viernes, 5 de junio de 2009

Implantados y desmembrados: las culturas centroamericanas

Cuando, en los alrededores del año 1300, los aztecas invadieron el mundo mesoamericano y establecieron su cuartel general en Tenochtitlan, donde hoy está Ciudad de México, acentuaron los mecanismos de dominación por la fuerza de los distintos pueblos de origen olmeca, tolteca, maya y otros que habitaban, compartiendo el náhuatl como lengua franca, la región. Sin embargo, al concentrar su poder en el altiplano, al centro-norte de México, debieron aflojar el control sobre las áreas selváticas en torno a la Península de Yucatán y la actual Guatemala, y sobre las altiplanicies restantes del istmo centroamericano. Cuando tuvo lugar la nueva invasión española, estas áreas más cálidas al sur, con una población que suele estimarse en el orden de sólo unos dos millones de personas, gozaban de una autonomía relativa y, por razones no del todo claras, no fueron diezmadas, a pesar de las intenciones de ciertos conquistadores, con la misma crudeza de los territorios centrales aztecas.
La civilización maya, que había tenido su esplendor hacia los años 600 al 800, fue una de las pocas civilizaciones originarias del mundo -es decir, que fue edificada a partir de tribus primitivas y no surgió por transculturación de ninguna otra configuración civilizada anterior-, y tuvo su epicentro precisamente en las tierras bajas tropicales de las naciones y la península mencionadas. Con un acentuado sentido de grandeza a largo plazo, que sugiere conciencia del reto civilizatorio que afrontaban, los mayas se lanzaron a crear numerosas explanadas en la selva y construir allí imperecederas obras arquitectónicas, acompañadas de un arte escultórico monolítico concebido como quien quiere vencer la efimeridad de tantos fenómenos tropicales. Con avanzados sistemas de riego, una escritura de estilo alfabético o de signos independientes -de la cual, para nuestra pena, decidieron no revelar sus códigos interpretativos-, una arquitectura empeñada en alcanzar la verticalidad -que alcanzó, no pocas veces, el porte de edificios contemporáneos de treinta pisos o más-, avanzados conocimientos aritméticos "casi algebraicos", un calendario de precisión con nada que envidiar a los occidentales de muchos siglos después, una avanzada cosmogonía como la sugerida por la postrera transcripción del Popol Vuh, y muchos otros aportes, los mayas parecieron apuntar hacia un liderazgo regional a punta de cultura más que de fuerza. Acerca del porqué de la súbita desaceleración de este empuje cultural -que no fue decadencia ni desaparición, puesto que los mayas llegaron primero a la región mesoamericana y siempre han estado allí-, se han tejido distintas hipótesis, con la de Toynbee, del agotamiento en la búsqueda de respuestas a los desafíos de la selva tropical, como una de las más difundidas. En lo personal, y mientras se ponen de acuerdo los expertos, me gusta imaginar que decidieron detener y dispersar sus creaciones para dejarle a la humanidad futura un mensaje en clave acerca del sentido de la vida civilizada, que todavía no hemos logrado, ni sus descendientes quieren, descifrar.

El proceso de implantación inicial en estas áreas periféricas, o sea, de reemplazo de las cúpulas aristocráticas dirigentes por sus equivalentes hispánicos, fue seguido de un proceso de hibridación entre los varones invasores y las hembras locales, análogo a los que ya hemos descrito para los pueblos mexicano, peruano y boliviano, con un mayor parecido con este último, en el caso guatemalteco, donde residía un pueblo más cohesionado cultural y geográficamente, y con el primero (puesto que el núcleo imperial azteca resultó el más desastrado), en los casos restantes hondureño, salvadoreño y nicaragüense, de mayor dispersión poblacional. Cuando los conquistadores organizaron a México como el Virreinato de Nueva España, establecieron las provincias correspondientes a las actuales naciones centroamericanas, excepto Panamá que era parte del Virreinato de Nueva Granada. No obstante, cuando México logró su independencia, estas provincias, en buena medida manipuladas por concesionarios y contrabandistas ingleses, decidieron formar las "Provincias Unidas de Centroamérica", sólo para ser objeto posterior de nuevos desmembramientos o segmentaciones. Estas fueron provocados, en buen grado, por intervenciones de agentes y empresas inescrupulosas inglesas y estadounidenses, y, ya en el siglo XX, en ambiente de Doctrina Monroe con su Corolario Roosevelt, por la intervención directa o encubierta de empresas y del Estado norteamericanos.

