martes, 21 de septiembre de 2010

Hacia una transformación social piloto en Lara (VI): La perspectiva cultural formal

Si la cultura informal expresa los valores subyacentes u ocultos en las mentes colectivas, la cultura formal intenta expresar los ideales y sentimientos más hondos de artistas y pensadores a través de un lenguaje explícito y accesible, que influye sobre, pero a la vez está condicionado por, el sentir colectivo informal. Si la primera a menudo se conforma tempranamente en la existencia familiar, la cultura formal se adquiere a lo largo de toda la vida según procesos diversos, en donde los creadores se desempeñan ya como "compositores" o ya como "intérpretes" de los valores colectivos, y donde a veces resulta difícil separar lo estrictamente cultural o inconsciente de las influencias más conscientes o deliberadas de la educación y los medios de comunicación.

En varias ocasiones hemos dicho en el blog que tenemos la corazonada de que un verdadero proceso de renovación de la esclerosada y dicotomizada sociedad venezolana actual podría participar de la valorización de los rasgos mestizos y solidarios presentes en nuestra cultura, pues allí subyacen muchos elementos valiosos tanto de nuestra identidad humana general, que varios milenios de civilizaciones clasistas no han podido extirpar, como de nuestra identidad nacional, en donde cinco siglos de existencia, con dos de independencia, han engendrado, aunque precariamente, valores compartidos por la inmensa mayoría de los venezolanos. Estos valores, sin embargo, hoy están sometidos al fuego cruzado de una andanada de influencias culturales, que apuntan, de un flanco, hacia la conformación de una cultura globalizante, que intenta convertir los contenidos de unas pocas culturas nacionales hegemónicas en únicos universalmente válidos, y, del otro, hacia una autarquía cultural que desprecia la cultura universal y promueve, impuesta por el Estado y desde arriba, la imposible reconstrucción de una cultura indígena preeuropea.

El problema de alcanzar un equilibrio dinámico entre los contenidos autóctonos o ancestrales de nuestra cultura y la inevitable exposición a una vorágine de innovaciones, en su mayoría de procedencia externa, es de vital importancia para nuestro futuro, aunque extraordinariamente complejo y sin antecedentes -incluso si admitimos que seguramente es mucho lo que podríamos aprender de como lo están intentando, y quién sabe si logrando, Europa, Japón o China-. Y es en tales condiciones de complejidad e incertidumbre que estamos persuadidos de que bien valdría la pena concentrar esfuerzos por dilucidar posibles salidas a esta problemática en una instancia reducida o piloto, para lo cual, puesto que creemos que allí se dan las circunstancias más favorables para iniciarla, hemos escogido, después de salir con las tablas en la cabeza en otros intentos -especialmente en el movimiento universitario, en el movimiento obrero, en el movimiento de profesionales y sobre todo de ingenieros, en Guayana, y en torno a la problemática ambiental-, el caso larense.

No se trata, y no sobra repetir, de exclusivismo alguno, ni tampoco de una preferencia "individual" (y menos todavía derivada de las vinculaciones familiares del autor con esta tierra chica, como alguno ha sugerido), sino de un empeño por despejar el horizonte hacia la transformación estructural de Venezuela, ayer bloqueada por la hegemonía bipartidista y hoy por la polarización gobierno versus oposición. Bloqueo este donde las supuestas opciones distintas de cambio coinciden en entender la política como una rebatiña por el control de la renta petrolera y por ver quien resulta vencedor en la manipulación bien de una masa ignorante, excluida y ahita de necesidades insatisfechas, o bien de otra masa aparentemente más culta y lúcida, pero tradicionalmente consentida, privilegiada y plagada de necesidades superfluas y suntuarias. En medio de semejante ceguera colectiva y prácticamente convertida en un falso sentido común, es preciso hallar algún modo de hacer recapacitar a los venezolanos y demostrarles que la vida puede y debe optar por nuevos derroteros.

Cuando proponemos la concentración de esfuerzos de cambio en el estado Lara de ninguna manera queremos subestimar a otros estados o regiones ni estamos sugiriendo superioridad o chovinismo alguno. Simplemente, al estilo de cuando elegimos preparar una comida o vestirnos de alguna manera porque tenemos los ingredientes o accesorios más a la mano, es allí donde nos ha parecido que hoy se conjugan favorablemente un cuerpo suficiente de circunstancias geográficas, poblacionales, económicas, culturales y políticas, como para pensar en priorizar esta iniciativa en busca de una metodología o heurística que pudiese ser aplicable en otros contextos, y de un efecto demostración o detonante capaz de ejercer un probable impacto significativo sobre el resto del país, sumido en un deplorable estancamiento.

En nuestro afán por comprender las potencialidades de transformación del estado Lara, exploraremos a continuación, brevemente, en busca de directrices para impulsar esfuerzos de cambio candidatos a convertirse en punteros de una transformación social más amplia, algunos rasgos de la cultura musical, literaria y plástica larense.

