viernes, 2 de abril de 2010

Sobre sexo, reproducción, familia y pareja en América Latina

Compartimos la apreciación, tantas veces formulada, desde perspectivas sociológicas y antropológicas hasta religiosas y filosóficas, de que la familia es a la sociedad lo que la célula al organismo individual. Mientras que el individuo solo no puede reproducirse biológica y mucho menos culturalmente, en la familia eso es exactamente lo que tiene lugar. La familia es una suerte de microsociedad o sociedad en miniatura, en donde se conforman primariamente las capacidades de los hijos y se ejercitan cotidianamente las de los padres, se libran luchas por satisfacer las necesidades y conquistar las libertades, y, quizás sobre todo, es allí donde se refuerzan, inhiben o distorsionan los valores fundamentales de la identidad humana. Hay evidencias de mucho peso, como las acumuladas por el Proyecto Cero de Harvard, que sugieren que cuando el niño entra a la escuela ya lleva consigo, adquirida en la familia, la concepción esencial del mundo que le acompañará toda su vida. Según esto, la política, en buena porción, se desenvolvería asegurando los apoyos, provocando los rechazos o superando los conflictos de ese niño preescolar que todos llevamos dentro.

A la hora, sin embargo, de plantear los mecanismos de estructuración, fortalecimiento o defensa de la familia, nos permitiremos disentir de buena parte de las teorías y propuestas establecidas, que nos parece tienden a enfatizar factores externos tales como los legales, los económicos o los religiosos. Sin descartar la gran importancia de estos, nos luce, quizás influidos por estudiosos de esta problemática como nuestro amigo Manuel Barroso, autor de La experiencia de ser familia, que tales factores, al menos en las sociedades modernas o con intenciones de serlo, actúan principalmente a través de una especie de núcleo interno, la pareja, que contiene, profundizando la metáfora celular, la carga o definición genética de la familia. Una familia sana es, a nuestro entender y en mucha mayor medida que a la inversa, la puesta en escena del proyecto vital de una pareja sana. La pareja, incluso si no es del tipo convencional heterosexual, es quien concibe, orienta, dirige, organiza y provee los recursos materiales y las conductas culturales que permitirán la crianza y socialización de los hijos propios, adoptados o heredados de relaciones anteriores. Si tuviésemos razón, entonces, buena parte de las estrategias sociales para recomponer la familia, y particularmente la familia latinoamericana, tendrían que enfatizar lo que con frecuencia es dejado de lado: el reforzamiento de la pareja, desde donde se ejercen o emanan, por decirlo de algún modo, las fuerzas y energías, a las que, en sentido amplio, estamos llamando sexuales, llamadas a asegurar nuestra identidad humana.

Una pareja capaz de asegurar su sustento y con una sana relación sexual y amorosa es el pilar fundamental sobre el cual puede erigirse una familia, un hogar, un conjunto de grupos e instituciones, y, por ende, una sociedad moderna sana. Mientras que las sociedades occidentales medias quisieron reemplazar esta pareja intrínsecamente amorosa por una familia unida desde fuera por los mandatos de Dios y sus representantes terrestres, con empoderamiento de un lugarteniente interno, el pater familiae, sus sucesoras, las sociedades occidentales modernas, están queriendo hacer de la atracción entre figuras físicas en busca de placeres mutuos el soporte de la familia y las instituciones, y cada una ha conducido a desviaciones distintas respecto de la senda de la restauración de nuestra identidad antropológica.

