viernes, 19 de febrero de 2010

Paladines de la lucha por la libertad alimentaria latinoamericana (III): Mario Oropeza Riera


Mario Oropeza Riera (Carora, Lara, Venezuela, 1926 - Quíbor, Lara, 2010)

Tan escasos son los empresarios en América Latina que a menudo se les confunde con comerciantes, latifundistas, patronos, burgueses, godos, avaros y chupasangres. En el contexto de una modernidad más que chucuta, y bajo la influencia de un izquierdismo caletrero cuya memoria pareciera saturarse con la primera página del Manifiesto del Partido Comunista, escrito por el joven Marx hace más de 160 años, en nuestro subcontinente se les suele endilgar a los verdaderos empresarios los rasgos de sus antípodas.

Mientras que el comerciante se afana por comprar mercancias baratas para venderlas caras y percibir una ganancia inmediata, el empresario invierte inteligentemente para generar un retorno a largo plazo. Si para el latifundista las grandes extensiones de tierra incultivada son la fuente primordial de la riqueza, para el empresario lo es el conocimiento propio y de sus colaboradores, tanto socios, como gerentes y trabajadores profesionalizados. Donde el patrono ve oportunidades de explotación bruta de una fuerza de trabajo subpagada, el empresario ve modos inteligentes de agregación de valor mediante el trabajo motivado y bien remunerado en equipo. Si el burgués es una criatura de origen medieval, cuando en los burgos campeaba el poder dogmático de la Iglesia, que evoluciona junto al mercantilismo, el empresario es una especie de origen moderno, estrictamente conformada al calor de la ciencia, la tecnología, la democracia y la Revolución Industrial capitalista. Mientras que los godos se solazan en la supuesta superioridad del color de sus pieles rosadas, que gustan de llamar blancas, y se refugian en la aureola de sus apellidos, los empresarios no entienden de distingos epidermicos ni de abolengos, sino que aprecian a las personas por sus valores y logros, y por las sustancias grises de sus cerebros. Frente al avaro, sus obsesiones contables y su panoplia de mezquindades, el empresario suele ser un visionario social y cultiva la generosidad y aun la magnanimidad, no por mero altruísmo, sino porque bien sabe que su seguridad, bienestar y progreso dependen del de los demás. De allí que, en lugar de chupar la sangre del prójimo, el empresario apuesta a elevar la calidad de vida de todos en un esfuerzo de ganar-ganar. Un empresario es a un burgués lo que un delfín a un tiburón, es decir, una clase de animal completamente diferente, aunque quienes sólo han visto escualos crean que el delfín o tonina es uno de ellos; no es un santo, pero tampoco el demonio que suponen quienes lo desconocen.

Hasta bien entrado el siglo XX, en Latinoamérica, a más de cien años de iniciada la transformación moderna europea y más de cincuenta la estadounidense, prácticamente no había empresarios. Hacia los años veinte y treinta, y sobre todo luego, cuando las grandes potencias se entregaron a la contienda bélica mundial y nos dejaron hacer más, en Brasil, Argentina, México, Colombia, y en menor medida otros países, tímidamente aparecen los primeros verdaderos emprendedores modernos. En Venezuela, sobre todo debido a la adicción al rentismo petrolero, en donde más vale un contrato estatal en mano o una importación protegida que una empresa productiva, los empresarios han sido un ave particularmente rara. De los pocos que hemos podido ver de cerca, el coterráneo chico, o sea, el caroreño, Mario Oropeza Riera es uno de sus ejemplares más conspicuos, por cierto siempre consagrado al ámbito alimentario y agropecuario. Y de allí que cuando nos enteráramos de su reciente y vil asesinato preterintencionado -como dirían los abogados-, justo después de que nos había dejado boquiabiertos la campaña televisiva del gobierno contra los empresarios privados en general, y cuando nos hallábamos en Transformanueca dedicados a una subserie sobre la problemática alimentaria latinoamericana, decidimos alterar nuestra programación para introducir un sentido paréntesis luctuoso dedicado a cuatro paladines de la lucha por nuestra libertad alimentaria, de los cuales los dos últimos han fallecido en lo poco que va de 2010.

Mario Oropeza Riera perteneció a la generación de quienes, mundialmente hablando, se batieron directa o ideológicamente contra el fascismo hitleriano o mussolinesco, al que en América Latina pronto se identificó, por supuesto que con bastante imprecisión, con nuestras oxidadas dictaduras militares. En el caso venezolano,
estos hermanos menores de la Generación venezolana del ´28, y por tanto camada crecida en los treinta y cuarenta, es decir, la generación de nuestros padres, se inspiraron en los valores de la democracia, la libertad y la modernización, un poco en la onda de los estudiantes rebeldes contra las dictadura gomecista, pero con la diferencia notoria de que pronto se hallaron envueltos en la dinámica de la Guerra Fría y la mayoría tomó partido por el bando estadounidense frente al ruso. Esta adhesión, no obstante, no llegó a cuajar como un proyecto nacional distinto, puesto que se mantuvieron afiliados al mismo proyecto antidictatorial y nacionalista de sus predecesores, lo cual les dejó energías para abordar un amplio conjunto de iniciativas empresariales e innovadoras.

