viernes, 30 de abril de 2010

Elecciones colombianas (I): ¿Una luz al final del tunel?

No sería ni mala idea, queridos lectores, si no están muy apurados, que le echaran una miradita (nada más que con hacer clic en el hipertexto siguiente, y luego, con la flechita aquella arriba y a la izquierda de la pantalla, se regresan acá) al artículo sobre Colombia de julio pasado, pues así podrían calar más hondo en las ideas sobre la actual situación política colombiana y su panorama electoral, que a continuación se expondrán. Y no sobra repetir que, deseablemente y a fin de minimizar riesgos de embolias, infartos y afines, todo lo relacionado con la política de la hermana república debe leerse por lo menos dos horas después de cualquier comida pesada y al menos una hora antes de lanzarse al agua o ir a la cama con cualquier propósito, pues de lo contrario se corren riesgos de que las impresiones fuertes, la tristeza o el estrés nos jueguen una mala pasada.

La llamada enfermedad colombiana es como una especie de extraña leucemia social en donde se conjugan una aparente salud externa, expresada en tendencias al crecimiento económico y al aumento de las exportaciones, equilibrios macroeconómicos, elegancia diplomática y en el vestir, pensar, hablar o escribir, con algo semejante a un cáncer en la sangre, traducido en el desprecio a la vida y las leyes, la práctica vergonzante de la violencia y el irrespeto contra los adversarios políticos, el abandono a su suerte de la población pobre, la corrupción desatada y alianzas con narcotraficantes, paramilitares y sicarios, y, en síntesis, el culto secreto al inmediatismo, el facilismo y el llamado todo vale (primo hermano del reciente y también lamentablemente popular estilo venezolano del como sea).

Al lado, o debajo, de sus obvios logros económicos, educativos y artísticos, Colombia posee el índice de criminalidad más alto del mundo, en el orden de 78 homicidios anuales por cada 100 000 habitantes, de los cuales menos de 1% es atribuible al conflicto bélico interno, y el resto a la impunidad, la falta de mecanismos de justicia, la pobreza, la ilusión de enriquecimientos de un día para otro, falta de Estado y ciertas nefastas subculturas altamente vinculadas a adicciones viciosas y debilidades en la estructura familiar, que dramática, y a la vez deliciosamente, nos han explicado García Márquez y Laura Restrepo. En el estudio para la determinación de un Índice de Paz Global, elaborado por el Institute for Economics and Peace y por el Centre for Peace and Conflict Studies de la Universidad de Sidney (Australia), con datos procesados por la revista The Economist, que toma en cuenta veinticuatro indicadores de la violencia imperante en los países y los clasifica según su pacifismo relativo, Colombia ocupó, en 2009, el lugar 130 dentro de un total de 144 países, sólo superada por países en guerra abierta como el Líbano, Zimbaue, Pakistán, Chad, Israel, Somalia, Afganistán e Irak. Los únicos otros dos países latinoamericanos que ocupan un lugar en la lista roja del 20% de países más violentos del mundo son Haití (Puesto 116) y nuestra Venezuela (Puesto 120). No disponemos de datos, pero nos tememos que los graves liderazgos colombianos señalados se quedarían pálidos si se pudiese establecer un índice mundial de criminalidad política de jueces, parlamentarios, gobernadores, alcaldes, concejales y, en general, candidatos a, u ocupantes de, cargos públicos, a quienes los paramilitares, las guerrillas, los narcotraficantes, los tratantes de blancas o muchos rivales políticos en el gobierno o en la oposición han solido ver, por largas décadas, como sus fáciles blancos de ataque.

Con breves altibajos, la culta, educada, elegante, simpática y aparentemente circunspecta y correcta, pero también plagada de mosquitas muertas, Colombia lleva ya en el orden de ciento setenta años -desde poco después de que execrara al Libertador Bolívar de su suelo- de guerras intestinas, delitos graves y asesinatos a diestra y siniestra. El crimen, la venganza, la retaliación, el atropello, el secuestro, las desapariciones son un perverso lugar común que acecha la vida cotidiana colombiana, en donde cuesta creer como hasta profesionales egresados de refinadas universidades locales o de prestigio mundial de pronto aparecen involucrados en las más sórdidas acciones. Y no es posible ocultar que, al menos desde 1903, desde que intervinieran en la política interna colombiana para provocar la separación de Panamá, los gobiernos de extrema derecha de los Estados Unidos han estado involucrados como apuntaladores de la por poco idiosincrática violencia neogranadina.

