Durante probablemente algunos millones de años, y como lo podemos intuir con leves incursiones en las lenguas más primitivas o, mejor dicho, en lo que algunos conocedores dicen que ocurre con dichas lenguas, durante la abrumadora mayor parte de su existencia la humanidad se la ha pasado ni pendiente de las cuestiones relacionada con sus metodologías de trabajo o de conocimiento. Le ha bastado con construir un lenguaje objeto que actúa como una suerte de espejo simbólico de los mundos visibles, tanto naturales como creados por los propios humanos, en donde todo o casi todo lo que se vive puede reflejarse en palabras y todas o casi todas las palabras pueden reemplazarse con objetos o acciones tangibles. Pero, hace algunos dos a tres mil años, sobre todo desde los griegos en Occidente, y desde los chinos e indios en Oriente, y sobretodísimo en los últimos siglos en ambos hemisferios culturales, se ha iniciado una indetenible evolución hacia expresiones y preocupaciones cada vez más abstractas y que cada vez menos pueden referirse a cosas tangibles.
Por más que me empeñe no le puedo mostrar directamente a alguien lo que es una metodología de resolución de problemas, sino que, a lo sumo, puedo conversar e interactuar con él hasta sugerirle lo que quiero decir con este metalenguaje, y menos todavía le puedo presentar físicamente un modo o un proceso tecnológico de trabajo, pues aquí estoy expresándome a nivel de un paralenguaje que sólo adquiere sentido al interior de nuestras mentes y de una cierta teoría o cuerpo articulado de conceptos. Pues bien, resulta que lo que he querido hacer con esta última serie de artículos conceptuales del blog, y que una vez remontada esta cuesta de su exposición espero se conviertan en una especie de activo intelectual compartido con mis lectores, que facilitará la comprensión de muchas cosas de las que hablaremos, es precisamente eso: esbozar y presentar gradualmente una visión teórica alternativa acerca del porqué de nuestros problemas latinoamericanos, con ganas de que ello nos ayude después a buscarles mejores soluciones. Dentro de esta teoría o, si se prefiere, cuerpo de conceptos, los conceptos de capacidades estructurales, procesales y sustanciales, y los que presentaremos luego de necesidades, libertades e identidades, son absolutamente esenciales, al punto de que si fracaso en exponerles esto tendré que someter a revisión la idea completa del blog, pues entonces, en materia de qué hacer en nuestra América Latina, prácticamente habría muy poco, que no hayan dicho otros, que yo tenga que ofrecerles.
Más particularmente todavía, esta idea que les estoy desarrollando acerca de los distintos procesos de vida, como parte constitutiva -al lado de los modos y de las sustancias de vida- de los sistemas de vida, es necesaria para que les pueda articular, más adelante, todo lo demás que tengo en mente y espero plantearles, además de que nos dotará de una terminología más robusta para intercambiar ideas sobre muchos otros temas que vayan surgiendo. Usualmente, cuando me refiero a estos conceptos de procesos y sistemas de vida social, apelo a ejemplos del sistema de vida individual sobre el cual todos tenemos vivencias más cercanas e inmediatas. Debido, sin embargo, a la sugerencia de una querida y asidua lectora, que por ahora no desea aparecer ni como comentarista ni como seguidora, y quien me había dicho que no logra captar lo que quiero decir con estas repetidas alusiones al organismo y la vida individuales, y que preferiría que me refiriese directamente a la esfera social pues allí todo le resulta más claro, tenía intenciones de continuar reforzando estas exposiciones usando metáforas tecnológicas como la del radar Doppler y el cambio climático que usé en la entrega anterior. Pero una reflexión adicional me ha sugerido que este otro camino podría ser espinoso para la mayoría de lectores probables, ahora y en el futuro previsible, y he decidido, por los momentos, regresar, al menos durante la presentación inicial de conceptos, a las metáforas biológicas. Durante los muchos años que llevo exponiendo ideas como estas en seminarios y talleres, aunque admitiendo que las más de las veces las audiencias eran distintas a la de este blog, dichas metáforas biológicas, en contraste con el caso de la lectora aludida, han resultado bastante elocuentes.
Por lo que precede, fiel al enfoque iterativo o de avanzar por aproximaciones sucesivas, del que les he hablado antes, como no me siento lo suficientemente claro y pese a que por los momentos continuaré combinando estas últimas metáforas con otras, próximamente, una vez que resuelva algunos detalles técnicos y en fecha que les anunciaré, pienso hacer una especie de encuesta en línea para recoger opiniones sobre este y otros asuntos relacionados con el estilo y los alcances de mi cuaderno de bitácora. Hechas estas explicaciones -que espero que, como aquéllas de Cortázar, no hayan resultado "más bien confusas"- retomo el hilo de las capacidades procesales avanzadas, de las que les he estado hablando desde el artículo pasado y a las que dedicaré todavía otros más.