Con el tiempo, todos estos procesos condujeron a una Guatemala contemporánea de unos doce millones de habitantes, con más de la mitad de pobladores amerindios descendientes de mayas, por un lado, más algo como un 40% de mestizaje, por otro; y a las naciones de El Salvador, Honduras y Nicaragua, con poblaciones alrededor de la mitad de esa cifra, cada una, y con los más altos niveles de mestizaje de Latinoamérica, en el orden de un 80% ó más. Belice es un enclave que permanece absurdamente bajo control inglés, pero al que aquí consideraremos como parte de América Latina, puesto que, de sus escasos 300000 habitantes, más de la mitad son mestizos descendientes de varones hispánicos y la casi totalidad restante son de origen indígena, afroamericano o descendientes mulatos (garifunas) de estos. Como una especie de residuo de este proceso de segmentación desproporcionada, al que hemos llamado desmembramiento, está el caso de Costa Rica que, separada siempre del mundo de habla náhuatl por algo como un collar montañoso-volcánico o densamente selvático en torno a la garganta geográfica del paralelo 11º, aprovechó la oportunidad para convertirse en un bolsón étnico y cultural, de inspiración uruguaya, con cerca de cuatro millones de habitantes, más de un 80% de criollos caucásicos, genética mayormente hispánica y cultura fuertemente conservadora y europeizada. Panamá, por otro lado, fue parte de Colombia y de Suramérica hasta comienzos del siglo XX cuando, en una práctica de garrotazos, fue arrancada a Colombia para facilitar la construcción y el control estratégico del Canal por parte de los Estados Unidos; con sus cerca de tres millones de habitantes, mescolanza de blancos de diversos orígenes, inclusive estadounidenses, mestizos variopintos, mulatos, amerindios, negros, zambos y asiáticos, es probablemente la nación étnica y culturalmente más heterogénea de toda Latinoamérica.

Las debilidades económicas, políticas y culturales de las naciones centroamericanas, combinadas con su privilegiada condición geográfica bioceánica, así como con su neta inclusión dentro de la órbita de influencia geopolítica estadounidense, han facilitado su utilización, junto a las naciones caribeñas, como coto de prácticas de dominación de corte imperialista. La aplicación del "Corolario Roosevelt" de la Doctrina Monroe, según el cual los EUA se reservan el derecho de intervenir militarmente en cualquier región americana en donde vean amenazados sus intereses; la tesis de la intervención militar preventiva donde quiera que corran peligro vidas estadounidenses, y el apoyo a movimientos separatistas allí donde favorezcan el control norteamericano de recursos estratégicos, fueron estrenadas a comienzos de siglo, después de la intervención en Cuba de fines del siglo XIX, en Nicaragua, Honduras y Panamá.

Así fue derrocado, previa su conversión mediática en un "déspota medieval", el presidente nicaragüense José Santos Zelaya, seguramente uno de los líderes más competentes y progresistas que jamás haya tenido la región centroamericana, por empeñarse en promover la educación, la electrificación, la construcción de carreteras y redes ferroviarias, la agricultura para la exportación, la unidad centroamericana, la construcción del canal -originalmente proyectada para Nicaragua- y, su peor delito, defender el interés nacional ante los abusos de empresas estadounidenses. También el presidente hondureño Miguel Dávila fue derrocado poco después por querer cobrar impuestos a la todopoderosa firma bananera United Fruit, y negarse a aceptar el control de las aduanas y el Tesoro por parte la firma J.P. Morgan, que hubiesen convertido a Honduras en un protectorado a la puertorriqueña. Y así fue montado, en un santiamén, un movimiento separatista en Panamá que, bajo protección armada de los EUA, declaró la independencia de este departamento colombiano antes de que se procediese a la construcción del estratégico canal.