Tal y como suele ocurrir dondequiera que la violencia sistemática hinca sus raíces, cada una de las partes beligerantes se dota de una singular gríngola que le permite hacerse la vista gorda ante las vigas de la violencia propia y ver con lupa hasta las pajillas en el ojo de la violencia ajena. En Colombia los conservadores le echan la culpa a los liberales, el gobierno a la guerrilla, los narcotraficantes a las fuerzas oficiales, los terratenientes a los campesinos, los nacionalistas a los progringos, con su largo etcétera y sus viceversas, constituyendo así un paraíso de aplicación de la taliónica ley del ojo por ojo y diente por diente. Si escogemos al azar a demasiados hermanos colombianos, y hablamos con ellos acerca de la violencia -y por este camino pareciera que queremos maltransitar los venezolanos- lo casi seguro es que la culpa siempre la tengan otros: aquellos que, casualmente, no piensan como él.

No obstante, y en medio del dolor que nos estremece al hacer estos recuentos, hay algo que, paradójicamente, nos reconforta, y es que pese a sus demostradas capacidades para el cinismo, la hipocresía, el engaño y la violencia, todavía los seres humanos, y dentro de ellos nuestros compatriotas al sur del Meta y al oeste de Perijá, por aquello que hemos discutido antes, acerca de nuestra identidad amorosa, que subyace incólume bajo aun bajo nuestra costra de desmanes, no hemos llegado al punto en que podamos decir orondos que "nos sale hacer coñodemadradas y qué". Por esta razón, creemos, todavía creemos, que todo humano violento sigue viéndose forzado a presentar su violencia como respuesta a la de otro, como si él en el fondo fuese inocente y el agredido, y no le quedara más remedio que actuar en defensa propia. De allí que el criterio para distinguir a los violentos de los realmente pacíficos no puedan ser sus palabras sino sus actos, y, más que sus actos, sus esfuerzos tangibles para desescalar y zafarse de las espirales de violencia, para extirpar desde sus raíces los móviles de este morbo que conspira contra nuestra deriva antropológica.

Con esta especie de marco previo, entramos a considerar el panorama electoral colombiano ante las elecciones presidenciales del 30 de mayo, con una segunda vuelta tentativa, entre quienes ocupen los dos primeros lugares, prevista para el 20 de junio. Para que esto no se extienda más de la cuenta, iremos al grano y examinaremos, de menor a mayor simpatía según nuestro criterio, sin pretensiones de experticia alguna y abiertos a que se nos aclaren malentendidos u omisiones, las propuestas de los seis principales candidatos y sus partidos ante el meollo del problema colombiano, que no puede ser otro sino el de qué hacer ante la arraigadísima y secularísima violencia establecida. Para nosotros, en Colombia, será una buena opción la que más aguda y certeramente comprenda y proponga superar el problema de la violencia que literalmente desangra su estructura social, o, lo que es igual, será propio de malos candidatos o parejas de candidatos (a Presidente y Vicepresidente) todo lo que directa o indirectamente apunte a perpetuar el desmadrado statu quo.

Germán Vargas Lleras (Bogotá, 1962) es expresión de la quintaesencia del establecimiento político colombiano. Senador electo en cuatro oportunidades, ex-Presidente del Senado, Presidente del Partido Cambio Radical, abogado con estudios de posgrado en Administración Pública, descendiente de presidentes y miembro de una de las familias colombianas liberales de más extenso pedigree político, los Lleras, se ha especializado en atacar todo lo que huela a negociación con la guerrilla y en denunciar cualquier política de distensión. Se considera más uribista que el propio Uribe y se jacta tanto de haber sobrevivido casi ileso a varios atentados como de combinar las más puras fórmulas neoliberales con las más agresivas y conservadoras tácticas para la derrota en el plano estrictamente militar de la guerrilla. Está siendo acusado de nexos con los grupos paramilitares, quienes parecieran haber hecho de esta corriente una conexión favorita con el uribismo, y recientemente, después de ser un baluarte de la creación del Partido de la U, en donde se asegura que contribuyó a la elaboración de sus políticas centrales, se ha alejado de este partido en pos de una línea aún más dura e intransigente. En términos del espectro político mundial, o, por ejemplo, del espectro del parlamento europeo, representaría algo así como una corriente ultraconservadora y enemiga de las negociaciones, pero condimentada con una buena dosis de astucia criolla; en la política venezolana su posición equivaldría, quizás, a las posturas de la tradicional derecha dura de COPEI -aquellos llamados araguatos- o a posiciones a lo Oswaldo Álvarez Paz de hoy. No nos cabe duda que de triunfar este caballero aumentarían su caudal los ríos de sangre que ya aniegan a nuestros vecinos y hermanos colombianos. Afortunadamente, todas las encuestas de abril le otorgan 4% ó menos de opción de triunfo para las elecciones de fines de mayo.

