martes, 24 de agosto de 2010

La política venezolana (IV): ¿Hacia dónde avanzar?

Con el aumento en los niveles de frustración y desencanto, con el visible desgaste del gobierno, y también con un incremento sustancial en los niveles de movilización popular, que han pasado de un promedio de alrededor de mil manifestaciones pacíficas anuales, según las cifras divulgadas por PROVEA, en 2000-2006, a mil quinientas en 2007, casi dos mil en 2008 y tres mil el año pasado, la nueva coyuntura política venezolana augura cambios sustanciales en la correlación de fuerzas políticas. No obstante, como dijimos, poco ganaríamos si se impusiese la mera restauración de quienes detentaban el poder antes de Chávez.

La confusión que percibimos y la falta de recursos para acometer acciones capaces de impactar directamente el curso de los acontecimientos son de tales proporciones que, más que hacernos la clásica pregunta de ¿qué hacer?, que nos queda grande, nos haremos la previa de ¿hacia dónde avanzar o hacia adónde dirigirnos?, que quizás nos coloque en la ruta de plantearnos mañana, sobre bases reales, la primera interrogante.

Con un relativo auge movimiental y del descontento social, en un contexto mundial y latinoamericano favorable a los cambios, y con una enorme debilidad en el manejo de recursos políticos propios, la situación se nos asemeja a la que vivimos en el período 1968-1973, cuando en el país se confrontaron tres vías o estrategias de la izquierda para impulsar el cambio. La primera, dominante y que fue protagonizada por el Movimiento al Socialismo, y más tarde secundada por el MIR, concibió la política como una confrontación de mensajes publicitarios en torno a la idea del socialismo versus el capitalismo, y, por tanto, apostó a la distribución de cuadros y recursos en todo el territorio nacional, abandonó la atención a la activación y organización de movimientos sociales, y enfatizó la lucha en la esfera mediática y electoral. La segunda, liderada por los grupos guerrilleros FALN, OR, Bandera Roja y afines, y sus fachadas legales PRV, Liga Socialista, Ruptura, etc., se empeñó en no admitir la derrota de los años sesenta en un contexto de Guerra Fría, en hacer del antiimperialismo una consigna de combate con la cual revivir la lucha armada como expresión fundamental de la lucha de clases, y en propiciar confrontaciones con los cuerpos policiales y militares del Estado como mecanismo de agitación de los movimientos sociales, a los que veía utilita- riamente como "cantera de cuadros". Y la tercera, minoritaria y casi residual, en la que militamos, con la Causa R y muchos movimientos sociales espontáneos, que se propuso hacer de las reivindicaciones por la democracia, contra la corrupción y el rentismo petrolero -siendo la única fuerza que prestó atención verdadera a las ideas de Juan Pablo Pérez Alfonzo-, por la soberanía y el desarrollo económico autónomo, la guía de una actuación al interior de una sociedad inevitablemente capitalista, en donde la construcción de una fuerza social real y política desde abajo y con respeto a los procesos de maduración de los movimientos sociales constituyó el componente central, y en donde se optó más bien por concentrar los cuadros en sectores estratégicos como el obrero, el estudiantil, el profesional y el vecinal.

La historia de estas tres iniciativas no es precisamente la del triunfo de ninguna de ellas, sobre todo porque, a partir de 1973, cuando a nivel mundial continuó el auge de masas que condujo al derrumbe de Nixon, el triunfo vietnamita, la revolución portuguesa de los claveles, el destape español a la muerte de Franco, la revolución contra el sha de Irán, y otros procesos análogos, en América Latina, con el derrocamiento de Allende y el golpe de Bordaberry, en 1973, y luego de la viuda de Perón, en 1976, y en Venezuela, con un ahogante baño de petrodólares que se derramó sobre el país tras la bonanza petrolera inaugurada en el mismo 1973, sobrevino más bien un proceso de corrupción creciente en las instituciones y de involución en la actividad de los movimientos sociales reales.

No obstante, la perspectiva histórica sí alcanza, a nuestro parecer, para calibrar la justeza relativa de los tres enfoques mencionados, o al menos para extraer lecciones válidas de esa experiencia que nos puedan ayudar a direccionar la acción presente. Mientras que de la iniciativa socialista y anticapitalista en las palabras es poco lo que quedó, con la mayoría de sus líderes y cuadros incorporados a opciones de derecha y defensa del estatus, al punto de que el enfoque socialista mismo fue abandonado, y sin movimientos sociales legados de significación; y en tanto que fracasaron progresivamente los empeños por revivir una guerra antiimperialista que ya a mediados de los sesenta estaba completamente perdida (por no decir que siempre lo estuvo, humanamente hablando), la tercera opción, la residual, la que optó por la concentración antes que por la dispersión, alcanzó a dejar un legado significativo.