¿Qué nos transmite la música larense?

La música está tejiendo misteriosos hilos reunificadores del alma venezolana y nos está haciendo volver a sentir la nacionalidad común que tanta política polarizante se empeña en aplastar y negar. Las veladas, festejos o presentaciones con intervenciones musicales siguen formando parte de los más gratos ambientes verdaderamente colectivos que disfrutamos y añoramos la gran mayoría de venezolanos. En repetidas oportunidades hemos tenido la vivencia de sentir que unas pocas canciones, mejor si acompañadas con cuatro, guitarra o piano, han actuado como un bálsamo relajante e integrador sobre ambientes donde las confrontaciones políticas han generado momentos amargos y disputas al borde de los encontronazos físicos. La admiración por la labor de las sinfónicas infantiles y juveniles y el orgullo de sentir como propios sus triunfos en todo el orbe son algunos de los pocos valores compartidos entre los venezolanos de nuestros días -aunque no faltan, y los conocemos, quienes ya detestan a Gustavo Dudamel porque no es lo suficientemente antichavista...-.

En este panorama, no puede vacilarse al señalar que la experiencia nacional de la creación y el disfrute musical ha tenido en Lara uno de sus baluartes o expresiones concentradas. No sólo ha venido jugando, desde hace décadas, un rol pionero en este crucial emprendimiento, sino que la música, como trataremos de demostrarlo en las líneas que siguen, ha terminado por formar parte indisoluble de una especie de mundo interior de los larenses.

Para empezar, el norte de Lara y el sur de Falcón constituyen el ámbito en donde se preserva una de las tradiciones musicales y rituales de más pura y remota raigambre en el país, cual es la danza de las Turas, de origen arahuaco y especialmente ayamán. Esta danza o ritual, con sus dos manifestaciones: la Tura Pequeña, exotérica o apta para ser presenciada por todo público, y la Tura Grande, esotérica y que -que sepamos- hasta el presente no ha sido presenciada por nadie ajeno a los descendientes indoamericanos que la practican, parece ser una compleja combinación de rito de fertilidad y culto a los muertos. Sabemos que su música se interpreta con flautas de carrizo (la tura hembra y la tura macho, pues también se llaman así, y tureros a quienes las tocan), instrumentos de viento hechos de cachos de venados matacán y caramerudo (llamándose cacheros a sus intérpretes), y maracas diversas, pero, desafortunadamente y pese a que conocemos cierta bibliografía sobre el tema, con el trabajo de Luis Arturo Domínguez, Vivencia de un rito ayamán en las Turas, a la cabeza, no nos sentimos seguros para añadir nada más pues todavía no hemos escuchado ni presenciado este importante aunque básicamente por conocer rito ancestral, que seguramente es mucho lo que algún día nos enseñará sobre nuestros pasados más recónditos.

Con una tradición que aparentemente se remonta al menos hasta el pasado colonial, el Tamunangue es una fiesta larense en honor a San Antonio de Padua, uno de los santos con mayor reputación de milagroso, para muchos el santo por antonomasia de los matrimonios y de las parejas, y quien ostenta el récord de haber sido el único santo canonizado por la iglesia católica a menos de un año de su fallecimiento, en 1232. El Tamunangue, como expresión musical, expresa como pocos el carácter mestizo o híbrido de la música venezolana, puesto que reúne coplas e instrumentos diversos de cuerdas (cuatros, cincos y tiples, incluyendo los de cuerdas dobles) de origen castizo, tambores y gritos en falsete de procedencia africana, y maracas, coros como de aullidos o quejidos repetitivos, y pasos complejos diversos de danza, algunos con garrotes, de raíz indígena. En tanto que baile comprende una suite de danzas que apuntan a representar el proceso de construcción de la pareja, e incluye simulaciones de batallas entre hombres por ver quien las merece más a ellas, expresiones de alegría en honor a la belleza femenina -con un característico estribillo de "¡a la bella, bella y bella va!"-, pasos de persecución de la mujer, al estilo de los tambores negros de San Juan, simulaciones de enfermedades y sometimiento del varón, y galanteos diversos. Tenemos la impresión de que la popularidad de esta música y esta danza, que suelen interpretarse sobre todo el 13 de junio, día de San Antonio, y los días precedentes, como pago de promesas, y especialmente por la concesión de amores e hijos ansiados, curaciones y hallazgos de objetos perdidos, tiene mucho que ver, tal y como ya lo indicamos para el caso de las ceremonias de la Divina Pastora, con creencias religiosas en torno a la fertilidad agraria y humana, arraigadas en la población autóctona de vocación pacífica y agroalfarera, incluso desde mucho antes de la llegada de los hispanos.

