viernes, 6 de agosto de 2010

La cultura venezolana (II): El facilismo y sus efectos corrosivos

Si la cultura de la exclusión, que en definitiva no es otra cosa sino la falta de una identidad y una visión nacional compartida, está en la raíz de buena parte de nuestras deformaciones culturales estructurales, la cultura del facilismo, o el destrabajo, y sus variantes, viene a ser una aberración, también de larga data, que actúa como un sello o blindaje social que dificulta extremadamente la búsqueda de soluciones de fondo a cualquier problema de la sociedad venezolana, incluyendo al de la exclusión misma.

Cuando la extendida obsesión por pertenecer o no pertenecer a un determinado estrato social, y por tanto la renuncia consciente o inconsciente a formar parte de una nación, se conjuga con circunstancias internacionales en donde un solo producto de exportación, primero el cacao, luego el café, y después y en los últimos cien años el petróleo, se convierte en el principal, casi único y sobrepreciado medio de intercambio con el exterior moderno, de donde proceden o dependen la mayoría de los bienes y aun servicios que consumimos, entonces, como uno de los síntomas de la llamada "enfermedad holandesa" que comentamos hace poco, en el artículo de inicio de esta serie sobre la sociedad venezolana, el facilismo sobreviene y se hace casi inevitablemente endémico.

Cuando el 90% de las divisas extranjeras se obtienen mediante la exportación de un sólo producto, en cuya generación interviene menos de un 1% de la fuerza de trabajo y en un país que, en buena medida a consecuencia de una historia martirizada y disociada -como quisimos demostrarlo en nuestra subserie de artículos de julio de 2009-, posee una estructura productiva atrofiada y estatista, una muy débil estructura familiar, un falso sistema educativo y un ambiente mediático que incita al consumismo desmedido, entonces el facilismo, y su corte de calamidades, el inmediatismo, el rentismo, la especulación, la corrupción, el derroche, la violencia, el narcotráfico, la prostitución, el desprecio por la vida, el superficialismo, la inconstancia, la indisciplina, la pereza mental, la manipulación, la demagogia, el clientelismo, el electoralismo, el oportunismo político, y podríamos añadir cien vicios más, proliferan silvestremente en la selva cultural criolla, o sea, no hay necesidad de que nadie los promueva o enseñe pues crecen y se multiplican solos.

En Venezuela, no importa que proyecto o tarea se emprenda, resulta siempre que hay una manera más fácil y rápida de acometerlo, que compite con la vía del esfuerzo y el trabajo, y que consiste en conectarse a alguna palanca, abusar de alguna instancia de poder, buscar a algún intermediario apropiado, enchufarse a alguna de las tomas de recursos financieros, previo el pago de la debida comisión y/o sobreprecio, o simplemente pedirle, quitarle, engañar, explotar, robar, extorsionar o sobornar a alguien que disponga de los medios necesarios, no pocas veces también obtenidos inmerecidamente o con poco o ningún esfuerzo. El resultado lamentable de este síndrome es que ningún problema que demande dedicación, empeño, creatividad, tenacidad, paciencia, visión, conocimiento, etc., o sea, ningún problema real o merecedor de tal nombre, se resuelve jamás por completo. Así las calles nunca terminan de acondicionarse, las aceras de limpiarse, la basura de recogerse, las autopistas de concluirse, los alimentos de producirse, las escuelas de mantenerse, los delincuentes de atraparse, las familias de consolidarse, las leyes de respetarse, la corrupción de erradicarse, las autoridades de obedecerse, los programas políticos de elaborarse, las comunidades de organizarse, los funcionarios electos de controlarse, la libertad de ejercerse, las necesidades de satisfacerse, o, en síntesis, la vida de vivirse.

Con semejante y vernáculo estilo patas arriba, una de las expresiones que más se oyen cuando los venezolanos regresan de cualquier parte en el exterior, incluyendo a Maicao, Cúcuta, Arauca, Puerto Carreño, Maicao, Casuarito, La Línea, Boavista, Puerto España, Willemstadt o Bonaire, apenas al salir de nuestras fronteras y muchas veces a pequeños poblados, y por supuesto a ciudades y naciones más establecidas al norte o al sur, es la de "es que allá las cosas sí funcionan". Un filósofo amigo me dijo una vez, a su regreso de un viaje a España, que tenía la sensación de estar regresando de la realidad para entrar a la ficción; un japonés que vivió en el país en los años setenta, como representante de una transnacional, y regresó de visita hace poco, le dijo discretamente a una amiga "y por lo que veo todavía siguen en el mismo desorden..."; un pariente que pasó unas semanas en un país nórdico me comentó que apenas al llegar al aeropuerto de Maiquetía había vuelto a sentir, con el acoso para la compra de dólares y el acarreo de maletas, el despelote criollo; una gringa que pasó unas horas en un aeropuerto nuestro antes de embarcarse para su tierra, estuvo observando a muchos funcionarios en sus desempeños y se atrevió a decirme "but, I really don't understand what is their job..." ("pero la verdad es que no entiendo en qué consiste su trabajo...").

Hace días, en un foro electoral en el IESA, al que me invitó mi amiga Margarita López-Maya, un joven profesional con pinta de extracción social muy acomodada, casi en la víspera de ser enviado por su familia a cursar un posgrado en el exterior, contó brevemente algunas de sus desventuras recientes en varios robos y delitos de que había sido objeto, incluyendo el despojo de su 4x4 y un secuestro express en donde lo dejaron desnudo en las afueras de Caracas, y destacó que lo que más le había dolido, en este último, no fue que lo abandonaran en un matorral y sin ropa, al punto de que creyó que iban a matarlo, sino que los malandros le dijeran al despedirse: "y esto te lo hacemos porque te lo mereces, pues ustedes tienen la culpa de que nosotros estemos jodidos...".

