martes, 16 de junio de 2009

Hibridados y rebelados: ¿epopeya del pueblo cubano o callejón sin salida?

Doscientos años le tomó a Cuba recuperar el nivel de población de unos 50000 habitantes que tenía para el momento de su hallazgo por Colón en el primer viaje. Rigurosamente diezmados por la sobreexplotación bajo el régimen de encomiendas, las pestes y la utilización como fuerza de choque para las conquistas en tierra firme, los apacibles agricultores taínos de la mayor de las Antillas fueron prácticamente abolidos junto a su cultura, y étnicamente, como en tantos otros casos latinoamericanos, fueron sus mujeres quienes se perpetuaron a través del mestizaje o hibridación con los conquistadores hispanos. Agostada en las primeras cinco décadas, la población sólo pudo reestablecerse, inicialmente, con la emergencia de flotas dedicadas al tráfico monopólico de mercancias entre España y sus colonias continentales, y, luego, a partir de 1700, con el sistema de plantaciones azucareras y la masiva importación de mano de obra esclava africana. Con el empuje inglés por la progresiva eliminación de la desleal competencia esclavista y en pro de la maquinización y el trabajo asalariado, la isla llegó a convertirse, durante el siglo XIX, en el centro de producción azucarera más avanzado del mundo, dotado de máquinas de vapor y transporte ferroviario, hasta alcanzar, en torno a 1860, una población de cerca de 1300000 habitantes, con un millón de esclavos, responsable de la producción de un tercio del azúcar mundial. Poco después de esta fecha fue prohibido el tráfico de esclavos, aunque la abolicion de la esclavitud debió esperar hasta 1886. La novela emblemática cubana Cecilia Valdez cuenta entretelones de esta época de racismo ignominioso.

Los Estados Unidos, que desde fines del siglo XVIII y comienzos del XIX optaron por el proyecto de Hamilton de un "gran sistema americano", libre de indeseables "influencias transatlánticas", y dejaron de lado el modelo jeffersoniano de una sociedad de pequeños productores organizados para el ejercicio democrático, siempre siguieron de cerca el curso de los acontecimientos cubanos, a los que veían, prisma Monroe de por medio, como una atractiva oportunidad de ampliación nacional ultramarina. Con la anexión de más de la mitad del territorio mexicano, después de la guerra contra este país; luego, con la Guerra Civil, la derrota de los confederados sureños y la abolición del esclavismo y el sistema de plantaciones, por cierto semejante al cubano; y, sobre todo, tras la culminación de la expansión hacia el oeste y la difusión de las tesis del "destino manifiesto" (hacia el dominio creciente de América) y de la superioridad racial anglosajona, enarboladas por republicanos como McKinley, Cabot Lodge, Theodore Roosevelt y todo un séquito de historiadores y militares, las ansias estadounidenses por el control de Cuba se exacerbaron y, con paciencia cazadora, se dispusieron a esperar el momento propicio para la anexión y preparar el terreno con cuantiosas inversiones e intensificando la compra de azúcar y las exportaciones.

La oportunidad se presentó expedita en 1898. Los cubanos tenían treinta años enfrascados, primero bajo el liderazgo de Maceo y Gómez, y después, a partir de 1895, según las directrices del más visionario e intelectual Martí, quien alertó sobre los riesgos de la ayuda estadounidense, en una cruenta lucha por independizarse de una España decidida a conservar a toda costa su perla caribeña, para lo cual llegó a desplegar un ejército de 200000 soldados. En medio de la devastación de la guerra interna, con su ola de incendios, saqueos y masacres de civiles, los Estados Unidos decidieron hacer un bloqueo preventivo de la isla, por aquello de cuidar sus intereses según la doctrina Evarts, y luego hacer una por nadie solicitada visita a La Habana, de tres semanas, con el acorazado Maine, en cuyo interior hicieron detonar una carga explosiva que provocó su hundimiento; la prensa amarillista del magnate Hearst inmediatamente acusó a España del ataque y creó el clima de opinión para la declaración de la Guerra contra España si no retiraba de inmediato sus tropas y aceptaba la independencia de Cuba.

