viernes, 12 de febrero de 2010

Paladines de la lucha por la libertad alimentaria latinoamericana (I): Josué de Castro y Chío Zubillaga


Josué de Castro (Recife, Brasil, 1908 - París,1973)

Es muy probable que este latinoamericano sea una de las individualidades a quienes más le debe el mundo en materia de la comprensión y la lucha contra el flagelo del hambre y por la libertad alimentaria. Originalmente médico, egresado en 1929 de la Universidad de Brasil, en Río de Janeiro, regresó a su ciudad natal, Recife, a ejercer su profesión. En su contacto con los pobres de las barriadas o mocambos, pronto se dio cuenta de que la desnutrición estaba en la raíz de buena parte de los problemas de salud de la población , y escribió su primer ensayo corto, El ciclo del cangrejo, en donde describió como la población de menores recursos se alimentaba básicamente de cangrejos que obtenía en los manglares de los alrededores de la ciudad. Más adelante, en 1932, escribió su trabajo Investigación sobre las condiciones de vida de las clases trabajadoras en Recife, en donde
continuó sus pesquisas sobre la alimentación de la población pobre del nordeste brasileño. Luego se hizo profesor de Geografía Humana en la Facultad Nacional de Filosofía de la Universidad de Brasil, impulsó la creación de la revista Archivos Brasileños de Nutrición, y asesoró a diversos gobiernos, incluyendo al de los Estados Unidos (en 1943), en materia de políticas alimentarias. Muchos años después le escribiría a Bertrand Russell diciéndole que los barrios pobres y manglares de Recife habían sido su Sorbona. Tempranamente hizo del estudio y la búsqueda de soluciones al problema alimentario de los pobres de su país, y, luego, del mundo entero, el norte de sus anhelos humanistas.

En 1946 publicó su trabajo Geografía del hambre: El dilema brasileño: ¿Pan o acero?, en donde analizó exhaustivamente las causas y efectos del hambre en Brasil y sus diversas regiones, para concluir que la insatisfacción de esta necesidad era el producto de una conjugación de factores ligados al proceso histórico y el estilo de desarrollo adoptado por su país, en donde el abandono de la agricultura diversificada, en pos de un desarrollismo mercantilista industrial en el sur y un monocultivo latifundista de la caña de azúcar en el norte, estaban en la raíz del asunto. El hambre, concluyó, era consustancial, causa y efecto a la vez, del subdesarrollo, y fue quizás el primero en definir el subdesarrollo no como un desfasaje respecto al desarrollo o una ausencia de este, sino como un subproducto asociado al estilo de desarrollo, es decir, a la explotación económica colonial, primero, y neocolonial después. Dividió al país, según su geografía alimentaria, en cinco zonas: tres al norte: la amazonia, la selva del nordeste y la zona del llamado sertao del nordeste; una al centro o región de las mesetas; y la zona del sur, estableciendo que en las tres primeras más de la mitad de la población padecía de carencias alimentarias severas. Fue tal vez uno de los primeros en el mundo en llamar la atención, lo que después se convirtió en lugar común, no sólo sobre el hambre "fisiológica y absoluta", es decir, energética, la que convierte a sus víctimas en espectros vivientes, al estilo de los mártires de los campos de concentración nazi, con quienes se experimentó hasta con raciones por debajo de las 1000 kcal / día; sino también sobre las que llamó hambres específicas, vinculadas a carencias proteicas, vitamínicas y de minerales, de mucha más amplia difusión.

En 1951 amplió sus enfoques hasta el ámbito mundial y publicó su Geopolítica del hambre: Ensayo sobre los problemas alimentarios y demográficos del mundo, obra en la que demostró los estrechos vínculos entre la problemática alimentaria y la del crecimiento demográfico, en donde no es la sobrepoblación, al decir malthusiano, la causa del hambre, sino que lo contrario es mucho más valedero. Los pobres del mundo, como cualquier otra especie cuya sobrevivencia esté amenazada por el hambre, apuestan a su reproducción acelerada con miras a lograr la salvación de al menos ciertos miembros de su progenie. Esta obra le valió múltiples reconocimientos mundiales, y le despejó el camino para su posterior nombramiento como Presidente de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la alimentación, FAO, entre 1952 y 1956, organización que desde entonces, a nuestro parecer, se convirtió en vanguardia de la lucha mundial contra el hambre. Su Geopolítica sigue siendo referencia obligatoria para todo aquel que quiera ocuparse de esta vital problemática, desafortunadamente con absoluta vigencia.

