El crecimiento poblacional y otros aspectos demográficos

La capital del estado, Barquisimeto, con poco más de 800 mil habitantes, para el mismo censo de 2001, fue la cuarta ciudad más poblada de Venezuela, sólo por debajo de Caracas, Maracaibo y Valencia. Con un crecimiento relativo de 30% respecto del censo anterior de 1990 y una tasa interanual de 2,4% para el mismo lapso, el estado se colocó 3 puntos porcentuales, en un caso, y una décima de punto porcentual, en el otro, por encima de las tasas de la nación en su conjunto. La densidad poblacional del estado pasó, entre 1950 y 2001, desde 18,6 hab/km² hasta 78,6% hab/km², con un máximo de crecimiento poblacional de 3,5% interanual entre 1971 y 1981, la cual contrasta con la densidad poblacional nacional promedio, según el mismo censo, de sólo 25,7 hab/km². Hasta los años sesenta, Barquisimeto fue la tercera ciudad más poblada del país, sólo por debajo de Caracas y Maracaibo.
De acuerdo a las estadísticas oficiales estimadas más recientes, la población actual (30/09/2010) del estado sería de 1.896.420 habitantes, con una densidad poblacional de 95,8 hab/km². El registro electoral del estado para las elecciones del 26/09/2010 fue de 1.122.263 electores, o sea, que tiene casi un 60% de su población mayor de 18 años.
Esta misma población, que, para mediados del año en curso, se estimó en 1.881.595 habitantes, se concentra en el municipio Iribarren, donde está la capital, Barquisimeto, con cerca de un 57% del total, y en el municipio Palavecino, capital Cabudare y prácticamente convertido en un área periférica de Barquisimeto, con cerca de un 9% adicional, para un total de un 63%. Después están los municipios Torres, capital Carora, en la depresión de su nombre y con una pequeña área, al sur, de estribaciones andinas, con poco más de un 10%; Morán, capital El Tocuyo, hacia el sur del estado y también una porción andina, con poco más de un 7%; Jiménez, capital Quíbor, cerca del centro del estado y en el valle de su nombre, con poco más de un 5%; Urdaneta, capital Siquisique, al norte del estado y con varias depresiones, valles y pequeñas cadenas montañosas, con poco más de 3%; Andrés Eloy Blanco, capital Sanare y de perfil ya casi andino; Crespo, capital Duaca, en la parte este del estado, vecina a Yaracuy, con cerca de un 3% de la población; y Simón Planas, capital Sarare y con un perfil tirando a llanero, con un 2% de los larenses.
Mientras que los municipios Iribarren y Palavecino poseen elevadas densidades poblacionales de más 360 hab/km² cada uno, harto por encima de la media nacional de unos 25 hab/km² y de la media estadal de unos 96 hab/km², los demás están muy por debajo de tales densidades. Los siguen el municipio Jiménez, con alrededor de 130 hab/km², el municipio Andrés Eloy Blanco, con 72 hab/km², los municipios Morán y Crespo, con cerca de 58 hab/km² cada uno, Simón Planas, con 45 hab/km², y luego, a distancia, Torres, con 28 hab/km², y Urdaneta, con sólo 15 hab/km². Esta tendencia a la concentración de la población larense en los municipios Iribarren y Palavecino, o sea, en la urbe Barquisimeto-Cabudare, tiende a acentuarse, sobre todo dada la muy alta tasa de crecimiento geométrico del municipio Palavecino, superior a un 4% interanual, por lo que allí tienden a reproducirse, de manera completamente innecesaria, buena parte de los problemas de crecimiento desordenado de las grandes urbes del país.
Todos estos datos sugieren que, dada la fuerte vocación agrícola y ganadera del estado, sería posible, sobre todo con una adecuada gestión de los recursos hídricos disponibles, promover un significativo reacomodo poblacional, según el ejemplo de lo que ya está ocurriendo en los municipios Jiménez y Simón Planas que, con su dinamismo económico y su mayor disponibilidad relativa de agua, ya están creciendo a una tasa interanual de más de 3%, con miras a descongestionar el área de Barquisimeto-Cabudare.
