martes, 30 de junio de 2009

Hibridados y templados: los duros aprendizajes del pueblo chileno

Desde el trópico hasta la Antártida, entre cumbres nevadas y costas pedregosas, con candentes desiertos y heladas estepas, azotado por frecuentes terremotos y maremotos, acosado por volcanes y vendavales, con los más prolongados enfrentamientos entre conquistadores europeos e indígenas nativos, tras padecer dictaduras tenebrosas e intervenir en guerras fraticidas, el carácter del pueblo chileno se ha forjado, como ningún otro en Latinoamérica, de cara a toda clase de adversidades y con elevados costos ambientales, económicos y políticos, hasta adquirir un temple y una reciedumbre que se nos presentan sin parangón en el ámbito regional. Este temple, por llamarlo de algún modo y que es lo contrario de la gritonería y las bravuconadas que abundan, le ha dado soporte a una de las más recalcitrantes, taimadas e inflexibles oligarquías del subcontinente, y ha tendido a generar espontáneamente una extrema izquierda que, a menudo con inspiración en la heroica resistencia mapuche, pero sin su flexibilidad y visión estratégica, ha pretendido batirse contra la extrema derecha en su mismo terreno. Pero también, gradual y afortunadamente, ha dado lugar a una de las corrientes políticas más lúcidamente avanzadas que hayamos conocido en nuestro medio, con Allende y sus epígonos contemporáneos como principales exponentes.

Cuando, en las primeras décadas del siglo XVI, los conquistadores españoles bajaron a la región chilena desde sus cuarteles generales en el vencido Perú, se encontraron con alrededor de un millón y medio de pobladores indígenas, con culturas agrícolas más avanzadas que las guaraníes pero no todavía al nivel incaico o siquiera chibcha, distribuidos en grupos tales como los llamados diaguitas, atacameños y araucanos. Mientras que los dos primeros, relativamente más dóciles y afines al estilo estamentario de los imperios teocráticos, corrieron la misma suerte de muchos de sus hermanos, es decir, que entre guerras, esclavizaciones y epidemias, fueron exterminados en su parte masculina e hibridados por el lado femenino, los últimos, radicados más al sur, ofrecieron una cada vez más tenaz resistencia, al punto de que, el más sureño de sus subgrupos, el mapuche, prácticamente nunca pudo ser doblegado y le infligió a las huestes ibéricas las más duras derrotas militares de todo el proceso de conquista continental.

Entre los más importantes factores explicativos de estos inéditos triunfos pueden citarse la mayor inaccesibilidad de sus territorios y, sobre todo, la exhaustiva evaluación mapuche de las causas de la derrota de los grupos y subgrupos hermanos, incluyendo a los también araucanos picunches y huiliches, que los llevó a determinar la importancia decisiva del armamento español, del uso de caballos y perros, y, por sobre todo, de las estrategias y tácticas de guerra del enemigo. Entre éstas se incluyeron las labores de investigación e inteligencia, el entrenamiento de tropas, el uso de mapas, la dirección centralizada, los ataques mediante comandos guerrilleros y escuadrones sucesivos, y las emboscadas, asaltos, sitios, infiltraciones y repliegues. Hay historiadores que aseguran, e Isabel Allende los acompaña en su versión expuesta en Inés del alma mía, que Lautaro, el más destacado toqui o comandante en jefe de los mapuches fue nada menos que infiltrado desde niño y puesto como paje al servicio del propio Valdivia, para aprender todo lo posible de él y poder enseñarlo luego, sobre todo después de su fuga a los dieciocho años, a sus compatriotas. No sólo pudo Lautaro derrotar durante seis años a los españoles en batallas como las de Tucapel -en donde capturó y dio muerte a su anterior amo Valdivia-, Marihueñú, Angol, Concepción y otras, sino que sus hazañas y enseñanzas contribuyeron a que la resistencia mapuche se prolongara, bajo toquis como su sucesor Caupolicán y otros, hasta fines del siglo XIX, a que quizás la mayor dosis genética indígena masculina haya sido legada a sus descendientes del Chile de hoy, y probablemente también a que todavía sobrevivan, aunque marginalizados, cerca de medio millón de ellos al sur del río Bío-Bío. Sus estrategias siguen siendo estudiadas con detenimiento en las principales academias militares del mundo.

