viernes, 8 de enero de 2010

¿Tiene sentido insistir en amarnos los unos a los otros?

"Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros". Artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948.
Tan, pero tan difícil es amarnos en las sociedades modernas o aspirantes a serlo, que, pese a las exhortaciones de tantos sabios y después de inspirarnos en la Declaración de los derechos del hombre, de inscribir orondamente el lema de Libertad, igualdad y fraternidad en el podio de nuestros máximos valores civilizatorios, y de ratificar estos principios en la Declaración Universal de Derechos Humanos, las cosas acontecen como si nos hiciésemos los locos y en la práctica hubiésemos reemplazado todo eso por algo así como una Declaración de los derechos del varón blanco afortunado, una consigna de Libertad, desigualdad y enemistad y una suerte de Declaración Restringida de Derechos de Minorías Privilegiadas.

A la hora de plantearnos qué hacer ante esta situación de hegemonía del desamor, fácilmente constatable en nuestras vidas cotidianas, nos encontramos con una pésima noticia: el mal no es cosa restringida ni nueva sino de muy amplia difusión y vieja data. Nuestra civilización, y también las demás civilizaciones clasistas, llevan ya milenios de prácticas dominantes de desamor y represión. Las prédicas, incesantes, eso sí, de todas estas épocas en favor del amor, sólo han logrado comprometer a individualidades o a lo sumo a minorías virtuosas. Tan aplastantemente mala es la noticia que muchos, quizás con el mismísimo Sigmund Freud a la cabeza, han llegado a creer que se trata de un mal necesario e irreversible, de un exhorbitante precio que habría que pagar por los demás beneficios que ofrece la vida civilizada. Para Freud -apartando de momento sus otros valiosos aportes analíticos y terapéuticos- la idea de una civilización no represiva es una contradicción en los términos, pues la civilización, o la cultura, es precisamente el gran mecanismo que permite someter los instintos humanos que, dejados a su arbitrio, provocarían el caos, la destrucción y la muerte de la sociedad. El que quizás todavía sea el consultor empresarial mejor pagado del planeta, Michael Porter, en el fondo sostiene que la competitividad, la pugna por aplastar al adversario económico, es la razón de ser de la empresa moderna. Los marxistas de crianza soviética siguen sosteniendo, apoyándose en un extracto del Manifiesto del partido comunista, escrito hace más de 160 años por un Marx que tenía 30, que la violencia es la partera de la historia. Y todavía otros, como Konrad Lorenz, han ido incluso mucho más allá, llegando a afirmar no sólo que no hay nada que hacer ante la pérdida de nuestra identidad amorosa, sino que en definitiva la violencia y el odio son nuestra verdadera y última identidad. Es evidente que no estamos hablando de conchas de ajo.

Pero, afortunadamente, y como refuerzo de los motivos que dimos hace algunos días para ser optimistas, también tenemos algunas bastante buenas noticias. Primera: muchos indicadores sugieren que la resaca civilizatoria de desamor, represión y violencia, sin que por supuesto haya desaparecido, llegó a un punto culminante en la mitad inicial del siglo XX, sin lugar a dudas el período de mayor generación, tanto en términos relativos o per cápita como absolutos, de testosterona, sangre, sudor, lágrimas, fuego, bombas, balas, esquirlas, ruidos, combustibles, radiaciones, temperaturas, megatones, cantidad o calidad de víctimas, o de cualquier otro indicador que podamos asociar a la destructividad o la violencia humana, o inclusive animal o vegetal, en toda la vida de este tercer planeta solar. Sólo en la Segunda Guerra Mundial perecieron más de 60 millones de personas, en su gran mayoría civiles, equivalentes al 2% de la población mundial del momento. El año 1945 debería ser recordado como el non plus ultra del desamor humano, fecha clímax de la violencia u orgasmo del demonio, y por tanto hito de un antes y un después civilizatorio. El machismo, nazismo, fascismo, falangismo, racismo, imperialismo, totalitarismo, halconismo, oscurantismo y sus compinches alcanzaron allí sus máximos exponentes históricos, y no por casualidad Hitler, Mussolini y Franco, pero también Stalin, Churchill, Truman y demás principales responsables de los desastres de ese año de la vergüenza y sus alrededores, terminaron suicidados, ejecutados, execrados o al menos duramente removidos de sus cargos por sus pueblos. Auschwitz, Dachau, Buchenwald, Treblinka y muchos otros campos nazis de concentración y exterminio, son algunos de los principales nombres propios de la infamia, pero también, y a contracorriente de la propaganda establecida, hay que añadir a Hiroshima, Nagasaki, los Gulags y los menos conocidos campos de concentración estadounidenses para japoneses: Tule Lake, Poston, Heart Mountain y otros, más el centenario y todavía oprobioso Guantánamo. Aunque todavía no tiene la fuerza que desearíamos, la ola mundial de rechazo a las ideologías inspiradoras de semejantes barbaries posee ya dimensiones suficientes como para que sea razonable pensar que lo peor de la degeneración humana ha quedado atrás y que será cada vez más difícil una reedición de tal aquelarre.