Otras dos experiencias centroamericanas, de carácter contrapuesto, merecen mención particular en este contexto. Una, la del heroico Augusto César Sandino, quien en 1925 inició su lucha contra el intervencionismo norteamericano con sólo 29 guerrilleros y, en nombre de la ancestralidad indígena y con el masivo apoyo campesino contra los "gringos", logró la evacuación, a mediados de los treinta, de un ejército invasor de 12000 hombres, pero luego, carente de un proyecto de transformación social, perdió las perspectivas, primero, y fue después asesinado por uno de sus lugartenientes, Anastasio Somoza, fundador de una de las más crueles y atrasadas dinastías jamás conocidas en el subcontinente.

La otra, el derrocamiento en Guatemala, ya en plena Guerra Fría, durante los años cincuenta, de Jacobo Árbenz, culto dirigente demócrata de izquierda, con formación tanto militar como científica, que se empeñó en lograr la independencia económica, impulsar una reforma agraria para sentar las bases de un desarrollo capitalista, y elevar la calidad de vida de la gran masa del pueblo guatemalteco. Apenas se propuso la expropiación de las tierras no cultivadas de la United Fruit, ofreciendo pagarles el valor de sus declaraciones de impuestos, se convirtió en blanco de una estructurada estrategia de derrocamiento orquestada por el propio Secretario de Estado John Foster Dulles, principal asesor legal, por décadas, de dicha transnacional bananera, y su hermano Allen, Director de la CIA, también asesor y dueño de una parte sustancial de las acciones de la misma. Dicha estrategia comenzó por decretar mediáticamente su imagen de agente del comunismo soviético, sin que jamás se encontraran más pruebas que el minuto de silencio que pidió observar a la Asamblea Nacional por la muerte de Stalin como líder de la Guerra Mundial antifascista; siguió con una operación desestabilizadora interna y el equipamiento de un ejército invasor de opositores y mercenarios reclutados en el exilio; continuó con una invasión desde Honduras y Nicaragua, ambas bajo dictaduras amigas de los EUA, respaldada con bombardeos a la ciudad de Guatemala perpetrados con pilotos contratados de este mismo país; fue más allá con un ultimátum al ejército para apoyar el golpe contra Árbenz y recuperar la estabilidad pretendidamente amenazada por la presencia de éste, y remató con su deposición, su expulsión del país y la prohibición de mencionar hasta su nombre durante las décadas siguientes. Árbenz murió sólo y en el exilio, y su ejemplo no termina de ser reivindicado, pero, en 1995, sus restos fueron llevados a Guatemala e inhumados en medio de manifestaciones espontáneas del diferido dolor popular, con el más nutrido funeral que jamás se haya conocido en el país.

Las frustradas experiencias centroamericanas de reforma pacífica, sumadas al aliciente de la Revolución Cubana, que demostró supuestamente el éxito de la vía revolucionaria armada antiimperialista, alentaron desde los años sesenta, al igual que en buena parte del resto de América Latina, la emergencia de guerrillas en toda la región. Mientras que los proyectos nacionales de Zelaya, Dávila y Árbenz fueron echados al olvido, la gesta antiyanqui de Sandino y del Che, heredera del mito de David contra Goliat, se convirtió por décadas en la guía oficial inspiradora del cambio de izquierda en y más allá de Centroamérica. La llamada "teoría de la dependencia", según la cual no es viable un capitalismo autónomo o progresista en América Latina, sino sólo una revolución anticapitalista, antiimperialista y socialista vino a reforzar la evaluación apresurada de las ingratas experiencias centroamericanas.

