martes, 19 de enero de 2010

Sobre nuestras capacidades, identidades, necesidades y libertades

Me siento obligado a observar, queridos lectores, que el artículo que ahora tienen en pantalla va a ser seguramente uno de los más filosóficos, teóricos, abstractos y, quizás, en promedio, exigentes, de toda la pequeña historia de este blog, aunque me empeñaré en no convertirlo también en uno de los más extensos. Lo que no deja de ser una casi mala noticia, sobre todo para los amigos apurados o amantes de las cosas sencillas, a quienes les recomiendo tomárselo con calma y escoger un momento apropiado para meterle el diente a lo que aquí se dirá. Pero, por otro lado, esto no deja de tener su lado benévolo, pues significa que una vez leído este artículo, y espero que asimilado, lo que venga después, y hasta lo antecedente, probablemente se hará más concreto y accesible.

Para los impacientes, el artículo consiste en sustentar que si bien la transformación de nuestras capacidades es el eslabón crítico o pivote fundamental para satisfacer nuestras necesidades y conquistar nuestra libertades, lo cual nos coloca en condiciones de realizar nuestras identidades, cambiar nuestras vidas y protagonizar nuestra historia, resulta que lo contrario es también cierto, o sea, que no podemos realizar nuestras identidades, cambiar nuestras vidas y protagonizar nuestra historia si no disponemos de libertad suficiente, lo que, a su vez, nos exige satisfacer nuestras necesidades y transformar nuestras capacidades. Todos estos elementos están íntimamente interrelacionados y conectados. Nuestra existencia, la búsqueda y ejercitación de nuestras identidades en un intento por evadirnos, aunque sea temporalmente, del caos, de la nada y la inevitable muerte, nos obliga a satisfacer un amplio conjunto de necesidades, y el complemento de éstas, lo que no nos es prohibitivo ni estamos obligados a hacer, es nuestro conjunto de libertades. Tanto la satisfacción de necesidades como el ejercicio de nuestras libertades nos exigen la utilización inteligente y eficiente de nuestras energías disponibles, por lo cual resulta imperativo transformar nuestras capacidades. Nuestra identidad, lo que somos, y en particular lo que somos o seamos los latinoamericanos, es lo que necesariamente tenemos que ser más lo que libremente decidimos o decidamos ser, para todo lo cual requerimos de más y mejores capacidades que las que tenemos. Nuestra libertad es, al interior de nuestra identidad, el complemento de nuestra necesidad, y a esto lo consideramos válido tanto a nivel de la vida en su conjunto, cuando utilizaremos los términos en singular, como en sus múltiples ámbitos o dimensiones, cuando hablaremos de libertades y necesidades. La libertad, para nosotros, no es un norte de la vida, como sí lo son el amor y nuestra identidad amativa, sino un estado, una condición de la que precisamos para realizar esta identidad, y en particular para realizar nuestra identidad latinoamericana mediante la transformación incesante de nuestras capacidades.

Si el párrafo anterior les resultara ya claro y completo, no habría menester de que leyeran el resto y sanseacabó; pero tengo la impresión de que dichas las cosas nada más así hay demasiados lectores y lectoras que quedarían con los ojos claros y sin vista, lo cual me obliga a intentar explicar las cosas con más calma y suavidad, según lo que ya se viene convirtiendo en un estilo del blog, aunque con popularidad no unánime entre sus lectores y satisfacción incompleta del propio redactor en jefe.

