un céntimo o pagando algo que poco o nada tiene que ver con mercados ni ocho cuartos...

Llegadas las cosas aquí, y con ganas de curarme en salud, plantearé entonces como ejercicio para la casa de lectores avanzados, y ¡ah mundo si algunos se atrevieran a presentar su tarea bajo el formato de comentarios a Transformanueca, para beneplácito de ésta y sus visitantes!, los casos de la libertad de expresión versus la necesidad de censura; de la libertad de movimientos, desplazamientos, fijación de residencias y acceso a bienes territoriales versus la necesidad de preservar la propiedad de quienes han construido bienhechurías con su trabajo o han recibido el legado de sus antepasados, o de preservar los recursos ambientales; de la libertad de aprender y validar cada quien por sí mismo sus conocimientos versus la necesidad de establecer dogmas, verdades (no importa si es Transformanueca quien crea sabérselas todas) o tabúes sociales que queden fuera de discusión, para asegurar cierto orden social; de la libertad de emprender proyectos innovadores para obtener nuevos bienes y servicios versus la necesidad de alargar la vida útil de los logros anteriores para preservar los recursos sociales y darle más chance a los rezagados en poder adquisitivo; de... (también queda como ejercicio la búsqueda de más esferas de aparente conflicto entre necesidades y libertades).

No obstante, y cuando las cosas, gracias a la brillante (?) ocurrencia anterior, parecieran estar mejorando en cuanto a extensión probable del artículo, hay dos aspectos que, por más complicados y menos familiares para el grueso de mis poco académicos lectores, deseo tocar aunque sea brevemente: uno es el de la dialéctica de la libertad y la necesidad en la historia, y otro el de las relaciones entre libertad y necesidad en la naturaleza (¡Gulp!: estos temas vuelven a quedar en los correderos de la propia Cota 1: Filosofía, con, cual moros en la costa, mirones indiscretos a mis espaldas...) / (Esto es el colmo: ¡qué brío tiene esta Transformanueca: acusar de "mirones indiscretos" de sus pistoladas filosóficas nada menos que a Aristóteles, Platón, Kant, Hegel y demás figuras filosóficas venerables, cuyos retratos, encima, fueron puestos en su sitial de honor por el mismísimo falta é respeto y piazo é bloguero ése, a quien, a pesar de que nadie le lee su blog, parece que se le están subiendo los humos a la cabeza! ¡¿Cómo sería si el blog tuviera lectores en serio?!...)

En cuanto al ámbito histórico, la problemática de la libertad versus la necesidad se podría plantear así: ¿Dispone realmente el hombre de libertad suficiente como para proponerse la edificación de un mundo hecho según sus designios y aspiraciones o debe plegarse a los mandatos o necesarias previsiones de alguna criatura sobrenatural o de leyes extranaturales, léase Dios, Progreso Inevitable o Leyes de la Dialéctica? Planteadas las cosas de esta manera, resulta que...¡Epa! ¿Qué ruido es ese allá afuera? Pareciera la risa del Che, por allá por la Cota 92: Biografías, como burlándose de mis pretensiones de hablar de la historia en pocas líneas... ¡Cónchole, Che! Si ni siquiera te he nombrado esta vez y me sales con esa...

...Las cosas por aquí están empeorando en picada, ahora no sólo es la risa del Che, sino que se ha sumado toda la cuerdita de filósofos de la Cota 1, en pleno y detrás de mí, y es más, estoy oyendo más lejos las carcajadas de la Cota 882: Literatura Rusa, cuando ni siquiera los he nombrado, aunque la verdad es que hace poco me metí con Tolstói, pero creo que era más bien para estar de acuerdo con él..., bueno, y dije algo de los cristianos primitivos, consentidos de Dostoyevski, pero como que no me entendió y se ha dado por aludido... y, ¿qué está pasando aquí?, pues juraría que acabo de oír a Mozart sumándose a la guachafita contra Transformanueca, cuando ni siquiera he hablado nada de música...

La verdad es que no entiendo nada de lo que está pasando. ¿O será que lo que quieren decirme con sus risas todos estos miembros de mi cuasisantuario es que me estoy tomando demasiado a pecho esto de aclarar tantas cosas filosóficas con tanta ignorancia y en tan poco espacio? O, tal vez, hubiese sido mejor no haber asignado para la casa, sin saber si nadie se lo va a tomar en serio, la tarea de discutir la libertad de conocimiento frente a la necesidad de afianzar verdades para saber a qué atenernos, pues así habría podido asegurar, sin rodeos, que también aquí la clave está en sentirnos henchidos de amor, para lo cual el disfrute del arte y de lo bello mucho nos puede ayudar, y resteados a aplicar la regla dorada de la moral. Si obrásemos de este modo, todos los dogmatismos palidecerían, y los conflictos entre la libertad de crear y verificar la verdad de las cosas por nosotros mismos versus la necesidad de creer en verdades, o pretensiones de verdades, no importa de donde vengan, así sea de Transformanueca -de quien nos reservamos el derecho a reirnos, solos o acompañados, cada vez que la notemos pretensiosa o dándoselas de sabelotodo-, para saber a qué atenernos e impedir la parálisis a que nos condenaría una duda perpetua o indefinidamente metódica, muy probablemente apuntarían a mostrar, por sí mismos, sus propias soluciones. O, mejor que por sí mismos, al menos con la misma espontaneidad con que en un hogar bien amorado se superan todos los aparentes conflictos entre libertad y coerción, que constituyen un capítulo de aquellos entre libertad y necesidad, o como, cotidianamente, quienes no padecemos de hambre en sentido estricto resolvemos una y otra vez el conflicto entre la libertad de ingerir lo que nos provoque y la necesidad de saciar nuestras ganas de comer arreglándonos con lo que haya en la nevera, la despensa o el restorán de la esquina.

Y como se ha hecho tarde, y largo el artículo, otra vez, mejor lo dejamos hasta aquí, aprovechamos para oír a Mozart y hojear a Dostoyevski, y de paso preguntarles por qué se metieron en esto, y el próximo martes continuamos donde lo dejamos hoy... Definitivamente, no es ni tan malo, como a veces nos parece, que la realidad y la vida se salgan siempre con la suya, pues, si lo sabemos aceptar, es decir, si no nos da miedo seguir pensando y apostamos a que, con entrega, confianza y amor a la humanidad, siempre encontraremos, con o sin Estado y con o sin Mercado, algún equilibrio entre nuestras libertades y necesidades, incluyendo, por supuesto, a la libertad de pensar. No es ni tan inconveniente que ninguna de éstas, libertad o necesidad, pueda jamás reemplazar a la otra, o, mejor dicho, por lo menos hasta que dentro de 20.000 millones de años, como se dice, regresemos a la nada, el caos, la muerte y la necesidad absoluta, de donde al parecer venimos, pues este estira y encoge nos permite, si estamos claros con nuestra identidad amativa, apreciar más el valor de la libertad, comprendiendo que nunca podremos considerarla como un derecho adquirido sino que tenemos que conquistarla incesantemente ante la omnipresente necesidad. Pero inclusive, ¡quién sabe!, a lo mejor vuelve a emerger otro universo y se abre otro ciclo de relaciones entre libertad y necesidad, quien quita que aprendiendo, con o sin participaciones divinas, algunas lecciones de esta fascinante experiencia de la vida, en donde nada ni nadie podrá quitarnos lo bailado...

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