De este legado podemos destacar un significativo conjunto de cuadros políticos, que hoy se hallan repartidos entre el gobierno, el PPT, la Causa R y posturas independientes de izquierda; un movimiento de trabajadores organizados, con epicentro en las empresas metalúrgicas de Guayana y que ha echado raíces en sectores como el petrolero, que no es gran cosa pero sí de las pocas fuerzas sociales cohesionadas que sobreviven; una gruesa gama de profesionales críticos que formaron parte de los movimientos estudiantiles de ayer, con experiencia considerable en la gestión pública y muchos de ellos todavía en cargos importantes, que han protagonizado buena parte de los limitados logros del gobierno en, por ejemplo, la materia petrolera, impidiendo la privatización y extranjerización de PDVSA, y la cultural, impulsando o consolidando redes de lectura, cine, música y artesanía, entre otras; remanentes de un movimiento vecinal en Catia y otras barriadas populares, y, por último, pero en absoluto despreciable, una concepción acerca de cómo impulsar la transformación del país, centrada a corto y mediano plazo en la lucha por la democratización y la independencia económica, y contra el rentismo petrolero, la dependencia tecnológica, la corrupción, la burocratización y el facilismo, que se nos antoja vigente en sus rasgos esenciales.

Si ampliamos el lente de enfoque, resulta que el propio Chávez, y sobre todo el Chávez no autocrático y todavía -hasta 2006- apegado al respeto al marco democrático, ha confesado la influencia decisiva que Alfredo Maneiro, el fundador y dirigente principal de la Causa R en la época mencionada, ejerció sobre su pensamiento (aunque dudas no tenemos acerca de que Alfredo, de haber sobrevivido y quien ya en los setenta tenía hondas diferencias con Fidel y era alérgico a todo foquismo, muy probablemente reprobaría el rumbo autocrático y procubano que ha tomado la revolución bolivariana). La propia idea de la Asamblea Constituyente, y del correspondiente énfasis en la modernización democrática y la soberanía económica, y no en un socialismo de mera boca y por tanto oportunista, bien puede considerarse, sin restar méritos a Miquilena, Olavarría, Mayz Vallenilla y otros que la impulsaron en 1999, como una idea de filiación maneirista y causaerrista en el sentido original de este esfuerzo. Las ideas mismas que hemos estado exponiendo en este blog, son de seguro herederas de los enfoques y prácticas de esa corriente política a la que arriba calificamos de residual y que, pese a sus inicios más allá de lo modesto, terminó siendo la de mayor solidez e impacto en el acontecer nacional real. En cambio, las otras dos, que en sus inicios hicieron más bulla, terminaron por ser como latas despeñándose alocadamente por una pendiente.

No estamos abogando, sin embargo, por revivir ningún pasado, y menos todavía si tomamos en cuenta que la izquierda en el poder, la del gobierno chavista, se las ha ingeniado para armar, bajo la principal y casi única asesoría fidelista, una amalgama de todo lo peor y nada de lo mejor de las políticas aquellas. Es decir, una política que postula la proclamación del socialismo de palabra y su negación en los hechos, lo cual para cualquier principiante de izquierda se denomina oportunismo; una que hace de la escena mediática el centro de gravedad de la acción política, en detrimento de la activación y organización real de movimientos en lucha por resolver problemas y satisfacer necesidades; una que refuerza la exclusión, la corrupción, el rentismo petrolero, la dependencia y el facilismo, empeñada en una imposible confrontación belicista, sin tener con qué, con el imperialismo estadounidense, que despilfarra las energías de los movimientos populares en acciones estériles y gasta en armas lo que bien podría invertirse en libros y, sobre todo, en esfuerzos formativos con base en esos libros; y, como si fuese poco, una política que ha terminado por reeditar un estilo autocrático, militarista, ultrasectario y de culto a la personalidad, de clara raigambre stalinista y fidelista, que a ninguna de las corrientes de izquierda mencionadas se le ocurrió jamás asomar siquiera. En una palabra, un dizque socialismo del siglo XXI empeñado en resucitar todas las abominaciones del socialismo real del siglo XX.

Debería sobreentenderse, entonces, que abogamos por un diametral cambio de rumbo en los esfuerzos en pro de la transformación del país, uno inspirado en lineamientos críticos como los que preceden, pero que, ante la impotencia y el extravío presentes, se niega a aplicar aquel principio acomodaticio de que "más vale malo conocido que bueno por conocer", y en su lugar propone aquel otro de que "en materia de primeros pasos, lo que cuenta es la dirección correcta y no la velocidad", que es una versión mejorada del castizo "árbol que nace torcido nunca la rama endereza", o del criollo "el que nace barrigón ni que lo fajen chiquito".

Ya seguimos con las parlamentarias.

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