Si unas, al pretender proscribir el sexo y el placer, convierten a estas fuerzas en enemigas de un crecimiento planificado, las otras, al exaltarlas al margen de su esencia amorosa, pretenden hacer de la familia un centro de reforzamiento del desamor y la insensibilidad social. En ambos casos, el sexo, lejos de actuar como fuerza cohesionadora e integradora, se convierte en fuerza disruptiva y degenerativa. Si las familias clásicas y saturadas de normas, prohibiciones y obligaciones son una incitación a tener placeres e hijos fuera del matrimonio, y una causa indirecta de proliferación de madres solteras, no pocas veces adolescentes y aun niñas, prostitución forzada, abortos improvisados, etc., las familias nucleares modernas, articuladas al calor de atracciones cosméticas y crecidas en medio del egoísmo y el hedonismo reinantes, son un criadero de conductas indiferentes, cuyos vínculos muchas veces se disuelven apenas llegada la adolescencia de los hijos. Si la represión psicológica y física de unas ha sido descrita, por ejemplo, en las primeras películas de Carlos Saura (Ana y los lobos, La prima Angélica, Cría Cuervos,...), en donde quedan al desnudo las hipocresías de la sacrosanta familia franquista, o en ciertas películas de Bergman (Fanny y Alexander, Sonata otoñal, ...), que desenmascaran la familia puritana nórdica, las limitaciones de la familia materialista moderna han sido reveladas en múltiples filmes europeos y estadounidenses, entre los que se nos vienen a la mente Sexo, mentiras y video, de Steven Soderbergh, o Belleza americana, de Sam Mendes.

Para colmo, en nuestro caso latinoamericano, estas variantes de la familia patriarcal nuclear de tipo europeo han venido a reemplazar, casi por la fuerza, la estructura familiar de tipo bien matriarcal (con hegemonía del rol materno) o matrístico (en el sentido propuesto por Maturana y otros, con autoridad compartida por roles masculinos y femeninos) de nuestras poblaciones preibéricas, por lo cual el modelo nunca ha tenido plena aceptación, entre nuestros sectores populares sobre todo, y ello ha contribuido no poco, junto a la falta de empleos e ingresos familiares estables, a debilitar la estructura familiar de las sociedades latinoamericanas.

Prácticamente todo lo que hemos venido analizando y diciendo en este blog, a propósito de las sociedades latinoamericanas, podría particularizarse y expresarse desde el punto de vista de la familia latinoamericana, junto a su núcleo, la pareja latinoamericana. Nuestros ancestrales anhelos de constituirnos en una sociedad integrada y amorosa y dejar atrás las realidades de la exclusión y la discriminación, nuestras luchas por satisfacer nuestras necesidades y conquistar nuestras libertades desde alimentarias y sexuales hasta de autorrealización y armonía, los desafíos por transformar nuestras capacidades para hacer viable todo lo anterior, cambiar nuestras maneras de vivir y protagonizar nuestras historias, todo ello podríamos abordarlo desde este ámbito elemental, ante el cual también se yerguen, como en una escala proporcional, nuestros formidables obstáculos al cambio. Todas las debilidades y flaquezas, y también todas las potencialidades, de nuestras sociedades tienen su correlato en esta microesfera.

Y, precisa- mente, es este plano familiar el que más directa e inmediata- mente sufre los embates de la insatisfac- ción de nuestras necesidades alimentarias y sexuales, o sea, de sobrevivencia. Bajo la determinación de la falta de capacidades para atender satisfactoriamente sus requerimientos de nutrientes y de un marco cultural que canalice apropiadamente las energías sexuales de la población, gran parte de nuestras parejas y familias se conforman de manera precaria y con limitadas posibilidades de estabilización, y pronto son llamadas a retroalimentar el sustrato vicioso que las engendra y rodea. Los niños malnutridos y criados en un ambiente plagado de conflictos y escaso de amor e ingresos son fuertes candidatos a desaprovechar las oportunidades de aprendizaje en la escuela y desertar precozmente de ella, a ingresar con serias desventajas en un mercado laboral de por sí escaso de puestos de trabajo productivo, a sucumbir en la calle ante las tentaciones del vicio y la delincuencia, y a desahogar tarde o temprano sus frustraciones con acciones sexuales que pronto se traducen en más hijos sumados a la espiral de la debacle social.