Juan Manuel Santos (Bogotá, 1951) es también miembro de una de las familias políticas bien de Colombia, la familia Santos, con antecesores presidentes y periodistas notables, y casi siempre dueños del prestigioso diario El Tiempo. Político, periodista y economista, sólidamente formado en economía, con posgrados en desarrollo económico y administración pública, en las universidades estadounidenses de Kansas y Harvard, y en la prestigiosa London School of Economics, ha desempeñado cargos diversos en el sector privado, sobre todo en la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia y como subdirector del diario familiar El Tiempo, así como cargos ministeriales diversos en los gobiernos de César Gaviria y Andrés Pastrana, y, recientemente, en el cargo de Ministro de Defensa de Álvaro Uribe. En esta última gestión, la de más alto perfil, se le atribuyen éxitos -y vergüenzas- como el de la Operación Jaque, para la espectacular liberación de Ingrid Betancourt, con uso de símbolos de la Cruz Roja, y la Operación Fénix, con la que, en territorio ecuatoriano, se causó la muerte de 22 guerrilleros, incluyendo al líder de las FARC Raúl Reyes. De raigambre tradicional liberal, ha sido reconocido como uno de los principales artífices y organizadores del Partido de la U, en donde se concentraron todas las fuerzas, tanto liberales como conservadoras y sus respectivas exmilitancias, del uribismo, bajo la política de la seguridad democrática. Recientemente, un ex-jefe paramilitar, Salvatore Mancuso, en el marco de los procesos de confesión vinculados a la Ley de Justicia y Paz, hace poco declarada inconstitucional por la Corte Suprema de Justicia colombiana, por promover la impunidad, declaró que Santos le había propuesto a Carlos Castaño, jefe del grupo paramilitar Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y responsable de la masacre de cientos de campesinos inocentes y numerosos líderes políticos y sociales, una alianza para derrocar al entonces presidente Ernesto Samper, lo que ha sido corroborado por dirigentes del ELN en el proceso de negociaciones de paz con el gobierno de Uribe que se adelantan en territorio cubano. Adicionalmente, Santos ha sido demandadado por el gobierno ecuatoriano por ufanarse de invadir su territorio, se haya bajo procesos de investigación por espionaje telefónico, y ha sido denunciado por realizar declaraciones provocadoras contra el gobierno de Venezuela, que mucho han contribuido, amén de las responsabilidades de este lado, a deteriorar las relaciones con este país. Santos resultó ser el candidato recomendado por Uribe después de que la corte declarara inviable el referendo para su nueva reelección. Ideológicamente, al Partido Social de la Unidad Nacional, popularmente conocido como Partido de la U, lo encontramos afín al conservadurismo liberal duro, un poco al estilo, en el espectro del parlamento europeo, de los partidos populares (como el de Aznar/Rajoy español), pero sin los ingredientes cristianos de estos y con una mucho mayor beligerancia, inquina y revanchismo contra la izquierda de cualquier pelaje; en el espectro de la política venezolana, esta corriente tal vez vendría a parecerse a una especie de COPEI renovado, a lo Primero Justicia. Chévere sería decir que Santos no tiene chance de triunfar en los próximos comicios presidenciales, pero tal cosa no es posible: hasta el mes de marzo, hasta que se logró el acuerdo Mockus/Fajardo de que hablaremos luego, lideraba las encuestas, y todavía conserva, a fines de abril, un 27% de las preferencias. Se sabe también que ha contratado, de última hora, a un asesor en campañas extra-sucias, J. J. Rendón, para que lo ayude a darle un knock-out sorpresivo a Mockus. Tantas reservas despierta Santos, y su compañero de fórmula Angelino Garzón -quien al parecer es todavía de mayor cuidado- que Luis Carlos Restrepo, nada menos que ex-presidente del Partido de la U y ex-Comisionado de Paz de Uribe, ha dicho que no votaría por Santos ni loco y ha hecho un llamado a la "objeción de conciencia" de los electores para que no se le acompañe. En las próximas siete semanas tendremos noticias de las andanzas de este empolvado caballero, a quien todo sindica como fiel exponente de aquello que Bolívar llamaba el "azote" del "talento sin probidad". (¡Ojo!: de aquí no se deduce ningún parangón con Julio Borges, etc.).