En sólo tres meses España, que no aceptó el ultimátum, fue derrotada, con la peculiaridad de que las batallas se libraron precisamente en las apetecidas áreas coloniales de Puerto Rico, Guam, Filipinas y, sobre todo, Cuba, en donde la alianza de los guerrilleros locales o manbises con el debutante poderío naval y terrestre de los norteamericanos, dio el puntillazo a la dominación de aquélla en América. Las mencionadas tres primeras colonias fueron cedidas a los Estados Unidos, mientras que Cuba recibió su "independencia". No obstante, cuando al 1 de enero siguiente los cubanos quisieron celebrar en grande su recién conquistado estatus, descubrieron que el Maine había sido un moderno caballo de Troya, que su sacrificio había sido mediáticamente minimizado y estaban bajo una nueva tutela, y que todas las celebraciones estaban prohibidas excepto para los visitantes del Norte y sus simpatizantes, que sí lo hicieron con cubalibre, la bebida hecha con la novedosa gaseosa importada de USA, la Coca-Cola, cubos de hielo... y ron cubano.

Durante las décadas siguientes los Estados Unidos agotaron, como en Puerto Rico, los esfuerzos por asimilar a los cubanos. Sólo que aquí, tal vez por las inolvidables advertencias martianas, que no tuvieron su correlato boricua, los empeños resultaron infructuosos. Ni la Enmienda Platt, que quiso regular la dominación neocolonial, ni la diplomacia del dólar y los tratados de reciprocidad comercial, ni las repetidas intervenciones de los marines para salvaguardar vidas e intereses estadounidenses, ni las dictaduras impuestas como las de Machado y el sargento Batista, ni las Conferen- cias Panamerica- nas y su publicitado panamerica- nismo, con todo y OEA, pudieron impedir que una tenaz y aguerrida juventud rebelde, con líderes como el disidente comunista Julio Antonio Mella, asesinado en su exilio mexicano en oscuras circunstancias, y, sobre todo, Fidel Castro, indiscutible líder de la Revolución Cubana, terminaran por conquistar y celebrar, exactamente sesenta años después, la tantas veces postergada independencia, sólo que en un contexto mundial que en poco se asemejaba al mundo de los forjadores de antaño.

En apenas medio siglo, los Estados Unidos pasaron de ser un novel e inexperto miembro del selecto club de naciones imperialistas a convertirse en la primera superpotencia mundial, vencedora en dos conflagraciones planetarias y garante del régimen capitalista, con sus aditivos democráticos, y con un sólo rival de la misma categoría, la Unión Soviética, que también emergió triunfadora, nuclear y con ambiciones desbordadas de la última gran justa bélica. Sin que los cubanos se dieran cuenta, la lucha por la diferida emancipación nacional, que comenzó siendo un asunto provinciano, devino batalla decisiva y por poco última de la Guerra Fría, y sus dirigentes pasaron de piezas mayores del ajedrez local a peones de su correlato global. Esta mutación, todavía no suficientemente advertida en nuestra América y en el resto del Tercer Mundo, es crucial para comprender la naturaleza y los episodios subsiguientes de la Revolución Cubana.

No es este el lugar o el momento para intentar examinar a fondo el proceso de esta revolución y sus etapas, pero sí queremos, en el marco que nos hemos propuesto de explorar el sentido general de las luchas por construir una América Latina, con algunas de sus principales variantes particulares, aportar ciertas acotaciones relevantes en cuanto a la doble lectura que tienen todos los hitos del proceso contemporáneo cubano. Por ejemplo, la derrota de los invasores de Bahía de Cochinos, a escasos meses de la toma de posesión de Kennedy, que suele ser presentada como una derrota del imperialismo empeñado en detener la Revolución, fue, desde el punto de vista de la lógica de la Guerra Fría, una escaramuza improvisada que empezó a ser planificada en los últimos días de Eisenhower y que los Kennedy, simultáneamente ocupados de los crecientes conflictos en Laos, Argelia, el Congo, Berlín y Vietnam, no lograron detener, por lo cual nunca dejaron de arrepentirse. Ya en su discurso de toma de posesión ante el Congreso, Kennedy había anunciado su disposición a llegar a un arreglo con los cubanos, en relación a los asuntos de política doméstica, a la vez que prometió impedir cualquier intromisión soviética en los asuntos hemisféricos. La crisis de los misiles cubanos, de octubre de 1962, el momento en que estuvo más cercana la conversión de la Guerra Fría en Tercera, y quizás apocalíptica, Guerra Mundial, tuvo por desenlace el arreglo entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, sin participación de Cuba, en donde la URSS se comprometió a desmantelar los misiles y aparecer públicamente como dando su brazo a torcer, a cambio de no invadir más a Cuba, permitir la ayuda soviética a este país y desmantelar la base de misiles norteamericanos en Turquía.