El estado ha sido cuna de innumerables piezas musicales y compositores, tales como los valses Como llora una estrella, de Antonio Carrillo, o Noche de amor de Amílcar Segura, golpes como el Golpe Tocuyano de Tino Carrasco, joropos como Barquisimeto o pasajes como A Barquisimeto, bambucos como Endrina de Napoleón Lucena, himnos musicales como el Raudo vuelo, compuesto por don Pedro Franco, de los caroreños, o piezas de amplio arraigo como Ramoncito en cimarrona o El gavilán tocuyano, de Pablo Canela. De él han surgido, además de los mentados, músicos eminentes como Miguel Antonio Guerra, Franco Medina, Simón Wohnsiedler, Alirio Díaz, Rodrigo Riera, Pío Alvarado, Vinicio Adames, Juancho Lucena, Felipe Izcaray, Gustavo Dudamel, Carlos Izcaray y muchos otros, así como una vasta y diversa gama de conjuntos musicales tales como la Orquesta Mavare, La Pequeña Mavare, la Banda Municipal "Don Juancho Querales", el dueto de Los Hermanos Gómez, Los Trovadores Caroreños, Los de Antaño de Carora, el grupo Diapasón, el grupo Carota, Ñema y Tajá, y un largo etcétera.

Lara es también la cuna de numerosos intérpretes musicales de fama local, que alegran patios, plazas y madrugadas, tales como Sixto Andueza, Evaristo Lameda "Zamurito", Alfonso "Foncho" Colombo, Arsenio Colombo y muchos más, y ha sido una de las regiones más renuentes a admitir la lamentable extinción -en gran medida propulsada por la malandrería en boga- de las deliciosas serenatas. En Lara residen buena parte de los más importantes fabricantes de instrumentos musicales, o luthiers, con que cuenta el país, entre los que Antonio Navarro nos ha impresionado singularmente, y seguramente es uno de los estados más densos en melómanos y aficionados a la música de todos los matices. Una vez le oímos asegurar al maestro Briceño Guerrero, incapaz de no saber de que estaba hablando, que había muchos más cuatros en las casas de Carora que violines en las de París o Viena... En una Venezuela de colorida, diversa y chispeante herencia rítmica, la entidad tiene bien ganada su denominación de estado musical por excelencia, y Barquisimeto su reputación de capital musical del país.

En 1964 se constituyó el Orfeón Carora en esta ciudad, bajo la dirección de Juan Martínez Herrera, discípulo de Antonio Estévez, y, en 1974, bajo la misma dirección, la primera Orquesta [Sinfónica] Infantil del país, que fue el germen del movimiento que ha conducido a la creación del portentoso Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles, liderado por el maestro José Antonio Abreu, quien en su momento condecoró en el Aula Magna al promotor de esta iniciativa. El maestro Antonio Estévez, cuando se enteró de la misma, a poco de constituida la Orquesta Infantil, no vaciló en rogar que se le diera "todo el apoyo moral y material, por parte de los sectores privados y oficiales, para que [siguiesen] llevando adelante su encomiable labor". Esta experiencia ilustra, cual pocas, como proyectos bien concebidos y con hondo arraigo en una localidad pueden convertirse, con un liderazgo, apoyo y organización adecuados, en iniciativas capaces de sacudir al país entero, y eso es lo que, en definitiva, aunque en múltiples dimensiones y simultáneamente, estamos procurando con nuestra propuesta piloto para Lara.

La música larense es apreciada por los coterráneos sin distinciones de clases o estamentos sociales y constituye un poderoso vínculo de identidad, que a menudo conduce a sus devotos a una rara comunión o sobrecogimiento. Cuando hemos intentado hurgar en ella en búsqueda de algún elemento explicativo de este influjo, del que somos partícipes, hemos encontrado una suerte de entremezcla de sentimientos de apego a las secas tierras, las escasas aguas y los vistosos cielos locales con nostalgias de un amor femenino perdido, inaccesible o no correspondido, cual si una mujer mágica, telúrica y de extraña belleza, a la vez madre y amante, se hubiese confundido con elementos del paisaje físico y escogido esconderse para siempre en el alma colectiva de los larenses, que se sienten una y otra vez obligados a buscarla. Haría falta alguien del calibre de un Carlos Jung para que nos explicara sin titubeos el sentido profundo de este fenómeno y su extendido impacto, pero mientras tanto conformémonos con reseñar su existencia y destacar que no se nos escapan las afinidades de nuestras ocurrencias, en estos escarceos musicales, con lo que hemos podido vislumbrar en nuestras indagaciones sobre las demás expresiones culturales examinadas. (En los últimos años, y parejamente a los casos de la gaita maracucha o del joropo llanero, observamos una tendencia hacia la conversión del golpe larense, variante local del joropo, en un recurso satírico y de protesta política espontánea, tal y como lo expresa, por ejemplo, la popular pieza El gran saqueo, del grupo Carota, Ñema y Tajá, lo cual nos complace, por un lado, pero nos preocupa, por otro, pues existe el riesgo de la emergencia de una música por encargos que pudiese reforzar el asfixiante sectarismo, en la onda de lo que está ocurriendo con el Grupo Madera...).