Segunda: tras la oleada de interpretaciones interesadas de los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, generadas en los años inmediatamente posteriores, han emergido toda una nueva familia de estudios y elaboraciones, expuestas a través de los más diversos géneros creativos, desde artísticos hasta científicos, que se distancian de la versión oficial de Hitler y Mussolini como los locos autocráticos y malvados versus los inocentes demócratas aliados, para poner de relieve la existencia de un extendido cáncer civilizatorio que tiene en su meollo a una racionalidad totalitaria, machista y despótica que de una u otra manera se ha colado dentro de todos nosotros, los habitantes de estas civilizaciones. Especial mención nos merecen aquí los pensadores de batería intelectual pesada de la llamada Escuela de Frankfurt, como Marcuse, Adorno, Horkheimer, Habermas, Benjamin, Fromm y otros, que sufrieron en carne propia los rigores del nazismo, y han logrado demostrar, entre otros aportes, que la racionalidad totalitaria o unidimensional está presente aun en las democracias modernas y que el marxismo soviético ha estado infestado por muchos de los flagelos de su enemigo capitalista, pero también que en las propias tesis freudianas es posible hallar premisas para refutar muchas de las fatídicas conclusiones de este analista de la psique. Muchos otros grandes pensadores, como Sartre, Lefebvre, Toynbee, Schumpeter, Jung, Lacan, Foucauld, Morin, Ribeiro, Maturana y tantos otros más, que se han dado a la tarea de elaborar interpretaciones de los males civilizatorios que van más allá de la disputa entre los malos de El Eje y los buenos Aliados, han estado brindando marcos de referencia para un pensamiento crítico y superador de la modernidad. Y, afortunadamente, el flujo de novelas, películas, obras teatrales, series televisivas, exposiciones, poesías, etc., denunciantes de la locura belicista y totalitaria, ha logrado mantener su benéfico bombardeo y no ha amainado desde los días de la posguerra.

Tercera: al calor del rechazo a los desmanes bélicos y autoritarios y con inspiración en esas elaboraciones y creaciones han surgido una amplia gama de movimientos sociales en defensa de los derechos humanos, ambientales y de las diversas minorías -y ni tanto, como es el caso de las mujeres- que han venido conquistando cada vez más logros y erosionando las bases del desamor y el totalitarismo civilizatorios. En este mismo contexto se ha venido a reconocer, por ejemplo, el rol decisivo que las mujeres han venido jugando a través de la historia, con invenciones de la talla de la agricultura, e inclusive durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Hitler y Mussolini quisieron convertirlas en incubadoras de soldados, mientras que Roosevelt prácticamente las encargó del aparato productivo interno estadounidense, que inclinó la balanza en contra del nazismo. De la misma manera, cada día se aprecia más claramente el rol de los jóvenes de de la generación mundial del '68 para evitar una tercera guerra mundial y en contra del autoritarismo y el armamentismo de la posguerra, así como para poner fin a la Guerra de Vietnam; o de los científicos pacifistas como Einstein para evitar la hegemonía nazi y poner cotas morales a la carrera nuclear. El voto femenino es prácticamente un logro universal; nunca antes en la historia humana habían existido tantos regímenes democráticamente electos por los pueblos; y jamás se le habían puesto las papas tan duras a los dictadores, que ya no pueden quedarse tranquilos ni siquiera después de sus retiros del poder. Del mismo modo, los movimientos ambientalistas están incrementando su organización a escala mundial y mediática y comenzando a poner en jaque a los gobiernos empecinados en desconocer las amenazas climáticas y ambientales. Cada día son más frecuentes y demoledoras las críticas al actual modelo civilizatorio, aun en centros intelectuales supuestamente defensores del statu quo como Harvard, MIT, Stanford, la UCLA o nuestro Monterrey. También, por citar sólo otro caso no mencionado hasta ahora, en el mundo de los profesionales del enfoque de sistemas, que indudablemente jugaron un rol de suma importancia en aquellla contienda bélica para evitar lo peor, que era el triunfo del nazismo, y después, para evitar lo segundo peor, que era la hegemonía estalinista en la posguerra, se han elaborado enfoques críticos como los de Russell Ackoff y Stafford Beer, a los que han comenzado a sumarse latinoamericanos tales como Raúl Espejo y Fernando Flores. La cada día mayor difusión del enfoque sistémico le está complicando, afortunadamente, la vida a los enfoques deterministas o teleológicos, que invariablemente se inspiran en, o terminan planteando, la aniquilación o desprecio absoluto por los otros.

