martes, 9 de junio de 2009

Hibridados y atrapados: las incompletas opciones del caso puertorriqueño

Las Indias Occidentales, Antillas o islas del Caribe, como alternativamente se las ha llamado, no sólo fueron la primera región del Nuevo Mundo encontrada por Colón, con la conocida confusión de quien creyó llegar a la India por su flanco occidental, sino que desde entonces se han mantenido como una especie de puerta de entrada, laboratorio de ensayos políticos, atalaya o cabeza de playa de fuerzas nacionales, empresariales o individuales interesadas en probar fortuna en estas tierras latinoamericanas, siempre exhalantes de un aire entre sensual y como de botín y muchas veces pareciendo casi de nadie. Por razones que no terminan de dilucidarse, esta cordillera acuática de cerca de un millar de picos flotantes dispuestos como un pubis en el centro de América o, si se prefiere, como melena o halo en la cabeza de Suramérica, ha sido secularmente un terreno favorito para la búsqueda de ventajas geopolíticas, económicas, financieras, ideológicas, lúdicas y hasta sexuales de todo género de aventureros, piratas, potencias o imperios.

A falta de estudios más profundos, repitamos más o menos algunas de las cosas de mayor calibre que hemos visto u oído como causas de este afán dominador: que para las potencias y territorios que aspiran al liderazgo mundial, la diversificación productiva y el crecimiento económico sostenible, resulta extremadamente valioso disponer de un entorno monoproductor y monoexportador que simultáneamente abastece de materias primas, asegura un mercado para las exportaciones de alto valor agregado y sirve de lugar de experimentación de políticas y sistemas productivos; que por su abundancia de costas abruptas y su situación geográfica estas islas se prestan para el establecimiento de puertos o alcabalas de apoyo y control del tráfico marino mercantil o militar hacia y desde la tierra firme del continente; o, menos científicamente, que en el Caribe se conjuga un paquete de temperaturas y vientos, playas y palmeras, falta de normas y dueños, escasez de tradiciones e instituciones, culturas y conductas permisivas, genes y pieles de procedencia diversa, sabores y sustancias exóticos, y añádase qué se más, difíciles de igualar y que han ejercido una incontrolable fascinación para las mentes, cuerpos y bolsillos europeos y, sobre todo, para nórdicos de éticas protestantes, hábitos contables y playas heladas.

Dentro de las Antillas, las mayores: Puerto Rico, La Española (Haití y República Dominicana), Cuba y Jamaica, le han hecho honor a su denominación, convirtiéndose en objeto de los mayores experimentos. El proceso de transculturación e hibridación étnica que ha afectado a toda América Latina ha tenido en estas islas algunos de sus principales exponentes y aquí han tenido lugar algunos de los desenlaces más extremos y fáciles de observar, razón por la cual nos ocuparemos de examinarlos brevemente, comenzando por el caso puertorriqueño -y exceptuando el caso jamaiquino, por escapar al ámbito latinoamericano-, en esta serie de artículos de nuestro blog.

En Puerto Rico ha tenido lugar, durante cinco siglos, el proceso más exitoso de colonización y, luego, de la así llamada neocolonización en nuestro subcontinente latinoamericano, desde el punto de vista de las grandes potencias mundiales, y particularmente de los Estados Unidos, o, visto desde la perspectiva inversa, el más frustrante de todos nuestros procesos de búsqueda de identidad y autonomía cultural, económica y política. A partir de una fuerte hibridación inicial entre el puñado de varones conquistadores y la población femenina taína se inició en la isla un proceso de transculturación basado en la explotación indígena en pequeñas minas de oro y plata y encomiendas agrícolas, hasta que la atracción por las más rendidoras minas de las mesetas mesoamericanas y andinas convierte a las Antillas, y a la isla de Borinquen, en particular, en un área de interés más geopolítico que económico. Luego, aproximadamente a mediados del siglo XVII, se impone el sistema de plantaciones desarrollado por los holandeses en Brasil, que intensifica la producción para la exportación azucarera y saca provecho de la más resistente y productiva mano de obra esclava traída de África, negocio que poco a poco se solapa con el sistema esclavista imperante en el Sur de los Estados Unidos.

Aun cuando España, en líneas generales, conservó su dominio político sobre las Antillas durante cuatro siglos, en la práctica de los últimos dos y medio éstas comenzaron a gravitar crecientemente en la órbita de la monoproducción azucarera y las prácticas mercantiles de importación de contrabandos bajo control anglosajón. Cuando ocurre la Independencia estadounidense, y, luego, la Guerra Civil norteamericana y la derrota del esclavismo sureño, se crearon las condiciones para la búsqueda de autonomía de estas islas que nunca respondieron al llamado de la causa independentista continental. Pero, a su vez, los tardíos movimientos independentistas en Puerto Rico y Cuba fueron vistos por los Estados Unidos como una oportunidad para ejercitar, al finalizar el siglo XIX, su recien adquirida musculatura imperialista, y lograr, políticamente, el control de estas islas que desde hacía mucho tenían económicamente. Fue así como, con el truco del autotorpedeo del acorazado Maine y una agresiva campaña mediática, los Estados Unidos declararon la Guerra a España, la derrotaron rápidamente, y asumieron como trofeo de guerra la hegemonía sobre Cuba, Puerto Rico, Guam y las Filipinas, minimizando y escamoteando así las luchas independentistas que, bajo el mando de patriotas como Martí, se había impulsado en estas islas.

