viernes, 13 de agosto de 2010

La política venezolana (I): La coyuntura mundial

En un país donde el 90% de las divisas proceden de la exportación de petróleo, con la seguridad alimentaria más baja de América del Sur y donde se importa en el orden del 60% de los alimentos, parecería poco razonable que la política se desentendiese de la comprensión de los fenómenos mundiales, y sin embargo eso es exactamente lo que se hace. Apartando las referencias alegóricas que hace el gobierno, con el lenguaje de hace más de siglo y medio, a un capitalismo y un socialismo abstractos, el escaso debate político nacional tiene lugar como si el mundo se acabara en La Guaira, Castilletes, San Antonio del Táchira, Santa Elena de Uairén y Macuro, o, peor, como si nos ocupásemos, según se trate de voceros del gobierno o de la oposición, sólo de los cerros y quebradas versus los valles y colinas del Área Metropolitana de Caracas. ¿Dónde están las tesis concretas sobre los grandes problemas nacionales e internacionales que nos afectan y quiénes las manejan? ¿Dónde las posturas sobre el drama de la pobreza, nuestra estanflación prolongada, nuestra dependencia tecnológica y rentismo petrolero, la debacle educativa, la economía informal y el desempleo encubierto, el cambio climático, o sobre cualquier tema que no sean la noticias del periódico de ayer, e inclusive, en este caso, en qué se diferencian realmente las estrategias contra la inseguridad o por la soberanía alimentaria o energética del gobierno y de la oposición?

Mientras escudriñamos nuestros ombligos y verrugas, en el mundo, desde el 15 de septiembre de 2008, cuando ocurrió la más grande quiebra jamás experimentada por una corporación transnacional, Lehman Brothers, está en pleno desenvolvimiento la más grave crisis del capitalismo desde los días del crac de 1929, con importantes analogías con esta. Reventamiento de las burbujas de la avaricia comercial y financiera, derrumbe de pirámides inmobiliarias especulativas, desplome de un consumismo enfermizo, agotamiento de los trucos financieros de los préstamos y las ventas a crédito, desregulación de la producción y los mercados, despilfarro energético de los combustibles fósiles y contaminación estructural o de largo plazo de la atmósfera, rebajamiento de impuestos a las grandes corporaciones y las clases acomodadas, deterioro de los salarios reales frente a las ganancias y rentas del capital, en síntesis, en ambos casos, colapso de un estilo de crecimiento incapaz de armonizarse con la satisfacción de las necesidades humanas reales y que requiere de la especulación con necesidades inducidas para sobrevivir.

La electrificación y los electrodomésticos de ayer fueron reemplazados por la informatización y los electrónicos y celulares de hoy, las casas y apartamentos de playa de Florida de entonces por las grandes quintas con ostentosos jardines de ahora, los vehículos utilitarios o modestos por los voluminosos rústicos 4x4, los cines colectivos por los del hogar, la radio por la televisión por cable e Internet, los grandes centros comerciales horizontales por los verticales, los sencillos préstamos, créditos y acciones de bolsa por ingeniosos "paquetes financieros", la internacionalización de los carteles o trusts por la sofisticada globalización..., pero, en esencia, se trató otra vez de lo mismo: antes que nada, especulación avara, más y más privilegios para las clases opulentas, siembra de ilusiones en las clases medias en ascenso e inhibición del Estado en su rol de garante del interés colectivo.

Con la presente crisis económica mundial se conjuga una crisis política de no menores proporciones. El otrora poderoso máximo del globo, el presidente George W. Bush de los Estados Unidos, resultó ser un mentiroso compulsivo, ante quien el Nixon aquel parece un ingenuo, pues se valió de falsas pruebas sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak para justificar su invasión, pasándole por encima al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, ocultó sistemáticamente las pruebas sobre la determinación del cambio climático por el actual estilo civilizatorio, favoreció las grandes empresas guerreras y petroleras de sus amigotes, y todavía están en curso procesos de investigación que lo inculpan de delitos cada vez más monstruosos, como el de su probable complicidad con el atentado contra las Torres Gemelas y el Edificio 7 del World Trade Center de Nueva York. Su política de complacencias con las más salvajes fieras del mercado y con los más despiadados negociantes de la guerra se derrumbó estrepitosamente en 2008, lo que condujo a que su partido perdiera las elecciones frente a Obama, apoyado sobre todo por la juventud inconforme y nada menos que el primer presidente negro de los Estados Unidos, en noviembre de ese mismo año.