Sin lugar a dudas, entre las categorías de mayor calibre de las culturas y lenguas occidentales se encuentran las de libertad y necesidad, cuyos campos semánticos recorren de manera transversal, aunque no siempre como términos opuestos, todo el espectro de conocimientos, desde la filosofía y la religión hasta las ciencias sociales y naturales, el arte, las artes, la literatura y la historia. El término libertad, de origen latino, según nuestro DRAE (Ed. 22) comprende la acepción principal de "facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar; por lo que es responsable de sus actos", y acepciones secundarias que van desde las positivas del tipo "estado o condición de quien no es esclavo", "estado de quien no está preso", "facultad que se disfruta en las naciones bien gobernadas de hacer y decir cuanto no se oponga a las leyes ni a las buenas costumbres" y "facilidad, soltura, disposición natural para hacer algo con destreza", hasta las intermedias del tipo "falta de sujeción y subordinación", "exención de etiquetas", "desembarazo, franqueza", "prerrogativa, privilegio, licencia" y "condición de las personas no obligadas por su estado al cumplimiento de ciertos deberes", y hasta las francamente negativas de "contravención desenfrenada de las leyes y las buenas costumbres" y "licencia u osada familiaridad". La situación es muy semejante a la que encontramos en inglés con liberty (y también con su versión puramente anglosajona freedom), en francés con liberté, en portugués con liberdade, en italiano con libertà, y en alemán con Freiheit. En este caso, no vemos esta contraposición de significados como un problema sino, por el contrario, como una oportunidad para reforzar nuestra idea de la libertad como no positiva en sí misma sino dependiente de la identidad positiva o negativa a la que sirve. La libertad, para nosotros, será siempre libertad para pensar, para comprometernos, para actuar, para realizarnos; y sólo a las identidades, antes que nada a las amativas, les concederemos el derecho kantiano de ser para sí mismas.

Por su parte, en el caso de necesidad, también etimológicamente latino, encontramos, tanto en el DRAE como en nuestros otros diccionarios occidentales, una alta consistencia semántica, con acepciones como "impulso irresistible que hace que las causas obren infaliblemente en cierto sentido", "aquello a lo cual es imposible sustraerse, faltar o resistir", "carencia de las cosas que son menester para la conservación de la vida", "falta continuada de alimento que hace desfallecer" y "especial riesgo o peligro que se padece, y en que se necesita pronto auxilio". Todas estas acepciones de necesidad comparten el sema, rasgo o contenido semántico de compulsión externa o heterodeterminación, opuesta al impulso interno o autodeterminación que asociaremos a la idea de libertad.

Otra manera de captar el significado especial de este artículo, es dándole una breve hojeada a lo que hemos hecho hasta ahora en el blog, sólo que, para no aburrir a los lectores memoriosos, lo haremos de manera novedosa, apelando a los contenidos de la más completa norma de clasificación de la información y el conocimiento conocida, recomendada y cotidianamente empleada por quien suscribe: la Clasificación Decimal Universal, o CDU, que divide el saber humano según diez grandes cotas: 0: Generalidades, 1: Filosofía, 2: Religión, 3: Ciencias Sociales, (4: Vacante temporalmente), 5: Ciencias Naturales, 6: Tecnologías, 7: Arte, 8: Literatura, y 9: Historia. La categoria de libertad, pese a tener su, digamos, residencia principal, en la Cota 1: Filosofía, con sus correspondientes subdivisiones, es, sin embargo una de las más ubicuas o transversales, puesto que de ella se ocupan prácticamente todos los campos del saber humano.

Desde este punto de vista y con nuestro enfoque transdisciplinario, comenzamos nuestro periplo con nueve artículos introductorios sobre el propósito del blog (#1 y 2, en abril de 2009), la naturaleza general del problema de impulsar cambios en América Latina (#3 y 4, mayo de 2009), algunos aspectos metodológicos o epistemológicos (#5, 6 y 7, también mayo 2009) y una nota sobre la generación mundial y latinoamericana del '68 a que pertenece el autor (#8 y 9, más mayo), todo lo cual, sin mayores preciosismos, lo podríamos considerar dentro de la Cota 0: Generalidades, de la CDU. Luego iniciamos un recorrido general, una especie de sobrevuelo, por las historias de nuestros países latinoamericanos (#10 al 22, mayo a julio) y, en particular, de Venezuela (# 23 al 27, julio 2009), todo lo cual encaja bien dentro de la Cota 9: Historia. Seguidamente nos dedicamos a explorar la naturaleza de nuestras capacidades sociales, a las cuales las subdividimos en estructurales (#28 al 34, julio-agosto 2009), procesales (#35 al 46, agosto-septiembre 2009) y sustanciales (#47 al 49 y 51 al 56, octubre-noviembre 2009), que básicamente podríamos considerar dentro de la Cota 3: Ciencias Sociales, aunque, como casi todos los demás artículos, con constantes escarceos por las Cotas 8: Literatura; 7: Arte ( incluido aquí el lenguaje de las propias fotografías del blog); 6: Tecnología; y 5: Ciencias Naturales. También intercalamos dos artículos (los #50 y 57, en octubre y noviembre 2009), dedicados a evaluar el rumbo del propio blog, que también los podríamos considerar dentro de la Cota 0: Generalidades. Y, finalmente, examinamos la problemática de nuestras identidades, a las que subdividimos en primarias (#58 al 65, noviembre-diciembre 2009), secundarias (#66 al 69, diciembre 2009), terciarias (#70 al 72, diciembre 2009) y finalmente cuaternarias o de cuarto nivel, o sea, el amor (#73 al 77, en lo que va de enero de 2010), que bien podríamos asignar a las Cotas 2: Religión, y 1: Filosofía, con las consabidas incursiones rápidas en las Cotas 3 y 5 a 9.