Cuarto: el ascenso del moreno Obama a la presidencia de los EUA, esencialmente apoyado en un vasto movimiento de jóvenes armados con computadores y celulares, sin el apoyo del establecimiento corporativo de esa potencia y con un mensaje crítico y nada dogmático al trasnochado belicismo machista bushiano; o los liderazgos de popularidad sustentable de Lula y Bachelet entre nosotros, también pueden ser vistos como una señal de cambio de los nuevos tiempos. Por primera vez, quizás en dos siglos, en América Latina comienzan a emerger alternativas realmente distintas tanto al seguidismo liberalista y sus variantes como a la familia ideológica de los marxismos-leninismos, basados todos en la premisa de la lucha de clases. Pese a sus contrastes, ambas familias de enfoques comparten la idea de un sujeto social parcial, por supuesto que masculino: el empresariado en un caso o el proletariado en el otro, que se alza con todo el poder y se erige en sujeto social hegemónico y representante, por decreto, de la especie humana.

La lucha, entonces, contra las raíces de la enfermedad del desamor en las civilizaciones contemporáneas, dista de estar perdida, y hay motivos para pensar que, como mínimo, a este cáncer se le acabaron sus días de crecimiento e implantación impune. Y así como tardó milenios para llegar a cohibir o someter la emociones e identidades humanas más elevadas, es posible que ahora, quizás en algunos siglos, pueda ser desterrado, puesto que sus bases ontogénicas, a nivel individual, y filogénicas, a nivel colectivo, a saber, el desprecio por las conductas y movimientos inspirados en el amor y la cooperación, de los que sobre todo las féminas son sus más fieles portadoras, están siendo socavadas. Sin esta lucha sorda, repetimos, necesariamente de muy largo plazo y en donde tendremos que armarnos con nuestras confianzas y entregas más pacientes, contra el machismo, el egoísmo y el totalitarismo infiltrados hasta en nuestros tuétanos, cualquier proyecto transformador o dizque revolucionario no pasará de ser una corrida de arruga o tratamiento cosmético de los males más hondos de nuestra civilización.

En el próximo artículo volveremos sobre este mismo punto con ideas más concretas acerca de qué hacer para contribuir a la restitución de la identidad humana civilizatoriamente pisoteada.

2 comentarios:

  1. Hermosísimas fotografías felicitaciones

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  2. Me complace que los lectores puedan apreciar las fotografías, pues estas, como no recuerdo donde lo dije en este mismo blog, para mí son como otro medio de expresión, paralelo a, y no subordinado, al texto. Mi suma aspiración sería poder expresar las mismas ideas y sentimientos de dos maneras: una verbal, dirigida a los lóbulos del hemisferio izquierdo de mis lectores, y otra fotográfica, dirigida simultáneamente a sus lóbulos derechos o plásticos, a fin de crear una reverberancia o impacto mágico en sus mentes. Claro que sé que estas son palabras mayores, pero no por ello dejan de ser eso: mi mayor aspiración. Si la vida fuese un poco menos cuesta arriba, tengo montañas de cosas escritas sobre múltiples temas que alguna vez desearía dar a conocer junto a las también montañas de imágenes que he fotografiado... ¡Gracias!

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