¿Hay algo que nos quieren decir los escritores larenses?

Las plumas larenses no se han quedado a la zaga de las cuerdas guaras. La amplia gama de escritores cubre todos los géneros y calibres, desde densos y estudiosos historiadores y etnólogos hasta incansables tribunos de los asuntos del día a día, desde poetas clásicos hasta existenciales, desde cuentistas hasta novelistas, desde figuras de las letras patrias hasta poetas sólo conocidos localmente, y desde mártires de las letras hasta instituciones intelectuales vivientes. Los larenses parecieran gustar tanto de escribir y leer como de cantar y escuchar; sus bibliotecas públicas se hallan entre las más consultadas del país, y añadimos que no abundan los estados en donde sea posible ver a un ordeñador de vacas o cabras con un libro de poesía y cuidado si de filosofía en el bolsillo trasero del sucio y roto pantalón arremangado.

Puesto que no disponemos de mucho espacio y sería demasiado ambicioso intentar aunque fuese una exploración del amplio escenario de las letras larenses, preferiremos apuntar algunos nombres, sin mayores pretensiones de exhaustividad y adelantando que de seguro incurriremos en omisiones imperdonables, y aportar sólo uno que otro esbozo sobre los aportes de creadores que nos parecen, claro que entre otros, representativos de los diversos géneros o corrientes.

Entre los intelectuales de plumas pesadas, dedicados a los estudios rigurosos, nos toca mencionar figuras como las de Francisco Jiménez Arraiz, Juan Oropeza, Lino Iribarren, Ambrosio Perera, José María Zubillaga Perera, Antonio Álamo, Carlos Felice Cardot, Eliseo Soteldo, David Anzola, Ildefonso Riera Aguinagalde, Guillermo Morón, Juan Aguilera, Telasco MacPherson, Rafael Domingo Silva Uzcátegui, Lisandro Alvarado y José Gil Fortoul. Deteniéndonos apenas en estos dos últimos, cabe destacar que a Lisandro Alvarado lo vemos como una mente cimera de la segunda mitad del siglo XIX venezolano y las primeras décadas del siguiente, que, en medio de la crisis de genuflexión ante el guzmancismo, y luego el castrismo y el gomecismo, optó por un bajo perfil, al estilo de sabios como Cecilio Acosta, y por llevar una vida itinerante, no pocas veces a lomo de burro o a pie. Esta experiencia andariega, sumada a sus labores médicas y de historiador, lo condujo a sentar las bases de los estudios naturalistas, etnográficos, antropológicos, folclóricos y lingüísticos en el país, hasta hacer, por ejemplo, de su Glosario del bajo español en Venezuela o de su Glosario de voces indígenas en Venezuela referencias obligadas para todo estudioso de la materia. Por su lado, Gil Fortoul, a quienes muchos despachan despectivamente colocándole las etiquetas de positivista y ministro y encargado de la presidencia durante el gomecismo, sigue siendo para nosotros el historiador venezolano por excelencia, a cuya Historia constitucional de Venezuela acudimos, a manera de índice o portal, e incluso lamentando su énfasis desproporcionado en las cuestiones jurídicas en detrimento de las económicas y tecnológicas, cada vez que iniciamos algún estudio o reflexión sobre la historia patria.

Tenemos luego una nada pasajera tradición periodística y de ensayistas de plumas más ligeras, con nombres como Eligio Macías Mujica, Héctor Mujica, Federico Álvarez, Julio Ramos, Antonio Arraiz, Alí Lameda, Raúl Agudo Freytes, el propio Gil Fortoul, Luis Beltrán Guerrero, y el incansable tribuno local Chío Zubillaga, a quien hace unos meses le dedicamos un artículo en este blog. Lara ha sido una de las entidades pioneras en el terreno periodístico, con una de las primeras imprentas instaladas en el país, llevada a Barquisimeto por Pablo María Unda, en 1833, y uno de los primeros periódicos, El Barquisimetano, impreso en la misma. El diario El Impulso, que todavía circula en el estado, fue fundado en 1904, en Carora, por Federico Carmona, y de él dijo Chío Zubillaga que "enseñó a los caroreños a leer", mientras que El Diario de Carora, fue fundado en 1919, justo cuando aquel otro diario se mudó a Barquisimeto, por José Herrera Oropeza, quien lo dirigió hasta su fallecimiento en 1935. Esta tradición periodística se mantiene hasta nuestros días, con varios amigos en pleno ejercicio, y otros, como Cécil Álvarez, hasta hace poco en labores de dirección de El Diario. Lamentablemente, no pudimos conseguir datos duros acerca del número de periódicos vendidos o leídos por cada mil habitantes en Lara, pero tenemos la sospecha de que es una de las entidades, seguramente junto con el Zulia, con mayor circulación relativa de diarios locales.