La independencia chilena fue conquistada también con gran heroísmo e inteligencia estratégica, con Bernardo O´Higgins, discípulo de San Martín y de Miranda, como su principal líder. No obstante, como resultó ser la regla en toda Latinoamérica, no pudo ser él, sino el impostor Diego Portales y sus seguidores, quien iniciara la construcción de la nueva república. Mientras que la supuesta continuidad entre las políticas de los principales dirigentes libertadores latinoamericanos y las de sus reemplazos a posteriori es comunmente argumentada por las derechas subcontinentales, sin entrar a explicar cómo es que aquéllos a menudo fueron desplazados, exiliados o inclusive asesinados; la traición de sus coterráneos oligarcas suele ser esgrimida como explicación estándar de izquierda acerca del porqué de que los primeros no hayan podido convertirse en ductores o estadistas de las noveles naciones. La otra explicación, enfatizada por testigos tan de primera fuente como nuestro Libertador Simón Bolívar y su maestro Simón Rodríguez, que subraya la impreparación del propio pueblo para asumir la soberanía republicana, es dejada de lado por impolítica; pero, a la vez, al empeñarnos en no asumir las implicaciones de esta otra hipótesis central, nos condenamos a repetir siglo tras siglo los mismos desplantes, oscilando entre fantasías históricas de signo opuesto.

No obstante lo dicho, hay otro hecho singular de la primera vida republicana chilena que no queremos dejar desapercibido, y es que el destino, o a lo mejor alguno de sus lugartenientes, quiso que uno de los llamados a ser forjador de otra nación latinoamericana, que fue de hecho expulsado de su patria original por bolivariano, terminó radicándose en Chile, de donde afortunadamente a los diegoportales y adláteres les resultó imposible expulsarlo por o´higginiano. Nos referimos, por supuesto, al venezolano y después chileno Andrés Bello, quien por treinta y seis años (1829-65) realizó desde Santiago una labor de construcción de patria difícil de igualar: allí, entre otros aportes, contribuyó a organizar la hacienda pública, realizó una intensa labor periodística desde el periódico El Araucano, se desempeñó ampliamente en el magisterio y fundó y dirigió distintas instituciones educativas que culminaron con la creación de la Universidad de Chile, de la que fue honoríficamente su rector, redactó el Código Civil chileno, impulsó la organización del servicio diplomático y sirvió de árbitro en varias controversias internacionales, publicó su imperecedera Gramática castellana destinada al uso de los americanos, escribió sus Principios del derecho internacional, ejerció por casi treinta años el cargo de senador de la República, dejó una vasta obra literaria en donde descolla su Silva a la agricultura de la zona tórrida, escribió con fines didácticos una Historia de la literatura y una Cosmografía o descripción del universo, y fue miembro honorario y luego de número de la Real Academia Española. Nos detuvimos aquí simplemente para hacer justicia a uno de los indiscutibles grandes forjadores de la nación chilena y, por tanto de sus logros presentes, a quien, en un subcontinente que pareciera rendirle culto sólo a los héroes militares y a los gestos puntuales, se suele subestimar.

La ocurrencia de que con el tiempo Chile podría llegar a ser un ejemplo puntero para la construcción de una nueva América Latina difícilmente puede rastrearse hasta su paternidad original. Pensadores diversos, en diferentes épocas, dentro y fuera del ámbito latinoamericano, la han tenido o formulado. En particular, queremos reseñar aquí que también ha sido una vieja corazonada de los estrategas progresistas demócratas de los Estados Unidos. Entre la mayoría de nosotros los latinoamericanos de izquierda ha sido un lugar común repetir que la estrategia de la Alianza para el Progreso, de enunciado kennediano, fue un fracaso, y en sus versiones más extremas este señalamiento suele ir acompañado de referencias a la intervención del Che en la reunión de la OEA (Punta del Este, 1961), quien quiso demostrar que era una "aberración" pretender plantear la prioridad de la educación y la salud antes de la revolución, cuando la revolución Cubana ya entonces habría demostrado que era exactamente a la inversa: que la revolución, es decir, la toma del poder político por la fuerza, era lo primero, para desde allí emprender los cambios educativos y sanitarios... Lo que no muchos saben, por lo cual nos parece importante reseñarlo aquí, es que tal fracaso sólo vino a concretarse en 1973, con el derrocamiento de Allende.