Rafael Pardo (Bogotá, 1953) es un político, economista, profesor e investigador universitario, egresado de la Universidad de los Andes, con estudios de posgrado en Planeación Urbana en Holanda, y en Relaciones Internacionales en Harvard. Fue director del Plan Nacional de Rehabilitación de Virgilio Barco (liberal), en donde impulsó proyectos sociales para favorecer a los campesinos más golpeados por la violencia, y a quienes estimuló a participar en la determinación de prioridades de inversión, y luego fue un exitoso negociador de paz, con logros como los de pacificación de grupos guerrilleros como el M-19, EPL y Movimiento Armado Quintín Lamé, con la desmovilización y reinserción civil de más de 5 000 ex-combatientes. Sin embargo, durante la gestión de Barco tuvo también lugar el sangriento extermino de la Unión Patriótica, en donde, además de candidatos presidenciales como Jaime Pardo y Bernardo Jaramillo, y de senadores como Manuel Cepeda, miles de militantes pacificados de las FARC y otros grupos fueron asesinados por narcotraficantes aliados con paramilitares, sin que tuviese lugar una clara intervención gubernamental, o de Pardo, para detener la masacre. Luego, con César Gaviria, fue, primero, Consejero de Seguridad Nacional, y, luego, en 1990, el primer civil en ocupar el cargo de Ministro de Defensa Nacional desde 1953. Desde esta gestión, sin embargo, y quizás con cierto pragmatismo muy autóctono, ha venido inclinándose por soluciones que privilegian las relaciones con grupos paramilitares, a veces desde el partido Cambio Radical, y se le acusa de haber creado el llamado Bloque de Búsqueda, que actuó con Carlos Castaño en contra del Cartel de Medellín y de las guerrillas, pero también de miles de campesinos indefensos. Apoyó a Uribe en los primeros años de su gestión y fue uno de los autores intelectuales de las primeras versiones de la ya comentada "Ley de Justicia y Paz", pero luego regresó al liberalismo a hacerle oposición al actual gobierno, quien lo ha acusado, a su vez, de promover turbias relaciones con las FARC. El Partido Liberal Colombiano es una especie de socialdemocracia liberal, o sea, una tendencia originalmente de centro-izquierda pero que con el desgaste y las adicciones al poder se ha ido tornando de centro-derecha, en la onda de los liberales del parlamento europeo, pero con mayor pragmatismo y viveza criolla, o sea, algo al estilo de la Acción Democrática de los días de Alfaro Ucero, altamente propensa a alianzas con demócrata-cristianos y conservadores y bastante desentendida, en los hechos, de veleidades de justicia social o afines. Si tuviese chance de ganar la presidencia, cosa difícil pues las encuestas de abril no le dan más de un 5% de intención de voto, no lo vemos liderando nada que no haya sido ya visto y/o fracasado en la hermana nación: desmontajes engañosos y cómplicidad con el paramilitarismo, negociaciones y canjes cargados de triquiñuelas y al por menor, distensiones circunstanciales y vueltas a los enfrentamientos de siempre, falta de ataque ético, cultural y educativo a las raíces de la violencia, etc.