Más concretamente, los últimos datos de la Comisión Económica para América Latina, CEPAL, adscrita al sistema de Naciones Unidas, revelan que en la mayoría de países de la subregión un 15% o más de las adolescentes de 15 a 19 años ya son madres, en contraste con el estándar de 3% o menos en las naciones europeas. Según trabajos recientes de investigadores de la problemática familiar y de la pobreza latinoamericana, como nuestro amigo Bernardo Kliksberg ("La familia en América Latina: Realidades, interrogantes y perspectivas", México: XIX Congreso Panamericano del Niño, 2004), en el 25% más pobre de las poblaciones urbanas latinoamericanas ocurre el 32% de los nacimientos de madres adolescentes, mientras que en las zonas rurales alcanza hasta un 40%. Mientras que el 80% de los casos de maternidad adolescente urbana tiene lugar en el 50% más pobre de la población, en el 25% de mayores ingresos sólo ocurre el 9% de dichos casos. También se han detectado tendencias hacia el incremento de hijos nacidos fuera de matrimonios, que en la mayoría de países anda ya por más de un 30%. E inclusive, en el plano de las parejas que se casan, mientras que en los países europeos modernos la fracción de mujeres adolescentes que contraen matrimonio suele estar por debajo del 3%, y aun del 2%, en nuestra América Latina estas cifras con frecuencia sobrepasan el 20%, e inclusive el 30% y hasta el 40%: Argentina (26%), Brasil (19%), Costa Rica (17%), Ecuador (26%), Guatemala (41%), México (28%), Paraguay (30%), Venezuela (19%). Pese a que no se obtuvieron los datos para otros países, pareciera que, de nuevo, Chile (11%), Uruguay (11%) y Cuba (12%) lucen a la vanguardia en planificación familiar desde esta perspectiva.

En la gran mayoría de situaciones, esa maternidad precoz, que frecuen- temente no tiene lugar en un contexto matrimo- nial, no conduce a familias integradas y estables sino a hogares desintegrados bajo la sola jefatura de madres solteras inexpertas, con escaso nivel educativo y en condiciones de pobreza, lo cual constituye un caldo de cultivo para la gestación de toda clase de males sociales posteriores. Cuando los padres varones jóvenes intentan asumir sus responsabilidades familiares, con frecuencia carecen de oficios o profesiones y, o bien se les dificulta encontrar empleos estables, o, si los consiguen, pasan a ganar salarios mínimos que no les permiten asumir su rol de proveedores del nuevo hogar ni pensar en las posibilidades de acceder a una vivienda digna. Al poco tiempo, muchos llegan a la conclusión de que les será imposible afrontar sus compromisos familiares, resultan lesionados en su autoestima o quedan desprestigiados ante la madre de sus hijos y su familia, y optan por conductas escapistas de consumo de licor y drogas y/o actividades delictivas que pronto los lanzan a la hez de los estratos sociales de nuestras sociedades. Según estadísticas recientes del Banco Mundial, en la mayoría de países de América Latina el desempleo de jóvenes varones con edades entre 15 y 24 años estaría en el orden de un 15 a 30% ó más, mientras que el número de hogares liderados por mujeres estaría por un 20 a 30% ó más (con casos extremos como el de Haití, con un 43%).

Los estudios de Kliksberg y colegas también confirman la impresión, que muchas veces hemos tenido en nuestro contacto con barriadas pobres en Venezuela, de que la situación de familias jóvenes con bajos o nulos ingresos e hijos no buscados es un decisivo factor tanto detonante de la violencia doméstica como erosionante de la estabilidad familiar. Se ha estimado que entre el 30 y el 50% de las mujeres latinoamericanas, según los países, padecen algún tipo de violencia psicológica en sus hogares, y entre un 10 a un 30% de violencia física, con incidencias más de cinco veces mayores en la población de menores ingresos respecto a los estratos acomodados. Un estudio, citado por Kliksberg, realizado no hace mucho en un conjunto de centros penitenciarios juveniles en los Estados Unidos, reveló que el 70% de los jóvenes reclusos provenían de familias con padre ausente. No hemos conocido estudios locales que correlacionen las conductas desertoras de la escuela y/o delictivas con la inestabilidad y la conflictividad familiar, pero abrigamos pocas dudas de que si existen ya, o cuando se hagan, terminarán por corroborar lo que en otras latitudes es ya un lugar común: que así como las familias estables pueden sembrar sanos valores en los futuros ciudadanos, las inestables son una madriguera de comportamientos antisociales.

