viernes, 16 de abril de 2010

Transformanueca en revisión (II): ¿Mea culpa tecnológico?



No sería muy exagerado afirmar que los primeros veinte años (1950-1970) de mi vida los pasé esencialmente dedicado a adquirir conocimientos científicos y cierta cultura para contribuir, como ciudadano e ingeniero químico, al desarrollo de mi país y, especialmente, a un desarrollo petroquímico que permitiera incrementar la productividad agrícola -vía fertilizantes- y con ello atender las necesidades alimentarias de la población. Tenía ya prácticamente terminada la carrera académica, y montado un laboratorio personal de química, con algunos cientos de equipos y miles de reactivos, cuando descubrí que los planes, tanto del gobierno como de la industria petrolera, eran muy distintos: adquirir plantas llave en mano ("El Tablazo marca el paso..."), instalarlas a los trancazos para hacer propaganda con la inauguración de las obras, y hacer negocios con las contrataciones, uno, y obtener ganancias fáciles con la exportación de petróleo crudo, la otra. Desbordado de indignación -o quien sabe si incapaz de entender los juegos del país, demasiado alejados de los míos-, pero quedándome para siempre con las pasiones básicas entonces activadas: la ciencia, la literatura, el arte, la fotografía, los viajes, la amistad, el amor, la naturaleza (todas las cuales han ido dejando su secuela de expresiones o huellas tangibles e intangibles diversas, aunque muchas de ellas, como los diarios personales o el laboratorio de química, que la DISIP se empeñó en declarar herramienta terrorista -y cuyas pequeñas historias creo haber comentado antes-, se extraviaron el camino...), decidí dedicarme a la política para ayudar a corregir semejante orden de cosas.

Los segundos veinte años (1970-1990), o sea, la segunda cuarta parte probable
(pues uno nunca sabe...) de mi vida, los dediqué principalmente a actividades sociales y políticas. Dirigí un movimiento universitario (la Liga de Estudiantes / Hacia la Toma del Porvenir); contribuí decisivamente, como mano derecha de Alfredo Maneiro, a la construcción de un partido político (La Causa R); luego, con Jorge Giordani, Edgar Paredes Pisani, Luis Alvaray, Christian Burgazzi y otros, de un movimiento profesional (el Movimiento Profesional Antonio José de Sucre, MPS, a nivel de ingenieros y afines); y, más tarde, junto a Carlos Blanco, Rigoberto Lanz, Alí Rodríguez y otros, intenté, sin éxito, pues pronto me sentí solo en el empeño, fundar otro partido político. También trabajé en, o dirigí, varias publicaciones, que acompañaron esos esfuerzos: La Causa R, Prag, el Boletín del MPS, la revista Ahora... También aprendí a ganarme la vida con el oficio de analista de información documental, al que escogí por que me permitía estudiar y seguir aprendiendo sobre la problemática de la educación, la ciencia y la tecnología, e hice los abstracts (resúmenes analíticos) de un par de decenas de miles de artículos de revistas y libros. De esos años me quedó, aparte de la experiencia de levantar una familia y un par de hijos, de las huellas de aquellas actividades a las que llamé pasiones básicas -con sus respectivos archivos, bibliotecas, ficheros y afines-, y también de las cicatrices de un generoso y surtido racimo de expulsiones, un cuerpo de ideas propias y no académicas, volcadas en manuscritos personales y/o divulgadas en talleres, foros,seminarios y publicaciones menores, aunque nunca seriamente publicadas, acerca de la naturaleza del desarrollo de las capacidades productivas y educativas, y una visión de las dinámicas de los movimientos sociales y políticos. Claro que, en el plano propiamente político, indirecta o parcialmente contribuí a algunos logros: la organización de la Causa R, de donde emergió luego el partido Patria Para Todos, ciertos logros del MPS en el Colegio de Ingenieros de Guayana (con la paralización de la despiadada construcción de la represa de Guri, por el consorcio Brasvén, en donde murieron decenas de tabajadores en condiciones harto inseguras, como el logro más importante) y su apoyo crucial a las gestiones de Andrés Velázquez en Bolívar, y hasta la emergencia de Chávez y el chavismo (pues las relaciones con el sector militar se iniciaron por aquella época, y el propio presidente ha reconocido a Alfredo Maneiro como uno de sus principales mentores...) tienen mucho que ver con esos esfuerzos. Pero, no obstante, entre mediados y fines de los ochenta, sentí que el mundo de la política venezolana tendía a convertirse, cargado de intereses que lo bastardean (en la acepción negativa de este vocablo), en un fin en sí mismo, desvinculado de la atención a las necesidades de la gente, y dejó de interesarme como actividad primordial. Decidí entonces, junto con Maricarmen Padrón, con quien también me casé en segundas nupcias, fundar un pequeño centro de investigación sin fines de lucro y sin subsidio alguno público o privado (pero sí hepático para quienes hemos estado en él...) al que decidimos llamar Centro de Transformación Sociotecnológica (FORMA), dedicado a impulsar un desarrollo de capacidades tecnológicas con ética e inspiración social (de allí lo de Transformación Sociotecnológica), al que todavía, aunque sin ella, dirijo.