A su salida de la FAO, fundó la Asociación Mundial de Lucha contra el Hambre, y se dedicó en Brasil al activismo político por los derechos de los trabajadores, particularmente por la defensa del salario mínimo, y los desposeídos brasileños. Resultó electo al parlamento brasileño entre 1955 y 1964, en las filas del Partido Trabalhista Brasileiro (posteriormente, y mediante la fusión con grupos cristianos de la Teología de la Liberación, este partido dará origen al Partido de los Trabajadores del actual Presidente Lula). Con el derrocamiento de Goulart, en 1964, salió al exilio y se convirtió en profesor de la Sorbona en París, cargo que ocupaba cuando lo sorprendió la muerte, debida a "la nostalgia (saudade) del exilio", según una declaración suya poco antes de fallecer.

No cabe duda de que Josué de Castro es uno de los precursores del pensamiento social latinoamericano contemporáneo, en donde los brasileños han llevado y siguen llevando la batuta. Con Josué de Castro aprendimos, desde nuestros años veinte, que sin la satisfacción de las necesidades alimentarias de la población más pobre no hay modo de satisfacer plenamente las necesidades restantes de ninguna otra porción de la población, pues la desnutrición, en su versión general o sus modalidades específicas, predispone a sus víctimas hacia comportamientos agudos y violentos que imposibilitan la conquista de cualquier seguridad duradera aun por quienes no padecen hambre. También nos ayudó a entender tempranamente que, pese a todas las injusticias cometidas contra nosotros los latinoamericanos por las potencias poderosas del globo, no es el enfrentamiento político contra estas, sino la lucha por nuestra propia transformación y satisfacción de nuestras necesidades, desde una perspectiva libertaria y amorosa, lo que debe constituir la brújula o guía de nuestros afanes.

Cecilio "Chío" Zubillaga Perera (Carora, 1887 - Carora, 1948)

Sin nada que ver con la asunción de roles de talla mundial de nuestro paladín anterior, pero, como intentaremos demostrarlo, con un impacto de no menor relieve sobre el proceso histórico latinoamericano de lucha por la libertad alimentaria, Chío Zubillaga, cuyo reconocimiento está pendiente aun en su país natal, Venezuela, eligió otra vía completamente distinta para dedicarse a enfrentar el azote del hambre de nuestros pobres.

Chío fue un autodidacta, al punto de que, después de abandonar los estudios de primaria, a los diez u once años, tras un castigo excesivo e injusto que recibió de su maestro, sólo aprobó este nivel educativo por una especie de libre escolaridad que le permitió el director de una escuela caroreña. En una Venezuela rural, que apenas estrenaba su rentismo petrolero, regida por militares andinos durante la casi totalidad de la primera mitad del siglo veinte, con una ideología mantuana dominante y un rígido sistema de clases sociales todavía demasiado impregnado por el régimen colonial de castas, en donde el grueso de bachilleres y doctores se disputaban los cargos de escribientes y discurseantes a la orden de los caudillos, y apenas la juventud universitaria de la Generación del ´28 empezaba a articular sus protestas contra un régimen social obsoleto, ¿qué podía hacer un joven provinciano huérfano de padre y sin oropeles académicos para darle un sentido digno a su vida y convertirse, como lo hizo, en faro de luces para las generaciones caroreñas del porvenir?

Todo comenzó con una desgracia familiar que Chío supo convertir en ocasión propicia para el agigantamiento espiritual. Su hermano mayor, Carlos, que a la sazón tenía quince años a la muerte de su padre, ocho más que él, en 1895, decidió irse al seminario, de donde egresó como sacerdote en 1903, e iniciar su ejercicio en Carora, en donde trabajó simultáneamente en una tesis doctoral: La iglesia y la civilización, que lo convierte luego, en 1905, en Doctor en Sagrada Teología de la Universidad Central de Venezuela. El erudito y sensible hermano predica y practica una doctrina cristiana que privilegia el compromiso con los humildes y se apropia del mensaje bíblico con absoluta e inédita seriedad, y Chío se convierte en su más devoto discípulo. La solidaridad social, la confianza en y el amor al prójimo, el respeto al trabajo como única fuente genuina de riqueza y del esfuerzo, la vocación de servicio y la lucidez como fuentes legítimas de poder, y la entrega al necesario cambio social, son algunos de los planteamientos centrales del hermano mayor, que marchan al compás de obras concretas como un hospital, que todavía funciona en Carora, una escuela para niños pobres y una nueva Iglesia. Todo esto termina por resultar excesivo e inaceptable para una jerarquía eclesiástica sumida en el conservadurismo y el ceremonialismo litúrgico a pedido de los poderosos. Contra Carlos se desata toda la indignación y la ira de un estamento religioso y político, que lo expulsa de su pueblo, lo sume en la desesperación y provoca su suicidio.