En el caso boricua, esta dominación se ha fortalecido hasta el punto de que hoy cuenta con el masivo respaldo de los mestizos, mulatos y afroamericanos locales que constituyen casi el 98% de la población, y quienes han votado, en las últimas tres consultas electorales de 1967, 1993 y 1998, casi en la misma abrumadora proporción bien por la opción estadolibrista o bien por la de estadidad (incorporación a los EUA como nuevo estado de la Unión). La opción independentista se ha venido debilitando progresivamente, cierto que bajo el peso de campañas mediáticas, de represión, encarcelamiento de dirigentes y hasta de bombardeo de pueblos rebeldes, pero además por que no ha sabido presentar un proyecto puertorriqueño positivo más allá del odio antiyanqui y de los llamados a la resistencia violenta.

También por esto ha sido incapaz de competir con quienes han capitalizado logros nada despreciables alcanzados en la asociación con los Estados Unidos, tales como los altos niveles de ingreso per cápita (los más altos jamás alcanzados en América Latina), industrialización petroquímica, farmacéutica y biotecnológica, con su correspondiente volumen de exportaciones industriales y generación de empleos productivos, alto nivel educativo y de calidad de servicios, masiva captación de turistas, y otros. En su furia antiimperialista, el movimiento independentista puertorriqueño, fundado por el mártir Albizu Campos, se atrevió, bajo la dirección de Lolita Lebrón en 1954, nada menos que a caerle a tiros a la Cámara de Representantes de Washington en plena sesión, con saldo de cinco congresantes heridos, de los cuales uno escapó milagrosamente de morir con un disparo en el pecho. Su autora, después de pagar su gesto con veinticinco años de cárcel, aún vive, asiste a distintos foros como heroína del antiimperialismo latinoamericano, y reiteradamente ha manifestado que lo volvería a hacer pues se siente orgullosa de su hazaña.

Nos plazca o no, el modelo de desarrollo y las consignas de inspiración cubana, del tipo "Patria o muerte" y lucha a ultranzas contra el imperialismo, no han podido contra las más pedestres, pero realistas y de beneficios prácticos inmediatos, del tipo "Asociación [con los EUA] o ruina", propugnadas por los seguidores de Muñoz Marín y su Partido Popular Democrático. Esta última política no nos causa ninguna gracia y, conociendo algo de las prácticas aquella época macartista de los cincuenta, no nos extrañaría saber de sobornos y manipulaciones para comprar el movimiento pronorteamericano y corromper y hundir el independentista. Pero, aún así, y pese a que no queremos hacer de ucronistas (cronistas de la historia que pudo ser y no fue), no podemos evitar la comparación entre los lineamientos de Lolita y los de aquel Nelson Mandela -uno de los contados luchadores críticos del planeta que podría decirle a Lolita algo que empiece por "yo, que también estuve preso como tú, e inclusive un poco más,..."-, quien reflexionó durante su larga condena por actividades guerrilleras y salió de la carcel con un mensaje, en apariencias de amor y perdón bobalicón a sus enemigos, pero que en un dos por tres echó por tierra nada menos que al tenebroso apartheid sudafricano.

Repetimos que no es nuestro ánimo andar de censores o de jueces en representación de verdades divinas ante conductas como las de Muñoz Marín y sus seguidores proestado- unidenses, o de posturas como las de Lolita Lebrón y sus admiradores antiyanquis. Lo que nos parece pertinente es extraer lecciones de esta dura de tragar experiencia puertorriqueña, que sigue en curso y probablemente conducirá en no mucho tiempo hacia la plena estadidad, con Puerto Rico como el estado número cincuenta y uno de la Unión, fungiendo de vitrina de demostración de las bondades de la política "América para los [¿anglo?]americanos" ante todos los pueblos latinoamericanos. Creo también que mientras no rompamos el dilema "Puerto Rico versus Cuba", que en el fondo, directa o implícitamente, sigue vertebrando la política en nuestros países, llevaremos las de perder en el largo plazo, por aquello de que "el amor y el interés se fueron al campo un día..."

En definitiva, todas las posiciones de extrema derecha en América Latina propugnan una salida a la puertorriqueña y/o el upgrading de nuestra tercamente improductiva raza, mientras que toda la extrema izquierda preferiría, en lugar de demostrar que sí podemos resolver nuestros problemas, arañarle aunque sea la cara al Imperio, con lo cual, con el perdón de Lolita y sin proponer el retiro de Albizu Campos del panteón de mártires por la construcción de una América Latina soberana, sólo descargamos nuestra arrechera momentánea y fácilmente nos hacemos acreedores a los remoquetes de resentidos, violentos, agentes de la penetración comunista..., y, en definitiva, le facilitamos la tarea a los devotos de la estadidad progresiva sin prisa pero sin pausas.

Mientras no seamos capaces de ofrecerle a nuestros pueblos una alternativa a la vez amorosa y materialmente sustentable e interesante en el largo plazo, seguiremos en una pelea que sería eufemístico calificarla de "de burro contra tigre", porque más bien parece una de burro contra tiranosaurio rex...

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