Noemí Sanín (Medellín, 1949) es una exquisita y elegante dama colombiana, también adscrita a lo más granado de las familias paisas e hija del notable académico Jaime Sanín Echeverry. Abogada, egresada de la Pontificia Universidad Javeriana, y política, militante por muchos años del Partido Conservador, en 1998 se decidió a formar su propio partido, "Sí Colombia" para respaldar su candidatura presidencial. Fue Ministra de Comunicaciones de Belisario Betancourt (conservador), y de Relaciones Exteriores de César Gaviria (liberal), y ha sido embajadora -dictándonos clases gratuitas de refinamiento y buenos modales diplomáticos, aún antes de sus pasantías europeas- en Venezuela, y luego, con Uribe (ex-liberal), en España y el Reino Unido. También se desempeñó en el sector privado, como exitosa vicepresidenta de una entidad de ahorro y préstamo. Sus críticas a Uribe, cuando era candidata a la Presidencia en 2002, por sus vínculos con los paramilitares, no fueron obstáculo para que este la nombrara embajadora ante la España de Aznar o el Reino Unido de Brown. Salvo de acusaciones veniales, como la de haber ordenado, en la época de Belisario Betancourt, la transmisión de un partido de fútbol durante la bochornosa Toma del Palacio de Justicia en 1985, a manos del M-19 y con la posterior retoma por el ejército colombiano, con saldo de 55 muertos, entre ellos 11 magistrados, y 11 desaparecidos, o de haberse pasado a la torera de un partido a otro, no es mucho lo que se puede criticar de la sin par Noemí; pero tampoco mucho lo que se puede decir en torno a su enfoque sobre como resolver el problema de la violencia colombiana, salvo que se ha comprometido, de triunfar, a demostrarle "afecto, gratitud, respeto y lealtad" al presidente Álvaro Uribe. Su partido, el legendario Partido Conservador Colombiano, es algo así como un partido conservador europeo, pero con mañas criollas, o una especie de COPEI tradicional venezolano, siempre presto a entrar en guanábanas con su carnal socialdemócrata Acción Democrática, pero también siempre genuflexo a la hora de defender los intereses propios frente a las botas imperiales. Dadas sus dotes diplomáticas, de seguro ahora potenciadas al calor de tanto roce con tories legítimos, y puesto que las encuestas de abril le reservan, sin excepción y con tendencia a menos de un 10% de las preferencias, un tercer puesto en los comicios del 30, preferimos no imaginárnosla ni quererla de presidenta sino como embajadora ante cualquier país de su talla.