En el terreno del cuento tenemos a notables cuentistas como Julio Garmendia, Salvador Garmendia, Antonio Briceño, Arturo Briceño y Antonio Arraiz. Escogemos a Julio Garmendia para destacar que sus cuentos fueron una especie de vademécum de criticidad para la generación de nuestros abuelos y aun de nuestros padres. Uno de dichos cuentos, sencillo y de apenas cuatro páginas, "La tienda de muñecos", publicado en 1927 en la obra homónima, es quizás una de las piezas literarias que más impacto ha causado en toda la historia venezolana: en plena autocracia militar gomecista, planteó una sátira cifrada del país, al que comparó con una obsoleta tienda de muñecos inservibles e invendibles, con la sola excepción de un compartimiento entero lleno de soldados, de los que el dueño de la tienda, moribundo, abuelo y padrino del narrador y heredero, dijo: "... a estos guerreros les debemos largas horas de paz. Nos han dado buenas utilidades. Vender ejércitos es un negocio pingüe...". Son muchos los que aseguran que fue mucho lo que este desafío verbal, leído por todos los lectores no complacientes de la época, hizo para allanar el terreno de la sublevación cultural del carnaval del año siguiente, por parte del movimiento universitario que con el tiempo se convertiría en núcleo de la llamada generación del veintiocho...

En la órbita de la novela, aunque no es abundante -como suele ocurrir en un país de cultura inmediatista y en donde sólo unos pocos privilegiados pueden dedicarse por entero a las letras- lo que hay para mostrar, tenemos novelistas poco conocidos como Antonio Briceño, Antonio Jiménez Arraiz, Juan Oropeza, Julio Ramos, Magdalena Seijas, Manuel Vicente Tinoco y Carlos Zavarce, y otros de mayor difusión relativa como Salvador Garmendia, José Gil Fortoul, Guillermo Morón, y Antonio Arraiz. Salvo novelas de estos cuatro últimos, no conocemos la obra de los restantes sino por referencias indirectas. Especialmente y desde jóvenes nos ha impactado la obra de Antonio Arraiz, autodidacta (que "aprovechó" el prolongado cierre de la universidad en la segunda década del siglo pasado), también periodista y poeta, prisionero de la dictadura gomecista, en cuyos tenebrosos calabozos de La Rotunda pasó siete años, y primer director de El Nacional, desde 1943 hasta 1949, cuando se exilió voluntariamente en los Estados Unidos a raíz del derrocamiento de Gallegos. Arraiz fue miembro destacado, junto a Arturo Uslar Pietri y Miguel Otero Silva, de la llamada Vanguardia de la literatura venezolana, que se agrupó en torno al número único de la famosa revista válvula [sic], publicada justo antes de la Semana del Estudiante de febrero de 1928. En su "Editorial-Manifiesto" se definieron como "un puñado de hombres jóvenes, con fe, con esperanza y sin caridad [que venían] a reivindicar el verdadero concepto del arte nuevo", entendiéndose por tal "arte nuevo" a uno capaz de romper con los moldes de los esteticismos modernistas y los costumbrismos del pasado, para apostar a un vínculo estrecho y explícito con la realidad social circundante.

Para muchos estudiosos, tal vez con José Ramón Medina -50 años de literatura venezolana- al frente, esta generación de vanguardia profundizó la ruptura iniciada por la llamada generación del 18 -la de Fernando Paz Castillo, Mariano Picón Salas, Mario Briceño Iragorri, Andrés Eloy Blanco, Augusto Mijares y otros-, pero nosotros preferimos, de la mano de investigadores como Nelson Osorio, y quizás Oscar Sambrano Urdaneta, ver a estos últimos como precursores de la más profunda ruptura de los vanguardistas o del 28 (ruptura entendida en sentido amplio, en la acepción de movimiento de ruptura con el gomecismo, y no simplemente de movimiento universitario caraqueño del 28), quizás con Fernando Paz Castillo (quien suscribió el mencionado manifiesto de válvula) como el puente más visible los dos grupos, o, de repente, con el propio Antonio Arraiz como miembro de ambos, a partir de la publicación de su revolucionario libro de poemas Áspero. En cualquier caso, no es la filiación estilística por sí misma lo que aquí nos interesa, sino la manera en que la obra de los creadores literarios es reveladora de la cultura colectiva.