Desde nuestra perspectiva, este no es sino un botón de muestra acerca de como la cultura de la exclusión está haciendo cortocircuito con la del facilismo, no pocas veces con la yesca de la insensibilidad opositora y la chispa del incendiario discurso presidencial, lo que refuerza nuestra convicción no sólo de que carece de sentido optar por los términos del dilema falso al que nos quieren someter oficialismo y oposicionismo, sino de que es imperativo explorar nuevas opciones de superación real de nuestra enmarañada crisis cultural, económica, política, educativa y, por ende, social.

El malfuncionamiento cotidiano de nuestras instituciones, que a menudo nos causa hasta gracia y es motivo de chistes entre nosotros mismos, es sólo una de las manifestaciones, quizás de las más light o ligeras, de esta cultura del facilismo. La inseguridad, la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, la prostitución y el sicariato, flagelos indudablemente heavies que también nos azotan, y que constituyen factores de peso a la hora de que muchos emigren, son igualmente y como mínimo subproductos indirectos de esta hibridación cultural de la exclusión, de un lado, y el facilismo y el destrabajo, por otro.

Buena parte de los los comportamientos antisociales que nos escandalizan tienen su asidero en malformaciones culturales que se complementan viciosamente con nuestra bizarría económica y social, en general, y no podrán erradicarse jamás si no se afectan sus soportes. No dejaremos de insistir aquí en que el problema de la inseguridad, por poner un caso, que tanto nos golpea a los de clase media, no podrá solventarse jamás sin una mucha mayor cohesión e identidad social y ética, y productividad, lo cual pasa no por más repartos y piñatas generadores de ilusiones de bienestar, como lo está pretendiendo el gobierno, sobre todo en días electorales, sino por la generación de empleos estables y oportunidades de capacitación e incorporación al mundo productivo, con miras a la generación de productos y servicios que satisfagan nuestro cúmulo de necesidades insatisfechas, y por una mayor organización de la colectividad toda en las labores de prevención y combate del delito.

Y, con un calibre aún más grueso, esta secular complementación viciosa entre exclusión y facilismo, o entre polarización social y destrabajo, es también el pilar fundamental en que se ha asentado, apadrinado además por intereses externos e internos que medran de nuestras incapacidades y desdichas, nuestra cultura de la dependencia, nuestra irrefrenable manía de creer que son otros los causantes de nuestros problemas y que serán otros los protagonistas o antagonistas a la hora de hallarles solución. Dependencia que nos empuja a que cada vez que intentamos impulsar procesos de búsqueda de salidas sustentables a nuestras crisis, no aguantamos dos pedidas o presiones externas para desistir de nuestros propósitos.

Tal fue lo que nos ocurrió hace doscientos años, cuando la gesta independentista, con la activa participación y el valeroso sacrificio del pueblo pobre y de colores tintos, mas también, pues no es posible reeditar la historia, con el decidido liderazgo y orientación de gruesas porciones de la clase acomodada y de pieles pálidas, cuyo principal exponente fue el mismísimo Bolívar, cuando, tras dos décadas de sacrificios más que heroicos de todos, cierta oligarquía recalcitrante optó por regresar a las faldas de la tutela borbónica, so pretexto de una confrontación con el imperialismo y el protestantismo anglosajón. O lo que nos pasó, tras la muerte del tristemente longevo dictador Gómez y otra vez después de dos décadas y pico de luchas y combates por la democracia, contra la dictadura y por la modernización, con intervención activa no sólo del pueblo laborioso y pobre sino también del estudiantado y profesionales de clase media, intelectuales, artistas y cierto empresariado progresista, cuando un genuino proyecto nacional fue de nuevo abortado en la arena de fundamentalismos importados que hicieron de la lucha en favor o en contra del imperialismo, o del socialismo soviético-cubano, el nuevo y estéril centro de gravedad de las luchas. O, en carne propia, lo que nos está pasando hoy, cuando treinta años de luchas contra la corrupción, el clientelismo y la incapacidad de los partidos puntofijistas, en donde, una vez más, participaron múltiples fuerzas sociales y políticas, y que cristalizaron en la Constitución de 1999, están siendo abortados en el altar de una falsa confrontación entre capitalismo y socialismo, mercadismo y estatismo, liberalismo y totalitarismo, Estados Unidos y Cuba, que nadie explica ni entiende, y que amenaza con despeñarnos por el abismo de una guerra civil disfrazada dizque de lucha de clases.

No, no y no. No apoyamos la fantasía socialista no factible ni sustentable del Presidente, su PSUV, su gobierno y su pretensión de secuestrar los recursos del Estado, los símbolos patrios y hasta las esperanzas y el coraje del pueblo; y tampoco la insensibilidad opositora que intenta manipular el descontento y la frustración con el chavismo y el "socialismo", para revivivir, restaurar y relanzar los partidos y el modo de vida contra los que hemos luchado durante buena parte de nuestras vidas. Ambas falsas alternativas comparten, entre otros muchos elementos, la ilusión de querer superar nuestra crisis manteniendo inalterada la cultura de la exclusión y el facilismo que está en los tuétanos de todos nuestros padecimientos.

(Estamos a horas de iniciar la publicación, que saldrá a ritmo acelerado y con intenciones de ponernos al día con el lamentable atraso del blog, de una subserie sobre la política y las elecciones parlamentarias venezolanas. No se la pierdan, y tranquilos que el equipo si no gana por lo menos se recupera...).

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