Gustavo Petro (Ciénaga de Oro, Córdoba, Colombia, 1960) es un típico luchador y militante de la izquierda latinoamericana que, tras criticar desde joven las injusticias sociales, participó por años en la actividad guerrillera contra el imperialismo, para terminar convencido de que ése es precisamente el terreno en donde el Imperio quiere que lo desafíen, para distraer a los mejores cuadros críticos de sus labores de activación social, convertirlos en soldados malos o mediocres, y, de paso, probar su parafernalia de armas en guerras proxy, a objeto de aceitarlas y desarrollarlas para guerras mayores. Gustavo estuvo a punto de ser expulsado del Colegio La Salle de Zipaquirá pues tuvo el brío de fundar, en los años setenta, un Centro Cultural García Márquez, para promover la discusión de su obra entre los jóvenes estudiantes de secundaria, con el pretexto de que este autor también había sido alumno del mismo colegio, pero sin saber que los curas tenían al Gabo en la lista negra de comunistas (lista que, por supuesto, desapareció cuando, en 1982, a los suecos se les ocurrió galardonarlo con el balsámico Nobel...). Salido del colegio, pero sin aprobar la adolescencia, Gustavo se enroló en las filas del movimiento guerrillero M-19, brazo armado de la Alianza Nacional Popular, ANAPO, de los herederos de Rojas Pinilla, quienes decidieron ir al combate ante el cerco contra los candidatos no conservadores ni liberales y ajenos al Frente Nacional (versión colombiana de nuestro Pacto de Punto Fijo, o viceversa, y ambos de estricta inspiración criobélica), lo cual le costó un par de años de prisión y torturas. Tras cumplir su calvario, se reincorporó al M-19, pero en lugar de dejarse cegar por el odio a sus captores, se creció y lideró, al final del gobierno de Belisario Betancourt, el proceso de pacificación del grupo, cosa nada fácil en un ambiente en donde pronto comenzaría el exterminio informal de los pacificados, pero que sentó pautas para iniciativas de su género en toda América Latina. Con la vuelta a la "calma", aprovechó para coleccionar su álbum de estudios de tercer y cuarto nivel: Economista de la Universidad Externado, una de las más prestigiosas universidades privadas del país, con sede en Bogotá, y posgrados en la Escuela de Administración Pública, la Universidad de Lovaina (Bélgica), la Universidad Javeriana y la Universidad de Salamanca (España). Además de docente e investigador en las universidades Central y Externado, fundó el partido Alianza Democrática M-19, que, luego de un gran respaldo popular y pese al asesinato de su candidato a la Presidencia de la República, Carlos Pizarro, arribó a la Cámara de Representantes en 1991, en donde contribuyeron a redactar la nueva Constitución colombiana. En 1994 la Alianza promueve y logra el triunfo de la candidatura de Antanas Mockus como Alcalde de Bogotá, pero Gustavo, ante severas amenazas de muerte, debe abandonar el país y pasa a residir en Bélgica y ocupar allí un cargo de agregado cultural en la Embajada. En 1998 regresa y de nuevo gana, junto a Antonio Navarro Wolff, de perfil y andanzas políticas y académicas (ingeniero sanitario, guerrillero, con posgrados, docente, etc.) semejantes a las suyas (pero con menos suerte ante los atentados: una pierna perdida y un nervio de la lengua seccionado), una curul en el Congreso. En 2002 repite su conquista el cargo de parlamentario, y esta vez resultó electo, por sus colegas diputados y por la prensa nacional, y gracias a sus denuncias sobre la corrupción y a la calidad de sus intervenciones políticas, como el mejor congresista del país. Por esa misma época fue promotor de la candidatura de Lucho Garzón a la Alcaldía de Bogotá, cuya gestión ha sido emblemática, y promovió las alianzas y fusiones que terminaron engendrando el actual Polo Democrático Alternativo. Desde 2006 se ha desempeñado como senador por el Polo Democrático Alternativo, heredero de la antigua Alianza Democrática, cargo al que esta vez accedió con la segunda mayor votación del país. Se ha especializado en denunciar la hipocresía y el pisapasitismo de la clase política tradicional y sus vínculos con el paramilitarismo, así como por su liderazgo en la oposición al gobierno de Álvaro Uribe; pero también, por sus posturas críticas, que lo han llevado a disentir de las políticas más complacientes del presidente del partido, Carlos Gaviria Díaz, ante la política y la falta de política de las FARC, lo cual ha hecho que proliferen sus adversarios y enemigos, tanto a la izquierda como a la derecha. En las elecciones primarias de su partido, y con el apoyo decidido de las bases, logró derrotar a la maquinaria que respaldaba nada menos que al presidente de la tolda. Gustavo Petro es expresión de una corriente política representativa de la más noble izquierda latinoamericana, quizás en la onda, pero en este caso en versión mejorada y curtida por la vida, de la corriente de la Izquierda Unitaria -o ex-comunista- en el parlamento europeo, o con un perfil a lo PPT venezolano, pero más crecido y experimentado (dicho sea de paso, y reforzando la analogía con el PPT, recientemente el Polo Democrático Alternativo, y sobre todo su corriente de base liderada por Gustavo, se ha distanciado del estilo autoritario, estatista, centralista y procubano que cobra cada día más fuerza en el gobierno de Chávez). Pese a que él, Gustavo Petro, nos inspira confianza, no ocurre lo mismo con su partido el Polo, demasiado acartonado y apegado todavía a los catecismos políticos del siglo XIX, y que recientemente ha sido abandonado por líderes como Lucho Garzón, quien hace poco se incorporó al Partido Verde. Aunque no somos precisamente pragmáticos en política, y menos en materia electoral, el hecho de que esta opción goce de menos de un 5% de las preferencias de los electores, a escasas semanas de los comicios por el Palacio de Nariño, y por supuesto tomando en cuenta el perfil programático mucho más rico y contemporáneo de la opción siguiente, nos ha facilitado nuestra escogencia, pues en cambio vemos a Gustavo como un seguro apoyador de Antanas en la probable segunda vuelta, y algo nos hace oler su futuro acercamiento estrecho a la fórmula Antanas/Fajardo, de repente siguiendo la huella de Garzón.

Aprovechando la doble oportunidad de que esto ya está más largo que un día sin pan, y de que estamos insoportablemente atrasados en nuestra esperadísima publicación del blog, lo dejaremos hasta aquí, por unas horas, para luego abordar la presentación de la fórmula Mockus/Fajardo que, como todos sospecharán es nuestra favorita y la que le da sentido a la segunda parte del título de esta entrega.

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