Por lo tanto, este artículo viene a ser uno de los más filosóficos y abstractos, y por tanto más Cota 1, que verán en el blog, y que muy probablemente constituirá, a la hora de los promedios, un hito divisorio entre los artículos precedentes, de abstracción creciente, y los venideros, que serán, más o menos o con alguno que otro inevitable altibajo, de concreción creciente. En la serie que comenzará a partir del próximo artículo abordaremos el examen de nuestras principales necesidades y libertades, en ambiente principalmente Cota 3: Ciencias Sociales, con constante aderezo de otras cotas, para luego emprender la serie sobre nuestros sistemas de vida, también en Cota 3, y luego sobre una visión general o más conceptual de nuestra historia latinoamericana, es decir, una suerte de regreso a la Cota 9 ó de lectura de conjunto de lo que examinamos en la serie histórica sobre nuestros países. A partir de allí, haremos una especie de relax del esquema de series, para no enseriarnos demasiado, y abriremos una temporada miscelánea de artículos sobre múltiples temas, en donde confiamos poder demostrar que valió la pena tomarnos un tiempo para pensar con calma las cosas y poder llegarle más cerca al meollo de todo lo que nos pasa y cómo salir de nuestros seculares extravíos.

Y, puesto que nos quedaría grande y no nos concedemos el derecho a hablar en parábolas, todavía otra manera de representar el significado de estos términos sería mediante una mortal metáfora. Si el lugar a donde anhelamos ir es nuestra identidad, entonces el viaje es nuestra existencia real; para realizar ese viaje necesitamos energía, una parte de la cual, nuestras necesidades, la perderemos en el roce con el camino o la tendremos que invertir en seguir vivos a través del trayecto, y otra, nuestras libertades, es la que efectivamente usamos para desplazarnos en la ruta escogida. ¿No les parece claro que la eficacia, eficiencia, efectividad y armoniosidad de nuestro viaje dependerá directamente de los medios que empleemos para transportarnos, es decir, de nuestras capacidades? Pues bien, esa es la idea central del artículo; lo demás son argumentos que intentan sustentarla.

Llegadas las cosas a este punto, pareciera conveniente explorar, aunque sea de pasada, algunas de las principales discusiones filosóficas que plantea la problemática de la libertad, las cuales, sin que nos sorprenda y pese a los empeños de muchos filosofos por hablar sólo de la libertad en singular, suelen estar referidas a las distintas estructuras o dimensiones sociales. Y al parecer ha sido Tolstói, colega del club mundial de admiradores del Sermón de la montaña y de la aplicación de la regla dorada como corazón de toda verdadera ética, en su Guerra y paz, uno de los principales en darse cuenta de que las distintas interrogantes que plantea el ejercicio de la libertad se refieren a tal variedad de dimensiones, las cuales tienen autonomías relativas y no siempre son fáciles de conciliar.