La que posiblemente se convierta en la tercera cuarta parte de mi existencia (1990-2010) ha transcurrido entre la dedicación a un conjunto de más de cien proyectos, que apuntaron al desarrollo de capacidades tecnológicas y de formación de personal técnico y tecnológico, entre ellos algunos dedicados a impulsar la formación de ingenieros de procesos petroquímicos en INTEVEP, de personal siderúrgico y metalúrgico en las empresas básicas de Guayana, en el sector eléctrico, en la industria metalmecánica, en el ámbito ambiental de la meteorología, la climatología y la hidrología; la continuación de las investigaciones sobre la transformación de nuestras sociedades, junto al seguimento acucioso del acontecer político latinoamericano, y el empeño, fallido hasta ahora, por comprarle a la vida aunque fuese un par de años para publicar y dar a conocer los resultados de tantos estudios y experiencias; y, muy recientemente, con la dedicación a Transformanueca. Sin embargo, la inflación rampante y producto de la desconfianza de los actores económicos en el futuro, la extendida incomprensión de la importancia del conocimiento en las sociedades modernas, las discontinuidades en los proyectos públicos,
el inmediatismo mercantilista de las empresas, y, quizás sobre todo, la corrupción desatada en el país, con un tráfico de comisiones (sin las cuales a menudo es imposible hasta cobrar los proyectos ejecutados para el sector público) que asfixia casi todos los esfuerzos de atención real a los problemas, han conspirado exitosamente para que, otra vez, los resultados sólo puedan verse de manera magra e indirecta: algunos miles de profesionales, técnicos y empresarios que han asistido a los cursos de FORMA, diseños de sistemas diversos, contribución a los planes estrategicoides (pues con la extrema incertidumbre reinante nada puede ser realmente estratégico en Venezuela) de numerosas pequeñas y medianas empresas e instituciones, y, de nuevo, bibliotecas, archivos, y miles de páginas, fichas y documentos diversos escritos (así como de fotografías, etc.), a la espera de una oportunidad para ser divulgados (o esperando su turno para ir a parar a quien sabe qué basurero, derrumbe sísmico o incendio...). Transformanueca ha venido a ser una especie de espita o válvula de escape de estas ideas acumuladas, pero he aquí que, apenas en su primer año, ya comienza a padecer del síndrome de la incomprensión y abandono externo al que pareciera condenado cualquier intento serio de transformación del país, o, como mínimo, cualquiera de los emprendidos por quien suscribe.

Para efectos prácticos, Venezuela se comporta como un área rural en la que ha aparecido una mina de petróleo, o como un colegio en el que se tumban piñatas todos los días: ni los productores quieren trabajar, puro pensando en las preciadas pepitas, menas o dólares de la mina, ni los muchachos quieren estudiar o aprender puro pensando en las golosinas de las piñatas. Quienes proponen algo distinto al reparto de unas u otras poco a poco terminan siendo vistos como raros, acomplejados o enfermos, y no pocas veces como los enemigos a aplastar. Todo ocurre como si el país padeciese una incurable adicción a las palancas, movidas, rebusques, bullas y chanchullos que genera la renta petrolera, ante la cual sucumben todos los esfuerzos de prédica o de acción que apunten en sentido contrario.

Cuando me senté a escribir el artículo estaba pensando en Transformanueca y su futuro, pero en algún momento -¿será que hay algún virus autobiográfico que me ataca en torno a los aniversarios...?- empecé a hablar no del blog sino del supuesto bloguero y su futuro, y a veces confieso que no logro distinguir bien donde termino yo y donde empiezan mis empeños por difundir y aplicar ideas... Espero que estas reflexiones no contribuyan, o a lo mejor sí va a ser así, a cocer más la que quizás sea ya una colección de ladrillos... (Como ven, las reflexiones y cosas por aquí no han estado precisamente color de rosa, pero por lo visto no hay más remedio cuando cumple años el blog y el tal bloguero está casi presto a iniciar su probable última cuarta parte de residencia en este compungido planeta...).

No hay comentarios:

Publicar un comentario