Cursó estudios de Zootecnia en los Estados Unidos, en la segunda mitad de los cuarenta, y regresó para encargarse de Sicarigua, una de las clásicas haciendas caroreñas, con asideros coloniales y patrióticos -pues, con el nombre de Ciénaga de la Cabra, perteneció nada menos que al héroe independendista, también caroreño, Jacinto Lara-. En Sicarigua se encontró, como otros de los suyos, con los resultados empíricos de una serie de experimentos ganaderos, ya en el ramo de la carne, con la adaptación local del ganado de raza Brahman o cebú procedente de la India, ya en el lechero, con interesantes cruces genéticos entre la raza pardo suiza y el llamado ganado criollo amarillo de Quebrada Arriba. Con la mesa servida para optar por una clásica carrera ganadera goda, al estilo de sus antepasados, nuestro personaje decidió, no obstante, lanzarse por una vía mucho más empinada y exigente. Fue así que, desde la asunción de sus responsabilidades de novel hacendado, se dispuso a emplear a fondo sus conocimientos zootécnicos y crear una base científica de datos sobre las características genéticas de sus reses, con miras a resolver el problema de los múltiples saltos atrás que mostraban, sobre todo, sus bovinos de leche, con las temidas regresiones hacia el pelo largo oscuro del ganado pardo suizo europeo.

Esa base de datos, junto a los aportes de otros productores innovadores, constituyó el punto de partida para la creación, en 1960, del inédito Centro de Inseminación Artificial Carora, CIAC, con sede en su hacienda pero abierto a múltiples usuarios de todo el país y de países hermanos. Desde entonces, este Centro pionero de la inseminación artificial en Venezuela se ha dedicado, sin fines de lucro, a promover la mejora de la calidad del rebaño lechero venezolano, por vía de contribuir a la potenciación de la productividad de las vacas (cuya prole, a menudo, logra duplicar y hasta triplicar la productividad de sus madres, pasando de menos de 4 litros / día, que es el promedio nacional, a más de 10 litros / día y, en generaciones sucesivas, hasta el orden de 15 litros / día ó más), con plena adaptación climática a las rudas condiciones tropicales, gracias al pelo corto y blanco que cubre totalmente la piel negra de las reses. Esta innovación tecnológica alimentaria, previa asociación estratégica con académicos nacionales y extranjeros, en donde se han destacado, entre otros, el Dr. Ramírez Avendaño, de la Universidad Central de Venezuela, y el Dr. Franco Cerutti, de la Universidad italiana de Milán, ha permitido el desarrollo de una nueva raza ganadera, la raza Carora, que ha cosechado numerosos elogios de la FAO y otros organismos internacionales.

Desde 1979, impulsada también por Mario Oropeza y sus colegas o descendientes, la Asociación Venezolana de Criadores de Ganado Carora, ASOCRICA, se ha convertido en la principal referencia para el mejoramiento genético y el desarrollo de la ganadería de leche en el país, con altos estándares tecnológicos y núcleos en Oriente, Sur del lago, Centro-Occidente, Táchira y Costa Nororiental del Lago. No cabe duda de que si Venezuela, lejos de proseguir por el camino de la fobia infantil contra los empresarios privados, se abocara a sacar provecho de estas trascendentales innovaciones, bien podría dar un salto cuántico en la ruta hacia su libertad alimentaria. En el presente, Venezuela, con más de un 10% subnutrido de su población, posee la misma producción lechera nacional per cápita del año 1954, y se ve obligada, para mantener su consumo per cápita de aprox. 81 litros / persona x año, a importar cerca de la mitad de su consumo. Esta riesgosa y nada sustentable importación, que sólo se mantiene gracias a la perecedera renta petrolera y a los repartos providenciales de Mercal, se elevaría,
si se acogiese a la recomendación de la FAO de 150 litros / persona x año, hasta un 70% del consumo nacional.