Tenemos así, en primer lugar, la problemática política de la libertad, que aproximadamente gira en torno a la pregunta de si los hombres pueden ser libres y a la vez estar sujetos a la coerción del Estado y de las leyes, y, en cualquier caso, en quién reside la soberanía. Sin ánimo de dictar cátedra ni mucho menos, en torno a un tema en el que se han devanado los sesos los filósofos de todas las épocas, pero también los no filósofos, que tenemos nuestros derechitos, aquí apreciamos dos grandes escuelas, una, que postula que en definitiva la soberanía no puede residir en los hombres comunes sino en Dios, en los reyes y príncipes o, en el más terrenal de los casos, en un Estado todopoderoso que somete a los individuos, a los cuales sólo les sale disponer de una libertad altamente condicionada, en donde ubicamos a Platón, Aristóteles, Agustín, Tomás de Aquino, Hobbes y muchos otros, para quienes, hasta donde los entendemos, no es al hombre normal, sino a los seres sobrenaturales, a los escogidos por éstos, a la maquinaria del Estado o a las élites autodesignadas a quienes les corresponde ser libres.

Fuera del campo filosófico, no se nos escapa que uno de los planteamientos centrales de Hitler en Mi lucha es el de que no todos los seres humanos pueden aspirar a ser ciudadanos sino que unos están predestinados a ser ciudadanos y otros a ser súbditos, lo cual se parece demasiado a la doctrina aristotélica de que hay hombres libres y hombres esclavos por naturaleza. Luego está la escuela de quienes, pese a reconocer la inviabilidad de una sociedad con libertades individuales y/o colectivas ilimitadas de los hombres comunes y corrientes, proponen distintas maneras de equilibrar libertad y coerción, es decir, libertad y necesidad, a fin de hacer viable la sociedad. Dentro de esta segunda escuela vemos las posturas de Locke, Montesquieu, Rousseau, Kant y J.S. Mills, con versiones extremas como la de Hegel, que en su Filosofía de la historia postula la inevitabilidad teleológica del avance hacia la realización de la libertad a través de la razón, y la de Marx que, además de tomar de Hegel la idea de la libertad como "conciencia de la necesidad", lo que ya nos resulta incoherente, plantea la idea de que el futuro humano es la edificación de un "reino de la libertad", que dialéctica e inevitablemente reemplazaría al precedente "reino de la necesidad".

Con el perdón de estas lumbreras, y pese a que de la segunda escuela creo que hay que rescatar sobre todo la idea de los, por mucho tiempo inevitables, equilibrios entre libertad y coerción, y, quizás sobre todo la idea kantiana, expuesta en su extraordinaria y poco conocida Ciencia del derecho, de que todos los seres humanos tienen el derecho a ser libres, en virtud de su mera humanidad, y que ninguna persona libre puede ser convertida en medio al servicio de ninguna causa, pensamos que buena parte del embrollo filosófico así planteado surge del intento de discutir acerca de la libertad en abstracto y desligada de los fines a los cuales sirve. En cambio, nos parecen más claros y lúcidos los planteamientos de pensadores considerados por muchos como de menor talla, como Sartre (Crítica de la razón dialéctica), Fromm (El miedo a la libertad), Krishnamurti (La libertad total: reto esencial del hombre), Marcuse (especialmente Eros y civilización y El hombre unidimensional) y otros, para quienes toda la discusión sobre la libertad depende de tales fines, que pretenden ser distorsionados por la actual sociedad moderna y, añadimos nosotros, casi con Maturana (El sentido de lo humano; Amor y juego: Fundamentos olvidados de lo humano, y afines), y otros, por todas las sociedades de clases o patriarcales.

