viernes, 20 de agosto de 2010

La política venezolana (III): La coyuntura nacional

Mientras que, a nivel mundial, las fuerzas del cambio vivieron un prolongado debilitamiento a partir de 1979 y hasta 2008, durante los mismos días de auge del neoliberalismo, en Venezuela, por el contrario, desde 1989, cuando, con el Caracazo, se salió de control la hegemonía bipartidista de Acción Democrática y COPEI, y también en toda América Latina, después de 1999, con los estallidos de las crisis económicas que ya reseñamos en la entrada precedente, se inició un período de auge en los movimientos sociales progresistas, es decir, aquellos centrados en la búsqueda de satisfacción a necesidades propias y no en manipulaciones externas, que se ha traducido en un dramático cambio en el mapa político de la región.

En el caso específico venezolano, sin embargo, ha ocurrido, de más está insistir en que a nuestro juicio, el fenómeno de que la última coyuntura local, iniciada en 1999 con el ascenso de Chávez al poder, con un programa de modernización y democratización que fue vaciado en la Constitución Bolivariana de 1999, y que recogió los anhelos de cambio amasados durante los diez y quizás los treinta años anteriores, concluyó abruptamente y sin mayores explicaciones en diciembre de 2006. A partir de aquí, y después de un merecido triunfo electoral, con 63% de los votos válidos y sólo 27% de abstención, el Presidente decidió estrenar un nuevo estilo político autocrático de inspiración resueltamente cubana, que lo ha llevado a burlarse cada vez más y más gravemente del librito azul que demasiadas veces proclamó como el programa de la revolución bolivariana venezolana, "dentro del cual todo se vale y fuera del cual nada es válido".

Lejos de leer los resultados de 2006 como una señal del pueblo que quiso reafirmar su confianza en el régimen democrático y expresar su repudio a quienes, como con Gallegos en 1948, quisieron burlarse del voto de los humildes y hacer valer la fuerza de los supervotos y superbotas de los privilegiados, el Presidente los interpretó, muy probablemente en base a pésimos consejos de Fidel, como un cheque en blanco a su favor, que lo ha llevado a hacer de sus caprichos y ocurrencias el verdadero texto magno con que pretende regir a los venezolanos. Desde entonces optó por echar a patadas del gobierno a quienes se negaron a incorporarse acríticamente al PSUV y hacer de la más amarga intolerancia un componente central de su estilo, y a convertir un socialismo y un anticapitalismo que nadie ha discutido y menos aprobado, en el non plus ultra de los lineamientos y consignas no sólo del partido, sino del gobierno y hasta del Estado venezolano, llegando hasta hacer un uso obsceno de los recursos públicos para sus permanentes campañas electorales. Cuando se le ha reclamado su ilegal ventajismo, responde que es un ciudadano con derecho a intervenir en la política, pero omite señalar el detalle de que él es un funcionario público, que está usando el tiempo y los recursos públicos para su provecho particular, y a quien la Constitución y las leyes electorales le prohíbe expresamente usar la investidura pública para hacer proselitismo partidista, puesto que está "al servicio del Estado y no de parcialidad alguna" (Art. 145).

Mientras que apenas a comienzos de 2006 buena parte de los personeros militares del gobierno todavía tildaban, en clara pauta adeca, de ñángaras y cabezacalientes a los militantes de la izquierda en el poder que se atrevían a usar la terminología marxista, a comienzos de 2007, los mismos camaleones contrajeron un daltonismo rojo y un sarampión socialista. Incluso en contra de las recomendaciones públicas del divulgador del término Socialismo del Siglo XXI, Heinz Dieterich, se optó oportunistamente por abrazar un confuso, pero con demasiados parecidos con el real o soviético aquel, modelo de socialismo, que a cualquier desprevenido bien podría hacerle creer que en el país tuvo lugar, cual por arte de magia, una revolución fantasma el 15 de diciembre de 2006, día del discurso en donde se anunció la nueva política, que a todo lo volvió rojo-rojito.