En sus tres novelas, Arraiz se mantuvo fiel al compromiso asumido en válvula: en la primera, Todos iban desorientados (publicada sólo en 1951), una de las dos únicas novelas sobre los acontecimientos de 1928 -la otra es Fiebre, de Miguel Otero Silva-, un dirigente estudiantil intenta, sin éxito y presa de sus propias confusiones, convertirse en dirigente del primer verdadero movimiento popular venezolano, compuesto por una abigarrada mezcla de obreros, campesinos, peones, empleados, trabajadores del aseo urbano, carniceros, buhoneros, desempleados crónicos y estudiantes, con quienes resulta cuesta arriba aplicar la única teoría disponible de la revolución social, la de Lenin, basada en el rol histórico del compacto proletariado. En la segunda, Puros hombres (1938), que mucho nos hace recordar a La casa de los muertos, de Dostoievski, narra su visión directísima de la cárcel gomecista y, sin edulcorar la sordidez de las torturas, vejámenes y grillos, nos brinda también -y como buen militante valvulista- un mensaje de fe y esperanza en la solidaridad, la afectividad, la curiosidad, la paciencia, la resistencia ante las permanentes amenazas de muerte, las ansias de mujer y la indomable pasión por la libertad y la democracia de los prisioneros políticos; al referirse a esta obra, su autor alguna vez declaró, en gesto que nos recuerda la hidalguía de Nelson Mandela, que la había escrito para evitar que "... las escenas [de] una interminable, atomentadora experiencia [...], de no haber encontrado forma de verterlas, emponzoñaran para siempre [su] existencia". En su tercera, El mar es como un potro o Dámaso Velázquez, discute casi poéticamente, entrelazadas con la metáfora de las cambiantes y a veces violentas relaciones entre el Mar Caribe y las tierras firmes e insulares circundantes, la dinámicas, apasionadas y difíciles relaciones entre el hombre y la mujer caribeños. No conforme con su valioso legado novelístico, nos dejó también un grueso fajo de poemas de vanguardia y otro de cuentos, entre los que deseamos destacar y recomendar a nuestros lectores los agrupados en Tío Tigre y Tío Conejo, donde, valiéndose de esos dos personajes del folclore campesino venezolano y lindando con la fábula y la sátira, nos dicta, en dos platos, una profunda cátedra sobre la naturaleza de las dictaduras -torpes y crueles, al estilo de Tío Tigre- y la necesidad de derrotarlas sin caer en sus provocaciones de confrontación violenta, sino a través de la no violencia activa e inteligente -a lo Tío Conejo-...

Si en el caso de los novelistas larenses debimos escudriñar cierta literatura para sumar un puñado de nombres, en el caso de los poetas la situación se plantea a la inversa: la dificultad está en seleccionarlos, pues no sería difícil, a poco que hurgáramos sólo en nuestros recuerdos y/o nuestra biblioteca personal, reunir seguro que más de un centenar de autores, que requerirían de complejos esquemas de clasificación para ser estudiados. Nada más que el volumen La poesía larense (2a. Ed., 1982), compilado por Guillermo Morón, Hermann Garmendia y Pascual Venegas Filardo, contiene una antología de poemas de cerca de ochenta poetas, distribuidos en cuatro grupos: Románticos populares (I): 27 poetas, Románticos populares (II): 19 poetas, Poetas modernos y nuevos: 16 poetas, y Los poetas más nuevos: 17 poetas. De allí que nos viésemos forzados a apelar al que podría ser el más burdo de los criterios: seleccionarlos en base a una combinación de nuestras apreciaciones personales sobre el impacto social de sus obras con las vivencias del dilatado contacto con numerosos larenses -incluidos mis padres- y sus poetas más nombrados, y clasificarlos no por sus estilos literarios sino por sus temáticas principales.

Armados con estos tamices, por supuesto sin contornos nítidamente diferenciados, y a falta de otros mejores, nos salió citar aquí a los siguientes: poetas románticos y costumbristas, o centrados en sus pasiones y en la descripción de sus sensaciones ante un contexto local fácilmente perceptible: José María Pérez Limardo, Gelasio Rivero, Antonio Lucena, Marco Aurelio Rojas, José Parra Pineda, los hermanos Juan José, Plinio y Francisco Bracho, F. Lucena Fuentes y Alcides Lozada. Poetas clásicos o de atención concentrada en procesos y contextos universales o históricos: Ramón Perera, Pedro Montesinos, Lisandro Alvarado, Ulpiano Torrealba, José Gil Fortoul, José Marmol Herrera, Francisco Montesinos Agüero, J. T. Santeliz, Dimas Franco Sosa, Alirio Ugarte Pelayo, Luis Beltrán Guerrero y Alí Lameda. Poetas modernos o empeñados en expresar su mundo interior existencial y sus vivencias estéticas: Roberto Montesinos, Pascual Venegas Filardo, Luis Alberto Crespo y Rafael Cadenas. Y poetas de vanguardia, abocados a expresar sus sentimientos críticos ante la realidad social circundante: Hedilio Lozada, Segundo Ignacio Ramos, Elisio Jiménez Sierra, Antonio Arraiz y Pío Tamayo.

