viernes, 26 de junio de 2009

Hibridados y direccionados: el emergente liderazgo del pueblo brasileño

Pocos años después de que Colón cometiera el milagroso error que lo llevó a encontrar América cuando buscaba un camino más corto hacia la India, otro gran explorador, Pedro Álvares Cabral, cometió una segunda genial pifia que lo llevó a encontrar una porción insospechada del mismo Nuevo Mundo. En circunstancias en las que recién se había descubierto, por Vasco da Gama, en 1498, la codiciada más corta ruta marítima hacia las especias indias, bordeando el continente africano por el cabo de Buena Esperanza y en el marco de una auspiciosa revolución técnica de los medios de transporte, Álvares quiso sacar el máximo provecho de los vientos y se dejó llevar hacia el oeste cuando, de repente, se topó con la protuberante costa firme oriental americana del actual Brasil. Puesto que el hallazgo se encontró a menos de las aproximadamente 370 leguas (unos dos mil kilómetros) al oeste de las Islas de Cabo verde, el nuevo territorio le fue concedido a Portugal, con arreglo a lo pactado con España en Tordesillas (1494), y así nació la parte lusitana de nuestra América Latina.

Los conquistadores portugueses se encontraron con una población indígena organizada en aldeas agrícolas dispersas, los tupí-guaraníes, sólidamente adaptada a las condiciones selváticas, en donde los varones cazaban y pescaban, y ellas, sin desesperos y siempre pendientes de sus muchachos, habían logrado domesticar una amplia variedad de plantas como la yuca o mandioca, el maíz, los frijoles o porotos, el maní, el tabaco, la ahuyama o calabaza, la papaya o lechosa, el algodón, la yerba mate, la pimienta, el guaraná, y muchas otras, hasta asegurar la subsistencia de todos. Toda esta población, en los umbrales de la civilización, muy pronto, entre guerras, trabajos forzados y epidemias, fue clásicamente diezmada. De las indias sobrevivientes, que entre suicidarse de rabia o seguir adelante con la vida optaron por lo segundo, y los varones lusos triunfadores, nacieron poco a poco los mamelucos, comunmente identificados con los valores de sus padres, pero hondamente inmersos en el mundo doméstico-agrícola-culinario y lingüistico de sus infatigables criadoras. Con las expediciones o bandeiras hacia las selvas del oeste, en busca de oro, piedras preciosas y, sobre todo, de esclavos y del rentable palo tintóreo o palo brasil, que terminó por brindar su nombre a toda la región, los nuevos amos empujaron cada vez más hacia el oeste la frontera tordesillana, concebida para el reparto colonial de pequeñas islas y no para continentes macizos, y que supuestamente nunca debió exceder los límites aproximados del meridiano que pasa por el actual Sao Paulo. Con su técnica más avanzada, sus ambiciones mercantiles, su experiencia en esclavización de africanos, su lengua, su religión católica y su familia patriarcal, los portugueses quedaron listos para impulsar su gran invento económico: la fazenda, hacienda o plantación, primero azucarera, y luego algodonera, cafetera, cacaotera, cauchera, ganadera, etc., que ha marcado el modo de vida de toda la sociedad brasileña y, en general, latinoamericana hasta nuestros días.

A modo de tímida digresión, anotamos que más adelante, en este blog, tendremos la oportunidad de argumentar exhaustivamente nuestra tesis de que la hacienda, lejos de constituir una unidad de producción capitalista, es la más pura expresión del sistema económico mercantil y por tanto del sustrato del modo de vida premoderno que, subyacente bajo mil fachadas, sigue siendo dominante en nuestro subcontinente. La diferencia esencial entre el modo de producción capitalista y el mercantilista radica en que mientras que aquél se basa en el trabajo tecnológico y la aplicación del conocimiento científico, la experimentación para validar hipótesis, la iniciativa empresarial, el liderazgo basado en el conocimiento, la libre contratación de trabajadores profesionales y la asunción de riesgos para generar retornos a largo plazo, éste se fundamenta en el trabajo técnico y la aplicación de la lógica, la posesión de la verdad expresada en dogmas revelados, el ventajismo y el proteccionismo patronal, la autoridad basada en cargos, la utilización forzada de mano de obra cuanto menos calificada y barata mejor, y la obtención de ganancias con una visión cortoplacista. (Fin de la digresión).