Mientras que hasta entonces, en la coyuntura anterior, se guardaban escrúpulos a la hora de admitir que un Presidente de la República debía serlo de todos los venezolanos y no sólo de sus adeptos, desde 2006 una y otra vez se nos restriega por la cara que el presidente lo es sólo de quienes estén incondicionalmente con él y trabajen para su perpetuación en el poder. En diciembre de 2007, tras una escandalosa campaña con los dineros públicos, quiso legitimar todas sus pretensiones sometiendo plebiscitariamente, o de un solo guamazo, a referendo un paquete de modificaciones de la bicoca de 69 artículos de la Constitución, para cuya discusión no hubo tiempo en absoluto y que en definitiva equivalían, más que a una reforma, a la elaboración de un texto completamente diferente del aprobado en 1999. En la tal megarreforma constitucional se proclamaba el socialismo como proyecto oficial del Estado venezolano, la propiedad colectiva como forma principal de propiedad en el nuevo régimen, la reelegibilidad indefinida del Presidente como nuevo principio electoral, y el poder omnímodo del Presidente para pasarle por encima y geometrar arbitrariamente a cualquier otro poder público como la nueva de ejercicio de la democracia vernácula.

Culminado el referendo y rechazada con los votos, afortunadamente, la pretensión ultrapresidencialista, lejos de desistir de su afán autocrático, el Presidente y su gobierno, tras calificar delicadamente al voto popular adverso como una "Victoria de mierda", se decidieron a actuar como si nada hubiese pasado. Han hecho del socialismo la ideología estatal oficial y de todas y cada una de sus instituciones, del capricho presidencial la última palabra del poder, incluyendo a los novedosos métodos geométricos, del secuestro de los símbolos y los próceres de la patria una práctica cotidiana, y, como quiera que hubiese resultado pantagruélico volver a postularse en 2012 como si legal fuese, entonces se optó por someter otra vez a referendo, con un nuevo récord de despilfarro de los recursos del Estado y de echar la casa por la ventana, y contra la expresísima pauta constitucional de que no podía someterse nuevamente a aprobación la materia que ya hubiese sido rechazada, la cuestión de la reelegibilidad indefinida.

Lo que ha seguido parecería, sino fuera porque nos ha tocado vivirlo y sufrirlo en carne propia, cada vez más una película de ciencia ficción en donde pareciera que se apuesta sistemáticamente a eso que los cineastas llaman suspensión de la incredulidad, es decir presentar lo falso y espurio con tanta naturalidad como para que el espectador deje de pensar que se encuentra ante algo que no puede ser. El desconocimiento de la soberanía el pueblo ha llegado a niveles insólitos, al punto de que se le niegan los recursos a las gobernaciones opositoras legítimamente electas, y se les ha privado cada vez más de fuentes de recursos propios, que procedían de los aeropuertos, puertos, autopistas y otros. Como la Alcaldía Mayor de Caracas quedó -¡mala suerte, pero qué se va a hacer!- en manos de Ledezma y no de Aristóbulo (por quien votamos), entonces se ha procedido, en el más puro espíritu de la rechazada geometría, a despojar esta alcaldía de sus recursos y nombrarle un poder por encima que la deja sin funciones. Los empresarios y propietarios de inmuebles tienen que temblar cada vez que pasa el presidente por la calle, pues puede antojarse de expropiaciones o desalojos de centros comerciales con permisos legítimos de construcción, fábricas en zonas industriales debidamente establecidas, o locales diversos nada más que por que le provoca estatizarlos a como dé lugar, porque se atraviesan en las direcciones casuales a que apuntan sus dedos, y las más de las veces sin indemnización real. El poder, en dos platos, se ha vuelto incestuoso, vale decir se ha volcado a hacer de su propia perpetuación el móvil de su ejercicio.