Más allá del hecho de la inmensa devoción popular por la poesía y los poetas larenses, entre las obras que más nos han impresionado de estos bardos están El corazón de Venezuela (1966), de Alí Lameda, extraordinario y extenso poema épico (obra desafortunadamente conocida sólo en su primer volumen, que cubre hasta la Conquista, pero que, según me aseguró su propio autor, fue escrita hasta alcanzar el siglo XX, con la desgracia, para todos, de que el resto del manuscrito quedó incautado e inédito en Corea del Norte, donde él estuvo salvajemente preso y fue torturado) que se propone exponer la trágica historia de nuestra nación, comenzando por su cruento parto; el libro de poemas Áspero (1924), de Antonio Arraiz, considerado por muchos como un hito decisivo en la historia de la poesía venezolana, del que dijera Miguel Otero Silva, quien consideró a Antonio Arraiz como el "capitán y maestro" de la generación poética del 28, que "... se aparta de de la música tradicional, rompe con la métrica inveterada, hace trizas los sonsonetes sacrosantos de la rima, quebranta los principios cardinales de la preceptiva. Desata, en fin, para la poesía venezolana las torrenteras cimarronas del verso libre", y también que "... Antonio Arraiz, a más de aportar las innovaciones formales que la vanguardia trajo consigo, trasladó a sus versos la pulpa americana de su ardoroso mundo existencial, interior y exterior, quiero decir íntimo o volcado sobre los seres y cosas que lo rodeaban. De ahí lo perdurable de su obra..."; y el poema "Homenaje y demanda del indio", de Pío Tamayo, que contribuyó como ningún otro texto a desencadenar el movimimiento universitario de protesta de febrero de 1928, y terminó por costarle la vida a su autor, quien fue hecho prisionero ese año y recluido en Puerto Cabello por Gómez, para no salir de allí sino para morirse en 1935, no sin antes convertirse en jefe informal de la cátedra de sociología e historia crítica que dictó en la cárcel a todos los estudiantes que por allí pasaron y que, con el tiempo, cambiaron la historia del país...

Sin desestimar sus impactos en el plano de las letras y procesos políticos y sociales en escala nacional, ciertos rasgos que parecieran comunes a casi todos estos creadores, varones en su casi totalidad -pues todavía no se había producido la revolución feminista en el país-, en materia de expresión de valores culturales, son la constante alusión a las características inhóspitas y duras de las tierras venezolanas y larenses en particular, a menudo contrastadas con la exquisitez y belleza de sus cielos; a sus sentimientos, frecuentemente no correspondidos y como suplicantes de amor, hacia mujeres ansiadas; y la sensibilidad ante las condiciones de vida de la población campesina y pobre en general, que, sobre todo pero no exclusivamente, en los del último grupo, reviste el carácter de protesta indignada. En su extraordi- nario trabajo La poesía de los pueblos con sed, Luis Beltrán Prieto Figueroa hace del larense uno de los pueblos paradigmáticos de esta postura poética y selecciona poemas de Luis Beltrán Guerrero, Antonio Arraiz, Roberto Montesinos, Alí Lameda y Luis Alberto Crespo, representantes de los tres últimos grupos señalados, para demostrar sus tesis.

Este panorama literario, con las disculpas del caso por la probable falta de rigor en nuestras apreciaciones, de un lado pareciera reforzar lo dicho en torno al musical, sobre todo en cuanto al apego a una geografía agreste y a la exaltación de lo femenino inaccesible, pero del otro aporta un elemento de rebeldía y casi de rabia sin equivalente aparente en la esfera musical. A riesgo de ser burdos, o de proceder como el Procusto aquel, cuando auscultamos la literatura larense en busca de algún mensaje compartido nos encontramos con un gran sentimiento de amor y una resuelta vocación pacífica y constructiva que por alguna razón resultan contrariados, abortados o imposibles de realizar o entregar. Algo parecido a lo que Miguel Otero Silva, en una de sus novelas, no recuerdo exactamente cual (aunque me suena sobre todo Oficina No. 1), expresa cuando compara la pasión de uno de sus protagonistas por Venezuela con el amor, inevitablemente lleno de obstáculos, hacia una prostituta...

Aparte de ser cuna de numerosos e importantes escritores, Lara muy probablemente cuenta en su haber con el privilegio de contar con una de las poblaciones más densas en lectores de todo el territorio nacional. Esta apreciación, principalmente emanada de la observación directa del suscrito, quien no ha visto en otras regiones del país una avidez por la lectura tan intensa y difundida, incluyendo las amas de casa y hasta los estratos campesinos, encuentra un asidero parcial en las cifras calculadas a partir de las divulgadas por el Instituto Nacional de Estadísticas, INE, según las cuales Lara fue, en 2007, la segunda entidad federal en número de obras consultadas en las bibliotecas públicas, con 2.729 por cada mil habitantes, muy por encima del promedio nacional de sólo 844/1000 hab, y sólo por debajo de Aragua, que alcanzó la cifra de 3.387/1000 hab.