En otras palabras, si aceptamos como dadas e inmutables a las sociedades clasistas, con su empeño en hacer del desamor la nueva naturaleza humana, entonces no hay más remedio que reprimir los impulsos de libertad individuales que inevitablemente chocarán contra la coerción establecida, con lo cual sólo nos queda justificar o procurar la mitigación de tal coerción, segun lo pautado por las dos primeras escuelas mencionadas. El equilibrio sano entre libertades individuales y colectivas sólo es posible con el rescate y la edificación de una civilización no clasista, en donde, según cierto buen decir marxista, que no tiene por qué implicar la demolición del Estado burgués a manos del redentor proletario según el corolario leninista o el del Marx furioso por la masacre de la comuna de París, el Estado tenderá a convertirse en estado y luego a extinguirse progresiva pero no inevitablemente: sólo entonces la coerción será cada vez más innecesaria pues la satisfacción de las necesidades podrá tener lugar en armonía con el ejercicio de las libertades y en aras de la realización de una identidad amativa que nos brota de una deriva biológica y antropológica y define nuestra emocionalidad. Un proceso de esta índole es el que intuimos ya está en marcha en los países escandinavos, Canadá y afines, del selecto club de los diez países con más alto índice de desarrollo humano, en donde el Estado tiende a comportarse como un ente cada vez menos coercitivo y más amigo de los ciudadanos. La verdad es que no lo hemos visto de cerca, pero un amigo insospechable de cuentero, y por cierto embajador por largo tiempo en ese país, nos ha asegurado que en Finlandia el Estado, como cualquier Perico de los Palotes, ...¡se va de vacaciones a mediados de julio y regresa en septiembre!

Bueno, ¡piedad para este redactor en vías de no ser jamás un bloguero serio, pues ya va por catorce párrafos y todavía le falta por desarrollar más de la mitad del esquema de su artículo! Restan todavía las discusiones sobre la problemática de la libertad y necesidad en las dimensiones culturales (o relacionadas con el llamado problema de la libertad de conciencia y con el de la libertad religiosa), económicas (con el llamado problema de la libertad de empresa), territoriales (libertad de residencia y de desplazamiento), mediáticas (libertad de expresión) y educativas (libertad de aprendizaje). Y luego una presentación al menos de las problemáticas de la libertad y necesidad a propósito de la historia, y en particular de la historia latinoamericana, así como en relación a la naturaleza, y una versión modificada de la jerarquía de necesidades según Maslow, que usaremos para ordenar la discusión restante acerca de las necesidades y libertades que, como dijimos antes, se complementan mutuamente al interior del camino de realización de nuestras identidades. La situación se asemeja sospechosamente a la del día viernes 2 de octubre de 2009, cuando me sentí aplastado por el esquema del artículo Nuestras capacidades sustanciales personales, y terminé tirando la toalla. ¿Hay algo en común entre ambos artículos?

Por el momento les pido un receso, pues tengo la cabeza hinchada de no poder resolver el problema de como decirles todo lo que creo que debo decir sin abusar de su paciencia y su, probablemente más valioso que el mío, tiempo. No sé si regresaré a concluir este artículo y faltar a mi propuesta inicial de no convertirlo en el más largo del blog, o si resignarme y dividirlo en dos o tres partes, corriendo el riesgo de que se dispersen las ideas centrales. Y he aquí, por supuesto, un severo dilema de ejercicio de la libertad de expresión versus la necesidad de ser leído, que no tiene que ver ni con coerción ni con el Estado, y que francamente no logro imaginarme que sea de un tipo que pueda desaparecer ni en el año 100.000 de nuestra era, cuando sería justicia que ya hubiesen desaparecido las clases sociales -¡ojalá que sin arrastrar consigo a todo el género humano!- y el actual Estado quizás pase a ser del tamaño de un vulgar insecto (pues de seguro que ellos sí, los insectos, pese a su vulgaridad, andarán todavía por allí).

¿No abona todo este enredo en favor de la tesis de que libertad y necesidad existirán siempre, como hermanas inexorablemente siamesas, y de que jamás podremos vivir en ningún Reino de la libertad o de la felicidad pero sí en un reino, o, cuando menos, una red de municipios, del amor?

2 comentarios:

  1. Un aspecto increible de la libertad es que si fuese cierto el precepto budista que el sufrimiento siempre es el resultado de nuestro propio aferramiento a un estado predeterminado de las cosas, entonces nuestras necesidades quedan también dentro del ambito sino de nuestro control, por lo menos de nuestra influencia.

    Nuestra viciada sociedad mantiene un empeño por convertir en necesidad hasta las cosas mas vanas y triviales, lo cual causa sufrimientos de todo tipo a quienes se les dificulte alcanzar u obtener, aquello. Aún en este contexto se aplica que el balance de necesidad y libertad suman un todo que no cambia sino que mientras menos me convenzo que necesito, mas es el espacio de lo que puedo hacer ya que no estoy amarrado a ese estado que visualizo como mi futuro necesario. Mientras menos necesito, mas libre soy, lo cual no es verdad de mientras mas tengo que siempre viene roido por cuanto mas quiero.