Lo que queremos decir es que la experiencia cubana, en tanto que lucha por la emancipación nacional y por la elevación de la calidad de vida de nuestros pueblos latinoamericanos, es sin lugar a dudas pionera y, contra las afirmaciones de la abundante y mezquina propaganda en sentido contrario, contentiva de innumerables lecciones para todo el subcontinente. Cuba ha logrado, frente a adversidades externas mayores que cualquiera de nuestros países, uno de los más altos Índices de Desarrollo Humano de América Latina, sólo superado por Chile, Argentina y Uruguay; uno de los sistemas de salud más efectivos del planeta, con una esperanza de vida al nacer equiparable a la de su archirrival los EUA, de 78 años, aunque a mucho menores costos; la segunda tasa más alta de alfabetización del mundo, con un 99,8%, y una de las más altas tasas de escolaridad, a los tres principales niveles educativos, de 94,8%; un Índice de Pobreza de sólo 4,7%, e inocultables logros en materia deportiva, cultural y ética de solidaridad humana.

El problema radica, no obstante, en que política y económicamente Cuba sigue anclada en la época de la Guerra Fría, en donde escogió como modelo de sociedad el socialismo a la soviética, de por sí una tergiversación estalinista de la distorsionada interpretación leninista del ya limitado -por humano y decimonónico- marxismo, con su estatismo a ultranzas y su asfixia de la iniciativa privada, su régimen de partido único, su burocratismo, su centralismo, su carencia de libertades de expresión y falta de debate interno, su culto a la personalidad que prohíbe la crítica al máximo líder, y por tanto imposibilita las rectificaciones, y muchos otros vicios; y, no conforme, en el presente continúa empeñada en exportar su obsoleto modelo, aderezado, abierta o subliminalmente, con un culto a la vía armada antiimperialista para la toma del poder, a todos los países del Tercer Mundo que establecen relaciones de cooperación e intercambio fraternal con ella.

Por supuesto, que los Estados Unidos y, en alguna medida, todos los demás países latinoamericanos han sido responsables de empujar a Cuba por un callejón sin salida en términos de su proyecto de país a largo plazo, sólo compartido por su par asiático, Corea del Norte, pero ello no puede eximir de responsabilidades por la escogencia de tan limitado destino a los dirigentes y al pueblo mismo cubanos, que, como mínimo, deberían tratarnos a los mortales con un poco más de humildad y respeto. Ni los logros económicos de los puertorriqueños, en su alianza postrada ante los Estados Unidos, les dan derecho a presentarnos su modelo como el único digno de imitar, ni los cubanos, en su guerra a muerte contra los mismos, pueden encasquetarnos sus conquistas culturales y de lucha contra la pobreza como justificadoras de cualquier precio a pagar. En un clima de iguales, los latinoamericanos deberíamos ser capaces de aprender lo que resulte pertinente de ambas experiencias, a la vez que poder expresar, ¿por qué no?, las críticas constructivas que tengamos hacia cualquiera de ellas.