La conjugación de pobreza, maternidad adolescente, altas tasas de fecundidad, violencia doméstica, desnutrición infantil y afines, sigue disparando procesos de deterioro de la estructura familiar latinoamericana, que aúpan procesos de pauperización capaces, a su turno, de retroalimentar esas dinámicas perversas. La satisfacción de las necesidades sexuales y alimentarias, difícil de alcanzar en cualquiera de los contextos en que se desenvuelven la pareja y la familia en el mundo contemporáneo, encuentra en América Latina obstáculos atávicos que bloquean la mayoría de esfuerzos civilizados y democráticos por superarlos, lo cual estimula la ola de conflictos y polarizaciones sociales y políticas -potenciadora de comportamientos no pocas veces aprendidos en el hogar- que también está asfixiando a nuestras sociedades. Sin embargo, no hay otra alternativa que la de insistir paciente y críticamente en la solución pacífica a todos estos problemas, y este blog está empeñado en ser útil a este respecto.

Nuestra América Latina está reclamando a gritos movimientos radicales, no en cuanto a las formas de lucha, sino en el calibre y profundidad de sus planteamientos, que contribuyan a satisfacer estas necesidades. Si para impulsar la satisfacción de nuestras necesidades alimentarias requerimos de los aportes de nutricionistas, médicos, agrónomos, empresarios, agricultores..., para atender las sexuales es imperativa la intervención de psicólogos, sexólogos, sociólogos, antropólogos y afines. No puede haber sociedades sanas y sólidas sin una familia de igual tenor en sus tejidos, pero, a su vez, tampoco puede haber familias sanas sin parejas y sexualidades sanas, y todo ello tiene que ser proclamado con fuerza y claridad por estos movimientos. Sólo así podremos hallar alternativas tanto a las soluciones trilladas del pasado del amor sin sexo, a menudo defendidas por los sectores conservadores religiosos, como a las pretendidas fórmulas científicas modernas del sexo desligado del amor. Si unas pretenden orientar el carro familiar sin los caballos impulsores del sexo, las otras promueven la liberación y desbocamiento de estos caballos al desuncirlos del carro del amor.

2 comentarios:

  1. Rafael Maldonado L8 de abril de 2010, 20:56

    De verdad que he intentado seguir la pista de tu blog, pero el tema de los alimentos superó mi paciencia, así que opté por revisarlo de cuando en vez esperando que el argumento se agote. Se que hay profundidad en tus ideas y pienso en su importancia a la hora de cambios en este país realmente serios y profundos, pero Edgard, afortunada o lamentablemente, también te conozco como político y es a esa persona a quien no encuentro en estos escritos. Te estoy diciendo de qué o cómo escribir, claro que no, solo que aquí ocurren otras cosas, como de unas posibles elecciones parlamentarias en Septiembre, de los problemas con la energía eléctrica y el agua, de si se respeta o no la propiedad privada, hasta cotidaniedades como los policías presos, del periodista Azocar o de Álvarez Paz, de Henry Falcón, de RCTV, de la venida del cubano Rodrigo Valdez, de si el gobierno tiene o no relaciones con la ETA, también de estas cosas quisiera oír tu opinión. En la Facultad de Ingeniería hubo tiempo, por ejemplo, para combatir a Piar Sosa y a la vez proponer nuevas orientaciones de la facultad, de la universidad o del movimiento estudiantil, creo que más o menos de eso se trata.
    Y por favor no nos hagas perder la paciencia con el sexo…..

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  2. Doy por supuesto que, puesto que le dediqué un artículo y casi una subserie completa, después de este difícil de digerir comentario, a responderle a Rafael, quedo eximido y sin derecho a reclamos de los lectores por no entrar aquí en detalles. No obstante, y por si acaso... mejor, corrijo, lo dejo hasta aquí como pensaba.

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