El problema con estos enfoques voluntaristas y belicistas es que, para empezar, se pierden preciosas oportunidades de alcanzar logros factibles y se posterga la imperiosa tarea de transformar las capacidades productivas, participativas y creativas de nuestros pueblos hasta la mañana roja, que nunca termina de llegar, del advenimiento socialista; y, por si esto fuese poco, se escoge un terreno de lucha en donde nuestros hombres, armados con los gloriosos fusiles, llevan todas las de perder -y terminan siendo pichones para prácticas de tiro- contra un ejército estadounidense ante el que, por las malas, es probable que nadie pueda, ni siquiera el resto junto del planeta, salvo, tal vez, para provocar la inmolación de todos. El supuesto caso exitoso cubano no puede seguir siendo interpretado como la victoria de ninguna vía armada antiimperialista, puesto que nunca ha sido tal cosa, sino, a posteriori y antes que nada, el subproducto remanente de una negociación ruso-estadounidense en un contexto de Guerra Fría, en donde, a cambio del retiro de los misiles del suelo cubano y de la renuncia rusa a la exportación del modelo de lucha armada en América Latina, se aceptó la sobrevivencia del régimen de Fidel Castro.

El mecanismo de la violencia, tanto en la escala de la lucha entre naciones como de comunidades, grupos e individuos, pareciera seguir, en un buen número de casos, una lógica análoga: a) A se siente más fuerte que B y se cree con derecho a quitarle a B algo que B tiene y a él le gusta o cree necesitar más; b) A provoca u hostiga a B y lo amenaza con quitarle ese algo de cualquier manera; c) B se siente atropellado o acorralado y reacciona violentamente contra A para que no le quiten ese algo suyo; y d) A contrarreacciona y aplasta a B quitándole lo que desde el comienzo quería, pero justificándose por que B lo agredió también a él. Tal mecanismo, favorito de los guapos de barrio y de entes matones de toda laya, es responsable del ensangrentamiento, todos los días, de cientos de calles latinoamericanas, en donde tantos jóvenes y trabajadores pobres perecen al batirse por pares de zapatos, celulares o pequeños fajos de billetes, y también subyace bajo el enfrentamiento entre naciones de distinta fortaleza. Particularmente, pareciera ser válido en el caso histórico de máximo desnivel o gradiente de fuerzas entre naciones en América, que no puede ser otro que el de los enfrentamientos entre el supergigante del Norte y los pequeños de Centroamérica, en donde, a la larga, éstos han perdido todos los combates.

Afortunadamente, en épocas recientes, en donde sobre todo el pueblo brasileño, el relativamente más fuerte y mejor armado de todos nosotros, y donde originalmente se propuso la citada "teoría de la dependencia", está de regreso, después de una tenaz e infructuosa exploración, de cualquier vía que huela a camino armado antiimperialista, y demostrando, con hechos, que es por la vía del ejercicicio de la política, del fortalecimiento de la democracia, de la negociación de conflictos, de la capacitación para la resolución de problemas, como podremos avanzar. Si bien es cierto que, en circunstancias extremas, a los débiles pacíficos no nos queda otra opción que la de sucumbir ante los fuertes violentos, también debería serlo que deberíamos hacer lo imposible por dificultarles la tarea y alterar el paso c) de la cadena, que es el único que depende de nosotros. Si conocemos nuestras necesidades y nos preparamos para argumentar, dialogar y negociar, aunque el otro se resista, en defensa de nuestros legítimos derechos, tendremos mucho más chance de sobrevivir y prosperar. O sea, si, con todo el respeto y cariño hacia Sandino y el Che, terminamos de empeñarnos en transitar el camino, cuesta arriba pero viable, de los Zelaya, Dávila y Árbenz...

¡Quién sabe si esto fue lo que quisieron decirnos aquellos cultos hombres de maíz, los mayas, con su extraña decisión de no batirse contra los violentos aztecas o españoles!

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