A partir de la hacienda, como bien lo ha argumentado Darcy Ribeiro, se ha constituido todo el tejido fundamental de las sociedades latinoamericanas: de los hacendados blancos han brotado nuestras oligarquías y burguesías, degenerando a veces en latifundistas incapaces de hacer productivas sus inmensas propiedades; de los proveedores externos y el contacto con los exportadores extranjeros de la variada gama de maquinaria y productos manufacturados demandados por las haciendas, han evolucionado los grandes y pequeños comerciantes; en torno a los oficios de capataces, supervisores, escribientes, tenedores de libros y catequizadores han ocupado su lugar los mestizos o mamelucos y, luego, nuestras aparentes clases medias (que más bien son estamentos de empleados, candidatos a posteriores pequeños burgueses); de la peonada indígena o negra se han derivado obreros y campesinos, evolucionando a veces, a través de la figura del aparcero o trabajador que labora en la tierra ajena a cambio de pagos en especie o servicios, hacia los trabajadores por cuenta propia; y de los excluidos temporal o parcialmente del sistema, pues las zafras y cosechas de estos cultivos no requieren de una masa de personal permanente, las poblaciones marginalizadas que rodean nuestras actuales ciudades. Puesto que la hacienda ha sido un paquete productivo estandarizado y no una innovación propiamente dicha, nunca ha demandado la aplicación de nuevos conocimientos ni las visiones de largo plazo ni la asunción de riesgos, y por tanto no ha servido de caldo de cultivo para la gestación de trabajadores profesionales, gerentes y empresarios, que constituyen la médula de la verdadera clase media moderna.

Como respuesta adaptativa del molde económico de la hacienda a las distintas condiciones geográficas de quien representa, en territorio y en población, casi la mitad del área suramericana, emergieron los distintos tipos de brasileños actuales. Es decir, entre otros, los caboclos de la selva amazónica, que han adaptado la fórmula haciendística a las condiciones de suelos no aptos para la agricultura en general sino para la explotación forestal y, en menor medida, cerealera -y,más que nada, arrocera; los sertanejos del noroeste, dedicados a la ganadería en áreas sólo propicias para pastos y gramíneas y equivalentes a los llaneros de países vecinos; los criollos de la franja litoral y del noreste, con las tierras más productivas de todo Brasil y en donde se desarrolló originalmente el patrón del ingenio azucarero, con los esclavos traídos de Africa; los caipiras de Sao Paulo y Minas Gerais, que editaron la versión minera de la hacienda durante la fiebre del oro de Ouro Preto, en el siglo XVIII; los gringos de las tierras del sur, con una ganadería de mulas y ganado de labor adaptada a las praderas templadas, en donde, ya avanzado el siglo XIX, inmigrantes alemanes, italianos, polacos y otros implantaron el esquema en tierras dejadas de lado por los portugueses; y los gauchos, descendientes de blancos y guaraníes, dedicados al pastoreo tradicional de ganado, en territorios colindantes con Argentina y Uruguay.

Sobre la base de esta capacidad de adaptación agrícola, y pese a las rémoras del latifundismo y de la producción haciendística, Brasil ha logrado avanzar más que ningún otro país latinoamericano en su proceso de industrialización, que ha llegado hasta el establecimiento de una inigualada capacidad de producción de bienes de capital, sin detenerse ante aviones, automóviles, barcos o satélites, con un alto valor agregado nacional, y ha logrado la cesta más diversificada de exportaciones del subcontinente. Pese a duros retrocesos y manipulaciones en el marco de la Guerra Fría, el proceso de adquisición de capacidades productivas y de otra índole nunca se ha interrumpido, e inclusive dictadores como Getulio Vargas (1930-45 y 1951-54), con su Estado Novo, tuvieron un desempeño progresista en materia de diversificación agrícola, industrial y de las exportaciones. Su heredero político, Juscelino Kubitschek, fue mucho más allá y estableció una alianza estratégica con sectores creativos de izquierda, que le permitió avanzar mucho más por el camino de su mentor: profundizó la industrialización, la urbanización y la ocupación del territorio, fortaleció el aparato educativo, deportivo y dancístico -con las escuelas de samba-, y construyó una hermosa y nueva capital, Brasilia, en la despoblada meseta central del país. Con el sucesor en firme, Goulart, se dio inicio a un proceso de reforma agraria que muy probablemente hubiese hecho realidad el tantas veces anunciado milagro brasileño, pero esto ya fue demasiado para los oligarcas internos y sus padrinos del norte, quienes lo derrocaron e inauguraron el período más lamentable de la historia contemporánea brasileña: la noche de los gorilas (1964-85); aunque estos, sin desmedro de sus atropellos, no dejaron de darle continuidad a buena parte de las políticas económicas de sus predecesores civilizados.