John F. Kennedy y su hermano Robert, quienes formularon inicialmente la estrategia de la Alianza para el Progreso, no importa aquí si con sanas o aviesas intenciones, ante toda América Latina, indiscriminadamente y como una manera de ofrecer una alternativa a la vía cubana de la revolución por las armas, muy pronto se dieron cuenta de que con tal táctica se hacían fácilmente atacables por nuestras izquierdas y colocaban en situación de títeres suyos a los gobernantes que apoyaban tal Alianza. Fue así como decidieron, lo que ahora se conoce por los famosos documentos desclasificados -con que los gringos dejan saber a posteriori muchos intríngulis de sus políticas-, hacer de Chile la experiencia piloto para demostrarnos con hechos a los latinoamericanos las bondades y factibilidad de su diseño, y como escogieron a la democracia cristiana chilena como su aliado favorito para instrumentarla. Luego de comenzar a inyectarle a Chile, en vida de JFK, cantidades enormes de dólares, que pronto arrojaron una suma acumulada medible en diez dígitos, o sea de miles de millones de dólares, decidieron reforzar la táctica financiera, tras el misterioso asesinato de aquél, con no menos eficaces tácticas mediáticas y organizativas. Según éstas, bajo la coordinación directa de la CIA, se dio impulso a una vigorosa campaña de apoyo a periódicos, intelectuales, grupos estudiantiles y profesionales, sindicatos y partidos políticos en soporte de Eduardo Frei, "el Kennedy chileno", con lo que, de paso, se le bloqueaba el camino a su indeseable contendor Salvador Allende.

La constatación de que todo el apoyo brindado a Frei y a su sucesor Tomic fueron insuficientes para impedir el ascenso de Allende y su triunfo electoral en 1970, ocurrió ya con la presidencia de Nixon, quien siempre se opuso a cualquier alianza para cualquier progreso en Latinoamérica, y más a esta absurda demostración de que podría avanzarse hasta hacia un socialismo por la vía electoral. Fue así como este presidente se propuso impedir que el tiro de la Alianza saliera por la culata, y asumió en persona, como ahora bien se sabe, la coordinación casi directa del cúmulo de acciones que condujeron, primero a intentar impedir la ratificación de la elección por el Congreso, luego a la desestabilización, y, finalmente, al derrocamiento y muerte de Allende. Estas acciones, paradójicamente, fueron facilitadas por la actuación de la extrema izquierda chilena, organizada sobre todo en torno al MIR, quien nunca apoyó a Allende, se dedicó a provocar a la derecha para demostrar que la tal vía pacífica era imposible, y obligó a Allende a gastar buena parte de sus energías políticas en demostrar que no era ningún traidor a la patria, ni un títere, ni un ingenuo, como una y otra vez, a veces con refuerzos cubanos, lo quisieron hacer ver. En otro de nuestros artículos, sobre nuestra generación latinoamericana del '68, abordamos desde otra perspectiva este importante asunto.

Con la caída de Allende se interrumpió, aunque no pudo detenerse, el gravitacional avance de Chile hacia un modelo de sociedad alternativo al tradicional pozo de calamidades de América Latina. Pese a lo que digan los partidarios de Pinochet, quien además de represivo y sanguinario resultó ser un consumado ladrón, ha sido a partir de 1990, con el inicio de los gobiernos de la llamada Concerta- ción, que Chile se ha enrumbado, sin volver a incurrir en el error de un estatismo a ultranzas, por el camino que lo ha llevado a ser la nación latinoamericana independiente con un crecimiento más sustentable y estable, y con el mayor ingreso per cápita (en cualquiera de sus versiones: nominal, real o Paridad de Poder Adquisitivo, en donde es el único país independiente con cifras por encima de los diez mil dólares). Chile detenta, además, el mayor Indice de Desarrollo Humano (0,874 ó puesto mundial 40), el mayor Indice de Calidad de Vida (6789) y el menor índice de pobreza (2,5%). Con sus apenas 17 millones de habitantes, en el 7º lugar del subcontinente y mestizos en sus 3/4 partes, su handicap climático y territorial y su relativamente baja recursividad del subsuelo, Chile tiene ya el quinto lugar en Producto Bruto Interno real, sólo por debajo de países que lo duplican con creces en población, como Colombia y Argentina, o que lo quintuplican o decuplican, como México y Brasil. Ha logrado alcanzar un sustancial superávit en su balanza de pagos y ha diversificado significativamente sus exportaciones, hasta vender al exterior y a toda clase de mercados, no sólo los tradicionales cobre y nitratos, sino ingentes cantidades de frutas, hortalizas, vinos, pescado, crustáceos, madera, muebles, papel y otros.