Otras manifestaciones artísticas y culturales formales en Lara

Para nuestro pesar, pues buena falta que ha hecho, no hemos conocido nada que merezca el nombre de un teatro larense, y tampoco de un cine, pues, aparte de un teatro político y casi de calle que vimos florecer en los años setenta, y que tuvo ganas de engarzarse con la importante corriente teatral caraqueña de esos años, la de la "Santísima Trinidad" de las tres "C": Cabrujas, Chocrón y Chalbaud, sólo sabemos de dramaturgos aislados y con escaso impacto en la cultura local. No tenemos claro el porqué de esta omisión, casi una constante en todo el territorio nacional. Entre las hipótesis que, mientras tanto, barajamos, están estas: (a) el teatro requiere no sólo de talento creativo, sino también de su conjugación con fortalezas organizativas y productivas, que son difíciles de reunir en un medio de dispersión e inmediatismo como el nuestro; (b) es muy difícil competir con la omnipresencia de la televisión, que tiende a monopolizar el espacio cultural disponible para las artes escénicas, lo cual se agrava en el clima de inseguridad que sufrimos y que tiende a convertirnos a los venezolanos en animales fastidiosamente diurnos; (c) los enfoques panfletarios y de puesta del teatro al servicio directo de intereses políticos contribuyeron a intoxicar las venas dramatúrgicas, culminando con el desprecio al importante esfuerzo que se había emprendido con el Teatro Nacional Juvenil, TNJ, experiencia promovida por Pilar Romero (adeca...) y hermana de aquella de las orquestas sinfónicas, a manos de los dos últimos gobiernos; y (d) la "bonanza" petrolera y la manía importadora hicieron aquí de las suyas, y resultó más fácil, en los años ochenta y noventa, importar espectáculos y presentaciones teatrales, durante la época dorada de los festivales internacionales de teatro y del Teresa Carreño a todo trapo, antes que apostar al más lento pero beneficioso desarrollo de las artes escénicas nacionales, que habían alcanzado un grado importante de desarrollo durante los setenta, con los festivales nacionales de teatro, Vimazoluleka, Tu país está feliz, el auge de Rajatabla, etc.

(Originalmente, habíamos pensado incluir aquí algunas consideraciones sobre otros aspectos culturales relativamente formales tales como las artes plásticas, la arquitectura y el urbanismo, y las actividades artesanales, pero, dado, por un lado, que el artículo había quedado ya demasiado extenso, y , por otro, que de pronto detectamos algunas diferencias de naturaleza entre estas expresiones culturales y las ya tratadas en esta entrada, decidimos dejar, alterando el plan original, para un nuevo y próximo artículo, bajo el nuevo subtítulo de "La perspectiva semiformal" (o, si nos decidimos por fin a estrenar el término que hasta ahora hemos usado en casa: "La perspectiva transformal"), que intentaremos justificar, la consideración de esas otras expresiones culturales que pensábamos abordar aquí).

2 comentarios:

  1. Edgar tus lectores comenzamos a preocuparnos por la ausencia de tus articulos.

    Rafael Maldonado

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  2. Rafael,

    De verdad me alegra mucho que rompas el silencio comentarista reciente. Yo mismo he estado flojo en mi frecuencia de comentar artículos y creo que la ausencia combinada de todos probablemente ha contribuído a la disminución de la frecuencia de los artículos mismos. En buena medida, creo que ésta serie, aún cuando interesante, se presta poco a comentar ya que hace muchas referencias a datos y figuras particulares, que sin tener una referencia distinta significativa, son difíciles de comentar.

    Sin embargo, si Lara podría ser una experiencia piloto de un estilo distinto de desarrollo menos petrodependiente y rentista, valdría la pena pensar desde temprano en los mejores mecanismos o maneras de exportar ese estilo distinto a otras regiones. Si hay un tema unificador de una enorme mayoría de Venezolanos, ese tema probablemente sea el de la inseguridad. Y en contraste a la tesis reinante de que lo que hace falta es mano dura y más policía y etc, podrían concentrarse esfuerzos en forjar y solidificar una alianza entre el sector industrial y la población empobrecida donde se pueda someter a prueba la tesis que a mayor bienestar, menor violencia.

    Cualquier esfuerzo de impulsar un esfuerzo de transformación en Lara va a tener que hacerle frente al temor bien fundado del riesgo de expropiación. La ola reciente de expropriaciones es la mismísima receta de la guerra civil donde si la manera establecida de cambiar de mano la propiedad es por la fuerza, entonces por la fuerza se decidiría toda propiedad. A quien no tiene nada pareciera que no tiene nada que perder, de donde se hace urgente que el empresariado se preocupe tanto como pueda de ser parte de la solución real de los problemas de los trabajadores, al estilo de Polar, para asegurar la dinámica ganadora de defender lo productivo y rechazar lo destructivo para intentar detener o alentar el proceso que está en curso. Y en ese esfuerzo, es clave no dejarse chantajear y hacerle juego a la confrontación sino más bien ofrecerle tantas oportunidades de superación y aprendizaje al trabajador como sea posible, de manera que al aumentar su productividad, ambos salgan ganando.

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