El capitalismo salvaje, alias competitivo, está a la defensiva. Los Bush, Cheeney, Rumsfeld, Gates, Paulson y el resto de su bandada de halcones están con los picos y las garras rotas y las alas desplumadas después de ocho años de rapiña. El momento es propicio para el avance realista de los pueblos pobres del mundo, pero no con las fantasía digna de comiquitas de quien quiere derrotar al imperio y acabar de una vez con el capitalismo, sino con el tino de quien de verdad busca obtener resultados traducibles en mejoras a la paupérrima calidad de vida de nuestra gente y aprovechar las oportunidades existentes de impulsar un capitalismo con una mayor justicia social. La problemática ambiental y la acelerada búsqueda de alternativas energéticas a los combustibles fósiles nos está ofreciendo a los venezolanos quizás una última oportunidad de dejar atrás nuestra monoproducción y monoexportación petrolera, y avanzar hacia una diversificación de nuestra economía, una mayor autonomía alimentaria y en muchos otros campos, y una reestructuración de fondo de nuestro postizo sistema educativo.

Si lográsemos entender que el capitalismo no es un plato de un menú que podemos escoger si nos provoca, sino un estadio necesario por el que, una vez metidos, como estamos, en civilizaciones clasistas y basadas en el desamor y la explotación, tienen que transitar todos los pueblos del planeta, entonces veríamos como esta crisis nos está ofreciendo valiosas oportunidades. Si confrontamos este capitalismo posible con un idílico paraíso terrenal, con prevalencia de una cultura de plena fraternidad, justicia y libertad, es claro que resulta detestable, pero si lo contrastamos con los regímenes de esclavización de la fuerza de trabajo bruta, como el que tuvimos apenas hasta el siglo XIX, con importantes secuelas en el XX, o de feudalización de la fuerza de trabajo servil o mercantilización de la fuerza de trabajo empleada u obrera, que todavía prevalecen en nuestro país real, entonces resulta claro que la capitalización de la fuerza de trabajo profesional o científica y tecnológicamente capacitada, en la ruta hacia una socialización de una fuerza de trabajo humanizada y crítica, es una opción válida, y de esto se trata a nuestro humilde parecer.

Una oportunidad como esta no se nos presentaba desde los años tardíos treinta y buena parte de los cuarenta, cuando un despertar social interno coincidió con una ola mundial de democratización antifascista, y se alcanzaron muchas de las conquistas de nuestra todavía escasa modernidad: se logró la defensa de las reservas y precios de nuestro petróleo, que luego, en 1960 y sólo gracias a nuestro Pérez Alfonzo, se consolidó con la creación de la OPEP; se impulsó, gracias a nuestro Prieto Figueroa, el más grande proceso de creación de escuelas y de apertura educativa que hemos conocido, el cual pudo continuarse en los sesenta y que, de no ser por la involución calderista, que, con la complicidad de una Acción Democrática ensoberbecida, genuflexa y venida a menos, sacrificó al gran Maestro de los venezolanos, hubiese terminado por dotarnos de un verdadero sistema educativo en vez de la mamarrachada que tenemos; se alcanzaron también buena parte de las limitadas pero no despreciables conquistas democráticas y económicas de que todavía disfrutamos: voto universal directo y secreto, obviamente incluyendo al indispensable voto femenino, libertades de expresión, de prensa, asociación, manifestación, huelga, ..., derechos a la educación gratuita y laica, a ciertos servicios de salud y seguridad social, y otros; y se dio impulso a cierta industrialización y reforma agraria, lamentablemente frenados luego, ya en clima de Guerra Fría, con la política de sustitución de importaciones y apertura indiscriminada ante las corporaciones transnacionales.

En lugar de seguir atrapados entre la insensibilidad de un mercantilismo obsoleto y estéril y la inviabilidad de un socialismo para el que estamos como morrocoy queriendo subir palo, todo sugiere que las circunstancias son propicias para avanzar, tal y como lo pauta nuestra constitución vigente, hacia una sociedad moderna, es decir, esencialmente capitalista, y con mayores oportunidades que la que tenemos, en cuyo seno comiencen a incubarse los gérmenes de un régimen social superior futuro. Pero para lograrlo tendremos que salir del pantano de la polarización social y política en que estamos metidos, y disponernos a crecer e impulsar un proceso de transformación de nuestras capacidades de toda índole. En seguida continuaremos.

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