La conjugación de todos estos procesos de evolución agrícola, industrial, urbanística, etc., en las distintas regiones geográficas, dio lugar a los estados del Brasil actual que, no pocas veces, como ocurre con los de Amazonas, Bahia, Ceará, Goiás, Matto Grosso, Pará, Paraná, Río de Janeiro, Rio Grande do Sul o Sao Paulo, por sus dimensiones, población y/o economía, tienen la talla de naciones de su contraparte hispana. Entre las razones que han determinado el mantenimiento de la unión entre estos estados con distintas realidades ambientales y económicas, hasta hacer de Brasil una de las naciones mejor plantadas del mundo, podemos señalar, además de las culturales antes mencionadas: idioma, familia, religión y otras, y de la económica, también citada, la amplia difusión del sistema de la hacienda, una razón política fundamental. Brasil, a diferencia del resto de América Latina, inauguró su independencia, en 1822, no con una ruptura absoluta con la metrópoli portuguesa e intentando construir una república sin una clase dirigente experimentada, como en los casos hispanos, sino con una monarquía semiportuguesa. Iniciada por Dom Pedro, el hijo del Rey, que se negó a regresar a Portugal y desobedeció a su padre y el mandato de las cortes, y continuada sobre todo por su progresista hijo Pedro II, quien gobernó con tino y discreción durante casi cincuenta años -afirmando muchas veces que "le hubiese gustado ser profesor"- esta monarquía americana, no exenta de pecados sacrílegos como el atropello a los paraguayos, rigió los destinos brasileños por dos tercios de siglo (1822-1889), y permitió la emergencia gradual de la futura clase republicana gobernante.

Dicho de otra manera, Brasil se desenvolvió según el esquema de la mayoría de naciones europeas y de unas cuantas asiáticas, que conquistaron su independencia bajo la dirección de un Estado monárquico, lo cual facilitó la consolidación de su identidad cultural, abonó el terreno para la preparación del pueblo con miras al ejercicio de su soberanía republicana, con la correspondiente capacitación de la futura clase dirigente, y le permitió a la nación ahorrarse así el conocido forcejeo entre caudillos locales, las guerras civiles o conflictos internacionales y las pérdidas institucionales características del flanco español latinoamericano. De allí se ha derivado en significativa medida, por supuesto que según nuestro mortal criterio, la relativa mayor solidez de las instituciones brasileñas y su mayor cohesión cultural, que contrasta con el panorama de instituciones improvisadas y a merced de caprichos característico de la multiplicidad de naciones hispanoamericanas, que han debido abordar simultáneamente las tareas de independización, por un lado, y republicanización o democratización, por otro. En previsión de alguna interpretación interesada, que encontrará aquí la prueba de que estamos coqueteando hasta con los regímenes monárquicos -ante los cuales somos congénitamente alérgicos-, no es superfluo añadir que sólo estamos constatando como, también en esta compleja esfera de la construcción de nuestras naciones, es pertinente aquello de que "de las carreras no suele quedar sino el cansancio" o lo de que "no por mucho madrugar amanece más temprano".