    Es como la queja ante cualquier situación indeseable: es inutil continuar pisados por lo que anhelamos, no tenemos, nos descontenta o nos falta puesto que las dos alternativas reales que tenemos son ya la aceptación del estado de las cosas o la libertad de actuar en funcion de cambiarlas. Ejerzamos nuestra libertad de crecer, cambiar y ser mejores rechazando la tentación de sumirnos en el pantano de la necesidad tanto real como simplemente en nuestras mentes.

    Y a tí lector o lectora te invito a participar, preguntar, criticar, cuestionar o porqué no, comentar sobre este tema tan importantísimo, si no en éste entonces en alguno de los artículos que siguen. Y aquí me comprometo pública y líbremente que a todo el que mantenga como razón que no saben como hacer los fulanos comentario y me envie un correo electronico a la dirección yajure_arroba_gmail_punto_com, le mandaré todas las explicaciones de las que sea capaz hasta vencer tal obstáculo técnico para su participación.

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  2. Tu interesantísima reflexión, Edgar R., me recordó gratamente un pasaje del Demián: Historia de la juventud de Emilio Sinclair, de Hermann Hesse, que, de memoria, plantea aproximadamente lo siguiente. Luego de que el joven Emilio conoce a Eva, la madre de su gran amigo Demián, y descubre que es una mujer que lo atrae irresistiblemente y resulta ser la misma con quien ha soñado mil veces en su juventud, entabla una difícil relación con ella en donde se siente, a la vez, fascinado y distanciado de tal ser. Un día Emilio se decide a expresarle a Eva lo que siente y le pide que lo aconseje acerca de si debe o no entregarse a ella, y ella le responde que todo depende de lo que él desee, pues todo lo que él ansíe con la intensidad suficiente le será concedido. Sorprendido, él le pregunta que qué pasaría si le provocase volar hacia una estrella, y ella le responde que estamos hechos de tal manera que, si nos conocemos bien, sólo podemos desear intensamente aquello que realmente está dentro de nuestras posibilidades de alcanzar, pero que la dificultad consiste en que no nos conocemos, y con frecuencia actuamos guiados por deseos ajenos e impuestos por otros... Traído esto a la esfera de las reflexiones sugeridas por el artículo, o si lo prefieres, puesto en clave budista, significa que, efectivamente, hay una especie de libertad que nos es inherente y que puede permitirnos inclusive como calibrar nuestras necesidades, pero no de manera destemplada, al estilo de quien se encapricha con tener un carro o una joya o "levantarse" una mujer, sino a partir de un conocimiento profundo de nosotros mismos, como bien lo sugieren los budistas serios (porque, como todo en este valle de los mortales, también existe la charlatanería en el budismo). Si logramos esta comunión con nuestro mundo interior, entonces resulta cada vez más sencillo distinguir nuestras verdaderas y propias necesidades de aquellas que la publicidad y las manipulaciones políticas, religiosas, sexuales o ideológicas nos quieren imponer, y entonces lo que he venido planteando acerca de nuestras identidades más hondas, con el amor en su cúspide, bien coincide con tu planteamiento contra la superficialidad y banalidad que nos acosan y que no cesan de causarnos sufrimientos. Por supuesto que no es nada fácil distinguir lo que realmente necesitamos de lo que no, y menos en el ámbito colectivo, y claro que el goce de la libertad no se consigue en cajitas de fósforos, pero precisamente allí reside uno de los mayores encantos de la vida: en atrevernos a luchar por satisfacer nuestras necesidades sentidas y ser libres, para disponer de la energía requerida que nos permita ser lo que soñamos y anhelamos hondamente. Acerca de cómo asumir estos retos en América Latina se ha ocupado y seguirá ocupándose, con sus limitaciones, claro está, el blog, y confío en poder seguir mereciendo tu dulce compañía. Sinceramente, P.

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