En medio de tales desafueros, y con la cultura dominante de la exclusión y el facilismo, no es de extrañar que haya prosperado el corolario de la ineficiencia, la negligencia y la corrupción, y de que hayamos atestiguado bochornos tales como la pudrición de más de cien mil toneladas de alimentos, la escalada impune de la violencia y la inseguridad, la crisis energética y de los recursos hídricos, el deterioro de los servicios públicos, la desatención a las magnitudes reales de la crisis económica que nos afecta, por sólo citar algunos pocos casos y entre ellos a los más sonados. Al pueblo empobrecido, soporte electoral inequívoco de las pretensiones autocráticas del presidente, se le está haciendo creer, yendo mucho más allá de las perversiones a que casi nos acostumbraron adecos y copeyanos en los treinta años de decadencia que siguieron a 1968, que el socialismo es sinónimo de vida barata y fácil y de repartos de comida sin esfuerzo productivo o de cualquier otro género, al que se accede simplemente con decirle amén a todo cuanto se le ocurra al presidente. Bajo el mito de una dizque democracia participativa, estamos avanzando hacia los peldaños más bajos de la escala de democracias en el mundo, muy por debajo del estándar dominante de las democracias representativas y en donde ya hasta el calificativo de delegativas empieza a quedarnos grande.

¿Qué pasó y cómo nos metimos en este festival de abusos, caprichos e intolerancias, y cómo salir de este pantanoso berenjenal? Tal es el sino de la deplorable coyuntura nacional, que para nuestra desgracia ha venido a coincidir con oportunidades de avance nunca antes editadas en el plano de la coyuntura latinoamericana, y con chances de poder avanzar hacia una mucho mayor autonomía económica, política, cultural y educativa en el contexto de una coyuntura mundial que sólo se comparan con los días de la crisis capitalista de los años treinta y cuarenta. Mientras tanto, el auge del malestar y las frustraciones contra la nueva política oficial sólo está siendo aprovechado por quienes están como caimanes en boca de caño esperando la ocasión para restaurar el orden que se quiso superar con la oleada de despertares desde 1989 hasta 2006. Por buena parte de los mismos que, en 2002 y 2003, quisieron pasarse por el forro el texto constitucional y desconocer la inequívoca voluntad popular, y que ahora andan en plan de "yo te lo dije, yo te lo dije", y en son de defensores a posteriori de la Constitución de 1999.

Queremos aclarar, sin embargo, que lo que nos irrita y nos lleva a distanciarnos de la actual oposición no es el hecho de que haya cometido errores graves en el pasado, pues a fin de cuentas todos cometemos errores, y con mayor justificación si tomamos en cuenta que buena parte de esos, como los más crasos de los golpes de 2002, fueron en dosis significativas provocados por el propio presidente Chávez, quien se cansó de azuzarlos e insultarlos para que se atrevieran a dar los fulanos golpes, por lo cual nos hallamos ante eso que los jueces llaman "atenuantes por provocación de la víctima", sino el fariseísmo de quienes, sin admitir o autocriticar sus fallas suficientemente, vienen a conmovernos con lágrimas de cocodrilo y monsergas sobre el respeto a la Constitución. Incluso en los casos de Acción Democrática y COPEI, partidos a los que siempre adversamos, que nos infligieron no pocas ni leves desgracias personales, y a manos de cuyos ciertos militantes y personeros estuvimos varias veces a punto de pasar a otros destinos, no nos incluimos en las filas de quienes chillan: ¡No volverán!, pues, nuevamente, no somos quienes para excluir a nadie de algún papel en la construcción de un país digno y próspero. Lo que sí les reclamamos, y sobre todo a sus nuevos dirigentes, es que a estas alturas no hayan sido capaces de organizar una evaluación seria de sus errores y corruptelas pasadas, y que se sigan comportando como aquel personaje El Chavo, que cuando lo agarraban in fraganti en sus faltas comenzaba a rumiar aquello de: "...yo no lo hice, yo no lo hice... y no lo voy a seguir haciendo...".

Acerca de qué hacer políticamente en esta contradictoria coyuntura nacional, y en particular ante los procesos electorales parlamentario y, sobre todo, presidencial, de 2012, para el que las del 26 de septiembre son sólo un precalentamiento, hablaremos en las próximas entradas.

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