Tan trágicos resultaron los acontecimientos y visible la brutalidad del estatus que el pueblo se echó a llorar a las calles por su ejemplar sacerdote, y ni excusas, hipocresías u homenajes póstumos bastaron para ocultar la miseria de un régimen ideológico, político y económico que quedó al desnudo, y al que Chío, por el resto de su vida, no hará sino mirar y develar con los ojos y palabras de quien, imbuido de amor y sin gríngolas retóricas, percibe la obvia necesidad del cambio. Lo demás vino como por añadidura, pues pronto algunos editores de diarios regionales, entre quienes destacó José Herrera Oropeza, fundador de El Diario de Carora,
fueron capaces de descubrir su vergüenza y su talento. Chío hizo del periodismo una tribuna para dedicarse infatigablemente a la defensa de los desposeídos frente a los abusos de los latifundistas y tiranos de la Venezuela gomecista y sus remanentes, con una atención prioritaria a los temas agrícolas y alimentarios, y con un enfoque práctico de factura conjuntamente cristiana, bolivariana y socialista.

Tanto a través de periódicos de Carora, Barquisimeto y Caracas, como mediante tertulias en sus casas en el campo y la pequeña ciudad, y a través de tutorías informales de numerosos jóvenes que acuden a él por sus consejos, Chío desarrolló un apostolado cuya impronta todavía es perceptible en quienes descendemos de aquellos que sí lo conocieron, en los caroreños en general, y con irradiaciones crecientes hacia todos los venezolanos y latinoamericanos. Entre los numerosos temas que ocuparon su atención y fueron contenido de miles de artículos, los relacionados con la defensa del campesinado y el derecho de los humildes a la alimentación constituyen una columna vertebral. Sus cruzadas contra el alcoholismo y su apoyo encubierto por los gobiernos de turno, por la defensa del acceso al maíz como fuente primordial de carbohidratos de los pobres, por la calidad y cantidad de alimentos en los comedores escolares, contra la especulación y las roscas encarecedoras de los precios de los alimentos, contra las restricciones y prohibiciones a la crianza de chivos, por el libre acceso de los agricultores al agua del Morere, por el abaratamiento de la leche y la carne de res, por la industrialización in situ de los productos agrícolas, contra el latifundismo, la cultura de la "terrofagia" y el uso abusivo del alambre de púas en los campos, por el financiamiento y el apoyo técnico a los agricultores y campesinos, por la indispensable reforma agraria, por la construcción de carreteras y vías de penetración hacia el campo, por la defensa del salario de los campesinos y obreros, por la construcción de viviendas populares y núcleos poblados dignos en el campo, y muchos temas más, son el testimonio de quien supo ver desprejuiciadamente lo que resaltaba en Venezuela. Un país que a la muerte de Chío, todavía, pese a sus ínfulas dizque capitalistas, modernas y cosmopolitas, tenía un 75% de población rural, las más de las veces sumida en el hambre y el analfabetismo.

Cristiano de pura cepa, socialista de corazón, bolivariano y devoto de las más elevadas figuras patrias, tanto latinoamericanas como nacionales y locales, valiente aunque no temerario ni insolente ante ricos, famosos y poderosos, pero jamás sectario ni partidario de la lucha de clases fratricida, siempre hizo suya la frase de Rodó de que "la enemistad por cuestión de ideas es cosa de fanáticos, de fanáticos que creen y de fanáticos que niegan". Su enfoque, sin que jamás empleara estos vocablos, fue profundamente transdisciplinario o centrado en los problemas y en la lucha por transformar capacidades, satisfacer necesidades y alcanzar libertades, siempre bajo la hégida de un amor arrasador que todavía impregna a quienes indirectamente hemos podido sorber de sus néctares.

Su espíritu, cual el de Atenea o Minerva, aun se siente en el occidente venezolano, concentrado en su natal Carora, en donde hacen legión los científicos, profesionales, escritores, empresarios, gerentes, artistas, historiadores, humanistas, periodistas, trabajadores obreros y campesinos, mujeres, políticos y quien sabe qué más, imbuidos de sus sencillos mensajes y su ética imperecedera. Después de Chío, lo más parecido a un Sócrates tropical de que hayamos tenido noticia cercana, aunque sus Diálogos resten por escribirse y aplicarse, ningún caroreño, y ojalá que pronto ningún venezolano o hasta latinoamericano, tiene el derecho de extraviarse en la vida y decir que no sabía por donde quedaba el camino de la justicia, el amor y el cambio social auténtico.

Lo demás
, si es que queremos edificar sobre bases sólidas una América Latina en donde las necesidades alimentarias y el desarrollo agrícola siguen erguidos como obstáculos a una modernización real, en la ruta hacia las sociedades del futuro, son desafíos por asumir ... De allí que, cuando menos ante la tumba virtual de Chío Zubillaga, Transformanueca no vacile en depositar sus más preciadas flores.

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