La herencia étnica y sus implicaciones

No obstante, y a pesar de esta hibridación real, que contribuye no poco a la amplitud cultural de los larenses, tampoco es posible ocultar que es todavía demasiado lo que falta por corregir y demasiadas las injusticias históricas que faltan por resarcir. En particular, es obvio que buena parte de la población más excluida y pobre del estado desciende, al menos mucho más que la población establecida o incluida, de las tribus amerindias agroalfareras que poblaban el valle de Quíbor, las depresiones y valles de Carora y Barquisimeto, y las fértiles y naturalmente irrigadas estribaciones andinas. Con la llegada de los conquistadores ibéricos, en Lara, después del holocausto inaugural, a cargo de ciertos teutones, estas poblaciones fueron brutalmente desplazadas de territorios que habían colonizado por más de diez mil años, y privadas de las tierras que hasta entonces habían cultivado con no poco ingenio artesanal para resolver problemas de riego y adaptar cultivos a las realidades de sus suelos.
Sin embargo, y quizás este sea un elemento de consuelo, ha ocurrido que estas tierras fueron colonizadas, aparentemente -nos faltan conocimientos más sólidos aquí- con un alto componente de vascos, gallegos, asturianos, navarros y otros pobladores de los pueblos del norte y este de España, entre quienes se incluyeron los Bolívar, de ascendencia vasca, quienes llegaron con sus familias a establecerse y quedarse para siempre en el Nuevo Mundo, y quienes es sabido que, para la época de la conquista y los primeros tiempos de la colonia, tenían un mucho mayor grado de desarrollo mercantil, y eran más laboriosos y religiosamente menos fanatizados, que los andaluces, extremeños, castellanos y leoneses, más apegados al régimen latifundista o feudal y a las prácticas inquisidoras, que vinieron en otras oleadas inmigratorias. [Si alguien conoce algún estudio específicamente dedicado a Venezuela sobre este importante asunto, le agradeceríamos que nos haga llegar el dato].
De lo que precede, cierto fundamentalismo indigenista tan de moda, inspirado en la llamada leyenda negra de nuestra historia, pretende desenterrar hachas de guerra convertidas desde hace siglos en restos arqueológicos, y reeditar, bajo el disfraz de la lucha de clases y, repetimos, en contra de las más expresas indicaciones de Bolívar acerca de nuestra condición étnica, ancestrales antagonismos (véase, a este respecto, nuestro artículo "Hibridados e ilusionados (II): la heroica lucha de los venezolanos por la independencia y sus frustrantes resultados", de julio de 2009). Opuestamente, la corriente de historiadores liderada por Elías Pino Iturrieta, Guillermo Morón (caroreño) y afines, inspiradores de la oposición y de una u otra manera exponentes de la llamada leyenda dorada en la historia patria, que parte de la premisa de que aquí lo que había antes de la llegada de los españoles era "monte y culebras", y de que nuestra cultura es una mera continuación de la ibérica, adopta, ante esta compleja problemática, una postura pragmática que, a riesgo de caricaturizarlos, podríamos resumir en la lacerante frase criolla de que "aquí el que se jodió se jodió".
Nuestros criterios, en cambio, se inclinan más por el lado de las posturas de nuestro querido y admirado Chío Zubillaga (véase nuestro artículo: "Paladines de la lucha por la libertad alimentaria latinoamericana (I): Josué de Castro y Chío Zubillaga", de febrero de este año), étnicamente casi un vasco de pura cepa, pero amante de nuestra tierra como nadie, y por tanto mentor espiritual de todos los larenses, quien abogó toda su vida por la búsqueda de soluciones negociadas y sin pataletas entre el sector pudiente, caroreño y larense, y los desposeídos de la tierra, con miras a la superación real del latifundismo y la obtención de beneficios para todos. Mientras estos problemas no se aborden, con salidas al estilo de las que ya se han comenzado a implementar en haciendas como Sicarigua, liderada hasta hace poco por el progresista y emprendedor, abominablemente asesinado hace poco, Mario Oropeza Riera, no podrá haber verdadera inclusión social en Lara, por lo que este debería ser un asunto central en cualquier cosa que merezca el nombre de política en el estado.