Por sus dimensiones territoriales, quinto país del mundo y tercero de occidente; poblacionales, quinto del mundo y segundo de occidente; y económicas, décima economía del mundo, octava occidental, miembro del exclusivo club de las diez naciones con productos internos de trece dígitos (medidos en billones, o millones de millones, de dólares), y uno de los principales productores mundiales de arroz (9°), maíz (3°), sorgo (8°), soya (2°), bananas (2°), algodón (7°), cacao (5°), café (1°), caña de azúcar (1°), tabaco (2°), cítricos (1°), cocos (4°), cebollas (9°), tomates (8°), madera (4°), caucho (10°), bovinos (2°), equinos (3°), porcinos (3°), aves de corral (4°), hierro(8°), níquel (8°), acero (8°), aluminio (4°), estaño (6°), cemento (7°), electricidad (7°), azúcar (1°), cerveza (5°), y -en serio- otros. Por su decisión de avanzar sin miedo por una fase capitalista de desarrollo, con su diversificación económica y su capacitación de sus fuerzas productivas, aunque con la vista puesta en la gradual superación socialista de esta fase, como lo han hecho la gran mayoría de países líderes del mundo en Desarrollo Humano. Por su liderazgo mundial en biodiversidad, con la reserva forestal, la zona verde y el río más importantes del planeta. Por su solidez, riqueza y diversidad cultural e idiosincrática, con grandes afinidades con el resto de latinoamérica. Por la madurez de sus capacidades políticas e institucionales. Por su ubicación y vecindad con un gran número de naciones latinoamericanas y su experiencia en relaciones bilaterales y multilaterales con todas ellas. Y -¿por qué ocultarlo, si, entre otras delicias, para esto deben servir los blogs?- por que nos gustan la música, la literatura y la arquitectura brasileñas, así como el estilo futbolístico de la canarinha, y los aportes científico-sociales, educativos, carnavaleros y sambísticos de Darcy Ribeiro y otros coterráneos, y porque nos caen bien los brasileños y sobre todo las simpáticas brasileñas, con su alegría, su gracia, su dulzura y su modestia, y ...(me detengo aquí, no vayan a pensar que estoy parcializado). Por todo esto, y por mucho más, nos luce que ninguna otra nación como la brasileña es tan apta para ejercer el liderazgo subcontinental, que ya está construyendo, en el ansiado proceso de la integración latinoamericana autosostenida o endógena.

Si sabemos darnos a respetar y mantener a raya las tentaciones subimperialistas anidadas en el alma de cierta derecha brasileña -que existe, por supuesto, y tan despiadada como otras de su género-, es mucho lo que los latinoamericanos podemos aprender de este país, empezando por el portugués, por la samba y/o por el fútbol, según las preferencias de cada quien, que en una semana bien aprovechada se entienden o disfrutan, en dos se leen o interpretan o critican bien, y en tres o cuatro se habla y hasta se empieza a escribir o se convierte uno en profesor de baile o en prospecto de entrenador deportivo... Vista en una perspectiva de ni tan largo plazo, la integración y unidad de los latinoamericanos luce bastante más factible y sencilla que la de Europa, con su torre de Babel lingüistica, sus rivalidades religiosas, sus hondas y no siempre bien cicatrizadas rivalidades y heridas pasadas, tanto económicas como políticas, sus cargos de conciencia por la opresión y engaño de tantos pueblos, etc.; y, sin embargo, ellos ya van por la disolución de fronteras, monedas únicas, libre movilidad de la fuerza de trabajo, empresas conjuntas de toda índole, y nosotros todavía dando pininos integracionistas.

La cuestión está en que debemos integrarnos desde abajo, desde la búsqueda de soluciones a nuestros problemas y la transformación de nuestras capacidades, y no desde la comunión ideológica para odiar juntos a nuestros enemigos conocidos o por conocer. Si obrásemos de ese modo, hablando, cantando, bailando, jugando, produciendo, trabajando, aprendiendo, creando, dialogando, soñando juntos, en síntesis, transformando nuestras capacidades, nos integraríamos mucho antes que arrechándonos juntos y empuñando juntos fusiles obsoletos contra el Imperio. Si así lo hiciésemos, pronto encontraríamos la mano tendida, aunque también adolorida y ensangrentada -por los clavos recibidos y tal vez por algún viejo puñal clavado-, como todas las humanas, de los brasileños que nos esperan: ya tienen construida la sede de un genuino parlamento latinoamericano en Sao Paulo, nos sonríen sin codicia, y están aprendiendo castellano en las escuelas. ¿Qué estamos esperando?

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