No sé cómo serán los juicios de La Historia, en donde Fidel está seguro de que será absuelto, pero supongo que por lo menos serán más imparciales e integrales que los de la justicia ordinaria, y que tomarán en cuenta muchas más evidencias y testimonios. Por si acaso llegaran a elegirme como ciudadano común miembro de un amplio jurado, como en las películas, me he preparado para intervenir en tal proceso: me inclinaría por declararlo inocente de los cargos de rebelión contra la autoridad y empleo de las armas contra el Imperio, pues aduciría que lo hizo en defensa propia, y también de cualquier acusación de corrupción o apropiación indebida de fondos públicos, y afines, por falta de pruebas y por que no dudo de sus buenas intenciones; pero abogaría por una fuerte reprimenda pública y una penitencia, probablemente a través de servicios a la comunidad, por los cargos de prepotencia, engreimiento, dogmatismo, y abuso cualitativo y cuantitativo -cincuenta años sí son demasiado- de autoridad. También me mantendría alerta ante cualquier intento de su defensa de declararlo paranoico o megalómano, y por tanto irresponsable de sus actos, pues pienso que desde hace tiempo ha tenido, y tal vez todavía tenga (a 16-06-2009...), oportunidad de reconocer sus faltas.

2 comentarios:

  1. Por favor escribele a Yoani, la autora de un blog cubano "Generacion Y", después de leer tu articulo creo que ella está equivocada.
    Sí te recomendaria que en lugar de esperar la posibilidad de ser miembro del jurado que juzgue a Fidel, qué tal si tan solo por lo que le queda de vida te vas a vivir allá. Veamos si puedes seguir escribiendo tu blog. Amplia tu articulo con la cantidad de exiliados, fusilados, perseguidos, etcetera ocurridos en esos 50 años porque tambien ese ha sido el precio del 4,7% de pobreza que tu citas. Te recomendaria un articulo que puedes ubicar en Internet de un Dr. Mucci acerca de una ceguera existente en Cuba producto de la desnutrición. No se si eso es pobreza o tu le tienes un nombre mas tecnico, Supongo que como buen comunista seguiras pensando que lo importante del gato no es el color sino que caze ratones.

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  2. Estimado anónimo o, quizás, anónima: me costó decidirme a responderte pues el olfato me dice que no estás interesado en dialogar ni oir nada sino en insultar a quien piense distinto a ti, al menos en esta materia; pero, por si acaso el olfato me engaña, finalmente opté por hacerlo. Sobre lo de irme a vivir a Cuba por lo que me reste de vida, te observo que no pienso acoger tu recomendación, pero no por que crea que allá pasaría todavía más sinsabores que los que ya he padecido aquí en Venezuela (para darte sólo una idea: más de una decena de allanamientos a mi hogar, varios atentados con disparos de los que he saldo milagrosamente ileso y numerosas amenazas a mis seres queridos, necesidad de vivir enconchado durantre meses para proteger mi vida, incautación o decomiso de numerosos materiales escritos de gran valor para mí, imposibilidad de conseguir empleo con mi nombre durante cerca de diez años, desalojo violento de mi pequeño centro de investigación y mi casa, con toda mi biblioteca de unos veinte mil volúmenes y efectos personales puestos en la calle, y otras delicadezas por el estilo) sino por que creo que desde aquí puedo ser más útil a la transformación latinoamericana y venezolana que, aunque tú lo dudes, tanto me importan. Sobre lo de los exiliados, fusilados y perseguidos, no pongo en duda que esto haya ocurrido y, en general, no sé si te habrás dado cuenta, que no comparto en absoluto la vía cubana hacia un supuesto socialismo, pero lo que si te observo es que no creo que ése haya sido el precio por reducir el índice de pobreza, sino el producto de un toma y dame de la vía revolucionaria escogida, en donde, por cierto, por casi un siglo y sin que por ello los justifique, ellos han tenido muchas más víctimas que las que han ocasionado. No me siento capacitado para intervenir en un debate sobre la validez de los indicadores sobre desnutrición en Cuba que publican el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y otros organismos internacionales; te sugiero yo a ti que le pidas al Dr. Mucci que se comunique con estos organismos para que corrijan su supuesto error. Y sobre mi pragmatismo de "buen comunista" te invito a que leas, o quizás releas, los artículos del blog, pues jamás he militado ni me he identificado con el partido comunista, sus programas o doctrinas: más bien comencé a ser de izquierda cuando descubrí, vía Sartre y otros pensadores, que no era sinónimo de ser comunista.

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