La calidad de vida de la población

La mortalidad infantil en 2007 fue de 15,96 por cada mil nacidos vivos, ligeramente inferior a la media nacional de 16,14 por cada mil nacidos vivos. El 79,7% de la población tuvo acceso, en 2007, a saneamiento o cloacas, por debajo del 81,4% del promedio nacional, y el 88,7% dispuso de servicios de agua potable corriente en sus hogares o en tomas colectivas procedentes de acueductos, en comparación con el 91,6% a nivel nacional. La población confronta problemas de morbilidad asociada a diarreas infantiles, parasitosis o helmintiasis y diabetes, por encima de la media nacional, así como, probablemente a causa de dietas excesivas en carbohidratos y carnes rojas, obesidad y neoplasias o afecciones cancerígenas. Asimismo, la mortalidad por cáncer, diabetes y enfermedades del hígado estuvo, para 2007, por encima de la media nacional.
Una y otra vez, a lo largo de muchos años, médicas y médicos larense, con mención destacada de la doctora Migdalia Suárez, amiga desde la infancia y conocedora profunda de esta problemática, y de Aída Pérez, amiga también desde los días universitarios, me han hablado de las conexiones estrechas que existen entre esta problemática de la morbilidad y la mortalidad, sobre todo en los niños, y aquella de la pobreza y la desnutrición; con ellas he visitado instalaciones en Fundasalud, Ascardio y el Hospital Central de Barquisimeto, que revelaron una estrecha y productiva cooperación, bajo el liderazgo de los hermanos Finizola, entre el sector público y el privado. Otro gran amigo -desde hace cincuenta y buen pico de años- Cécil Álvarez, en uno de sus libros, habla de las bondades de otra modalidad de esta cooperación, con el caso de las Hermanitas de los Pobres y su labor decisiva y tesonera durante ya muchas décadas en el hospital San Antonio, el principal centro de salud de Carora.
Todos estos esfuerzos están siendo, o fueron ya, desmantelados al calor de la actual fiebre "socialista" y su izquierdismo infantil, fóbico ante cualquier iniciativa del sector privado, y confieso que tiemblo ante la posibilidad de encontrarme ahora con ruinas, vandalismo y escombros en las instalaciones y equipos que otrora conocí. Por citar sólo un botón de muestra: hace algunos años, pongamos unos doce o trece, conocí el sistema de ambulancias de Ascardio y Fundasalud, que actuaban de manera integrada, y conocí las más idóneas ambulancias que jamás he visto aquí o en cualquier otro lado: por fuera con la peor de las pintas, cual camionetas pickup cualquiera y con una cava añadida tipo de pescadero -y nada de letreros tipo AMBULANCE invertido, como en las películas, ni de sirenas exóticas-, pero por dentro tan robustamente equipadas que asemejaban un hospital ambulante completo, y con una prestación de servicios que, nada más que en el área de Barquisimeto y a precios de afiliación de los hogares resueltamente solidarios, recuerdo que andaba por el orden de más de trescientas atenciones diarias por parte de todo el sistema. Me gustaría saber qué ha sido de la vida de estos y muchos otros equipos, que de paso eran protegidos, sin cercos eléctricos ni muros, sino todo lo contrario, con caminerías y áreas recreativas abiertas, por la comunidad pobre del "peligroso" barrio circundante de La Feria, y comparar esta gestión con la actual.
Aunque los índices delictivos del estado, en materia de homicidios, lesiones personales, secuestros, hurtos, robos y afines, están muy por debajo de los promedios nacionales, no por ello la entidad escapa a la perversa tendencia nacional hacia un crecimiento exponencial de las tasas de estos delitos, y sobre todo de los secuestros. El llamado deterioro de la trama social, catalizado por la falta de empleos estables y el consiguiente debilitamiento de la estructura familiar, y por la inseguridad jurídica reinante, tiende a manifestarse en términos de una galopante inseguridad social. En tal contexto, no podía

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