Sin alharacas ni estridencias, Chile pareciera volver a estar llamado a demostrar la viabilidad de un avance, si no directamente hacia el socialismo, por lo menos hacia una forma de capitalismo socialmente progresista que muy probablemente creará las condiciones, según el patrón europeo, canadiense o australiano, para una evolución cada vez más sólida de las instituciones colectivas de inspiración socialista, o sea, hacia una sociedad de tipo mixto como la mayoría de naciones líderes en indicadores y realidades sociales avanzadas del planeta. La principal amenaza de esta perspectiva la constituye la agazapada extrema derecha que estará atenta a reeditar su tesis nazistoide de que la fortaleza de Chile consiste en su supuesta raza caucásica, lo cual es contradicho por las realidades genéticas, ancestrales, históricas, económicas, políticas, educativas, legales, culturales, y pare de contar, de Chile; pero que con todo y eso no dejará pasar chance para aprovechar cualquier descuido o cobrar caramente cualquier error de la Concertación, hasta hacer valer la prepotente divisa de su escudo: "Por la razón o la fuerza".

Entre los motivos que tenemos para pensar que no volverán a imponerse está la enorme confianza que nos inspira el despliegue, callado pero eficaz, de iniciativas de los artistas y de la mujer chilenos. No podemos demostrarlo racionalmente, por ahora, pero estamos íntimamente persuadidos de que en la pacificación o desembravecimiento, pero nunca domesticación, de pueblos secularmente guerreros como los escandinavos, los europeos en general o los japoneses, los artistas y las mujeres han desempeñado un rol decisivo; como si después de tantas guerras, invasiones, matanzas e injusticias masculinas, ellos y ellas, que por lo común se quedan en sus casas durante las tropelías machistas, con sus roles de creadores serenos, o de madres, amantes, gobernantes o geishas, o por aquello de las complementaridades del tipo yin/yang, terminaran por demostrar que hay mejores maneras de liberar las peligrosas testosteronas, encauzando hacia propósitos constructivos y pacíficos la aplicación de las fuerzas destructivas y guerreras. O sea, como si tuviesen un programa oculto que, por el reverso del temible escudo, dijese discretamente: "Por la pasión o el amor".

2 comentarios:

  1. Salí regañado queriendo poner la foto aquí pero la pongo en:

    http://yajure.blogspot.com/2009/07/el-ancla.html

    El Ancla:

    El ancla llegó de Antofagasta. De algún barco muy grande, de aquellos que cargaban salitre hacia todos los mares. Allí estaba durmiendo en los áridos arenales del Norte grande. Un día se le ocurrió a alguien mandármela. Con toda su grandeza y su peso fue un viaje difícil, de camión a grúa, de barco a tren, a puerto, a barco. Cuando llegó a mi puerta no quiso moverse más. Trajeron un tractor. El ancla no cedió. Trajeron cuatro bueyes. Estos la arrastraron en una corta carrera frenética, y entonces sí se movió, hasta quedarse reclinada entre las plantas de la arena.

    -La pintarás? Se está oxidando.
    No importa. Es poderosa y callada como si continuara en su nave y no la desgañitara el viento corrosivo. Me gusta esa escoria que la va recubriendo con infinitas escamas de hierro anaranjado.

    Cada uno envejece a su manera y el ancla se sostiene en la soledad como en su nave. Con dignidad. Apenas si se le va notando en los brazos el hierro desohado.

    Pablo Neruda
    Una casa en la arena. 1966

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  2. Gracias por este refrescante recordatorio sobre el carácter y el temple de los chilenos, con nuestro querido Pablo a la vanguardia. Por cierto, él, que en su autorretrato se proclama "chileno a perpetuidad", dedicó unos cuantos poemas a la naturaleza y las culturas araucanas chilenas, que son hermosísimos, y, más por cierto todavía, también nos dejó unos muy poco conocidos y extraordinarios cantos a las aves y a los nombres geográficos indígenas de Venezuela. Estoy convencido, y esto no es nada original, pues ya lo creía Bolívar en su Carta de Jamaica, cuando exaltó el carácter de los chilenos y predijo que tendrían la más sólida vocación de libertad en América Latina, de que tienen bastante que enseñarnos a todos los latinoamericanos en materia de seriedad, temple ante la vida y sobre aquél, escasísimo entre nosotros, sentido de las proporciones. Gracias, otra vez, P.

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