Como genuino empresario moderno, Mario Oropeza también impulsó la capacitación y el bienestar de sus trabajadores, quienes espontáneamente rentaron varios autobuses para acudir a su llorado entierro hace unos días; promovió políticas de mantenimiento y estándares de excelencia en la producción, que se expresan en la alta calidad de las leches caroreñas; cultivó relaciones con investigadores de universidades y centros avanzados del conocimiento agropecuario; ejerció el liderazgo ganadero regional y nacional, y promovió la Asociación de Ganaderos de Occidente, o "Ganadera", con un brazo cooperativo, GADECA, dedicado al abaratamiento de insumos de los productores agropecuarios mediante importaciones directas desde múltiples países. Fue impulsor, en el ramo de la ganadería de carne, del empleo y adaptación de la raza cebú, y, en el rubro agrícola, del eficiente sistema de cultivo de la caña por goteo, que le permitió alcanzar las más elevadas productividades nacionales. Promovió la integración productiva aguas abajo, a través de un moderno matadero industrial en Barquisimeto, y, con sus hijos y otros socios, de la empresa Convelac, dedicada a la pasteurización, homogeneización y esterilización de leche del ganado Carora, con calidad de exportación. En el plano de las soluciones financieras, para reducir los costos del capital, impulsó, con colegas, el Banco de Lara. Y tuvo la agudeza de transferir a sus hijos, sin abandonar sus dedicaciones directas al trabajo, las responsabilidades de gestión de los componentes lechero, cárnico y agrícola de su hacienda Sicarigua, asegurando la continuidad de la empresa.
El día de su secuestro y muerte, a los 83 años, se hallaba acompañado de su chofer y de una joven ingeniera industrial, en labores de inspección de los sistemas de seguridad industrial sicarigüenses.

En el plano extraproductivo, supo cosechar amistades y brindar consejo y apoyos diversos a innumerables caroreños; cultivó relaciones con, y brindó respaldos a, intelectuales y artistas regionales y nacionales. Auspició, de su bolsillo, investigaciones sobre la cultura de las poblaciones prehispánicas residentes en la región, que cada día más prometen cambiar la faz de la comprensión de nuestras sociedades indígenas, y contribuyó, con el apoyo del Museo de Quíbor, a la fundación del promisorio Museo de Sicarigua. Participó, en fin, del ejercicio de un genuino ADN empresarial, sin el cual resulta impensable la edificación de una sociedad moderna, en la ruta sólida y no retórica hacia la inevitable superación de toda modernidad.

No tuvimos, salvo alguno que otro encuentro fortuito, la ocasión de frecuentarlo, pero sí de profesarle transitivamente, a través de nuestro fallecido padre, su contemporáneo y amigo, el más caro afecto y admiración. Vaya hasta el basurero físico en donde se hallaron sus restos, ahora convertido
, en esta Venezuela de tantos símbolos inversos, en altar de la dignidad empresarial y humana, la ciberflor que le envía Transformanueca, extensiva a sus hijos y demás continuadores de su labor tesonera. Sobre todo a Mario José, Javier y Chucho, a quienes he tenido el gusto de conocer, y también a su sobrino político, y hermano mío de vida, Cécil, y a tantos otros, quizás casi todos, caroreños queridos y hoy enlutados. Nos toca ahora lavar, primero con lágrimas, pero luego con la esforzada imitación de sus ejemplos, el polvo circunstancial en donde la barbarie y la ignorancia quisieron sepultarlo.

4 comentarios:

  1. Este gran señor fue mi tío. Primo hermano de mi padre,desde pequeña le llamé Tío. No solo le llamé tío, le quise como tal. Fue un ser excepcional de un sentimiento puro y especial. No se conoció la palabra egoista en su persona. El nos cautivó desde pequeños con su sentimiento paternal con que un padre quiere a un hijo, pero en este caso fue un tío que compartió ese timido amor con sus sobrinos y todo aquel que lo conoció.
    Me siento orgullosa de él, murió con las botas puestas, trabajando por el país y con la frente en alto. El se ganó mi admiración y cariño desde que nací. Gracias por darme la oportunidad de compartir contigo y tu familia tantos momentos bonitos y de enseñanza. Enseñaste a trabajar y a cosechar la vida... Ahora recoges el amor que cultivaste. Dios te bendiga