La mayoría, o cuando menos demasiada gente, desde nuestros ciudadanos comunes y corrientes hasta nuestros profesionales e incluso presidentes, suelen ignorar el principio, hondamente respaldado por una extensa literatura tanto empírica como teórica, del mínimo compromiso en los procesos de resolución de problemas, diseño, planificación o, en general, como proponemos llamarlos aquí, procesos de vida. Por tal principio, que es el equivalente tecnológico del principio científico popularizado por Descartes como duda metódica, entendemos el diferimiento razonable de las decisiones cruciales de los procesos de manera de contar con la mayor información disponible a medida que avanzamos en ellos, y, simultáneamente, con un mayor espacio de soluciones candidatas en cualquier etapa de un proyecto. Y de allí que estime que la primera causa de malas soluciones a nuestros problemas latinoamericanos sean las malas o ausentes propositaciones o análisis de necesidades; la segunda, las malas o ausentes factibilizaciones o estudios de factibilidad; la tercera, las malas, etcétera, planificaciones... Como, quizás con términos parecidos, ya lo hemos dicho, con nuestras precipitaciones, caprichos e improvisaciones lo que hacemos es correr arrugas o meter la basura bajo la alfombra, sin satisfacer nunca nuestras verdaderas necesidades ni elevar realmente nuestra calidad de vida.

Planificación preliminar, diseño preliminar, diseño básico, diseño curricular, planificación estratégica, planificación del territorio... son términos sinónimos que se refieren a la misma tercera etapa de los procesos de vida modernos en distintos ambientes, los cuales invariablemente se apoyan en las capacidades estructurales educativas, que ya hemos tratado brevemente, y en las capacidades sustanciales cognitivas, que sólo hemos asomado y consideraremos más adelante. Sin conceptos interrelacionados, sin modelos de análisis, no hay planificación ni diseño estratégico posible. Lamentablemente, lo que buena parte de nuestras organizaciones, incluyendo grandes empresas, ministerios y Estados completos, llaman planes estratégicos, son, desde la perspectiva que aquí estamos sustentando, programas tácticos. Mientras que la programación se basa en información sobre la experiencia pasada y presente, la verdadera planificación se basa, además, en la modelación del comportamiento de la realidad que permite hacer predicciones refutables sobre su futuro; si lo estratégico implica una visión de conjunto, que en situaciones complejas sólo puede alcanzarse con el auxilio de modelos, lo táctico se apoya en datos sobre la disponibilidad circunstancial de recursos en situaciones específicas más simples. Aunque no estamos plenamente conscientes de ello, incluso en el lenguaje cotidiano reconocemos esta diferencia esencial: si yo digo que tengo un plan estratégico para salir de mi apartamento en caso de sismos y que consiste en bajar por la escalera en vez de por el ascensor, se reirán de mí porque esto es lo que sugiere la mera experiencia, pero si digo que mi plan se basa en desplazamientos secuenciales hacia lugares cada vez más seguros que he detectado analizando los planos estructurales de mi edificio, con ayuda de un ingeniero sísmico, es decir, con un modelo de análisis de mi inmueble, entonces se desvanecerán las sonrisas porque lo que digo tiene como un olor a verdadero plan estratégico y mucho sentido.

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