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  2. No soy un asiduo lector del blog, pero quisiera hacer algunos comentarios sobre Ricardo Zuloaga, tal vez el pionero de los grandes emprendedores-empresarios de nuestro país. A finales del siglo XIX la iluminación en las ciudades se hacía a través del sistema de gas, ya que aunque Edison había inventado la lámpara incandescente en 1879, la corriente eléctrica no alcanzaba a llegar sino a distancias muy cortas, por lo que su uso estaba muy limitado. En 1891, Zuloaga, graduado de ingeniero unos pocos años antes en nuestra hoy UCV, leyó un artículo científico donde se reportaban unos experimentos exitosos en Alemania para transportar la electricidad a largas distancias usando la corriente alterna. Zuloaga soñó y se imaginó que se podían aprovechar las caídas del Río Guaire en un sitio conocido como el Encantado, aguas abajo de Petare, para generar la electricidad y con esa tecnología recién descubierta, trasportarla unos 17 km para distribuirla en la ciudad de Caracas. Esta idea, que parecía una fantasía, obra de la mente de un lunático, si nos ubicamos en la Venezuela atrasada y empobrecida de ese entonces, fue llevada a la práctica en una ambiciosa empresa por este joven ingeniero, de familia humilde y con escasos recursos económicos. La colosal empresa se inicia con su viaje a Europa para estudiar a fondo el problema de la electricidad y culmina seis años después, en 1897, venciendo numerosísimas dificultades, con la inauguración de la Planta de El Encantado y de la Compañía La Electricidad de Caracas. Es de imaginar los grandes tropiezos de todo tipo que hubo que vencer, desde el transporte de materiales y maquinarias, y la construcción propia de la planta, hasta la consecución de los recursos económicos (inversionistas) para crear una empresa que explotaría una industria casi desconocida en el mundo. Se le debe también a Ricardo Zuloaga, la construcción del dique o presa de Petaquire sobre el Río Mamo, la segunda presa construida en nuestro país, inaugurada en 1929 (la primera fue la presa de Caujarao en el Estado Falcón. Esta presa fue la primera que se hizo en Suramérica con relleno hidráulico y hoy en día todavía sigue funcionando surtiendo con sus aguas al acueducto de Maiquetía. La historia detallada de estos grandes proyectos de ingeniería, con todos sus retos y dificultades, se encuentra descrita en la biografía de Ricardo Zuloaga escrita por Juan Rohl en 1963. En esta historia de Ricardo Zuloaga yace una gran enseñanza sobre lo que es capaz de hacer un emprendedor y la empresa privada para contribuir al desarrollo del país.

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  3. Gracias, Tania, por tus sentidas palabras, que te aseguro en lo esencial coinciden con la imagen que, desde una perspectiva muy distinta, la de un amigo de muchos años, me transmitió mi difunto padre. Me contaba que Mario Oropeza estuvo siempre dispuesto a escucharlo y darle consejo, como si fuese un hermano mayor, en torno a asuntos diversos relacionados con el desarrollo ganadero y agrícola de sus empresas (de mi padre), y hasta en torno a muchas otras cuestiones desde personales hasta sociales. Fue, por ejemplo, uno de sus pocos apoyos cuando un sindicato campesino, liderado por un personero de Acción Democrática, se empeñó en sabotear, y logró por fin obligarlo a renunciar a, su proyecto de una finca ganadera en Barranquilla, cerca de Carora. Hasta el sol de hoy no he conocido ni un sólo relato, en un pueblo en donde, para bien o para mal, todo se sabe y comenta, que hable de la mezquindad o insensibilidad social o empresarial de Mario Oropeza, y de allí, de todas estas vivencias, que decidiera rendirle este modesto homenaje desde mi más allá de lo modesto blog. Podría haber aquí otros artículos que te interesen, no dejes de echarles una ojeada. Sinceramente, E.R.Y.

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  4. Apreciado José Luis: Gracias por tus comentarios acerca de uno de los más importantes verdaderos empresarios, y quizás cronológicamente el primero, que ha tenido nuestro país. Soy también un admirador de la vida y obra de Ricardo Zuloaga, y lamento que estas, como las de Eugenio Mendoza, Alejandro Hernández, Angel Cervini, Roberto Salas Capriles, Luis Caballero Mejías, Hans Neumann y algunos otros, sean tan poco conocidas en nuestro país. Todo ocurre como si se hubiesen confabulado las limitaciones de cierta izquierda, que al oír de empresas y empresarios capitalistas empieza a persignarse como quien siente demonios, y de cierta derecha insensible socialmente que quiere ocultar bajo el manto de estos progresistas patriotas a la cáfila de especuladores mercantilistas, y dispuestos a sacrificar el interés nacional al mejor postor y en la primera vuelta de la esquina, que tanto han abundado en nuestro país. En algún momento, más a fondo cuando nos alcance el tiempo, y más introductoriamente en cualquier rato aquí en el blog, volveremos sobre este importante asunto. Mientras en el país no entendamos lo que ya queda claro en la segunda página del Manifiesto del Partido Comunista, mucho más en la obra completa del Marx maduro, y requetemuchísimo más en las experiencias -rusa, china, cubana, vietnamita, etc.- transcurridas en el siglo y medio desde su desaparición, a saber, que el capitalismo desempeña un papel revolucionario en la transformación de las sociedades feudales y mercantilistas, sin la cual es absolutamente impensable cualquier proyecto socialista o que se le parezca, seguiremos jugando a hacer historia, perdiendo el tiempo, dejando de atender el fondo de nuestras necesidades y rezagándonos incluso a buena parte de América Latina que cada día entiende más esta premisa. Espero verte algún otro día de visita por aquí por el blog, que, demás está decirte, está especialmente dirigido a profesionales, intelectuales, ciudadanos corrientes, etc., socialmente sensibles como tú. Saludos, Edgar.

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